Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 15

Myria. 28 de abril.

Jamis sentía que lo vigilaban. Lo había notado por primera vez esa misma mañana, cuando se había despertado de repente con el corazón latiendo con fuerza en su pecho y el cuerpo agarrotado por dormir en una mala posición toda la noche. Recordaba haberse levantado y haber recorrido su habitación por completo, mirando cada pequeño rincón minuciosamente. No había encontrado anda y eso lo había puesto todavía más nervioso. La sensación era extraña, como si alguien lo estuviera mirando fijamente y pudiera ver todo sobre él, cada movimiento, pensamiento y secreto que escondía.

La segunda vez lo sintió mientras lo llevaban al barracón de los guardias después de que Laina lo hiriera. El mordisco de su serpiente le ardía como el infierno y Jamis apenas podía moverse sin soltar un grito de dolor. Cuando por fin lo tumbaron en una cama, tenía los ojos anegados de lágrimas de dolor. Pocas veces había sentido algo así; era como si el veneno que tenía lo estuviera quemando por dentro a toda velocidad. Podía sentirlo recorrer sus venas con cada pulsación de su corazón, matándolo desde el interior.

En ese momento, la sensación fue tan intensa que Jamis llegó a creer que estaba en la misma habitación que él. Logró abrir los ojos, pero de nuevo no vio a nadie. La persona —o el ser—, que lo espiaba era invisible a sus ojos.

Agotado por el veneno y el dolor, se había sumido en un sueño intermitente. Pero cada vez que se despertaba, estaba más y más cansado, más débil. Con la respiración jadeante, Jamis cerró los ojos e intentó descansar. Era lo único que quería: dormir y que el dolor se terminara de una vez.

Entonces, notó ese maldito par de ojos puestos en él de nuevo. Apretó los puños con las pocas fuerzas que le quedaban; estaba harto. Si tenía que morirse al menos lo haría en soledad, no con una presencia molesta y entrometida que lo persiguiera.

Logró incorporarse sobre un codo y el esfuerzo lo dejó sin apenas aire en los pulmones. Después, tanteó su muslo, buscando la daga que siempre llevaba, pero no estaba allí. Después de unos segundos de desconcierto, recordó vagamente como se la habían quitado al llevarlo a esa habitación.

—¿Quién eres? —demandó saber, con la voz quebrada; no se había dado cuenta de lo seca que tenía la garganta hasta ese momento, como si tuviera papel de lija. Carraspeó y volvió a preguntar, pero como la primera vez, nadie le respondió.

Sin embargo, las blancas cortinas que segundos antes habían colgado muertas de sus soportes, se mecieron con una suave brisa que también removió el cabello dorado de Jamis con delicadeza, como una caricia. Acompañándola, le llegó un ligero aroma a bosque, tan débil que tuvo que olfatear para asegurarse de que no lo había imaginado. Pero no, allí estaba; era un olor que él reconocería siempre, en cualquier lugar y cualquier momento.

Sabía quién estaba vigilándolo.

Jamis tragó saliva y, con mucho cuidado, se levantó de la cama. Apoyó todo su peso en la pierna sana y caminó un poco ayudándose de los grandes postes de madera de la cama. Por primera vez, se dio cuenta de que reconocía dónde estaba: era la habitación de Aethicus.

Las manos le sudaban, como si su cuerpo hubiera anticipado a quién se iba a encontrar antes si quiera que su mente lograra procesarlo.

Primero apareció un humo de color gris ceniza. Se enroscaba sobre sí misma en una de las esquinas, cerca del abarrotado escritorio al que Jamis estaba intentando llegar. No era fácil. La pierna apenas le respondía y tenía que ir arrastrándola a pesar de las blancas llamaradas de dolor que lo cegaban con cada movimiento.

El humo se fue haciendo cada vez más denso hasta convertirse en una nube, espesa y esponjosa. Se elevó hasta alcanzar la altura de una persona y, poco a poco, Jamis contempló incrédulo como iba tomando la forma de un cuerpo. El olor se hizo tan intenso que inundó sus sentidos. Olía a bosque, a pergamino y al aroma inconfundible de la magia: a regaliz quemado.

Jamis cubrió el último metro que le quedaba para llegar al escritorio y se desplomó en la silla antes de que Tallad hubiera aparecido por completo en la habitación. Se aferró con fuerza a los reposabrazos hasta que los nudillos de las manos se le volvieron blancos; miró con los labios apretados al hombre que lo observaba desde el rincón en sombras.

—Suponía que no te lanzarías a mis brazos, pero no que me miraras con esa cara —dijo Tallad mientras se arreglaba los puños de su túnica, aunque estaba perfectamente colocada. Jamis lo miró, repasándolo una y otra vez, de arriba abajo. Era incapaz de creerse que estuviera allí en realidad. ¿Y si era una ilusión, una fantasía provocada por el veneno que le recorría las venas?

Tallad llevaba una túnica de color verde hoja que apenas le llegaba hasta las caderas; en las mangas llevaba bordadas en hilo de oro intrincadas runas élficas, al igual que en los dobladillos de los pantalones y las botas negras.

Cuando por fin Jamis se atrevió a mirarle el rostro, vio de nuevo los ojos azules, con pequeñas manchas verdes en el exterior con los que llevaba soñando desde hacía años. Seguía teniendo los pómulos altos y las facciones marcadas; el cabello castaño caía un poco más allá de sus hombros, con unas finas trenzas entretejidas con cintas doradas.

—Lo de suponer nunca fue lo tuyo —susurró Jamis, la voz apenas le salía. Con cuidado, se levantó, pero antes de que lo hubiera logrado, Tallad estaba a su lado. Lo agarró del codo con fuerza, como si temiera que en cualquier momento se fuera a desmayar. Jamis se sentía así, por lo menos. La habitación le daba vueltas y no sabía si sus piernas iban a ser capaces de sostenerlo durante mucho tiempo.

—Deberías acostarte. Estás agotado y no te conviene estar en pie en tu estado.

Jamis asintió con la cabeza y le obedeció. Dejó que Tallad lo llevara hasta la cama y que lo acomodara con cuidado. Le tapó las piernas hasta la rodilla y después subió las manos hasta su rostro, donde le apartó unos mechones dorados de las sienes. Jamis se acercó a su mano como si fuera un gato pidiendo mimos. Hacía tanto tiempo que nadie lo tocaba así...

—¿Cómo estás, Jamis? —preguntó Tallad mientras se sentaba a su lado, sin apartar la mano. Siguió pasando los dedos por su pelo con cariño.

—Claramente no en mi mejor momento. Esta mañana me encontraba mucho mejor, aunque creo que eso ya lo sabes, ¿no? —Jamis apretó los labios y por primera vez no fue por el dolor de la pierna. No estaba enfadado con Tallad por no decirle que era él quien lo vigilaba, pero le hubiera gustado que se presentara antes. Le hubiera gustado tener con él una conversación coherente y no estar postrado en la cama, sin saber si se iba a morir o no. Laina había dicho que el veneno no lo mataría, pero Jamis llevaba demasiadas horas sufriendo y notaba como su cuerpo estaba cada vez más débil. Aunque si iba a morir, le consolaba la idea de que Tallad estuviera a su lado.

—No voy a negar nada. —Tallad soltó una pequeña carcajada, de esas que hacían vibrar todo su pecho. Dioses, cómo lo había echado de menos—. Y ahora deja que te vea la pierna. Estoy seguro de que no te han curado como es debido.

Jamis asintió y lo ayudó a quitarse las lazadas del pantalón. Con cuidado de no arrancarse el vendaje, se bajó los pantalones lo suficiente como para que Tallad pudiera trabajar. Con un gesto, Tallad encendió las tres velas que había en un candelabro en una de las mesitas al lado de la cama. La habitación se llenó de una suave luz anaranjada que titilaba con cada movimiento del elfo.

—Menudo desastre —silbó Tallad mientras deshacía el vendaje húmedo por la sangre. Jamis no recordaba quién lo había vendado; en realidad, tenía una gran laguna de las últimas horas.

Cuando Tallad hubo retirado todas las vendas, Jamis miró hacia la herida y vio la piel roja y tirante alrededor de los dos puntos sangrantes que le habían dejado los colmillos de la serpiente. Tallad fue con cuidado al examinar la herida, pero aun así no pudo evitar que Jamis soltara un gemido de dolor. Llegados a ese punto, hubiera preferido morirse de una vez a seguir soportando las llamaradas de dolor que le recorrían la pierna de arriba abajo.

Tallad soltó una retahíla de insultos en élficos que Jamis no entendió y después hizo aparecer un cuenco de bronce con runas grabadas en el borde interior, un pequeño mortero y una caja alargada de maltratado cuero negro. Cuando lo abrió, Jamis pensó por unos momentos que estaba de nuevo en Vyarith. Fuera lo que fuera lo que llevara allí dentro, olía a hogar.

Tallad empezó a sacar varios botes, etiquetados con nombres élficos, todos llenos de varios tipos de hierbas. Era eso, pensó. Eran hierbas de Vyarith. Por eso le había recordaba a su casa, porque era el mimo aroma que había respirado durante toda su infancia. Tallad dejó los botes en la mesita antes de sacar una pequeña botella con un líquido blancuzco parecido a la leche, pero más acuoso. En todo ese tiempo, Tallad no dijo nada; tenía el ceño fruncido mientras repasaba cuidadosamente todas las hierbas que llevaba en su caja y Jamis no quería molestarlo mientras estaba tan concentrado.

Al final, mezcló el líquido con un par de hierbas en una taza que le robó a Aethicus de su escritorio.

—Toma, bebe esto. Te vendrá bien —le ordenó Tallad, acercándole la taza a los labios. Le puso un brazo bajo la espalda y lo ayudó a incorporarse lo suficiente como para beber sin atragantarse. El orgullo de Jamis le decía que aquello era humillante, pero la realidad era que no tenía fuerzas para incorporarse solo. Las pocas energías que le quedaban las había gastado su pequeño paseo.

El olor de la medicina le hizo arrugar la nariz, así que no se lo pensó. Se lo bebió de un trago, intentando pasar por alto el horrible sabor, que le dejó un regusto amargo en la lengua.

Tallad se apartó de él, dejó la taza en el suelo y agitó las manos. De la nada apareció un caldero negro flotando a varios centímetros del suelo y bajo él, un pequeño fuego que ardía con fuerza. El caldero estaba lleno de agua y mientras esperaba a que hirviera, Tallad empezó a moler unas hierbas en el cuenco y las añadió al agua junto a unas vendas nuevas que hizo aparecer con un chasquido de dedos.

Jamis cerró los ojos durante unos instantes. Notaba la visión borrosa y la habitación no dejaba de darle vueltas y vueltas. Sabía que Tallad estaba limpiándole la herida porque Jamis apretaba las manos con fuerza cada vez que Tallad pasaba la gasa por el corte, pero nada no era consciente de nada más. A los pocos minutos ya estaba sudando y deseando que alguien le echara un balde de agua helada encima. Era como si le hubiera el veneno fuera fuego en sus venas; ramalazos de dolor ascendían hasta su cadera y bajaban hasta su pie.

—Tranquilo, Jamis —escuchó que le decía Tallad; su voz sonaba lejana, como si estuvieran separados por una pared, Sin embargo, cuando abrió los ojos, logró distinguir el rostro del hombre, que se había acercado a él y estaba a apenas unos centímetros de su propio rostro. Notó algo fresco en su frente, pero no fue suficiente—. Te ha subido la fiebre por el veneno, pero estarás bien, te lo prometo.

Jamis notó como le faltaba el aire, los pulmones le dolían y se retorció en la cama, buscando algo a lo que aferrarse hasta que encontró algo cálido y seco, férreo entre sus dedos débiles.

«Te estás muriendo —le susurró una parte en su mente y que sonaba extrañamente parecida a la de su padre—. ¡El veneno no mata a los elfos! —gritó él, intentando acallar a la maldita voz dentro de él que quería verlo muerto—. Pero tú no eres un elfo, ¿recuerdas? Solo tienes un cuarto de sangre de elfo y nada que ofrecerle a este mundo —replicó la voz con un deje cruel».

Jamis negó y se aferró con más fuerza a lo que fuera que estuviera sujeto, como si se tratara de su salvavidas.

Hasta que se quedó sin fuerza y su agarre se aflojó. Se sumió en un sueño intranquilo y en un recuerdo que creía haber olvidado hacía mucho tiempo.

Tallad se asustó cuando notó que la mano de Jamis se aflojaba entre sus dedos. Le había agarrado la mano apenas hacía unos minutos y ahora estaba laxo en la cama. Acercó los dedos a su cuello, al punto exacto donde el latir del corazón se sentía con más fuerza; el pulso de Jamis era lento, pero todavía fuerte. Su pecho subía y bajaba lentamente.

Se relajó un poco. Solo se había desmayado, tal vez por el dolor o porque por fin había hecho efecto el sedante que le había dado. De una manera u otra, después de comprobar que la fiebre no le estuviera subiendo, se dedicó a curar la herida.

La herida del muslo le preocupaba. Pellizcó la carne alrededor de los dos agujeros, apenas distanciados por unos centímetros y frunció el ceño. Habría sido una herida fácil de curar su le hubieran extraído el veneno, pero al parecer se les había pasado por algo y ahora Jamis estaba sufriendo por su incompetencia. Hubiera dado lo que fuera por haber llegado hasta él primero, pero hasta misma tarde Tallad tan solo había podido mantener un ojo en Jamis para asegurarse de que estaba bien. Había tardado varias horas en encontrar un portal disponible, porque no quería gastar demasiada magia en transportarse desde Elwa hasta Sarath y eso le había quitado un tiempo precioso.

Se acercó a su caja y buscó una segunda botella llena de un líquido transparente. La descorchó y se la acercó a la nariz; el olor era acre y repugnante, pero en ese momento era lo único que podía eliminar el veneno del cuerpo de Jamis. Lo incorporó con cuidado y lo obligó a tragar la medicina. Incluso dormido, Jamis hizo una mueca de asco. Lo volvió a dejar tumbado en la cama. Un mechón dorado le cayó en la frente y Tallad se lo apartó con cuidado de no molestarlo.

Hacía tanto tiempo que no se veían y tenía que ser en esa situación. Tallad negó con la cabeza y dejó el bote encima de la mesita de noche; después, le tomó el pulso y se sentó a su lado, controlando la herida. Pronto, la medicina empezó a hacer efecto y un veneno de color arena empezó a salir de los dos agujeritos de los colmillos. Esa medicina era una de las causas por las que se había retrasado tanto. Tallad había tenido que ver como atacaban a Jamis sin poder hacer nada para ayudarle y después cómo lo habían intentado curar de mala manera. Así que se había entretenido en la Academia creando una medicina que pudiera ayudar a Jamis.

Tallad supo que ya no quedaba nada dentro de él cuando notó que el cuerpo de Jamis recuperaba una temperatura moral y su corazón volvía a latir con normalidad. Sacó las vendas del caldero y las secó en apenas unos segundos. Con cuidado, le vendó la herida, grabando una runa en el lienzo blanco tras cada vuelta. Sanar, sanar, sanar. Cada runa ayudaría a acelerar el proceso de sanación, aunque eso implicara que con cada runa que escribía, Tallad estaba más y más cansado.

Cuando terminó, Tallad hizo desparecer todos sus instrumentos, devolviéndolos a su habitación en la Academia de Elexa.

Entonces, toda la energía que lo había mantenido activo mientras curaba a Jamis desapareció. Se le empezaron a cerrar los ojos y sus piernas apenas lo sostenían. Había gastado mucha energía, más de la que estaba acostumbrado a usar. Los años de profesor lo habían acomodado, se había acostumbrado demasiado a su trabajo monótono y que apenas exigía usar su magia. Tallad se hizo una nota mental para cambiar eso.

Agotado, caminó hasta la otra parte de la cama y se tumbó, pegado al borde para no molestar a Jamis si se movía en la noche. Se durmió nada más su cabeza tocó la almohada.

Cuando Jamis abrió los ojos ya era de día.

Unos débiles rayos de sol se colaban entre las cortinas semiabiertas, anunciando un nuevo día. Uno lluvioso y nada agradable, pero un nuevo día, al fin y al cabo.

Se removió en la cama, sin querer levantarse y volvió a cerrar los ojos. Se giró para poner cómodo y seguir durmiendo... y chocó con un cuerpo cálido. Abrió los ojos y se incorporó ligeramente. Tragó saliva con fuerza.

No se lo había imaginado. Tallad estaba allí de verdad.

El hombre estaba profundamente dormido, con el largo cabello castaño desparramado por la almohada; respiraba lento, todavía dormido. Apenas recordaba nada de lo que había ocurrido el día anterior después de que le mordiera la serpiente de Laina. Incluso había pensado que había soñado la presencia de Tallad. Una parte de Jamis quiso despertarlo; necesitaba hablar con él, escuchar su voz, saber qué hacía allí con él. Otra parte, en cambio, le gritó que le dejara descansar. Como siempre, ganó la que más gritaba.

Jamis, sin embargo, no podía quedarse más tiempo en la cama. Le dolía la espalda de estar tumbado y su cuerpo le pedía a gritos que se levantara. Con cuidado de no despertar a Tallad, se desplazó hasta el borde de la cama y probó la fuerza de su pierna herida. Soportó bien su peso, con apenas unas punzadas débiles de dolor; pero pudo caminar dando pequeños pasos y cojeando un poco.

Inspeccionó la habitación. Estaba en la habitación de Aethicus en el barracón de los guardias; suponía que lo habían llevado allí porque estaba más cerca de las mazmorras que su propia habitación en la posada. Era un cuarto rectangular, con una cama sencilla colocada a la izquierda de la puerta, con un escritorio justo enfrente de esta que estaba repleto de libros y papeles y un pequeño sofá pegado a la pared derecha. Un baúl estaba a los pies de la cama y encima de él habían dejado dos mudas de ropa sin que él se diera cuenta, con una nota descansando entre los pliegues de una camisa. Tenía su nombre escrito con la letra de Aethicus.

Jamis se deshizo de su ropa. Maldijo al ver los pantalones rotos y manchados de sangre. Eran los más nuevos que tenía y ahora estaban destrozados. Se puso la ropa limpia y durante unos segundos disfrutó del olor a jabón; la camisa todavía conservaba cierto calor de la plancha, así que supuso que alguien la había subido hacía no mucho. Encontró sus botas al lado del baúl, sin rastros de barro y con las puntas tan limpias que brillaban.

Tallad se despertó mientras terminaba de ponerse las botas. Jamis lo vio pasando las manos por la cama, como si lo buscara algo. Cuando no lo encontró, se incorporó de golpe, recorriendo la habitación con una mirada de preocupación... hasta que encontró a Jamis sentado encima del baúl.

—Me has asustado —lo reprendió Tallad—. Creía que te había pasado algo.

Jamis sonrió. Se terminó de atar la bota y se levantó para sentarse en el borde de la cama, al lado de Tallad. Él le puso una mano en el hombro, acercándolo más a su cuerpo al mismo tiempo que Jamis juntaba su frente con la de Tallad. Sintió un escalofrío en el momento en el que sintió la piel del elfo contra la suya. Era como si su cuerpo nunca hubiera olvidado lo que era que Tallad le tocara, sentirlo cerca de él y notar su calor. Durante unos segundos, se olvidó de todo.

¿Quién era? Nadie. ¿Dónde estaba? No le importaba. Lo único esencial para Jamis en ese momento era que estaban los dos, que después de tanto tiempo separados, todavía había esperanza. Lo que habían sentido hacía tantos años no se había marchitado. Una vez, Jamis había leído en un libro que el amor era como una flor y le había parecido muy acertado. Así que, si su amor era una flor, el suyo era inmortal.

—¿Estás bien? —inquirió Tallad, separándose un poco para poder mirarlo bien. Tallad lo revisó de arriba abajo, con la mano todavía en su hombro, como si temiera que de repente desapareciera. Aunque en realidad, Jamis tenía más razones para temer que fuera Tallad el que se volatilizara de entre sus brazos: era Tallad el que podía hacer magia y aparecer y desaparecer a voluntad.

—Si, estoy bien. Apenas siento unas punzadas de dolor y no siempre, tan solo cuando estoy mucho tiempo de pie o al levantarme. —Jamis miró a la segunda muda de ropa que les habían dejado; cuando se estaba cambiando había notado que era un poco más pequeña—. Te han dejado ropa para que te cambies —le dijo, señalando las prendas con un gesto de la cabeza—. Venga, hazlo y bajaremos a comer algo. Estoy hambriento.

Tallad sonrió y unos mechones de cabello castaño cayeron en su frente. Jamis levantó una mano y se lo recogió detrás de una oreja puntiaguda. Tallad le agarró la muñeca e impidió que se apartara de él.

Jamis no pudo dejar que le escapara una carcajada suave.

—Venga, cámbiate. —Se levantó de la cama, aunque todo su cuerpo gritó al notar como su mano se deslizaba de entre los dedos de Tallad. Lo único que quería era quedarse en la cama con él durante todo el día, pero sabía que eso no habría sido muy maduro de su parte.

Tallad suspiró y asintió con la cabeza antes de levantarse y empezar a cambiar con tranquilidad. Esa parecía ser su seña, estar siempre calmado, que sus movimientos nunca afueran muy rápidos. Jamis frunció los labios porque sabía el motivo: cuando eran más jóvenes, un elfo que se movía muy rápido en Vyarith era abatido en cuestión de segundos por una docena de flechas, pero si se movía lento..., bueno, aun existía la posibilidad de vivir para ver un nuevo día.

Por lo que sabía, ahora las cosas estaban mejor en Vyarith y aunque Jamis nunca se había llevado bien con su hermana, sabía que Lyrina había tenido mucho que ver con ello. Hacía mucho que había muerto, pero sus obras las había seguido su hijo, John y después la hija de este, Elisa. Jamis se arrepentía muchas veces de pertenecer a la familia Talth, pero eso era lo único que le hacía reconciliarse un poco con los suyos. La familia real de Vyarith llevaba su misma sangre y parecía que no habían olvidado que por sus venas corría, aunque solo fuera un poco, de sangre élfica.

—¿Estás listo? —le preguntó Tallad, sacándolo de sus pensamientos. El elfo se había cambiado de ropa y ahora lo esperaba con una mano en el pomo de la puerta.

Jamis asintió con la cabeza y lo siguió. Salieron de la habitación y bajaron las escaleras; los escalones crujieron bajo su peso. De reojo, Jamis vio como Tallad se arreglaba el cabello para que le tapara las orejas, el mismo gesto que él había hecho segundos antes, de una forma tan inconsciente que ni siquiera se había dado cuenta.

—No te prometo que el desayuno sea una obra de arte, pero al menos será comestible y no te intoxicarás —bromeó Jamis, intentando apartar los pensamientos negativos que sabía que estaban pasando por la mente del elfo y calmarlo lo máximo posible.

Pareció funcionar, porque Tallad soltó una carcajada sincera.

—Bueno, seguro que será mejor que tus desayunos. Eran tan malos que es muy sencillo hacerlos mejor. Cuando no quemas cosas, claro.

Jamis sabía a qué se estaba refiriendo Tallad. La primera noche que habían dormido juntos, Jamis ni siquiera había sabido encender la chimenea y casi había incendiado la cocina de Tallad al tropezarse con un leño ardiente.

—Pues que sepas que he mejorado. No mucho, pero ahora es comestible —se defendió Jamis como bien pudo. Habían llegado a la puerta principal sin encontrarse a ningún guardia. Abrió la puerta y el aire frío le golpeó el rostro con dureza. Miró al cielo y lo descubrió de un feo tono grisáceo, con agujeros blanquecinos aquí y allá entre los que se colaban los rayos de un sol moribundo. Una niebla espesa cubría el pueblo como un manto blanco, apenas dejando vislumbrar las casas más lejanas o los árboles del bosque que rodeaban Myria.

—Lo he intuido al ver que sigues vivo, contra todo pronóstico. —Tallad también miró al cielo y segundos después anunció—: Va a llover.

A Jamis le cayó una gota en la nariz.

Agarró a Tallad por la muñeca y lo llevó hasta la taberna entre risas mientras más gotas caían sobre ellos.

La sala estaba desierta a excepción de Abi. Aethicus e Itaria se sentaban en una de las mesas redondas, con dos sillas más que parecían estar esperándolos a ellos. Con sus dedos todavía rodeando la muñeca de Tallad, notó como se le aceleraba el pulso.

Con cierta reticencia, Jamis lo soltó y dejó que fuera Tallad el que se acercaba a la mesa. Era algo que debía hacer él, no Jamis.

Avanzando unos pasos por delante de él, Tallad llegó a la mesa con una sonrisa tensa en el rostro.

—Hola, Aethicus. Itaria —los saludó Jamis, haciendo breves inclinaciones con la cabeza. La muchacha, mucho más recuperada y con algo de color en las mejillas, le devolvió el gesto con delicadeza y una sonrisa en los labios que iba dirigida a Tallad.

Las presentaciones se hicieron rápidamente; después se sentaron y se sumieron en un silencio tenso e incómodo, tan solo interrumpido por los crujidos de la madera cada vez que Abi caminaba al otro lado de la barra y el repiqueteo de las gotas de lluvia en las ventanas. A su lado, Tallad temblaba ligeramente y Jamis conocía el motivo. Aethicus seguramente los había visto durmiendo en la misma cama cuando les había subido la ropa a la habitación y, aun así, Jamis sabía que era evidente que entre Tallad y él no había solo amistad. Pero no sabía cómo Aethicus e Itaria reaccionarían.

Jamis podía soportar los gritos, los insultos e incluso con los golpes, por desgracia no habría sido la primera vez. Su propio padre había sido el primero en insultarle cuando le vio precisamente con Tallad; no había vuelto a hablar con él. Así que sí, Jamis podía aguantar, siempre lo hacía, pero sabía que Tallad no. Él se paralizaba, se encogía y era incapaz de reaccionar. Y, aunque hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían visto, los temblores de Tallad le decían que su reacción sería la misma.

De repente, Aethicus carraspeó, con las mejillas rojas como si tuviera mucho calor, aunque en el interior de la taberna hiciera bastante frío.

—¿Desde cuándo os conocéis? —preguntó el capitán, titubeante. A su lado, Itaria animaba a Aethicus a continuar con una sonrisa. Jamis no sabía en qué momento se habían hecho tan amigos, pero no se le olvidó que tenían una conversación pendiente con la chica sobre lo que había ocurrido la noche en la que la encontró.

—Hace bastante tiempo, en realidad. Tallad es un viejo amigo de Vyarith —contestó Jamis al mismo tiempo que le daba una patada a Itaria por debajo de la mesa para que dejara de reírse; sin embargo, lo único que consiguió era que la muchacha tuviera un ataque de tos intentando disimular las carcajadas.

Aethicus le dio unas palmaditas en la espalda e Itaria le dirigió una mirada de reproche a Jamis, aunque en seguida se le pasó y volvió a sonreírle.

—En Sarath apenas hay elfos, ¿verdad? —inquirió Itaria cuando pudo dejar de toser.

—No son muy abundantes. El mejor lugar para nosotros es Vyarith. —La voz de Tallad sonaba un poco aguda por los nervios. Con las manos escondidas debajo de la mesa, Jamis le agarró la mano y le dio un ligero apretón de ánimos—. De todas formas, vivo en la isla de Elwa, donde casi toda la población es élfica, así que... —Tallad se encogió de hombros.

—A Tallad se le ha olvidado decir que es profesor en la Academia de Elexa —añadió Jamis, con una media sonrisa. ¿Cómo podía no haberlo dicho? Ser profesor en esa academia era algo casi imposible y más para alguien tan joven como Tallad. Jamis estaba orgulloso de él, no podía negarlo.

—¿Eso significa que estamos ante un hechicero elfo? Jamás creí que viviría para ver a uno —dijo Aethicus con una mirada de interés. Hasta se reacomodó en la silla para poder estar más cerca de Tallad, aunque por el camino le dio una patada a Itaria en la espinilla.

—Bueno, antes de que volvamos a golpear a la pobre Itaria... —Aethicus susurró un «lo siento» rápido—, si no recuerdo mal teníamos cosas de las que hablar. Aethicus, deja de hacer el idiota, Tú y yo hablaremos más tarde. —Se giró hacia Itaria y vio como la chica tragaba saliva con fuerza—. Itaria, ¿tienes algo que contarnos? Ya sabes, sobre hace dos noches.

Jamis se fijó en las miradas que había entre Aethicus e Itaria y como escudriñaban de reojo a Tallad. Claramente no sabían ser disimulados.

—Podéis confiar en él, os lo prometo —continuó Jamis—. No contará nada de lo que se diga aquí. Sobre todo, porque para que contara algo primero tendría que estar prestando atención.

Las mejillas de Tallad se volvieron rojo en segundos y bajó la mirada hacia su regazo, con una sonrisa divertida bailando en sus labios.

—Al menos podrías haber fingido estar en la conversación —le susurró Jamis al oído.

—Paso, es un gasto de energía inútil —se burló Tallad, aunque Jamis sabía que, a partir de ahora, el elfo estaría atento a lo que dijera.

—Bueno, ¿qué queríais saber? —preguntó Itaria de repente. Su rostro había perdido toda la diversión y se había vuelto muy serio, con la mandíbula apretada, manos encima de la mesa, entrelazadas con fuerza; los ojos paseaban por los tres hombres que la rodeaban, esperando una respuesta, aunque Jamis estaba seguro de que sabía por dónde iban los tiros.

—¿Quién eres? —Jamis no se entretuvo en preguntar, si quería respuestas directas, tenía que ser directo—. ¿Y qué ocurrió realmente esa noche? No te atrevas a decirme que te tenían cautiva, sé bien que no es así. Vi las miradas entre tú y ese chico.

—Rhys Breen —susurró Itaria; después, dejó salir un suspiro y añadió—: Mi nombre es Itaria Niree. Me encontré con Rhys y Laina hace unas semanas y Rhys se ofreció a ayudarme a buscar a mi hermana pequeña, Mina.

—¿Qué le ha ocurrido a tu hermana? —inquirió Tallad. Jamis se dio cuenta de que estaba frunciendo el ceño y se preguntó qué era lo que estaba pasando por su cabeza en ese momento.

—Myca Crest, la Reina. Eso fue lo que ocurrió. Nos está buscando, a las dos. Antes de encontrarme con Laina y su grupo, un roc se llevó a mi hermana. Nos habíamos detenido en las ruinas de Koya para pasar la noche, en una de las casas abandonadas y, de repente, esa bestia entró atravesando las ventanas y se la llevó. No sé por qué no me llevó a mí también. Intenté luchar contra el roc, pero me dio un golpe y me quedé inconsciente; cuando me desperté, Mina ya no estaba y poco después aparecieron Rhys y Laina. Rhys aceptó ayudarme a encontrarla, aunque no encontramos nada. Hace unas noches nos atacaron unos brujos y apenas logramos salir con vida. Nos reunimos con Laina y el resto en la cueva donde nos encontraste. —Itaria miró a Jamis. Nadie se había atrevido a decir nada mientras ella hablaba, demasiado enfrascados en su historia como para atreverse a interrumpirla—. Laina te atacó después de matar a ese ladrón que había intentado meterse en nuestra cueva. Supongo que creyó que ibas con él o tan solo no quería que nadie se acercara a nosotros, no lo sé. Rhys se asustó y pensó que, si me atrapabas junto al resto, no podría seguir buscando a mi hermana, así que se nos ocurrió fingir que me tenían secuestrada. Lo siento —añadió por último, bajando ligeramente la cabeza hacia Jamis.

—No pasa nada, lo entiendo.

—Gracias —murmuró Itaria. Tenía la voz ronca, como si estuviera intentando no echarse a llorar.

—¿Y Laina? ¿Sabes qué es Laina? —preguntó Aethicus. Entendía el interés del capitán por saberlo. Laina había dejado a uno de sus guardias con el cerebro frito.

Itaria negó con la cabeza, aunque de pronto se detuvo, abrió los labios y dudó.

—Tal vez... Sé lo que era Rhys y creo que Laina tiene algo que ver con él. Pude ver sus auras, pero ambos eran capaces de esconder lo que eran, así que sé que ambos eran muy poderosos. Sin embargo, sí noté que tenían algo en común sus auras.

—Aethicus —lo llamó Jamis, viendo que volvía a abrir la boca para hablar. Itaria no parecía encontrarse muy bien después de contar su historia.

Dejaron que Itaria se marchara al piso superior, a descansar en una de las habitaciones. Aethicus, que parecía haber perdido el interés en estar con ellos, se marchó y Abi les trajo el desayuno, gachas, té recién hecho y pan de centeno. Jamis engulló sin miramientos. La enfermedad del veneno lo había dejado famélico, como si no hubiera ingerido nada en una semana y no en menos de un día. Cuando ya llevaba la mitad del desayuno, se detuvo para darle un sorbo al té y, de reojo, vio que Tallad comía lentamente, con el ceño todavía fruncido. Estaba preocupado o al menos, inquieto.

—¿Qué ocurre? —inquirió Jamis, dejando el vaso con el té y acercando una mano a la mejilla de Tallad.

—¿Podemos hablar en un lugar más privado? No —dijo de repente al ver que Jamis se levantaba de la silla—. Necesitas recuperar fuerzas, así que come primero. No es tan urgente.

Jamis asintió, aunque no pudo evitar empezar a preocuparse. ¿Qué le estaba pasando por la cabeza para que estuviera así? Había sido a raíz de la conversación con Itaria. ¿Pensaría que la chica mentía? A Jamis no le había parecido que fuera una mentirosa, aunque no se consideraba como alguien que detectara los embustes con facilidad. La historia de Itaria le había parecido convincente, tal vez eludiendo ciertos puntos, pero Jamis consideraba que era más por no ponerse a llorar que porque les estuviera ocultando información. Aunque ahora dudaba.

Jamis terminó antes de comer y esperó a que Tallad se acabara su desayuno. Él no lo decía, pero se había dado cuenta de que Tallad todavía seguía cansado después de haberle curado la noche pasada. Él necesitaba recuperar fuerzas, pero Tallad también.

Lo llevó a su habitación y al entrar se sintió más tranquilo, casi seguro. Hacía tanto tiempo que no se quedaba más de unos días en un sitio que había olvidado lo que era tener un sitio al que llamar hogar. La habitación de una taberna de pueblo no era un hogar, por supuesto, pero era la primera vez en años que Jamis pensaba en esa palabra y no lo hacía en pasado. Añoraba tener un lugar, un pequeño rincón en ese gran mundo, al que llamar suyo.

Sacudió la cabeza. No podía pensar en esas cosas ahora, no cuando la mirada de Tallad se paseaba nerviosa por la habitación.

—¿Qué haces? —preguntó Jamis, dejándose caer en el colchón; soltó un suspiro de alivio. Dioses, realmente había echado de menos ese cuartucho suyo.

—Nadie nos escuchará aquí, ¿verdad?

—A no ser que pongan la oreja en la puerta, no. ¿Vas a decirme qué te ocurre? Estás muy extraño.

Tallad asintió y se acercó a él con pasos suaves. Se sentó a su lado en la cama y Jamis se reacomodó para poder mirarle directamente a los ojos.

—Esa chica, Itaria...

—¿Sí?

—Creo que está mintiendo. O no mintiendo exactamente, pero... —Tallad abrió y cerró la boca, como un pez, indeciso de las palabras que usar—. Jamis, la antigua familia real del Reino de Etrye llevaba el apellido Niree.

—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo? —Jamis no se lo podía creer. Hizo memoria e intentó recordar algo sobre las clases de historia que había recibido de niño, pero apenas recordaba nada. Sabía que Etrye había sido un reino y que había caído hacía más de cien años, pero apenas recordaba nada más. En ese entonces, Jamis había estado luchando como mercenario en el sur, en Wah-Jah y las noticias que le habían llegado habían sido escasas y muchas veces contradictorias.

Pero haciendo un esfuerzo, Jamis pensó que Tallad tenía razón. El apellido le sonaba mucho. No lo había pensado antes, pero si Tallad decía que era ese, debía serlo. El elfo sabía más de historia que él.

—Y aún hay más —continuó Tallad—. He estado haciendo memoria y recuerdo que las dos últimas princesas de Etrye se llamaban justamente Itaria y Mina. Fueron hijas del rey Aowyr Niree, aunque tuvieron diferentes madres. ¿Y sabes qué? Ambas eran Guardianas, Jamis. Las dos. E Itaria tiene... algo.

—¿Algo? Una descripción más precisa sería interesante.

—No seas borde. Además, no es algo fácil de explicar. —Tallad hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas. Jamis frunció los labios. No debería haberle hablado así. Se acercó a él y le dejó un beso en el hombro; después, apoyó la mejilla en el mismo sitio y notó como Tallad se relajaba un poco bajo él.

El hombre buscó su mano y entrelazó los dedos con los suyos. Jamis quería besarle. Deseaba besarle con una desesperación que hacía que sintiera un vacío en su estómago, como si le faltara algo. Pero no quería hacerlo en medio de esa conversación que le hacía sentir escalofríos en la espalda si se ponía a pensar con profundidad en todas las palabras de Tallad. Si tenía razón con respecto a Itaria... Jamis acalló ese pensamiento a gritos mentales.

—Ibas a explicarme qué es lo que has sentido en ella —le susurró unos minutos después, cuando se dio cuenta de que Tallad todavía no había dicho nada.

—Es como si estuvieras rodeado de vida. Y antes de que me digas que no tiene sentido, ya lo sé, pero es la única forma que tengo de explicarlo —añadió, como si le hubiera leído el pensamiento—. Transmitía algo cálido y suave y agradable. Cuando se ponía nerviosa se volvía más violento, como una tormenta y al terminar su historia se había vuelto más débil, pero todavía estaba ahí.

—¿Por eso sabes que es una Guardiana? Si te soy sincero no sé mucho sobre ellas, tan solo que son una especie de conducto de los Dioses a este mundo. Como un canal para sus poderes.

—Es una buena definición —asintió Tallad con una sonrisa. Dejó caer la mejilla sobre la coronilla de Jamis y durante unos instantes deseó que esa conversación se terminara pronto para poder hablar con Tallad de cosas más agradables—. Aunque no, no es por eso por lo que lo sé, o al menos no la razón principal. Lo que he sentido solo me hace reafirmarme en mis sospechas. Las princesas Itaria y Mina Niree fueron las primeras Guardianas que nacieron dentro del seno de una familia real. No se tienen muchos registros de las Guardianas, pero como su caso trascendió fuera de Etrye, se tiene constancia.

—Entonces, ¿estás seguro de que es la misma Itaria? Podría estar usando el apellido Niree y no ser la misma princesa, o tal vez ser una descendiente suya.

Tallad negó con la cabeza.

—No, creo que es la misma. Además, si ella y su hermana son Guardianas, sería la razón por la que Myca Crest las estaría persiguiendo. Sé que no sabes mucho sobre ella, pero...

—Sé que es una bruja a la que nadie le cae bien —lo interrumpió Jamis—. Y cuando alguien dice su nombre, la gente se echa a temblar.

—Como resumen, sí, esa es Myca Crest. Pero lo principal es que lleva años buscando a las Guardianas.

—¿Y nadie sabe para qué?

—No. Sus motivos los tienes bien guardados y solo su familia los conoce. Al parecer no comparte nada fuera de su círculo más íntimo y aquellos que la siguen lo hacen por fervor, miedo o dinero. —Tallad suspiró y negó. Parecía cansado de esa conversación.

Jamis se movió en la cama hasta llegar al cabecero, donde apoyó la espalda; después, le tendió una mano a Tallad, invitándolo a unirse a su lado. En menos de cinco segundos estaba su lado, con los brazos rodeándole el cuerpo y la cabeza apoyada en su pecho. Jamis lo envolvió también con sus brazos, apretándolo contra sí mismo. El cabello del hombre le hacía cosquillas en la barbilla y Jamis podía oler el aroma a lavanda de su pelo y el de la ropa limpia.

Cerró los ojos durante unos instantes, disfrutando de la sensación de estar los dos juntos de nuevo. Sabía que tenían una conversación pendiente, pero Jamis no quería sacarla en ese momento. Era una conversación dolorosa y nada agradable; ya tendrían tiempo para sacar a relucir todos los errores de su pasado. Pero ahora tan solo deseaba sentir a Tallad, saber que estaba a su lado.

—Jamis —susurró Tallad de repente. Abrió los ojos y lo miró, esperando a que continuara hablando—. ¿Esto significa que podemos volver a intentarlo? Tú y yo... ya sabes

—Sí. Si tú quieres, claro. —Jamis tenía miedo. ¿Y si Tallad decidía que no valía la pena y le decía que no? Se había ilusionado en las últimas horas como un niño pequeño, no sabía cómo podría soportar una nueva separación con Tallad y menos si ni siquiera llegaban a intentarlo.

—Sí quiero —respondió a toda velocidad. Se separó de él lo suficiente como para mirarlo, incorporándose hasta que estuvieron a la misma altura. A Jamis tan solo le dio tiempo a pensar que deseaba besarlo antes de que Tallad estampara sus labios contra los suyos.

Jamis gimió y hundió los dedos en el cabello de Tallad. No quería que se apartara de él. El beso empezó siendo suave, pero pronto se hizo más profundo, más intenso. Los dedos de Tallad le recorrieron los brazos, la nuca, hasta llegar a su garganta. Los sentía fríos contra el calor de su propio cuerpo y la ligera presión de sus yemas en una zona tan sensible le hizo estremecerse. Entonces, Tallad le rodeó la garganta y lo separó ligeramente de él, sin permitirle moverse.

Los labios de Tallad le recorrieron la barbilla, la mejilla, tan suaves que eran un mero roce contra su piel. Jamis notaba el peso del hombre encima de sus piernas y lo único que quería era acercarlo más a él. Tallad descendió dejando ligeros besos por la columna de su garganta, sin dejar de sujetarlo, antes de volver a subir hasta sus labios. Su lengua se hundió en su boca, el beso lento y profundo, como si quisiera aferrarse a su alma y no soltarse nunca.

Se detuvieron para coger aire, ambos jadeantes. Afuera, la lluvia se había convertido en una verdadera tormenta, la lluvia golpeaba con furia contra la ventana, y apenas entraba luz en la habitación. Lograba ver la forma de Tallad encima de él, aunque no mucho más.

—Te he echado de menos —susurró Tallad, tan cerca de él que, al hablar, sus labios se rozaron de nuevo.

—Yo también te he echado de menos.

Los dedos de Jamis bajaron hasta la cintura de Tallad, buscó el final de su camisa y enterró las manos debajo.

Un gritó agudo desgarró el aire. Duró apenas unos segundos, pero fue suficiente como para ponerle los pelos de punta. Notó los dedos de Tallad aferrándose con fuerza a su camisa.

—Jamis, ¿qué ha sido eso? —La voz de Tallad estaba teñida de miedo.

Con cuidado, apartó a Tallad de encima y se levantó de la cama. El grito, aunque había sonado con tanta fuerza que había reverberado por toda la habitación, Jamis estaba seguro de que no estaba cerca. En realidad, estaba seguro de que venía de fuera.

—¿Vas a salir? —inquirió Tallad, ya en pie a su lado. Jamis asintió con la cabeza—. Te acompaño. Nos protegeré con magia.

Jamis deseó tener su espada, pero debía seguir en la habitación de Aethicus. Buscó uno de sus cuchillos de reserva que guardaba en la cómoda; sentir el peso del acero le hizo sentirse un poco más seguro.

Cuando salieron al pasillo, Jamis escuchó el sonido de otra puerta que se abría. Aferrando el cuchillo, se preparó para atacar... hasta que vio aparecer a Itaria.

—Me has asustado —masculló Jamis.

—¿Habéis escuchado ese grito?, ¿no ha sido imaginación mía?

—Me temo que no.

Bajaron a la sala principal de la taberna, donde encontraron a Aethicus pegado a una de las ventanas, observando el exterior; de Abi no había ni rastro. Jamis también se acercó, pero no era capaz de ver apenas nada a través de la gruesa cortina de lluvia. Lo único que pudo ver fue dos sombras en mitad de la plaza y aunque no pudiera verles los rostros, supo que sus miradas estaban dirigidas hacia ellos.

Jamis sabía que era una locura, pero aun así decidió salir. Aethicus intentó detenerle, pero por detrás escuchó a Tallad hablando con él ente susurros.

La lluvia le golpeó el cráneo con fuerza y en pocos segundos estaba empapado de pies a cabeza, con el cabello pegado a las sienes y la ropa adherida al cuerpo como una segunda piel, fría, húmeda y desagradable. A pesar del rugido del agua y los truenos, Jamis pudo escuchar un grito bajo, reverberante, que no llegaba a atravesar las paredes de la taberna. Era un grito siniestro, que calaba hasta los huesos como un tambor. Las piernas empezaron a temblarle y trastabilló con sus propios pies al intentar caminar. Un brazo alrededor de su cintura detuvo la caída.

Los ojos de Tallad estaban a apenas unos centímetros de su rostro y Jamis pudo ver perfectamente el miedo en ellos.

—¿Qué es eso? —escuchó susurrar a Aethicus. A su lado iba Itaria, con el rostro mortalmente pálido.

Jamis siguió la mirada del capitán y vio las dos figuras, que ahora se habían desplazado hasta el solitario puente de piedra. En el pueblo no quedaba nadie afuera, todos estaban refugiados de la tormenta en sus casas; solo ellos, los locos, se habían atrevido a salir.

Tenía la mano empapada por la lluvia, así que aferró el cuchillo para que se le deslizara de los dedos antes de empezar a caminar hacia el puente. Tallad lo siguió unos pasos por detrás y por el rabillo del ojo pudo ver que de sus dedos salía una débil luz azulada que le iluminaba la mano. Itaria parecía haberse recompuesto un poco y avanzaba siguiendo a Tallad; Aethicus cerraba el grupo.

Los dientes le castañeaban por el frío, que se hacía cada vez más y más intenso hasta que Jamis apenas pudo sentir su propio cuerpo.

Estaban muy cerca, pero ambos estaban de espaldas a ellos. Una era una mujer envuelta en una capa negra y otro era un chico vestido también de negro.

—¿Rhys? —escuchó decir a Itaria de repente. Antes de que pudiera evitarlo, la chica pasó por su lado y se tiró encima del chico, que se giró a toda velocidad y la atrapó entre sus brazos A Jamis le costó distinguir sus rasgos en mitad de la noche y la lluvia, pero cuando lo consiguió pudo ver el rostro pálido del chico que había capturado junto a Laina.

Itaria lo abrazó con fuerza mientras la mujer a su lado se daba la vuelta...

Jamis ahogó un grito.

El rostro no era el mismo, en realidad no se parecía en nada, pero Jamis reconoció a la perfección al fantasma que solía rondarle en los últimos dos meses como un pájaro de mal agüero. Sin embargo, ahora su cabello negro se mecía con lentitud a pesar de las potentes rachas de viento; sus ojos verdes eran normales, con sus párpados y todo, aunque estaban surcados de líneas verdes que resplandecían en mitad de la noche.

La mujer abrió los labios y Jamis se tapó los oídos. Aun así, su grito atravesó su cuerpo, como si estuviera vivo. El sonido subía y bajaba de intensidad, cambiando, ondulante, como si la mujer estuviera hablando. A su lado, Jamis vio como Tallad se arrodillaba en el suelo, como si fuera incapaz de soportar el grito. Aethicus estaba desmayado en el suelo e Itaria se aferraba a la ropa de Rhys, casi escurriéndose de sus brazos como si hubiera perdido toda la fuerza. De los cuatro, el único que parecía estar llevándolo mejor era Jamis, como si el grito no le llegara con tanta intensidad.

Entonces, de repente, se terminó y Jamis pudo volver a escuchar el repiqueteo de la lluvia en los tejados y en la piedra, el viento que movía los árboles con violencia hasta que parecía que en cualquier momento los arrancaría del suelo. Jamis se arrodilló al lado de Tallad y le apartó las manos con cuidado de los oídos; una fina línea rojiza se deslizaba desde ellos.

—Tallad, ¿estás bien? —inquirió, levantándole el rostro con miedo. Si se había atrevido a hacerle daño, Jamis no respondería de sus actos.

—Sí, sí... No te preocupes —murmuró Tallad. Después, con ayuda de Jamis, se puso en pie. Aunque estaba un poco mareado, los oídos ya no le sangraban y no parecía estar más herido.

—Rhys... —escuchó decir a Itaria, que se apartó del chico lo suficiente como para poder mirarle al rostro. Tampoco parecía herida. En realidad, de todos Aethicus era el que tenía peor cara, pero hasta él se había puesto en pie de nuevo—. ¿Qué es esa cosa?, ¿qué nos ha hecho?

—Es una kilena. Una mensajera de la Muerte —respondió el chico.

—¿Y cómo se supone que nos va a llegar su mensaje si solo ha gritado? —gruñó Jamis. Sujetó con más fuerza a Tallad contra su cuerpo. Puede que no le hubiera hecho daño, pero notaba que el elfo apenas tenía fuerza para mantenerse en pie. ¿Por qué a todos parecía haberles afectado tanto, pero a él no? Había visto la sangre en los cuellos de Aethicus e Itaria, así que al igual que Tallad los gritos les habían hecho daño en los oídos. Pero a él no, lo había comprobado.

—No ha gritado, esa es su forma de hablar cuando está fuera del Infierno. Vosotros no la entendéis, pero yo sí. Estoy aquí para traduciros su mensaje.

—¿Y cuál es?

Rhys miró a la kilina o como fuera y Jamis lo vio fruncir los labios en un gesto de disgusto. La mujer le dio un golpe con el codo, como incitándolo a hablar.

—Una muerte. Alguien va a morir.

El silencio que siguió a sus palabras solo se vio roto por los sonidos de la tormenta.

«¿Quién morirá? —se preguntó Jamis una y otra vez». No le quitó los ojos de encima a Tallad. Sentía un nudo en la garganta de preocupación y la amarga sensación de que aquello no había hecho nada más que empezar.

¡Espero que os haya gustado!

Recordad dejar vuestras teorías por aquí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro