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Capítulo 13

Arcar. 28 de abril.

Tiaby llegaba tarde.

Corría por las empinadas calles de Arcar, con la respiración agitada; sus botas golpeteaban contra las piedras. Hacía un día espléndido, sin una sola nube en el cielo claro de la mañana, aunque todavía hacía frío. Su ropa escasa apenas la protegía de las heladas rachas de viento que azotaban su cuerpo y congelaban el sudor de su piel.

Apretó más el paso. Tenía que llegar hasta la plaza principal de Arcar y como mínimo llegaba cinco minutos tarde. Lord Aron no era precisamente una persona paciente, así que Tiaby temía que el hombre se cansara y se marchara antes de que ella llegara.

Tardó varios minutos en subir una cuesta especialmente empinada y cuando estuvo arriba, sudaba y jadeaba tanto que tuvo que detenerse unos instantes para recuperar el aliento. Después continuó caminando, algo más lento.

Conforme más se acercaba al centro de Arcar, las casas se iban haciendo cada vez más lujosas, más grandes. Las ventanas pintadas de rojo contrastaban contra las paredes blancas y de su interior salían suaves y agradables sonidos de música que acompañaron a Tiaby en su recorrido. Los músicos ensayaban bajo las atentas miradas de los nobles, que debían comprobar que todo estuviera listo para recibir el Mercado de aquella noche.

Tiaby estaba emocionada. Era la primera vez que iba a poder ver el Mercado en todo su esplendor. De normal le era imposible asistir, porque se celebraba de noche y su padre hacía todo lo posible para que Tiaby no pudiera salir durante los días que se celebraba. Pero ahora no tenía que preocuparse por su padre y menos estando en Arcar. Aunque la ciudad estaba bajo los dominios de Zharkos, en la práctica Arcar se gobernaba a sí misma y su padre no tenía un poder real allí. La ciudad era dirigida por tres gobernadores que se elegían cada cinco años. Lord Aron era uno de ellos.

Por fin llegó a la plaza principal.

Era perfectamente redonda, de piedra grisácea y casi desierta. A pesar de ser el centro de la ciudad, el verdadero corazón de Arcar era su puerto y la plaza estaba demasiado lejos de este.

En el centro había una estatua de bronce en forma de águila con las alas desplegadas; su afilado pico se dirigía hacia el cielo despejado, casi como si quisiera perforarlo. Unos hombres y mujeres estaban colocando unas cuantas casetas de madera; vestían con los pantalones anchos y los chalecos de colores propios del Desierto de Nujal. No apartaban los ojos de las cajas de madera que descansaban a los lados, controlando que nadie se acercara demasiado a ellas. De reojo, Tiaby miró en su interior y vio brazaletes de cuero con detalles en bronce, pulseras y collares de cuentas, campanillas de cobre; tejidos de colores, chalecos de cuero marrón relucientes, pantalones de lino blanco y de algodón marrón. Había tantas cosas que se mareó.

Esa noche, Arcar se llenaría de vida con el Mercado Nocturno. Durante dos días al mes, la ciudad se dejaba inundar por los productos extranjeros, del anochecer al amanecer, sin descanso, sumida en una fiesta inagotable, en chillidos de vendedores, en intentos de regateos y en ladrones en busca de la mejor pieza de la colección. El Mercado recorrería la ciudad entera y habría pocas calles que no estarían en pocas horas repletas de gente que gritaba. Además, era tradición que los nobles de la ciudad abrieran sus puertas y ofrecieran música a todos los que se acercaran para escuchar y tomar dulces licores y vinos de copas refinadas.

Tiaby sacudió la cabeza. Tenía que centrarse en otras cosas, no en lo mucho que iba a disfrutar bebiéndose la bodega de los nobles con sus amigos.

Miró por toda la plaza hasta centrar los ojos en el Palacio de Ciria. Era un edificio de piedra beige que contrastaba con el gris de la plaza. Los extremos de la casa se curvaban hacia dentro, dando la apariencia de que protegía el lugar, salvaguardándolo de los ladrones de las calles menos lujosas que se extendían tras ella. En el tejado de la casa, y colocada justo en el centro, se encontraba una enorme cúpula blanca. Cuando los rayos del sol pasaban por ella, se iluminaba como si estuviera hecha de millones de trocitos de diamante; a Tiaby no le habría extrañado descubrir que era cierto. Los hombres y mujeres de Arcar eran los más ricos de todo el Reino de Zharkos. El comercio era muy intenso en la ciudad, principalmente por las pocas restricciones que ponían ante la entrada de los productos. Así que, aunque Mirietania tuviera una mejor posición en cuanto al mar se refería, era Arcar la que dominaba y dirigía el reino, para fastidio de su padre. El rey nunca había aceptado que Arcar tuviera tanta fuerza como para plantarle cara y negarse a doblegarse ante él.

Esperándola en los amplios escalones que llevaban hasta la puerta principal había un hombre flacucho, muy alto y de piel muy pálida. Vestía con sencillez, una túnica de color gris acero con botones de plata y por debajo unos pantalones negros junto a unas botas; un cinturón le ceñía la cintura y de él llevaba colgando una daga. Tenía los delgados brazos cruzados a la altura del pecho y, cuando vio a Tiaby acercarse, frunció los labios con fuerza y le dirigió una mirada de enfado.

—Ser la princesa de Zharkos no os da derecho a llegar tarde a las reuniones —comentó lord Aron con su habitual acento cuando Tiaby llegó a su altura. Procedía de Lagos y al igual que Aaray, conservaba su acento, aunque Tiaby había descubierto hacía un tiempo que lord Aron era capaz de camuflarlo a la perfección. El hecho de que lo dejara notar con ella era casi una muestra de confianza por su parte.

—Lo siento mucho. Con los preparativos del mercado de esta noche las calles están llenas de gente. Esperaba llegar más rápido. —Era una mentira. En realidad, Tiaby se había quedado dormida. Si no hubiera sido por Mikus que la había despertado, Tiaby seguiría dormida.

—Haberlo previsto. Ahora entremos. Hay muchas cosas de las que hablar y muy poco tiempo.

La puerta principal de doble hoja estaba entreabierta y lord Aron le hizo un gesto con la mano para invitarla a entrar. Tiaby obedeció y se adentró en el gigantesco complejo de pasillos y habitaciones que era el palacio. Solo había estado allí dos veces antes y en ambas ocasiones había para acompañar a su padre y a Aaray. Tiaby no conservaba muy buenos recuerdos de esas visitas. Su padre la había tenido encerrada en sus habitaciones, custodiada por soldados para que no se escapara; tan solo la había dejado salir para ir a cenar al salón principal. Tiaby recordaba haberse pasado horas en completo silencio, contando las flores del papel pintado que recubría las paredes de sus aposentos.

Se quitó esos pensamientos de la cabeza; no era un buen momento para recordar el pasado.

Siguió a lord Aron por los anchos y altos pasillos, decorados con un gusto exquisito. Las paredes eran blancas con vetas de oro y el techo estaba cincelado en forma de águilas y nubes que creaban la ilusión de estar al aire libre. El suelo estaba cubierto con gruesas alfombras y en las paredes colgaban cuadros. Cada pocos pasos, había nichos con estatuas de dioses o bustos de reyes y reinas de la antigüedad.

Lord Aron la guio hasta el final del pasillo, donde unas puertas de roble tachonadas con oro les dieron la bienvenida a un salón semicircular. Las paredes redondeadas estaban cubiertas de altísimas ventanas, aunque muchas de ellas estaban cubiertas por unas pesadas cortinas que apenas dejaban entrar la luz del sol. Una mesa alargada monopolizaba el espacio; encima de ella había una gran lámpara de cristal con las velas encendidas.

A pesar de que en el palacio todo era gigantesco y magnífico como solo el dinero podía comprar, había cierto aire de antigüedad desfasada que pendía en cada habitación. Ese palacio era de la época de oro de Zharkos, muchos años atrás. Ahora nadie podría permitirse construir un palacio como ese y mucho menos la Corona. Su padre se había encargado de ello personalmente, dilapidando cada moneda en sus caprichos.

Tiaby se sentó en una de las sillas mientras lord Aron servía dos vasos de un licor azulado de una mesa camarera cercano; después, se sentó a su lado, dejando un vaso delante de Tiaby. Con las manos temblorosas alrededor de la copa, hizo acopio de fuerzas para preguntar.

—Lord Aron, ¿hay alguna novedad desde el castillo? —Desde que había llegado a Arcar había estado esperando la reacción de su padre; sin embargo, en todo ese tiempo no se había pronunciado. Tiaby esperaba que jamás lo hiciera, aunque su padre siempre hacía lo contrario a lo que ella deseaba.

—El príncipe Galogan os está buscando, al igual que el capitán Terred. Han organizado varias patrullas, pero al parecer todos creen que os habéis dirigido hacia el norte, hacia Antana.

—¿Tenéis alguna idea de por qué creen eso? —Tiaby nunca había dejado entender que podría querer hacia Antana. Es más, tenía muy poco afecto por la ciudad.

Lord Aron se encogió de hombros al tiempo que daba un sorbo de su vaso. Tiaby hizo lo mismo; el alcohol le quemó la garganta al pasar, pero también le infundió un poco del valor que le faltaba en ese momento.

—Supongo que porque es un buen puerto. Desde Antana salen barcos hacia todas partes del mundo.

A Tiaby le pareció que lord Aron le estaba ocultando algo, pero prefirió no indagar más. Por el momento, al menos.

No le hacía ninguna gracia tener a Galogan siguiéndola. La pésima impresión que había tenido de él seguía fresca en su memoria y lo último que quería era saber que el príncipe heredero de Lorea iba tras ella. A diferencia de su padre, podía pagar a mucha gente para tener vigilados los caminos y los puertos desde Sarath hasta Vyarith. ¿Y si la encontraba? No tendría piedad con sus amigos. Consideraría que la habían ayudado a escapar y los mataría antes de llevársela con él. La sola idea de pasar el resto de su vida atada a Galogan como un perro le parecía tan repugnante que tenía ganas de vomitar. Y seguro que no se daría por vencido. Cuando no la encontrara en Antana, buscaría por todas partes hasta dar con ella.

—Creo que lo mejor será que me marche cuanto antes de Sarath. Cuanto más lejos esté del príncipe Galogan, más segura estaré.

—Es una buena idea, sí. A pesar de que Arcar es mucho más segura para vos que el resto de las ciudades de Zharkos, seguís estando demasiado cerca de vuestro padre. Y si llegara a sospechar que estáis aquí... —Lord Aron negó con la cabeza y a Tiaby no le hizo falta que terminara la frase para entender lo que quería decir. Por mucho que Arcar fuera casi independiente del reino, seguía formando parte de Zharkos. Su padre podría preferir ponerse en contra a todos los nobles de Arcar si con ello lograra dar con Tiaby.

—Tengo reservado un camarote en un barco que me llevará lejos de aquí. Si todo sale bien, nadie sabrá...

—Esperad —la interrumpió lord Aron de repente. Acercó una mano a ella y antes de que pudiera impedírselo, le agarró la mano con fuerza, obligándola a girarla con el dorso hacia arriba—. ¿De dónde habéis sacado esto?

Tiaby miró hacia su mano y vio el anillo que le había dado Idwa en la taberna. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo llevaba puesto. Desde ese día no se lo había quitado y había hecho todo lo posible para olvidarse de su presencia.

—Me lo dio... alguien. —¿Si le decía que Idwa era un vampiro la llamaría loca? Seguramente sí. Había veces que Tiaby pensaba que todo había sido una alucinación; otras, le parecía tan real que tenía miedo.

—¿Sabéis lo que es esto? —inquirió el hombre, apretándole los dedos entre los suyos hasta que le hizo daño.

Tiaby se zafó de su agarre y se alejó de él. No le gustaba la intensa mirada de lord Aron.

—No me importa lo que sea. Estábamos hablando de mi viaje.

—Ese viaje ya no importa. No os podéis marchar.

—¿Qué? ¿A qué viene ese cambio de idea? Hace apenas uno minutos habéis dicho que debía marcharme y ahora que no debo irme.

Tiaby no estaba entendiendo nada. ¿Qué se suponía qué era ese anillo que había hecho que lord Aron cambiara de opinión a tal velocidad? De nuevo, miró el anillo, esperando ver algo extraordinario en él, pero no. Era tan solo una vieja sortija de plata deslucida, con un símbolo grabado en él, tan desgastado que apenas se distinguía. Tiaby había tardado en darse cuenta de que se trataba de una orquídea rodeada de diez diminutas estrellas.

—No estoy entendiendo nada.

—Myca Crest. Guardianas —respondió lord Aron, la intensidad había calado su voz.

Tiaby había escuchado esas tres palabras de la boca de Idwa, aunque en ese momento había hecho todo lo posible por olvidarlas. No quería ser parte de ninguna misión para salvar a nadie, no cuando no podía salvarse ni a ella misma la mayoría de las veces. Así que, en la taberna, había escuchado respetuosamente al vampiro y después se había marchado arrastrando a un drogado Mikus hasta su apartamento.

—Quien os dio ese anillo —continuó el hombre—, os estaba reclutando. Y seguro que os contó muchas cosas que no será necesario que yo repita.

—Pero yo no quiero que nadie me reclute. Además, ¿cómo sabéis sobre todo esto? Esos son asuntos de...

—¿Asuntos de ocultos? —Lord Aron soltó una carcajada suave y se levantó de la silla con suavidad—. Princesa, no seáis ingenua. Nunca ha sido solo un asunto de ocultos. De todas formas, y como ya he dicho, si os dando ese anillo es porque necesitan algo de vos. Puede que no sea ahora, ni mañana. En realidad, puede que sea dentro de años, pero el caso es que os necesitan.

Tiaby también se levantó y se plantó delante de lord Aron. Tuvo que estirar el cuello para poder mirarle a los ojos. Dentro de ella ardía una furia tal que consiguió quemar la falta de valor que había tenido hasta ese momento.

—Y por la posibilidad de que necesiten algo de mí a saber cuándo, ¿tengo que dejar que mi padre me encuentre y me lleve al altar con una correa al cuello? No serviré de mucho estando casada con Galogan de Lorea.

Lord Aron hizo una mueca de fastidio. Tiaby había dado en el clavo y lo sabía. El hombre no parecía muy contento al darse cuenta de que ella tenía razón: no serviría de nada que la necesitaran si se casaba con Galogan. El poco poder con el contaba ahora se desvanecería en el momento en el que estuviera casada con el príncipe. Él se encargaría personalmente de ello, y más después de la huida de Tiaby.

—Así que decidme, lord Aron —siguió hablando Tiaby—, ¿qué hacemos? Bueno, más bien, ¿qué hago yo? No pienso tirar por la borda toda mi vida por una remota posibilidad.

—¿Incluso aunque eso supongo el fin de la vida tal y como la conocemos?

—Parece un poco exagerado. Por lo que me contó Idwa, el vampiro que me dio este anillo —Tiaby alzó la mano y lo señaló con furia—, no es más que una guerra entre ocultos, una que al parecer lleva años latente. No pasará nada porque una princesa sin corona no esté entre sus participantes.

Lord Aron soltó una carcajada ácida que la dejó desconcertada. Al terminar, la miró desde arriba con una sonrisa ladeada y Tiaby se sintió pequeña, en todos los sentidos.

—Dioses, había pensado que erais ingenua, pero en realidad sois estúpida. —Prácticamente escupió las palabras, como si fueran veneno. Un veneno para ella—. ¿En serio creéis que las luchas de los ocultos no nos afectan? Si Myca Crest gana en este juego, arrasará con todo y con todos.

—Parecéis conocerla muy bien, milord.

—Sí, por desgracia.

Lord Aron se llevó las manos al cuello y empezó a desabrocharse la túnica. Tiaby frunció el ceño. «¿Qué demonios está haciendo?» Cuando llegó hasta la mitad del pecho se detuvo y apartó la tela para revelar su torso. A Tiaby se le escapó el aire de los pulmones.

Encima del corazón había una telaraña de marcas blanquecinas que se extendía por el resto del pecho, contrastando contra la piel morena del hombre.

—Una de las hermanas de Myca Crest vivía en Lagos —dijo, su voz apenas un susurro, mientras empezaba a abotonarse de nuevo la túnica—. Un día, se acercó al pueblo donde yo vivía. Todavía desconozco el motivo, pero de repente empezó a masacrar a todo el mundo. Yo estaba en mi casa y salí al escuchar los primeros gritos. Les estaba sacando el corazón a la gente con las manos. Entonces me vio y se acercó a mí. Lo único que recuerdo es el dolor de sentir su mano clavándose en mi pecho, como si una fuerza invisible me atravesara los músculos y los huesos hasta llegar a mi corazón. Debí desmayarme en ese momento. Cuando me desperté, me dijeron en no había llegado a arrancarme el corazón porque había aparecido una mujer que la había detenido. Esas marcas que habéis visto son el recuerdo de esa mañana.

»Pero dio igual. La mitad de mi pueblo murió ese día tan solo por la rabieta de esa bruja. Imaginad lo que podrían hacer con un plan elaborado durante años y con las armas adecuadas para hacerlo. No, princesa, esto nunca ha sido solo cosa de ocultos. Esto nos atañe a todos y, aunque no os guste, ahora formáis parte también. Id haciéndoos a la idea cuanto antes.

***

Tiaby no había tenido fuerzas para debatir con lord Aron después de que le contara su historia. Había estado tan aturdida y asustada que había aceptado todos los cambios que el hombre había hecho en sus planes. Bueno, casi todos.

Había aceptado no marcharse de Sarath porque, según lord Aron, esa tal Myca Crest tenía su foco en ese continente. Sin embargo, se había negado a quedarse en Arcar, ni siquiera en Zharkos. Sus nuevos planes implicaban huir hacia Lagos, donde la influencia de lord Aron (y de Aaray, aunque el hombre no la hubiera mencionado), era todavía lo bastante fuerte como para confiar en que Tiaby estuviera segura.

—Pero tendréis que ir sola —le había dicho—. Un grupo tan grande como el vuestro llamaría demasiado la atención.

—¡Solo somos tres personas! Bueno, tal vez cuatro —añadió al pensar en Mikus. Tal vez el ladrón quisiera acompañarla si en de a Vyarith tan solo se iban a Lagos. Tiaby mantenía la esperanza, al menos—. El caso es que no somos tantos.

—Una persona es fácil de esconder. Tres o cuatro, da igual, no será tan sencillo. Lo siento, princesa, pero estoy pensando en vuestra seguridad, no en si os sentiréis o no sola.

Tiaby había aceptado sobre el papel. Cuando llegara la hora de marcharse, tal vez no siguiera sus consejos.

En el último momento, justo cuando ya estaba a punto de marcharse, lord Aron le había dado un papel con una dirección y escrita.

—Pasaos por ahí, cuanto antes mejor —le había ordenado—. Os vendrá bien para aprender un poco más sobre Myca Crest y las Guardianas. Con lo que os contó Idwa no será suficiente.

Tiaby no dijo nada sobre que, en realidad, ella no había aceptado ayudar a nadie. Pero no quería seguir discutiendo, no cuando sabía que iba a tener que explicarles a los chicos el cambio de ruta. Mikus se alegraría y Basra, seguramente; Efyr... no sabía cómo se lo iba a tomar el chico. Llevaba tiempo siendo amiga suya y todavía no entendía cómo funcionaba su mente. A veces era encantador y otras insoportable; cambiaba tan rápido de humor que era difícil seguirle el ritmo.

Se guardó el papelito en el bolsillo y caminó por las calles cada vez más abarrotadas de gente. Arcar empezaba a inundarse de voces en muchos idiomas diferentes, del olor de la comida en los puestos callejeros, de música. Se entretuvo un poco en un puesto de comida en el que se compró un bollo relleno de verduras y salpicado de semillas.

Se lo terminó cuando llegó a la puerta de su apartamento. Hizo acopio de valor por segunda vez en un día y entró. Durante el camino había estado buscando alguna forma de decirles a los chicos que ya no se iban a ir a Vyarith, pero no había encontrado ninguna. Al final, había decidido encomendarse a los dioses, espíritus, universo o la propia improvisación. Si la tenían que matar, lo harían de todas formas.

Los tres hombres estaban esperándola.

Basra y Mikus estaban jugando a las cartas sentados en el suelo, con jarras de cerveza a un lado. Ni siquiera se inmutaron cuando entró; estaban demasiado enfrascados en vencer al otro que no se dieron cuenta de su presencia. Efyr estaba sentado en el poyete de la ventana, con las largas piernas recogidas y apretadas contra su pecho. Apoyada en las rodillas, sostenía una libreta en la que escribía muy concentrado. Sin embargo, al escuchar la puerta, levantó la mirada y la miró de reojo antes de seguir apuntando lo que fuera que estuviera apuntando. Efyr solía llevar siempre una libreta con él. Después de tanto tiempo, Basra y ella habían dejado de preguntarle qué era lo que escribía en ella.

No quería hablar con nadie en ese momento. No tenía casi ninguna privacidad en ese apartamento y Tiaby no podía esconderse como habría hecho en el castillo, pero procuró pasar desapercibida.

Tiaby se acercó a la chimenea encendida y se calentó las manos mientras repasaba en su mente todo lo que había ocurrido ese día. Contempló el anillo que todavía rodeaba su dedo y maldijo en voz baja el momento en el que había ido con Mikus al Salón Rojo. Si no hubiera ido, no estaría metida en ese lío y ahora podría centrarse en su viaje a Vyarith. Lord Aron había trastocado todos sus planes y, aunque técnicamente estaba todo apalabrado, Tiaby sentía que había perdido todo el control. El plan de huir de Sarath era para librarse de su padre, de la estricta vida que había llevado allí; había querido cambiar de aires y de vida de forma tan desesperada y ahora... Parecía que había cambiado a un carcelero por otro. Lord Aron no lo había dicho directamente, pero no hacía falta ser muy inteligente para saber que no iba a tener mucha libertad cuando llegara a Lagos.

—Tia, ¿estás bien? —inquirió la voz de Mikus desde su espalda al mismo tiempo que le ponía una mano en el hombro. Tiaby se giró a toda velocidad y se encontró con el ceño fruncido del chico—. Te has quedado mucho tiempo mirando el fuego y no respondías. Me has preocupado.

Tiaby le puso los dedos encima de su mano. «Lo único bueno que podía tener ese viaje — pensó Tiaby—, era que tal vez Mikus aceptara irse también». No tenía mucha fe, no después de la conversación que habían tenido el otro día, pero no podía dejar de intentarlo.

—Han ocurrido cosas. —Se separó de él y de la chimenea. Efyr había desaparecido sin dejar rastro y Basra había ocupado su sitio en el poyete de la ventana—. Basra, deberías unirte. Esto nos concierne a todos.

—¿Durante la conversación con lord Aron? ¿Qué ha pasado?

—¿Están cerca los hombres de tu padre? —preguntó Basra.

—Ojalá —masculló Tiaby. Veía más sencillo librarse de un grupo de soldados que de un cambio de planes tan radical. Además, estaba todo ese asunto con Myca Crest. Solo sabía de su existencia en los últimos días, pero ya la odiaba. Por su culpa, ella estaba metida en todo ese problema.

Intentó contarles todo lo que había ocurrido desde que Mikus y ella habían visitado el Salón Rojo. Como habían drogado a Mikus de alguna forma, la extraña conversación con Idwa, el anillo que le había dado...

—Es un vampiro —les confesó en un murmullo. Temía que pensaran que estaba loca, que se lo había imaginado todo.

—Eso es imposible —replicó Basra, incorporándose en su asiento improvisado hasta quedarse sentado en el borde. Miró a Mikus buscando ayuda, pero de reojo Tiaby vio como este apartaba la mirada a toda velocidad y se rascaba la nuca. Tanto Basra como ella entendieron su gesto: Mikus siempre lo hacía cuando dudaba—. ¿Estás bromeando? ¿Es verdad?

Mikus asintió con la cabeza.

—¿Lo sabías desde hace mucho tiempo? ¿Lo sabías cuándo me llevaste al Salón Rojo? —preguntó Tiaby, girándose para encararlo. —Mikus volvió a asentir—. ¡Podrías haberme avisado! ¡Casi me dio un infarto cuando se me acercó y me puso esos putos colmillos en la garganta!

—¡No pensé que os veríais! Además, no le conozco directamente, pero sé que el Salón Rojo lo frecuentan los vampiros de la ciudad.

—Entonces, asumiendo que ese tipo es un vampiro...

—Que lo es.

—Sí, ya. —Basra entornó los ojos, contemplándolos a ambos como si esperara que en cualquier momento se empezaran a reír y le dijera que todo era una broma. Cuando no ocurrió, suspiró y continuó hablando—: Así, si ese tipo es un vampiro, ¿qué hacías tú en ese sitio? —Señaló a Mikus.

El chico se encogió de hombros, intentando escaquearse de responder. Pero tanto Basra como Tiaby lo miraban fijamente, esperando una contestación. La verdad, parecía extraño que Mikus acudiera al Salón Rojo sabiendo que estaba lleno de vampiros. ¡Dioses! Tiaby había estado rodeada de vampiros todo el tiempo. Las camareras, los clientes... ¡El músico! Recordaba cómo había estado bebiendo un líquido rojo y espeso. ¿Sería sangre? Seguramente. La idea le revolvió las tripas.

—Voy de vez en cuando —replicó Mikus—. Me gusta el ambiente, tienen buen vino... No hay nada más, lo prometo.

Mikus se cerró en banda. Tiaby lo notó al instante al ver cómo cambiaba la expresión de su rostro.

—Bueno, no importa ahora mismo —comentó Basra, notando el ambiente tenso que había en la habitación—. Lo importante aes dejar que Tiaby continue con su historia. Seguro que hay mucho más.

Ella asintió y terminó de contarles todo lo que había sucedido esa mañana con lord Aron. Cuando por fin terminó tenía la garganta seca y le dolía de hablar tanto, pero se sintió aliviada de compartirlo con sus amigos. Tiaby valoraba su opinión y ahora más que nunca la necesitaba.

—No me gusta que lord Aron no permita que vayamos contigo —admitió Basra—. ¿Y si es todo una trampa? Me parece sospechoso.

—A mí también —estuvo de acuerdo Mikus—. No creo que debas ir sola.

—De todas formas, lord Aron ya me ha advertido de que debo ir sola. ¿Cómo lograría colaros en el viaje? —Tiaby se había estrujado el cerebro buscando una forma de conseguir llevar a sus amigos con ella, pero no se le había ocurrido ninguna forma. Sabía que lord Aron estaría pendiente de todos sus movimientos y en el momento en el que viera algo sospechoso... Tiaby no sabía qué haría, pero tampoco tenía ganas de descubrirlo.

—Podríamos ir por separado —sugirió Basra, frotándose la barbilla con una mano—. Si supiéramos si va a ser por mar o por tierra, podría planear nuestro viaje, pero con tan poca información... —Negó con la cabeza—, no se me ocurre nada. Hay muchas posibles rutas por las que podría llevarte.

—¿Recuerdas algo de tu conversación con lord Aron que nos pueda ayudar, Tiaby? —inquirió Mikus. Todavía estaba tenso, pero parecía haberse relajado un poco o al menos fingía lo bastante bien como para que Tiaby pensara así.

Tiaby hizo memoria, frunciendo el ceño hasta que notó una punzada de dolor en la frente; pero al final negó con la cabeza con un suspiro.

—No hay nada, lo siento.

Basra soltó un suspiró y asintió con la cabeza.

—Está bien, no te preocupes. —Se detuvo un momento e hizo una mueca con la nariz, pensando—. Mikus y yo podemos intentar averiguar algo.

—Y yo...

—Deberías quedarte aquí. Si lord Aron está trabajando para tu padre es posible que te haya mentido sobre el príncipe Galogan. Puede que ahora mismo esté en las calles, buscándote.

—Seguramente lord Aron sabrá que es aquí donde me alojo.

—Ahora mismo, todo es posible. Pero si te quedas aquí, puedo mandar a alguien que tenga vigilado la casa. Sabremos si hay alguien espiándote.

Tiaby asintió. Tal vez fuera la mejor opción.

Mikus y Basra se acercaron y empezaron a cuchichear. De vez en cuando le echaban miradas a Tiaby, que se había acercado de nuevo a la chimenea. De repente se había quedado helada, como si al terminar de contar lo que había sucedido su cuerpo se hubiera quedado sin energía.

Entonces, los chicos se despidieron de ella y se quedó a solas... y sin saber qué hacer. Los chicos se afanaban por encontrar respuestas mientras ella no hacía absolutamente nada. Incluso Mikus, que se había opuesto al viaje desde el primer momento, estaba fuera recorriendo las calles junto a Basra. Efyr había desaparecido y no sabía dónde estaba, pero seguro que al menos estaba haciendo algo. Tiaby ni siquiera podía aspirar a salir de casa. Aunque había estado de acuerdo con Basra, eso no significaba que estuviera contenta con la idea.

Tiaby caminó hacia la ventana y se asomó. Si tenía suerte todavía podría ver a los chicos. Los encontró por el sombrero de Mikus. Se estaba poniendo la capa y el sombrero y la pluma destacaba entre el mar de gente. Basra iba hablando distraído, pero Mikus miró a ambos lados de la calle repleta de gente; Tiaby le vio fruncir los labios desde allí. Se alejaron de la casa calle abajo, en dirección al muelle, y los perdió de vista cuando torcieron a la derecha, hacia una calle secundaria y estrecha. Tiaby sacó el cuerpo por la ventana, sujetándose con fuerza al alféizar para no caerse. Muy a lo lejos, consiguió ver las velas plegadas y los altos mástiles de los barcos, apenas una mancha contra el azul del cielo. Una ráfaga de aire le llenó las fosas nasales con el olor a mar que ella tanto amaba.

Suspirando, volvió a meter el cuerpo en la habitación y miró hacia la calle. Bajo ella, hombres y mujeres iban montando unos coloridos tenderetes bajo el abrasador sol. Las lonas eran de cientos de colores brillantes que pronto inundaron la calle. El Mercado Nocturno no empezaría hasta la medianoche, pero ahora Tiaby ya no sabía si iba a poder disfrutarlo. Incluso aunque ya no viviera bajo su mismo techo, su padre seguía controlando su vida, como una sombra sobre ella de la que Tiaby parecía ser incapaz de huir.

Se suponía que esa noche la iban a pasar visitando cada tenderete, cada casa con las puertas abiertas, disfrutando del mercado al que tal vez nunca más volverían a ver. Tiaby se habría despedido de cada rincón de la ciudad, de sus olores, del habla familiar que la había acompañado toda su vida. No había podido hacerlo con Mirietania, pero tenía pensado hacerlo con al menos con Arcar. Después, Mikus y ella habrían buscado algún lugar solitario donde pasar la noche. Lo tenían todo planeado... bueno, lo habían tenido planeado.

«Ojalá te mueras pronto, padre. Tú, Galogan y todos. Ojalá os muráis todos —pensó con odio». Ahora mismo incluso la idea de pensar en Aaray la enfurecía.

De repente, escuchó unos suaves golpes en la puerta principal. Tiaby caminó hacia ella y la abrió, pero ya no había nadie. Escuchó los pasos apresurados de alguien que bajaba los escalones a toda velocidad. Tiaby se lanzó a hacia las escaleras sin pensarlo, tropezándose con sus propios pies. Estuvo a punto de caer rodando, pero logró detener la caída en el último momento y siguió saltando los escalones. Podía verle la espalda —estrecha y apenas cubierta por una fina camisa sucia—, pero era incapaz de seguirle el ritmo.

Cuando llegó a la calle, ya lo había perdido. Intentó encontrarlo en medio de la muchedumbre, pero había demasiada gente y Tiaby se encontró mareada y perdida durante unos segundos, con la respiración acelerada.

—¡Maldita sea! —exclamó en mitad de la calle. Un par de personas se giraron y se quedaron mirándola. Tiaby volvió a maldecir. Se suponía que no debía bajar, que debía quedarse en la casa. ¿Y si todo eso era una trampa para capturarla?

Asustada, corrió hacia el interior, hacia la seguridad que le ofrecían las cuarto paredes de su casa. Cerró la puerta tras ella... y algo crujió bajo su bota. Al mirar hacia abajo descubrió un papel arrugado debajo de la suela. Apartó el pie y se agachó para recogerlo. Aunque no había ninguna firma, Tiaby reconoció la letra como la de lord Aron. La había visto multitud de veces, en cartas, documentos e invitaciones que llegaban al castillo.

Id a la biblioteca de Arcar. Os están esperando. Descubriréis muchas cosas allí que os servirán para comprender vuestra nuestra situación.

No ponía nada más.

Tiaby frunció el ceño. Recordaba vagamente la biblioteca de Arcar, pero solo la había visitado una vez hacía años. De todas formas —y aunque deseaba ir para averiguar a qué se refería—, Tiaby no sabía si era buena idea. Si los chicos llegaban a casa y no la encontraban, se asustarían.

Buscó la pluma de Efyr, con la que había estado escribiendo en su cuaderno. Le costó encontrarla porque el chico la había escondido en el interior de su bolsa. Al sacar la pluma y la tinta, Tiaby vio también la libreta de Efyr y estuvo a punto de sacarla y mirar en su interior. Pero se contuvo. Ella no era nadie para cotillear entre las cosas de su amigo.

Tiaby garabateó un mensaje rápido en el mismo papel. Después, cogió una de las dagas que Basra guardaba en la casa y clavó el papel en la pared. A toda velocidad, apagó el fuego de la chimenea y salió corriendo de nuevo.

Tardó quince minutos en llegar hasta la biblioteca

Se encontraba en una pequeña plaza, todavía más solitaria que la plaza principal de Arcar. La biblioteca era un edificio alto y estrecho. Las ventanas estaban hechas de hierro oscuro y la puerta principal era grande y pesada, de madera clara, con unos dibujos tallados en ella en forma de espirales y punto; estaba abierta de par en par, invitándola a entrar.

Tiaby subió los pequeños escalones de madera y entró. Un largo pasillo de suelo de madera y paredes azul oscuro actuaba de recibidor. En las paredes había una multitud de espejos de plaza colgados. A ambos lados de Tiaby se abrían sendos arcos blancos.

El lugar estaba totalmente vacío y sus pisadas resonaron por todo el pasillo, la madera crujiendo bajo sus botas. No sabía a dónde ir, así que probó yendo hacia la izquierda.

El arco daba paso a una habitación alargada, con las paredes forradas de estanterías. En el medo de la sala había dispuestas largas mesas de aspecto macizo, rodeadas de sillas. De vez en cuando, entre las estanterías aparecían unos atriles de madera oscura que sostenían libros cubiertos por unas cristaleras cuadraras que evitaban que se estropearan. Al fondo de la habitación, Tiaby vio una escalera de hierro en forma de caracol subía a un segundo piso. El techo encima de ella era de cristal y Tiaby podía ver perfectamente lo que había en el segundo piso.

Con curiosidad, Tiaby se acercó a uno de los atriles. Estaba casi escondido en una esquina, muy alejado de la entrada, como si alguien quisiera que pasara desapercibido. El cristal que lo cubría estaba roto, un agujero lo suficientemente grande como para que entrara una mano sin mucho esfuerzo. Tiaby lo comprobó. Rozó con los dedos el pequeño libro. Entonces escuchó unos pasos que recorrían el piso superior.

Se giró a toda velocidad, con una disculpa ya preparada que murió en sus labios.

Tiaby nunca había visto un elfo. Nunca había soñado con ver uno, tampoco. Y, sin embargo, había uno parado en el último escalón de la escalera de hierro, todavía con una mano apoyada en la barandilla de hierro. Tenía un aspecto juvenil, con el cabello rubio atado en una coleta alta que dejaba ver las puntiagudas orejas. Llevaba una túnica corta de color azul hielo, con las mangas anchas; en los puños y el cuello tenía un bordado con un motivo de pájaros. Bajo la túnica llevaba unos pantalones azul oscuro y unas botas de caña alta.

—Creía que llegarías antes.

—Lord Aron me hizo llegar una carta hace apenas veinte minutos. He venido lo más rápido que he podido.

El hombre descendió el último escalón y se dirigió hacia ella con andares ligeros. Tenía una forma de caminar que hacía que Tiaby se preguntara si siquiera sus pies llegaban a rozar el suelo o si sencillamente iría flotando de un lado a otro.

—Bah, no intentes justificarlo. —Hizo un gesto desdeñoso con la mano al tiempo que pasaba por su lado. La tela de su túnica le rozó la mano a Tiaby, que se estremeció. Estaba tan fría que era como sujetar un trozo de hielo con las manos desnudas.

El elfo la evitó y se dirigió hacia al atril. Tiaby se giró para no perderlo con la mirada. Con mucho cuidado, metió la mano en el agujero del cubo de cristal y sacó el libro. Lo sujetó entre sus largos dedos como si no fuera nada... antes de echarle una mirada de reojo a Tiaby y arrojárselo de forma descuidada.

Lo atrapó al vuelo, aunque ni siquiera sabía cómo lo había hecho.

—¿Por qué...? —empezó a decir.

—Lo estabas mirando, ¿verdad? Puedes quedártelo. Es un libro insignificante.

Tiaby no estaba entendiendo nada. ¿A qué venía esa actitud tan altiva? No la conocía de nada, era imposible que ya le hubiera dado una mala impresión o que no le cayera bien, ¿cierto?

Con el corazón latiendo a toda velocidad en su pecho, Tiaby siguió al elfo con la mirada, que caminó hasta una de las mesas. Se sentó en una de las sillas y colocó los pies encima de la mesa, sin apartar los ojos de ella. Una sonrisa ladeada bailaba en sus labios, como si él supiera muchas más cosas que ella y fuera muy consciente de su desventaja. Era cierto, en realidad. Tiaby iba totalmente perdida, dándose golpes como si tuviera los ojos vendados.

Todavía nerviosa, se armó de valor y se acercó al elfo. Sujetaba el pequeño libro con fuerza entre sus dedos, como si temiera que, de repente, se le escapara y cayera al suelo. Se sentó en una silla cercana antes de que las piernas le flaquearan.

—Lord Aron me ha mandado aquí. Dijo que ayudaría a entender mi... situación.

—Sí, me explicó algo. Aunque, si te soy sincero, no sé qué espera que haga. —Él empezó a juguetear con los anillos que llevaba en la mano derecha, sacándolos y deslizándolos por sus dedos, como si le ayudara a pensar mejor. Tras unos segundos de silencio tenso, añadió—: Solo te haré una pregunta, princesa —sonrió todavía más—, ¿qué te han explicado sobre las Guardianas?

—Que son algo así como las portadoras de poder de los Dioses. Y que están en peligro porque Myca Crest, una bruja, las está cazando.

El joven asintió un par de veces.

—Ese libro que llevas entre tus manos lo intentaron robar hace unos años unos esbirros de Myca Crest. Mi predecesor los detuvo, aunque lograron arrancar un par de páginas. Desde entonces, la Reina, como todos llaman a Myca, está más activa que nunca.

—¿No sabes qué había en esas páginas?

—No. Yo no estaba aquí cuando ocurrió y, de todas formas, ese libro es insignificante para . Tengo cosas más importantes con las que trabajar como para que me interese un viejo libro de cuentos humanos.

Tiaby sentía la gélida mirada del hombre puesta en ella. Apartó los ojos, incapaz de seguir enfrentándose a ella y los posó en el libro que seguía entre sus manos. Lo abrió y pasó las frágiles y quebradizas páginas hasta que dio con las páginas que habían sido arrancadas. El papel estaba mal cortado, como si los hubiera pillado in fraganti y hubiera tenido que huir de repente, arrancando las páginas de mala manera.

—¿Puedo llevármelo? —preguntó Tiaby, pasando los dedos por los bordes desgarrados del papel.

—Haz lo que quieras. De todas formas, todo lo que lord Aron quería que te explicara está en ese libro. O al menos la versión humana de toda esta historia. No me necesitas para nada más, así que, si no te importa... —Alzó un brazo y señaló hacia los arcos que llevaban a la salida. Tiaby no necesitó preguntar nada para entender lo que le estaba diciendo: que se largara.

Se levantó y, sujetando el libro contra su pecho, se marchó. Cuando llegó a los arcos, se giró para despedirse, pero el elfo ya no estaba. Miró hacia los lados y hacia el piso superior, pero no vio nada. Era como si se hubiera desvanecido por arte de magia, tal vez literalmente.

Tiaby regresó a casa casi corriendo. El cielo se fue tiñendo de suaves naranjas y azules oscuros conforme ella iba caminando. A su alrededor, las calles estaban tan abarrotadas que era casi imposible caminar con normalidad. Fue empujando a la gente sin pensar, protegiendo el libro con sus brazos.

Cuando llegó a casa, Tiaby se dio cuenta de que ni siquiera le había preguntado al elfo cómo se llamaba, aunque era obvio que él sí sabía quién era ella. Sacudió la cabeza. Eso ya no importaba. Dudaba mucho que volviera a encontrarse con él.

Además, ahora tenía que enfrentarse a los sermones de sus amigos.

Al llegar a la puerta del piso, cogió aire, se armó de valor y entró sin pensar.

¡Espero que os haya gustado este pequeño maratón! No descarto hacer más en los próximos días, así que prestad atención.

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