Capítulo 11
Cerca de Myria. 27 de abril.
Itaria todavía sentía frío.
Desde la noche anterior, el frío no la había abandonado, como si se le hubiera colado en el interior de los huesos y no pudiera sacárselo de encimo. Rhys la había envuelto en mantas y se había encargado de mantener encendida una hoguera mientras ella tiritaba una y otra vez.
Itaria se había despertado esa mañana con un intenso y paralizante dolor de cabeza. No recordaba lo que había ocurrido después del ataque de los brujos. Tenía recuerdos de estar luchando contra ellos y después... nada. Rhys se lo había aclarado al levantarse.
—Me temo que te llevé al Infierno y... Te desmayaste. Lo siento —se tiró al suelo, con las manos juntas en un gesto de súplica—, no me puse a pensar en lo que te ocurriría. Solo quería sacarte de ahí cuanto antes y...
—Está bien, Rhys. No pasa nada —le había asegurado Itaria. ¿Cómo iba a juzgarlo? Había querido salvarla. No, la había salvado. Si no los hubiera transportado, habrían acabado con ellos, de eso estaba segura. Sufrir escalofríos, dolor de cabeza y pasar unos días más débil parecían un precio pequeño a pagar para ella.
Pero para Rhys no parecía suficiente.
Se sentía realmente culpable por haberla arrastrado hasta el Infierno y desde esa mañana apenas habían hablado. Rhys tan solo le había dirigido la palabra cuando lo creía indispensable, como si hablar con ella le recordara su supuesto error. Cada vez que Itaria trataba de sacar algún tema de conversación, Rhys se marchaba y no volvía hasta media hora más tarde. Así que, al final, dejó de intentarlo, aunque tan solo fuera para que el chico no se marchara de su lado.
Itaria no soportaba verlo así de desolado. Su rostro estaba mortalmente pálido y tenía profundas ojeras debajo de los ojos; seguro que apenas habría dormido esa noche, sintiéndose demasiado culpable como para descansar. En las dos semanas que llevaban viajando juntos, Itaria había aprendido que Rhys se tomaba muy enserio cualquier cosa que tuviera que ver con su seguridad, como si para fuera vital que ella estuviera sana y salva en todo momento. No parecía entender que eso era imposible cuando se tenía a todo un ejército de ocultos dirigidos por Myca Crest persiguiéndote. Itaria lo había aceptado hacía años, pero Rhys no comprendía que el peligro formaba parte de su vida como sus poderes o Mina.
Mina... Solo pensar en el nombre de su hermana se le hizo un nudo en la garganta. ¿Dónde estaría?, ¿estaría bien? Nadie sabía qué era lo que quería Myca Crest de las Guardianas, pero no podía ser nada bueno cuando prácticamente las cazaba como si fueran conejos. No por primera vez, Itaria deseó ser Mina. Si pudiera ahorrarle a su hermana todos los sufrimientos del mundo, lo haría con todo el gusto.
En realidad, tenía algo en común con Rhys en ese momento. Ambos se culpaban por haber puesto en peligro la seguridad de otra persona. La diferencia era que Itaria lo había perdonado al instante, mientras que ella no sabía si podría pedirle perdón a Mina o sería ya demasiado tarde. Sacudió la cabeza. No, encontraría a Mina. Tenía que hacerlo. No se detendría hasta que su hermana pequeña estuviera de nuevo con ella.
Regresó a la realidad con un chasquido de la madera que ardía en la hoguera. Rhys estaba al otro lado, con las largas piernas encogidas y los brazos rodeándolas. Tenía la mirada perdida en las llamas e Itaria no sabía cómo pedirle que se metiera bajo las mantas junto a ella, como siempre hacían. Echaba de menos su calor, la forma de su cuerpo contra el suyo, sus caricias y su olor. Dioses, echaba de menos su voz, sus sonrisas, pero las verdaderas. Rhys sonreía mucho, pero pocas veces eran reales; casi siempre fingía que estaba más contento de lo que estaba en realidad. Pero Itaria había visto alguna que otra de esas sonrisas y eran... hermosas. Se le iluminaban los ojos y torcía la comisura derecha. En los últimos días, Rhys fingía menos y sus sonrisas eran más reales que nunca, como si se estuviera relajando con ella. Itaria se enorgullecía de pensar que se sentía a gusto a su lado, pero ahora... Bueno, era incluso peor que cuando se conocieron.
Contempló unos minutos al chico, hasta que no pudo soportarlo más tiempo.
—Tienes que dejarlo yo —soltó. Su voz sonaba ronca y se dio cuenta que tenía la garganta seca.
—¿A qué te refieres?
—Lo sabes perfectamente, no finjas lo contrario. Deja de culparte por algo que desconocías.
—Casi te maté.
—¡Me salvaste la vida, Rhys! Si no nos hubieras sacado de allí, ahora ninguna de los dos estaría con vida.
Rhys negó con la cabeza, como si no quisiera seguir escuchando sus argumentos. Se levantó de un salto y empezó a pasearse por la amplia cueva. Abría y cerraba las manos, intentando relajarse, pero no parecía estar funcionando. Las sombras y luces de las llamas le daban un aspecto cadavérico e Itaria se preguntó cuántas horas de descanso y comida se habría perdido. Si lo que quería era desfallecer de puro agotamiento, estaba yendo por buen camino.
Entonces el chico se detuvo de golpe, de espaldas a ella y con las manos cerradas en puños con tanta fuerza que los nudillos se le tornaron blancos y parecía que el hueso le fuera a atravesar la piel.
—Tendría que haberlo sabido —susurró con la voz rota—. Si te hubiera pasado algo...
Ni siquiera fue capaz de terminar la frase. La voz se le rompió antes de terminar con un grito ahogado.
Itaria se levantó y caminó hasta él, rodeándolo hasta encararlo. Rhys tenía los ojos cerrados y la piel pálida; debajo de los ojos tenía bolsas púrpura y los labios se los había mordido tanto que tenía cortes carmesíes en ellos.
Puso las palmas en sus hombros y notó como temblaba ligeramente bajo ellas.
—Mírame, Rhys —murmuró Itaria. Estaba a apenas unos centímetros de su nariz y podía notar el calor reconfortante del chico contra ella. ¿Cómo podía pensar que estaba enfadada con él? Cuando Itaria lo único que quería era abrazarlo y besarlo y no soltarlo nunca.
Lentamente, Rhys abrió los ojos y la miró dese arriba, mordiéndose de nuevo el labio inferior. Ascendió una mano desde su hombro, pasando por su cuello, hasta la mandíbula y la recorrió con suavidad, sin apartar la mirada de él. Rhys todavía temblaba, pero había una mezcla de tormento y emoción sincera en sus ojos que le hacía dudar de la causa de sus temblores. ¿Le gustaba su tacto o estaba pensando todavía en que se sentía culpable?
Itaria se armó de valor.
Se inclinó y rozó sus labios con los de Rhys, con tanta suavidad que hasta a ella le pareció irreal. Rhys se quedó rígido en sus brazos y durante unos instantes Itaria temió haber malentendido todas sus señales. Entonces, Rhys reaccionó y lo que había empezado como un beso suave se convirtió en una tormenta. Le pasó las manos por los brazos, una mano ascendiendo hasta llegar a su nuca mientras que la otra se cerraba alrededor de su cintura, apretándola contra él al tiempo que profundizaba el beso hasta que a ambos se les escapó un gemido de placer.
Había deseado hacer eso desde hacía días, pero una vocecita en su mente siempre le decía que no lo hiciera. La idea de que pudiera haber muerto sin besar a Rhys le había dado alas. ¿Cómo había podido ser tan estúpida de no besarlo antes? En ese momento la idea le resultaba tan incomprensible que no llegaba a entenderlo.
Cuando se separaron para recuperar el aliento, miró a Rhys, que tenía los labios hinchados y los ojos pegados en ella. En algún momento, Itaria había dejado caer la mano de su hombro a su pecho; ahora sentía en los dedos el tamborilear del corazón de Rhys. Era tan reconfortante como nada que Itaria hubiera sentido en toda su vida.
—No estoy enfadada contigo, Rhys. ¿Me crees ahora?
—¿Solo me has besado para demostrármelo? —Había una nota de dolor en la voz de Rhys que fue incluso peor que la culpabilidad que había sentido antes.
—No, nunca pienses eso. Llevaba tanto tiempo deseando hacerlo... que creía que me moriría si no te besaba ya. —Itaria acarició el rostro de Rhys y él presionó con fuerza su mejilla contra su palma. Unos instantes después, giró el rostro e Itaria sintió sus labios cálidos en su piel. Dejó un beso en la base de la mano y después fue subiendo; le agarró la muñeca con los dedos. Itaria se escuchó gemir, casi sin ser consciente de que ese sonido venía de ella.
—Yo también llevaba mucho tiempo queriendo besarte. Pero tenía miedo. —La voz de Rhys era un susurro lleno de necesidad, la misma necesidad que se enroscaba en el estómago de Itaria y la convertía en una cosa temblorosa. Hacía tanto tiempo que no pensaba en su propio placer que se le había olvidado lo agradable que era sentirse tan deseada.
—¿De qué tenías miedo?
—De que me rechazaras. Tengo miedo de no ser suficiente para ti.
—Jamás digas eso. Eres perfecto, Rhys. Perfecto, maravilloso y mucho más de lo que jamás me habría permitido soñar. —Se le hizo un nudo en la garganta cuando Rhys la apretó con más fuerza contra su cuerpo. Soltó su mano y colocó ambos brazos rodeándole la cintura. Con cada roce de su piel con la suya, Itaria sentía mil escalofríos recorriéndola.
Antes de que pudiera pensar, Rhys volvió a capturar sus labios, con una pasión y un deseo que parecían reflejos del suyo. Hundió su lengua en su boca y el beso escaló en segundos hasta convertirse en el mejor de los infiernos. Rhys era cálido, suave, fuerte, apasionado... y tantas cosas más que Itaria se sentía mareada.
Sus dedos se deslizaron hasta su cabello y se hundieron en el enmarañado cabello negro al tiempo que Rhys bajaba una mano hasta su muslo y lo apretaba. Después lo subió hasta que lo tuvo rodeándole las caderas. Itaria gimió al sentir su erección presionando contra ella. Con más valor del que tenía, bajó una de las manos hasta el borde del pantalón... y subió por el interior de su camisa, burlándose de él.
—Eres cruel —susurró Rhys, su aliento rozando sus labios húmedos e hinchados. Pero Rhys tenía una media sonrisa en el rostro y los ojos empañados por el placer mientras Itaria subía y bajaba los dedos por su pecho y su abdomen, recorriendo las líneas de su cuerpo, los bultos y los huecos que formaban sus músculos.
Rhys soltó un grito de sorpresa al notar como sus yemas llegaban de nuevo a los cordones de su pantalón y más abajo... Y entonces Rhys se apartó de su lado. Dejó caer su pierna y se giró, dándole la espalda.
Itaria estaba tan desconcertada por el violento cambio que le costó entender lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué se había apartado?, logró pensar cuando su cerebro retomó el control de su cuerpo. ¿Habría hecho algo mal?
Estaba repasando mentalmente todas las cosas que podría haber hecho para molestar a Rhys cuando escuchó las voces. Estaban cada vez más cerca y provenían del estrecho pasaje que conectaba el sistema de cuevas con el exterior. Segundos después, vio aparecer a Laina, seguida de Druse y Elden. Era la voz del chico la que había escuchado.
Ninguno de los tres tenía buen aspecto. Laina tenía profundas ojeras en el rostro y la ropa manchada de barro; mechones de cabello negro se le escapaban de la coleta que llevaba anudada en la coronilla. Druse tenía los pantalones rotos a la altura de las rodillas y restos de polvo en las mejillas y las manos, mientras que Elden cojeaba al caminar; su hermana lo ayudaba a mantenerse en pie.
Por primera vez, entendió que Rhys no se había separado porque no quería estar con ella, sino para que no los encontraran en una situación comprometida. Incluso ahora estaba delante de ella, cubriéndola con su cuerpo, como si deseara darle el tiempo suficiente para recuperarse. Discretamente, Itaria se reordenó el cabello y la ropa torcida; pero no podía hacer nada con los labios enrojecidos. Laina le echó una mirada evaluativa e Itaria supo que no podría ocultar las evidencias de lo que habían estado haciendo. De lo que casi habían hecho.
Dioses. Había estado a punto de acostarse con Rhys. La sola idea la hacía enrojecer y no de vergüenza o de arrepentimiento, sino de pura emoción. Quería gritar, reír, cantar, bailar y cualquier cosa que se le ocurriera. Estaba tan feliz que parecía que el corazón se le fuera a salir del pecho en cualquier momento.
No prestó mucha atención. Escuchaba la voz inquisitiva de Laina y a Rhys respondiendo a sus preguntas, pero no fue consciente de nada. Hasta que notó una palma cálida rodeándole su propia mano. Supo de inmediato quién era. Apretó con suavidad los dedos de Rhys entre los suyos unos instantes antes de que el chico la arrastrara hasta el suelo. Se sentaron alrededor de la hoguera e Itaria se dio cuenta de que ya no tenía frío. Hacía unos minutos había estado tiritando y ahora todo su cuerpo seguía ardiendo con el incendio que Rhys y ella habían iniciado.
El chico no le soltó la mano en ningún momento. Itaria sintió la mirada intensa de Laina a través de las llamas de la hoguera. ¿Se le pasaría algo por alto a esa mujer? Se sentía desnuda bajo su escrutadora mirada, como si pudiera sentir todos y cada uno de sus pensamientos y emociones.
«Maldita sea Laina —pensó». Si no hubiera llegado, seguiría entre los brazos de Rhys. Ahora necesitaba tocarlo y no podía. Sin embargo, unos segundos después se reprendió a sí misma. Laina estaba allí porque Rhys la había llamado para intentar convencerla de que los ayudara a encontrar a Mina. Puede que los hubiera interrumpido, pero no podía molestarse con ella por estar allí cuando con su ayuda podría encontrar a su hermana.
—El viaje ha sido largo y estamos cansados —comentó Laina, pasando los dedos por una manga de su abrigo en la que había una gran roncha de barro seco—. Lo mejor sería que nos fuéramos a descansar cuanto antes, pero primero quiero saber para qué me has llamado, Rhys.
El chico le dirigió una mirada a Itaria y le dio un apretón de manos antes de empezar a contar esos últimos días. Lo mal que había ido la búsqueda de Mina, la falta de pistas, lo agotados que estaban... Cuando terminó, le contó a Laina sobre el ataque de la noche anterior. El silencio que siguió cuando acabó su historia le puso los pelos de punta a Itaria. Ya estaba nerviosa por la respuesta de Laina a sus exigencias y ese silencio tenso no le ayudó nada.
Laina contempló las llamas con la mirada perdida, pensando con intensidad. Mientras, Elden y Druse se miraron un par de veces y Itaria no se le pasó desapercibida la nota de preocupación que había en sus ojos. ¿Habría ocurrido algo mientras estuvieron separados? Claramente no tenían buena cara y tenían la ropa sucia y desgarrada. ¿Alguien los habría atacado? ¿Era posible que Myca Crest los hubiera seguido aun cuando Itaria ya no se encontraba entre ellos?
De reojo, miró a Rhys; tenía el ceño fruncido y miraba a Laina pensativo. Al parecer no era la única que pensaba que allí ocurría algo extraño.
—Laina —dijo por fin Rhys, tras unos minutos más de silencio incómodo—, ¿qué está ocurriendo? Hay algo que no nos están contando.
Por primera vez en mucho tiempo, Laina alzó la mirada del fuego y parpadeó como un gran búho, desconcertada. Era como si se le hubiera olvidado que ellos estaban ahí.
—Unos brujos nos siguieron una vez nos separamos —empezó a contar Laina, con la voz cansada y casi hasta aburrida—. Al principio pensé que me estaba inventando la sensación que tenía, pero de repente nos atacaron hace un par de días. A Elden lo hirieron en la pierna. Pero está bien, ¿verdad, Elden?
El chico levantó un pulgar con una sonrisa. En algún momento se había sentado en el suelo y había estirado las largas piernas delante de él. Observándolo mejor, Itaria se dio cuenta de que tenía la pierna izquierda colocada en una posición que no parecía muy cómoda y un gran bulto en el centro del muslo que pensó serían vendas. A excepción de eso, Elden se veía bien, incluso mejor que su hermana y Laina; aunque ellas se veían tan cansadas que no era algo bueno, precisamente.
—¿Ves? Estamos bien. Solo necesitamos descansar. Cuando sepa qué hacemos aquí, por supuesto —añadió. Hasta ese momento, Laina había estado hablando como si solo Rhys estuviera en esa cueva, pero entonces giró el rostro y miró a Itaria con los ojos entrecerrados.
—¿Sabes cómo o por qué os siguieron? ¿Y quién podría ser? — preguntó Rhys, dándole otro apretón de manos al mismo tiempo, como si intentara darle ánimos para enfrentarse a Laina.
La mujer tan solo se encogió de hombros. No parecía importarle mucho. Debía pensar que ya no era importante. Si estaban allí quería decir que se habían desecho de esos brujos como fuera, y Laina no parecía ver la importancia que tenía saber si era Myca Crest o no la que los había seguido.
—Fuera quien fuera quien nos siguiera, ya da igual. Nos encargamos de ellos y no volverán a darnos problemas. Ni a nosotros ni a nadie —comentó Laina despreocupadamente, dando respuesta a los pensamientos de Itaria.
Armándose de valor, Itaria se decidió a responder las dudas de Laina de una vez por todas.
—Rhys te llamó por mí —dijo con un hilo de voz.
—¿Por qué no me sorprende? Últimamente todo lo que hace Rhys es por ti. Tu madre no estará contenta —agregó. «Y tú tampoco pareces contenta —pensó Itaria con acidez». No sabía por qué le caía tan mal a Laina, pero empezaba a molestarle su actitud para con ella.
—Me da igual mi madre y lo que piense, ya deberías saberlo después de tanto tiempo.
Laina se encogió de hombros, no sabía si porque no le importaba o porque no quería discutir en ese momento. O tal vez fuera algo más. Laina era muy difícil de descifrar, en realidad, y la mayoría de las cosas que pensaba de ella, estaban cogidas con pinzas.
—El caso es —retomó Itaria la palabra antes de que pudieran seguir discutiendo—, que como no hemos encontrado ninguna pista de Mina me preguntaba si podrías ayudarnos.
Itaria se esperaba un no rotundo, como la última vez. Ya estaba haciendo planes mentales para marcharse a la mañana siguiente y seguir con la búsqueda de Mina. Entonces, Laina habló.
—Lo sopesaré, pero no esperes nada de mí.
A Itaria le costó entender lo que Laina estaba diciendo. Ni siquiera se había planteado esa opción. En realidad, si hubiera sido por ella nunca habrían avisado a Laina, pero Rhys había insistido una y otra vez hasta que ella había aceptado mandarle esa carta días antes. La respuesta de Laina no era un «sí», pero tampoco era el «no» que había estado esperando. En comparación, parecía un gigantesco avance con la vez anterior.
—De todas formas, hablaremos mañana —sentenció Laina—. Es hora de que nos vayamos a dormir, ¿no creéis? Todos estamos agotados y estas cosas tan... delicadas, es mejor hablarlas con la cabeza despejada.
Itaria quería exigirle una respuesta. Necesitaba esa respuesta o se volvería loca pensando toda la noche en esa conversación. Estaba a punto de replicar cuando notó que Rhys le daba un pellizco en el dorso de la mano que la hizo saltar; no le dolió, pero sí le sorprendió. Miró al chico con los ojos entrecerrados, molesta por su interrupción, y vio a Rhys negando con la cabeza, como si le hubiera leído la mente y supiera lo que había estado a punto de hacer.
Se levantó con gracilidad y tiró de la mano de Itaria para que lo imitara. Le dio las buenas noches al resto de forma apresurada y la arrastró hasta una de las cuevas adyacentes, a la más lejana posible. Los sinuosos pasillos de piedra estaban tan oscuros que Itaria era incapaz de verse la mano y tenía que ir con cuidado de no tropezar con las piedras sueltas o con no chocarse con la espalda de Rhys.
—No veo nada, Rhys —le dijo después de chocar sin querer su rodilla contra el borde afilado de lo que parecía una roca sobresaliente de la pared.
—Oh, lo siento. —El chico se detuvo de golpe e Itaria se estampó contra su espalda de nuevo. Se frotó la nariz con la mano al tiempo que notaba como Rhys se daba la vuelta y la encaraba. No podía ver nada, pero sentía sus movimientos a través de la mano que tenía apoyada en su pecho.
De repente, una luz apareció entre los dedos de Rhys, iluminando ligeramente el corredor oscuro y proyectando luces y sombras en las paredes de piedra. Iluminó también el rostro de Rhys, muy pálido y marcó todos sus ángulos de una forma casi terrorífica. Itaria tragó saliva con fuerza. Vivir con Mina le había hecho temer a la oscuridad, a las Sombras que se deslizaban silenciosas protegidas por la penumbra... Se estremeció sin poder evitarlo. Había sentido una de esas frías manos rozarle el esternón.
Rhys se dio cuenta.
—¿Estás bien? —Alzó la mano libre y la colocó en su mejilla con suavidad. Tenía los dedos casi tan fríos como se sentía ella. Era como volver a estar en el Infierno, con ese horrible frío penetrando sus huesos hasta su mismo centro. Temía convertirse en una estatua de hielo en cualquier momento.
—S-sí —consiguió decir, pero Rhys no la creyó ni un poco.
—Itaria, estás congelada. —En los ojos de Rhys había preocupación. Dijo algo más, pero Itaria no fue capaz de entenderle; solo escuchaba un agudo pitido que cubría por completo su voz, por mucho que Itaria tratara de enfocarse en oírle.
Al final, Rhys la arrastró con suavidad hasta una pequeña cueva y la sentó en el frío suelo, con la luz que había invocado flotando cerca de ella. No sabía lo que le estaba ocurrido. ¿Era posible que fueron los últimos coletazos de su viaje al Infierno? Era la única posibilidad que se le ocurría para ese frío antinatural que le recorría el cuerpo.
No supo cuánto tiempo estuvo allí, sumida en un estado semiinconsciente, pero entre un parpadeo y otro, había aparecido una pequeña hoguera delante de ella y varias mantas le cubrían los hombros y las piernas. Rhys se había colocado tras ella después de tumbarla en el suelo y la abrazaba con fuerza. Itaria sentía su calor y como, poco a poco, la sensación de frío iba despareciendo de su cuerpo. El calor empezó a sustituirlo y con el calor también vino el sueño. Sus ojos empezaron a cerrarse y antes de que se diera cuenta estaba dormida.
Laina contempló incrédula como Rhys e Itaria se marchaban juntos. Conocía bien esas cuevas y sabía que el chico estaba llevándola a lo más profundo del sistema de cuevas, como si quisiera apartar a la Guardiana de ella. Como si eso fuera siquiera posible. Laina era capaz de sentir el aura desagradable que desprendía esa chica. Había maldecido mil y una veces cuando había recibido el mensaje —dos semanas antes—, de que tenía que encontrar a Itaria Nyree y más al saber qué Guardiana era. Su presencia cerca de ella era como tener miles de escorpiones subiendo por todo su cuerpo, escarbando en su piel. Pero a los escorpiones podía matarlos. A esa chica tenía que mantenerla con vida hasta que la entregara. Y no había nada que Laina deseara más que deshacerse de la molesta presencia de la chica.
Sin embargo, lo que más le preocupaba era Rhys. Parecía haberse encariñado con ella y eso la inquietaba y molestaba al mismo tiempo. ¿Es que no se daba cuenta de que el tiempo que tenía con ella era limitado? En poco tiempo se separarían, quisiera Rhys o no. Y, aunque su tiempo juntos no fuera tan corto, tampoco habría durado mucho esa relación. La Muerte y la Vida no podían coexistir y al final Itaria seguramente lo abandonaría, destrozándolo en el proceso.
En los más de cuatro años que Laina conocía a Rhys, nunca le había visto acercarse a una chica o a un chico. Parecía indiferente a cualquier tipo de relación romántica o incluso al sexo. Es más, había huido de cualquier tipo de relación por miedo. Laina lo entendía. No debía ser fácil para él después de lo que le había ocurrido a Lyanne. Temía encariñarse con la gente. Y, sin embargo, eso era justo lo que había hecho con Itaria.
Resopló al tiempo que se levantaba.
Elden se había acostado cerca del fuego, con la pierna herida rígida. Se estaba recuperando bien, pero todavía tardaría unas semanas en estar a pleno rendimiento. A su lado, Druse miraba las llamas mientras se mordía los labios.
—Voy a salir un rato. Estad atentos y no dejéis que la hoguera se apague —les advirtió con un tono más rudo del que había querido. Estaba más enfadada de lo que ella misma se había dado cuenta, pero no quería pagarlo con ellos. No tenían la culpa de nada.
Druse hizo un movimiento con la cabeza y movió rápidamente las manos en el enrevesado lenguaje que Elden y ella habían creado. Laina se marchó.
Druse no podía hablar, nunca había podido, en realidad. La gente pensaba que era rara y reservada, porque Elden siempre tenía que traducirla. Secretamente, Laina había golpeado a la gente que se había atrevido a hablar así de Druse. Por extraño que fuera, la joven chica era la única a la que Laina respetaba y a la única por la que se había permitido sentir afecto en los últimos años. Le recordaba a su hija.
La brisa le secó el sudor de la frente y de la nuca. Laina se quitó el largo abrigo que todavía llevaba puesto y lo tiró en el interior de la cueva después de sacar la pequeña plaza redonda que llevaba guardada en uno de los bolsillos. El metal estaba frío entre sus dedos. Jugó con él mientras caminaba por el bosque. La luz de la luna apenas penetraba en aquella zona, los árboles demasiado juntos por encima de ella, así que el lugar estaba sumido en una semipenumbra que le resultaba tranquilizante. Siempre le había gustado la oscuridad. Era el momento perfecto para los amantes, la muerte y los secretos. Sobre todo, la muerte y los secretos.
Se alejó caminando hasta que estuvo a una distancia considerable. No creía que la seguirían, pero Laina prefería ser precavida y alejarse de la cueva.
Se detuvo cuando encontró una gran roca en mitad del camino. Trepó por ella hasta la cima y observó su alrededor. Apenas se veía nada en medio de la oscuridad. Laina cerró los ojos y extendió su poder... y no encontró a nadie cerca. Podía sentir las leves vibraciones que producían las auras de Druse y Elden, todavía despiertos; Rhys e Itaria estaban dormidos y sus vibraciones eran mucho más lentas y profundas. No percibía nadie más cerca.
Abrió los ojos y saltó de la roca. Ese era un buen lugar. Dejó caer el círculo de metal en el suelo después de rozar una pequeña runa grabada en él. El centro, donde había un círculo más pequeño de cristal opaco, se iluminó con una tenue luz azul pálida que parpadeaba hasta que se quedó estática. Entonces, una figura empezó a materializarse delante de ella a partir de la luz. Unos segundos más tarde, Laina estaba mirando al rostro de Elyas, con sus nerviosos ojos recorriendo el bosque que se extendía tras ella.
—Ya pensaba que no ibas a llamarme —dijo su amigo con una temblorosa sonrisa. Elyas siempre estaba nervioso. Hacía años que él y Laina se conocían, tanto que ya había aprendido a pasarlo por alto. Era solo una más de las peculiaridades de su amigo—. La verdad, pensaba que habrías matado a la chica y te habrías dado a la fuga.
—Yo no me doy a la fuga, Elyas. Deberías saberlo.
—Cierto. Seguramente le habrías mandado la cabeza a Myca Crest. —Elyas soltó una carcajada y después se puso serio por primera vez—. Entonces, ¿estás con la Guardiana?
—Para mí desgracia, sí —bufó Laina. Su amigo no parecía muy sorprendido por su respuesta—. Esa chica es insoportable. Estoy deseando entregarla y librarme de ella.
—No esperaba que te cayera bien. Les advertí de esto a nuestros queridos jefes —hizo un gesto de exasperación—, pero, por supuesto, no me hicieron caso. Pensaron que tú eras la opción perfecta para atrapar a esa descarriada Guardiana.
Laina hubiera deseado que, por una vez, hubieran hecho caso a Elyas, así no tendría que estar allí. Había odiado con todas sus fuerzas la carta que había recibido hacía unos días, justo después de la nota que le había enviado Rhys. Sus superiores habían estado enfadados porque no había cumplido la orden que le habían dado en su primera carta. Laina no había podido escaquearse más. Parecía estar condenada a soportar la presencia de Itaria Nyree.
—Supongo que han acertado —replicó Laina con un suspiro—, he encontrado a la chica. Intentaré llevártela cuanto antes para que hagáis lo que tengáis que hacer con ella. Sea lo que sea. Prefiero no saberlo.
—Mejor, porque tampoco iba a decírtelo. Además, ya sabes que es mejor no hablar de estas cosas en lugares tan... poco protegidos. —Los ojos de Elyas volvieron a recorrer la oscuridad que la rodeaba, pero Laina estaba segura de estar sola.
—Muy bien. Nos veremos pronto, entonces.
—Ve con cuidado. Y recuerda que necesitamos a la Guardiana viva, Laina.
Con un gruñido, Laina se despidió de Elyas, que cortó la comunicación. La luz se apagó, llevándose consigo la poca claridad que había iluminado el bosque. Recogió el disco, ahora caliente contra su piel, y regresó a la cueva.
Al entrar, se encontró con que Elden ya estaba dormido. Druse se tensó unos segundos al escuchar pasos en el corredor que llevaba hasta la cueva, pero se relajó al ver que se trataba de Laina.
—Vete a dormir, Druse —le dijo en voz baja para no despertar a Elden—. Yo me quedaré haciendo la primera guardia.
La chica asintió con la cabeza. Después, se levantó y sacó mantas de su mochila. Se acurrucó cerca de su hermano y no mucho después, Laina notó el cambio en las vibraciones que emitía el cuerpo de Druse y supo que era la única que seguía despierta en la cueva. Bien. Tenía mucho en lo que pensar.
¡Por aquí va otro capítulo!
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