
En una noche de campamento
En una noche de campamento
Afuera la brisa sopla suave y a la distancia se pueden escuchar los aullidos lastimeros de las bestias salvajes... a la luna, tal vez... o ¿a la Parca? Mientras dentro de tu caseta de acampar tú das vueltas incómodo con la sensación pesada y tenebrosa de que alguien te observa. Te despiertas de un brinco una y otra vez durante la noche sintiéndote acechado, perseguido dentro y fuera de tus pesadillas. Y al abrir tus ojos escudriñas en la oscuridad, jadeas y sudas frío, pero frente a tus ojos solo hay una densa oscuridad y nada más. La negrura de una noche de campamento como este bajo una espesa capa boscosa que impide el paso de la luz platinada de la luna gibosa. Apenas las brazas en la fogata, que luchan por permanecer encendidas mientras hacen estallar la madera encendida afuera proporciona alguna iluminación y calor, manteniendo las criaturas del bosque al margen y te brindan un poco de tranquilidad. Así que vuelves y te recuestas y caes rendido del sueño dentro de tu saco de dormir, mullido y tibio.
El tiempo marca un compás lento en estas noches de verano, negándose a cederle el paso al amanecer. Dentro de tu tienda de campaña un frío helado te penetra hasta el tuétano haciéndote temblar... y estás siendo observado, nuevamente, desde la oscuridad. El aire se vuelve denso al respirar y apenas puedes moverte. Horrorizado, abres tus ojos, pero no hay nana. Nada! Y esa nada te envuelve y en el vacío escuchas una carcajada, una risotada resonante, malévola que parece burlarse de tu desventura.
Ahora la oyes más cerca, tan cerca que te ensordece y parece trepar por encima de ti, arrastrando su fría, nauseabunda y amorfa inexistencia sobre tu piel erizada. Te empuja hacia abajo, hundiéndote en el suelo con tal fuerza que parece quebrarte los huesos. No puedes hablar, pero eso te susurra al oído cosas ininteligibles, un arrullo mortuorio que te entumece y aún así intentas zafarte y luchas con desespero sin éxito. Incapaz. De moverte, de hablar, de gritar, de pedir auxilio estás a su merced, indefenso... aterrado.
Suavemente, la cremallera en la entrada de la caseta se abre y la tenue luz de la fogata de manera gradual ilumina tu alrededor... Y allí es cuando le puedes ver. Unos ojos como rubíes incandescentes te observan mientras unas mandíbulas distendidas se ríen maléficamente mostrando hileras de incisivos puntiagudos y amarillentos; de su boca sale una serpenteante lengua bifurcada que te lame la cara embarrándola con una saliva hedionda y ácida que te quema la piel al contacto.
Y sin poder hacer nada el demonio te hala con fuerza rampante, arrastrándote por el suelo fuera de la tienda de campaña a través del campamento, de un campamento como este. Tu saco de dormir se hace hilachas dejando expuesto. Las rocas filosas del suelo boscoso desgarran tu ropa y se hunden en tu piel mientras estás siendo halado hacia el interior presenta de la foresta y ves como el mundo que te mantenía a salvo corre hacia atrás con una velocidad impresionante. Golpeas troncos, te magullan las piedras y las zarzas te entierran las espinas sin clemencia hasta que llegas a una caverna en las laderas de las montañas de un bosque como este y allí por fin se detiene. Allí en las profundidades cavernosas de su morada, más cerca del infierno que del mundo de los vivos.
Tu voz parece regresar pero ya es muy tarde. Estás tan golpeado tan herido y cansado que gritar se te hace imposible. Dentro de tu pecho tu corazón late a tal velocidad que su martilleo te ahoga, te asfixia.
Esos ojos vacíos, rojos como carbón encendido, se acercan de nuevo amenazantes, aterradores, anunciado que la muerte se inclina hacia ti. Cierras tus ojos y pides al cielo, a Dios y a todos los Santos que la pesadilla acabe pronto. Y tus plegarias son escuchadas, todo está por acabar cuando el demonio entierra sus garras en tu pecho y arranca tu corazón aún latiendo... y la oscuridad de la noche te arropa en una noche como esta.
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