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(CAP9) - Le contaré todo

(Abel)

- ¿Por qué has entrado, tío? —le pregunto a Belmont, sujetándole del brazo.

Belmont es mi mejor y único amigo. Nos conocimos en nuestra infancia, poco después de ser adoptado. Desde entonces, hemos sido inseparables, apoyándonos en los momentos más difíciles. Aunque ahora resida en Madrid, nací y crecí en Versalles, rodeado de amor y cuidados, al menos desde el instante en el que fui adoptado a los ocho años. Mi vida antes de eso es un recuerdo borroso, lleno de momentos que prefiero no rememorar. Mis padres biológicos eran conflictivos. En mi pensamiento guardo escenas violentas resumidas en peleas y golpes que iniciaban con comentarios hirientes.

Después de esa etapa, solo recuerdo cómo una mañana mi madre me dejó frente a una puerta, a mis espaldas, una mochila que contenía documentos y algunas prendas de ropa. Amelia y Leroy fueron quienes abrieron esa puerta, dándome la bienvenida a una nueva vida llena de ilusión y momentos entrañables que guardo en mi corazón. Sin embargo, el peso de mi antigua vida siempre ha estado presente, afectando a mi personalidad. Mi adolescencia fue especialmente complicada, marcada por actitudes equivocadas y dificultades para manejar mis emociones. Afortunadamente, siempre fueron pacientes conmigo. Gracias a ellos, me he convertido en el hombre resolutivo y lleno de oportunidades que soy hoy.

Poco a poco fui descubriendo cuanto me apasionaba crear historias, narraciones imaginarias que no se asemejaban en absoluto a mi vida pasada. En ellas, el valor de la familia y el amor son los temas centrales, el eje en torno al cual giraban mis tramas. Gracias al apoyo de Amelia y Leroy, y a la ayuda de continuas becas, pude formarme en el extranjero. Pasé cuatro años de mi vida en la Universidad de Berkeley, en California, lejos de mi hogar. Esos años fueron decisivos y me ayudaron a convertirme en el escritor reconocido que todos conocen actualmente.

Mi fama llegó poco después de mi graduación, cuando publiqué mi primer escrito en las redes sociales. Fue entonces cuando me mudé a Madrid, atraído por las editoriales más importantes del mundo que querían asociarse conmigo. Ahora, a mis veinticuatros años, siento que mi mundo vuelve a ponerse patas arriba.

- ¿Te imaginas lo que hubiera pasado si en lugar de entrar yo, hubiera sido otra persona o Camille? — me increpa, alzando la voz.

-No volverá a pasar, ¿de acuerdo? —respondo, intentando calmarlo.

Conocí a Camille al regresar de mi primer año en la universidad. Nuestro encuentro fue una casualidad; ella y su familia se hospedaban en el hotel de mis padres. Los años que siguieron fueron una sucesión de momentos que ni siquiera recuerdo cómo transcurrieron. Simplemente sucedieron, y no pude evitarlo. Creía estar enamorado, hasta ahora.

Nunca hice pública nuestra relación. De hecho, para la prensa y el público en general, sigo siendo uno de los solteros más codiciados del mundo literario. Es complicado, ya que nunca me han gustado las muestras de cariño en público. Ha sido Camille quien ha soportado mis desapegos y mis idas y venidas durante casi cinco años de relación. A ella no parecía importarle; sus ojos brillaban de amor cada vez que me miraba. Nunca había traicionado su confianza. Sí, hemos tenido rachas malas, pero nunca nos habíamos fallado de esta manera. Nunca hasta ahora.

Caminamos en silencio por las calles de Versalles, el ambiente cargado de tensión. Mi mente no puede evitar regresar a los momentos con Camille, a sus sonrisas y a su paciencia infinita. Todo se siente tan frágil ahora, como si un solo movimiento pudiera desmoronar lo poco que queda.

-Camille merece mucho más que esto—digo finalmente, sintiendo el peso de mi error.

Belmont se detiene y me mira con intensidad. Su expresión refleja una mezcla de preocupación y desaprobación.

-Je sais, Abel. Pero, ¿qué pasa con Anna? —pregunta—No puedes seguir jugando con dos corazones al mismo tiempo. Tienes que tomar una décision.

Anna...Su nombre resuena en mi mente como una melodía que no puedo dejar de tararear. Mis pensamientos se desvían hacia ella, hacia la intensidad de sus ojos cafés, la suavidad de su piel, y el ardor de nuestro encuentro secreto. Recuerdo cómo sus labios se entreabrieron para susurrar mi nombre, cómo sus manos recorrían mi espalda con una urgencia que me hacía olvidar todo lo demás.

-Anna fue...un error—murmuro, aunque las palabras suenan vacías incluso para mis propios oídos.

Belmont frunce el ceño, dudoso.

- ¿Une erreur? ¿Estás seguro de eso, Abel? —insiste—Porque desde aquí parece que te importa más de lo que estás dispuesto a admitir.

Sus palabras me golpean con la fuerza de la verdad que intento negar. Anna no fue solo un desliz; fue un torbellino que sacudió mi vida y me hizo cuestionar todo lo que creía saber sobre el amor y la lealtad. Pero, ¿cómo podría dejar de pensar en ella? Sus susurros, su risa, su manera de moverse, de hacerme sentir vivo. La forma en que su cuerpo de amoldaba al mío, su respiración entrecortada mientras la penetraba.

El remordimiento me consume, pero la atracción por Anna es innegable. Camille, con su amor constante y su paciencia, no merece esto. Sin embargo, cada vez que cierro los ojos, es el rostro de Anna el que aparece, tentador y devastador.

Mi amigo suspira, pasando una mano por su cabello en un gesto de frustración.

-No puedes seguir huyendo de tus sentimientos—dice con firmeza.

Sus palabras me calan hondo. Sé que tiene razón, pero la idea de enfrentar a Camille, de ver el dolor en sus ojos, me aterra. Y Anna... ¿cómo podría mirarla y decirle que fue solo un error, cuando cada fibra de mi ser sabe que no es así?

-Hablaré con Camille—digo, aunque mi voz tiembla ligeramente—Le contaré todo.

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