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(CAP13) - Él...él estaba en la fiesta

(Anna)

No recuerdo haber llorado tanto en toda mi vida. Me dejo caer en la cama, sintiéndome como un océano de lágrimas. Mi amiga se tumba a mi lado y me abraza hasta que ambas caemos en un sueño inquieto. La tristeza y el agotamiento me consumen, y paso la mayor parte del día dormida. Las excursiones que habíamos planificado y pagado con tanta anticipación se desvanecen sin que siquiera me dé cuenta. La culpa me corroe por dentro; siento que estoy arruinando el viaje de mi amiga, que debido a mí no hemos podido disfrutar ni la mitad de las actividades. Nuestros días se han convertido en un ciclo interminable de llantos, lamentaciones y discusiones. Un viaje para el olvido, sin duda.

...

Despierto con los ojos hinchados y el cuerpo entumecido, como si hubiera estado bajo un peso abrumador toda la noche. Cloe, a pesar de todo, me lanza una sonrisa cálida, intentando animarme. Decido que no puedo dejar que la tristeza nos consuma más tiempo. Nos vestimos rápidamente y salimos a explorar el mercado local, intentando encontrar algo que nos distraiga.

El ajetreo del mercado es casi molesto. Los vendedores gritan sus ofertas, los colores de los puestos son intensos, y el aire está cargado con una mezcla de aromas desconocidos. Me esfuerzo por concentrarme en algo, cualquier cosa que no sea mi propio dolor. Compramos algunos recuerdos sin demasiado entusiasmo y probamos algunas delicias locales, aunque mi apetito es casi inexistente. Aun así, siento que mi amiga intenta disfrutar del momento, y me siento culpable por no poder seguirle el ritmo.

Nos dirigimos hacia una pista de patinaje sobre hielo decorada con luces navideñas y adornos festivos. El ambiente está lleno de alegría, con niños riendo y parejas patinando de la mano. Cloe me convence para alquilar unos patines, y aunque al principio me siento torpe, poco a poco empiezo a disfrutar de la experiencia. Hablamos de cosas triviales, evitando cuidadosamente cualquier tema que pudiera abrir de nuevo las heridas. La conversación es forzada, y cada silencio parece alargarse dolorosamente.

Decidimos dar una última vuelta por el mercado antes de regresar al hotel. El frío del invierno se cuela por nuestras ropas, y la multitud se vuelve más densa. En un momento, pierdo de vista a Cloe. Siento una mano áspera que me agarra del brazo. Intento girarme, pero un pánico helado me recorre el cuerpo cuando me doy cuenta de que estoy siendo arrastrada hacia un callejón oscuro.

- ¡Suéltame! —grito, mi voz ahogada por el ruido de la muchedumbre.

Nadie parece escucharme. Mi captor, un hombre robusto con una gorra que le oculta el rostro, me empuja con fuerza, casi tirándome al suelo mientras me arrastra hacia una furgoneta negra estacionada al final del callejón. La puerta se abre con un chirrido metálico y me lanzan dentro, golpeándome contra el duro suelo del vehículo.

- ¿Qué queréis de mí? ¡Dejarme ir! —suplico.

Dentro de la furgoneta. Otro hombre, con un acento francés pesado, me amordaza bruscamente y me ata las manos con una cuerda áspera que corta mi piel. Su mirada fría y calculadora me hace sentir un escalofrío que me recorre la espina dorsal.

-Silence! —dice el hombre de la gorra con un tono áspero—Nous ne voulons pas de problèmes. Ne vous obligez pas.

- ¡Por favor, no! —intento gritar, pero las palabras se ahogan en la mordaza.

La furgoneta arranca con un tirón, y las luces del mercado desaparecen rápidamente en la distancia. Intento mantener la calma, pero el miedo me invade, cada latido de mi corazón retumba en mis oídos.

- ¿A dónde me lleváis? —intento preguntar, pero mi voz, es apenas un susurro ahogado.

-Cela ne vous regarde pas—responde el hombre que me amordazó, dándome una bofetada que me deja aturdida—Gardez le silence, et vous n'aurez de problèmes.

Un estremecimiento me recorre al escuchar el acento, algo en él me resulta familiar. Me lleva de vuelta a la fiesta de cumpleaños de Camille, donde había escuchado una voz similar, aunque no estoy del todo segura. La idea de que una de esas caras conocidas esté involucrada me hace sentir aún más atrapada.

-Él...él estaba en la fiesta—pienso en voz alta, con la esperanza de que alguien escuche, pero el sonido es absorbido por la mordaza.

Mis pensamientos vuelven a Cloe. Me imagino su expresión de pánico al darse cuenta de que he desaparecido. La culpa y el terror se entrelazan en mi mente, creando una tormenta de emociones incontrolables.

El traqueteo de la furgoneta y el frío helador del invierno parecen ser los únicos compañeros de mi desesperación. A medida que el tiempo avanza, el miedo se intensifica. Trato de no pensar en lo que podría sucederme, pero el pánico se apodera de cada rincón. La furgoneta se mueve a una velocidad constante, y la oscuridad que rodea el interior es casi total. Solo el leve resplandor de las luces de la calle a través de las ventanas cubiertas me da una pista de que seguimos en movimiento.

Siento las manos entumecidas y doloridas por las cuerdas. Intento moverme para aliviar el dolor, pero solo logro enredarme más. Mi respiración es irregular, y cada vez me cuesta más controlar el temblor en mi cuerpo.

De repente, el vehículo disminuye la velocidad y se detiene. El motor se apaga y el sonido del tráfico se desvanece, dejándonos en una quietud inquietante. Puedo oír el murmullo bajo las voces de los secuestradores fuera de la furgoneta. Su acento francés es evidente en cada palabra que intercambian.

-Quoi maintenant? —dice uno de ellos—Il faut le garder sous contrôle.

-On va le faire—responde otro—S'il ne coopère pas, on prendra des mesures.

La puerta trasera se abre de golpe, y un nuevo escalofrío me recorre al sentir el aire frío y húmedo que entra. Dos de los secuestradores entran y me levantan sin cuidado, casi arrastrándome hacia afuera. Mis pies tambalean sobre el suelo helado, y el dolor en mis manos se intensifica.

Trato de zafarme y pataleo con todas mis fuerzas.

- ¡Dejarme ir! — intento gritar.

Me agito desesperadamente, tratando de morder las ataduras y de liberarme. Mis movimientos son torpes y desordenados, pero el pánico me da una energía desesperada. Intento pelearme con los secuestradores, golpeándolos y tratando de esquivar sus agarres. Sin embargo, uno de ellos, más fuerte y decidido, me sujeta con firmeza y me alza del suelo.

- ¡No te muevas, maldita perra! —gruñe, mientras me sostiene en el aire.

Intento patear y moverme para escapar, pero mis esfuerzos son inútiles. Con una fuerza brutal, el secuestrador me lanza al suelo de manera violenta. El impacto es inhumano, y un dolor agudo se extiende por todo mi cuerpo. Mi visión se nubla y la oscuridad empieza a invadir mi mente.

El mundo a mi alrededor se vuelve cada vez más borroso. La última imagen que veo antes de perder el conocimiento es el rostro sombrío del secuestrador, mirándome con una indiferencia fría. El dolor y el miedo se desvanecen lentamente, y el silencio de la inconsciencia me envuelve.

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