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➵┆Cᴀᴘ. 55┆ғɪɴᴀʟ ¿ᴇʟ ɢᴜᴀʀᴅᴀᴇsᴘᴀʟᴅᴀs?


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K. Nahyun

     —Tranquilo, estarás bien —le dije con la voz quebrada, sosteniendo con fuerza su mano, como si mi agarre pudiera anclarlo a la vida. Mientras tanto, el doctor gritaba que necesitaba ser sometido a una operación con urgencia.

     Mis lágrimas se deslizaron por mis mejillas antes de que pudiera detenerlas, ¿Por qué él y no yo? me pregunté una y otra vez. Todo lo que había hecho Jung Kook era amar y proteger a las personas que le importaban. No había ningún pecado en eso. Ninguno.

     Rigsby y Minho trabajaron rápidamente, sacando a Jung Kook junto a Jinyoung, cuyo cuerpo estaba cubierto de heridas de bala. Ambos luchaban por mantenerse, mientras que el señor Jeon, rodeado por el eco de su crueldad, yacía sin vida con cinco disparos en el pecho y uno en el hombro. Su reinado había terminado.

     —Por favor, señorita, espere afuera —pidió el doctor, sus ojos serios y urgentes—. Es el cuarto paciente que llega con heridas de bala.

     Pero no podía soltar su mano, ni siquiera bajo la presión del tiempo que el doctor tenía encima. Tenía que saber que yo estaba ahí para él, que no lo dejaría solo.

     —No puedo —dije, tratando de sonar tranquila, aunque por dentro sentía que estaba rota. Dolía, dolía más que una bala en el pecho, y esa agonía no era algo que pudiera ocultar.

     El doctor, con una paciencia admirable, se acercó y tomó mi otra mano, su mirada cálida pero firme.

     —Tranquila, salvaré a tu novio, pero necesitas confiar en mí y soltar su mano —dijo, limpiando mis lágrimas con la otra mano. Sus palabras, aunque reconfortantes, eran un golpe para mi corazón.

     Asentí lentamente, soltando poco a poco su mano, como si cada dedo que se separaba de él fuera una pequeña traición.

     —Gracias, eres muy valiente —añadió el doctor antes de desaparecer por aquella puerta que decía "Sala de operaciones".

     Su promesa quedó resonando en el aire, pero el vacío en mi mano y en mi alma era abrumador.

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     Horas más tarde, el doctor salió con una gran sonrisa, y aunque ese gesto alivió algo de la carga en mi pecho, no podía evitar sentir una mezcla de emociones. Por un lado, la tranquilidad de saber que Jung Kook había sobrevivido me ofrecía un respiro. No puedo imaginar mi vida sin él. Pero, por otro lado, el miedo se aferraba a mí con fuerza. La incertidumbre sobre lo que nos esperaba, sobre cómo afectaría la noticia del embarazo de Sun Hee, no dejaba de invadir mi mente. 

     ¿Qué pasará cuando se entere? La pregunta resonaba una y otra vez, cada vez más pesada. ¿Qué será de nosotros después de esto? El futuro parecía incierto, lleno de posibilidades que podían desmoronar todo lo que había construido con él. Y aunque intentaba mantener la calma, había una parte de mí que no podía ignorar la posibilidad de que, tal vez, no haya un “nosotros” después de todo.

     —¿Familiares del señor Jeon? —preguntó el doctor con voz firme, y todos los que estábamos en la sala de espera nos pusimos de pie al instante, llenos de expectativa—. El señor Jeon sobrevivió a la operación, dentro de unas horas podrán pasar a verlo.

     La sonrisa en mi rostro fue imposible de contener, a pesar de las lágrimas que no tardaron en salir. Por fin, una esperanza. Con el corazón lleno de alivio y emoción, me acerqué al doctor y, sin pensarlo demasiado, lo abracé.

     —Gracias, doctor —murmuré, dejando salir toda la gratitud que sentía.

     El doctor se tensó un poco, sorprendido por mi gesto, pero su expresión se suavizó enseguida.

     —Gracias a tí por confiar en mí —respondió con una pequeña sonrisa.

     Luego, inclinándose un poco hacia mi oído, susurró algo que me hizo sonreír de oreja a oreja:

     —Podrás quedarte con él en la habitación, te he hecho un permiso para ello.

     Era un gesto inesperado, pero tan significativo. En este tipo de situaciones, por lo general, sólo un familiar directo podía quedarse con el paciente: un padre, madre, hermano, hermana, hijo, hija, o una esposa.

     —Gracias, doctor —dije con sinceridad, sintiendo una enorme gratitud hacia él. Vi cómo sacaba algo de su bolsillo, su brazo flexionándose antes de entregarme el pase autorizado que había preparado para mí.

     —No tienes nada de qué agradecerme —respondió mientras se arreglaba la bata blanca y comenzaba a caminar por el pasillo, desapareciendo poco a poco de mi vista.

     Giré lentamente, y entonces noté algo que no había percibido antes: la presencia de Sun Hee. No estaba en la sala de espera cuando todo comenzó, pero ahora estaba ahí, y su mirada era imposible de ignorar.

     —¿Cómo está el papá de mi bebé? —preguntó sin tacto alguno, su tono descarado haciendo que todos los presentes se quedaran en shock.

     Mi familia, incluyendo a mi padre, mi madre y mi hermano junto con mis amigos que estaban presentes: Jimin, Hobi, Taeha, Jane y Daisy; la hermana de Jung Kook, los amigos de Jung Kook, Minho, Rigsby, Smith y Evans, la miraron completamente desconcertados.

     —¿Te volviste loca? —preguntó Jackson con una sonrisa divertida, incapaz de contenerse.

     —No, no lo estoy —respondió Sun Hee con una seguridad que rayaba en la insolencia—. Estoy embarazada de Jung Kook.

     Sus mandíbulas parecían querer desprenderse mientras el impacto de las palabras de Sun Hee resonaba en la habitación. Como si fueran marionetas tiradas por un hilo invisible, todos se giraron automáticamente hacia mí, sus miradas llenas de desconcierto, preguntas y, en algunos casos, un destello de juicio. Podía sentir cómo el peso de sus expectativas y dudas se acumulaba sobre mí, convirtiendo el aire en algo casi irrespirable. Mi corazón latía con fuerza, y aunque intentaba mantener mi compostura, era difícil no sentir cómo la incertidumbre y el temor se mezclaban dentro de mí. ¿Por qué ahora? me pregunté, mientras la tensión en la sala crecía como una tormenta lista para estallar.

   —¿Por qué no dices nada? —preguntó mi hermano, sus ojos abiertos de par en par, claramente esperando que dijera algo, cualquier cosa, para aclarar esta situación.

     —Porque ella ya lo sabía —respondió Sun Hee por mí, con una actitud descarada que solo incrementaba mi frustración. Su tono mordaz me hizo apretar los dientes. Maldigo el día en que te fijaste en mi Jung Kook, Sun Hee.

     Me acerqué a ella con pasos firmes, mi voz cargada de reproche mientras decía:

     —Qué boca suelta me saliste —mi mano se cerró alrededor de su brazo derecho, la fuerza de mi agarre dejando claro que no estaba dispuesta a tolerar más provocaciones de su parte.

     —¿Te ayudo? —se ofreció Jimin, acercándose unos pasos hacia mí, su voz amable, pero decidida.

     Negué con la cabeza, deteniéndolo antes de que pudiera interferir.

     —No, puedo manejar esto —respondí con firmeza, sin desviar mi atención de Sun Hee.

     —¡Duele! —se quejó ella, su voz aguda resonando mientras intentaba zafarse de mi agarre, pero no estaba dispuesta a soltarla tan fácilmente. Había demasiadas emociones y tensión acumuladas en este momento, y su descaro sólo estaba alimentando la llama.

     No me detuve a pensar en las consecuencias. Sin importar sus quejas ni sus intentos por resistirse, la arrastré fuera de la clínica, ignorando por completo sus palabras y su actitud. Al llegar al exterior, la senté con firmeza en una de las sillas que estaban colocadas allí, y me planté frente a ella, mirándola directamente a los ojos. Mi paciencia se había agotado por completo, y la frustración que sentía parecía hervir en mi interior. Ya era suficiente.

     —¿Qué intentas lograr con todo esto? —le solté, mi tono cargado de reproche.

     La mezcla de rabia y cansancio se reflejaba en cada palabra que decía, mientras intentaba encontrar alguna lógica detrás de su comportamiento. Su estupidez había llegado a un punto intolerable, y no podía permitir que siguiera arrastrándome a su caos. 

     —Me tienes harta —dije finalmente, dejando salir el peso acumulado de mi frustración. La miré directamente, mi voz firme y mi postura inquebrantable— ¿Te parece gracioso venir aquí, soltar semejante bomba frente a todos y esperar que te aplaudamos?

     Sun Hee me miró con una mezcla de desafío y burla, claramente disfrutando el caos que había causado.

     —No entiendo por qué estás tan alterada. Es la verdad y tarde o temprano todos lo iban a saber —respondió con descaro.

     —Sí, claro, pero ¿te importó el momento? —repliqué, mi tono cargado de enojo—. No sé qué esperas lograr con esto, pero te garantizo que no voy a quedarme de brazos cruzados.

     Su sonrisa comenzó a desvanecerse al ver que no iba a tolerar más sus manipulaciones.

     —¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó, intentando mantener su arrogancia.

     Me acerqué un paso más, mi mirada afilada como una daga.

     —Lo que sea necesario para proteger a Jung Kook y a mi familia —dije con una resolución que no permitía espacio para dudas.

     Sun Hee me miraba con una mezcla de desafío y satisfacción, claramente disfrutando el caos que había causado. Mi paciencia estaba al borde del límite, pero no podía perder la calma ahora. Tenía que enfrentarla, no por mí, sino por Jung Kook y por todo lo que habíamos construido.

     —Escúchame bien, Sun Hee —empecé, mi voz baja pero cargada de firmeza, cada palabra escogida cuidadosamente—. No sé cuál sea tu juego, pero no voy a permitir que sigas lastimando a Jung Kook ni a los que lo rodeamos.

     Ella levantó una ceja, su aire de superioridad intacto.

     —¿Lastimarlo? No seas ridícula. Él tiene derecho a saber la verdad y yo estoy aquí para asegurarme de que lo haga —respondió con esa actitud petulante que me hacía apretar los dientes.

     —La verdad puede esperar —contesté, dando un paso más cerca de ella, mi mirada afilada como una daga—. Él acaba de salir de una operación, su vida estuvo colgando de un hilo. No es el momento para esto y tú lo sabes. Lo único que lograrás es empeorar las cosas.

     Sun Hee parecía a punto de responder, pero antes de que pudiera hacerlo, Jimin se acercó y colocó una mano firme en mi hombro.

     —Nahyun, tranquila —dijo con calma, su voz baja pero significativa—. Esto no es algo que resolveremos aquí afuera. Piensa en Jung Kook primero y después en todo lo demás.

     Respiré hondo, dejando que las palabras de Jimin se filtraran en mi mente. Sabía que tenía razón, pero el enojo seguía ardiendo dentro de mí. Miré una última vez a Sun Hee, dándole a entender que esta conversación no había terminado.

[➵]

Tiempo después;

     Semanas después, Sun Hee desapareció por completo de nuestras vidas. No volvió a acercarse a la clínica, y sinceramente, era lo mejor para ella, porque no sé cómo habría podido contenerme si lo hacía. Ella no tiene ni la más mínima idea de lo que hemos pasado, pensé, mi determinación creciendo más con cada día. No hay absolutamente nada que pueda hacer para detenerme de alcanzar mi meta más importante: casarme con Jung Kook.

     Visualizaba nuestra boda como un sueño hecho realidad, con más de cuatrocientos invitados reunidos para celebrar nuestro amor. Aunque ambos tenemos familias inmensas, lo justo sería invitar a todos y compartir este día tan especial con ellos. Cada detalle del evento debía ser perfecto: las luces, las flores, los votos, todo simbolizando los años de lucha, sacrificios y amor que nos llevaron hasta aquí. Esto será más que una boda; será el inicio de nuestra vida juntos, libre de conflictos y dudas.

     —Lo sé —susurró Jung Kook de vuelta, su voz apenas audible, como si estuviera tratando de contener las emociones que luchaban por salir. Sus ojos me miraban con una mezcla de necesidad y ternura que solo hacía que mi corazón latiera más rápido. 

     —Entonces escucha al doctor y recupérate completamente —dije, acariciando suavemente su cabello, intentando transmitirle la calma que ambos necesitábamos. 

     —No me gusta estar lejos de ti, princesa —insistió, con ese tono que siempre lograba desarmarme. Sus dedos se entrelazaron con los míos, como si quisiera asegurarse de que no me alejaría ni un centímetro. 

     Sonreí y apoyé mi frente contra la suya.

     —Nunca estarás lejos de mí, aunque te pongas terco —murmuré, intentando mantener la compostura, aunque mis labios estaban tan cerca de los suyos que tentaban con volver a besarlo. 

     —¿Prometido? —preguntó, sus ojos brillando como los de un niño que buscaba una promesa para aferrarse. 

     —Prometido —respondí, sellando mi palabra con otro beso breve, pero lleno de intención. 

     Jung Kook mantuvo su mirada fija en mí mientras me acomodaba a su lado en la cama. El silencio entre nosotros no era incómodo, sino lleno de significado, como si no se necesitaran palabras para expresar lo que sentíamos. Sus dedos seguían entrelazados con los míos, un gesto que, aunque pequeño, transmitía toda la conexión y seguridad que ambos buscábamos.

     —¿Sabes? —rompió el silencio finalmente, su voz suave pero cargada de emociones—. Nunca pensé que alguien podría darme tanta paz en medio del caos. Tú eres mi refugio, Nahyun.

     Su sinceridad me desarmó completamente, y no pude evitar sonreír. Apoyé mi cabeza en su hombro, cuidando de no lastimarlo.

     —Eres fuerte, Jung Kook. Lo has demostrado una y otra vez. Pero yo estaré aquí para recordarte que no tienes que enfrentarlo todo solo. Somos un equipo —susurré.

     Él me miró con ternura, su rostro iluminado por esa mezcla de amor y admiración que siempre lograba calmar mis miedos.

     —Un equipo. Me gusta cómo suena eso —respondió, apretando suavemente mi mano para reafirmarlo.

     Jung Kook tomó una bocanada de aire antes de mirarme con esos ojos que siempre parecían decir tanto, incluso sin palabras. Sus dedos se movieron levemente, todavía entrelazados con los míos. Parecía reunir fuerzas para lo que quería decir.

     —Nahyun, hay algo que debo decirte... —empezó, su tono cauteloso— Todo lo que pasó, todo lo que vivimos, me hizo pensar en cuánto significas para mí. No quiero esperar más para que tengamos la vida que soñamos juntos.

     Me quedé mirándolo, intentando procesar sus palabras mientras mi corazón se aceleraba. Era como si el mundo se detuviera, permitiendo que ese momento fuera solo de nosotros.

     —¿Qué quieres decir? —respondí, mi voz más suave de lo que esperaba.

     —Quiero que sigamos adelante, que construyamos nuestra vida juntos. No importa lo que venga después, lo enfrentaremos como siempre lo hemos hecho: juntos —dijo, su mirada firme y llena de determinación.

     Me sentí incapaz de contener la emoción y sonreí, el alivio y la felicidad llenando cada rincón de mi ser. Lo que estábamos construyendo no era solo un sueño, era real, y la idea de un futuro juntos era lo que nos daba fuerza para seguir adelante.


     —Quiero que estés encima de mí —soltó Jung Kook de repente, su voz seria pero con un dejo de malicia en los ojos. 

     Abrí los ojos como platos, mirándolo con incredulidad. Por un momento, no sabía si reír, regañarlo o simplemente quedarme en silencio. Estábamos en el cuarto de la clínica, relajados y hablando de cualquier cosa, cuando decidió soltar esa bomba.

     —¿Qué dijiste? —le pregunté, alzando una ceja, aunque por dentro intentaba no reírme de lo directo que había sido.

     —Lo que escuchaste —respondió con una sonrisa traviesa mientras se recostaba un poco más en la cama, con su típico aire de confianza.

—Jung Kook... —suspiré, intentando mantener mi compostura—. No estás en condiciones de bromear con eso.

     —¿Bromear? Para nada —replicó, su voz adquiriendo un tono más suave, pero igual de coqueto—. Solo quiero que estés más cerca de mí... —sentí como su mano buscaba la mía y me miraba con esos ojos que sabía que me derretían.

     Me quedé mirándolo, mitad regañándolo con la mirada, mitad divertida por su ocurrencia.

     —De verdad que eres imposible —murmuré, pero aun así me acerqué para darle un beso en la frente, como si ese gesto pudiera calmar su ansia de tenerme más cerca.

     Me quedé mirándolo por unos segundos, intentando comprender si hablaba en serio o si simplemente estaba bromeando para sacar una reacción de mí. Su expresión, sin embargo, no dejaba espacio para dudas; esa mirada traviesa y confiada me decía todo lo que necesitaba saber.

     —Jung Kook, ¿estás hablando en serio? —le pregunté finalmente, alzando una ceja mientras intentaba mantener la calma.

     —¿Por qué no estaría hablando en serio? —respondió con su típico aire despreocupado, inclinándose ligeramente hacia mí mientras una sonrisa juguetona aparecía en su rostro.

     Suspiré, pero al final no pude evitar sonreír.

     —Eres increíble, ¿lo sabías? —dije, acomodándome un poco más cerca de él— ¿Sabes qué? Está bien. Hoy seré la que te consienta, pero solo porque aún estás en recuperación —agregué con un toque de diversión, haciendo que su sonrisa se ampliara.

     Me incliné hacia él, dejando que mi presencia fuera suficiente para tranquilizarlo, pero al mismo tiempo reafirmando la conexión que compartíamos. Cada momento juntos era un recordatorio de todo lo que habíamos superado y de lo que aún estaba por venir.

     —Hay que ponerle seguro a la puerta —dijo Jung Kook con su voz llena de seguridad y ese tono que siempre lograba desarmarme, aunque me hacía dudar de sus intenciones. 

     Lo miré fijamente, mis ojos llenos de incredulidad.

     —Estás loco —solté, intentando mantener mi postura firme, pero había algo en la manera en que me miraba que rompía mi resolución. 

     Él sonrió de manera traviesa, inclinándose un poco hacia adelante mientras me decía:

     —Tú eres mi locura, princesa. 

     No pude evitar devolverle la sonrisa, sintiendo cómo el calor subía por mi rostro. Me levanté de la silla rápidamente, como si mis piernas respondieran antes de que mi mente lo hiciera, y caminé hacia la puerta. Mi mano tembló ligeramente al girar el seguro, pero lo hice, aunque las dudas seguían en mi cabeza. 

     Estábamos locos.

      Me acerqué nuevamente a la cama y, con cuidado, me subí a él, acomodándome justo encima del inicio de su entrepierna, asegurándome de no ejercer demasiada presión sobre su cuerpo todavía adolorido por las incisiones. Podía sentir el calor de su mirada mientras me inclinaba hacia él, nuestros rostros apenas separados por un suspiro.

     Deposité un beso suave en sus labios, uno que poco a poco se volvió más intenso, más a gusto, como si ese instante pudiera borrar todo el dolor que habíamos vivido hasta ahora. Su respiración entrecortada y sus manos que buscaban tímidamente mi cintura me recordaban que, aunque aún estaba herido, su fuerza y presencia seguían intactas.

     —¿Así se siente bien? —pegunté mientras su miembro chocaba con mi húmeda intimidad.

     —Me encantas.

     Sin más, empezó a quitarme la blusa por encima de mi cabeza, aventandola por algún rincón de la habitación.

     Besó el nacimiento de mis senos, lentamente, como si no hubiese probado cada parte de mi cuerpo, era el primero en mi vida y el último, se los podía asegurar. Sentía mucho calor, mi vagina iba a reventar, estaba muy húmeda y por sus candentes besos... sentía que iba a explotar.

     —Esto me estorba —y como un mago, desabrochó mi sostén, aventandolo por no sé dónde.

     —¿Qué haces? —le pregunté divertida mientras apresaba sus labios con los míos.

     Eran muy dulces, los amaba y más cuando los mordía, sintiendo el sabor del hierro que tanto amaba de él. Al separarse de mi boca, se entretuvo con mis senos, acercandose para meterse uno de pezones a la boca, mientras con una de sus manos libres apretaba y jugaba con el otro. Me sacó unos cuantos gemidos, no podía dejar de gemir, sentir su boca y lengua tibia en mis pechos me excitaba más de lo que podrían imaginar.

     —Amor, no hagas tanto ruido o sabrán que es lo que estamos haciendo —sonrió, aunque sus ojos me decían cuanto me deseaba y el dejar que los demás nos escuchara a aunque nos causaba mucho morbo—. Aunque no me importa —susurró.

     Ambos éramos uno, así lo podía sentir. Bajó sus manos a mi falda y la subió por mi vientre, pasándola por mi pecho y por último sacándola por mi cabeza, la aventó como tanto le gustaba hacer y se enfocó en mi centro, pasando sus dedos por la braga que estaba muy húmeda.

     —Como a mí me gusta —sus expresiones de placer eran auténticas—, pero tengo un problema, princesa —señaló mi braga y pude entender cuál era.

     Quité mis tenis junto a mis medias, aventandolos en el suelo, me iba a quitar las bragas, pero el señor "estoy desesperado" no me dejó.

     —No puedo más —reventó mis bragas favoritas y lo ví con el ceño fruncido, ¿Estaba loco o qué?—. No me mires así, cuando vivas conmigo te compraré muchas como esas —Sus palabras resonaron en mi mente, y con cada una, sentí cómo mi corazón se encogía.

     La realidad golpeaba con fuerza: ¿Qué pasará con su hijo? Era una pregunta que no podía ignorar, una verdad que, aunque intentara alejarla, seguía ahí, mirándome de frente. El niño merecía estar con su padre, con Jung Kook, quien, a pesar de todo lo que había pasado, tenía derecho a formar parte de la vida de su hijo. Pero, ¿cómo manejar esta situación sin destruir lo que habíamos construido? ¿Cómo encontrar un equilibrio entre lo que es justo y lo que mi corazón anhela desesperadamente?

     Desabrochó sus pantalones liberando un poco al titán que tenía preso en ellos, los bajó un poco y luego hice el trabajo restante, con las manos lo saqué del bóxer y con cuidado me levanté un poco para conducir su miembro a mi entrada que estaba muy mojada para ser penetrada por él.

     Solté un gemido y él un jadeo, teníamos mucho tiempo sin hacerlo, sin sentir su miembro dentro de mí era algo inexplicable, extrañaba tal sensación de satisfacción y llenura.

     Comencé a cabalgarlo, movía mis caderas de arriba hacia abajo. Él no podía hacer mucho esfuerzo, aún estaba herido. Ambos disfrutamos del momento y más cuando se escuchaba chocar mi piel contra la suya, el calor del momento, aunque el aire acondicionado estuviera lo más bajo posible.

     —No sabes cuánto te amo —confesó, mientras por su frente bajaban gotas de su sudor.

     Ni tu sabes cuánto yo te amo a tí.

     Minutos después, Jung Kook y yo llegamos al éxtasis, al cielo, él se acostó en la cama y yo me acosté en su pecho que estaba cubierto por una camisa básica blanca, por fin, una que no fuera negra.

     —Jung Kook, debemos hablar, ya no puedo más con esto —sentí como su corazón empezaba a acelerarse y no por el sexo que acabábamos de tener.

     —¿Qué pasó, princesa?

     —Sun Hee está embarazada de tí y no puedes dejar a ese niño a la deriva —lágrimas comentaron a salir de mis ojos y él no decía ni una palabra, sólo sé quedó paralizado—. Dí algo, Jung Kook —le pedí.


     —Nahyun —e llamó y sentí su mano recorrer mi espalda—. Lo siento, en verdad lo siento —sus palabras ahora no valían nada, ya todo estaba hecho.

     —Todo está hecho, Jung Kook. Cuando salgas de la clínica quiero que vayas con ella y no me busques más, nunca, te lo pido por favor —mis lágrimas aún corrían mis mejillas.

     Alcé mi rostro y lo ví, jamás había visto a alguien tan lastimado como ahora, él iba a perderme y yo a él, era el destino de lo nuestro. Fue bonito mientras duró.

     —Pero Nahyun, ¿Y lo nuestro? —me miraba muy dolido.

     —Lo nuestro... ya no existe. Que te vaya bien con tu nueva familia —me levanté de la cama para vestirme y salir corriendo de allí.

     Jung Kook se quedó mirándome, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y desesperación, como si luchara por encontrar las palabras correctas para detenerme. Pero yo ya había tomado una decisión. Cada lágrima que caía por mis mejillas era un recordatorio de que este era el fin, por mucho que me doliera.

     —Nahyun, no puedes pedirme eso... —su voz era apenas un susurro, casi inaudible, pero lo suficiente para hacer que mi corazón se encogiera aún más. —Te necesito en mi vida... no puedo imaginar un futuro sin ti.

     Me giré hacia él una última vez, intentando que mi voz no temblara.

     —Jung Kook, lo siento, pero esto ya no depende de nosotros. Tienes responsabilidades que van más allá de lo que soñamos juntos. Tendrás un hijo y él merece tu tiempo, tu amor, tu atención... Yo no puedo ser parte de eso.

     Él intentó levantarse, pero su cuerpo aún estaba demasiado débil para seguirme.

     —Por favor... —susurró, pero yo no podía quedarme.

     Con cada paso que daba hacia la puerta, sentía que dejaba una parte de mí atrás. Las palabras que había dicho resonaban en mi mente, y aunque sabía que eran necesarias, no eran menos dolorosas. Abrí la puerta, sin mirar atrás. Era el final de un capítulo y aunque había sido bonito, sabía que ahora debía encontrar mi propio camino.

     —Nahyun... —dijo, su voz baja y llena de una suplica que casi me hacía titubear. Su mirada era intensa, esa que siempre parecía calar hondo—. No puedes tenerme, pero siempre llevarás un pedacito de mí contigo. 

     No pude evitarlo, estallé en una risa amarga.

     —¿De verdad? —respondí entre risas mientras lo miraba, el sarcasmo impregnando mis palabras— ¿Eso es lo mejor que tienes? Tal vez esa cursilería funcione con alguien más, pero conmigo no. 

     Le dediqué una sonrisa que estaba lejos de ser sincera, intentando mantener una fachada mientras mi corazón se rompía un poco más con cada palabra.

     —De todas formas, te deseo lo mejor, Jung Kook. Espero que encuentres lo que buscas con tu nueva vida. 

     El peso de mis palabras quedó flotando en el aire mientras él seguía mirándome, visiblemente herido, pero sin atreverse a replicar. Era un cierre amargo, pero necesario. 

     Ya todo estaba decidido, el hombre que había sido dueño de mi corazón no sería aquel con quien compartiría mi vida. En su lugar, estaría con otro, aquel que mi padre había elegido para ser mi esposo. Un destino marcado por decisiones ajenas, lejano a los sueños que había tejido a lo largo de mi vida. No viviría la historia que había idealizado, pero aceptaba que las cosas sucedían por una razón, incluso si esa razón era difícil de comprender.

     El destino había jugado su carta, y yo debía responder. No siempre podemos escribir nuestro final perfecto; la vida, con todas sus complejidades, no es un cuento de hadas. Muchas princesas nunca encuentran a su príncipe azul ni al caballero noble que promete quedarse cuando el mundo se derrumba. A veces, esos relatos llenos de esperanza y amor solo existen en las películas, novelas y libros. En la realidad, el desafío radica en vivir con las cartas que se nos dan.

     Aprender a vivir, a levantarnos después de cada tropiezo, es la verdadera lección. Porque si nos dejamos consumir por el dolor, si decidimos morir emocionalmente cada vez que algo no sale como queremos, ¿qué nos quedará al final? La vida es dura, sí, pero también tiene momentos de belleza y crecimiento. Y en esos pequeños instantes, encontramos nuestra fuerza para seguir adelante.

FIN


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Holaaaaa por fin pude terminar está historia... Espero les haya gustado 💘

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21/04/2025

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