꧁ ☬Epílogo☬ ꧂
SE BUSCA
Nombre: Elsa Sarahí Arendelle.
Edad: 23 años.
Descripción física: ojos azules, cabello rubio, piel blanca, labios y nariz pequeños, pestañas largas, cejas pobladas, cintura pequeña y prominentes caderas.
Estatura y peso: 1.70 cm, 50 kg.
Señas particulares: Su cabello es igual de blanca que su piel. Cuenta con pecas en nariz y mejillas.
Ayúdame a volver a casa.
Si sabes del paradero de Elsa, llama al 1047285251.
Recompensa:
$10,000 dólares.
Lloraba en silencio Anna. No quería llamar más la atención en ese local, de por sí lo hacía por su aspecto demacrado. Se limpió las lágrimas, tomó la pila de hojas y su cinta adhesiva, ya lista para marcharse de ahí.
Subió al auto del lado del copiloto. Miró por el retrovisor, la pequeña Blanca dormía plácidamente en los asientos de atrás, cubierta por una cobija de Winnie the Pooh.
Cada mes viajaban a ScottVille, con la esperanza de encontrar a Elsa. Después de seis meses, la búsqueda seguía.
Después de esa tormentosa noche en que Hans había logrado entrar a su casa, en que le cortó parte de su oreja y en que casi le desfiguró la cara a golpes, Kristoff la encontró atada en una silla, la llevaron al hospital, pasando cuatro días en recuperación, fue casi un milagro que no perdiera al bebé que estaba esperando. Declararon con la policía la agresión e hicieron hincapié en que él le haría daño a su hermana.
Pero como le había advertido el padre y el hermano de Kristoff; no podían levantar una acta de desaparición a alguien que no había visto desde hace menos de un mes.
Salieron a buscarla, no hubo respuesta por parte de los residentes. Ni en el segundo, cuarto, sexto mes.
Kristoff llegó, con su cara contraída y triste. Tampoco había nada nuevo qué reportar.
—No vamos a dejar de buscar, Anna. Te lo prometo —susurró, viéndola.
—Busquemos un lugar para comer —se limitó a decir. Su esposo asintió.
No tuvieron que conducir mucho, pues a pocas cuadras hallaron un local de pizza.
Se estacionaron ahí.
—Cielo, vamos a comer —dijo Anna, moviendo un poco a la niña.
—¿Ya llegamos a casa? —balbuceó, adormilada.
—Aún no, pero pronto nos iremos de aquí.
Abrieron la puerta, y la campanita sonó, alertando su llegada.
—Tomen asiento, yo iré a pedirla —dijo el joven, señalándole a su esposa una mesa libre, cerca de unos jóvenes que reían.
—Está bien —contestó, y tomó a Bianca de la mano, para que no se le fuera.
Al pasar alado de aquella ruidosa y alegre mesa, un par de ojos notaron la presencia de ese familiar rostro.
—¡Pzzz! –llamó el adolescente a su amiga, con discreción–. Honey.
—¿Mhm? —respondió la otra, sorbiendo de su refresco.
—Mira con disimulo a mis espaldas.
—¿Por qué? —levantó una ceja, curiosa.
—Sólo hazlo. ¿Qué notas de extraño?
—Oigan, ¿por qué susurran? —se metió Fred.
—Le falta un poco de oreja —contestó la rubia de gafas grandes.
—¿Ah? —Wasabi se giró, dándose cuenta de quién estaban hablando.
—¿Saben que es descortés hablar de desconocidos a sus espaldas, verdad? —regañó Gogo.
—¡No! —gruñó Hiro, fastidiado.
—Bueno, pues ahora lo sabes —se cruzó de brazos la joven pelinegro.
—No te hablaba a ti.
—¿Y entonces?
—Que se parece a Elsa —y golpeó la mesa, para tapar el nombre que había mencionado y que claramente Tadashi les había prohibido hablar en público.
—Hay que avisarle.
—¿Y decirle qué? ¿Que llegó una muchacha con la misma cara que su amada?
Los cuatro amigos se quedaron en silencio.
—Puede ser una simple coincidencia. Todos tenemos siete gemelos esparcidos en el mundo —dijo Wasabi, queriendo restarle importancia.
—Yo no creo que sea coincidencia. Seguro ya notaron su desaparición y vinieron a buscarla —razonó Fred, siendo ésta la primera vez que no suelta una tontería.
—Debemos decirle —sugirió Honey, sin apartar la vista de la pobre joven que no hacía más que mirar por la ventana.
—¡No! ¡Tadashi va a enloquecer! —negó eufórico Hiro.
—Disculpen –una voz aguda y femenina los interrumpió –. Perdón por molestar, pero quería hacerles una pregunta —susurró Bianca, cuidando que su mamá no se diera cuenta lo que estaba haciendo.
—Dinos, corazón. ¿En qué podemos ayudarte? —le sonrió Honey.
—Mi tía está perdida, ¿la han visto?
—¿Cómo es tu tía?
Regresó a la mesa, y agarró una de las hojas que su madre traía dobladas en su bolso, donde venía la descripción y una foto de la desaparecida.
—Ella es –señaló al rostro de la chica–. Se llama Elsa, no sabemos donde está —la niña miró directamente a los ojos a aquel sujeto que apenas se dirigía a la misma mesa donde preguntaba.
—Mierda, regresó —susurró Gogo.
—¡No, no, no! ¿Bianca, qué estás haciendo? Te dije que te quedaras quieta –le quitó la hoja a su hija, y la jaló hacia ella–. Perdonen, es muy hiperactiva —sonrió algo avergonzada.
—Oh. No te preocupes, así son los niños.
Él retrocedió lentamente, con su pulso acelerado y la culpa creciendo con pavor en su pecho.
Iba de nuevo al baño, pero tropezó con una silla, tirándola. Ésta hizo tanto ruido, que captó la atención de todos.
Esos orbes azules lo reconocieron al instante.
—¿T-Tadashi? —tartamudeó, tomando una postura derecha.
No tardó mucho para que éste se echara a correr.
—¡No, espera! —gritó Anna.
Antes que pudiera salir de la pizzería, fue atrapado por un hombre de ojos cafés y melena dorada.
—¡Él es Tadashi! –empezó a llorar la pelianaranjada–. ¡Él trabajaba con Elsa! —le aclaró a su esposo.
—¿Dónde está ella? —preguntó Kristoff.
—Dime dónde está, te lo suplico —lo tomó de la camisa, y jaló repetidas veces de él.
—No puedo hacerlo... —susurró, mordiéndose los labios.
—Dime, por favor, dime dónde está –al ver que no respondía, la furia invadió su cabeza. Su respiración se volvió errática, la sangre que se bombeaba a su cuerpo la hizo enrojecer su piel, dándole un aspecto de total ira–. ¡Dímelo! ¡Escupe en dónde está! —con sus manos hechas puño, empezó a golpear su pecho.
—¡Señorita, cálmese! —exigió Wasabi, agarrando de sus manos para evitar lesiones innecesarias.
—¡Mamá, basta! —lloró Bianca, limpiándose las lágrimas con su blusita.
—Va a matarla si lo hago —esto logró captar la atención de Anna.
—¿Qué? ¿Hans?
Tadashi negó con la cabeza, se acercó con lentitud a la oreja no lastimada de la joven, y susurró:—Hipo...
Ella, aún envuelta en lágrimas, frunció el ceño.
—¿El... El muñeco? —pronunció con dificultad.
¿Cómo un muñeco podría hacer tal cosa?
—El muñeco fue una fachada, una distracción para los sucesos extraños que ocurrían allí dentro, los Haddock lo ocultaron todos estos años, vive entre las paredes, y todo ese tiempo en que Elsa estuvo ahí fue vigilada por él, todas esas cosas que creímos eran paranormales fueron obra de un sujeto que vivía en la misma casa donde estábamos y no nos dimos cuenta. Ella entregó su libertad a cambio de que yo viviera, y me hizo prometerle que nunca más regresara, ni que le dijera a nadie la verdad.
—Es mi hermana, no voy a dejarla a merced de esa persona. Tienes que decirme dónde está —ella hizo un último intento por convencerlo.
El pelinegro miró al suelo, pensativo.
¿En serio quería arriesgarse? Le contó una mitad, con eso podría poner todo patas arriba.
—Lo siento, Anna. Pero ella eligió esto —dicho esto, se soltó del agarre de Kristoff, y salió del local. Sus amigos lo siguieron.
—¡No! ¡Por favor, vuelvan! —suplicaba la señorita a cada uno de ellos, pero no parecían querer hablar.
Hiro, que fue el último en levantarse de la mesa, se dirigió a la pequeña familia.
—Su hermana fue una mujer muy dulce, me regresó a la única persona que está en mi vida, y ésta es mi forma de agradecérselo –le tendió una servilleta arrugada–. Sáquela de ahí.
El joven salió corriendo, alcanzando a los demás que ya se estaban subiendo al auto.
Anna extendió la servilleta, alzó las cejas incrédula.
—Vamos por ella —dijo, con total seguridad.
Fin.
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