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꧁༒☬26☬༒꧂

En el único lugar en el que pensó que podría estar a salvo fue en la habitación de Hipo.

Vaya error.

La pescó de su peinado, logrando solamente retirar la liga sujetada a sus mechones. La trenza se deshizo.

—De ésta no puedes escapar.

Tomó la lámpara y la lanzó. Su tiro no fue excelente.
Tropezó con la base de la cama, y él aprovechó.

—¡No!

Le arrebató al muñeco.

—¿Qué dices? ¿Elsa se ha portado mal? –agudizó su voz, con la cabeza de Hipo alado de la de él fingiendo que estaba vivo, moviendo las manos de porcelana con exageración–. Merece un castigo, ¿no lo crees?

Se paró de la cama, y estiró su brazo: —¡Regrésamelo! —pero él lo puso más alto.

—¿Qué? ¿Vas a llorar? —la empujó.

—Dale el muñeco Hans, o todo se irá al carajo —intervino Tadashi, con su labio partido e hinchado.

—¡Y dale con lo mismo! –gritó, agitando de acá para allá al juguete–. ¿Por qué es tan importante esta maldita cosa, ah? —hizo ademán de dejarlo caer al suelo.

—¡Hans, no! —por instinto, la rubia alzó sus manos en un desesperado intento por evitar ese final. El ojiverde rió, burlándose de ella.

—Todo habría sido más fácil, si no estuviera este maldito muñeco.

Elsa percibió todo eso en cámara lenta.

Hans alzando el muñeco.
Tadashi intentando detenerlo.
Ella pasmada en su lugar.

El tiempo pareció detenerse y lo único que sus oídos pudieron escuchar fue la porcelana rompiéndose en mil pedazos.

La cabeza, pálida y bien pintada, se hallaba inerte junto con sus diminutos fragmentos de lo que alguna vez fue. Su hombro se dislocó y el traje que le había puesto Elsa esta mañana estaba sucio y roto.

—¡Perdóname Hipo! ¡Perdóname por no protegerte! —gritó, arrodillándose frente a los restos, queriendo pegarlos de uno en uno.

La mansión comenzó a sufrir.

Gritos, aterradores y perturbables gritos retumbaban a través de las paredes.

Los tres, que presenciaban y escuchaban todo, se quedaron helados.

—¿Qué rayos fue eso? —exclamó el pelirrojo.

Golpes secos en la madera que iban subiendo de niveles. Algunos objetos que se encontraban en las repizas de las paredes caían al suelo. Todo actuando perfectamente como para una película de terror.

—¿Qué pasa? —volvió a preguntar Hans, expresando ira y confusión en sus ojos.

Lo que sea que fuera aquella cosa, parecía acercarse, más y más. Hasta que se detuvo en el armario.

El ojiverde frunció el ceño, y caminó al mueble.

—¡No! —susurró Elsa, tomándolo de la muñeca.

—Shh. Eso está aquí —contestó él, y se zafó del agarre.

Tadashi la agarró de la cintura, y los dos retrocedieron, temerosos con lo que pudiera pasar.

Cuando Hans llegó a la puerta de madera, acercó su oreja, apoyándose con las dos manos sobre el armario.

—Elsa, tenemos que irnos —le comentó el joven.

—Que se callen —gruñó el ex novio, queriendo descifrar lo que había.

Salió disparado más allá de la cama. Elsa gritó con pavor mientras que Tadashi miraba asombrado.

¿Cómo un golpe desde atrás de la madera pudo hacer volar a un hombre maduro de 90kg?

Una silueta, grande y alta, lucía entre la ropa.

—No puede ser... —murmuró el muchacho, clavado en su lugar.

—¿Quién...? —apenas iba a preguntar, hasta que cientos de recuerdos, momentos y ocasiones la hicieron tambalearse, dudar de dónde y con quién realmente estaba viviendo.

Bajó las escaleras y se dirigió a donde había puesto sus zapatos. Pero al llegar, no estaban.

—Ah... —titubeó un poco, asegurándose si realmente no se hallaban ahí su calzado, pero cuando estuvo ya segura, preguntó:— Señor Estoico, ¿ha visto mis zapatos? —susurró, apenas audible.

—Seguramente Valka los llevó a limpiar, es algo compulsiva —fue lo único que le respondió.

.

Dejó salir todo el aire de sus pulmones en un grito ahogado, al percatarse que sobre la cama estaba el muñeco.

—¡No... No puede ser! ¡Estabas e-en mi habitación! ¡Esto no puede estar pasando! —sollozó, desde el marco de la puerta.

Sin previo aviso, cayó al piso casi de cara de no haber metido las manos. Gimió de dolor, ya que sus rodillas sí se estamparon de lleno contra el suelo.

.

—¿Qué rayos? —brameó, cuando se da cuenta que la ropa ya no estaba–. No, no, no, no puede ser. ¿Dónde está mi maldita ropa? —buscó en todo el baño, pero no había rastro de ello. Ni siquiera los calcetines sucios.

Una broma de malísimo gusto.

Caminó a su habitación, y encendió la luz.

—¡Ay Dios santo! —chilló.

Los cajones estaban de fuera, la cama destendida y los ganchos tirados por todo el suelo, unos hasta estaban rotos.

—Hipo... —dijo ella.

El sujeto giró su rostro para verla. A Elsa le dio tanto miedo de lo que pudiera pasar en ese instante.

Y la persecución empezó.

Aquel desconocido hombre se le echó encima de Hans, estampando su puño repetidas veces en la cara del pelirrojo.

—¡No, basta! —exclamó Tadashi, e hizo lo posible para sacárselo de encima.

Su fuerza era descomunal, fuera de este mundo. Con un sólo brazo, lanzó a Tadashi al muro.

—¡Hipo! —chilló la rubia, tomándolo del brazo con el que golpeaba a su ex novio.

Éste no reparó en sus acciones, sólo la echó al piso.

La espalda de Elsa fue la que recibió el impacto, seguido de su cabeza aunque no con tanta fuerza. Y vio puntitos de colores en el techo, no pudo evitar soltar algunas lágrimas, pues el dolor era insoportable y agudo.

Hiccup oyó el sonido contundente que hizo al caer. Y dejó de moretonear al maldito.

—¿Elsa? —susurró él, con su voz de niño.

Gateó con cuidado hasta el pequeño cuerpo de su amada. Volvió a decir: —Elsa... No llores, linda Elsa. Estoy aquí, siempre estaré aquí —puso su mano (ensangrentada por la nariz de Hans) en su mejilla, acariciándola con el dedo pulgar, dejando pequeñas huellas en su blanquecina piel.

Su vista era borrosa, pero podía darse cuenta que aquel ser que demostraba una actitud raramente amable (a comparación con los dos varones) tenía una máscara, blanca y con el mismo aspecto del muñeco.

Vio otra mancha, rojo flamante, con un objeto en las manos a espalda del castaño.

—Cuidado... —susurró.

La lámpara se rompió en la cabeza de Hipo.

—Ella es mía —brameó Hans.

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