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꧁༒☬23☬༒꧂

-¿Te devoraste todo Hipo? -exclamó perpleja, cuando vio las dos cajas de pizza vacías.

Debía admitir que la primera caja de ocho piezas, sólo habían quedado cinco, tal vez cuatro.
¡Pero qué pasó con la otra caja!

-Dios santo, Hipo -tomó los restos, y los metió en una bolsa grande de basura-. Te puede hacer daño -susurró, negando con la cabeza.

Como era de esperarse, no obtuvo respuesta de parte del muñeco, que yacía sentado en la mesa.

-Bueno, como no te esperaste, no habrá de otra que almorzar una deliciosa sopa de verduras -gruñó, algo molesta. Pues ella sí quería pizza.

Cuando se quedó en silencio, pudo percibir golpes secos y cortos en la segunda planta.

Al principio creyó que era su imaginación, pero luego de esperar en su lugar casi sin respirar, volvió a escucharlo.

-Qué raro -se susurró a sí misma.

Tomó al muñeco y lo colocó en una posición donde la cabeza se apoyaba en su hombro, y emprendieron viaje a las escaleras.

El ruido se hacía más presente con cada paso que daba, hasta que logró saber de dónde provenía... El billar en el salón de juegos. Su característico sonido le traía mala vibra.

Y con mucha razón.

Su corazón dio vuelco cuando vio aquella melena roja apoyado en la mesa, jugando.

-Hola, preciosa -dijo él, con voz rasposa y potente.

Las piernas le flaquearon y sentía que el estómago se le escaparía por la boca de lo asustada que estaba.

-¿Q-qué haces aquí? -tartamudeó, poniendo distancia entre ellos.

-Vine a buscarte, ¿qué más? -contestó, como lo más normal del mundo.

Tragó duro, apretando más a Hipo contra su cuerpo.

-¿Sabes? Me costó mucho saber de tu paradero, sobre todo porque tu estúpido teléfono no es moderno -gruñó, girándose para verla.

-Es porque tú lo rompiste y no me dejaste comprar otro -acusó, viéndolo directamente a los ojos aunque estuviera muerta del miedo.

Hans empezaba a disgustarse. Dejó el palo de billar en la mesa, y se acercó a ella con velocidad.

-Mañana por la tarde nos vamos, y es una orden -apenas se percató de lo que traía en sus brazos-. Menos mal no es un maldito bebé llorón -Elsa se hizo para atrás, cubriendo a Hipo.

-No -susurró autoritaria.

Pero cuando él sonrió de lado, y sin un rastro de gracia, toda esa valentía se le esfumó del cuerpo.

La tomó del antebrazo, y la hizo girarse.

Se consternó en el instante en que notó que, en realidad, lo que tenía en brazos era un muñeco.

-¿Estás bromeando? -rió, apuntando a Hipo.

-N-no. Ellos me pagan por cuidarlo -se excusó en un susurro, con tal de no desatar su ira.

-Venía pensando en el camino cómo hacer para sacarte de aquí, y qué hacer con el niño, registrarlo con nuestros apellidos o simplemente llevárnoslo. Pero ahora que sales con esto, se me hace mucho más fácil. Así que empaca tus cosas desde hoy, ¿entendido?

Ella no respondió, sólo se limitaba a ver cómo regresaba al juego. Cuando metió todas las bolas, se fue a sentar a uno de los mullidos sillones verdes, extendiendo los brazos en el respaldo tras de él. Observando a detalle lo que había en la habitación.

-Debo decir que esta casa es muy hermosa -comentó Hans, ya más calmado.

-Sí, lo es -le siguió la conversación, pensando en una forma de llamar a la policía sin que se diera cuenta.

-¿Me has perdonado? -sacó de repente.

-¿Eh? -frunció el ceño, confundida, pues no le había puesto atención.

-Que si me has perdonado -al ver que la pequeña rubia no respondía, la paciencia se le iba agotando. Respiró profundo, y se levantó del sofá con rapidez.

Elsa respingó sobre su lugar, y caminó a paso veloz, manteniéndose lejos del alcance de su ex novio.

-No corras -objetó el muchacho, fulminándola con la mirada.

La ojiazul no reaccionó rápido, y para cuando lo notó, ya se encontraba atrapada en un rincón de la habitación. Hans se acercó y la tomó de la barbilla con rudeza.

-¿Sabes qué? No me importa si no me has perdonado, porque vas a venir conmigo. No vas a escapar otra vez de mí, porque juro que terminaré por matar a tu hermana -con eso captó la mirada y la angustia de Elsa.

-¿Qué le hiciste a Anna? -las lágrimas ya se asomaban por sus ojos.

-Lo que tenía que hacer con tal de saber en dónde mierda te escondías, y si no quieres correr con la misma suerte que ella, entenderás que tienes que hacer lo que yo ordene -estaba por darle un beso, pero ésta gira su cabeza. El pelirrojo se relame los labios, en una maléfica sonrisa-. Alguien necesita que la eduque otra vez, eh -finalmente, se alejó de ella-. ¿Pero sabes? Intentaré tenerte más paciencia.

Elsa al fin pudo respirar.

-Tengo hambre -y con eso, salió a toda velocidad a la cocina que, conociendo a Hans, sabía que no le gustaba esperar.

Mientras cortaba la cebolla y los chiles, lloraba y sollozaba en silencio. Ella era lo de menos, lo que le preocupaba más era la salud de su hermana, de Bianca, de Kristoff.

Tus demonios te encontraron.

-¿Hay cerveza? -gruñó el hombre, viéndola desde atrás.

Con el dorso de su mano se limpió las lágrimas, y se giró, caminando al refrigerador. Sacó una botella de vino tinto, enseñándosela.

-Sólo tengo esto -murmuró, temiendo su reacción.

Él frunció el ceño. ¿Y ella? Con el Jesús en la boca.

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