꧁༒☬21☬༒꧂
—¿Quién te llamó cuando me puse mal? —preguntó Elsa, ya bañada y aperfumada a flores, tomando una taza de ardiente té.
—Tu pequeño retoño —contestó Tadashi, a la par de ella.
La muchacha sonrió, pero de forma triste.
—¿Qué tienes? —acercó una silla para sentarse y escucharla mejor.
—Creo que... Estaba delirando —susurró, dándole un sorbo a su té.
—¿Con qué, cielo? —pasó una mano por su espalda, para apegarla más a él. La rubia posó su cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro.
—Con el día en que perdí a mi bebé —la voz se le quebró, más no había lágrimas.
—Estás a salvo ahora, Elsa. Estoy aquí para ti, así como Hipo —y señaló al muñeco sentado sobre una frazada en el suelo, con varios juguetes a su alrededor.
—Sí, supongo —se tragó el nudo que se había instalado en su garganta.
—¿Quieres dormir un poco?
—No tengo sueño —se quejó.
—Ven, anda —pasó su brazo bajo las rodillas, y la otra por las caderas. Levantándola como si de una pluma se tratara.
—Pero Hipo... —estiró su mano en dirección al juguete.
—Ahora vuelvo por él, no te preocupes.
[...]
Tapada por una cobija, Elsa se encontraba ya acostada en su cama. Con Hipo en el medio y Tadashi en la otra orilla.
Él no despegaba la vista de la bella durmiente, pasaba sus dedos por las mejillas estampadas en pecas de la niñera, luego recorría los labios rosados y finos.
Había caído totalmente a sus encantos. A la forma en que reía, en que cocinaba y en la que cantaba cuando el silencio la atormentaba. En su forma de leer cuentos y arrullar al muñeco. Si hubiera logrado tener a su pequeña, seguramente sería la mejor de las madres.
—Deja de mirarme —rió Elsa, aun con los ojos cerrados.
Tardó un poco en reaccionar y darse cuenta que le hablaba a él.
—Lo siento —susurró, sin retirar la mano de su barbilla.
Abrió uno de sus orbes azules, y sonrió. Tadashi imitó sus gestos graciosamente.
Le echó un vistazo a sus labios, y tan rápido como lo pensó, se sonrojó desviando la mirada a otra parte.
No. No podría pedírselo.
Elsa lo sabía, sabía el raro pero tierno comportamiento que él estaba tomando con su persona. Desde esa tarde, donde prometió protegerla del maniático de su ex novio.
Se apoyó sobre su codo, pescó la barbilla del jovencito y sin previo aviso, lo besó. Fue algo fugaz, pero que aplacó por completo los deseos del joven asiático.
El teléfono empezó a timbrar con locura, Tadashi metió su mano al bolsillo del pantalón, y lo sacó, con el aparato en mano.
Presionó el botón verde y se lo llevó al oído.
—¿Hola? —preguntó, ya que ni siquiera había checado qué número le estaba llamando.
—¿Dónde estás? Quedamos en que iríamos a comer pizza con Gogo —gruñó su hermano menor, severamente molesto por el retraso.
—Ya voy en camino, bebé llorón.
—Ni se te ocurr...—y colgó, rodando los ojos con diversión. Amaba hacer enojar a Hiro.
—¿Tienes que irte ya? —susurró la rubia, sentándose en la cama.
—Sí, hoy cumple años una amiga y la llevaremos a comer —explicó.
—Ah... —apenas pudo decir Elsa.
El chico se mordió la parte interna de la mejilla. Pensando si lo que le iba a decir era buena idea.
Ya sabemos que el muñeco está poseído, ¿para qué ocultarlo más? Razonó su cabeza.
—¿Quieres... Quieres venir conmigo? —titubió un poco, pero se armó de valor.
—¿En serio? —el rostro de Elsa se había iluminado con la simple pregunta.
—Muy en serio.
—¡Sí! ¡Sí quiero! –chilló, dando saltitos de emoción. Pero luego cayó en cuenta sobre algo–. ¿Pero qué pasará con Hipo?
—Puedes traerlo si quieres. No tengo problema.
—¿Y qué dirán tus amigos? ¿O los Haddock? Van a molestarse conmigo si... —la comezón ya quería hacer de las suyas.
—Tranquila –la tomó de las manos, impidiendo que se rascara por la ansiedad–. Ellos ya saben para quiénes trabajo.
Se lo pensó unos minutos.
Nunca salía, e ir por las ratas no contaba como salida. Seguramente Hipo también estaba aburrido de no convivir con otras personas.
—Está bien. Vamos.
❄
—¡Hasta que por fin llegas! –exclamó Hiro, moviendo sus manos con exageración–. Te tardaste siglos.
—Eso es incorrecto, un siglo cuenta con... —Tadashi se vio interrumpido por el menor.
—¡Sólo es una expresión! Entra, que ya están por servir las pizzas.
—Ajam –carraspeó el joven, llamando la atención de su hermano–. Te presento a Elsa —y se hizo a un lado, dejando ver a la menuda figura de la muchacha, que cargaba con un niño en brazos, totalmente arropado.
—Hola —murmuró ella, extendiendo su mano.
—¿Qué hay? –con toda la confianza del mundo, la abrazó, tomando así desprevenida a Elsa–. Pasa, pasa. Te va a encantar el lugar —y se la llevó de la cintura. La rubia volteó a ver incómoda a Tadashi.
—Lo siento —susurró.
—¡Tadashi! –canturreó HoneyLemon, abrazando al muchacho–. ¡Qué gusto que estés aquí! ¡Y hola! —caminó a la ojiazul para saludarla.
—Pedimos una hawaiiana y una de tres carnes, espero que les guste. Ah, hola, soy Fred —un hombre, de nariz ancha y complexión delgada habló.
—Entremos, nos esperan los demás allá.
Tomaron asientos, bromearon un poco y luego de acariciar a Hipo y pretender que era un muñeco ventrílocuo, se dispusieron a comer.
—La pizza con piña es lo más asqueroso del mundo —dijo el que respondía por Wasabi.
—¿Qué? ¡Pero si la piña es deliciosa y dulce! —defendió Honey.
—No sé, pero la mejor es la de pepperoni —se metió Hiro.
Empezando así una disputa por saber cuál de todas era la mejor. Mientras que Elsa sólo veía, casi no hablaba a menos que le hicieran preguntas. Disfrutaba el momento estando en silencio. Así la había acostumbrado Hans.
Pero esto era diferente, Tadashi no dejaba de sonreírle y animarla a hablar, no observaba ni le prohibía comentar en ciertos temas y no le restringía el apetito.
Totalmente diferente. Así es como supo cómo quería vivir, cómo quería que fuera su pareja.
Y lo quería a él.
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