꧁༒☬20☬༒꧂
Once de la noche, y la rubia ya se encontraba durmiendo plácidamente en su cama.
Se removió un poco, sintiendo un malestar en su vientre bajo. Que pronto fue empeorando, transformándose en punzadas, y luego, golpes de dolor.
Se despertó, y se hizo bolita en un pobre intento por mitigar esa horrible sensación, jadeando con fuerza.
Líquido caliente y con olor a metal emanaba de su cuerpo, manchando su ropa interior y las sábanas.
—¡Ah... Dios! —gritó, faltándole el aire.
La mancha en el colchón fue expandiéndose.
—¡Hipo! ¡Hipo! —la última vez, fue más desgarrador.
Unos minutos después, la puerta se abrió.
—Cariño, ne... –gruñó, respirando con dificultad–... Necesito que llames a Tadashi, urgente... ¡Ah! —exclamó.
Las lágrimas le nublaban la vista, no podía ver si su pequeño estaba ahí cerca.
—¡Eres una buena para nada! —gritó el ojiverde, lanzando su plato de comida a la pared más próxima a él, quebrándose en cientos de fragmentos.
Se acercó con largas zancadas a la indefensa rubia, que yacía parada en el marco de la puerta.
—¿N-no te gustó la cena? —tartamudeó, con la vista al suelo. Él odiaba que lo miraran.
—¿Te parece que eso es la cena? —enredó sus dedos entre su cabello, y la obligó a avanzar hasta donde estaba tirada la comida.
—H-hans, por favor no hagas esto —suplicó, queriendo zafarse del agarre.
—¿Por qué? ¿Acaso piensas detenerme? —rió con alta burla.
Ella negó repetidas veces.
—Hazlo por nuestro bebé —dijo, suplicándole al cielo que algo, cualquier cosa, evitara la paliza.
Desgraciadamente, ésa era una de las tantas noches donde terminaba en el piso.
Le dio una bofetada, tan fuerte que la hizo escupir sangre. Su mejilla irradiaba calor y un incesante color rojo. Cayó boca abajo.
Ya no gritaba, sólo lloraba en silencio, con la mirada en el techo y temblando de forma exagerada.
Tras las paredes, aquel ser sentía una gigantesca impotencia, sollozaba con rapidez y sus respiraciones eran aceleradas.
—No lo hagas... No por favor —alcanzó a escuchar que Elsa decía.
Salió de la habitación, corrió a la cocina y descolgó el teléfono. De uno en uno fue presionando los botones.
—¿Elsa? ¿Qué pasa? —con voz adormilada, Tadashi preguntó.
—Elsa está llorando.
El sueño se le fue al muchacho al oír lo fino y agudo que eso había sonado.
—¿H-hipo? —los pelos se le pusieron de punta cuando preguntó.
—Ella está llorando, su cama está llena de sangre y no deja de temblar —se escuchaba tan indefenso y abrumado que le partió el alma al chico.
—Ya voy para allá, tienes que ser fuerte y ayudarla, Hipo —la llamada finalizó.
El llanto fue más fuerte, lo que enojó más a su novio.
—Ya cállate —la pateó en el estómago.
—¡No! —suplicó, haciéndose ovillo para cubrir al bebé que crecía en su vientre.
Hans sonrió de lado.
—¿Qué pasa, Elsa? ¿No te gusta que te pegue aquí? —dio otro golpe, ésta se retorció.
—Basta... —apenas y pudo decir.
Una, y otra, y otra vez. No se detuvo, no tuvo piedad, ni siquiera porque aquella criatura que recibía los golpes era de su sangre.
—Y cuando termines de victimizarte, limpias la cocina. Que está del asco.
Cerró la puerta con fuerza.
—Elsa, todo va a estar bien, resiste —susurró Tadashi, sosteniendo con dulzura su mano.
El doctor Kallaghan puso una compresa llena de hielos en la frente sudorosa y ardiente de la rubia.
—Tiene fiebre, y su periodo parece ser exageradamente abundante. ¿Sabe si tuvo problemas antes? —se giró a verlo.
—No tengo idea, siendo sincero, no conozco mucho su vida. Es mi compañera de trabajo, nada más.
El hombre ya anciano frunció el ceño, enfocándose en inyectarle un poco de suero combinado con antiestamínico.
—Su compañera parece estar sufriendo cambios hormonales muy drásticos.
—Creo que tuvo un aborto espontáneo —ni tan espontáneo, pensó.
—Con razón. Estará bien, que tome esto para el dolor de cólicos –le entregó una caja con 12 tabletas–. Y esto para bajar la fiebre. Que sólo la tome cuando no pueda regular su temperatura —le dio otra caja de ibuprofeno.
Tadashi se levantó, sacó su billetera y de ahí le entregó varios billetes.
—Gracias por todo.
—A usted, si sigue así llévela al hospital.
Lo acompañó hasta la salida, y se despidieron cordialmente. Caminó de vuelta a la habitación de la rubia, se quedó sorprendido cuando la vio sentada en la orilla de la cama, amenazando con pisar un pie fuera.
—¡No! Tienes que mantener reposo —la regañó, y volvió a acostarla.
—Estoy totalmente sucia —susurró, medio ida.
—Ah... Yo no puedo ayudarte —se rascó la nuca, incómodo.
Honeylemon, pensó.
—Quieta ahí, si te paras voy a amarrarte —amenazó, apuntándola con su dedo índice.
Salió de ahí y buscó en su pequeño teléfono el contacto de su amiga. Le picó al botón verde y se lo llevó al oído.
—¡Tadashi! ¡Qué gusto!
—Hey –arrastró la vocal–. Necesito un favor enorme, de suma importancia.
—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien?
—Yo sí, pero mi amiga no. ¿Podrías venir? Cosas relacionado a chicas y su periodo.
—Tranquilo, mándame tu ubicación e iré para allá.
—Muchas gracias Honey, te deberé una.
Gruñó, molesto.
No podían venir visitas. Tuvo suficiente con ese doctor que no dejaba de tocar a su niñera.
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