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꧁༒☬13☬༒꧂

Se levantó suavemente, sintiendo enormes punzadas en la nuca. La sangre seca en sus dedos la hizo recordar todo lo que había pasado la noche anterior.

Gimió del dolor en su espalda, seguro por la caída.

Aún tenía la toalla puesta, y no sentía nada en sus genitales, una buena señal de que no fue violada.

Se puso de pie con una lentitud impresionante. Las piernas le flaqueaban y le oprimía el pecho. Aún asustada.

Tomó el picaporte, y lo giró sin problema. Saliendo finalmente de esa pesadilla.
Inmediatamente caminó a su habitación, y la ropa que había desaparecido ayer estaba regada por el piso. La recogió toda y se vistió.

Se sentía, de alguna forma, sucia. Aberrante. Le provocaba náuseas el pensar lo que pudo haber sucedido esa noche, lo desprotegida que estaba, lo cobarde y asustadiza que había sido. Odiaba que su valentía se echara para atrás cuando pensaba en él.

Te convirtió en una mujer insegura, y todo por tu culpa.

Remojó el algodón en la tapita que llenó de alcohol, y en pequeños toques se lo untó en los dedos.

—¡Hola! –gritó alguien a sus espaldas, ella no se inmutó–. Hoy fui de compras y de pura casualidad encontré la marca de maní que te gus... ¡¿Qué te pasó?! —dejó caer las bolsas al piso y corrió a la muchacha, que se limpiaba con la mirada perdida, hasta le tocó a la mesa ser "curada".

—Nada —susurró ella.

Está llena de moretones. Pensó él, y con sumo cuidado se hincó alado de su silla, no quería perturbar la tranquilidad inusual de la rubia.

—Elsa, mírame —pidió, la chica reaccionó lento.

—¿Mhm? —voltea su cabeza.

—¿Qué pasó? —apenas dirigió su mirada a Tadashi, se echó a sus brazos a llorar.

—¡Fue horrible! —sollozó estando en el cuello del joven.

—¿Qué cosa fue horrible? ¿Qué fue lo que te pasó? Luces débil, apagada y tus manos están muy maltratadas.

La puso sobre sus piernas, sentados en el suelo, cubriendo con su brazo la adolorida espalda de Elsa, y otorgándole suaves masajes.

—Salí de bañarme, para ir a comer contigo. Pero cuando quise vestirme, mi ropa había desaparecido. Toda mi maldita ropa. Ni los calcetines dejaron. De milagro conservé la toalla –gruñó, limpiándose los mocos–. En mi habitación no había nada. Y luego se escuchó que alguien abría una puerta, chequé y era la sala de juegos. Me asomé y para cuando decidí salir, me tiraron al suelo. Llegaste tú e intenté romper la ventana y había alguien ahí —chilló con más fuerza, escondiéndose en el cálido pecho del asiático.

—Tranquila, ya pasó –sisea, arrullándola de lado a lado–. Ya estoy aquí contigo.

—¿Puedes quedarte hoy conmigo? —sin reparar en sus palabras, soltó.

—Ahhh... —Tadashi susurra, algo dudoso.

—Por favor, sólo este día —esos orbes azules que lo miraban esperanzados y con un toque de miedo lo convencieron, sabiendo que eso no estaba permitido.

Bueno, Estoico nunca mencionó que no podía quedarse en su mansión.

Pero tampoco que sí.

—Sólo por ésta vez, nada más.

[...]

—¿Y antes de esto, a qué te dedicabas? —preguntó Elsa, después de sorber ruidosamente de su sopa.

—Pues... Entregaba comida a domicilio, pizzas, hamburguesas, comida china —rió, algo irónico, y comió sus vegetales pacientemente.

—¿Qué te trajo a los Haddock?

—Una noche tuve un pedido por aquí, no en la mansión, claro. Pero sí en casas vecinas. Yo iba en mi moto y al encontrar la casa, me di cuenta que nadie habitaba en ella.

Oh, rayos gruñó, y para cuando se dio la vuelta, ya habían varios varones en capuchas y con armas filosas.

Entrega todo lo que tienes —habló uno de esos, amenazándolo con el cuchillo.

Con cuidado, sacó la billetera de su bolsillo trasero y se las arrojó, al igual que el pequeño teléfono con el que cargaba. Fruto de sus ahorros.

¡¿Qué?! ¡Sólo traes $100 dólares! —exclamó el que se había acercado a revisar el dinero.

Es todo lo que saqué hoy –excusó Tadashi. Fue un día malo.

Estás mintiendo —dictó, grandemente enfurecido.

¡N-no! ¡Es todo lo que he ganado!

Jefe, ya vámonos —sugirió uno, el más bajo de todos en cuanto a estatura.

Te hemos observado, muchacho. Y siempre llevas más de trescientos dólares a la mano, no te quieras pasar de listo. O lo vas a lamentar —caminó hasta él, lo agarró del cuello de la camisa, y lo alzó, poniendo en claro quién era el más fuerte de ahí.

No hay más —apenas susurró.

—Me molieron a golpes, resulta que a quien buscaban era el que traía cerveza a domicilio pero como sabrás, todos creen que un coreano y un japonés lucen iguales, además eso siempre da dinero —se encogió de hombros, restándole importancia.

Elsa quedó impactada por la forma en que lo decía, sin miedo, tranquilo y por si fuera poco, burlándose de él mismo.

—¿Y qué hiciste?

—Lo último que recuerdo fue que el rugido de un auto retumbó mis orejas, y unos cuantos balazos. Ya de ahí no sé mucho.
Desperté en la casa de los Haddock con mi hermano a un lado y mi tía al otro. No tengo la mínima idea de cómo llegué ahí pero se los agradezco mucho. De no haber sido por ellos, quizás hubiera muerto.
Luego de eso, me dieron trabajo, supongo que les recordé mucho a Hipo, quién sabe —se empinó el plato, y tomó de su caldo picoso.

—Wow. ¿Y no tuviste miedo?

Tragó duro, y exclamó: —¡Claro que tuve miedo! Si no sientes miedo, ¿realmente estás vivo? –alzó sus cejas, enfatizando lo último–. No siempre debemos ser valientes, es algo natural huir del peligro, y no está mal hacerlo, pero habrá veces que tendrás que enfrentarlo como último recurso. No puedes escapar de él.

—Lo sé.

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