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CAPÍTULO EXTRA

Charlas interminables.
Emma y Eytan

—Eytan, ¿estás listo para leer mi libro? —preguntó Emma con una mezcla de emoción y nerviosismo.

—Después de todo lo que he visto de ti, me da un poco de miedo —respondí con una sonrisa burlona. Conocía bien a mi hermana; su personalidad era tan desenfrenada y divertida que nunca se sabía qué esperar. Aun así, sabía que, al igual que ella me apoyaba en mi talento artístico, era mi deber brindarle apoyo en su nueva aventura literaria.

—Bueno, no es para tanto, tampoco hay sexo por doquier —exclamó, dándome un suave golpe en el hombro, riendo mientras intentaba restarle importancia.

—¡Vale, a leerlo! —dije, sintiendo una mezcla de curiosidad y un ligero temor, preparado para sumergirme en su mundo de palabras.

Abrió el PDF en su computadora y, al instante, el título me cautivó:  Todo lo que quisiera. Le lancé una mirada cómplice. Eran alrededor de 300 páginas, así que sabía que no lo terminaría de un tirón, pero estaba decidido a tomarme todo el tiempo necesario para leerlo. Cada una de esas páginas representaba un lazo entre ella y yo. Estos días había estado especialmente sensible debido a la forma en que mis padres se comportaban conmigo. Cuando leí la dedicatoria, una lágrima se escapó de mi ojo. Decía: "Para mi hermano, que irradia luz en medio de la oscuridad que lo envuelve". Cada letra era un abrazo indescriptible para mi alma. Mi vida había sido oscura, siempre lo había sido, y nada de eso me sorprendía. No había luz, solo sombras. Las lágrimas pesaban, las heridas dolían, y mi corazón se sentía aplastado mientras leía lentamente su libro. Con el tiempo, traté de mostrarme fuerte. Ver a Emma observándome con atención mientras me limpiaba las lágrimas me llenaba de vergüenza; no quería parecer débil y vulnerable ante ella. Se suponía que yo debía ser el que le diera ánimo y fuerzas para que ella también persiguiera sus sueños.

—No seas tonto y llora. Tanto tú como yo estamos cansados de vivir con el nudo en la garganta y de evitar nuestras lágrimas, cuando en realidad queremos hundirnos y navegar en ellas —dijo Emma, tocando mi hombro mientras también soltaba algunos sollozos.

—Lo sé... He llorado mucho estos días; no quiero hacerlo más.

—Impedirle al cuerpo llorar es una muerte silenciosa de sentimientos. Estamos aquí, Eytan. Recuerdo aquella madrugada en que nos atrevimos a comer doritos con Pepsi. Eso es peor que llorar. Soy tu hermana, puedes hacerlo; prometo no reírme...

Sus palabras me reconfortaban, abrazando mi alma como siempre lo hacía, como aquella madrugada. Pero la conocía bien y sabía que, a pesar de su seriedad, esa última promesa terminaría en risa. Y así fue. No pude evitar reírme también. Nos reímos juntos, sintiendo la hermosura de llorar y reír al mismo tiempo. Nos lanzamos al suelo; ella cayó sobre su cama, y mi estómago comenzó a doler de tanto reír. Reímos sin parar, riéndonos de nosotros mismos, de nuestras lágrimas, y esa era la mejor combinación. Con el tiempo, la risa se desvaneció en un silencio reflexivo.

Papá entró a la habitación; su expresión no presagiaba nada bueno. Después de la fiesta de Harry Potter, estaba extrañado por nuestro comportamiento, pero tanto su rostro como sus palabras me resbalaban como si fueran agua sobre una babosa.

—Iremos a una cena familiar esta noche. Es formal, y sus trajes están en camino —declaró papá con seriedad.

—Está bien —respondí con desgano.

—Al menos espero que mi vestido, o lo que hayan elegido para mí, sea un poco más arriba de las rodillas. No quiero parecer una monja.

—Deja de contestar tan altanera, Emma Mirley —replicó papá con su voz autoritaria.

—Vale —respondió Emma con sequedad.

Ella y yo nos entendíamos perfectamente; sabíamos que las reuniones familiares eran las peores experiencias que podíamos vivir. No eran lo nuestro. Rompí el silencio que se había hecho en ese instante.

—Emma tiene razón; al menos que los trajes sean formales, pero juveniles, que se adapten a nuestro estilo, incluso si son góticos —enfatizé en "góticos", sabiendo que cada palabra molestaría a papá. Su genio era como un volcán a punto de estallar, pero el sarcasmo de Emma y el mío eran como una tercera guerra mundial. Amábamos a nuestro padre, pero no su forma de ser con nosotros. Emma me lanzó una mirada cómplice y le respondí con una ligera sonrisa.

—Ocho y media —fue lo único que dijo papá antes de salir de la habitación. Emma y yo nos miramos.

—Parece que cada día, nuestro padre está aflojando un poco ese corazón de piedra que tiene contra nosotros —dijo Emma.

—Después de la íntima discusión, está cediendo. Lo amo, pero...

—Pero nadie elige por nosotros, al menos por ti, que ya eres mayor —exclamó Emma.

Un silencio pesado invadió la habitación. Ambos nos echamos en la cama, mirando al vacío, sin decir una palabra, solo se escuchaba el viento colándose por la ventana y nuestras respiraciones quebrando la quietud. Después de un largo minuto, decidí romper el silencio.

—¿Y si...?

—¡Y si!

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

—Sé exactamente en lo que estás pensando. Conozco al Eytan que tengo al lado —exclamó Emma con una chispa de diversión en sus ojos.

—Vale, invitaré a Yazetmith y a... Jason.

—¿En serio le dirás? —dijo Emma, levantándose de golpe de la cama, sorprendida.

—Sí, ¿por qué no? Si tú eres feliz con él, yo también lo soy.

—Y si tú lo eres con Yazetmith, yo también lo seré —respondió Emma, desordenándo mi  cabello, que ya estaba en un estado caótico.

—Quiero amar más.

—Tienes que conocerla mejor. Sé que se conocieron de la peor manera, o de la forma más inusual; casi te quita la vida, ¡esa!. Pero si tú la amas, bienvenido sea el amor. Aunque como siempre te digo, conócela mejor. Algo dentro de mi dice que...

—¿Qué? —fruncí el ceño, intrigado.

—Olvídalo.

—Está bien, Emma Mirley.

—Vuelves a decirme mi segundo nombre y haré corazones con tus entrañas y se los mandaré a Yazetmith en una bandeja de oro.

Los dos nos reímos. La forma de ser de Emma, con su característico sarcasmo, aún lograba sacarme sonrisas incluso cuando me sentía herido por dentro.

—Prometo no follar con Jason esta vez.

—¡EMMA!—le reproche como solía hacerlo siempre.

***

Las ocho y media llegaron. Íbamos en el auto con nuestros padres. Emma tenía una expresión de total disgusto, y yo luchaba por no reírme. Su vestido era como esos de antaño, de princesas, holgado y casi cubriendo sus zapatos. Papá, como siempre, hacía de las suyas. Al menos yo iba un poco bien, aunque mi color favorito no se reflejaba en nada de lo que llevaba puesto.

Llegamos a la casa de nuestros tíos Gómez. Al entrar, nos recibieron con grandes besos y abrazos efusivos. Emma y yo sabíamos que esos abrazos fuertes pronto se convertirían en abrazos mediocres llenos de charlas vacías, y esos besos estarían acompañados de palabras de egocentrismo, porque así era nuestra familia.

Después de varias horas sentados, con nuestras caras de desagrado, nos dimos cuenta de que esas reuniones eran las más aburridas que podían existir. Al menos la música daba un poco de ambiente. Cuando el reloj marcó las 10:30 p.m., Emma y yo nos miramos y decidimos salir del salón, donde algunos bailaban y otros conversaban en las mesas. Al llegar a la salida, papá nos interrumpió con un gran grito.

—¡¿Para dónde creen que van?! —gritó papá, su voz resonando en la sala.

—A un lugar mejor —respondí con seguridad.

—¿A un lugar mejor? Estamos compartiendo en familia, Eytan.

—Lo sabemos, padre, pero por eso mismo queremos ir a un lugar mejor.

—¡Eytan! ¿Qué demonios estás diciendo? ¡Entren ya!

—No —dijo Emma, manteniéndose firme.

—Hoy queremos ser felices de nuevo, padre —le dije, sintiendo el tedio apoderarse de mí.

En ese momento, mamá llegó, seguida de la mayoría de la familia.

Sin decir una palabra, Emma rasgó su vestido, cortándolo más arriba de las rodillas. Papá, mamá y el resto de la familia quedaron atónitos, mirándonos con una mezcla de impresión y desconcierto.

Siguiendo el "ejemplo" de Emma, desabroché mi corbata y la dejé caer al suelo. Emma, con determinación, volvió a hablar:

—No somos rebeldes. Solo queremos ser felices, aunque sea un poco.

Con esas últimas palabras de Emma. Salimos corriendo del lugar; Jason nos esperaba en su auto más adelante, junto a Yazetmith. Habíamos planeado todo; como había dicho Emma, no éramos rebeldes con nuestros padres. Aunque el acto de hace un momento pudiera parecerlo, solo queríamos divertirnos y ser felices, aunque fuera un poco más, y compartir esos momentos con mi hermana y nuestros amores. Por que la vida se trataba de eso: vivirla, porque en la última instancia los recuerdos son los que quedan.

Dimos varios paseos en el auto de Jason, con nuestras músicas favoritas a todo volumen mientras cantábamos a todo pulmón.

Risas
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Alegría.

Todo eso formaba parte de mí, de mi ser, y de lo que podría llegar a ser. Ver a Emma feliz junto a Jason me llenaba aún más. Quizás la felicidad residía en las pequeñas cosas, en los momentos simples, en esos instantes inoportunos donde el tiempo parecía detenerse. Éramos solo nosotros en un mundo mágico, entrelazando la realidad con nuestros sueños. Seguíamos creyendo en utopías, en corazones rotos y heridos, en corazones sanos al cien por ciento, en lágrimas mezcladas de rabia, dolor y alegría. En lágrimas que se desvanecen. En momentos únicos e inolvidables con las personas que creemos amar, que creemos hasta el fin. Pero el final lo hacemos nosotros; lo creamos nosotros. Quizás un final es lo menos importante cuando la trama de todo lo vivido danza en nuestro ser con regocijo.

Me lancé en la cama, llorando de alegría, con la foto de Emma sobre mi pecho. La miré de nuevo; su risa seguía siendo reconfortante. Aún más allá, ella continuaba siendo mi abrigo en la tormenta, mi luz, mi esperanza. No la olvidaba porque ella siempre vivía en mí, fusionada conmigo, aunque no estuviera físicamente presente.

—No me escucharás, pero ese libro viene en camino, hermana —dije, mirando su foto y acariciándola con mi pulgar.

Cerré mis ojos, el recuerdo vino con fragmentos lindos e inolvidables. De fondo sonaba la música de Morat: debí suponerlo. Aunque la letra me remordía el alma, se sentía bien hacer y cumplir esos sueños que una vez fueron simples anhelos.

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