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back in the games. part 7










LA MASACRE
de vuelta a los juegos. parte 7







Seguimos a Robert por el bosque. Se ha puesto a la cabeza al cabo de un rato. Era algo que debería haber esperado ya.

Me doy cuenta cuando nos acercamos a la Cornucopia, reconozco el sitio. Veo a los profesionales al borde del bosque, esperándonos con las armas preparadas.

O estaban muy alerta o sabrían que vendríamos. Aquello me preocupa. Desenvaino dos cuchillos y los sujeto con fuerza. ¿Y si la persona que escuché antes era uno de los profesionales, que nos vio venir y avisó a los demás?

Si ese es el caso, he cometido la mayor estupidez de mi vida.

El del 1 y la del 2 están al frente de la manada, recibiéndonos con sonrisas burlonas. El del 2 está unos metros más atrás, con un hacha en la mano. La del 1, junto a él, tiene un cuchillo en cada mano. Como yo, solo que ella se ve mil veces más aterradora.

Robert es el primero en correr hacia ellos, con la espada en alto. Contengo el aliento al ver al del 2 adelantarse: me parece el más brutal de los profesionales, porque es enorme.

Entonces, Robert se detiene. Y sonríe.

Y Annie, Jared y yo nos damos cuenta de que estamos muertos.

—He cumplido con mi parte del trato, ¿no?

Los otros cuatro tributos asienten. Entiendo enseguida qué ha pasado. Un cambio de bando. Cojo un cuchillo con cada mano.

Nos esperaban porque sabían que Robert nos iba a vender.

—Así que tu plan era entregarnos a los profesionales y aliarte con ellos, ¿no? —digo.

—Era el trato que hicimos. Les encontramos la primera noche. Ésta dormía —explica la del 2, señalando a Annie, que ha palidecido.

Annie me había dicho que habían huido en el Baño de Sangre, tras escuchar ella a las chicas del 1 y el 2 decir que matarían a los del 4 luego. Y esa misma noche, la manada había encontrado a Robert.

Y le habían dejado vivir para que nos llevara a nosotros hasta ellos.

—Y él aceptó entregarnos a los tres. Qué inteligente, Robert. ¿No te das cuenta de que, en cuanto nos maten, irán a por ti? —pregunta Jared, agarrando con fuerza su espada.

—Ah, no. No va a ser así. Iremos primero a por él —tras estas palabras, el chico del 2 agarra con fuerza su hacha y Robert no tiene tiempo de reaccionar antes de que suene el cañón.

Al ver a su compañero ser decapitado, Annie suelta el chillido más agudo que he oído en mi vida.

Me quedo paralizada por culpa del horror más absoluto y las horribles náuseas que al momento me invaden.

No puedo dejar de observar la sangre manchando el hacha del chico del 2 y también sus ropas, sus brazos, su rostro. El cuerpo de Robert se desploma en el suelo. Un pequeño charco rojo va formándose en el suelo y aumentando en tamaño a toda velocidad.

La imagen es tan grotesca que no puedo dejar de contemplarla. La cabeza de Robert rueda hasta detenerse a pocos metros de nosotros y yo estoy convencida de que voy a vomitar en ese preciso momento.

Annie vuelve a gritar. Los profesionales, a excepción del chico del 2, se quedan inmóviles un momento: éste, sin embargo, avanza sin detenerse ni un instante.

Avanza con el hacha en alto en mi dirección y eso es lo que lleva a Jared a enviar su lanza directamente hacia su pecho, atravesándole.

La expresión de sorpresa y de horror aparece tanto en el rostro del tributo del 2 como en el de mi hermano. Retrodezco bruscamente, arrastrando a Annie conmigo. Miro a Jared, con los ojos muy abiertos.

Él se vuelve hacia mí, horrorizado. Es incapaz de creer lo que acaba de hacer, lo sé.

El profesional escupe sangre y se desploma en el suelo con un ruido sordo. Su compañera de distrito suelta un grito de horror, aunque nada comparado con los dos chillidos de Annie.

—¡Kurt! —le llama. Pero Kurt no responde.

Jared me toma de la mano para salir corriendo de allí.

Entonces, veo un cuchillo que sale volando desde la mano de la chica del 1 y alcanza a mi hermano en el pecho.

Ésta vez, soy yo la que grita, sin poder hacer nada por contener el chillido que escapa de mi garganta.

Después de aquello, todo se vuelve una mancha borrosa. Uno de los cuchillos que tenía en la mano desaparece.

Aparece clavado en el pecho de la chica del 1, que se desploma en el suelo.

Su compañero de distrito trata de atacar a Annie. Mi otro cuchillo acaba en su garganta.

Los cañonazos suenan. Disparo sin apuntar, sin apenas fijarme hacia dónde lanzo. Mi tercer y último cuchillo termina en el brazo de la del 2, que se ha quedado parada en el sitio.

Ella huye y yo le dejo irse, porque solo me preocupa una cosa y es mi hermano. Ni siquiera cuando un pequeño puñal se incrusta en mi espalda me muevo de su lado: chillo de dolor, creo por un momento que la tributo del 2 va a matarme, pero pronto me doy cuenta de que no va a ser así. Lo ha lanzado a la desesperada mientras huía. No voy a morir, no aún.

Pero mi hermano...

—Jared, Jared, Jared —le llamo, con los ojos llenos de lágrimas.

Annie se ha ido. No sé cuándo. No me importa. Me dejo caer junto a mi hermano.

—Lani... —murmura él, con esfuerzo.

—Tranquilo, no te muevas —ruego, sintiendo que un sollozo está a punto de escapárseme—, puedo ayudarte, puedo curarte, yo...

Jared me tapa la boca con la mano, como hacíamos de pequeños.

—Lei, no hagas promesas que no puedes cumplir. —Sonríe trémulamente—. Por si lo olvidas, yo también soy sanador en prácticas. No te preocupes por mí. Tienes que ganar.

—Jared, no, yo no... No puedo...

—Lei, no te preocupes. Gana. Puedes hacerlo. De verdad.

Me seca las lágrimas con la mano. Agacho la cabeza, sin importarme nada más que mi hermano mellizo, mi compañero de toda la vida, que se va...

—No puedes dejarme —susurro.

Pero lo está haciendo: lo veo en su rostro, en el gran esfuerzo que está haciendo para seguir junto a mí unos minutos más. Las lágrimas no dejan de caerme por las mejillas, pero él no llora.

Sé que está tratando de ser fuerte por mí y eso solo lo vuelve peor.

—Sé que ganarás, Lei —insiste—. Confío en ti. Siento no poder quedarme para ayudarte.

Y entonces, Jared entona las cuatro notas. El fin de la jornada: eso es lo que anuncian y es lo que mi hermano trata de decirme.

Alguien las repite, y alguien más, y alguien más. Sinsajos. Ni siquiera sabía que estaban aquí.

Miro a mi hermano, que cierra los ojos. Entono las cuatro notas para mi hermano. No me atrevo a continuar la canción en este sitio, pese a que siento el impulso de hacerlo. Las repito, una y otra vez, como una nana.

Jared sujeta mi mano con fuerza, mientras su respiración se ralentiza y la sangre continúa saliendo de la herida que tiene en el pecho.

Continúo cantando hasta que suena el cañonazo.

Y yo juro que algo se rompe dentro de mí. Me desplomo, sollozando, sobre mi hermano. Le abrazo, le ruego que vuelva a gritos. Me da igual si vuelve la chica del 2, me da igual si viene a matarme. Solo puedo gritar y gritar y gritar.

Sacudo a Jared y continuó llamándole hasta que mi voz se vuelve ronca, e incluso así continuó llorando y llorando y llorando.

No sé cuánto tiempo paso allí. Se me hace una eternidad, pero no considero que sea el suficiente. Nunca lo será.

Jared está muerto. Mi hermano, mi mellizo, el que lleva conmigo desde nuestro nacimiento.

Debería haber sabido que aquella era una posibilidad, pero siempre había tenido asumido que sería yo la que moriría antes en la arena. Nunca Jared.

—Jared, por favor —le susurro, cuando ya soy incapaz de seguir gritando—. Por favor, no te vayas. Eres todo lo que tengo. Eres mi hermano. Lo siento, lo siento. —Los últimos días pasan con rapidez por mi memoria y yo solo puedo llorar con más fuerza—. Fuimos estúpidos. Apenas nos hemos podido mirar desde la Cosecha. Deberíamos haberlo hecho. Debería haberte dicho más veces que te quería. Lo siento, Jared.

Después de un rato más, finalmente le doy un beso a mi hermano en la frente y me pongo de pie. Le miro por última vez. Quiero recordar su cara, que no se vuelva borrosa con los años, si es que los vivo. Esa posibilidad me aterra.

—Adiós, Jared —susurro, con voz temblorosa—. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Te quiero, hermano.

Las manos me tiemblan cuando tomo el cuchillo empapado en la sangre de mi hermano y me lo cuelgo del cinturón: hago lo mismo con los que disparé a los tributos del 1, los cuchillos que les han matado. También me cuelgo el puñal que la chica del 2 me lanzó al huir. La herida que tengo en la espalda debería de dolerme: no lo hace, sin embargo. O, al manos, no tanto como la muerte de Jared.

Contemplo los cuatro cadáveres que permanecen en el claro. El aerodeslizador no ha podido recogerlos conmigo allí. Agacho la cabeza y dejo escapar unas lágrimas más por mi hermano. No quiero dejarle allí, no quiero que le recojan junto a los profesionales, la razón por la que él ha muerto. Pero no puedo hacer otra cosa.

Entono nuevamente las cuatro notas. Los sinsajos las repiten. El fin de la jornada.

—Adiós, Jared —susurro una vez más.

Y abandono el claro sabiendo que, pese a los cuatro cuerpos que hay a mi espalda, son cinco las personas que allí han muerto.

Porque ¿cómo podría seguir viva yo si es sin mi hermano?

Ignoro cuánto tiempo paso andando. Llega un punto en el que soy incapaz de seguir. Me desplomo de rodillas en el suelo. La espalda me arde. Mi visión se vuelve borrosa.

Sé que se debe a la herida que me ha hecho la chica del 2, pero no puedo hacer nada por curarme. Ni sé si quiero hacerlo.

Todo empieza a darme vueltas. Siento unas manos sujetándome del brazo.

Luego, cierro los ojos y acepto de buen grado la paz que la oscuridad me trae.

Despierto tumbada boca abajo. Alguien me ha quitado el abrigo y me ha tapado con él. Mi mochila descansa junto a mí.

Me incorporo lentamente y siento un pinchazo que recorre toda mi columna vertebral. Ahogo un grito de dolor: la herida de la del 2 ha sido peor de lo que esperaba.

—Por fin despiertas.

Rosemary me contempla con los ojos entrecerrados. Lleva un cuchillo entre sus manos y me apunta con él, frunciendo el ceño. Pese a su corta edad, consigue verse amenazadora.

Me siento a duras penas y advierto que la niña me ha quitado todas mis armas, que están en el suelo, tras ella. Rosemary no deja de vigilarme.

—Hola —le digo finalmente, con la voz algo tomada. Me sale mucho más ronca de lo que esperaba.

—Hubo un momento en el que pensé que no despertarías —comentó la niña—. Tuviste suerte de que te mandaran un paracaídas para curarte.

Le miro, sorprendida.

—¿Tú me has curado? —cuestiono. Ella asiente—. ¿Por qué?

—No me delataste en el bosque, cuando ibas con los del 4 —responde, encogiéndose de hombros—. El chico me hubiera matado, seguro. Pero tú no dijiste nada. Te debía una.

Le contemplo extrañada. Sé que a ella le gusta tan poco lo que acaba de decir como a mí. Se encoge de hombros.

—Solo digo lo que pienso. Podrías agradecérmelo en vez de mirarme así.

—Gracias —digo finalmente—. No creo que muchos hubieran hecho lo que tú.

—Probablemente no —admite ella, encogiéndose de hombros. Baja el cuchillo—. Serían más inteligentes que eso.

Le observo en silencio durante varios minutos. Ella no dice nada tampoco. Dirijo una mirada al cielo y advierto que debe de ser pasado mediodía.

—¿Cuántos quedamos ahora mismo? —pregunto.

—Cuatro —responde ella, mordisqueándose el labio—. Tú y yo, Reyna, la del 2, y Annie, la del 4. No ha habido muertes desde ayer, que hubo...

—Demasiadas —completo, tragando saliva. Rosemary me mira por unos segundos.

—Siento lo de tu hermano —termina por decir.

—Gracias —mascullo.

Rosemary me tiende una caja de galletas a la mitad. La acepto sin pensármelo mucho; las tripas me rugen. Ella me observa mientras como y me ofrece una cantimplora.

—Lo he robado todo de lo que tenían los profesionales —me explica, en voz baja—. De su campamento. Creo que Reyna no ha vuelto por ahí. Tampoco la del 4.

—¿Sabes dónde puede estar? —pregunto—. Annie, quiero decir.

—No tengo ni idea —admite, negando con la cabeza—. He perdido el rastro de las dos.

Asiento lentamente. Me he perdido la proyección de los rostros de los que han muerto el día anterior. Puede que eso sea lo mejor: no creo haber podido soportar ver el de Jared en el cielo.

—¿Has estado vigilándome todo el rato? —Rosemary vacila, pero asiente tras un momento—. Descansa un poco, entonces. Debes de estar agotada.

Las ojeras bajo sus ojos me lo prueban. No obstante, ella duda. Y yo comprendo lo que le lleva a esa desconfianza, claro está.

—No tengo ningún motivo para matarte —le susurro—. Me has salvado y, del mismo modo que tú dices que me debías una, yo te la debo a ti ahora, porque está claro que tú has hecho más por mí que yo por ti. Además de eso... No quiero matarte, Rosemary. Es por eso por lo que no dije nada en el bosque. N-no sería capaz de hacerte nada.

—Pero mataste a los profesionales, ¿no? —masculla ella, desconfiada.

Agacho la cabeza, porque es verdad.

—L-la chica del 1 atacó a Jared —explico, tragando saliva—. Y... Sí, la maté. A ella y al otro de su distrito, Ruby. Ni siquiera conozco su nombre...

—Shine —responde la del 12—. Era Shine.

—Shine —repito.

Saber su nombre solo lo vuelve peor. Ya no es una desconocida. Es una chica con nombre y, probablemente, familia y amigos que la esperaban en casa.

«Igual que a Jared», me digo. Pero ella le había matado. Y, aún así...

La maté a ella y eso me perseguirá durante lo que me queda de vida, aunque sean solo unos días, con suerte.

Rosemary me contempla en silencio durante un rato más, como si tratara de leer mis pensamientos. Finalmente, asiente.

—Dormiré un poco —decide, metiéndose en el saco que tiene junto a ella—. Confío en que vigiles bien.

Trato de sonreírle.

—Así lo haré.

Tan pronto como mi nueva aliada —al menos, eso creo que es— se duerme, me arrastro hasta el árbol más cercano y apoyo la espalda en su tronco, con especial cuidado con la herida. Suelto un suspiro y siento mis ojos llenarse de lágrimas.

Porque Jared ya no está y, sin embargo, yo sí.












mini maratón 1/4 porque ya quiero llegar a sinsajo jeje

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