Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

back in the games. part 5










EL INICIO
de vuelta a los juegos. parte 5







Estar con Hera es desesperante.

Ella se esfuerza en que sea agradable, pero cuando me he caído aproximadamente veinte veces empieza a perder la paciencia. ¿Qué quiere que le haga? ¡Ir con tacones es difícil! No entiendo como hay personas que se pasan el día sobre esas cosas horribles, como ella hace.

Trata de enseñarme algunas cosas más, que me salen mejor, aunque la oigo murmurar de vez en cuando que espera que con Jared sea mejor. Me limito a ignorarla.

Después de la comida, Jared se va con Hera y yo me siento con Seeder en un sofá.

—¿Qué enfoque piensas que me pega? —pregunto.

Cada tributo tiene un enfoque: sexy, inocente, amable, divertido... Siempre tratan de meternos en alguna categoría. Si no entras en ninguna de las establecidas, te consideran «no interesante». En los Juegos, siempre tienes que ser interesante.

—Sexy desde luego que no —declara Seeder, para mi alivio—. Te conozco lo suficiente como para saber que no podrías hacerlo bien. Tampoco te pega el divertido. Eres muy seria. Prueba con inocente. Tu aspecto te ayudará. Te haré algunas preguntas, ¿vale?

Ayer Finnick, en la azotea, también me sugirió «inocente». No esperaba volver a encontrarle, pero así fue. No hablamos más que un par de minutos, quedándonos la mayor parte del tiempo en silencio, pero le hablé de las entrevistas y de mi enfoque.

«Podrías trabajar con ese aire de inocencia que desprendes», me dijo.

Y eso intento. Seeder se da por satisfecha casi de inmediato: me dice que lo hago de maravilla. Cuando le digo, desconcertada, que ni siquiera lo estaba intentando aún, ríe.

—Mejor aún —tercia—. Eso significa que te sale natural. Te irá de maravilla.

Mi equipo y Tigris llegan horas después y me arrastran inmediatamente a otro sitio para prepararme. Esta vez no me dicen cómo iré. Tigris dice que es una sorpresa. Después del vestido que hizo para el desfile, confío ciegamente en ella, de modo que les dejo trabajar sin cuestionar nada.

Después de maquillarme, peinarme y pintarme las uñas, por fin me enseñan el vestido. Es blanco y largo. No tiene mangas, y lleva un prendedor para evitar que se caiga. El borde de la falda es dorado. Tiene una capa morada, también con los bordes de oro, y con dibujos de espigas de trigo bordados con el mismo hilo que los bordes de la capa y la falda.

Lleva un cinturón ancho, también dorado. Por suerte, las sandalias con tacón que me ponen no son demasiado altas. Me recogen el pelo en algo parecido a un moño, pero mucho más complejo, y me colocan una corona de laurel, solo que de oro.

Parece que sigo siendo la Diosa Dorada.

—Es precioso, Tigris —digo, examinándome en el espejo. No puedo ocultar mi asombro—. No sé cómo lo haces.

—Son años imaginando diseños —responde ella, alisándome la capa—. Llevaba mucho tiempo esperando poder vestir a alguien como tú.

No sé qué responder a ello; me limito a sonreír nerviosamente. Cuando terminan, llaman a Seeder. Ella me mira un momento y asiente con la cabeza, dando el visto bueno. Me sonríe cariñosamente.

—Jared ya está listo. Vámonos ya.

Mi hermano nos espera junto a los ascensores. Me rodea con el brazo.

—Vas muy bien —me dice, nervioso—. Bonito vestido.

—Tú también —mascullo—. ¿Y tu enfoque cuál va a ser?

—Divertido. ¿El tuyo?

—¿Inocente? —respondo, encogiéndome de hombros—. No lo sé. Solo voy a intentar responder sus preguntas.

—Lo harás bien —me asegura él—. Vamos.

Los dos estamos muy nerviosos. Las entrevistas son incluso más decisivas que la nota que te dan los Vigilantes. Si no gustamos al público...

Sigo pensando en eso mientras observo la entrevista de Caesar Flickerman con el del 10. Soy la siguiente. Jared me susurra que me relaje un poco. Justo entonces suena el zumbido y me llaman.

Caesar, que este año ha elegido el verde chillón como color característico, me recibe con una sonrisa. Me da dos besos, lo que me pilla un poco por sorpresa, y me pide que me siente.

—Bueno, Leilani, no puedo negar que nos tienes a todos asombrados. Empecemos con tu magnífico vestido del desfile. O el que llevas ahora mismo, por ejemplo. ¿Qué piensas de ellos?

«Elógiales. Les encantará. Y no olvides sonreír». Es lo que Finnick me dijo como despedida. «Buena suerte, Diosa Dorada».

—¿Qué crees que puedo pensar, Caesar? —pregunto, con una sonrisa—. Son maravillosos. ¿No piensas lo mismo?

—¡Desde luego, desde luego! ¿Acaso no pensamos todos lo mismo? —Los gritos entusiasmados del público le dan la razón—. ¡Un gran trabajo de nuestra Tigris, sorprendiéndonos como siempre! Y no podría haber sido una sorpresa mayor el que hubiera elegido el 11 como distrito este año, ¿no?

—Puede que esa sea una señal de que esperéis algo especial de nosotros en estos Juegos, Caesar —digo, sin saber de dónde saco la confianza.

El presentador suelta una risa, aparentemente encantado ante mi comentario.

—No lo dudo ni por un instante, Leilani. Ya nos tienes bastante intrigados con tu nota en los entrenamientos. ¡Un ocho! No está nada mal. —Me da unas palmaditas en la rodilla. Sé que quiere decir que no está nada mal para la chica bajita y de aspecto débil del pobre Distrito 11—. ¿Por qué no nos hablas de tu sesión privada?

—Son privados por algo, ¿no? —Trato de reír—. No puedo decir nada, esas son las reglas. Siento no poder contároslo. Pero averiguaréis en la arena de lo que soy capaz y veréis lo que les enseñé a los Vigilantes. Creo que os gustará —respondo con una sonrisa.

—¿Y qué te parece el Capitolio?

—Todos han sido muy amables conmigo. El edificio es impresionante y la comida... —Río suavemente—. Hay muchas cosas que me parecen raras, pero todo es increíble. Aunque echo muchísimo de menos mi distrito. —Más que a mi distrito, a los que allí he dejado.

La gente grita y aplaude. Parece que he conseguido convencerles de que les adoro.

—¿Qué puedes decirnos de tu hogar?

—He dejado allí a Zinnia, mi amiga desde que tengo memoria y que es prácticamente una hermana para mí. —Sonrió débilmente—. Le echo de menos. También a su abuela, nana Yasmin, y su hermano, Thresh. Son... Son como nuestra familia. Jared y yo... —Niego con la cabeza—. Ellos nos acogieron en su hogar. Si están viendo esto... —Dudo, antes de decir—: Les mando un fuerte abrazo.

—Seguro que ellos te mandan lo mismo a ti, Leilani. —Caesar me toma la mano y me la sostiene—. ¿Qué pensaste cuando tu hermano mellizo salió elegido?

Suspiro. Imaginaba que me preguntarían algo así. Busco las palabras correctas.

—Fue muy duro. No pensaba que podría pasar eso. No sé lo que pasará en la arena. No sé si uno de los dos sobrevivirá. Pero nosotros siempre hemos estado muy unidos. Y pase lo que pase, eso no cambiará.

La gente lanza gritos de apoyo o de pena. Jared y yo nos miramos, él asiente. Aprieto los labios.

—Una última pregunta, para quitar tensión al asunto. —Caesar ríe levemente—. ¿Hay algún chico en tu distrito o aquí, en el Capitolio, que te guste?

Suelto una risa tensa.

—Mejor dicho, ¿crees que habrá alguien por aquí a quien yo le guste, Caesar?

—¡Por supuesto que sí! ¿No es así? —grita Caesar, consiguiendo nuevos vítores desde el público. Suena el zumbido que avisa de que mi tiempo ha terminado—. Leilani, creo que hablo en nombre de todos cuando te deseo mucha suerte. Gracias.

—Un placer, Caesar.

Me besa la mano como despedida. Bajo del escenario y me siento en la silla que me corresponde. O, más bien, me desplomo. Las piernas me tiemblan. Siempre he odiado hablar con desconocidos o en público. Ni a Jared ni a mí se nos da bien.

Apenas soy capaz de enterarme de las siguientes tres entrevistas; pese a que intento escuchar la de Jared y sé, por los aplausos del público, que lo hace bien. Me levanto cuando suena el himno y luego nos marchamos a nuestras plantas para descansar para el día siguiente. Cuando nos tirarán a la arena.

Trato de controlar mi estrés hasta que estoy sola en la habitación. Allí, tiro los zapatos que llevo contra la pared y me quito el vestido bruscamente. Tiro la corona al suelo y me suelto el pelo. Me mojo la cara varias veces para quitarme el maquillaje y y cuando ya no queda ni rastro de lo que llevaba para la entrevista, solo mis uñas, me pongo el pijama y me tiro sobre la cama.

Aunque tirarlo todo me ha desahogado un poco, no ha servido de mucho. Suspiro y me meto bajo las mantas. Y, aunque trato de evitarlo, me duermo llorando.

Termino de ponerme la ropa para la arena. Todos los tributos la tenemos igual. Este año, consiste en unos pantalones negros, una camiseta térmica también negra y una chaqueta que abriga mucho verde oscuro. De zapatos, unas botas oscuras que me ato con fuerza y que, por precaución, Tigris me hace un nudo más.

—Parece que vais a pasar frío —comenta mi estilista, mientras se asegura de que todo lo que llevo está bien puesto.

—Mejor frío que calor —respondo.

—No estés tan segura. Recuerda aquellos Juegos de hace unos años, los de Dae Chung. Los tributos morían por la noche congelados.

—Los del año pasado fueron mucho peores —replico—. En ese desierto ardiente, sin apenas agua...

Tigris me hace una coleta y me tiende algo. Es el collar de Zinnia. Ni siquiera recordaba habérmelo quitado.

—Es tu símbolo, ¿no?

Asiento con la cabeza. Tigris me lo pone y me lo ata con fuerza al cuello. Luego me observa de arriba a abajo.

—Estás bien. Ve a la plataforma.

Esto parece un adiós. Ya me he despedido de Seeder esta mañana. He decidido que no volveré a ser débil, como anoche. Voy a tratar de mostrar fortaleza siempre. Por difícil que parezca todo.

Abrazo a Tigris antes de colocarme en la plataforma.

—Gracias por todo. Has hecho que los del Capitolio me recuerden. —Trato de expresar en unas pocas frases lo agradecida que me siento con ella—. No podrías haber cumplido mejor con tu trabajo. Eres la mejor estilista que me podría haber tocado. Gracias, Tigris.

Ella sacude el rabo, triste, y se enjuga una lágrima.

—Buena suerte, Diosa Dorada. Confío en ti —me dice, antes de que el cristal me rodee.

La plataforma se eleva poco después. Le pierdo de vista. Aguardo, impaciente, hasta llegar al final del tubo. Lo primero que hago es mirar la arena.

Estamos en un gran valle, rodeado de una cadena montañosa que forma un anillo perfecto. Un río discurre no muy lejos de la Cornucopia. Hay un gran bosque a mi espalda.

Estoy entre dos chicas. Una es la del 12, la reconozco enseguida. Doce años, cabello rubio. Incluso pese a la distancia que nos separa, veo sus mejillas surcadas de lágrimas. Se me encoge el corazón. Intento no volver a mirarla.

La otra creo que es la del 10. Mientras espero a que termine la cuenta atrás, miro las cosas que tengo cerca. Una mochila negra está a poca distancia, y localizo dos cinturones de cuchillos no muy lejos de la mochila. Cogeré esas tres cosas y saldré corriendo con Jared. No le veo, debe estar al otro lado de la Cornucopia, pero sabrá encontrarme. O eso espero.

Me fijo en la chica a mi izquierda, la del 10. Está temblando más incluso que yo. Veo su símbolo, una pelotita de madera que lleva al cuello, como mi collar. No obstante, el hilo que la sostiene se rompe.

La chica no se da cuenta de que cae y rueda hasta...

Ahogo un grito cuando las minas explotan, creyendo por un momento pensando que la explosión llegará hasta mí, pese a saber que la distancia que nos separa está preparada para que, en caso de que unas minas se activen, no afecten a los tributos a sus lados.

La cuenta atrás termina justo entonces y me obligo a ignorar lo que acaba de suceder. La primera muerte de los Juegos.

Corro hacia los objetos que he decidido llevar conmigo. Me hago con la mochila sin problemas, pero cuando trato de coger los cuchillos, un chico con una lanza aparece ante mí. Le reconozco, es el chico del 1.

—¿Qué crees que haces, 11? —dice con voz burlona. Pese a tener trece años, es mucho más alto que yo.

Intenta clavarme la lanza, pero esquivo el golpe y le doy una patada. Me lanzo hacia los cuchillos y en cuanto los tengo en las manos le lanzo uno al muslo. Él cae al suelo, gimiendo. Le arranco el cuchillo y huyo de allí.

—¡Leilani!

Jared me espera en el borde del bosque. Él ha salido del Baño de Sangre mucho más rápido que yo. Me toma de la mano y corremos entre los árboles un buen rato.

Cuando creemos que estamos lo bastante lejos, comenzamos a andar más despacio, pero sin parar en ningún momento. No nos detenemos hasta que empiezan a sonar los cañonazos.

Contamos trece.

Trece chicos y chicas que han muerto hoy para divertir al Capitolio. Creo que es un récord. No recuerdo haber escuchado nunca que se llegara a once tributos tan rápido.

Retomamos la marcha sin hacer ni un solo comentario al respecto. Hasta que no comienza a oscurecer no paramos para descansar.

—¿Qué has conseguido? —pregunta Jared, quitándose la mochila que lleva en la espalda.

—Una mochila y dos cinturones de cuchillos. No había ningún arco, o no he visto ninguno. ¿Y tú?

—Otra mochila y un puñal bastante largo. O una espada corta, no estoy seguro.

—¿Qué tienes en la mochila?

Las abrimos. En la mía hay barritas de cereales, una botella vacía, otro abrigo, vendas y cerillas. En la de Jared, fruta deshidratada, un saco de dormir, yodo y una cuerda.

—No está mal. Escojamos un árbol para dormir. ¿Qué tal este? —pregunto, señalando un gran árbol de tronco grueso que hay cerca. Es tan buena opción como cualquier otra.

—Está bien. Sube.

Trepamos rápida y silenciosamente. Los profesionales estarán cazando esta noche y tenemos que estar protegidos. Arriba no nos verán y si nos encuentran siempre podemos saltar de árbol en árbol hasta ponernos a salvo.

Ellos no saben que podemos hacer eso. Es una ventaja. Las copas de los árboles están tan próximas entre ellas que no nos costará demasiado huir en caso de necesidad.

Colocamos el saco en una de las ramas más gruesas.

—Yo hago la primera guardia —decido. Jared asiente.

—No tardarán en proyectar a los que han muerto —comenta. Sé que tiene razón.

Y así es. Primero, aparecen los rostros del chico del 3. Los profesionales de los dos primeros distritos no han sobrevivido; me quedo intranquila ante aquello. Al del 3 le sigue su compañera de distrito. El chico del 5; los seis profesionales siguen con vida, entonces. Los dos del 6 y el 7. La del 8, que resulta ser la de la bolita. Los del 9 y el 10. Y por último, el chico del 12.

—Quedamos once —comento. Ya lo sabíamos desde antes, pero aún así es sorprendente. Aterrador.

—Sí. Veremos qué pasa esta noche. —Jared traga saliva—. Despiértame en dos horas. O si vienen los profesionales.

Asiento una única vez. Jared se mete en el saco y se ata a la rama con la cuerda, para no rodar mientras duerme. En menos de dos minutos, su respiración se vuelve más lenta. Suena otro cañonazo entonces. Quedamos nueve.

«Las cosas van muy rápido», pienso, asustada. Apoyo la espalda en el tronco y me abrazo las piernas, aguardando, atenta a cualquier posible amenaza.

Escucho el ruido de unas ramas partiéndose. Me asomo con cuidado. Veo a tres tributos abajo. Los profesionales. El chico del 2 y las chicas del 1 y el 2. Supongo que han sido ellos los que han matado al tributo de antes.

Los del 4 no están con ellos. No tenía por seguro que se separarían hasta ahora. No quita que sea raro que los profesionales no vayan juntos. Me pregunto dónde estará el chico del 1.

—Tenemos que encontrar a algún otro. Sigo enfadada por lo de Ruby, necesito matar a algún otro idiota —oigo decir a la chica del 1, con voz algo tomada—. No me puedo creer que la enana del 11 le haya dejado fuera de combate tan rápido.

Así que el tributo masculino del 1 se llama Ruby. Es el chico al que le clavé el puñal; si no está con ellos, debo de haberle hecho una buena herida. Sin duda, eso es una ventaja: significa uno menos en la manada. Probablemente, le habrán dejado protegiendo las provisiones o algo similar.

—Tiene que haber alguien cerca. Lo presiento —comenta la chica del 2.

Acierta con su presentimiento, pero los otros dos se burlan de ella cuando dice eso. Espero de corazón que no se les ocurra mirar hacia arriba.

—¡Eh! ¿No es eso un fuego? —dice el chico.

Efectivamente, lo es. Los tres profesionales se miran, complacidos. Parece que se les está haciendo fácil la tarea de matar a todos los que puedan.

—Espero que sean esos idiotas del 4. Me encantaría acabar con ellos —comenta la del 1, mientras el trío se aleja—. Mira que dejar que se nos escaparan... Tendríamos que haber sido más discretos.

Me quedo en mi árbol, a salvo. En ningún momento dan señal alguna de saber de mi presencia, para mi alivio. No mucho después, escucho otro cañonazo.

Quedamos nueve. En una sola noche. Nunca se había llegado a este número tan rápido, creo. Ya estamos casi en los ocho finalistas.

Me pregunto quién más habrá muerto esta noche. ¿Tal vez, alguno de los del 4?

Me digo que ya lo descubriré. Ahora, lo único que sé seguro es que quedamos muy pocos. Mejor, después de todo.

Son menos rivales para Jared cuando yo muera.












Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro