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40 | the capitol










CUARENTA
el capitolio







Los siguientes días transcurren con rapidez. Nos pasamos la mayor parte del tiempo entrenando, aunque también visito a Johanna cuando puedo e intento pasar algún tiempo a solas con Zinnia, Violet y nana Yasmin. No he dicho nada de la reunión a ninguna de las dos. Solo hablo del tema con Finnick. Ahora que sabemos que vamos a otra arena, queremos estar todo lo que podamos juntos. Hacernos a la idea y, a la vez, ignorarlo.

En el pelotón, además de Katniss, Finnick, Dae, Rosemary y Gale, también hay cinco soldados del 13. Jackson, una mujer de mediana edad y la segunda al mando. Algo lenta, pero con una puntería increíble. También hay dos hermanas llamadas Leeg. Las llamamos Leeg 1 y Leeg 2, para distinguirlas. Con el uniforme puesto, son casi idénticas. Y dos hombres, Mitchell y Homes, que apenas hablan.

La mayor parte del tiempo, practicamos con armas de fuego, pero dedicamos una hora al día a usar nuestras armas en Defensa Especial, con Beetee. Katniss y Gale tienen sus arcos, con varios tipos de flechas. Las hay de todo tipo: explosivas, afiladas como cuchillos, incendiarias... El tridente de Finnick tiene todo tipo de características especiales. La que más me impresiona es que puede lanzarlo, pulsar el botón de una muñequera metálica y hacer que vuelva a su mano, sin que tenga que ir a recogerlo. Dae, por su parte, elige prescindir de las armas mejoradas y emplear tan solo las que usan todos los soldados del 13.

En cuanto a mí, Beetee me ha diseñado cuchillos de todas las formas y tamaños. Hay unos que pueden cortar con facilidad cualquier material y son casi indestructibles. También tengo unos que parecen una sierra pequeña y pueden romper prácticamente todo. Los que más me gustan son unos pequeños y ligeros, fáciles de lanzar y capaces de atravesar el metal más duro. Intento acostumbrarme a las armas de fuego, pero agradezco tener algo tan familiar y que sé que controlo bien cerca.

Hay otros pelotones de tiradores bastante buenos, de modo que no sé con exactitud cuál será nuestro trabajo una vez en el Capitolio. Se supone que tenemos uno en concreto, pero no lo descubrimos hasta que Plutarch viene a hablar con nosotros.

—Pelotón cuatro, cinco, uno, se os ha seleccionado para una misión especial —empieza—. Tenemos bastantes buenos tiradores, pero nos faltan equipos de televisión. Por tanto, os hemos escogido para ser lo que llamamos nuestro «pelotón estrella». Seréis los rostros televisivos de la invasión.

Parpadeo, desconcertada. Intercambio una mirada con Katniss, al tiempo que veo cómo el grupo pasa primero por la decepción, después por la sorpresa y, al final, llega al enfado.

—Lo que estás diciendo es que no combatiremos de verdad —dice Gale.

—Combatiréis, aunque quizá no siempre en primera línea, si es que hay una primera línea en este tipo de enfrentamientos.

—Ninguno de nosotros quiere eso —responde Finnick. Los demás murmuran para darle la razón—. Vamos a luchar.

—Vais a ser lo más útiles posible para la guerra —replica Plutarch—. Y se ha decidido que sois más valiosos en televisión. Mira el efecto que tuvo Katniss yendo por ahí con su traje de Sinsajo. Le dio la vuelta a la rebelión. ¿Os dais cuenta de que es la única que no protesta? Es porque entiende el poder de la pantalla.

Miro a Katniss y llego a la conclusión de que está tramando algo. Me sorprende lo bien que puedo leer su expresión. Parece ser que, después de tantas horas juntas entrenando, he debido haber aprendido a entender mejor cómo piensa.

—Pero no será todo de mentira, ¿no? —pregunta ella—. Qué desperdicio de talento.

—No te preocupes —dice el antiguo Vigilante Jefe—. Tendréis objetivos de sobra. Pero procura que no te vuelen en pedazos, ya tengo bastantes problemas como para ponerme a buscar una sustituta. Ahora id al Capitolio y montad un buen espectáculo.

Retraso las despedidas hasta el día que partimos. Zinnia, Violet y nana Yasmin lo respetan, pretendiendo que nuestra marcha inminente no es real. Sin embargo y pese a que tengo tiempo de sobra para pensarlo bien, cuando llega el momento de decir adiós, no tengo idea de qué palabras emplear.

Tan pronto como me ve vacilar, Zinnia me abraza. Suelto un suspiro y le correspondo con fuerza, acariciando su espalda y cerrando los ojos un instante.

—Voy a volver —le susurro.

—Aquí te espero —responde ella, con la voz tomada—. Te quiero, Leilani. Eres mi hermana.

—Y tú la mía, Nia —le aseguro—. Yo también te quiero. Más de lo que he demostrado.

Ella simplemente sonríe con los ojos llorosos y asiente. Violet hace lo posible por no llorar, pero se le escapa alguna que otra lágrima. No dice nada mientras me abraza y yo le repito una y otra vez que nos veremos pronto y que no pasará nada, ya que solo somos el entretenimiento televisivo de la guerra.

Nana Yasmin también me abraza. Por un instante, aquel gesto me lleva a mi despedida con la familia Kurtter antes de mis primeros Juegos. Zinnia y nana Yasmin estaban ahí. También Thresh, que ahora no puedo evitar ver reflejado en Violet. En ese momento, iba a la arena con Jared. Ahora, voy con Finnick.

Tantos paralelismos me asustan. Sonrío de manera forzada y contemplo un segundo a las tres mujeres de mi distrito. Son todo lo que me queda del 11. Es como si me despidiera definitivamente de lo que he llamado hogar durante tanto tiempo. Pase lo que pase después de nuestra visita al Capitolio, sé que no volveré al 11.

Noto la mano de Finnick rodear la mía. Me giro para mirarle. Él no tiene nadie de quien despedirse. Ya hablamos ayer con Johanna, Beetee y Haymitch. No quedan muchos más por aquí.

Violet le abraza y se me encoge el corazón al ver cómo le sonríe y la estrecha con cariño, subiéndola unos centímetros del suelo y logrando que se le escape una débil risa.

—Tened cuidado —pide ella, con voz ahogada. Finnick asiente.

Recorro el lugar con la mirada. Rosemary está con una mujer a la que se parece tanto que no dudo en que es su madre. Dae abraza a su hermano pequeño. Katniss se despide de su familia y Rye Mellark. Tanto ella como Prim se acercan unos segundos a decirnos adiós a Finnick y a mí también.

Finalmente, llega el momento de irse, lo que hago tras abrazar una última vez a Zinnia, Violet y nana Yasmin.

Un aerodeslizador nos lleva al Distrito 12, donde han montado una zona de transporte improvisada fuera de la zona de fuego. Un vagón de mercancías lleno a rebosar de soldados vestidos con sus uniformes gris oscuro, dormidos con la cabeza encima del petate, nos lleva al punto más cercano al Capitolio. Al cabo de un par de días de viaje desembarcamos dentro de uno de los túneles de montaña que llevan a la capital y hacemos a pie las seis horas que nos quedan para llegar, procurando pisar sólo sobre la línea pintada de verde brillante que marca el camino seguro al exterior.

Salimos en el campamento rebelde, un área de diez manzanas junto a la estación de tren. Está repleto de soldados. Al pelotón 451 se le asigna un lugar en el que montar las tiendas. Esta zona se aseguró hace más de una semana; los rebeldes echaron a los agentes y perdieron cientos de vidas en el proceso. Las fuerzas del Capitolio retrocedieron y se han reagrupado en el interior de la ciudad. Entre nosotros están las calles llenas de trampas, vacías y tentadoras. Habrá que limpiar de vainas cada una de ellas antes de avanzar.

Mitchell pregunta por los bombardeos de aerodeslizadores, pero Boggs responde que no es problema, que la mayor parte de la flota aérea del Capitolio se destruyó en el 2 o durante la invasión. Si les quedan aviones, los están reservando, seguramente para que Snow y su círculo interno puedan huir en el último momento a algún búnker presidencial escondido. Nuestros aerodeslizadores se quedaron en tierra después de que los misiles antiaéreos del Capitolio diezmaran a los primeros. Esta guerra se luchará en las calles y, si hay suerte, las infraestructuras sufrirán pocos daños y perderemos pocas vidas. Los rebeldes quieren el Capitolio, igual que el Capitolio quería el 13.

Después de tres días, todos estamos a punto de dejarlo por puro aburrimiento. Lo único que hacemos es destrozar cosas, mientras Cressida y su equipo nos graban. Según ellos, somos el equipo de desinformación. Si solo disparásemos a las vainas, los del Capitolio se darían cuenta enseguida de que tenemos el holograma. Así que nos dedicamos a romper cristales y otras cosas. A veces, piden tiradores de verdad. Todos levantamos la mano, pero nunca nos eligen ni Katniss, ni a Gale, ni a Finnick, ni a Dae, ni a mí. Es bastante frustrante. Rosemary me dirige una sonrisa de consuelo en la única vez que sale escogida.

Cada uno tenemos un mapa de papel que nos muestra la ciudad. Sin embargo, hay una versión más pequeña del holograma que nos enseñó Plutarch, llamada holo. Es mucho más útil que un mapa de papel, ya que puede agrandarse y centrarse solo en una zona, mostrando todas las vainas que hay en ella.

Sin embargo, solo los comandantes tienen un holo. Lo activan con su voz, y solo obedecería la voz de alguien del pelotón si el comandante, en nuestro caso, Boggs, muriera o resultara gravemente herido. Tendría que transferírselo a otro miembro del pelotón. Además, si alguno de nosotros dice tres veces la palabra jaula, el holo estallaría y volaría en pedazos todo en un radio de cinco metros. Se debe usar solo en caso de emergencia, como si somos capturados.

Al cuarto día, Leeg 2 activa una vaina mal etiquetada. En vez de soltar mosquitos mutantes, nos ataca con dardos. Uno le da en el cerebro, y muere al instante. Nos prometen que nos enviarán un sustituto. Pero cuando llega, viene sin esposas ni guardias, con una pistola colgada. Ahogo un grito en cuanto le veo aparecer. Boggs le quita el arma al momento y, furioso, se va a hacer una llamada.

—Da igual —nos dice Peeta a los demás—, la presidenta en persona me ha asignado. Ha decidido que las propos necesitan animarse un poco.

Intercambio una mirada de preocupación con Katniss. Su expresión dice de todo. No sé a qué juega Coin, pero este movimiento me parece excesivamente arriesgado. Peeta puede morir. Puede matar a Katniss o cualquiera de nosotros, lo que me hace preguntarme hasta qué punto somos prescindibles para los intereses de la presidenta. No quiero saber la respuesta.

Creamos un horario para hacer guardia y vigilar a Peeta en todo momento. A Finnick y a mí nos toca juntos el primer turno esa noche. Por ello, mientras todos duermen, nosotros sentamos junto a una estufa que han instalado y observamos en silencio al del 12. Boggs le ha dicho que duerma, pero está despierto, sentado dentro del saco. Nos observa en silencio durante un buen rato.

—Tú tenías la celda junto a mí en el Capitolio —dice finalmente.

—Sí.

—Escuchaba todo lo que pasaba dentro. Aunque creo que no me escuchabas a mí. A veces te llamaba, antes de todo lo que me hicieron.

—Te escuché el primer día —respondo, sin saber hasta dónde va a llegar esta conversación—. Hablamos un poco. Pero ya no te escuché más. Solo gritar, a veces.

Él asiente, pensativo.

—Yo escuchaba todo. También cuando iba a verte Snow.

Me tenso. Estoy bastante segura de que también palidezco. Si he de ser sincera, aquellas visitas permanecen borrosas, pero sé que sucedieron. Siempre están ahí, un recordatorio constante en mi mente, ligadas a las visitas a la planta del 4, la jaula de los charlajos y tantas otras. Una vez se menciona una, me veo arrastrada por todo el torbellino de recuerdos. Finnick me aprieta la mano con fuerza.

—No es algo que me guste recordar —digo, intentando que no me tiemble la voz.

Peeta asiente y ya no dice nada más durante el resto de la guardia. Finnick y yo tampoco hablamos; él se dedica a acariciar el dorso de mi mano, mientras yo me apoyo en su hombro y trato de no pensar en nada, sin demasiado éxito. Antes de irnos a dormir, Finnick va hacia él y le da su trozo de cuerda.

—A mí me ayudó —le dice—. Puede que a ti también.

Peeta mira la cuerda, sin entender qué hacer con ella. Finnick le enseña un par de nudos y luego nos vamos a nuestra tienda. Les toca guardia a Jackson y a Katniss.

—Estoy bien —digo, antes de que Finnick hable—. Estoy perfectamente.

—No es verdad —responde Finnick—. Lo sabes tan bien como yo.

Suelto un suspiro.

—Sabes que no pasa nada por sentirte así.

—Le odio —susurro, apretando los labios—. Sigo teniendo pesadillas. Sigue ahí, siempre. Cuando pienso en él, me siento tan... sucia. —Niego con la cabeza—. Y todo lo que pasó. Una vez empiezo a pensar en esas semanas, no puedo parar. Los gritos, la sangre, el agua...

—Nadie dijo que sería inmediato —susurra Finnick. No entiendo cómo puede seguir teniendo tanta paciencia después de haber tenido conversaciones similares millones de veces. Yo misma estoy harta—. Pero estás consiguiendo mucho en muy poco tiempo. Nada va a ser inmediato. Pero has logrado mucho, Leilani. Superaste la simulación, a pesar de que atacaron tu punto más débil.

Le hablé de los gritos después de mi prueba en la Manzana. Rio irónicamente y niego.

—Ese no es mi punto más débil —respondo—. Es el que ellos pensaron que lo era. No creo que vaya a tener que enfrentarme a algo así aquí, de todos modos.

—¿Entonces?

Le sonrío débilmente.

—Creo que ya sabes que mi punto más débil eres tú, Finn. —Suspiro—. La posibilidad de perderte, que aquí sí es muy real. Sé que no te gusta que no te escojan, igual que con los otros. A mí tampoco, por una parte. Pero después de lo que le ha pasado a Leeg 2... —Se me rompe la voz—. Si algo así te pasara, no podría seguir...

Finnick me besa con suavidad.

—Vamos a salir los dos de aquí —me susurra—. Te lo prometo.

Hay silencio. Sé que él piensa en lo mismo que yo. Los dos queremos salir de ahí, pero nuestra prioridad es el otro. Queremos una vida juntos, pero si se diera una situación en la que solo uno puede vivir...

—Finnick —digo, mirándole a los ojos—. No quiero que cometas una locura.

—¿Qué quieres decir?

Me muerdo el interior de la mejilla. No es como si no hubiésemos tenido ya esta conversación. Parece que, en las últimas semanas, solo sé hablar de lo mismo. Snow, el Capitolio, mi miedo de perder a Finnick.

—Si hay una bala que viene hacia mí, o si nos atacan unos mutos o lo que sea... Ni se te ocurra sacrificarte para salvarme.

Finnick pierde la sonrisa.

—Leilani, no es justo que me pidas eso cuando tú harías lo mismo.

Y lo sé. Solo que no puedo imaginar qué sería de mí si viera a Finnick... Imágenes escalofriantes inundan mi cabeza. El recuerdo de sostener a Jared mientras muere entre mis brazos sigue fresco pese a los años transcurridos, pero esta vez es a Finnick a quien abrazo y ruego que no se vaya. Es él quien salta del árbol al agua y los mutos atrapan, no Annie. Es a él a quien Brutus mata, no a Chaff. Es él a quien los agentes de paz se llevan a rastras, no a Parry.

Y, de un momento a otro, es él quien me ve morir ahogada y no hace nada por evitarlo. Es él quien me apuñala, una y otra vez, mientras ruego para que se detenga. Es él a quien veo en la pantalla matando a la chica del orfanato, y luego a Rue, y Thresh, y Rosemary, y Jared, y...

Sus brazos me rodean y yo suelto un chillido. Le aparto de un empujón, trato de golpearle. Me alejo como si me quemara, sin ver realmente dónde estoy ni a dónde voy. Vuelven a sujetarme y chillo. La vista se me nubla.

—Leilani —escucho decir, pero suena muy lejano—. No es real. Leilani, soy yo. Soy Finnick.

Chillo. Aparto su mano de un golpe.

—¡No me toques!

—¡Leilani!

Alguien me sujeta los brazos por detrás. Grito y pataleo. Me ahogo. Tengo los ojos llenos de lágrimas y no soy capaz de distinguir realmente lo que veo. Alguien más me sujeta las piernas. Chillo una y otra vez, intentando liberarme. No puedo.

—¡Leilani, soy Katniss! ¡No pasa nada, estás bien! —Me falta el aire. Noto cómo la fuerza con la que me sujetan disminuye—. Soltadla. Dejadme intentarlo. Leilani, estás bien. Te lo juro.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que mi respiración se relaja lo suficiente y consigo mover los brazos para secarme las lágrimas. Para entonces, soy consciente de todo lo que he causado: la mitad del pelotón está en la tienda. Katniss se mantiene a mi lado, con Rosemary justo detrás. Los soldados del 13 y Gale, atentos pero sin acercarse, permanecen en la entrada. Veo a Dae junto a Finnick en la otra punta de la tienda. Me da la sensación de que evitan acercarse. Es entonces cuando veo la enorme marca roja en el rostro de Finnick, algo más abajo de su ojo derecho.

Le he pegado. He perdido el control y le he golpeado. Se me cierra el estómago. Noto nuevamente cómo me falta el aire, pero ya nada tiene que ver con la sensación de antes. Le he hecho daño a Finnick y ni siquiera me he dado cuenta. He perdido el control. Si no hubieran llegado los demás... No sé en qué momento empiezo a temblar. Un sollozo escapa de mi garganta.

—L-lo siento —susurro, y creo que nunca he dicho esas palabras de un modo tan sincero—. Y-yo... F-Finnick...

—No pasa nada —me responde él. Pero claro que pasa. ¿Cómo no va a pasar?

Él no se acerca. Katniss me sostiene las manos cuando estas me empiezan a temblar más y más. Todo me da vueltas.

—Soldados Everdeen y Nightlock —dice entonces Homes—, sacadla fuera. Que tome algo el aire. Luego, que descanse.

Ambas me sacan casi a rastras de la tienda. Me siento inmensamente desorientada. Mi mirada recae en Peeta, que nos mira con intriga. Apenas me puedo sostener en pie.

—Yo no quería... —susurro. La voz se me rompe. No puedo seguir.

—Ya lo sé, Leilani —responde Katniss con suavidad—. Todos lo sabemos. Finnick también.

—No debería haber venido aquí —mascullo—. No deberían haberme dejado. Le he hecho daño. Si algo así vuelve a pasar...

—No dejaremos que pase —me interrumpe Rosemary con firmeza—. Si en cualquier momento crees que puede pasar, solo tienes que avisar. Y si no puedes saberlo, no te preocupes. Estaré atenta todo el rato. Me aseguraré de que no pase. Y si pasa...

—Estaremos ahí para calmarte —concluye Katniss, intercambiando una mirada con Rosemary. Asiente—. Es una promesa.

Echo una mirada a la tienda de la que acabamos de salir. Pienso en Finnick, en cómo ha medido sus palabras cuando me ha dicho que no pasaba nada. En cómo ha evitado moverse. Casi ni me ha mirado. Lo entiendo. Recuerdo el golpe en su cara y se me revuelve el estómago.

—¿Puedo dormir con vosotras? —pido—. Por favor.

Ambas acceden sin decir nada.

No acompaño a los demás al día siguiente. Se dividen en dos grupos. Mientras Finnick, Dae, Katniss, Rosemary y Gale salen a disparar cristales, los soldados del 13 se quedan vigilando a Peeta. Pido quedarme y me conceden el permiso. Algo me dice que los del 13 no solo vigilan a Peeta, pero simplemente evito salir de la tienda y no molesto ni hablo con nadie hasta que llegan los otros. Incluso en ese momento, me quedo dentro, apartada del resto, hablando únicamente con Katniss y Rosemary cuando vienen a traerme algo de comer.

Son ellas quienes me hablan del juego que han creado para Peeta, «Real o no». Me preguntan si quiero ayudar, pero me niego por el momento. También me informan de que el equipo de grabación quiere que hagamos una propo bastante complicada. Parece ser que Plutarch y Coin no están satisfechos con lo que hemos hecho hasta ahora. Obviamente, es porque solo nos hemos dedicado a romper cristales, pero ellos quieren que ofrezcamos un buen producto.

Así que nos llevan a una manzana con un par de vainas activas, incluso cuando yo intento por todos los medios encontrar un modo para quedarme atrás. Soy denegada del permiso y, cuando le pido explicaciones a Boggs, él me dice: «Si lo prefieres, no estarás en primera línea. Tampoco te daremos armas de verdad. Pero te quieren ahí. No puedo desobedecer órdenes.»

No es nada importante, solo una manzana residencial, pero me siento intranquila mientras camino con el traje de combate y las armas, haciendo lo posible por no mirar a nadie a la cara y manteniéndome cerca solo de Rosemary y Katniss. No quiero ver a Finnick. Mejor dicho, no sé si él quiere verme. Me da miedo conocer la respuesta a ello. Decido permanecer alejada por el momento.

Nos dicen que añadirán efectos especiales para que parezca más peligroso de lo que en realidad es. Nos ponemos todas las protecciones y nos dejan llevar nuestras armas especiales, además de las pistolas. Las mías van a Rosemary ante mi negativa de usarlas. Boggs le da una pistola a Peeta, aunque le dice que solo tiene balas de fogueo. Igual con las mías.

—No pasa nada, soy mal tirador —dice el del 12, encogiéndose de hombros. Me doy cuenta de que Peeta no para de mirar a Pollux, hasta que finalmente dice—: Eres un avox, ¿verdad? Lo noto por la forma de tragar. Había dos avox conmigo en prisión, Darius y Lavinia, pero los guardias casi siempre los llamaban «los pelirrojos». Habían sido nuestros criados en el Centro de Entrenamiento, así que los detuvieron. Vi cómo los torturaban hasta matarlos. Ella tuvo suerte, usaron demasiado voltaje y su corazón se paró de golpe. Con él tardaron días. Lo golpearon y le fueron cortando partes del cuerpo. Le preguntaban una y otra vez, pero él no podía hablar, solo hacía unos horribles sonidos animales. No querían información, ¿sabes? Solo querían que yo lo viera.

Todos nos quedamos en silencio. Tan pronto como lo menciona, recuerdo haber escuchado esos ruidos. No les di importancia en su momento, pensando que solo era algo para confundirme. Una parte más de los juegos de Snow. No sabía lo que eran. Pero era un avox al que torturaban...

—¿Real o no? —dice entonces Peeta, comenzando a alterarse. Nadie responde, lo que le inquieta más—. ¡¿Real o no?!

—Real —respondo finalmente, con voz ronca. Sé que buena parte del pelotón se vuelve hacia mí. Aprieto los dientes—. Al menos, por lo que sé, es... real. Recuerdo haber escuchado los ruidos de los que hablas. No pensé que sería eso, pero... debía serlo.

—Eso pensaba —responde Peeta, bajando la vista—. El recuerdo no era... brillante.

Luego, se aleja. Le sigo con la mirada, pero mis ojos van casi sin desearlo hacia Finnick. Entonces, advierto que él también me está mirando a mí. Y, casi a la vez, observo el golpe en su mejilla. Se ha oscurecido y tiene esa parte de la cara hinchada. Se me forma un nudo en la garganta. Agacho la cabeza, cortando todo contacto visual. Finnick no se acerca.

—No pasa nada —me susurra Katniss, a lo que consigo asentir—. Vamos a hacer esto y en nada estaremos otra vez en las tiendas, ¿vale?

Asiento con la cabeza y suspiro. Nos colocamos en círculo para observar el holo de Boggs y ver bien la posición de las vainas. Luego, nos colocamos en posición. Messalla tira un par de bombas de humo, para dar ambiente. Castor y Pollux se ponen en sus sitios, con las cámaras listas.

—¡Acción! —grita Cressida.

Avanzamos lentamente entre el humo. Todos disparamos a las ventanas que nos han asignado, pero Gale es quien tiene el verdadero objetivo. Cuando activa la vaina, nos escondemos de inmediato, mientras las balas pasan sobre nuestras cabezas. Después de un rato a cubierto, Boggs nos ordena seguir. Logro concentrarme en lo que estamos haciendo y mantener la cabeza fría. No obstante, me mantengo cerca de Rosemary, o ella cerca de mí, por precaución.

Cressida nos hace detenernos y nos graba tirándonos al suelo y haciendo muecas. Es bastante ridículo. Cuando Mitchell intenta poner cara de desesperación, hasta yo logro reír. Boggs nos regaña.

—Ya está bien, cuatro, cinco, uno —dice, en tono serio, aunque veo cómo se le escapa una sonrisa.

Coloca el holo para poder verlo bien a través de la niebla. No sé cuánto tiempo más nos queda aquí. Quiero irme ya. Me vuelvo para buscar a Rosemary y me encuentro justo frente a Finnick. No parece haberse dado cuenta de que se ha acercado tanto a mí, porque cuando se vuelve a mirarme, veo la sorpresa en su rostro. Da un paso atrás y abre la boca, pero no llego a enterarme de lo que dice.

La explosión suena cerca. Demasiado cerca. La siento. Suenan gritos. Creo ver sangre. Los oídos me pitan. Una segunda bomba estalla. Algo me golpea y me hace caer al suelo. Todo se vuelve borroso a causa del humo y el dolor. Se me escapa un quejido. Intento incorporarme y fallo en el intento. El costado me arde.

Unos brazos familiares me sujetan y, pese a la escasa consciencia que aún me queda, los reconozco. Finnick. Trato de distinguir su rostro, pero no lo logro. Me desplomo contra él y dejo que la oscuridad se lleve el dolor que me recorre todo el cuerpo.














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