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36 | the preparation










TREINTA Y SEIS
la preparación







El regreso de Katniss al 13 no es el que hubiera sido esperado. Pese a no haber visto el vídeo en el que la disparan, no me cuesta demasiado imaginar que no puede estar precisamente bien, incluso teniendo un traje antibalas.

—Pero ¿es grave?

Haymitch me mira y sé que está harto de mí y mis preguntas, pero me responde a pesar de todo. Le he hecho ya un interrogatorio completo sobre todo lo sucedido en el 2, pero aún insisto.

—Costillas magulladas y probablemente pierda el bazo. Nada importante. Pasará unos días algo incómodos recuperándose, pero nada que el tiempo y algo de morflina no puedan solucionar.

—¿Puedo ir a verla?

—¿No tienes preparatorios y vestidos y tartas de los que ocuparte, preciosa? —me pregunta, de modo irónico.

Le dirijo una mirada indignada y herida al mismo tiempo. Haymitch chasquea la lengua, suspira y se encoge de hombros.

—Está bien, lo siento. Sí, supongo que podrás verla una vez le extraigan el bazo. De todos modos, ¿por qué te preocupas tanto?

Me encojo de hombros.

—Le ha tocado ser la cara de la Rebelión sin ni siquiera quererlo. Garantizó mi protección y la del resto de vencedores prisioneros. Me devolvió el collar de Rue... —Niego—. No entiendo qué hay de malo en que me preocupe por ella.

No me discute, así que opto por marcharme. Preparatorios, vestidos, tartas... Me he librado de ocuparme de todo ello.

Después de que Finnick y yo habláramos de la posibilidad de casarnos, incluso cuando en un inicio ninguno de los dos estaba realmente convencido de ello, todo fue volviéndose cada vez más y más real. Investigué cómo eran las bodas en el 13: firmar un documento conjunto y ser asignados un compartimento. Ya tenemos una de las dos hechas. Cuando comencé a preguntar si habría algún modo de incluir alguna tradición de nuestros distritos... Bueno, basta decir que Plutarch se enteró de todo y decidió al momento —y debo decir que con bastante emoción— ocuparse él de organizar una gran ceremonia. De nada sirvieron mis intentos de protesta.

Creí que con el accidentado regreso de Katniss, la boda resultaría opacada, pero quedó a la vista que no, puesto que Plutarch comenzó a planear a un mismo tiempo una propo que mostrara al Sinsajo una vez estuviera algo más recuperado y la enorme celebración que nos había prometido a Finnick y a mí. Una celebración que sería grabada y emitida a todo Panem.

En un principio, no sé qué pensar de todo ello. Lo último que quiero ahora mismo es ponerme de nuevo frente a una cámara, dejar que me graben, dejar que me observen y me juzguen en todo Panem. Nunca pedí eso y no he podido librarme de toda esa atención en años. No quiero convertir mi boda en una propo más, en un ataque del bando rebelde al Capitolio más.

Sin embargo, mientras esa imagen se va formando en mi mente, mis pensamientos van a parar irremediablemente en Snow. El presidente viéndome en su pantalla. Pese a que no consigo imaginarme vestida de novia, sé que estaré feliz. Más de lo que he estado en los últimos meses, puede que en los últimos años.

La simple idea de casarme con Finnick me acelera el corazón, como si fuera una simple niña. Es mi fantasía, nuestra fantasía, haciéndose realidad. Una vida que jamás hubiéramos podido crear juntos, no hasta que todo cambió. Deseo compartir todo lo que el futuro puede depararnos con Finnick. Y deseo que Snow vea que no ha podido arrebatarme todo. Que, pese a sus esfuerzos, aún puedo ser feliz junto al hombre al que amo.

—Sonríes más últimamente, ¿sabes?

El comentario de Dae no guarda ningún matiz de ironía, aunque por un momento creo que es así. Me encojo suavemente de hombros.

—Creo que porque soy más feliz.

La del 8 ríe.

—Dicen que las novias resplandecen. Parece que se está haciendo realidad contigo. Al menos, pareces más emocionada de lo que estaba nuestro Sinsajo.

Dae asiente, sin perder la sonrisa. Había esperado con ansias su regreso del 2. Siempre me ha gustado Dae y la calma que parece transmitir. Ahora, en el 13, con todo el mundo poniéndome infinitamente nerviosa, esa habilidad parece haberse multiplicado.

—¿Cuánto crees que le falta para despertarse? —inquiero.

—Dudo que mucho. Los doctores dijeron...

Entonces, vemos a Johanna riendo por el pasillo. Aún lleva el camisón de hospital, puesto que no ha recibido el alta. Sé de sobra que se ha pasado los últimos días robando del suministro de morflina de Katniss, lo que me preocupa, pero cada vez que se lo he dicho se ha negado a seguir hablando conmigo. Si viene en la dirección opuesta a la que nosotras llevamos, no cabe duda de que ha ido a hacerle una visita a la chica en llamas.

La risa de Johanna se desvanece al vernos. Concretamente, al ver a Dae. La del 8 aprieta los labios casi imperceptiblemente, pero veo su cuello tensarse.

—¿De dónde vienes? —cuestiona, en tono brusco.

Johanna rueda los ojos.

—De ver a nuestro querido Sinsajo. Se ha despertado, pero la he dejado con su primo.

Está con Gale, entonces. No he intercambiado ni una sola palabra con él, pero le conozco por las propos de Katniss.

—Igual será mejor si vamos después —le sugiero a Dae.

Ésta asiente al momento.

—De acuerdo. Nos vemos, Johanna.

Y, sin más, da media vuelta y se aleja por el pasillo. Le dirijo una rápida mirada a la del 7, que la mira marcharse con una mueca en el rostro.

—Deberías hablar con ella —susurro, antes de seguir a Dae.

Me mantengo alejada de todo el escándalo en el que parece estar convirtiéndose la boda y se lo dejo todo a Plutarch, que parece incapaz de ponerse de acuerdo con Coin en nada. Dejamos nuestras exigencias por escrito y el Vigilante Jefe nos asegura que se ocupará de todo. Sin embargo, el ambiente festivo se extiende por el 13. Ya no puedo caminar por los pasillos sin que me paren a felicitarme, o sentarme a comer tranquila junto a Finnick sin que comiencen a preguntarnos sobre la organización de la que, siendo sinceros, sabemos bastante poco.

Se forma un pequeño coro de niños para cantar las canciones de boda de nuestros distritos. Violet se ofrece al momento para enseñar la del 11.

—Aún no me creo que vayas a casarte —me dice, al menos, media docena de veces al día.

Zinnia, por su parte, participa en la decoración, prometiéndome que se encargará de que la esencia de las bodas de nuestro distrito esté ahí. En una ocasión, mientras me pregunta por las flores que quiero que estén allí, le digo:

—Oye, Nia, ¿se lo has contado a nana Yasmin? Me gustaría llamarla y decírselo.

Veo la sorpresa atravesar su rostro al momento, antes de esbozar una enorme sonrisa.

—Ya se lo dije —me confiesa, tomando mi mano.

—Oh.

—Va a venir.

Parpadeo y la miro, incrédula. Zinnia asiente y yo ahogo un grito de sorpresa.

—¿La mujer que te dijo que jamás saldría del 11 va a venir aquí? —pregunto, sin creérmelo.

—Dijo que no podía no estar presente en un día tan importante.

No sé en qué momento se me escapan las lágrimas, pero Zinnia me abraza casi al momento, riendo.

—Eh, Lei, no pasa nada.

—Nia, ¿hace cuánto que no veo a tu abuela? —susurro, ocultando el rostro entre las manos. Yasmin Kurtter me acogió en su casa cuando yo no tenía nada y ella tan solo un poco más. Nos acogió a mi hermano y a mí como a sus nietos y yo se lo devolví ocultándome por completo de ella tras mi victoria. Siendo la causa por la que su nieto fue a los Juegos y murió en la arena. No he sido capaz de hablarle en años. Pero ella va a venir a mi boda—. Yo no...

—Esto es por los nervios —dice Zinnia, tratando de hacerme reír. Me da unas palmaditas en la espalda—. A nana no le importa eso, Leilani. Te adora, siempre lo ha hecho. Y se preocupa por ti. Si realmente va a venir hasta aquí... No te sientas culpable, Lei.

—Años, Nia —murmuro, avergonzada—. Sin verla.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no fue culpa tuya, Lei? —me susurra, sujetándome el rostro por las mejillas y obligándome a mirarla a la cara. Sonríe débilmente—. Podíamos enfadarnos alguna vez, sí, pero siempre supimos que no era culpa tuya. Te ocupaste de que no nos faltara nada durante años. A tu manera, estuviste allí. Por eso, Lei, nana Yasmin, Thresh y yo nunca, nunca, te culpamos.

Sé que no tiene razón cuando dice que no fue mi culpa, pero asiento de todos modos. Zinnia me seca las lágrimas con cariño.

—Venga, es tu boda, tienes que estar feliz... —dice, tratando de animarme. Me abraza nuevamente y suelta un suspiro—. Las dos nos alegramos muchísimo por ti, Lei... Y Thresh y Jared también lo harían.

Me duele que hable de ellos, porque si ninguno de los dos está aquí es, en parte, por mi culpa. No pude salvar a Jared. Nunca quise hacerlo, pero sé que elegí a Rue sobre Thresh, incluso cuando ambos fueron a la arena por mí. Después de que ella muriera, de nada sirvió que intentara salvarle a él. En especial, Thresh está muerto por mi culpa. Y su hermana está abrazándome y consolándome, mientras su abuela va a venir desde el 11 únicamente para mi boda.

—Lo siento mucho, Nia —digo, entre hipidos. Sé que no sabe por qué se lo estoy diciendo, pero necesito hacerlo de todos modos—. Lo siento, lo siento.

—No es tu culpa, Lei —me susurra ella, acariciándome la espalda—. Nunca lo fue.

—¡Lei, tenemos...! Oh.

La voz de Violet nos hace girarnos hacia la puerta. Sus ojos preocupados me conmueven. Finnick, junto a ella, borra la sonrisa. Suelto un suspiro y niego, tratando de quitar importancia.

—Estoy bien —aseguro—. Solo son... ¿cómo lo has llamado, Nia?

—Nervios de boda —responde ella, negando con la cabeza—. ¿Pasaba algo, Vivi?

—Katniss se ha ofrecido a acompañarte al 12 para que cojas alguno de sus vestidos de la Gira de la Victoria —explica Finnick, entrando en el compartimento. Violet se sienta junto a Zinnia y a mí en la cama y me abraza por la espalda, haciéndome sonreír—. ¿Estás bien para ir ahora?

—Claro que sí —me apresuro a decir, secándome las lágrimas—. Tan solo ha sido... un momento. ¿Dónde está Katniss?

Es Finnick quien me acompaña al hangar, mientras dejamos a Zinnia y Violet planeando la decoración. Él me pasa el brazo sobre los hombros y me da un beso en la coronilla, cosa que me hace soltar un suspiro.

—¿Algo que quieras contarme? —me pregunta con suavidad.

—Va a venir nana Yasmin a la boda —explico lentamente—. Me siento culpable. Por todo. No creo que me merezca que ella venga. —Suspiro y niego—. Ya me ha dicho Nia que no es mi culpa. Que ni ella ni nana Yasmin me culpan. Tampoco lo hacía Thresh. Pero no puedo evitar sentirme así.

—Es un sentimiento que todos nosotros tenemos, Leilani —me responde él, asintiendo—. Aprendemos a vivir con él. Sé que tú has aprendido. Pero es normal tener momentos así. No te tortures como sé que estás haciendo ahora mismo.

Río con suavidad.

—¿Crees que he cambiado después del tiempo en el Capitolio, Finnick? —pregunto entonces. Veo su rostro cambiar, volverse más serio. Se me escapa un suspiro—. Yo misma me siento diferente conmigo. Como si tuviera menos control sobre todo. Mis emociones, mis actos, mis reacciones. Cambian muy rápido. Un momento estoy feliz, al siguiente lloro y me arrastro a un pozo del que me cuesta realmente salir. No hablo de ahora, sino en general.

—Nadie esperaría que sobrevivieras a algo así y siguieras como siempre, Leilani. Yo no lo hacía, desde luego. —Se detiene y me mira directamente a los ojos—. Pero estaba dispuesto a estar ahí incluso si eso pasaba. Date tiempo, Leilani. Nos tienes a todos nosotros para ayudarte. No tienes por qué estar bien, no tienes por qué tener el control.

—Lo sé —digo, soltando un suspiro—. Pero me gustaría que no fuera así.

Él ríe suavemente.

—Date tiempo —me repite—. No digo que lo vaya a solucionar todo, pero sí una buena parte de ello.

—Lo sé.

Se inclina hacia mí y me besa. Tan solo dura unos segundos, pero basta para hacerme sonreír y disipar parcialmente mis preocupaciones. Le abrazo y río contra su pecho.

—Gracias —susurro—. Te quiero.

—Y yo a ti —me responde él, acariciando mi mejilla.

Llegamos al hangar poco después. Katniss, que aguarda junto al aerodeslizador que nos llevará al 12, sonríe al vernos llegar y, vacilante, agita la mano en nuestra dirección. Casi se me escapa una carcajada al ver lo incómoda que parece con ese gesto.

—Hola, Katniss —saludo, dirigiéndole una sonrisa—. Gracias por acompañarme. Y obviamente gracias por ofrecerme un vestido. ¿Tan cerca estaba Plutarch del infarto?

—Bastante, sí —ríe ella—. Pero lo hubiera hecho de todos modos. Felicidades, por cierto. Y... me alegro mucho de verte, Leilani.

—Lo mismo digo, Katniss —respondo, asintiendo. No llegué a verla despierta después de su regreso al 13 por cosa de los médicos y Plutarch; advierto que es la primera vez que hablamos desde que la arena—. ¿Subimos ya?

—Claro.

Me despido de Finnick con un beso rápido y sigo a Katniss hasta el interior de la nave, al tiempo que me intereso por su recuperación y lo sucedido en el 2. Me afirma que sus costillas están mejorando, pero no habla mucho más acerca de ello. En cambio, comienza a preguntarme cosas sobre la boda, algo que nunca creí que apasionara a Katniss Everdeen. Comprendo rápido que no le interesa en especial, pero que se alegra al vernos a Finnick y a mí así. Siento una chispa de afecto por la chica en llamas.

—Realmente es bonito ver a Finnick tan feliz —me dice ella—. Las semanas sin ti... Bueno, obviamente no te culpo —se apresura a añadir—, pero te echó muchísimo de menos, Leilani. No te imaginas cuánto ha cambiado ahora que estás aquí.

Sonrío débilmente.

—Sí, algo así me han dicho.

Mis ojos se dirigen a quienes nos acompañan. Todos ellos parecen recién sacados de las calles del Capitolio. Katniss me susurra que son su equipo de preparación —Venia, Flavius y Octavia—, que vienen a ayudarnos con la elección del vestido, y el equipo de grabación de sus propos: Cressida, la directora, Messalla, su asistente, y Castor y Pollux, los cámaras. Al preguntarle a Katniss por qué están allí, me dice que Plutarch insistió. Pretende grabar alguna que otra escena de ambas volviéndonos más cercanas o algo similar.

—Si estamos todos —dice Katniss—, ¿por qué no nos vamos ya?

—Falta alguien —responde Cressida con tranquilidad.

—¿Quién...?

Entonces, veo entrar a Rosemary. Katniss se interrumpe al momento. Trago saliva mientras ella, algo incómoda, nos dirige un asentimiento de cabeza. Sus ojos recorren el lugar; al habernos quedado Katniss y yo algo apartadas del resto, solo queda lugar para sentarse junto a nosotras.

—Hola —saluda Katniss, con voz tensa.

—Hola —responde ella. Sus ojos van a la del 12 y luego a mí. Sonrío débilmente.

—Hola —termino por decir.

Aunque el viaje se me hace largo, no pronunciamos palabra. Agradezco el silencio, sabiendo que no sabría qué decir en una conversación. No puedo evitar mirar de reojo a Rosemary en varias ocasiones, aún preguntándome cómo es posible que esté realmente ahí.

He llorado a esa niña durante mucho tiempo, al igual que a todos los que estuvieron en aquella arena conmigo. Todos los que allí se quedaron, incluyéndome a mí misma. Los nombres de Jared, Annie y Rosemary siempre han sido los que más me han perseguido. Y, sin embargo, ahí está ella.

Me alegro, desde luego, pero me asusta a un mismo tiempo. Es como las ilusiones del Capitolio, cuando me mostraban a Jared. Él murió hace mucho, pero ellos lograron que estuviera ahí, conmigo, pareciendo tan real que dolía.

«Rosemary es real —me digo—, no una alucinación de Snow. Es real.» Pero me cuesta creerlo. Que haya regresado a la vida justo después de mi tiempo en el Capitolio... Sencillamente, no ha sido en un buen momento.

La Aldea de los Vencedores del Distrito 12 me trae tantos recuerdos de golpe que me tengo que tomar unos segundos para asimilarlo. Es idéntica a la del 11, ya que las de todos los distritos de construyeron siguiendo el mismo modelo. Verla me hace pensar en que, cuando abandoné mi casa para regresar al Capitolio, Parry y Chaff iban conmigo.

Ahora, ambos están muertos. Chaff se sacrificó por mí. Y descubrí algo de Parry que jamás hubiera podido imaginar.

—¿Todo bien? —me susurra Katniss; me limito a asentir.

Me lleva hasta su casa, pero al atravesar el umbral nos recibe un olor que me hace detenerme con brusquedad. Trago saliva, mientras el dulzón aroma a rosas entra en mis fosas nasales. Mis ojos recorren el recibidor, sin dar crédito a lo que veo.

—¿Qué es...? —escucho murmurar a una desconcertada Rosemary.

Doy un paso hacia atrás. En medio de un mar de rosas blancas, hay colocado en un maniquí un hermoso vestido de novia. Hay velo y peluca incluida, tan auténtica que me hace preguntarme si ese es mi propio pelo. Los tacones están junto a la prenda. Hay una nota; la veo entre las rosas.

No quiero acercarme a ellas, pero la curiosidad me empuja a, temblorosa, acercarme. No puedo creer lo que estoy viendo. No puedo creer que Snow realmente haya hecho esto.

Me cuesta dos intentos acertar a tomar la nota, pero finalmente lo hago y logro desdoblarla. Las palabras en ella me hacen tragar saliva: en mayúsculas, han escrito «Felicidades. Disfruta del tiempo que tengas.»

No sé en qué momento me quiebro, pero pronto estoy fuera de la casa, corriendo. Escucho gritos a mi espalda. Me desplomo de rodillas en el suelo, sin embargo, a los pocos minutos. Entre jadeos y sollozos, me descubro apretando con fuerza la nota de Snow en el puño. Alguien me pone la mano en el hombro. Grito.

Ni siquiera sé qué me impulsa a moverme. Me abalanzo contra la otra persona. Rodamos por el suelo, mientras trato de librarme de su agarre. Más gritos. Unos nuevos brazos me rodean y me separan de quien mantengo inmovilizado contra el suelo. Grito y lloro.

Entre las lágrimas, acierto a distinguir a Katniss, que me contempla con el rostro pálido desde el suelo. Es a ella a quien he derribado. Rosemary me sujeta con fuerza. Jadeo una, dos, tres veces.

—¿Leilani? —dice Katniss, con cuidado. Se incorpora despacio. Rosemary no me suelta. Un nuevo sollozo se me escapa—. No está aquí. No está aquí, ¿vale? —Se acerca a mí despacio. Me dejo caer al suelo de rodillas y, tras un asentimiento de Katniss, Rosemary me suelta—. Quería provocar esto precisamente. No dejes que gane. No se lo permitas.

Katniss me toma una mano. Levanto la cabeza, despacio, y asiento. Me pican los ojos por las lágrimas. Mi cuerpo entero tiembla. No puedo dejar de ver las rosas, el vestido, la nota. Me imagino la mueca burlona de Snow. «No dejes que gane. No se lo permitas.»

—Leilani. —No es Katniss. Es Rosemary. Se arrodilla junto a nosotras. Sujeta mi mano libre—. No vamos a dejar que se acerque a ti. No va a tocarte otra vez nunca. De hecho, si quieres, ahora mismo podemos ir dentro y quemar ese vestido.

Miro su rostro y veo a la niña decidida y asustada en partes iguales que conocí en la arena. A la que salvé y que me salvó. Ahora, incluso cuando es soldado del 13, sigo viendo esa duda en su mirada. La que no sabe si estar ahí, conmigo, es mala idea, pero que de todos modos no quiere irse. Suspiro lentamente y vuelvo la mirada a Katniss. Trato de sonreír.

—¿Qué harías tú? —le pregunto, con voz temblorosa. Katniss aprieta los labios.

—Yo ya tuve que llevar un vestido de novia por culpa de Snow —me recuerda.

—Sí —susurro—. Y lo terminaste volviendo contra él.

—Eso fue más obra de Cinna que mía —me responde, sonriendo débilmente.

Las tres guardamos silencio. No sé dónde estará el resto del grupo, pero parecen habernos dejado espacio. Finalmente, me siento en el suelo y suelto un suspiro. Mi respiración se ha tranquilizado, pero sigo temblorosa.

—¿Cómo ha podido saberlo? —susurro.

—Plutarch ha hecho propos sobre un gran evento —responde lentamente Rosemary—. Ha dado pistas de que será una boda. Pero de ahí a saber que vendríamos aquí...

Ni siquiera en el 13 me libro de su constante control. Me repugna. Dirijo la mirada a la casa de Katniss, cuya puerta sigue abierta. Suspiro.

—Debería ponérmelo —digo, despacio—. Debería ponérmelo y demostrarle que no puede hacerme daño así, aunque sea mentira. Que me vea feliz llevándolo. —Katniss me aprieta la mano. Niego—. Quisiera poder hacerlo. Pero no sé si soy lo suficientemente fuerte para ello.

—No tienes por qué decidir nada ahora —responde Katniss, resuelta—. Nos llevamos el vestido. Nos llevamos también los míos. Y ya veremos qué hacer.

Asiento despacio. Con ayuda de Katniss y Rosemary, me pongo en pie. Dirijo una nueva mirada a la casa.

—No quiero entrar de nuevo —admito. Rosemary asiente.

—Iré yo. Sacaré también las rosas —añade, dirigiendo la mirada a Katniss.

—Gracias —susurra ella.

Ambas nos quedamos una junto a la otra, aún sujetándonos las manos, mientras Rosemary regresa al interior de la casa. Creía que solo yo temblaba, pero Katniss también lo hace. Las rosas no eran solo para mí, después de todo.

—Katniss —le digo, sin mirarla—, ¿quieres matarle?

—Quiero verle muerto —responde ella tras varios segundos en silencio—. Quiero saber que ya no puede hacerle daño a nadie. Y, sí, quiero matarle. Fue una condición que le puse a Coin. Yo mato a Snow.

—Entonces —continúo, asiendo su mano con fuerza—, asegúrate de darle lo que se merece.

Me vuelvo a mirarla. Ella me sonríe y asiente.

—Antes, tenemos algo más importante que hacer —replica ella, ladeando la cabeza—. Hay una boda que celebrar. —Su sonrisa se amplía—. Estoy deseando veros a Finnick y a ti ese día, Leilani. Os lo merecéis.

—Jamás creí que me casaría —respondo, sin pensarlo demasiado—. No quería, en cierto modo. No en este mundo. Pero las cosas están cambiando, ¿no es así?

—Sí —me asegura ella. La seguridad en su rostro no es la de Katniss Everdeen, sino la del Sinsajo. El símbolo de la Rebelión. Cuando la veo de ese modo, entiendo por qué la gente la sigue—. Me aseguraré de que vosotros dos podáis tener un mundo en el que ser felices, Leilani. Te lo prometo. —Y yo le creo.














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