35 | the fantasy
TREINTA Y CINCO
la fantasía
No cumplo con el horario, siendo sincera. Me hacen grabármelo en el brazo a diario, para que sepa dónde debo ir y qué debo hacer. No obedezco, a excepción de las comidas, porque sé que Finnick y Zinnia se encargan de que no me las salte.
Me siento incapaz de seguir un horario tan estructurado en estos momentos. En cambio, visito a Johanna con regularidad, paseo con Violet o incluso me acerco a ver a Peeta, aunque no me permiten hablar con él en ningún momento. Le mantienen encerrado y bajo estricta vigilancia en todo momento, mientras tratan de revertir los efectos del secuestro.
No parecen estar teniendo mucho éxito por el momento. Poco tiene que ver el Peeta que veo a través del cristal con el chico que conocí antes y durante el Vasallaje. No son solo las obvias diferencias físicas, consecuencia de las torturas, sino su mirada, su expresión, sus movimientos. No queda ni una de las sonrisas amables que pude ver de él. Snow verdaderamente le ha roto.
Conozco a Nax Mellark en una de esas visitas. La hermana pequeña de Peeta se parece bastante a él, con un rostro dulce y los mismos ojos claros. Me dirige una sonrisa cansada al reconocerme y se acerca a presentarse.
—¿Vas acostumbrándote al 13? —me pregunta, y yo me encojo de hombros, haciéndola reír—. Sí, todos nos sentimos así. Aunque no es que tengamos mejores opciones ahora mismo.
—Eso está claro. —Dejo escapar un suspiro, dirigiendo una mirada a la camilla en la que Peeta duerme. Atado, como en el Capitolio. Aquello no puede estar haciéndole ningún bien. A mí no me lo haría, desde luego—. ¿Has conseguido hablar con él?
—No demasiado, aunque ha habido algún que otro progreso —admite ella. Da la impresión de que trata de no perder la esperanza—. Igual tú podrías hablarle, un poco más adelante.
—Cuenta conmigo —le aseguro, aunque no se me ocurre cómo podría yo hacerle algún bien a Peeta.
La chica suspira, contemplando con ojos tristes a su hermano a través del cristal.
—¿Sabes quién consiguió más resultados? —me pregunta, en voz baja—. Rosemary, antes de marcharse al 2. Sé que la conoces, por eso te lo digo.
—Más o menos, sí —respondo, tras un instante de vacilación.
—Nunca esperé volver a verla —susurra—. Pero resultó estar viva. Supongo que nunca se sabe qué podemos esperar del futuro. Por eso, quiero creer que habrá algún modo de ayudarle con esto.
Contemplo la triste imagen de Peeta en la camilla y asiento con lentitud.
—Nada de lo que el Capitolio haga es totalmente irreversible. —Siempre quedan cicatrices, pero las heridas van cerrándose, muy poco a poco. Sé que muchas de las mías siguen abiertas, pero quiero creer que algún día terminarán por sanar—. Habrá algún modo de traerle de vuelta. Solo hay que esperar a encontrarlo.
Me mantienen alejada de Plutarch o Coin. Concretamente, Finnick hace todo lo posible porque ninguno me coja desprevenida y me hable de sus maravillosas ideas. No hemos hablado de su gran idea, no desde mi primera noche en el compartimento. No sé muy bien qué podríamos decir, de todos modos.
—¿Y qué harás el día que Plutarch te atrape? —me pregunta Zinnia y, aunque se ve que no le gusta la idea, parece resignada a ella.
He ido hasta el compartimento que comparte con Violet para pasar un rato con ella, mientras Finnick está con Haymitch. Ambas nos hemos tumbado en su cama, hombro con hombro, como hacíamos años atrás. Me gusta ver como recuperamos pequeñas tradiciones.
—Sinceramente, Plutarch no me importa en especial. Es Finnick quien me tiene más preocupada, sobretodo cuando pase lo que dices. —Niego con la cabeza—. No sé qué le dirá a Plutarch si se le ocurre contármelo. Finn no quiso decirme nada de la propo y lo entiendo. No creo que yo se lo hubiera dicho a él si la situación hubiera sido al revés.
¿Sabiendo que Finnick ha estado semanas sin que yo supiera realmente cómo estaba, si estaba siendo torturado gravemente, pudiendo ver tan solo lo poco que el Capitolio me permitía? La angustia me hubiera matado. Y, de haberle recuperado, no hubiera querido que él se viera expuesto a aparecer en propos como aquel. No, probablemente no le hubiera dicho nada de haber sucedido las cosas de otro modo.
—De todos modos, tampoco creo que esas propos fueran a servir de mucho —comenta Zinnia, en un intento de consolarme.
—De hecho, yo opino lo contrario —confieso, pensativa—. Si fuera capaz de hacerlo, estoy bastante segura de que se vería en el Capitolio. Haría ver que todo por lo que estábamos pasando Peeta y yo en el Capitolio... —Me interrumpo y suelto un suspiro—. Pero no creo que pudiera sentarme delante de una cámara a contar lo sucedido. Ni ahora ni nunca. Es algo... —Advierto que han comenzado a temblarme las manos y las uno para disimularlo—. Es algo que me gustaría olvidar para siempre.
Si no he podido hablarlo aún con Finnick o Zinnia, ¿cómo voy a contárselo al resto de Panem? No puedo. Verbalizarlo me llevaría de vuelta al tanque de agua, o a la planta del 4 y su aroma a rosas, o a la camilla a la que permanecí atada y cuyas correas han quedado grabadas en la piel de mis muñecas y tobillos, o a...
Un recuerdo me llega de pronto y me incorporo con brusquedad, asustando a Zinnia, que me imita con preocupación. Me contempla como si fuera a quebrarme de un momento a otro, como Peeta. Pero no es eso. Creo.
—Nia —susurro—, ¿llegasteis a ver el vídeo?
Podría haber preguntado qué vídeo, pero veo con claridad en su rostro que sabe a la perfección a qué me refiero. Aprieta los labios y asiente lentamente. Dejo caer los hombros.
—¿Lo visteis los tres?
—No dejé a Violet —murmura ella—. Cuando Snow lo envió a Beetee, directamente dirigido a Finnick, la misión de rescate ya había salido. Preferí que ella... Que no viera nada hasta que no tuviéramos seguro que te habíamos perdido. Pero él y yo sí lo vimos, también Haymitch, Dae, Katniss...
Me tiembla la mandíbula, pero me esfuerzo por asentir.
—¿Y la cinta?
—¿Qué cinta?
No miente, eso lo tengo claro. Pero si Snow se aseguró de que la cinta era entregada...
—Después del bombardeo —susurro. Ni siquiera me acordaba ya. Hay mucho de esas semanas que está borroso, perdido en aquella espiral de dolor que trato por todos medios ignorar. No recordaba el vídeo, no recordaba la cinta, pero si Finnick llegó a verla...—. Snow envió rosas a Katniss. Y a Finnick...
Me levanto con brusquedad. Si Finnick la vio... No me hubiera dicho nada. Dudo que lo hiciera. No querría hacerme recordar aquello, ni que yo me sintiera obligada a contárselo. Pero sé que Snow envió la cinta: ¿por qué decirme que lo haría si no? De modo que Finnick tuvo que verlo, a no ser que alguien lo encontrara antes que él. ¿Qué puede haber sucedido con la cinta, entonces? En el caso de que Finnick no la tenga...
—Lei.
Zinnia está de pie junto a mí, cerca pero sin tocarme. Puedo ver la preocupación en su rostro, pero me limito a negar.
—Tengo que encontrar a Finnick —acierto a decir—. Es importante. ¿Te veo luego?
—¿No quieres que vaya...?
—No.
Sueno increíblemente brusca y veo por un instante el dolor atravesar el rostro de Zinnia, pero se limita a asentir. Inspiro lentamente, sintiéndome culpable. No se merece que le trate así.
—No quería que sonara así, Nia —mascullo—. Es solo que... necesito hablar con él a solas, ¿vale?
—Está bien —asiente ella, resignada—. Aunque esperaba que me acompañaras a hablar con nana Yasmin.
La abuela de Zinnia se negó a abandonar el 11 y actualmente reside en mi antigua casa en la Aldea de los Vencedores. Zinnia la llama por teléfono regularmente, aunque yo aún no he podido hablar con ella. Me muerdo el labio, indecisa.
—Lo siento —murmuro. Pero no quiero retrasarlo. Quiero saber cuanto antes si Finnick la vio o no, porque si lo hizo...—. La próxima vez.
—Está bien.
Me marcho sin despedirme ni mirar a Zinnia a la cara, aunque ella ya debe de haber visto con claridad que algo va mal. O puede que simplemente lo achaque a otro de mis repentinos cambios de humor: ha tenido que aguantar muchos en los últimos años. Ha tenido que aguantarme demasiado.
La tentación de volver y explicárselo mejor es grande, pero ¿qué le digo, entonces? ¿Que hay una grabación mía...? No, no puedo decirle eso a Nia, porque implicaría hablar de cosas que ella no entiende ni quiero que entienda. Ella no es vencedora, no merece saber más del horror que eso trae. No quiero adentrarla más en un mundo al que no pertenece ni deseo que pertenezca.
«No pienses en Zinnia ahora —me digo, aunque con cierto malestar—. Tienes que buscar a Finnick. Cuanto ella menos sepa, mejor.»
Los pasillos del 13 son idénticos y deprimentes. No sé dónde está Finnick, pero la idea de ir a esperarle al compartimento no me convence. Necesito sentir que estoy haciendo algo, aunque sea simplemente dar vueltas sin rumbo. Desde que me sacaron del Capitolio, no he sido capaz de permanecer demasiado tiempo para en un sitio. Necesito recordarme que ahora puedo andar e ir donde me plazca, y eso hago.
Primero, bajo hasta Armamento Especial, aunque tardo un rato en encontrarlo. Allí únicamente está Beetee, que me saluda de un modo tan paternal que casi me provoca malestar. Ahora que sé que vio mi vídeo de despedida, igual que Katniss, Haymitch... ¿Por ello son todos tan cautos conmigo? ¿Por eso me miran como si me fuera a quebrar de un segundo a otro? No digo que no sea una posibilidad, pero...
Sigo buscando a Finnick, pasando junto a los habitantes del 13, que me observan con desconfianza, y los refugiados del 12, que me miran con una mezcla de miedo y lástima.
—¡Leilani!
Me vuelvo a toda prisa y mis músculos se tensan al ver a Plutarch Heavensbee aproximarse hacia mí con una sonrisa cálida en el rostro. El que fue Vigilante Jefe me pone la mano en el hombro como si me conociera de toda la vida, al tiempo que me hace preguntas que no soy capaz de entender. Tardo un instante en zafarme de su agarre, tomar aire y decir:
—¿Perdón?
Parece captar que no me he enterado de nada. Ríe suavemente, como si quisiera quitarle importancia al asunto.
—Decía que me alegro mucho de tenerte aquí. No he podido hablar contigo desde el rescate. ¿Cómo te encuentras, vas acostumbrándote al 13?
—Más o menos —consigo decir, aunque estoy alerta. Si Plutarch me ha abordado de ese modo, debe estar planeando hablarme de las propos—. Me siento más segura ahora, al menos.
—Me alegra escuchar eso —me responde y sé que, al menos, una parte de él si se preocupa genuinamente por mí. Puede que sea porque no llegó a sacarme de la arena—. Verás, Leilani, quería hablar contigo sobre un asunto importante. ¿Sabes qué son las propos?
—Finnick ya me ha hablado de ello —le corto, diciéndome que será mucho más rápido para los dos si no pierdo el tiempo pretendiendo que no sé de qué me habla—. Quisiera ayudar, pero no creo que pueda hacer nada de eso ahora mismo, lo siento. Aún... aún no puedo. No sé si alguna vez...
—¡Por supuesto, por supuesto! —Plutarch niega efusivamente—. Nadie quiere que estés bien más que nosotros, Leilani. Nadie va a obligarte a nada aquí. Pero, piensa, si alguna vez te ves capaz de cantar una canción como la que cantaste a los Vigilantes, ya sea junto a Katniss o sola, o decir algo que quisieras que se escuchara en los distritos... Solo avísame, ¿vale? Estaremos más que encantados.
Asiento con un nudo en la garganta. Plutarch me sonríe nuevamente y me palmea la espalda, antes de seguir con su camino. Me quedo inmóvil en medio del pasillo unos instantes, antes de recordarme mi propósito y seguir con la búsqueda de Finnick.
Al menos, me había quitado de encima la preocupación de que Plutarch o cualquier otro alto cargo me obligara a grabar nada y, también serviría para calmar a Finnick y Zinnia en ese aspecto.
Vago sin rumbo, puesto que no tengo idea de dónde puede estar Finnick, hasta que me encuentro de frente a Johanna, que me sonríe con toda naturalidad. Viste la bata de hospital y su cabeza rapada, como la mía, deja a la vista las numerosas cicatrices que el Capitolio le regaló.
—¿Dando un paseo? —pregunta, tomándome del brazo—. ¿Te importa si me uno?
—Estoy buscando a Finnick —mascullo. Johanna asiente con calma.
—Yo huyendo de mi médico de la cabeza. Es un idiota.
—¿Y para ti quién no es un idiota? —mascullo, esbozando una sonrisa. Me espero una réplica sarcástica, pero Johanna se limita a dirigirme una mirada vacía y encogerse de hombros.
—¿Cuánto llevas buscando a Finnick?
—No lo sé. Me es difícil calcular cuánto tiempo transcurre aquí. —Que el Distrito 13 esté bajo tierra es algo a lo que me ha costado horrores acostumbrarme—. Me recuerda...
—Sí, a mí también.
Durante varios minutos, ambas caminamos en silencio una junto a la otra, hasta que Johanna carraspea y me pregunta:
—¿Sabes algo de Dae?
—Solo que está en el 2. ¿Por?
Suspira e inclina la cabeza, para mi desconcierto. Tardo unos instantes en comprender que está avergonzada: algo que considero tan ajeno a Johanna Mason que me cuesta reconocerlo en su rostro.
—No la veo desde el día que llegamos aquí.
—Yo tampoco, no pude...
—No, Chica Cereal, me refiero a que vino a verme a mí y me encargué de echarla en apenas dos minutos.
Parpadeo, desconcertada.
—¿Por qué harías algo así?
—No sé —masculla—. No la quería ahí, no quería que nadie me viera así. Dije cosas que no debería haber dicho para que se marchara. Antes de que me atreviera a pedirle perdón, se fue al 2 con la chica en llamas. No he sabido más de ella.
Guardo silencio varios segundos, asimilando aquella información. La vergüenza en el rostro de Johanna me resulta evidente ahora, aunque siga siendo extraña verla ahí.
—¿La echaste porque no querías que nadie te viera así o porque no querías que ella te viera así?
Silencio. Johanna parece entrar en verdadero conflicto ante aquella pregunta. Suspira y niega con la cabeza.
—Supongo que es porque no quería que ella me viera así. De entre todas las personas posibles, Dae...
No dice más, sino que se queda en silencio, pensativa. Aguardo a que continúe hablando, pero entonces mis ojos van a parar en el hombre de bata blanca que acaba de aparecer frente a nosotras y todos mis músculos se tensan en tan solo un instante. Johanna lo advierte y se gira hacia mí al momento.
—Es mi médico de la cabeza —me dice rápidamente—. Nada interesante. —Una forma de decir «no hay peligro»—. Me parece que es mi momento de marcharme. Nos vemos, Leilani.
Me suelta el brazo y camina con tranquilidad hacia el doctor, que me contempla con los ojos entrecerrados.
—¿Tienes autorización para estar aquí? —me pregunta.
«¿Aquí dónde, en medio del pasillo?», pienso. Me encojo de hombros.
—No lo sé. ¿Hace falta?
—¡Leilani!
La voz de Finnick me hace girarme al momento, recordándome de golpe el motivo por el que estaba vagando aparentemente sin rumbo: necesito hablar con él. La charla con Johanna me ha distraído, pero no quiero perder más el tiempo. Debe de ser evidente que algo no va bien, porque la expresión de Finnick se torna seria tan pronto como me mira a la cara.
—Tengo que hablar contigo —le digo atropelladamente.
Él asiente, no sin cierta preocupación. Su mirada se dirige a mi espalda, a Johanna y su médico.
—¿Por qué no vamos al compartimento? —me propone, volviendo los ojos a mí. Asiento sin dudar.
—¿Te veo luego, Johanna? —pregunto, girándome un instante. Ella se encoge de hombros.
—Como veas. Ya sabes dónde encontrarme.
Finnick me observa de reojo, con cautela, mientras ambos caminamos hacia el compartimento. Debe estar deseando hacer preguntas, pero le conozco lo suficiente como para saber que esperará a que yo empiece a hablar.
Para haber tenido tanta urgencia por encontrarle, me tomo mi tiempo para empezar una vez llegamos al compartimento. Finnick se sienta en la cama, pero yo comienzo a dar vueltas nerviosamente por el pequeño espacio, clavándome las uñas en las palmas de las manos y sintiendo el nudo de mi estómago apretarse y apretarse. Finnick solo aguarda, contemplándome con ojos ansiosos. Parece tan angustiado como yo y eso me hace sentir hasta peor. Pero ¿cómo se lo digo, si no quiero soltárselo sin más, pero tampoco se me ocurre otro modo de hacerlo? Debería haber pensado más en ello durante el tiempo que he invertido buscándole.
—Finnick —digo finalmente, tomando una honda bocanada de aire. Solo tengo que decirlo, del tirón. Si Finnick no sabe nada, tendré que explicarle lo de la cinta. Pero si lo sabe y no me lo ha dicho...—. Finn, después del bombardeo aquí, en el 13, sé que Snow envió unos... regalos para ti y para Katniss. —Sus ojos verdes se apagan. La comprensión aparece en su rostro—. Rosas para ella y para ti...
—La cinta —asiente él. Dejo caer los hombros—. El vídeo.
—¿Lo viste? —murmuro, aunque su expresión lo dice todo.
—No sabía... Esperaba verte a ti pero no esperaba algo así. —Agacha la cabeza. Evita mirarme—. Nunca la hubiera visto de haberlo sabido, Leilani. La paré tan pronto... Lo siento.
—No es tu culpa —digo, negando—. No quería saberlo para culparte, Finnick. Snow la puso ahí para que la vieras, de todos modos. Solo quería saberlo porque... —¿Por qué? No sé si hay una explicación real. Simplemente tenía que asegurarme—. Necesitaba saberlo. Finn, no deberías haber visto eso nunca, lo siento, yo...
—¿Que lo sientes? —me interrumpe él, irguiéndose. Niega con suavidad—. Leilani, tú fuiste la que tuvo que pasar por eso. No pienses... No tendrías ni que estar pensando en mí ahora mismo.
—Snow no envió ese vídeo con intenciones de hacerme daño a mí. Para eso, podía hacer muchas otras cosas. —Todo cuanto planeara. Había encontrado muchas formas de hacerlo, pero soy consciente de que podría haber imaginado un millar más—. Fue porque quería hacértelo a ti, Finnick.
Tomo asiento a su lado en la cama. No me mira, pero tomo su mano con delicadeza, dejando escapar un débil suspiro.
—Finn —digo—. Paso casi todo mi tiempo asustada e intentando no pensar en las últimas semanas. Han sido lo peor que jamás me ha pasado, lo admito. Pero ahora que sé que he sobrevivido a ellas, no quiero que su recuerdo me mantenga atrapada en ese tiempo para siempre. Durante los Juegos, lo veía todo muy claro: sabía que iba a morir en la arena. Y, después de salir de ella, en el Capitolio, estuve segura de que moriría ahí entonces. Pero no he acertado ninguna de las veces.
Mis dedos se entrelazan con los suyos. Apoyo la cabeza en su hombro y, pese a que Finnick se tensa por un segundo, finalmente suspira y vuelve los ojos hacia mí.
—Ahora que sé que realmente tengo una oportunidad de vivir, que puedo hacerlo contigo, no quiero desaprovecharla. No puedo prometerte que vaya a estar siempre bien, porque me cuesta. Puede que se haga más fácil con el tiempo, no lo sé. Espero que sí.
Nuestras respiraciones se vuelven una sola. Cierro los ojos sobre su hombro, centrándome momentáneamente solo en el sonido de ambas. Finalmente, me incorporo y le miro a los ojos, esbozando una pequeña sonrisa.
—Sé que tienes miedo por mí, Finn. Créeme, yo también estoy asustada. Pero no quiero que eso me arrebate más. No puedo vivir con miedo eterno. —Agacho la cabeza, inspirando lentamente—. Prometo decirte cuándo no estoy bien, pero necesito que no me mires a cada instante como si estuviera a punto de sufrir una crisis. Casi todos lo hacéis y realmente me hacéis sentir al borde de una. No lo estoy, o quiero creer que no.
—Sé que no —me responde él, negando. Aprieta los labios, aún tenso—. Pero, Leilani, cada vez que te veo... Te tengo a mi lado y eso es maravilloso y aterrador a la vez, porque creo que voy a volver a perderte de un momento a otro. Y, si no estoy pensando en eso, recuerdo las entrevistas, recuerdo cómo te vi, todo por lo que has tenido que pasar... Lo siento tantísimo, Leilani.
Le abrazo con delicadeza. Ambos nos movemos con cuidado, preocupados ante la reacción del otro, pero aún así necesitados de aquel tacto.
—Te contaré cuándo no estoy bien, Finnick —susurro contra su oreja—, y espero que tú también me cuentes cuando no lo estás. No voy a estar siempre bien, pero quiero estarlo todo el tiempo que pueda. Y me es más fácil estarlo cuando tú estás aquí.
—Lo sé —murmura él—. También para mí. Leilani, estas semanas sin ti, he sido... —Guarda silencio, pensativo—. Un completo desastre. Estaba perdido. Me dije que, si te recuperaba sana y salva, me aseguraría de hacer todo bien, pero tienes razón. Tengo miedo.
Acaricio su espalda, mientras él suspira.
—¿Sabes? —Su voz se torna más dulce y soñadora—. Más de una vez me he preguntado cómo hubieran sido nuestras vidas si no fuera por los Juegos. Si hubieras sido de mi distrito.
—¿Yo en el 4? —pregunto, riendo suavemente—. No podría imaginarme viviendo allí.
—Yo sí —responde en cambio Finnick—. Si ambos hubiéramos sido personas normales del 4, me imagino conociéndote en alguna de las noches de las hogueras en verano. Paseando por la playa con mis amigos y de pronto viéndote junto a uno de los fuegos. Tú nunca has sido de estar en medio de todo; te gustaría estar sentada tranquila, viendo las llamas, disfrutando del momento... ¿No es así?
Asiento con lentitud. Conozco poco el Distrito 4, habiéndolo visitado únicamente durante mi Gira de la Victoria, hace ya varios años. El único recuerdo verdaderamente fresco que tengo de ese momento en Finnick llevándome a la playa y el pánico que me entró al ver el enorme mar azul.
Sin embargo, la escena que él va narrando se forma en mi cabeza con facilidad. Puedo imaginarme, puede que de forma un tanto imprecisa, la noche de las hogueras, la playa a rebosar de gente. Un Finnick más joven, al que conocí durante mis Juegos, solo que él nunca ha sido vencedor. No conoce los horrores de la arena, simplemente es un chico más del 4.
Tiene razón al decir que yo estaría junto a la hoguera: apreciaría la calma del momento, mientras veo al resto disfrutar en pequeños grupos, algunos junto a otras hogueras, otros en la orilla. En esa fantasía, no me da miedo acercarme a ella: solo prefiero quedarme sentada junto al calor de las llamas.
—Ambos sabemos que yo nunca he tenido demasiada vergüenza. —Ríe suavemente y yo le imito—. Me hubiera acercado a hablarte.
—¿Crees que hubiera caído a tus pies al momento? —le pregunto, divertida.
—No lo sé —admite él—. Pero estoy bastante seguro de que yo sí.
Aquellas palabras provocan una sensación tan inesperada en mí que me veo obligada a separarme, aunque sin dejar de sonreír. Finnick continúa hablando, con mirada soñadora, mientras sus dedos acarician mi brazo.
—¿En esa otra vida, seguirían vivos todos los que perdimos?
—Desde luego —responde él, sonriendo—. Tendría que ganarme el favor de Jared. Aunque estoy seguro de que tú te llevarías de maravilla con Kai desde el principio.
Es tan bonito como irreal. Hace mucho que evito formarme imágenes así en la cabeza, pero no puedo hacer más que escuchar a Finnick y fantasear con todas las posibilidades que aquello nos hubiera ofrecido. Me imagino junto a Jared en la playa. Haciéndome amiga de Kai, cuyo rostro conozco por los vídeos que me pusieron en el Capitolio.
Sé que fue el primer amor de Finnick, pero antes de eso fue su mejor amiga. Hubiera deseado conocerla, especialmente ahora que veo cómo sonríe él al imaginarnos siendo amigas.
Puede que, en esa otra vida, mi madre nunca hubiera muerto. Tal vez, incluso, Parry hubiera sido mi padre y no me hubiera ocultado aquello durante años. Estoy bastante convencida de que él y Jared se hubieran llevado bien, o eso me gustaría pensar.
—Podríamos haber vivido sin miedo a lo que Snow pudiera hacer —suspiro—. Una vida tranquila.
—Te hubiera regalado conchas y llevado a pasear por la playa —ríe él—. Y, quién sabe, podríamos incluso habernos casado.
Ante aquellas palabras, mi sonrisa se desvanece. Contemplo a Finnick en silencio, al tiempo que él se encoge de hombros. Noto el corazón acelerado.
Nunca me hubiera imaginado casándome con Finnick. Había demasiadas cosas que lo hacían imposible: éramos vencedores, de distintos distritos. Luego, había llegado el Vasallaje. Todo el miedo, la preparación, los Juegos. Después, el Capitolio. Siempre había sido algo demasiado inalcanzable como para planteármelo.
Pero ahora estamos en el 13. Ahora...
—Finnick —empiezo, muy despacio—, ¿y si nos casamos?
Veo la incomprensión atravesar su rostro, antes de que él suelte una risa débil. Niego con la cabeza.
—Lo digo en serio —digo, pensativa—. Es decir, si tú quieres. Yo quiero. Si no quieres, esto va a ser muy humillante, pero... —No sé si me sonrojo. Estoy segura de que hace bastante tiempo que no lo hago, pero me siento hasta febril mientras continúo hablando—. Estamos en el 13. Aquí, no importa el 4, el 11 o el Capitolio. Podemos casarnos. Podemos... No sé, hacer que algo de esa fantasía se haga realidad. O intentarlo. Podemos...
—Leilani —me interrumpe él con dulzura. Pero hay algo en su expresión, algo que ahora ve más lejos de mis palabras. Se lo está imaginando, tal y como yo, y ya no es una vida imposible de alcanzar—. Si lo dices en serio...
—Sí.
Y nos quedamos ahí, en silencio, contemplándonos el uno al otro. Podemos hacerlo realidad. Realmente podemos, por primera vez en nuestras vidas, hacer algo así. Cambiarlo todo. Dejar de soñar. Antes de que la guerra avance, antes de arriesgarnos a perder lo poco que tenemos. Podríamos hacerlo.
Soy finalmente yo quien se inclina y le besa. Sus labios acarician los míos suavemente, mientras las manos de Finnick suben hasta el lugar donde antes estaban mis rizos. Recuerdo cómo los acariciaba, cómo los enredaba entre sus dedos. Extraño aquella sensación.
—¿Estás segura? —susurra contra mi boca—. ¿Quieres que nos casemos?
Hay muy pocas cosas de las que he estado segura en los últimos años. La mayoría de ellas, están relacionadas con Finnick, del mismo modo que lo está esta. Es por ello que no dudo en responder:
—Sí. Estoy segura.
último capítulo que publico antes de terminar por fin los exámenes de mi primer cuatri en la universidad, que llegue ya el martes por la tarde porfa
btw se me han ido gastando los capítulos de reserva durante estas semanas, así que puede que cuando se me acaben, si no he podido escribir más, las actualizaciones se retrasen un poco :)
ale.
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