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21 | the wave










VEINTIUNO
la ola







Tengo sueños confusos y que no me dejan descansar correctamente, pero ninguna pesadilla al menos. Debo dormir del tirón unas cuantas horas, hasta que alguien me sacude con suavidad.

—Leilani —susurra la voz de Finnick en mi oído. Aprieto los párpados, sin desear despertarme. No puedo enfrentarme a un día más en la arena—. Leilani.

Gruño algo y abro los ojos. Al instante, suelto un grito y doy un salto cuando veo a Katniss y Finnick inclinados sobre mí, muy cerca, casi demasiado. Las heridas producidas por la niebla han comenzado a curarse, dando el aspecto de que su piel está pudriéndose. No es la visión que necesitaba tan pronto por la mañana.

Ellos comienzan a reírse a carcajada limpia. Incluso se caen a la arena, entre risas. Miro acusatoria a Peeta, que sonríe un poco y se encoge de hombros.

—A mí me han hecho lo mismo —comenta—. No entiendo cómo no te ha despertado mi grito.

Ruedo los ojos, aunque se me escapa una sonrisa. Ver que Finnick es capaz de bromear y reír me hace sentir algo más tranquila, sabiendo cómo estaba cuando me fui a dormir la noche anterior.

Los dos bromistas tardan un rato en calmarse. Cuando lo hacen —más o menos—, un paracaídas cae a la arena de la playa. Lo que trae es un pan caliente, del Distrito 4. Es fácil reconocerlo por su color verde, que ningún otro distrito posee. Finnick lo toma y le da vueltas en la mano, pensativo. Ninguno decimos nada; después de todo, es más que evidente que es para él.

—Irá bien con el marisco —es lo único que dice finalmente.

No pregunto por el marisco del que habla, asumiendo que ha debido de pescar algo en el mar. Katniss me tiende la mano para ayudarme a levantarme. Cuando lo hago, noto un dolor en la pierna derecha. Veo que tengo un corte que debí hacerme ayer, cuando los monos nos atacaron. Me llega desde el tobillo hasta por debajo de la rodilla y aún sangra. No lo había notado hasta ahora y no entiendo cómo, porque duele bastante. Probablemente, el cansancio, la adrenalina y los efectos de la niebla influyeron en insensibilizarme.

—¿Te duele? —pregunta Finnick, frunciendo el ceño.

—Un poco —digo, quitándole importancia—. Luego iré a buscar algo para el dolor, si hace falta. Lo que no sé es por qué no me he dado cuenta antes.

—La niebla te alteró los nervios. Tal vez eso hizo que no notaras el dolor —sugiere Katniss—. Y como era por la noche, ninguno vimos nada.

—Debe ser eso.

Peeta y yo nos echamos la pomada para el picor que ha hecho que las heridas de Katniss y Finnick se vean así. No me convence mucho su aspecto ni su olor, pues siempre he preferido remedios naturales antes que químicos, pero ayuda al picor, así que me la extiendo sobre las costras. Como algo de pan y del marisco que ha pescado Finnick. La herida cada vez me duele más.

—Voy a buscar algo para el dolor, también musgo para vendar la herida —termino diciendo, poniéndome en pie—. No tenemos otra cosa.

—Te acompaño —dice inmediatamente Finnick.

Niego con la cabeza.

—Subiré a algún árbol e intenteré encontrar algo de comida. Puede que me aleje bastante y tú solo harías que fuera más despacio. —Veo lo poco que le gusta que me vaya—. No tardaré mucho. Y no me pasará nada, Finn. Puedo esconderme y tengo mis armas. Además, los monos han desaparecido.

Él acaba aceptando, aunque no le hace mucha gracia. Katniss y Peeta tampoco parecen muy contentos. Les tranquilizo de nuevo y cojo mis cuchillos y una de las cestas que ha tejido Finnick. Me encamino a la jungla, buscando musgo. Con eso y unas enredaderas, me vendo la herida, sin poder siquiera desinfectarla, pero eso es mejor que nada. Al menos, no es un corte muy profundo. Escalo un árbol cercano. La herida de la pierna me molesta, pero consigo aguantar el dolor.

De árbol en árbol, recorro dos o tres kilómetros en poco tiempo. No me separo demasiado de la playa, por si acaso, así que voy dando la vuelta a la arena. Voy atenta, buscando a otros tributos o algunas de las trampas de los Vigilantes, pero no veo nada. Tampoco encuentro las plantas que busco. Los frutos que usé ayer con la adicta son demasiado fuertes y si las tomase podría dormir por dos días enteros, en el mejor de los casos. Tengo que encontrar unas bayas que recuerdo haber visto el día anterior.

He cometido un error de novata. Debí haberlas recogido tan pronto como las reconocí, por precaución. Siempre son necesarios anestésicos en la arena, es algo que ya debería haber aprendido.

Tardo un buen rato más hasta que finalmente veo el arbusto que estoy buscando. Está justo en el borde de la jungla, casi en la playa. Me aseguro de que no hay nadie cerca y bajo del árbol. Recojo las bayas a toda prisa, las aplasto y las mezclo con otras que he encontrado cerca. No puedo tomarlas solas: tienen un sabor demasiado fuerte y sus efectos son también bastante excesivos, por lo que debo mezclarla con las otras para mitigarlos y únicamente usarlas para disminuir el dolor que siento en las extremidades, no para dejarme fuera de combate.

Cuando considero que está lo suficientemente bien, teniendo en cuenta las condiciones en las que estoy, me tomo la mezcla sin respirar, ignorando el ardor que recorre mi garganta. Recojo algunas bayas más y las pongo en la cesta. Tal vez las necesitemos más tarde y no pienso cometer el mismo error que el día anterior de dejarlas atrás.

Me adentro un poco más en la jungla al reconocer otro arbusto, pero apenas he tenido tiempo de recoger un puñado cuando la tierra comienza a temblar.

Escucho un grito de mujer, pero está bastante lejos. Al menos, eso me parece. Un fuerte ruido me ensordece y desconcierta. Corro hacia la playa, sin saber lo que sucede, y veo una enorme ola impactando contra el agua a no tanta distancia como me gustaría. Comprendo que ha venido del otro lado de la colina, por imposible que parezca. El impacto hace que el mar empape toda la arena. Me mojo por completo. Doy un grito y retrocedo hacia la jungla, creyendo que puede crearse otra ola enorme. Sin embargo, no pasa nada más.

Siempre he sabido que lo que sucede en la arena no es natural, pero sigue perturbándome que lo parezca tanto hasta que suceden cosas de ese tipo. De haber estado en el 4 cuando una ola así impactara, nadie de los que estamos en aquella arena hubiéramos sobrevivido.

Escucho un cañonazo. Debe ser el de la mujer que gritó antes. Me pregunto, asustada, quién podría ser. ¿Johanna? ¿Dae? Confío en que no.

Veo aparecer el deslizador y recoger su cuerpo, pero estoy a demasiada distancia como para poder ver de quién se trata.

He perdido la cesta de Finnick en mi prisa por huir de la ola. La herida me escuece aún más, gracias al agua salada que me empapa. Recupero el cesto tan rápido como puedo; no quiero permanecer allí demasiado tiempo sin saber lo que aquella arena puede tenernos reservada.

Decido regresar junto a los otros cuanto antes. No creo prudente estar ahí sola, ahora menos que antes. Lamento no que poder llevar más bayas, pero...

Pero, realmente, no quiero morir. No así, al menos. No sola.

Niego con la cabeza y trepo nuevamente a un árbol. La fugaz idea de que los demás pueden creer que he sido yo quien ha muerto en la ola me hace ir más rápido. ¿Qué haría Finnick si...?

Me obligo a no pensar en ello. Es una estupidez. No estoy muerta, no aún. Finnick podrá apañárselas perfectamente sin mí. No pasará nada.

Me obligo a ralentizar el avance cuando la herida comienza casi a arderme, incluso a pesar de las bayas. Aprieto los dientes, tratando de ignorar el dolor, pero no puedo hacerlo cuando es tan atroz. Me detengo e intento que disminuya de ese modo.

Tras unos cinco segundos, retomo el trayecto, a un ritmo más sosegado en esta ocasión. Cuando llego al lugar donde hemos dormido, veo a cuatro figuras rojas en mitad de la playa. Las observo desde el árbol en el que estoy subida. Una lleva a rastras a otra, una tercera está dando vueltas en círculos y la restante se mantiene inmóvil.

«¿Qué serán? ¿Mutos?»

A la que arrastraban se cae y la que iba tirando de ella pisotea el suelo, furiosa, y empuja a la que está dando vueltas. La inmóvil extiende un brazo y hace frenar a la otra, que solo suelta un alarido de furia.

Uno muy familiar.

—¡Johanna! —grito, bajando rápidamente y yendo hacia ella, cojeando—. ¿Dae?

Ambas se giran hacia mí a toda prisa. Distingo mejor sus facciones al acercarme, pese al líquido tan rojo y viscoso como la sangre que las cubre.

—¡Leilani! —exclama la del 7.

Reconozco a las otras dos figuras como Wiress y Beetee, del 3, lo cual no tiene ningún sentido, porque ¿por qué se aliaría Johanna con Majara y Voltios?

—¡Leilani! ¡Johanna! ¡Dae! —escucho gritar a Finnick.

Ni siquiera me da tiempo a girarme a verle llegar: Finnick me rodea con sus brazos nada más alcanzarme, con tal ímpetu que mi pierna herida no logra soportarlo y ambos terminamos en la arena.

Le miro, desconcertada. Su rostro desencajado me pilla por sorpresa. Sus ojos verdes me examinan con cuidado, antes de rodearme con fuerza con sus brazos y acercarme a él, aún tumbados sobre la arena.

—Finnick... —murmuro, sin saber exactamente qué decir.

—C-cuando vi la ola y escuché el cañonazo, y tú no volvías, pensé que... pensé... —empieza él, apoyando la frente en mi hombro.

—Eh, tranquilo —murmuro, acariciándole con suavidad el pelo—. Estoy bien. Estoy bien. Siento haberte preocupado.

Toma aire lentamente, hundiendo las manos en mis rizos. La sensación me produce un escalofrío. Susurra palabras ininteligibles.

—¿Podéis dejarlo para más tarde? —interrumpe Johanna bruscamente, de pie ante nosotros. Dae le da un empujón y le hace retroceder, pero no llega a evitar que hable.

Giro la cabeza hacia ella, incorporándome con cuidado. Finnick aún parece necesitar un momento y no reacciona.

—¿Cómo es que estáis llenos de sangre? —pregunto, extrañada, sin soltarle.

Johanna señala a la jungla.

—Creíamos que era lluvia, por los relámpagos, y teníamos mucha sed, pero, cuando empezó a caer, resultó ser sangre —empieza a explicar, hablando muy rápido—. Sangre caliente y espesa. No se podía ver, ni hablar sin llenarte la boca. Estuvimos dando tumbos por ahí, intentando salir. Entonces Blight se dio contra el campo de fuerza.

—Lo siento, Johanna —le digo al instante.

—Sí, bueno, no era gran cosa, pero era de casa —comenta ella—. Y nos dejó solas con estos dos. —Le da un golpe a Beetee, que apenas está consciente, con el pie—. Le clavaron un cuchillo en la espalda en la Cornucopia. Y ella...

Miramos a Wiress, que está dando vueltas en círculo, cubierta de sangre seca, murmurando:

—Tic, tac, tic, tac.

—Sí, lo sabemos, tic, tac. Majara ha sufrido una conmoción —explica Johanna. Wiress se acerca, pero Johanna la aparta de un empujón—. Quédate quieta, ¿quieres?

—Déjala en paz —le dice Katniss, que se ha aproximado junto a Peeta.

Johanna se gira al momento hacia ella y da la sensación que va a abalanzarse sobre la del 12 de un momento a otro.

—¿Que la deje en paz? —dice, dando un paso hacia Katniss. Le da una fuerte bofetada, que es mejor de lo que pudiera haber esperado. Desde el suelo, no hay mucho que yo pueda hacer—. ¿Quién te crees que los sacó de esa puñetera jungla por ti? Serás...

—Bueno, ya está bien —le corta Dae, tomándola por el brazo y arrastrándola al agua con decisión, ignorando la resistencia y los gritos de la del 7, que no deja de insultar a Katniss.

La sumerge varias veces, limpiándose ella al mismo tiempo. Dae le dice que se calle, pero Johanna le ignora y sigue gritando.

—¿Qué ha querido decir? ¿Los ha salvado por mí? —pregunta Katniss a Peeta y a mí, desconcertada.

—No lo sé. Al principio los querías —le recuerda Peeta.

—Sí, es verdad, al principio —masculla ella.

Miro a Beetee, que está inmóvil en el suelo. Finnick por fin se incorpora y se queda sentado a mi lado, con la vista fija en la arena. Busco su mano y se la aprieto.

—De todos modos, no te servirán de mucho si no hacemos algo deprisa —comento.

Peeta se ocupa de Beetee mientras Katniss se lleva a Wiress a la orilla.

—Ahora vuelvo —le susurro a Finnick, poniéndome de pie—. Ve con Johanna y Dae.

Ayudo a Peeta con Beete. Le quito el cinturón y el mono lleno de sangre con tanto cuidado como pueda. Tardo bastante, solo para descubrir que su ropa interior también está empapada de sangre. Así que no me queda más remedio que quitársela, ignorando el pudor que me produce. Le tumbo boca abajo y miro la raja que tiene en la espalda. Mide unos quince centímetros y aunque no es demasiado profunda, ha debido perder bastante sangre.

—Peeta —le digo—, ¿puedes traer musgo y enredaderas? Hay por todo la jungla, no te costará mucho encontrarlos.

—Ahora mismo vuelvo —dice, antes de alejarse.

Con el puño, aplasto algunas de las bayas que he recogido antes y las mezclo con agua. Le doy a Beetee de beber. Al menos, así no le dolerá tanto. Peeta trae el musgo y las enredaderas. Vendo como puedo la herida y luego arrastramos a Beetee hasta la sombra.

—Creo que no podemos hacer más —comento.

—Así está bien. No se te da mal esto de curar —me dice Peeta.

—Gracias —respondo—. En el 11, aprendemos mucho sobre plantas. Me enseñaron a usarlas desde pequeña. Supongo que los del 12 sabéis otras cosas también útiles.

Él se encoge de hombros. Mira hacia atrás. Finnick está con Johanna y Dae en el agua; Katniss, limpiando a Wiress en la orilla.

—Creo que hay algo que tienes que saber.

—¿Qué pasa? —pregunto, extrañada por su tono de voz.

—Es sobre Finnick.

—¿Qué pasa con Finnick? —insisto, cada vez entendiendo menos lo que pasa.

Peeta mira una vez más, asegurándose de que nadie está cerca. No puedo evitar sentirme intrigada. Me pregunto si irá a decirme algo en relación a Katniss: aún no olvido cómo pensó en matar a Finnick ayer. Puede que siga con la misma idea, incluso a pesar de haber estado bromeando juntos esta mañana.

—Cuando vimos la ola y sonó el cañón, pensamos en serio que habías sido tú. Y más cuando no volvías. Y Finnick... —Hizo una pausa significativa—. Se desmoronó. Katniss y yo no sabíamos qué hacer. Fue... Nunca pensé que él podría... No sé, siempre parece bien. El Vencedor brillante del Capitolio. Y sin embargo...

Mis ojos van al momento a Finnick, que sigue en el agua. Se gira al notar mi mirada y sonríe levemente, saludándome con la mano. Aún tengo bien presente su rostro desencajado cuando me ha abrazado al llegar.

—¿Por qué me cuentas esto? —le pregunto a Peeta.

—Porque he visto en él cómo reaccionaría yo si perdiera a Katniss —murmura él, negando con la cabeza—. Los Juegos... Perder a alguien en los Juegos es horrible. Ten cuidado, porque me da la sensación de que podrías... No sé cómo lo haría Finnick.

—Lo sé —respondo, en voz baja.

—Siento lo de Rue —dice, tras unos segundos. Asiento con la cabeza—. Y Thresh.

—¿Puedo hacerte una pregunta algo personal? —pregunto.

Peeta asiente, con rostro impasible. Me da la sensación que no le pilla por sorpresa aquello.

—Dime.

—La niña del 12 de mis Juegos, Rosemary. ¿La conocías?

Nuevamente, asiente.

—Era mi mejor amiga.

Y luego se aleja.

Más tarde, me quedo montando guardia con Johanna mientras el resto descansa. Estamos durante cerca de una hora en silencio, pensativas, sabiendo que no hay mucho para decir en el momento.

—¿Sabes algo de Chaff? —le pregunto en cierto momento.

—No le he visto desde el Baño de Sangre.

Asiento, esbozando una mueca. Me pregunto qué será de él. Debí haberle esperado, eso lo tengo claro. Si hubiera insistido un poco más a Finnick y los demás, puede que le hubiera dado tiempo a llegar. O puede que no.

Al menos, sigue vivo. Es lo único que me da algo de consuelo, aunque no sé cómo estará apañándoselas solo en esa jungla llena de trampas letales y desconocidas en su mayoría por nosotros.

Tras un buen rato más de silencio y después de asegurarse de que todos duermen, Johanna me susurra:

—¿Cómo habéis perdido a Mags?

Finnick ha contado lo que nos ha pasado de una forma impersonal y sin contar lo más importante. Ninguno de los tres nos hemos atrevido a decir nada al respecto, pero sabía por la mirada que Johanna me ha dirigido que pensaba preguntarme más tarde.

—En la niebla —respondo, negando con la cabeza—. Finnick tenía a Peeta. Katniss y yo llevamos a Mags un rato. Después no pudimos seguir levantándola. Finnick dijo que no podía llevarlos a los dos, y ella le dio un beso y se fue directa al veneno.

Las dos guardamos silencio un momento.

—Era su familia —susurro—. Tendría que haber hecho algo.

—No es solo culpa tuya —dice la voz de Katniss.

Se sienta a mi lado.

—No puedo dormir —se limita a decir—. Id a descansar alguna de vosotras. Yo hago guardia.

Miro a Johanna. Ella hace un gesto, indicándome de que vaya con Finnick. Me levanto y voy a su lado, algo apartada del resto del grupo. Él se agita en sueños, tridente en mano, y le oigo susurrar mi nombre. Le quito el arma con cuidado y lo dejo a la distancia suficiente para que pueda alcanzarlo estirando el brazo. Me tumbo a su lado y él me abraza inconscientemente.

Aún pienso en su expresión cuando llegué tras la ola, en lo que Peeta me ha dicho. Acaricio con suavidad su mejilla con el pulgar un par de veces. Su ceño se desfrunce y se queda muy quieto.

—Buenas noches, Finn —le susurro, sabiendo bien que no me escucha. Cierro los ojos y trato de conciliar el sueño.

—Levantaos —dice la voz de Katniss, mientras me sacude—. Levantaos, tenemos que largarnos.

Abro los ojos y aparto los brazos de Finnick, que me rodean. Él se incorpora, tan desconcertado como yo. Se restriega los ojos.

—¿Qué pasa? —pregunta él, somnoliento.

—No sé —respondo.

Me incorporo y miro a Katniss, que está despertando a Johanna y Peeta. Me restriego los ojos y bostezo. Dae me tiende la mano y me ayuda a despertarme. Ellas dos han debido de hacer la última guardia juntas.

—Katniss, Dae, ¿qué pasa? —pregunto.

La del 8 asiente y Katniss inicia su explicación. Al principio me parece imposible, pero luego empiezo a darme cuenta de que tiene razón: la Arena es un reloj. Finnick y Peeta también se lo creen con rapidez. Tiene sentido, después de todo, y sigue el mismo planteamiento retorcido que a los Vigilantes suele gustarles.

Johanna se muestra (parece estar en contra de todo lo que diga Katniss), pero acepta que es mejor recoger todo y largarnos tan pronto como Dae interviene. Finnick, Johanna, Dae y yo guardamos lo poco que tenemos, mientras Katniss despierta a Wiress y Peeta a Beetee. Me acerco a este último a evaluar la gravedad de sus heridas.

—¿Dónde? —pregunta el del 3 tan pronto como se espabila. Aún no está bien del todo.

—Está ahí —contesta Peeta rápidamente—. Wiress está bien, también se viene.

—¿Dónde? —insiste.

—Ah, ya sé lo que quiere —dice Johanna con impaciencia. Recoge un cilindro de metal que Beetee llevaba antes atado al cinturón—. Esta cosa inútil. Es una especie de alambre o algo. Por eso lo hirieron, corría hacia la Cornucopia para hacerse con él. No sé qué clase de arma se supone que es, supongo que podríamos cortar un trozo y usarlo para estrangular a alguien, pero, en serio, ¿os imagináis a Beetee estrangulando a alguien?

Le arrebato la bobina de las manos y la examino con atención, pero sin demasiada idea de lo que estoy buscando. No soy, en absoluto, experta en el asunto, pero el hilo parece demasiado fino para estrangular a nadie. Sea lo que sea, no debe ser un arma.

—Ganó sus Juegos con un trozo de alambre. Montó aquella trampa eléctrica —comenta Peeta—. Es la mejor arma que podría tener.

—Tendrías que habértelo imaginado —le dice Katniss—, teniendo en cuenta que el apodo de Voltios se lo pusiste tú.

—Otra vez no —suspira Dae por lo bajo.

—Sí, qué estúpida soy, ¿no? —responde ella, mirándola con furia—. Supongo que estaría distraída intentando mantener con vida a tus amiguitos, mientras tú... ¿Qué era? ¿Conseguías que mataran a Mags? —Katniss pone la mano sobre el cuchillo que tiene en el cinturón—. Venga, vamos, inténtalo. Me da igual que estés preñada: te abriré la garganta.

—Será mejor que todos nos fijemos bien en lo que hacemos —corta Dae, que también ha llevado su mano al cuchillo que cuelga de su cinturón, con tabta tranquilidad que inquieta. Me quita la bobina de la mano y se la tiende al del 3—. Aquí está tu cable, Voltios. Cuidado al enchufarlo.

—¿Adónde? —pregunta Peeta, bromeando, mientras levanta a Beetee.

—Me gustaría ir a la Cornucopia y observar, solo para estar seguro de que tenemos razón con lo del reloj —interviene Finnick.

Como no tenemos demasiadas opciones, aceptamos la idea de Finnick. Lo cierto es que no nos vendrían mal algunas armas más, ni tampoco provisiones. Nos dirigimos a la Cornucopia que, como esperábamos, está desierta. Desde la playa, no se tarda demasiado en llegar.

—¿Cómo has dormido? —le pregunto a Finnick, colocándome junto a él.

—Sin pesadillas —se limita a decir, lanzándome una mirada de reojo—. ¿Tú?

—Igual, por suerte. —Bajo la mirada y me ajusto mejor el cinturón, de donde cuelgo mis cuchillos—. ¿Finn?

—Peeta y Katniss han hablado contigo, ¿no? —me corta, soltando una carcajada seca. Su rostro permanece serio.

—Algo así. Cuando te vi en la playa...

—¡Vosotros dos, acelerad! —nos increpa Johanna.

No reanudamos la conversación y terminamos el camino en silencio. Cuando llegamos a la Cornucopia, solo quedan las armas, ni rastro de los profesionales. En parte, me alivia que no estén ahí, pero también me pregunto dónde se habrán metido.  La arena es grande, pero no deja de ser un círculo y todos estamos dentro de él. No deseo tener un encontronazo con ellos en la jungla.

—¡Leilani! —me llama Finnick, que se ha adelantado.

Me giro en dirección a su voz y él me indica que me acerque. Está junto a una pila de armas, cogiendo dos tridentes. Me señala un montón cinturones de cuchillos.

—Gracias —digo, cogiendo varios y colgándomelos de la cintura.

—¿Qué pasa? —pregunta él.

—Nada.

—Algo te pasa y no es lo otro —dice, mirándome fijamente—. Estás inquieta.

—¿No te parece raro que los profesionales hayan desaparecido? —pregunto.

Finnick se encoge de hombros, aunque la tensión en éstos no me engaña. Está pensando en lo mismo que yo.

—No te preocupes por ellos.

Asiento. Miro a los demás. Johanna está cogiendo más cuchillos, Beetee está examinando las armas, aunque sin tocar ninguna, y Wiress está cantando una canción infantil, mientras limpia el alambre de su compañero de distrito. Dae se ha hecho con una lanza ligera y dos espadas bien afiladas. Veo a Peeta y Katniss inclinados sobre algo y, curiosa, me acerco. Finnick me sigue. Al llegar junto a ellos, veo que es un mapa de la Arena, que Peeta está dibujando en una hoja. Han marcado «rayos», «sangre», «niebla», «monos» y «ola».

—Cinco de doce no es gran cosa —digo, desanimada.

—¿Notasteis algo raro en las demás? —les pregunta Katniss a Dae, Johanna y Beetee. Ellos dicen que no, que solo vieron sangre—. Supongo que podría haber cualquier cosa.

—Voy a marcar las secciones en las que sabemos que las armas de los Vigilantes nos siguen más allá de la jungla, para procurar mantenernos alejados de ellas —comenta Peeta, mientras dibuja líneas diagonales en las playas de la niebla y la ola. Después se sienta—. Bueno, al menos es mucho más de lo que sabíamos esta mañana.

Todos asentimos, pero entonces nos damos cuenta: silencio. Wiress llevaba cantando todo el rato, pero ya no se la escucha.

Me giro y lanzo un cuchillo por instinto incluso antes de apuntar correctamente. Veo cómo se le clava a Cashmere en el brazo. Katniss dispara una flecha que le da a Gloss en la cabeza. Johanna clava una de sus hachas en el pecho de su hermana. Hemos dejado fuera de juego a los del 1 en pocos segundos.

Si fuera tan fácil con los del 2...

Finnick desvía la lanza que iba hacia Peeta y se saca el cuchillo de Enobaria del muslo. Escucho tres cañonazos. Los de Wiress, Gloss y Cashmere. Lanzo otro cuchillo hacia Brutus, pero él se esconde tras la Cornucopia rápidamente. Enobaria también. Salimos corriendo tras ellos, mientras huyen por la playa.

Por una vez, los profesionales están en desventaja. Me pregunto si, alguna vez en toda la historia de los Juegos, se ha aliado un grupo tan grande de tributos no profesionales para ir contra los de los distritos más ricos. Supongo que nunca lo sabré.

De repente, el suelo tiembla bajo mis pies y caigo en la arena. El círculo de tierra en el que se encuentra la Cornucopia empieza a girar deprisa, muy deprisa, y pronto veo que la jungla pasa a nuestro alrededor convertida en una mancha. Cierro los ojos, evitando mirarla. Me agarro con fuerza al suelo, tratando de no salir despedida hacia el agua.

Tan rápido como todo ha empezado, la arena se detiene.












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