13 | the isolation
TRECE
el aislamiento
Pese a que han transcurrido semanas desde la visita de Snow, mi dormitorio sigue oliendo a rosas y sangre. Al menos, sigue oliendo para mí. Ninguno de los niños ha mencionado nada de él hasta ahora y tengo la horrible sensación de que solo yo puedo percibirlo.
Traté de resistir la tentación, pero me rendí tras unos días y ahora compruebo a diario si el teléfono funciona, pero está claro que no. Ya apenas salgo de casa. Desde que Parry me trajo inconsciente desde casa de Chaff, no he vuelto a ver a ninguno de los dos. Zinnia se pasa a diario, pero me cuesta mirarle a la cara, más aún hablarle. A pesar de ello, sigue viniendo. Únicamente hablo con Violet en estos días: ha sido eximida durante dos semanas de ir a los campos después de haber tenido un grave ataque de asma.
Se supone que le estoy cuidando, pero ella es la que más me cuida a mí. Siempre me prepara la comida, vigila que haga algo además de quedarme en el sofá mirando a la nada. Es difícil, pero me obliga a jugar a juegos de cartas o me convence para dar un paseo por alrededor de la aldea.
Sin embargo, también me recuerda, una y otra vez, que los Juegos llegarán para llevársela de mi lado. Da igual que solo tenga catorce años y, por tanto, le correspondan tres papeletas. No será así.
—Ayer fui a llevarles algo de comida a la familia de Rue —me dice en cierto momento, logrando captar mi atención al momento—. Los niños dicen que extrañan tus visitas.
—¿Cómo lo llevan? —mascullo, incorporándome en el sofá.
Violet se encoge tristemente de hombros.
—Tratan de seguir adelante. No es fácil.
—Y tanto que no —susurro, negando con la cabeza. Violet toma asiento a mi lado y la cubro con mi manta.
—Poppy estaba cantando cuando llegué —comenta, tras suspirar—. Es una de las canciones infantiles que nos enseñaban en la escuela. Dice que quiere ser cantante de mayor. Cerad le llamaba tonta por ello.
Cerad entra a las urnas este año. Poppy dentro de tres. Cierro los ojos solo de pensar en ello y suspiro.
—Apuesto a que Poppy canta de maravilla.
—Ella está convencida de ello, aunque desafina un poco, si te soy sincera.
Rio ante aquello, mientras Violet baraja las cartas y comienza a repartirlas, tarareando por lo bajo una canción, la que supongo que Poppy cantaba.
Me quedo en silencio al reconocerla. Era una de las tantas que aprendí de pequeña, como todos los niños del 11, pero esa está ligada a malos recuerdos. Niego con la cabeza, al tiempo que me pregunto si realmente hay algo que ligue a buenos recuerdos.
Nunca tuve demasiados de esos: ni antes ni después de los Juegos. Supongo que esa es la vida de una chica normal en los distritos más pobres de Panem, exceptuando el hecho de que soy una Vencedora y eso me hace de todo menos normal.
—¿Estás bien, Lei? —me pregunta Violet, advirtiendo con preocupación mi silencio.
Me encojo de hombros.
—Ya ni lo sé —mascullo—. Estoy harta de todo esto.
—¿De la partida? —medio bromea ella y, de un momento a otro, estoy riendo. Mi humor no es que sea estable últimamente.
—Sí, de la partida —respondo, irónica—. Hagamos otra cosa, por favor.
—Propón ideas, genio —ríe ella—. A mí ya no se me ocurre nada.
Suspiro y me echo hacia atrás en el sofá. No se me ocurre absolutamente nada para salvar esta aburrida e interminable tarde.
—¿Qué hora es? Podemos ir haciendo algo interesante para cenar...
—Hoy hay retransmisión obligatoria —recuerda entonces Violet, mirando el reloj de pared. Son casi las siete y media—. Debe estar a punto de empezar: supongo que la proyectarán desde los campos.
Cada vez los turnos son más largos y más duros, por lo que muchas veces se regresa a casa ya de noche. Casi todos los niños que acuden en mi ayuda trabajan ya: es por ello que la casa suele quedarse vacía la mayor parte del día.
Violet y yo nos acurrucamos en el sofá a ver la retransmisión, aunque apenas presto atención a la primera parte del programa. Solo se dedican a hablar de la boda de Katniss y Peeta, de la elección del vestido de novia de ella, de la tarta, de lo increíblemente enamorados que están los trágicos amantes del Distrito 12...
No es algo que me interese. Me basta con mirar a Katniss para saber no está perdidamente enamorada de Peeta: soy incapaz de creerlo. Ni siquiera sé si Peeta siquiera le gusta. Es todo una farsa que han creado y que ahora deben continuar.
No les juzgo, a pesar de ello. Hace lo mismo que todos. Lucha por su supervivencia y la de sus seres queridos. Si estuviera en su posición, yo haría lo mismo. Aunque puede que intentara aparentar algo más que ella: hay momentos en los que ciertamente me parece imposible que ellos dos sean más que simples desconocidos.
—Lei —me avisa Violet al notar que me pierdo en mis pensamientos. Dirijo mi atención a la pantalla.
—Efectivamente, este año se celebra el setenta y cinco aniversario de los Juegos del Hambre, ¡y eso significa que ha llegado el momento del Vasallaje de los Veinticinco! —Cuando Caesar dice esto, comienzo a escuchar de verdad el programa. Debe ser la lectura de la tarjeta de la que me avisó Snow.
Suena el himno y veo al presidente subir al escenario. Lo sigue un joven con traje blanco que lleva una caja de madera. La expresión de ambos es solemne y seria. Me da mala espina.
—¿Qué irá a decir? —se pregunta Violet, pensativa. Sostiene mi mano cuando se la sujeto y le agradezco silenciosamente: no sé qué va a anunciar el presidente, pero sé que no va a ser nada bueno. No para mí, al menos.
Al terminar el himno, Snow empieza a hablar para recordarnos a todos los Días Oscuros en los que nacieron los Juegos del Hambre. Es algo que no dejarán morir nunca en nuestra memoria, es por ello que existen los Juegos y existirán mientras ellos sigan teniendo el poder: nos atan, nos recuerdan nuestra debilidad ante ellos. Nunca podremos volver a rebelarnos, porque ellos nos aplastarán del mismo modo que hicieron con el 13.
El presidente explica cómo cuando se elaboraron las reglas de los Juegos, se determinó que cada veinticinco años el aniversario se conmemoraría con el Vasallaje de los Veinticinco. Sería una versión ampliada de los Juegos en memoria de los asesinados por la rebelión de los distritos. Y, para asegurarse de que tenemos presente cuán horribles son estos Vasallajes, Snow recuerda qué sucedió en los dos anteriores.
—En el veinticinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que sus hijos morían por culpa de su propia violencia, todos los distritos tuvieron que celebrar elecciones y votar a los tributos que los representarían.
Casi siento náuseas al pensar en ello. Salir elegido de una urna es mala suerte, pero —supuestamente— es azar. El escuchar tu nombre, sabiendo que tus vecinos lo han elegido, es algo infinitamente peor. No creo que yo hubiera podido haber soportado ello: en los distritos profesionales, escogerían a los más fuertes, pero ¿en los más pobres? Probablemente, a aquellos de los que deseaban librarse.
—En el cincuenta aniversario —sigue diciendo el presidente—, como recordatorio de que murieron dos rebeldes por cada ciudadano del Capitolio, todos los distritos enviaron el doble de tributos de lo acostumbrado.
También eso tuvo que ser horrible. El doble de enemigos, el doble de posibilidades de morir. Muchas más sangre y muertes. Apuesto a que en el Capitolio encantaron, pero solo significó una mayor tragedia para los distritos. Si no recuerdo mal, Haymitch ganó esos Juegos.
—Y ahora llegamos a nuestro tercer Vasallaje de los Veinticinco —continúa Snow.
El niño de blanco da un paso adelante y sujeta la caja en alto mientras él la abre. Por la cantidad de sobres que hay, me da la sensación de que los creadores de los Juegos planearon Vasallajes para varios siglos de Juegos. Solo doy gracias porque no viviré para verlos todos. Snow saca el sobre donde pone 75. Lo abre y lo lee en voz alta.
—En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio, los tributos elegidos saldrán del grupo de los vencedores.
Las palabras de Snow resuenan en el salón y me dejan un zumbido en los oídos, mientras trato de comprender qué quiere decir aquello. Es imposible que sea lo que creo haber entendido. Es imposible, ¿verdad?
Violet se gira hacia mí, horrorizada. Niego lentamente con la cabeza, mientras ella dice algo que no logro entender. No, no, no, no. Es imposible.
Los vencedores, tributos. De nuevo. Cada distrito, enviará un hombre y una mujer, como en cada edición de los Juegos. Un vencedor y una vencedora. En el 11, tenemos tres. Dos hombres y una mujer.
Comprendo las palabras de Snow, cuando me dijo que aguardara a la lectura de la tarjeta. Es por ese motivo por el que Seeder murió. Para obligarme a ir a los Juegos. Otra vez.
Dejo de escuchar la televisión y a Violet. En su lugar, oigo los gritos de Jared, Annie, Rue, Thresh y los tributos de los Juegos. Me tapo los oídos y cierro los ojos, esperando a que pare. Las lágrimas caen por mis mejillas. Siento a Violet zarandeándome, pero soy incapaz de reaccionar. Todo lo que mi cerebro grita es no.
No, otra vez no. Por favor, otra vez no. Esto es igual que mis pesadillas, las que llevan años atormentándome. Solo que esta vez, no podré despertarme. Será real. Volveré a los Juegos y no solo en mis memorias.
Me destruirá por completo.
El sonido del teléfono se escucha con claridad, incluso a pesar de mis oídos obstruidos. Levanto la mirada y lo observo con incredulidad. Lleva semanas sin sonar. Snow me dijo que la línea no volvería a funcionar. Si están llamando, eso significa que es él quien está al otro lado.
Me levanto con lentitud, observando el aparato como si fuera una bomba a punto de explotar en cualquier instante. Violet me está observando, aterrada. Aterrada por mí y por lo que puedo hacer ahora. Trago saliva.
—Yo respondo, Vivi.
Me acerco lentamente al teléfono, que no deja de sonar. ¿Snow llama para burlarse de mí? Conociéndole, es posible. Con las manos temblando, cojo el aparato y me lo acerco a la oreja.
—¿Sí? —pregunto.
—Imagino que ya lo has comprendido.
No sé por qué me sorprende tanto escucharle: sabía que sería él desde un inicio. Y, a pesar de ello, poco me falta para echarme a temblar.
—Sí, señor. Lo he comprendido —respondo, con voz débil.
Me lo puedo imaginar echándose hacia atrás en su asiento, con una gran sonrisa de satisfacción grabada en el rostro y una rosa blanca entre los dedos.
—De todos modos, no te llamaba para eso.
Parpadeo, casi desconcertada.
—¿Para qué, entonces?
—Quería informarte de un terrible suceso ocurrido hoy en los campos donde trabajaban algunos de los niños a los que acoges normalmente.
Siento como si me dieran un puñetazo en el estómago. El aire se me escapa de los pulmones, mientras espero a que Snow continúe hablando.
—Se les descubrió robando de los cultivos. Ya sabes cuál es el castigo.
¿Si lo sé? Es algo que todos los niños del distrito aprenden, antes incluso de saber hablar o andar correctamente. Suficientes ejecuciones hemos tenido que presenciar desde muy corta edad.
—La muerte —digo, en un susurro.
Sé que el presidente está sonriendo.
—Así es. Todos han sido ejecutados allí mismo.
Suelto el teléfono. Los niños, niños que apenas tenían nada para llevarse a la boca, muchos de ellos hermanos mayores que trataban de sacar adelante a los menores. Niños que, pese a haber conocido poco, no dejan de estar muertos por mi culpa.
Caigo de rodillas al suelo, abrazándome a mí misma y chillo, como cuando perdí a Rue, como cuando perdí a Jared. Chillo, sintiendo cómo el corazón se me rompe en mil pedazos afilados, que se me clavan en el pecho. Chillo, sabiendo que Snow me escucha y disfruta de ello. Chillo, pero me da igual.
Violet grita mi nombre y me abraza con fuerza, sin saber qué sucede, pero con lágrimas cayendo por sus mejillas de igual manera. Trato de hablar, trato de explicarle lo que ha sucedido, trato de pedirle que se aleje de mí para que no le suceda nada, pero soy incapaz de pronunciar palabra.
La puerta se abre y Chaff entra con una botella de licor blanco en la única mano que tiene. Sujeta un cuchillo con los dientes. Me mira, hecha una bola en el suelo junto a Violet, y se acerca a nosotras. Los chillidos se transforman en sollozos entrecortados. Violet se aferra a mí.
—¿Qué pasa, princesa? —pregunta Chaff, aunque me cuesta entenderle por culpa del cuchillo.
Me pongo de pie, ayudada de Violet, aún con las mejillas empapadas de lágrimas. En vez de responder, le arrebato la botella de la mano y doy un largo trago. Nunca me ha gustado el sabor del alcohol, pero no se me ocurre otra cosa que hacer. El líquido arde mientras pasa por mi garganta. Esbozo una mueca de repugnancia, pero me da igual. Solo puedo pensar en cómo fue olvidar todo la última vez, dejarme arrastrar por el alcohol.
—Lei —susurra Violet, sujetando mi mano.
Bajo la mirada y aprieto los labios. Le devuelvo la botella a Chaff, negando con la cabeza. Me dejo caer en el sofá y oculto el rostro entre las manos.
—Están muertos —susurro, con voz ronca—. Los niños, los han matado.
Escucho el grito ahogado de Violet. Levanto la cabeza para mirarla.
—Vivi, tienes que ir con Zinnia. Quédate con ella y su abuela. No puedes volver aquí. Dile que yo te mando. No vuelvas a tu casa.
Confío en que mi amiga la acoja como a mí me hizo. Sé que llevo meses sin mirarla a la cara, sé que me he portado horriblemente mal con ella. Sé que, por mi culpa, su hermano está muerto. Pero no se me ocurre nadie más que pueda cuidar a Violet.
—Pero...
—Leilani, Chaff. —Es Parry quien entra en esta ocasión. Su expresión es similar a la que alguien llevaría en un entierro, pero estoy bastante convencida de que es el único que podría pasar por cuerdo en estos momentos.
—Parry —murmuro, levantando la mirada muy lentamente. No sé qué aspecto tengo. Ninguno bueno, a juzgar por la mirada que él me echa. Hago un gesto con la cabeza hacia Violet—. Llévala a casa de las Kurtter. Por favor.
—Pero Lei... —empieza ella, tomándome las manos. Su rostro está congestionado por el esfuerzo que está haciendo para contener las lágrimas.
Me alejo de ella todo lo rápido que puedo.
—Parry, por favor —repito, con la voz tan rota como yo misma me siento—. Llévatela, por favor, por favor.
—¡Lei! —protesta Violet, cuando un impasible Parry la toma con el brazo, no con brusquedad, pero sí con fuerza suficiente como para que trate de resistirse.
No consigue que la suelte.
—No vuelvas, Vivi —digo, negando con la cabeza—. Lo digo en serio. No vuelvas a acercarte a ninguno de nosotros. Intenta no pasar mucho por tu casa. Extiende tu permiso para no acudir a los campos tanto como puedas. Mantente alejada de los agentes. —Ella me mira, aterrada. La observó a los ojos, con las mejillas surcadas por las lágrimas—. Por favor, solo quiero protegerte.
No deja de llamarme por mi nombre mientras Parry la obliga a tomar su abrigo y salir, llevándola con él. Su voz se entremezcla con la de los fantasmas de mi pasado. Tengo que morder una almohada para tratar de controlar mi frustración, rabia, pánico. Chaff, que ha dejado el cuchillo sobre la mesa, me observa en un silencio poco típico en él.
—Voy a ir a beber —termina diciendo.
Antes de pensar en lo que hago, le he ofrecido mi salón para que se emborrache. Nunca he disfrutado de la compañía de Chaff, pero siendo que aborrecería aún más únicamente mi compañía en estos momentos.
Siento como si me tambaleara entre cordura y locura.
Tomo el teléfono y marco el número que hace años aprendí de memoria. No lo hago esperando que conteste; es una necesidad que tengo de llamar, de imaginar su voz al otro lado del hilo.
Solo puedo pensar en hablar con Finnick. El silencio que resuena en el auricular es más alto que cualquier sonido que jamás haya escuchado. Lo detesto.
Cuelgo con tanta fuerza que a punto estoy de romper el aparato. Me levanto y me encamino a casa de Chaff, dejando a éste en mi propio hogar. Su vivienda es igual que la mía en cuanto a distribución, por muy asquerosa que la suya esté en comparación con la mía. Tengo la sensación de que mi casa no tardará mucho en verse como la de Chaff.
Busco el teléfono. Está desenchufado y algo roto, pero no tengo tiempo para preocuparme por ello. Lo conecto y vuelvo a marcar el número. Sé que no es buena idea, funcione o no funcione. Estoy yendo contra todo lo que Snow me ordenó.
Pero ¿qué pierdo ya? Ha matado a todos aquellos niños. Sé que tiene a Violet en la mira. También a Zinnia. Morirán tan pronto como él decida que es el momento de arruinar aún más mi vida.
Escucho el acostumbrado ring una, dos, tres veces. Mi cerebro me repite que no va a cogerlo, pero me niego a dejar el teléfono. Me aferro a él hasta que mis nudillos se tornan blancos. Con los ojos cerrados, repito el nombre de Finnick. Como si él fuera a escucharme y por ello contestar a la llamada.
Alguien descuelga. El silencio tras aquello dura unos cinco segundos. Al no escuchar nada, me convezco de que Snow ha descubierto mi pobre intento de comunicarme con Finnick y está dispuesto a anunciar un nuevo castigo.
Un sollozo escapa de mi garganta.
—Finn —murmuro, como un ruego, porque es eso lo que estoy haciendo. Estoy rogando. Necesito que me permitan hablar con él—. Por favor, solo quiero hablar con Finnick. ¿Qué más puedes quitarme ya? Vas a enviarme a ese infierno otra vez. Déjame...
—Leilani.
Todo simplemente se detiene cuando él dice mi nombre. Un nuevo sollozo se me escapa.
—F-Finnick —tartamudeo—. Voy a volver.
—Lo sé —le escucho murmurar. Puedo imaginármelo sentado junto al teléfono, con los músculos de la mano tensos mientras sujeta el auricular y con aspecto agotado. Es de la misma manera en la que yo estoy—. Mierda, lo sé.
El silencio se alarga. Pensaría que han cortado la línea si no fuera porque escucho a la perfección la respiración de Finnick. Jadea. Siento ganas de llorar.
Llevaba mucho tiempo deseando escucharle y ahora que lo estoy haciendo, soy incapaz de decir nada. Apoyo la espalda en la pared y dejo caer la cabeza hacia adelante. Mis rizos me cubren la cara. Suspiro.
—No puedes volver —digo, y me sorprende que mi voz suene firme. Puede que es porque eso es lo único que tengo claro—. No puedes, Finn.
—No puedo prometerte eso, Leilani.
—Lo sé. —Trato de calmar el temblor de mis manos—. Pero no quiero imaginarte allí. No puedo. No mereces...
—Tú tampoco lo mereces, Lei —susurra él.
Casi se me escapa un sollozo. Hago lo posible por contenerme.
—Desearía tanto que estuvieras aquí... —digo, con un hilo de voz—. Ni te lo imaginas. Te he echado de menos estos meses, Finnick. No sabes cuánto.
—Y yo a ti, créeme —responde él. Una lágrima resbala por mi mejilla. Trato de evitar que él me escuche llorando—. No sabes lo que me preocupé cuando dejaste de llamar y responder a mis llamadas, Leilani. Pensé lo peor.
Rio sin gracia alguna.
—Pasó lo peor —confieso, sorbiendo. No me atrevo a decir ningún nombre, pero confío en que él me comprenda—. No puedo salir de mi casa y el olor a rosas aún no se va. He tenido que apartar incluso a Violet. —Me seco una lágrima con el dorso de la mano—. Me aterra dormir.
—A mí también —murmura Finnick. Cierro los ojos y trato de imaginarle frente a mí y no a miles de kilómetros, en su casa, en el Distrito 4–. Ojalá poder estar contigo ahora, Leilani. No tienes idea de cómo se está complicando todo.
Quiero decir que estoy deseando verle, pero recuerdo que, si eso pasa, será antes del Vasallaje. Antes de los Juegos. Me seco otra lágrima.
—Al menos, las pesadillas pararán cuando... —empiezo, en voz muy baja. Escucho un fuerte ruido al otro lado del cable y me interrumpo. Aprieto los labios al darme cuenta de lo que estaba diciendo—. ¿Finnick?
La línea se corta. Observó el teléfono en mi mano, sin dar crédito. Ahogo un grito de frustración y lo arrojo lejos.
Me quedo abrazándome en el suelo, tiritando sin saber exactamente si por frío u otra cosa. El teléfono suena minutos después y dejo que lo haga hasta que se canse, porque sé que es Snow quien me aguarda al otro lado de la línea y no Finnick.
Suena, suena y suena, hasta que finalmente lo desconecto. Después de varias horas, sin cambiar de posición, trato de dormirme.
Pero me aterra lo que puede aguardarme en mis sueños.
Parry me encuentra cuando ya he perdido la noción del tiempo y estoy tan entumecida que no soy consciente del frío que hace. Entre gritos y una intensa preocupación, me coge en brazos y me lleva a todo correr hasta mi casa.
Lo siguiente que recuerdo es estar junto a la chimenea, cubierta por más mantas de las que podía contar. Me ofrecen una taza humeante, pero la rechazo. No entiendo a qué viene su preocupación, no entiendo por qué parece tan asustado.
—Leilani, maldita sea. —Zinnia coloca sus manos sobre mis mejillas y me observa con preocupación—. Estás congelada, Lei.
—Solo es un poco de frío —mascullo, apartando el rostro.
—Si no tienes hipotermia, estás de suerte —murmura Parry, dejándose caer a mi lado. Me giro a observarle. No sé en qué momento han llegado ninguno de los dos—. ¿En qué pensabas, en ese rincón frío y con la puerta abierta? ¿Por qué siquiera estabas en casa de Chaff?
—Quería hablar con Finnick —confieso, agachando la cabeza. Niego casi imperceptiblemente—. Voy a ir a esa arena otra vez, Parry. Prefiero morir ya antes que hacerlo en ese infierno, y no me importa si es por hipotermia o por...
—¿Con que eso planeabas? —me interrumpe Parry, en voz muy baja—. ¿Quedarte ahí tirada hasta morir?
—No planeaba nada, pero no me hubiera importado —mascullo.
Le escucho suspirar. Se pone en pie de nuevo y me observa con seriedad. Envuelta entre las mantas, debo ofrecer un aspecto ridículo. Parry echa una mirada a Chaff, que ronca sobre la mesa cercana, con una botella vacía de licor en su única mano. Zinnia se sienta a mi lado ahora.
—Voy a trasladarme aquí —comunica. Ni siquiera parpadeo ante la noticia—. No creo que estés en condiciones de estar sola, no ahora que Violet no va a venir. Ya lo he hablado con Parry.
—No —murmuro—. No puedes...
—Cállate, Lei.
No intento dormir, porque sé lo que vendrá luego. Zinnia solo se preocupará más por mí si es testigo de uno de mis terrores nocturnos.
Creo que comienzo a delirar pasado el amanecer. La silueta que se recorta frente al sol naciente me confunde y desorienta. Trato de levantarme del sofá, pero apenas soy capaz de mover las piernas. Miro a Finnick, desolada.
—Sé que no eres tú —digo, aunque no hay nada que deseara más en ese momento.
Cierro los ojos y doy media vuelta en el sofá. No quiero siquiera pensar en Finnick en ese momento.
Me pregunto si volveré a verle. Si es así, será en el Capitolio. Cuando me lleven al Vasallaje.
Al menos, moriré habiéndole visto una última vez. La idea me consuela un poco.
Eso si es que llego viva a la Cosecha.
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