10 | the goodbye
DIEZ
el adiós
—Leilani, ¿estás bien?
Levanto la cabeza. Dae y Johanna me miran fijamente. Estamos en la sala de mentores, observando los Juegos.
O eso creía yo, porque parece ser que acaban de apagar la pantalla que estoy mirando y no me he dado siquiera cuenta. Carraspeo y asiento.
—Sí, no es nada. Estoy algo cansada —miento.
A ninguna parece convencerle mis palabras, pero no insisten. Ambas saben que recibí una nota el día anterior. Deben imaginar qué ha sucedido.
Aunque lo que imaginan no se acerca a lo que de verdad ha pasado. A lo que lleva pasando desde que iniciaron los Juegos.
Tres veces y he tenido de sobra para una vida. Pero sé que no va a acabar aquí y solo de pensarlo hace que sienta un vacío enorme en el estómago. Quiero tirarme al suelo, encogerme y no moverme de ahí en mucho tiempo.
Pero sé que es imposible que eso me pase. No mientras Snow siga por aquí.
—Deberías dormir un poco luego —sugiere Dae, con los labios levemente fruncidos. Yo simplemente asiento con la cabeza.
Anoche llegué a mi dormitorio de madrugada. Aún olvido que no tengo ducha: tuve que escaparme por todo el edificio, hasta terminar encontrando unos baños que deben de usar los avox. Las veces anteriores había ido a la planta del 4, pero no me atrevía tras la amenaza de Snow.
Llegada a ese punto, no me importaba dónde pudiera lavarme con tal de que no fuera una enorme bañera como la de mi habitación. Entré a las duchas de los avox y me pasé ahí mucho tiempo, frotando mi piel con fuerza, tratando de eliminar el rastro de Snow de mi cuerpo. Nadie vino, afortunadamente: era demasiado tarde para ello.
Al regresar a mi dormitorio, no fui capaz de dormirme. Un avox entró temprano en mi habitación y me dejó la ropa que llevo puesta: un vestido rojo que me llega hasta la mitad del muslo y que muestra mucho más escote del que me gusta, y unos tacones de aguja negros con los que voy haciendo equilibrios como puedo. Aún huelo a sangre y rosas, pero trato de convencerme de que es más una sensación que una realidad.
El rostro de Rue aparece en otra pantalla y me obligo a centrarme en lo verdaderamente importante: los Juegos. El olor que me persigue puede esperar un poco más, porque tengo claro que no se va a ir pronto. Tengo tiempo para ocuparme de ello.
Rue, por su parte, no tiene tiempo. Sus ojos miran a su alrededor. La cámara la muestra muy de cerca y siento un horrible nudo en el estómago. Quiero enviarle algo; lo deseo con todas mis fuerzas. Pero no tengo absolutamente nada.
Ni un solo patrocinador. Ni para Rue, ni para Thresh. Nada.
Está más que claro mi fracaso como mentora.
—Creo que voy a ir a mi planta —digo lentamente.
Ninguna trata de detenerme. Paso junto a Haymitch y me despido con un leve movimiento de cabeza hacia él.
Agradezco que mi planta esté totalmente desierta. No sé dónde está Chaff ni deseo saberlo. Pongo la reproducción de los Juegos en la pantalla del salón y me siento en el sofá.
Solo quería huir de las miradas preocupadas de Dae y Johanna. Ahora mismo, no quiero apartar los ojos de los Juegos, porque me aterra lo que pueda salir de la alianza formada por Rue y Katniss. Del plan que ambas están organizando.
—¿Leilani?
Casi pego un salto en el sillón. La voz de Finnick me pilla por sorpresa. Me giro hacia él y sé que debo poner cara de horror, porque su expresión decae.
—¿Estás bien?
Asiento lentamente.
—Claro.
Los dos nos quedamos en silencio, observándonos. Solo puedo pensar en las palabras de Snow y eso me aterra.
—Finn.
—¿Qué?
—No puedes aparecer así de golpe en mi planta. Me has asustado —digo, buscando una excusa—. No lo hagas más, por favor.
Finnick me mira con extrañeza, pero asiente. Sé que estoy quedando como una hipócrita, porque yo he ido a su planta siempre que lo he necesitado, pero no se me ocurre nada mejor que decir.
—No lo haré más. Lo siento. No quería molestarte. Solo pasaba a saludar y a preguntarte si quieres venir a la sala de mentores.
Niego con la cabeza.
—Acabo de volver de allí. Quería estar un rato sola.
—Entiendo. —Finnick se quede un momento parado, dudando. Incómodo, aunque no creo que tanto como yo—. En ese caso, ya nos veremos.
Asiento y no digo nada más. Él se marcha y me deja sola frente a la pantalla.
Suspiro y escondo la cara entre las manos. Snow me asusta. Más que eso, me aterra. La posibilidad de que pueda herir a Finnick. ¿Sería capaz de hacerle daño al vencedor más deseado de todos por castigarme?
Hace tiempo que dejé de preguntarme de qué sería capaz el presidente. Dudo siquiera que pueda contar como persona humana: debe carecer de sentimientos.
Escucho voces desde el ascensor y, tras mirar la pantalla con aprensión por un momento, me levanto para ver qué sucede. Reconozco sin demasiados problemas a Finnick, pero la otra persona definitivamente no es Chaff.
Frunzo el ceño, confundida. Suena mucho como...
—Leilani.
—¿Parry? —pregunto, con incredulidad—. ¿Qué haces aquí? Me dijeron que no vendrías. ¿Seeder...?
—Recuperándose —me tranquiliza él, y suelto un suspiro de alivio—. En cuanto lo ha sabido, el presidente me ha hecho venir como vencedor invitado.
Se le nota la falta de emoción en el rostro. Asiento. Finnick carraspea.
—Bueno, Parry, ha sido un placer verte. Hasta pronto.
Sube al ascensor sin girarse a mirarme y siento una desagradable sensación en el estómago. Trato de ignorarla y me centro en Parry.
—Podrías haber avisado —digo, cruzándome de brazos, y él ríe.
—Sí, tal vez. ¿Y Chaff? ¿Borracho por ahí?
—Acertaste.
—No esperaba menos de él.
Trato de forzar una sonrisa, pero ya estoy regresando al salón y no me importa si Parry viene detrás de mí o no, porque necesito seguir mirando los Juegos y asegurándome de que Rue sigue viva.
Sin patrocinadores. Me abrazo a mí misma al volver a sentarme en el sofá. Estoy aterrada. Odio sentirme tan impotente.
Sé que él me ha seguido, pero no me giro a mirarle. Le escucho suspirar.
—Zinnia me ha pedido que te diga que, aunque sabe que harás lo posible... —Le miro, muy seria—. No quiere que, si pasa algo, todo se vuelva como la última vez. Textualmente, me dijo que, por favor, no vuelvas a apartarla. Ambas os vais a necesitar.
Eso último suena como si hubiera aceptado ya la muerte de Thresh y solo lo vuelve peor. Asiento, con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas. Parry vuelve a suspirar.
—¿Cómo va la cosa?
—Ni un patrocinador —susurro—. Soy una pésima mentora.
Parry deja escapar una risa seca.
—Hace años que no hemos tenido patrocinadores, Leilani. No es culpa tuya.
Una gran tristeza se encierra en su voz.
—Pero igual podría haberlo hecho mejor —susurro.
Él no responde y yo no digo nada más. Ambos nos quedamos observando los Juegos, en silencio. Parry dice algo de ir a la sala de mentores y me limito a asentir en su dirección: no me importa especialmente lo que haga. No en este momento.
Repaso lo que he hecho en los últimos nueve días: ver los Juegos, intentar conseguir patrocinadores e ir a ver a Snow cuando me enviaba una nota. Nada más.
Ha pasado una semana, y solo quedan los ocho finalistas: el chico del 1 y los del 2, la manada de los profesionales; la chica del 5, Rue, Thresh y los del 12, Katniss y Peeta, también conocidos como los trágicos amantes del Distrito 12. Todo el Capitolio adora a éstos últimos.
Sé que eso ha influido especialmente en que no haya conseguido ni un solo patrocinador para Rue y Thresh. Lo que me llena de frustración, especialmente porque no me creo absolutamente nada de lo que dicen. Me niego a pensar que Katniss esté enamorada de Peeta de verdad. Pero parece ser que todos los ciudadanos del Capitolio se lo han creído sin problema alguno.
Solo puedo pensar en que Snow ha cumplido con su parte del trato. Ahora, Rue tiene que apañárselas sola y ella y Katniss han ideado un plan que me tiene ansiosa.
Porque no sé cuánto se está arriesgando mi hermana, pero sí sé que no hay nada que yo vaya a poder hacer por ayudarla.
Cuando veo a Rue atrapada en una de las trampas de los profesionales, una red que la aprisiona, siento que me falta el aire.
Todo lo que mi cerebro puede pensar es no. No, porque veo cómo el tributo del 1 se está acercando a ella.
Katniss también corre hacia ella, pero no va a llegar. La vocecita molesta en mi cerebro me lo advierte, por mucho que yo grite a la pantalla creyendo así poder hacer que Katniss corra más rápido.
Tiene que salvar a Rue, porque si no la salva...
—Por favor, Katniss, llega a tiempo. Por favor —susurro sin parar, mientras aprieto entre mis manos uno de los cojines del sofá, tratando de que me sirva para relajarme—. No dejes que muera. Sálvala. Por favor.
Quiero estar en la Arena, ayudar a mi hermana. Salvarla, morir por ella. No me importa. Estoy más que dispuesta a ello. Necesito cambiar nuestros lugares, necesito sacarla de allí.
No puedo perder a Rue.
Pero solo puedo quedarme mirando a través de la pantalla. El chico del 1 ha llegado donde está ella, lanza en mano. En su rostro no hay rastro de duda: solo veo crueldad. Oigo a Rue llamar a Katniss a gritos. Siento las lágrimas cayendo por mis mejillas.
No, no, no, por favor, no.
—¡Rue! —responde Katniss—. ¡Rue! ¡Ya voy!
Llega al claro. Rue saca la mano de la red y grita su nombre. Y la lanza la atraviesa.
Por un momento, no llego a comprender qué acaba de pasar. Todo parece detenerse a mi alrededor. Oigo un grito y tardo un momento en comprender que es el mío.
Siento las manos de Jared entre las mías en sus últimos momentos de vida. Siento la sangre que me mancha el rostro y los brazos, la sangre de los tributos que he asesinado. Miro a los ojos de mi hermano y veo cómo la luz en ellos se apaga poco a poco.
—Lei...
—¡No! —grito, en medio de un sollozo—. ¡No!
Vuelvo a enfocar la vista en la pantalla. Katniss atraviesa el cuello del chico con una flecha. Sé que está muerto. No me importa. Solo puedo ver a Rue, mientras ella le dice con voz débil a Katniss que no hay más tributos cerca.
La del 12 rompe la red. Rue le sujeta con fuerza la mano. Sé que la herida no puede curarse, que nada puede salvar a mi hermana, pero aún así siento una punzada de odio hacia Katniss por no poder hacer nada.
Quiero que salve a Rue, porque Rue tiene que volver a casa, porque no puedo perderla a ella también por culpa del Capitolio, por culpa de Snow...
—¿Volaste la comida en pedazos? —susurra mi hermana.
Un plan que no ha servido de nada. No si eso significa que mi hermana no regresará a casa.
—Hasta el último trocito.
Rue y Jared. Jared y Rue. Sollozo en silencio y me abrazo a mí misma. No.
—Vas a ganar.
Pero yo necesitaba que fuera Rue la que ganara...
—Lo haré. Ahora voy a ganar por las dos —le promete Katniss.
—No te vayas —pide Rue, apretándole la mano.
Sé que Rue lo ha aceptado. En su rostro veo la misma expresión que en el de Jared cuando lo tuve entre mis brazos una última vez.
Dije que no podía volver a pasar por esto, pero ahí está, sucediendo de nuevo.
—Claro que no, me quedo donde estoy.
Katniss apoya la cabeza de Rue en su regazo. Rue se lleva las manos al cuello y señala su colgante.
—Dáselo a Leilani —susurra—. Dile a Lei que la quiero. Y que lo siento.
Me está pidiendo disculpas. Por no volver conmigo, cuando soy yo la culpable de que no vaya a regresar a casa, de que esté en esa arena.
—Rue... —murmuro.
Me abrazo a mí misma. Quiero chillar, quiero destruir todo lo que tengo a mi alrededor. Pero me siento incapaz de hacer algo que no sea quedarme observando en silencio, mientras noto algo rompiéndose en mi interior. Las lágrimas siguen cayendo por sus mejillas en silencio.
Solo puedo ver el rostro de mi hermana y la luz desapareciendo de sus ojos. Como pasó con Jared.
—Canta —murmura Rue.
Y Katniss le canta. Soy obligada a ver a través de una pantalla cómo Rue se va, cómo su vida se escapa sin que yo esté siquiera a su lado. Veo su pecho subir y bajar una última vez. Veo cómo se queda totalmente inmóvil. Cuando Katniss termina la canción, el cañonazo suena.
Luego, todo se vuelve borroso.
Recuerdo haber chillado y tirar algo contra la televisión. La pantalla se rompe y se apaga. Vuelvo a chillar, mientras me tapo los oídos con fuerza, intentando no escuchar la voz de Rue en mi cabeza, diciendo que me quiere y que lo siente.
Me encuentro arrodillada en el suelo, aunque no recuerdo haberme levantado del sofá. Oigo el grito de Chaff, el de Parry. Escucho las voces de Finnick, Johanna y Dae. Ni siquiera sé cuándo han llegado. Alguien me sujeta y trata de abrazarme.
Las lágrimas siguen cayendo sin detenerse. Pateo y trato de liberarme. Trato de respirar, entre jadeos. Me estoy asfixiando. Hay voces que me llaman.
Las reconozco con horror, porque sé que son las de los tributos de mis Juegos. Jared, Annie, Rosemary, Ruby, Reyna, Kurt, Shine.
La vocecita de Rue se les une entonando la canción prohibida de cuatro notas.
Me estoy ahogando, como cuando la presa se rompió. Cuando la arena se inundó. Me hundo en el agua, se me mete en la boca y me impide tomar aire.
No puedo respirar. Y ahora no tengo a Annie para salvarme, porque ella también está muerta, como el resto de tributos de los Septuagésimos Juegos del Hambre. Como Jared. Como Rue.
Me ahogo, me hundo en el agua. Los gritos continúan. Trato de bloquearlos, pero es inútil: se repiten a mi alrededor, sin detenerse.
Intentan sujetarme, como los mutos que trataban de arrastrarme hasta las profundidades. Los que mataron a Annie. Intento liberarme por todos los medios, pero son demasiados. Me apresan y no consigo que me dejen ir.
No puedo respirar. Voy a morir y puede que sea lo mejor, porque no quiero seguir viviendo teniendo que cargar con la muerte de Rue. Seguir viviendo en un mundo que carece de su luz.
Noto un pinchazo en mi brazo derecho y la oscuridad se traga todo.
rue siempre me dolerá 😭😭😭
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