05 | the interviews
CINCO
las entrevistas
Después del desayuno, Thresh y yo vamos al salón y nos sentamos en el sofá.
—Muy bien. ¿Cuál va a ser mi enfoque? —pregunta.
Le miro atentamente.
—Con tu físico y tu nota en los entrenamientos privados, creo que te saldrá bien si eres malhumorado y hostil. Tampoco te costará mucho.
Parece que escuchar aquello tampoco le alegra. Chasqueo la lengua.
—Venga, Thresh, sabes tan bien como yo que es verdad. Son reacciones como esa las que me hacen tener razón.
Él ríe entre dientes.
—¿Y qué hago cuando me pregunten?
—Ignora los intentos de Caesar por bromear —digo, recordando el talento del presentador para ello—. Siempre hace esas cosas. Y responde sí o no. O, directamente, no respondas nada. Impresionarás a los patrocinadores, te lo digo de verdad.
—¿Estás segura? —pregunta, no muy convencido.
—¿Nunca has visto las entrevistas? A los del Capitolio les encantan los que actúan así.
—¿Cómo crees que serán los demás?
Me encojo de hombros.
—No pienses en ello. Ser de los últimos es peor, porque tienes que ver las entrevistas de los demás. Los de los primeros distritos solo tienen que hacerlo y se acabó. Pero no te pongas nervioso. Lo harás bien, dejarás a todos impresionados.
Él asiente con la cabeza. Voy enumerando más consejos conforme van llegando a mi mente y, luego, comienzo a hacerle preguntas como si yo fuera Caesar. A Thresh le sale tan natural hablar con monosílabos que ni parece costarle seguir mi charla constante.
—¿Por qué me ayudas? —pregunta tras varios minutos, cortando de lleno la falsa entrevista.
Me encojo de hombros, algo rígidamente. Comprendo a qué viene la pregunta.
—Es mi trabajo —respondo, sorprendida por la pregunta—. Soy tu mentora.
—Pero quieres que gane Rue.
—Quiero que ganéis los dos. Otra cosa es que eso sea posible. —Suelto un suspiro y me echo hacia atrás—. Ojalá pudiera traeros a ambos de vuelta.
—Pero no puedes —se limita a decir él—. Solo puedes elegir a uno para que sobreviva. Y tú desde el principio escogiste a Rue.
Le miro fijamente, y veo lo nervioso que está, a pesar de todos sus esfuerzos por esconderlo.
—Te lo repito. No voy a abandonarte. Si un patrocinador me da dinero para ayudarte, no voy a utilizarlo para ayudar a Rue. Por mucho que quiera que ella vuelva, no voy a dejarte morir así como así. Haré lo posible para que estéis entre los finalistas. Y luego... pasará lo que tenga que pasar —digo, sintiendo un nudo en el estómago—. No quiero que mueras Thresh. Jamás me escucharás decir lo contrario. Quiero que vuelvas y tengas la vida que mereces, pero...
Es imposible y lo sé. Si las oportunidades de vencer se reducen a ellos dos... ¿Thresh matará a Rue? ¿Sería capaz de ello?
—No voy a matar a la niñita —susurra él, como si me hubiera leído el pensamiento—. Nunca lo haría. Nunca te haría eso.
—Gracias —mascullo.
Hubo un tiempo en que Thresh era una de las personas más importantes de mi vida. Como Zinnia, como nana Yasmin. Como Jared.
Después de perderle a él, no quise mantener a ninguno de los demás. Los espanté, me refugié en Rue y Violet, en hacer lo imposible por que aquellas dos niñas no acabaran como yo. Y olvidé todo lo demás.
Thresh me abraza y cierro los ojos, sintiéndome incluso peor. Debo elegir a uno. Él sabe que he escogido a Rue y lo entiende. Eso me hace sentir despreciable.
—Lo siento mucho —susurro.
—No lo sientas —masculla él, tristemente.
El beso me pilla por sorpresa, lo admito. Los labios de Thresh son firmes, pero él parece mantener la calma. No termino de comprender a qué viene aquello. Mi mente se queda en blanco. Su tacto me produce un fuerte escalofrío.
Me echo hacia atrás con tanto ímpetu como si me hubieran electrocutado. Caigo del sillón en el que ambos estaban sentados y él se queda de piedra al ver el pánico que ha tenido que aparecer por fuerza en mi rostro.
—¿Leilani? —pregunta, poniéndose de pie con brusquedad—. Lo siento, yo no...
Me pongo en pie, tratando de disimular el temblor. El olor a rosas se ha intensificado y siento náuseas. Doy un paso atrás.
—Ya hemos acabado aquí —suelto, sin mirarle a la cara. Sin comprender a qué ha venido aquello ni querer hacerlo—. Nos vemos en la comida.
Y regreso a mi dormitorio, el único refugio que puedo encontrar en el Capitolio. Mejor dicho, huyo hacia él. Como llevo haciendo desde antes incluso de ir a esa maldita Arena.
Huir me hizo sobrevivir una vez y es lo único que aún me mantiene con vida.
Desearía pasarme el resto del día en mi dormitorio, pero tengo bien presente que me toca con Rue después del almuerzo y no voy a dejarla tirada.
Me salto la comida porque he perdido todo el apetito. Busco a Rue cuando tengo por seguro que Thresh se ha marchado con Hera y ambas nos sentamos en el salón, pero procuro elegir un sillón diferente al que ocupé por la mañana con Thresh.
—¿Cómo ha sido estar con Hera? —pregunto, buscando algún modo de iniciar la conversación.
Ella hace una mueca.
—Me alegro de no tener que llevar tacones. Me ha enseñado a sonreír de la manera adecuada, a sentarme correctamente y más de cien frases estúpidas.
—El repertorio no cambia, por lo visto —digo, casi sonriendo.
—¿Qué va a hacer Thresh?
Trato de mantener el rostro impasible.
—Va a ser hostil y malhumorado. No nos ha costado mucho decidirlo.
La sonrisa de Rue desaparece de golpe.
—No vas a dejarlo morir, ¿verdad?
Vacilo por un momento, pero niego con la cabeza casi al instante. No podría hacerle eso a Thresh. Tampoco a Zinnia. Haré lo posible, pero...
—Quiero salvarte a ti. Si quiero eso...
Veo el miedo reflejado en sus grandes ojos. Continúo hablando, tratando de mantener la calma.
—Pero no voy a abandonarle en la arena. Intentaré que los dos seáis finalistas.
Al menos, esa seguridad la tengo.
—¿Y tendremos que matarnos el uno al otro?
No quiero hablar de eso. Thresh dijo que no la mataría, pero sé que Rue a él tampoco. Y es muy fácil decir eso antes de ir a la Arena. Uno no es consciente de cuánto cambian los Juegos hasta que los vive.
—No pensemos todavía en la arena, ¿vale? —pido, con un hilo de voz—. Vamos a centrarnos en la entrevista.
—¿Y qué hago?
—Eres pequeña y pareces débil. —Venía con la imagen que Rue daría bien estudiada—. Sé dulce, pero no vaciles en ningún momento. Demuéstrales que eres más fuerte de lo que piensan. Tu nota en los entrenamientos ayudará.
Ella asiente con la cabeza y empiezo a hacerle preguntas. Rue responde bien y enseguida estoy convencida de que lo hará bien. Aunque no sé si lo suficiente para conseguirle patrocinadores. No suelen confiar en los pequeños, además.
—Caesar te ayudará en todo lo que pueda —insisto—. Siempre lo hace.
—¿Crees que me preguntará por ti?
Frunzo los labios.
—Seguro. Di lo que consideres oportuno. Puedes decir que soy odiosa y que convivir conmigo es un asco, no me importa.
—¡No diré eso! —protesta ella—. Aunque dormir contigo sí que es bastante molesto. Tus pesadillas y tus llamadas telefónicas me despiertan siempre.
—¿Cómo...?
—Lo sabemos todos, Leilani. Pero nunca hemos dicho nada. Me alegro de que a Finnick no le moleste que le despiertes todas las noches.
Casi todas las noches tengo a niños durmiendo en mi casa. Les dejo mi dormitorio y los de los invitados: llevo años durmiendo en el sofá y esa costumbre no desaparece. Mi casa es algo así como un hogar de acogida para los niños a los que estuve cuidando toda mi vida, cuando aún estaba en el orfanato.
Antes de los Juegos, me ocupaba de ellos siempre que sus padres estaban en los campos, que era la mayor parte del tiempo, en especial en temporada de cosecha. De ese modo, me conseguía algún dinerito. Después de éstos, la costumbre no cambió, pero sí los recursos con los que contaba para ello.
En el 11, donde hay demasiada pobreza y demasiados niños, hago lo que puedo. Nunca es suficiente y nunca lo será, y soy consciente de ello, pero les debo intentarlo.
—Sí que le molesta —susurro, pensando en la cantidad de veces que Finnick ha respondido a mis llamadas totalmente dormido—. Estoy bastante convencida. Pero nunca me dice nada.
Yo tampoco le digo nada cuando él me despierta a mí, de todos modos. Ninguno dormimos bien y, si no son las pesadillas las que nos quitan el sueño, es el sonido del teléfono.
Rue se ríe.
—Tienes al sex symbol del Capitolio a tus pies —se burla.
—¿Qué quieres decir?
—Es evidente que a Finnick le gustas.
No respondo, pero me asusta que ella haya podido verlo.
—¿Tú crees? —pregunto. Me preocupa saber la respuesta, y más aún que sea tan evidente como Rue dice.
Sé que nada bueno saldría de algo así.
—¡Claro que sí!
Me muerdo el labio.
—¿A ti te gusta? —pregunta Rue.
Guardo silencio. ¿Finnick? ¿Gustarme? Me parece una locura, porque nunca podría arriesgarme a que algo así pasara. Mucho menos a que Snow lo descubriera.
—No sé —me limito a decir, evasiva—. Me gusta estar con él. Es de las personas en las que más confío.
Por no decir la que más. Pero no quiero decírselo a Rue. No quiero decirle nada en relación a Finnick.
—Descubre si te gusta —propone ella—. Es lo principal.
Aquello me hubiera hecho reír una semana atrás.
—No me serviría de nada descubrirlo —le respondo en voz baja, aunque sonriendo levemente—. Somos de distintos distritos. Eso está prohibido.
Además de Vencedores.
—¿Crees que podré conocerle? —pregunta Rue, ignorando aquello—. Me gustaría saber cómo es. Llevo tres años escuchándote hablar con él, y le he visto en la tele, pero esos dos Finnick parecen personas totalmente distintas.
Sé a qué se refiere. La faceta que Finnick muestra al Capitolio es muy diferente a la que él muestra conmigo. También es diferente a la que muestra con Mags, o a la que muestra a los otros Vencedores. Cambia tanto para ocultar su verdadero yo que es prácticamente imposible descubrirlo.
—Es difícil conocer al auténtico Finnick. Ni siquiera sé si yo le conozco —comento.
—¿Me lo presentarás?
—Yo...
Me callo de golpe cuando Finnick aparece en el salón. Rue le mira, sorprendida. Noto un destello de diversión en su mirada. Parece encantada por la súbita aparición. Yo, no tanto.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, bastante brusca.
Él me mira, extrañado.
—No quería molestarte.
—No, lo siento. Es que no te esperaba —digo, poniéndome de pie—. ¿Qué pasa?
Finnick mira a Rue y luego me mira a mí.
—¿Podemos hablar a solas?
Vacilo, pero termino asintiendo.
—Vale. Rue, ya hemos terminado. Te veo en la cena. Finnick, vamos a mi habitación.
Soy consciente de la mirada de Rue sobre nosotros mientras entramos al pasillo. Finnick no habla hasta que cierro la puerta.
—Me han invitado a una fiesta.
—¿A eso viene tanto secretismo? —protesto.
—Es de una posible patrocinadora. Me ha dicho que te lleve de acompañante.
Frunzo el ceño. He oído hablar de las fiestas del Capitolio. No son algo que me atraiga, en absoluto.
—¿Y eso por qué?
—Está interesada en tus tributos. Y en ti, Leilani —remarca mi nombre y eso no me gusta—. En el Capitolio te llaman la vencedora desaparecida.
—Johanna me llamó así el primer día —recuerdo.
—Muchos creen que te volviste loca en la arena. —Razón no les falta, pienso con ironía—. Quieren verte y asegurarse de que no es verdad. Y si ella es anfitriona...
—Me exhibirá como un trofeo, ¿no? —pregunto, chasqueando la lengua con disgusto.
—Sí. Pero patrocinará a Rue y a Thresh. Y... —vacila y guarda silencio.
Le miro, curiosa.
—¿Y qué, Finnick?
Él parece arrepentirse de haber hablado. Niega con la cabeza.
—No es nada.
No me lo trago.
—Finnick —advierto.
Él guarda silencio. Pienso en las fiestas del Capitolio. Destacan por el alcohol y el extravagante gusto en moda de los habitantes de la capital. Disfrutan presentando a Vencedores y...
—Te ha contratado para por la noche, ¿verdad? —susurro, tragando saliva.
Finnick aprieta los labios y asiente.
—Dice que no lo hará si vienes —masculla.
No necesito más para convencerme. Asiento con la cabeza.
—Iré —declaro—. ¿Cuándo es?
—Leilani, no tienes que...
—Necesito patrocinadores —interrumpo—. Y necesito ayudarte. ¿Cuándo es?
Me mira a los ojos, vacilante, pero termina asintiendo.
—Dentro de dos días. La primera noche en la arena.
De nuevo, asiento con la cabeza.
—De acuerdo. Iremos a esa fiesta.
Mientras Jade y Kale preparan a los chicos, voy a mi dormitorio a prepararme. Me pongo un vestido rojo y unos tacones altos —por insistencia de Hera— con los que me cuesta mantener el equilibrio. Luego, la escolta me ayuda a peinarme y prácticamente me maquilla ella sola. He de admitir que su trabajo es mucho mejor que el mío de hace unos días.
—Muchas gracias, Hera —digo cuando termina.
—No hay de qué, Leilani.
Me miro en el espejo y asiento.
—Perfecto. Vamos a ver si los chicos ya están listos.
Las dos vamos al salón. Rue y Thresh ya están allí, junto a sus estilistas. Rue lleva un vestido celeste de gasa y alas que le hace parecer un soplo de aire mágico, y Thresh un traje del mismo color. Hera les hace cumplidos, que ellos aceptan con una sonrisa. Noto su nerviosismo. Recuerdo el mío cuando me tocó pasar por lo mismo que ellos.
—Todo irá bien. Recordad lo que os hemos enseñado. Les vais a encantar —les aseguro.
Entramos en el ascensor y bajamos. Los dos chicos se marchan con el resto de tributos y los estilistas van a sus asientos reservados.
—Yo voy con las demás acompañantes, Leilani —me informa Hera—. ¿Vas a verlo con los otros mentores?
No es como si tuviera muchas más opciones, después de todo.
—Sí, ayer quedé para verlo con Finnick, Johanna y Mags. Nos vemos después de las entrevistas.
Cuando llego a los asientos reservados para los mentores, veo a Haymitch con Chaff. Voy hacia ellos.
—Ya que ibas a venir, podrías haber venido con nosotros a dejar a Rue y Thresh, ¿no? —pregunto, cruzándome de brazos.
Chaff se ríe, como siempre.
—No necesitan una niñera que los acompañe a todos sitios, princesa.
—Pero sí necesitan un mentor. Y tú no lo estás siendo.
—Haymitch se apaña de maravilla él solo.
El mentor del 12 sonríe.
—¿Qué piensan hacer tus chicos? —pregunto.
—Ya lo verás, preciosa, ya lo verás —responde, con una sonrisa enigmática.
—¡Chica Cereal!
Johanna aparece a mi lado.
—Así que has venido. Pensaba que te quedarías en tu planta, como siempre.
—Que venga cuando tú no estás aquí no significa que no venga, Johanna.
Ella suelta un suspiro.
—Vamos, no quiero que Cashmere y Augustus nos quiten los mejores sitios.
Johanna me coge del brazo y tira de mí hacia los asientos que están más cerca del escenario. Echa a los adictos a la morflina y toma asiento junto a Dae, del 8, que nos saluda con un movimiento de cabeza. Me siento al otro lado de Johanna.
—¿Va a venir Blight? —pregunto.
—No lo sé. Tampoco me importa. ¿Qué tal tus chicos?
—Creo que les saldrá bien. ¿Y los tuyos?
—Unos inútiles totales. Los del Capitolio se dormirán de puro aburrimiento en sus entrevistas. Y siguen sin hacerme caso cuando digo que lo mejor que pueden hacer es salir corriendo de la Cornucopia.
Suena tan resignada que casi siento lástima, pero su tono arisco me disuade de ello. Me limito a mascullar algo ininteligible que espero que no interprete como una muestra de apoyo hacia ella.
Sin embargo, Dae habla bastante más claro que yo.
—Puede que no les estés explicando del mejor modo lo que hacer en la Cornucopia. ¿Has tratado de decírselo sin parecer querer asesinarles?
El destello furioso en los ojos de Johanna me asusta, sin poder evitarlo. Trato de alejarme todo lo posible de ella, lo que no es mucho teniendo en cuenta que estoy sentada a su lado, mientras la Vencedora del 7 se gira hacia la del 8 como si de verdad quisiera matarla.
Me sorprende la impasibilidad de Dae. No parece en absoluto impresionada por la reacción de Johanna. Me pregunto si habrán tenido alguna conversación antes: siempre he visto a Dae sola entre el resto de Vencedores.
—Sí, a ese aspecto es al que me refiero.
—¿Y qué les has dicho tú a los tuyos, si tan buena eres en esto?
—Les he convencido para correr —se limita a decir la del 8, encogiéndose de hombros—. Y no creo que sean menos inútiles que los tuyos, como dices.
Johanna está roja de rabia. La súbita llegada de Finnick evita que la discusión vaya a más.
—Hola —dice Finnick, sentándose junto a mí. Me mira un momento en silencio, antes de decir—: Bonito vestido. Te sienta bien.
—Gracias —respondo, esbozando una breve sonrisa.
No puedo evitar pensar en las palabras de Rue. ¿Aquello puede ser obvio? No lo sé y la posibilidad me asusta. Mantengo mi rostro carente de emoción mientras Finnick se inclina a saludar a Johanna y a Dae.
—Vosotros dos, dejadlo para después, ¿queréis? —protesta Johanna, y sé que solo lo dice para molestar. Porque sigue enfadada y necesita descargar esa rabia.
—¿Y Mags? —pregunto, ignorando a la del 7.
—Estaba cansada. Va a ver las entrevistas en nuestra planta.
—¿Sabéis de qué color va Caesar este año? —pregunta Dae. La veo sonreír por primera vez desde que la conozco y tengo que admitir que tiene un rostro amable y dulce. No debe de tener muchos más años que yo, ronda la edad de Finnick.
—Ni idea. Aunque espero que sea mejor que el año pasado. Parecía que estaba sangrando —comento.
—Me apuesto lo que quieras a que va de amarillo —dice Johanna.
—Paso —respondo.
—Venga, no seas aburrida, Chica Cereal.
—Apuesto diez a que va de verde chillón —interviene Finnick.
—Hecho. Di un color, Chica Cereal. No cuesta tanto.
Lo pienso un segundo.
—Vale. Apuesto diez a que va de celeste. ¿Dae?
—Yo digo morado.
—Muy bien —asiente Johanna y sé que desea con todas sus fuerzas que Caesar no se haya decantado por el morado este año—. Ahora lo veremos.
Cuando el programa empieza y Caesar aparece, suelto una carcajada.
—Acerté.
Johanna gruñe y Finnick se ríe con su reacción. Dae sonríe de nuevo. Una vez comienzan, prestamos atención a las entrevistas. Caesar ha terminado la breve presentación y la chica del 1 está subiendo al centro del escenario.
—Cashmere lo ha tenido fácil con ella —comenta Johanna.
—Sin duda —respondo.
Con el pelo rubio, los ojos verdes, el cuerpo alto y esbelto y el vestido transparente dorado, es sexy la mires por donde la mires. Estoy segura de que ella no tendría tantos problemas como yo para coquetear.
—Creo que se llama Glimmer —dice Finnick—. No entiendo los nombres que les ponen a los chicos del 1.
—Los nombres del 1 son horribles, está claro —contesta Johanna, en voz bastante alta—. Me dan ganas de vomitar.
—Cashmere y Augustus te están mirando bastante mal —informa Dae tranquilamente.
Ella se gira y les hace una mueca a los mentores del 1, que la observan con desprecio. Estoy bastante segura de que lo ha dicho tan alto con intención de que le escuchen.
—Algún día, les clavaré una de mis hachas en el pecho y no me mirarán más así.
—Pagaría por verlo —bromeo.
Johanna se ríe. Miramos el resto de las entrevistas. Como siempre, Caesar ayuda a los tributos todo lo que puede. Hay enfoques que resultaban bastante evidentes. Enobaria y Brutus se ríen exageradamente cuando Cato describe su forma preferida de matar a alguien. Conforme observo a la del 5, me doy dando cuenta de que parece una comadreja. Johanna se enfada con sus chicos cuando cometen todo tipo de errores, pero advierto que trata de disimularlo. El chico del 8 no habla mucho, pero Dae parece complacida por ello. Finalmente, llega el turno de Rue.
La niña sube al centro del escenario y todo el público se queda callado, mirándola. Caesar la trata con dulzura y la felicita por su nota en los entrenamientos privados. Cuando le pregunta cuál será su punto fuerte en el estadio, ella responde:
—Cuesta atraparme. Y, si no me atrapan, no podrán matarme, así que no me descarte tan deprisa.
—Ni en un millón de años —contesta Caesar, animándola—. Supongo que todos aquí ya saben que eres buena amiga de una de nuestras vencedoras más queridas, Leilani Demeter. ¿Cómo es tu relación con ella? Ya vimos su reacción cuando tu nombre salió de la urna.
Noto las miradas de todos los mentores fijas en mí. Me obligo a actuar con tranquilidad.
—Lei es una de las personas a las que más amo del mundo.
Las cámaras me apuntan. Consigo sonreír, pero noto el pánico disparándose en mi pecho y tengo que cruzar las manos sobre mi falda para que no me tiemblen. No lo consigo. Me agarro con fuerza a los reposabrazos de la butaca y mi mano encuentra la de Finnick.
No vacilo en sujetársela, buscando algo de calma mientras las cámaras aún apuntan directas a mi rostro. Él se mantiene impasible.
—¿Qué te ha dicho durante este tiempo como mentora? —pregunta Caesar.
—Ha estado ayudándome mucho. Sus consejos son muy útiles. Es una gran mentora —responde Rue—. Si sobrevivo en el estadio, será en gran parte gracias a ella. Le he prometido que haré lo posible por ganar.
Suena el zumbido.
—Es una lástima. Nos hemos quedado sin tiempo —dice Caesar, mientras Rue se levanta—. Te deseo la mejor de las suertes, Rue Stenberg, tributo del Distrito 11.
Las miradas de los otros mentores no se apartan de mí en un buen rato, mientras yo intento actuar como si nada hubiera sucedido. Le toca a Thresh y pongo toda mi atención en su entrevista, tratando de apartar de mi mente lo que ha pasado por la mañana. No lo consigo del todo bien.
—Le irá bien —me susurra Finnick, confundiendo mi inquietud. Fuerzo una sonrisa y asiento.
Lo hace de maravilla. Escucho a algunos mentores murmurando, llenos de envidia. Cuando Caesar le pregunta por su familia en casa, es la primera vez que muestra algo de sentimiento. Le aprieto con más fuerza la mano a Finnick, cada vez más nerviosa conforme la entrevista avanza. Entonces me doy cuenta de que aún no se la he soltado y la aparto de inmediato.
—Lo siento. Los nervios —susurro.
—No pasa nada.
La entrevista de Thresh termina mejor de lo que esperaba. Caesar le despide con las habituales palabras.
—Te deseo la mejor de las suertes, Thresh Kurtter, tributo del Distrito 11.
A continuación, sube la chica del 12, Katniss. Se ve claramente su nerviosismo, lo que me recuerda cómo estaba yo en mi primera entrevistas. No lo hace mal del todo, pero tampoco es nada especial. Gira y su traje brilla como si estuviera en llamas. Parece superficial la mayor parte de la entrevista, hasta que Caesar le pregunta por su hermana pequeña, por la que se presentó voluntaria en la Cosecha.
Cuando habla, casi me veo a mí hablando de Rue o Violet. O Jared.
—Se llama Prim, solo tiene doce años y la amo más que a nada en el mundo.
—¿Qué te dijo después de la cosecha?
—Me pidió que intentase ganar como pudiera.
—¿Y qué respondiste? —pregunta Caesar, con amabilidad.
—Le juré que lo haría.
La decisión en sus ojos me resulta convincente. El 12 no ha tenido un solo vencedor en más de dos décadas, pero hay algo que me indica que esa chica tiene las agallas suficientes.
Me obligo a apartar esa idea de mi mente al recordar lo que significaría que Katniss ganara.
—Seguro que sí —dice Caesar, apretándole la mano. Entonces suena el zumbido—. Lo siento, nos hemos quedado sin tiempo. Te deseo la mejor de las suertes, Katniss Everdeen, tributo del Distrito 12.
Katniss se sienta y su compañero, Peeta, sube al escenario. Él es mucho mejor que ella, consigue hacer reír y gritar al público.
—No es malo el panadero —dice Johanna—. Su compañera parecía idiota hasta que ha hablado de su hermana.
—Sabe llegar al público —respondo—. Tiene suerte.
Peeta compara los tributos con los panes de sus distritos, sacando carcajadas a cada frase. Luego, cuenta una anécdota sobre los peligros de las duchas del Capitolio. Caesar y él se pasan un rato olisqueándose, lo que hace que el público se parta de la risa.
—Tu chico es bueno, Haymitch —dice Finnick, girándose hacia el mentor—. Pero tengo la sensación de que se guarda una sorpresa. ¿Qué es?
El hombre sonríe, misterioso.
—Tú presta atención, Finnick.
Caesar le pregunta a Peeta si tiene una novia en casa y él vacila y sacude la cabeza, pero no parece muy convencido.
—¿Un chico guapo como tú? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama?
—Bueno, hay una chica —responde él, suspirando—. Llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante seguro de que ella no sabía nada de mí hasta la cosecha.
—¿Tiene a otro?
—No lo sé, aunque les gusta a muchos chicos.
—Entonces te diré lo que tienes que hacer: gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? —lo anima Caesar.
—Creo que no funcionaría. Ganar... no ayudará, en mi caso.
La lástima en su expresión me da mala espina. Frunzo el ceño, preguntándome qué pasará a continuación.
—¿Por qué no? —pregunta Caesar, sorprendido.
—Porque... —empieza a balbucear Peeta, sonrojándose—. Porque... ella está aquí conmigo.
Todos se quedan inmóviles un instante y, a continuación, las cámaras se giran de golpe hacia Katniss, que está boquiabierta. Ella aprieta los labios y agacha la cabeza.
—Sí que guardaba una sorpresa, Finnick, ya veo —digo, chasqueando la lengua—. Aunque no me esperaba que fuera esto.
—¿Creéis que es verdad? —pregunta Johanna, no muy convencida.
—No —responde Finnick con seguridad.
—Yo tampoco estoy muy segura —contesto, mirando al público.
—Puede que sea real —comenta Dae—. Pero da igual si lo es o no, porque a ellos les ha encantado.
Y es cierto que a los del Capitolio les ha llegado esa historia. Caigo en la cuenta de que, una vez más, los del 12 han eclipsado a todos los otros tributos.
Muchos de los mentores están preguntándole a Haymitch, que se limita a beber de su copa de vino.
—Vaya, eso sí que es mala suerte —dice Caesar, y parece sentirlo de verdad.
—No es bueno, no —coincide Peeta.
—En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorarse de esa jovencita. ¿Ella no lo sabía?
—Hasta ahora, no —responde Peeta.
—¿No les gustaría sacarla de nuevo al escenario para obtener una respuesta? —pregunta Caesar a la audiencia, que responde con gritos afirmativos—. Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Katniss Everdeen ha terminado. Bueno, te deseo la mejor de las suertes, Peeta Mellark, y creo que hablo por todo Panem cuando digo que te llevamos en el corazón.
Y, una vez más, soy consciente de que los del 12 han eclipsado a todos y cada uno de los otros tributos.
maratón 2/5
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