Capítulo 3
Taehyung abrió los ojos con un sobresalto cuando sintió que algo lo aferraba por la cintura. Un dolor punzante recorrió su cuerpo, recordándole que todavía estaba herido. El agua del río, que él esperaba sentir al lanzarse, nunca llegó; en su lugar, había una oscuridad espesa y sofocante, un lugar que no lograba reconocer.
Con cada latido, el pánico se le incrustaba en la piel. La luz de la luna se había esfumado por completo, reemplazada por sombras que se retorcían en los rincones de aquel lugar desconocido. Apenas distinguía la figura que lo sostenía. No podía ver sus rasgos, solo percibía la presencia de unos ojos rojos, clavados en él con una intensidad que helaba el alma.
—¡Suéltame! —gimió, su voz quebrada por el terror y la desesperanza—. ¡Por favor, déjame morir!
La figura avanzó, y Taehyung comprendió que lo estaban arrastrando hacia el interior de aquella penumbra. Sus pies apenas tocaban el suelo; cada paso resonaba con un eco sordo, como si estuvieran en un pasillo sin fin. La herida en su costado palpitaba, y la sangre seguía humedeciendo su ropa, pero el miedo era tan grande que ya casi no sentía el dolor.
—Dijiste que querías terminar con todo, ¿no? —La voz surgió de esa misma oscuridad. Fría, pero con un deje de provocación.
Taehyung se revolvió con lo poco de fuerza que le quedaba, lágrimas ardientes rodando por sus mejillas.
—¡Sí! —exclamó—. ¡No me queda nada! ¡No tengo a nadie! ¡Déjame morir, te lo suplico!
La risa que escuchó entonces era inhumana, un sonido hueco y rasgado que le puso los pelos de punta.
—¿Así que tu vida no vale nada? —preguntó la voz, cada sílaba goteando crueldad—. Entonces... entrégamela adecuadamente.
Taehyung, aturdido, pensó que aquello era un anuncio de muerte. "¿Me va a asesinar?", se preguntó con un terror tan grande que le hizo temblar los labios. Pero al mismo tiempo, una parte de él anhelaba ese fin, esa liberación definitiva de todo el sufrimiento.
—Hazlo... —susurró, respirando con dificultad—. Haz lo que quieras. Solo... mátame de una vez.
Los ojos rojos se acercaron, como dos brasas encendidas en la penumbra, fijos en Taehyung. El rostro—o lo que fuera—parecía sonreír con una amplitud antinatural, mostrando unos dientes pálidos y afilados. Taehyung sintió una oleada de escalofríos recorrerlo de pies a cabeza; el terror era tan profundo que apenas podía sostenerle la mirada.
—¿Estás seguro de eso? —inquirió la voz en un susurro venenoso—. Una vez me des tu vida, no habrá vuelta atrás, no podrás romper este acuerdo, este contrato. Será mía por completo.
Taehyung tragó saliva. Lo único que logró articular fue un sí ahogado, cargado de resignación, con los ojos anegados en llanto. Pensó en Yoongi, en cómo lo había perdido todo, en que nada tenía sentido ya. El miedo a vivir superaba el miedo a la muerte.
Fue entonces cuando el mundo pareció tambalearse. Taehyung sintió que las fuerzas lo abandonaban, como si un abismo se abriera bajo sus pies. Sus párpados pesaban, el dolor del costado era un eco distante, y poco a poco todo empezó a cubrirse de negrura.
Un último destello de conciencia le mostró esa sonrisa, unos ojos rojos que brillaban en la penumbra y, luego, la voz nuevamente:
—Bienvenido a tu nuevo infierno, Kim Taehyung.
Y entonces, se rindió. Su cuerpo cedió, y él se dejó caer en esa oscuridad, convencido de que era el final. Sin embargo, la promesa implícita en aquellas palabras sugería lo contrario... un destino peor que la muerte.
El primer rayo de luz fue como un latigazo en su mente. Taehyung abrió los ojos con un jadeo, cubriéndose el rostro con un brazo para protegerse del brillo abrumador que inundaba la habitación. Tardó unos segundos en adaptarse; sentía la cabeza embotada y el pulso acelerado, pero cuando por fin fue capaz de ver con claridad, se dio cuenta de que no estaba en un hospital, en su cuarto ni en ningún lugar que recordara.
Con una sensación de alarma, se incorporó de golpe. Esperaba sentir el dolor del disparo o la pesadez de un cuerpo maltrecho, sin embargo, nada. Ni un solo rastro de herida. Deslizó los dedos por su costado, buscando la sangre y el escozor que tanto le habían atormentado la noche anterior, pero no encontró nada más que su propia piel bajo una fina tela.
—¿Qué...? —Murmuró, con la voz áspera por el desconcierto. Su mirada recorrió la estancia con desconfianza. Era una habitación inmensa, casi como un salón de palacio. El techo abovedado lucía un conjunto de luces circulares que parecían suspendidas sin soporte alguno, parpadeando en un suave tono dorado. Las paredes, cubiertas de paneles oscuros y relieves ornamentales, mezclaban un estilo antiguo con un diseño futurista: casi como si alguien hubiera adaptado un castillo medieval a la tecnología más avanzada.
La cama en la que estaba sentado era amplia y su colchón, tan suave que se hundía levemente con cada movimiento. Sábanas de tela brillante —casi sedosa— envolvían su cuerpo, y se dio cuenta de que llevaba puesta una especie de pijama de un tejido lujosamente fino que jamás había visto. Alzó las mangas con curiosidad; el color era un tono perla reluciente, y, cuando lo rozaba, sus dedos sentían un cosquilleo sutil, como electricidad estática.
—¿Dónde estoy? —El corazón le palpitaba con fuerza. Se levantó con cuidado, tambaleándose unos instantes por la flojedad en sus piernas. Observó alrededor, buscando sus pertenencias. Sus ojos se dirigieron a una mesita ubicada junto a la cama, con un diseño futurista que imitaba el aspecto de madera tallada. Nada. Ni su teléfono, ni su billetera, ni siquiera su ropa.
La mente de Taehyung se sumía en un caos de imágenes inconexas. Su último recuerdo era la sensación de estar cayendo, una brisa helada en el rostro y un vacío en el pecho tan grande que se sentía infinito. Después de eso... nada. Un enorme borrón. No recordaba qué había pasado antes ni cómo había terminado allí.
Su respiración se volvió ansiosa. Caminó hacia la primera puerta que vio, rezando porque diera a un pasillo o a alguna parte conocida. Pero al abrirla, solo encontró un baño amplio que parecía sacado de una revista de arquitectura: los lavabos eran de mármol negro con incrustaciones luminiscentes, y el espejo se extendía de pared a pared mostrando información en un idioma que Taehyung no reconocía. Un ligero zumbido electrónico se escuchó al encenderse solos unos focos de luz en el techo.
—Esto no es un hotel... —dedujo, el corazón palpitándole con fuerza. —¿Qué clase de lugar es este...?
Salió del baño con pasos inseguros y examinó las otras dos puertas. Ambas estaban cerradas; sus manijas no cedían ante su intento de girarlas. Golpeó con fuerza en una de ellas, presa de un súbito pánico.
—¡Hola! —gritó con desesperación—. ¡¿Hay alguien ahí?! ¡¿Alguien puede ayudarme?!
Solo el eco de su voz respondió, rebotando con un matiz casi irreal por la inmensidad de la estancia.
Pasaron unos segundos que se volvieron eternos. Taehyung sintió que un nudo se le formaba en la garganta, y su respiración empezó a volverse errática. Empezó a golpear la puerta con más vehemencia, pero no servía de nada. Lo estaba intentando, maldición, quería aclarar su mate, pero no lo conseguía. No recordaba nada. Por qué no había caído al río, cómo es que seguía con vida. ¿Había sufrido un accidente? ¿Lo habían secuestrado? La incertidumbre y el miedo lo forzaron a encogerse contra la pared, dejando que su espalda resbalara hasta el suelo.
—¡Por favor...! —suplicó, la voz rompiéndose al llenarse sus ojos de lágrimas—. ¡Necesito saber qué está pasando! ¡¿Por qué estoy aquí?!
El silencio fue la única respuesta, un silencio tan aplastante que le pareció oír sus propios latidos. Taehyung retrocedió, apoyándose contra la pared, y dejó caer el peso de su cuerpo al suelo mientras las lágrimas lo vencían. Esa mezcla atroz de miedo, confusión y dolor de lo que recordaba —o creía recordar— le arrancó un sollozo desgarrado. Se encogió sobre sí mismo, cubriéndose el rostro con las manos.
—Por favor... —sollozó, cubriéndose el rostro con las manos—. Por favor... que esto sea un sueño.
No supo cuánto tiempo pasó así, perdido en ese llanto silencioso. Quizá solo minutos, quizá una eternidad. Pero un ruido repentino lo hizo alzar la mirada: la puerta de la izquierda se abrió sin previo aviso. El mecanismo emitió un leve siseo, como si se deslizaran resortes ocultos.
Por el umbral apareció una figura alta y elegante, de cabello rubio impecablemente peinado y un traje oscuro que realzaba su porte distinguido. Su presencia irradiaba autoridad y una calma casi antinatural. El hombre entró sin titubear, observando a Taehyung con unos ojos penetrantes. Su rostro poseía una belleza clara y refinada, casi principesca, y había algo en su porte que destilaba poder y seguridad, mientras más lo miraba, más lo confirmaba.
—Buenos días —habló el desconocido, su voz profunda resonando con una cortesía casi teatral.— Veo que al fin has despertado.
Taehyung se puso en alerta, apretando la mandíbula para no dejar escapar otro sollozo. El hombre avanzó unos pasos, cerrando la puerta tras de sí con cuidado.
—¿Quién eres? —Preguntó Taehyung, su voz rota por la confusión.— ¿Dónde estoy? Solo... solo recuerdo...
Se detuvo, al darse cuenta de que ni siquiera sabía bien qué recordaba. La caída, un vacío, un terror abrumador, luego... nada.
El desconocido se inclinó en un gesto antiguo, casi reverencial.
—Mi nombre es Kim Seokjin, he sido asignado para cuidar de ti mientras te recuperas. Me haré cargo de que no te falte nada. —Sus ojos oscuros parecían escrutar el interior de Taehyung.— Has pasado por un trance delicado, pero ya estás a salvo. Por ahora.
¿Recuperarse? ¿De qué? Taehyung quiso preguntar, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Podría ser de su herida, del cansancio acumulado, pero si ese era el caso, ¿cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto tiempo desde que Yoongi...?
Seokjin, erguido de nuevo, mostró una leve sonrisa carente de calidez.
— Yo...
Taehyung se quedó mudo, los labios entreabiertos, mirándolo sin saber qué decir. La presencia de aquel desconocido era tan imponente que le nublaba la mente. Seokjin, con un leve gesto, inclinó la cabeza en un nuevo saludo cortés que parecía sacado de otra época.
—Sé que debes tener miles de preguntas, Taehyung, y prometo explicarte todo... a su debido tiempo.
La habitación quedó en silencio mientras Taehyung, confuso y sin aliento, trataba de procesar la repentina aparición de aquel hombre cuyo porte elegante parecía fuera de lugar —o tal vez el lugar fuera adecuado para él, con esa mezcla de modernidad y antigüedad. El muchacho parpadeó, queriendo hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
—¿Cómo...? —consiguió decir finalmente—. ¿Cómo sabe mi nombre?
Seokjin esbozó una ligera sonrisa que no revelaba sus intenciones, y algo en sus ojos reflejaba un conocimiento más profundo de lo que Taehyung podía imaginar.
—Entiendo que todo sea confuso —prosiguió—. Únicamente te pido que me permitas guiarte... Hay ciertas reglas que debes seguir mientras estés aquí.
Taehyung se levantó con torpeza, sosteniéndose en la pared para no perder el equilibrio. La falta de recuerdos y la imposibilidad de ubicar su última vivencia lo exasperaban.
—¿Dónde está mi teléfono? —Exigió, intentando sonar firme a pesar de su temblor—. Quiero llamar a alguien... Tengo que... —Se detuvo, dándose cuenta de que no sabía ni a quién llamar. Tenía que buscar información en las redes de todo lo ocurrida, pero tampoco sabía por dónde empezar. Necesitaba verificar que todo fue un extraño sueño o que todo era mortalmente real, que Yoongi...
¿Yoongi realmente había muerto? ¿Él en verdad se había convertido en un buscado delincuente sin haber cometido algún crimen?
— Mi teléfono...— Seokjin negó con la cabeza, sereno.
—Olvídate del exterior por ahora. Estás en un lugar donde tu antigua vida no te servirá de mucho.
La forma en que lo dijo, casi con lástima, provocó que Taehyung sintiera un nudo en la garganta. El recuerdo de un vacío inmenso y aquel aire helado antes de caer se intensificó, poniéndole la piel de gallina.
—¿Por qué no puedo recordar nada...? —Susurró, casi para sí mismo. Sintió las lágrimas volver a acumularse en sus ojos. ¿Había sufrido un trauma? Una punzada de terror le atravesó el pecho.
Seokjin alzó una mano, invitándolo a calmarse.
—Te lo explicaré todo... A su debido tiempo — Repitió con suavidad. Dio un par de pasos más y se detuvo a su lado.— Por el momento, bastará con que sepas que no estás preso, pero tampoco eres libre de marcharte.
El silencio que siguió pesó como una losa. Taehyung quiso protestar, pero sus palabras solo se convirtieron en un gemido apagado. Un cúmulo de emociones le revolvía el estómago con miedo, rabia y confusión.
—¿Qué... qué estás diciendo?
—Lo entenderás pronto. —Seokjin desvió la mirada, como si la compasión fuera un lujo que no podía permitirse. — Descansa, come algo si lo deseas. Hay ropas limpias en el armario junto a la cama. Cuando llegue el momento, él querrá verte.
—¿Él? —La mención de un tercero desconocido hizo que el corazón de Taehyung latiera con fuerza. Un aire amenazante, casi imperceptible, impregnaba las palabras de Seokjin—. ¿Quién es...?
El hombre no respondió. Se limitó a esbozar una ligera inclinación de cabeza y girarse para dirigirse a la puerta por la que había entrado. Taehyung, paralizado, no tuvo fuerzas para detenerlo.
—Por favor... —fue lo único que alcanzó a decir.— Necesito respuestas.
—Las tendrás —fue lo último que escuchó antes de que la puerta se cerrara de nuevo con un suave siseo, dejándolo a solas con su confusión y su miedo.
Taehyung se quedó en silencio unos instantes, mirando la puerta herméticamente cerrada. Todo se sentía irreal, cada objeto a su alrededor le recordaba lo imposible de aquella situación. Se llevó una mano al pecho y cerró los ojos con fuerza, intentando recobrar un solo recuerdo más claro de qué había ocurrido antes de despertar.
Pero no había nada, solo la caída y el eco de su propio grito en la oscuridad.
El tiempo es extraño cuando uno está encerrado. Se dilata y se contrae a placer, burlándose de las nociones humanas de segundos, minutos, horas. Taehyung solía marcar las horas observando la trayectoria del sol a través de las ventanas de su antiguo apartamento o comprobando el reloj de su teléfono durante sus jornadas de trabajo. Ahora, en aquel lugar imposible, la luz parecía gobernada por caprichos ajenos a cualquier lógica terrestre. A veces amanecía demasiado pronto, a veces se hacía de noche antes de que pudiera asimilar el día. Otras veces, simplemente, el cielo se negaba a cambiar, como si hubiera quedado fijo en un perpetuo atardecer.
La primera vez que se despertó allí, tras hablar con Seokjin, no tenía claro si era de día o de noche. Unas luces incrustadas en los paneles de la pared titilaban en una armonía desquiciante, proyectando un resplandor dorado que bien podía simular la luz solar o un crepúsculo eterno, como si se encontrara en otro planeta que no se guiaba por su sistema solar. Era como estar encerrado en una luna con constantes matices dorados.
Durante los primeros días, su instinto más primario había sido escapar. Taehyung empleó horas revisando cada esquina de la habitación, buscando rendijas, fracturas en el muro, algún panel mal ensamblado. Revisó cada objeto —desde la cama inmensa con cabecera tallada, hasta un aparador incrustado de símbolos que no comprendía— con la esperanza de hallar una pista. Incluso peinó el techo abovedado, aunque no disponía de una escalera ni nada parecido para alcanzarlo. Fue un escrutinio detallado, casi obsesivo, pero no encontró absolutamente nada.
Al segundo día, comprendió que su espacio de movimiento era limitado. Tenía acceso a un baño lujoso, perfectamente equipado, y a la cámara principal, cuya puerta estaba clausurada desde fuera. Las otras puertas tampoco se abrían. No había manijas fáciles de manipular, ni cerrojos visibles. Ni siquiera podía atisbar al exterior, pues la única ventana que se abría al mundo era un gran panel translúcido a veces opaco, a veces semitransparente, que reproducía escenas naturales de bosques, mares o cielos estrellados de manera tan realista que casi parecía una filmación en vivo.
Aquello le resultaba irritante. Cada vez que despertaba, podía encontrar una vista diferente en aquel panel, como si alguien controlara una galería de paisajes con el fin de entretenerlo... o monitorearlo. Se sorprendió más de una vez tocando la superficie, esperando sentir el aire fresco de afuera, pero solo se topaba con un cristal o algo similar, frío e infranqueable.
—Esto no es un sueño... —se repetía a sí mismo, intentando mantener la cordura—. Tiene que haber una salida.
Al principio, su desesperación lo empujó a la rabia. Gritó, golpeó puertas, exigió ver a quien fuera que estuviera al mando. Todo en vano. En respuesta, solo obtuvo silencio. Silencio y más tiempo atrapado en una jaula de oro.
El tercer día, o lo que él calculaba como tercer día, Seokjin volvió a aparecer. Lo hizo de manera silenciosa, como la primera vez, introduciéndose por la puerta principal que Taehyung jamás podía abrir. Traía una bandeja colmada de comida. Frutas que parecían recién cortadas de un huerto mágico, piezas de carne perfectamente presentadas, panes dorados, sopas humeantes, agua, zumos de colores que Taehyung no reconocía. Olía todo tan bien que, a pesar de su espíritu rebelde, se le hizo agua la boca.
—He traído lo necesario para tu desayuno. —Seokjin hablaba en tono cortés, sin dejar de mostrar esa expresión de neutralidad casi inhumana.
—¿Dónde...? —Taehyung se tragó la ira y trató de modular la voz.— ¿De dónde sacas todo esto?
Seokjin solo se limitó a asentir con la cabeza, eludiendo la pregunta de manera elegante. Dejó la bandeja sobre una mesita baja y se apartó con un gesto suave. Taehyung sintió un torbellino de dudas. ¿Debía confiar en esa comida? ¿Lo envenenarían? El hambre pudo más que el miedo y terminó comiendo, bajo la mirada impasible de su anfitrión.
Ese mismo día, Seokjin reapareció para el almuerzo y luego para la cena. Cada vez, la bandeja rebosaba de platillos exquisitos, preparaciones desconocidas que retaban las papilas de Taehyung a descubrir nuevos sabores. Por mucho que lo molestara admitirlo, jamás había probado manjares semejantes. Pero su desconfianza le impedía disfrutarlos como hubiera querido.
Para el cuarto día, se dio cuenta de que había un patrón en las horas de las comidas. Seokjin llegaba siempre a la misma hora, o lo más cercano a una hora fija que podía haber en aquel recinto sin relojes ni ventanas reales. Desayuno, luego almuerzo, luego cena. Siempre con platillos diferentes, siempre con cantidad de sobra, como si esperaran que Taehyung se atiborrara. Quizás era una táctica para confundirlo sobre el tiempo real que pasaba.
Durante las primeras jornadas, Taehyung se dedicó a buscar —inútilmente— cámaras o sistemas de vigilancia. Recorría las paredes con la mirada, tocaba cada saliente, cada rincón. Ningún orificio o lente se dejaba ver. Sin embargo, se sentía vigilado. Era como si en aquel lugar reinara una presencia constante y muda, observando cada movimiento, cada gesto, a la espera de una reacción.
Cuando comprendió que su hostilidad solo topaba contra un muro de silencio, empezó a pensar en otro enfoque, fingir obediencia. Si no había escape inmediato, quizá la mejor estrategia sería dejar que sus captores —o quien fuera que moviera los hilos— se confiaran. Fingir cansancio, sumisión, resignación.
Así, en la siguiente visita de Seokjin, Taehyung actuó con más docilidad. Probó solo un bocado de la comida, y cuando el rubio se retiró, dejó la bandeja prácticamente intacta. Empezó a hablar menos, a moverse despacio, como si hubiera perdido las ganas de pelear. Si alguien lo espiaba, vería a un prisionero derrotado que prefería pasar la mayor parte del tiempo en la cama, sin fuerzas para un intento de fuga.
Pero por dentro, Taehyung se mantenía alerta. Cada minuto, cada detalle de la rutina de Seokjin, lo analizaba al milímetro: la forma en que abría la puerta, cómo llevaba la bandeja, en qué sitios posaba la mirada, la duración de sus pasos. Notó, por ejemplo, que Seokjin nunca se quedaba demasiado tiempo. Entraba, dejaba los alimentos, hacía una breve inspección —tal vez para cerciorarse de que Taehyung seguía entero— y se marchaba. A veces ni siquiera cruzaban palabras.
—Tal vez no le permitan hablar conmigo... —Meditaba Taehyung, sentado en la cama.— O quizá sea él quien no quiere darme más información.
Fuera como fuese, tenía que haber un momento, un resquicio, un parpadeo en esa rutina donde Taehyung pudiera revertir la situación a su favor.
Para calibrar el paso del tiempo, Taehyung decidió contar las entregas de comida. Cada tres entregas, asumía que había transcurrido un día completo. Y así, los días se multiplicaron sin piedad. Cinco, seis, siete, quién sabe si más. La soledad era su única compañía. En ocasiones, hablando solo, se sorprendía a sí mismo contándole historias ficticias a los muros, reconfigurando anécdotas de su pasado para no volverse loco.
Ese aislamiento lo sumía en un estado de melancolía profunda. Sin embargo, cada vez que sentía que la desesperación lo sofocaba, recordaba su plan de fingir sumisión y se aferraba a él como el último tablón de una barca en medio de un naufragio. Su única ancla era la idea de que necesitaba calma y tiempo para estudiar un modo de escapar.
Para reforzar esa táctica de aparente abatimiento, decidió comer menos de lo que Seokjin le traía. Incluso fingió una ligera cojera para simular debilidad física. A ratos, daba unos pasos inseguros por la habitación, y en cuanto escuchaba el siseo de la puerta, volvía a sentarse o a recostarse, fingiendo cansancio extremo.
Y es que lo cierto era que el lugar lo abrumaba. Esa decoración extraña —esa mezcla de palacio medieval con tecnología futurista— le provocaba una curiosidad malsana. Se preguntaba si estaba en algún país remoto o en una dimensión ajena al mundo que conocía. Le costaba creer que algo así pudiera existir en la urbe. Tampoco tenía forma de verificarlo.
Conforme pasaron más días, notó pequeños cambios en la forma de actuar de Seokjin. En ocasiones, el hombre rubio se detenía un instante a observarlo con detenimiento, como evaluándolo. Otras veces, posaba la bandeja de comida y se quedaba en silencio un par de segundos, sin despegar la mirada de Taehyung, antes de marcharse. Taehyung supuso que tal vez estaba intentando percibir si su prisionero seguía con ánimo de rebelarse o si, de verdad, se había rendido.
No veía a nadie más. En todo ese tiempo, ni una sola persona aparte de Seokjin entró a la habitación. Hubo un día en que pensó haber oído voces lejanas, casi inaudibles, como un murmullo procedente de alguna parte oculta del castillo —pues ya no tenía dudas de que aquello era un castillo moderno, — pero no logró distinguir palabras ni procedencia.
Cuando sintió que había aflojado la guardia de su carcelero, Taehyung decidió dar un paso más. Comenzó a hablarle a Seokjin con un tono monocorde, preguntando cosas triviales acerca de la comida, del clima o de la decoración, como si estuviera resignado a convivir en esa jaula. Seokjin, con la misma parsimonia, respondía con frases cortas.
—Estás más conversador últimamente —comentó el hombre mayor en una de sus visitas.
—Qué más da —replicó Taehyung con voz apagada.— Supongo que aquí no hay mucho que hacer, y tú eres la única persona que veo.
Seokjin no respondió. Colocó la bandeja sobre la mesita y dio media vuelta. Taehyung se permitió un comentario extra.
—Gracias... por la comida. —Era la primera vez que expresaba un atisbo de gratitud, fingida, claro.
Seokjin se detuvo. Una de sus cejas se arqueó con ligereza, reflejando una sorpresa bien disimulada. Luego, asintió y se marchó sin más. Fue un gesto sutil, pero sirvió para que Taehyung entendiera que ese sujeto notaba el cambio en su conducta.
Tras un par de semanas —o lo que Taehyung calculaba como unas dos semanas— encerrado en aquel lugar, llegó el momento en que se sintió listo para arriesgarse a un paso mayor. Hasta entonces no había encontrado una oportunidad clara de fuga, pero tampoco había visto algo que confirmara lo contrario. El problema era que la puerta principal se abría solo desde fuera, y él nunca alcanzaba a cruzarla antes de que Seokjin se marchara y volviera a encerrarla.
Aquella jornada notó un detalle curioso: Seokjin dejó la puerta abierta un poco más de lo habitual mientras entraba con la comida. Era casi imperceptible, un par de segundos extra. ¿Se distrajo o fue intencional? Taehyung se debatió internamente. Su instinto le gritaba que se abalanzara y saliera corriendo, pero su razón argumentaba que era demasiado pronto y que la maniobra podría ser una trampa.
Finalmente, la adrenalina venció al juicio. Cuando Seokjin se giró para dejar la bandeja, Taehyung dio un paso firme hacia la puerta entreabierta. Su corazón palpitaba con furia. Si lograba salir, tal vez correría por algún pasillo, buscaría unas escaleras, un ventanal... cualquier cosa que lo condujera a la libertad.
Sin embargo, no fue ni un segundo de ilusión. Casi de inmediato, Seokjin percibió el movimiento. Con un giro inesperado, extendió el brazo y bloqueó el paso de Taehyung, propinándole un empujón que lo tiró de espaldas contra la pared. Fue rápido y limpio, sin margen para luchar.
—No tan deprisa... —murmuró, su voz sonando más fría que nunca.
El golpe le sacó el aire a Taehyung. Aturdido, sin aliento, apenas pudo articular un quejido. Sus planes de escapar se esfumaron antes de concretarse. Lo que vino después fue un silencio tenso, durante el cual el rubio se inclinó sobre él con una mirada inescrutable.
—Te has portado muy bien estos días —indicó con calma, como si felicitara a un alumno—. Lástima que aún mantengas ese espíritu imprudente.
Se marchó sin decir más, cerrando la puerta con su acostumbrada elegancia. Taehyung se quedó en el suelo, con el labio partido tras golpearse contra la pared. Apenas podía asimilar lo sucedido. Tenía la certeza de que Seokjin lo había dejado actuar a propósito, para medirlo, para recordarle que, a pesar de su falsa docilidad, no escaparía tan fácilmente.
El labio le palpitó durante toda la tarde, y un ligero hilo de sangre se secó en la comisura. Irritado, se limpió con las sábanas. Fue obvio que en la imagen que se reflejaba en el espejo de aquel baño, él luciría bastante malherido a pesar de haber recibido solo un fuerte empujón. No lo parecía, pero ese hombre era fuerte, ágil y veloz. Para su sorpresa, al anochecer, Seokjin apareció no con comida, sino con un pequeño botiquín en la mano.
—Ven aquí —le ordenó con voz parca.
Taehyung sintió un escalofrío de rabia contenida, pero se acercó, apretando los puños. Seokjin tomó un algodón y una solución antiséptica para limpiar la herida de su labio. El algodón le provocó un escozor punzante, pero él se esforzó por no quejarse.
—No debiste intentar escapar —murmuró Seokjin, con un matiz de reproche.
—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Acostumbrarme a esto?
—Por el momento, sí.
Hubo un silencio espeso mientras Seokjin continuaba con las curaciones. Taehyung apretó los labios, intentando ignorar la cercanía forzosa. Era la primera vez que el rubio le ofrecía algo parecido a un cuidado médico o físico.
—¿Cuánto tiempo pretendes mantenerme aquí? —Preguntó, intentando sondear alguna respuesta.
Seokjin guardó el frasco en el botiquín y lo cerró con un chasquido elegante. Acto seguido, levantó la mirada.
—Hasta que él decida lo contrario.
La frustración casi hizo que Taehyung se pusiera a gritar de nuevo, pero se contuvo. Logró esquivar la mano de Seokjin y retrocedió.
—¿Quién es él? —Insistió, aun sabiendo que la pregunta quedaría sin respuesta.
Seokjin lo contempló un instante, como evaluando la situación. Después, dio media vuelta y salió, cerrando la puerta tras de sí. Taehyung comprendió que esa sería la respuesta: ninguna.
Tras aquella confrontación, la rutina siguió su curso. Taehyung observaba su labio en el reflejo opaco del cristal-ventana, notando cómo la herida cicatrizaba más rápido de lo previsto, tal vez por la pomada aplicada. Se sintió extraño, si Seokjin quería retenerlo, ¿por qué se molestaba en curarlo? Esa mezcla de violencia contenida y atenciones mínimas le resultaba enervante.
Pasaron más días en la misma monotonía. Taehyung siguió fingiendo docilidad, pero su corazón se llenaba de un resentimiento creciente. Empezaba a tener pesadillas recurrentes, sueños donde caía a un abismo sin fondo, o donde golpeaba paredes invisibles mientras alguien reía a lo lejos. A veces soñaba con Yoongi, con su rostro preocupado, llamándolo. Despertaba con los ojos húmedos de lágrimas y un grito ahogado en la garganta.
En esos lapsos de soledad, se obligaba a pensar en detalles de su vida anterior para no olvidarse de quién era. Recordaba el trajín de la oficina, las noches compartidas en un bar con Yoongi, los planes de futuro que alguna vez tuvo. Ahora todo parecía tan lejano que dudaba de si volvería a verlo algún día.
Aprendió que Seokjin siempre tardaba el mismo número de pasos desde la puerta hasta la mesita donde dejaba la bandeja. Luego se quedaba un instante en silencio, y tras depositar la comida, daba media vuelta y partía.
Empezó a contar mentalmente esos pasos y a medir el ritmo de su respiración. Si lograba predecir el instante exacto en que Seokjin se distraía, tal vez pudiera arrebatarle algo, una llave, un código, un arma... Lo que fuera que le permitiera girar la situación.
No obstante, cada vez que lo intentaba, Seokjin parecía adelantarse, como si supiera leerle la mente. Sus reacciones eran siempre un instante más veloz que las de Taehyung. Fue desesperante llegar a la conclusión de que su carcelero tenía unos reflejos difíciles de catalogar como humanos.
—Quizá sea un entrenamiento militar — fue todo lo que musitó Taehyung mientras lo vio partir. — O tal vez sea algo más, ¿pero qué exactamente?
El ambiente del castillo, la tecnología de la habitación, la fuerza y frialdad de Seokjin... Todo le daba la impresión de que lidiaba con algo fuera de lo normal.
Un mediodía, mientras hacía la cama en un intento por mantener su mente ocupada, notó un pequeño abultamiento bajo uno de los cojines. Lo extrajo con sumo cuidado se trataba de un delgado chip metálico, casi del tamaño de una uña. No tenía idea de cómo había llegado allí, si era parte de la cama o se le había caído a Seokjin.
Lo giró entre los dedos, sintiendo el pulso acelerarse. Podía ser un simple fragmento de algún mecanismo roto, o una pieza esencial que alguien había olvidado. No tenía marcas visibles. Intentó buscar un puerto, un indicador, algo que sugiriera su uso. Nada. Pensó en esconderlo, por si acaso. Así que lo deslizó debajo del colchón, en un rincón remoto que difícilmente Seokjin revisaría.
—Al menos tengo algo —murmuró—, aunque no sepa todavía para qué.
Ese pequeño hallazgo le dio un golpe de adrenalina. Sentirse en posesión de un objeto ajeno a la rutina impuesta le recordaba que no era solo una marioneta en manos de su captor. Tenía cierta capacidad de acción, aunque mínima.
Dos días después, sucedió algo que rompió la monotonía. Seokjin llegó puntual a la hora de la cena, con su semblante de siempre y la bandeja rebosante de alimentos. Pero esa vez habló primero, antes de que Taehyung pudiera siquiera fingir su apatía.
—He estado observándote —dijo, con un matiz de sinceridad que Taehyung no le había escuchado antes—. Parece que tu ánimo ha mejorado un poco.
Taehyung se encogió de hombros, procurando fingir indiferencia.
—Acostumbrarse a la prisión no es lo mismo que estar bien —replicó con un bufido.
—Lo sé —concedió Seokjin. Dejó la bandeja en la mesita y se quedó de pie, frente a Taehyung—. Hoy me han pedido que... te haga una prueba.
Taehyung alzó la mirada, desconfiado.
—¿Qué clase de prueba?
—No soy libre de dar detalles —fue la respuesta escueta—, solo necesito que me acompañes.
—¿Acompañarte? —Taehyung frunció el ceño.— ¿Adónde?
En lugar de responder, Seokjin se aproximó a la puerta que siempre mantenía cerrada. Colocó su mano en un panel lateral que Taehyung no había notado antes, y la puerta se deslizó con un suave siseo. Era la primera vez que veía un pasillo más allá de esa celda lujosa en la cual había estado todo ese tiempo.
—Vamos. —El rostro de Seokjin permanecía imperturbable, aunque sus ojos parecían sopesar cada microexpresión de Taehyung.
El menor dudó. Esta podría ser la oportunidad que tanto había esperado, pero también podría ser una trampa o un modo de tortura. Su pulso se aceleró, y notó que las piernas le temblaban un poco.
—¿Qué pasará si me niego? —Preguntó.
—No te niegues —fue todo lo que dijo Seokjin, sin alterar el tono de voz.
Al final, Taehyung se resignó a seguirlo. Tenía demasiadas preguntas sin respuesta, y al menos, salir de la habitación representaba un cambio de escenario. Además, quizá encontrara la ansiada ocasión de escaparse.
El pasillo al otro lado de la puerta era tan lujoso como la habitación. Paredes con paneles oscuros, zócalos metálicos relucientes y lámparas que parecían flotar sin soporte físico alguno. El silencio era casi sepulcral, roto solo por la resonancia de sus pasos. Taehyung siguió a Seokjin, con el corazón a punto de salírsele por la garganta.
—No intentes nada descabellado —advirtió el hombre rubio, sin voltear—. No saldrás de aquí a menos que tengas autorización.
Taehyung no respondió. Se limitó a observar cada esquina, cada detalle arquitectónico que pudiera indicar una ruta de huida o un punto vulnerable. Identificó un recoveco en la pared, un arco que conducía a un corredor lateral cerrado con una reja. Podría ser un almacén o una celda. No se detuvo a averiguarlo.
—¿Cuántas personas viven aquí? —Se atrevió a preguntar.
Seokjin calló, como era costumbre. Siguieron avanzando hasta llegar a una encrucijada. Giraron a la izquierda, bajaron por una escalera de mármol pulido y, tras varias curvas, se detuvieron ante una puerta doble, alta, con incrustaciones que recordaban a un blasón antiguo.
—Entra —ordenó Seokjin.
La doble hoja se abrió con un clic sordo, y Taehyung se encontró con lo que parecía ser una sala de reuniones. Se sorprendió al ver una larga mesa rectangular rodeada de sillas talladas, cada una con un diseño distinto. Al fondo había una pantalla translúcida enorme, cuyos símbolos cambiaban sin cesar, como una interfaz holográfica.
—Siéntate. —Seokjin señaló una de las sillas al extremo.
Taehyung obedeció, no sin antes echar un rápido vistazo a los alrededores. No había nadie más en la sala, ni rastro de "él", ese alguien que se suponía daba las órdenes. Como si leyera su mente, Seokjin aclaró:
—Él no vendrá en persona. Quiere observar.
—¿Observar qué...? —inquirió Taehyung, con la garganta seca.
La puerta se cerró tras él con un suave chasquido. Seokjin quedó a su espalda. Hubo un breve silencio, y luego la inmensa pantalla frontal se iluminó con más intensidad, proyectando una sucesión de números y diagramas que Taehyung no lograba comprender. Parecía una forma de lenguaje codificado.
—Pon tus manos sobre la mesa —indicó Seokjin.
—¿Disculpa?
—Ponlas ahí, con las palmas hacia abajo.
Taehyung obedeció con cautela. La superficie de la mesa era de un material negro y pulido, casi como obsidiana, pero con vetas luminosas. Al entrar en contacto con sus palmas, sintió un calor sutil que no esperaba.
Segundos después, un velo de luz blanca surgió bajo sus manos, extendiéndose en finas líneas que se ramificaban por la superficie. El corazón de Taehyung se aceleró. Tuvo el impulso de retirar las manos, pero algo en esa energía —o tecnología— lo mantuvo inmóvil.
—¿Qué... es esto? —Balbuceó.
—Un escaneo —contestó Seokjin. — No te muevas. — Añadió en voz más baja
Taehyung apretó los dientes y obedeció, sin saber de qué se trataba ni por qué lo hacían. Sentía un ligero cosquilleo en las yemas de los dedos, como pequeñas agujas eléctricas recorriendo su piel. Mientras tanto, la pantalla al fondo mostraba curvas, picos, matrices de símbolos que se iban ajustando.
—No puede ser... —susurró Taehyung, horrorizado ante la idea de que le estuvieran haciendo algún tipo de experimento.
La sesión de escaneo duró cerca de un minuto, aunque a Taehyung le parecieron horas. Al final, la luz bajo sus manos parpadeó y se apagó. La pantalla mostró una retahíla de caracteres rojos, seguida de un pitido que sonó como una confirmación.
Seokjin dio un paso hacia él y extendió la mano en señal de que se levantara. Taehyung, algo mareado, se incorporó con cuidado.
—¿Qué acaban de hacerme? —repitió con un tono más urgente.
Esta vez, Seokjin no lo ignoró. Desvió la mirada hacia la pantalla y luego le respondió.
—Examen de compatibilidad.
—¿Compatibilidad con qué?
—Con el propósito que él tiene para ti.
Aunque la respuesta fue deliberadamente imprecisa, bastó para helarle la sangre. De pronto, comprendió que su estadía allí no era un simple encierro arbitrario. Había un propósito, un fin. Estaba arrestado a la espera de algo que esos seres —¿Seokjin y su misterioso amo?— necesitaban de él. ¿Lo sacrificarían? ¿Lo utilizarían como un conejillo de indias?
No tuvo ocasión de seguir preguntando, porque Seokjin le dio la espalda y abrió de nuevo la puerta doble.
—Regresemos —ordenó, con la misma frialdad.
Taehyung tragó saliva. Dedicó una última mirada a la pantalla, donde los códigos todavía brillaban, y notó que uno de ellos se repetía varias veces en el margen inferior: "K-TH-7.2". No entendía qué significaba, pero presintió que lo involucraba de manera directa.
El camino de regreso a su habitación fue más corto de lo que esperaba. Quizá Seokjin había elegido un trayecto distinto o quizá Taehyung, atrapado en sus pensamientos, perdió la noción. El caso es que, en menos de diez minutos, ya estaba de vuelta en su jaula.
La puerta se cerró tras él. Siguieron unos segundos de silencio hasta que Seokjin dijo algo que le heló el corazón.
—Estaremos en contacto pronto. —Sus ojos se desviaron hacia la herida del labio de Taehyung, ahora casi curada—. Cuídate.
Luego salió, dejándolo con el pecho oprimido y la mente llena de teorías sin respuesta. Taehyung se dejó caer sobre la cama, con la cabeza dándole vueltas. La prueba no había sido invasiva, pero lo había expuesto a una tecnología que jamás había visto. Y ese examen de compatibilidad le sonaba a un preludio de algo más grande y siniestro.
Se cubrió el rostro con las manos, sintiendo un temblor creciente. No quería llorar, pero la desolación era demasiada. Su única salida, su único destello de esperanza, era que, en esa pequeña excursión por los pasillos, había visto puertas, escaleras y bifurcaciones que quizás pudieran servirle en otro momento.
—Necesito más tiempo —se dijo a sí mismo.— Sólo espero que ese tiempo no se agote antes de que aprenda a luchar.
Esa noche o lo que él interpretó como noche, pues las luces del cielo artificial se tornaron más suaves, no pudo pegar ojo. Dedicó horas a repasar cada imagen del castillo, cada puerta cerrada, cada tramo iluminado con esa luz extraña. Pensó en el chip que había escondido bajo el colchón, en si tendría alguna utilidad real. Luego recordó las palabras de Seokjin: "Él tiene un propósito para ti".
—¿Qué rayos quieren de mí? —Murmuró en la penumbra, presionando su cabeza contra la almohada—. ¿Quién es ese "él"?
No encontró respuesta, solo más preguntas. Al final, el cansancio lo venció y se quedó dormido, envuelto en las suaves sábanas que de nada servían para apaciguar la tormenta de su mente.
Mientras tanto, en algún punto del castillo, un par de ojos lo contemplaban a través de monitores invisibles, analizando sus datos fisiológicos y mentales, calculando variables de un plan que iba más allá de la comprensión de Taehyung.
+++
La estancia se hallaba en penumbra, apenas iluminada por débiles haces de luz que se filtraban desde una enorme ventana con aspecto de cristal inteligente. En su superficie, se dibujaba la proyección de la habitación donde Taehyung dormía tras la prueba de compatibilidad. Un hombre de un pulcro semblante y cabello negro como el ébano se imponía en aquella habitación. Jungkook, de pie con las manos en los bolsillos, contemplaba la imagen con el ceño fruncido, como si algo en él protestara contra esa visión.
—Debió haber sido un mal día para que nos encontráramos así —murmuró, apenas moviendo los labios. Desde su posición, podía ver a Taehyung dando vueltas en la cama, intentando conciliar un sueño que parecía huir de su mente. Y, aun así, sus rasgos suaves tenían un aire de tenacidad que Jungkook no podía pasar por alto.
La puerta de la penumbra se abrió con un suave siseo. Seokjin entró con pasos contenidos, tan elegantes como siempre, y se colocó a un costado de Jungkook, observando la misma escena.
—¿Y bien? — Preguntó Seokjin, con la voz baja.— ¿Cuál es tu impresión?
Jungkook soltó un leve bufido, dibujando en sus labios una sonrisa cargada de una ironía agria.
—Tal cual lo pensé desde un principio. Y como tú y yo sabíamos, la compatibilidad es perfecta.
Seokjin no alzó una ceja ni sonrió. Se limitó a asentir, expectante.
—¿No deberías alegrarte, entonces? —Indagó—. Eso confirma lo que esperabas.
—¿Alegrarme? —Jungkook se giró para clavarlo con la mirada. Sus ojos relampaguearon con un matiz de hastío—. No me complace ni un ápice. Solo significa que estoy atado a él, más de lo que ya estaba.
Seokjin, acostumbrado a esa frialdad, dejó pasar unos segundos antes de hablar de nuevo.
—Todavía puedes eliminar el contrato, ya lo hemos discutido antes. No eres precisamente un novato en estos asuntos, Jungkook.
—Ese contrato no se rompe —replicó el Shinigami con un tono definitivo.— No lo haré.
Hubo un largo silencio, durante el cual ambos se dedicaron a observar cómo Taehyung se daba la vuelta, acurrucándose en las sábanas. La imagen proyectada danzaba con un ligero temblor, como si la tecnología misma se estremeciera ante la tensión palpable en el interior de Jungkook. Finalmente, fue Jungkook quien cambió de tema con brusquedad.
—¿Y Choi Minho? —murmuró, la voz cargada de un veneno contenido—. Ese insignificante humano fue quien puso a Taehyung al borde del abismo, el que lo empujó a tomar la decisión más drástica. ¿Has podido alcanzarlo esta vez?
La mirada de Seokjin se oscureció un instante. Negó con la cabeza.
—No funcionó. Tal cual las veces anteriores, ninguna de tus muertes funcionó —explicó, sin mostrar atisbo de juicio o lástima. Solo la frialdad de un informante que cumplía con su labor.—.Minho siempre está un paso adelante. O alguien lo protege, o tiene una extraña fortuna que lo rodea.
Jungkook apretó los dientes, clavando la vista en Taehyung, que respiraba con la boca entreabierta. Sintió un nudo de rabia en el pecho que lo impulsó a golpear algo, pero no lo hizo. En su mundo, mostrar emociones se consideraba una debilidad, y no iba a ceder a tales flaquezas tan fácilmente. Él le dejaba a los humanos esas nimiedades absurdas que ellos llamaban emociones.
—Estoy empezando a sospechar el motivo por el cual no puedo llegar hasta él —dijo al fin, con amargura—. No es simple suerte. Hay un factor más grande, algo que impide que mi puño lo toque, que la guadaña lo alcance. — Seokjin se erizó frente a la mención de esa palabra. No había nada en ese universo que a él le diese más miedo que la guadaña de Jungkook. Solo lo había visto usarlo dos veces, pero fue suficiente.
Después de todo, él era un humano que parecía ser inmortal gracias a ese momento de debilidad que Jungkook tuvo más de dos siglos atrás. Como un Shinigami que guiaba a la muerte, el pelinegro la apartó de él, permitiéndole vivir a su lado. Estaba agradecido, siempre lo estaría, pero sabía que su vida podía terminarse en el momento que Jungkook así lo decidiera. Se limitó a guardar silencio, alzando la vista, atento a cada palabra.
—¿Y qué harás?
Jungkook se pasó la mano por el cabello, apartándolo del rostro con un ademán cargado de molestia. Sus labios dibujaron otra sonrisa, más seca y agria que la anterior.
—Encargarme yo mismo de ese asunto —susurró, como si hablara para sí mismo—. Si no puedo matarlo con los métodos habituales, tendré que ir personalmente. Y créeme, si hay algo que pueda romper el hechizo que lo protege, lo encontraré.
La proyección sobre el cristal enfocó a Taehyung, que se removió con un ligero temblor, como si percibiera la tempestad que se cernía sobre él sin saberlo. Jungkook tragó saliva, parpadeando con furia contenida.
—El verdadero problema —continuó— es ese maldito vínculo que también me ata. Por mucho que me pese, no puedo dejarlo a su suerte. De una forma u otra, su destino está unido al mío.
Seokjin, como un testigo silencioso de esa lucha interna, inclinó apenas la cabeza.
—No hay marcha atrás, Jungkook. Y lo sabes. Si tu plan es acabar con Minho, tendrás que hacerlo rápido. El caos que rodea a Taehyung no hará más que crecer.
El Shinigami asintió, sin apartar los ojos de la silueta adormilada del castaño que procuraba dormir.
—Lo haré. Cueste lo que cueste —sentenció, con un brillo siniestro en la mirada—. Porque si su abismo está ligado al mío, entonces me aseguraré de arrancar de raíz todo lo que pueda hundirnos a ambos. Nadie puede tocarlo o lastimarlo y seguir viviendo mientras yo esté en este jodido mundo.
El primer capítulo de este año. ¡Feliz año nuevo!
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