Capítulo Treinta y Tres
ERIDAN
—Karol es una muy buena chica —pronuncia en tono elogioso, y noto cómo el nombre de ella se desliza con naturalidad en sus labios, dándole identidad a la figura que él posee en ese instante.
Así que ese es su nombre, Karol.
Asiento sin decir palabra, aceptando mentalmente lo que acaba de revelarme. Es cierto, Karol es una buena chica; hay algo en ella que la hace apetecible a la vista, casi como si su presencia también hubiera sido diseñada para encajar en esta dinámica. Me descubro a mí misma observándola de una manera diferente, valorando cada uno de sus movimientos, cada respuesta silenciosa que le ofrece a nuestro Señor. Esta visión me sorprende, nunca pensé que miraría a otra mujer con esta mezcla de admiración y atracción compartida.
No puedo evitar perderme en esta nueva perspectiva, dejando que la situación me invada y me lleve a un lugar desconocido. La intensidad del momento se vuelve palpable, y tanto mi deseo como mi curiosidad se mezclan en una sensación casi abrumadora. De repente, me siento parte de algo más grande, de un juego de conexiones y deseos que va más allá de lo que había imaginado.
Con un movimiento firme, tira de su cabello hacia atrás, obligándola a levantar la vista y a que su mirada se cruce con la suya. Hay algo desafiante en el gesto, como si solo alzando su rostro lograra establecer su poder sobre cada parte de ella, sin necesidad de palabras adicionales.
—Saluda a Eridan, no seas maleducada —ordena, su voz firme y autoritaria, impregnada de un tono que no admite cuestionamientos.
Ella respira profundamente y, tras un instante, articula con voz temblorosa:
—Señorita…
Pero antes de que termine, un azote corta su frase, arrancándole un jadeo. Su cuerpo responde al toque de inmediato, sus labios apenas pueden seguir el hilo de lo que intenta decir mientras él observa con calma cada reacción.
—Puedes llamarla por su nombre —insiste con un tono suave, pero implacable.
—Eridan… —logra susurrar mi nombre entre suspiros entrecortados. Otro azote la hace estremecerse, y su voz se desvanece en un temblor de placer apenas controlado.
No puedo ser maleducada ante mi Amo y nuestra invitada, así que le devuelvo el saludo con una voz cargada de curiosidad y complicidad:
—Karol, es todo un placer…
Ares sonríe con una expresión de orgullo, complacido ante nuestra interacción.
Su satisfacción es casi palpable, una energía que llena el ambiente, conectándonos a los tres en un intercambio silencioso de miradas y gestos. Para él, este momento es más que una simple formalidad; es una confirmación de su dominio sobre cada detalle, de la armonía en este espacio compartido. Y, en ese breve intercambio, siento que algo poderoso ha comenzado a tejerse entre nosotros, como si esta escena fuera solo el preludio de algo mucho más profundo y complejo.
Ares suelta su cabello con un movimiento lento y deliberado, dejando que se deslice hacia un lado. Su rostro, ahora expuesto, muestra un rubor intenso que le da un toque de vulnerabilidad, mientras sus labios entreabiertos revelan la tensión entre el placer y el autocontrol. La expresión en su cara es la de alguien que no puede ocultar el efecto que él provoca en cada rincón de su ser.
Me detengo un momento, observando cómo la piel suave y cremosa de su cuello y hombros se contrae y expande al ritmo de su respiración. Sé que pronto aparecerán en ella esas marcas que mi Señor domina tan bien, pequeños rastros de la intensidad que este momento le regala, cada una como un recordatorio tangible de su dominio sobre ella. Para él, son símbolos de entrega; para ella, cicatrices fugaces de un placer que roza lo sagrado, tal como lo son también para mi, para cada sumisa, las marcas de una sesión son un regalo de nuestro Amo.
Su presencia llena el espacio mientras la recorre con una mirada calmada, casi artística, valorando cada centímetro que queda expuesto ante sus ojos, disfrutando de la transformación de su cuerpo bajo sus manos expertas. Las marcas que empezarán a surgir serán, en cierto modo, un lazo entre los tres, visibles trazos de su entrega y su sumisión ante él.
En silencio, casi como una espectadora en trance, me dejo envolver por el magnetismo de este momento, sintiendo la intensidad que se filtra en el ambiente, penetrando en cada rincón de la habitación, y, al final, también en mi.Tira de la cadena que une sus pezones, haciendo que Karol chille en respuesta, toma las pinzas, las aprieta y las retuerce hasta que el dolor la sobrepasa y pide que pare pero él no lo hace.
—¿Realmente quieres que pare?
—¡No, Señor, no, por favor! —Ruega en respuesta.
Aprieto más mis piernas y no puedo evitar sonreír para mis adentros, conozco muy bien esa sensación: desear con todas tus fuerzas que pare, pero de inmediato arrepentirte porque el placer que sientes es indescriptible.
Él continua jugando con sus pezones, tirando del aro, atizando sus pechos con sus manos y el dorso de estas, mi sexo tiembla y me arqueo como si pudiera tener alivio entonces mi cabeza duele porque he tirado de mi cabello, y una sonrisa está en sus labios, se divierte con todo esto, con el dolor y placer de ella, con el dolor y el placer mío. Sabe que nos tiene en sus manos, bajo su dominio, bajo su poder.
Esos dedos largos, hábiles, que tantas veces han recorrido cada centímetro de mi piel, ahora viajan por el cuerpo de Karol. Conmigo, esos mismos dedos han trazado descensos que parecen diseñados para atormentarme con dulzura, cada toque es una mezcla de deseo y paciencia, de caricias que me llevan al borde solo para luego detenerse. En cambio, ahora, con ella, sus movimientos son bruscos, casi indiferentes, y el contraste es inconfundible.
Una sonrisa se asoma en mis labios al verlo. Cada toque que le da a ella es distinto, casi como si quisiera dejar en claro que el vínculo que tenemos es único, que lo que compartimos no puede ser duplicado ni sustituido. Y esa diferencia me hace sentir bien, porque es una señal clara de que él conoce, incluso respeta, el lugar que tengo en su vida, y que nadie puede ocuparlo, aunque lo estemos compartiendo.
Lo observo en silencio, mientras me invade una mezcla de orgullo y gratitud.
Me encanta que él tenga esa consciencia de nuestra conexión, que sepa y me haga saber, sin necesidad de decirlo en palabras, cómo proteger lo que hemos construido. Hay algo profundo en esa capacidad suya para distinguir, para ser consciente de los matices en sus relaciones, y yo lo adoro por eso. No se trata solo de deseo o de placer; es algo más, algo que me confirma, una vez más, que para él soy diferente. Y, en estos momentos, esa certeza me llena de una satisfacción indescriptible.
Ella se muestra impaciente por su toque y finalmente la complace, sus dedos están en su sexo y no tiene delicadeza alguna al tocar las zonas sensibles de su cuerpo, pellizca, tira, retuerce, oprime, y yo me agito, me agito mucho ¡lo necesito!
Karol cierra los ojos, sus pestañas tiemblan mientras el placer la consume, invadiendo cada fibra de su ser. Es incapaz de mantenerlos abiertos, como si la intensidad que él le provoca fuera demasiado para sostenerla bajo la mirada. Su cuerpo tiembla, respondiendo de manera involuntaria a cada caricia, a cada comando, al placer inigualable que solo Ares, con esa maestría que lo caracteriza, es capaz de brindarle.
Su respiración es irregular, entrecortada; una mezcla de jadeos suaves y suspiros profundos que llenan la habitación con una cadencia que se siente casi hipnótica.
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