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Capítulo Treinta y Dos

ERIDAN

Las instrucciones de Ares fueron muy claras antes de que saliera de la habitación, y soy consciente de que no las estoy cumpliendo ahora mismo; cada vez que agacho mi mirada para escribir me invade la curiosidad y el nerviosismo de que haga algo que mi vista no registre, pero solo ha tirado de ella para situarla donde quiere, veo que la cadena pende de un par abrazaderas de metal que tiene atrapados ambos pezones y están unidas por una cadena más fina que la principal que tiene mi Amo en sus manos. Mi cuerpo se estremece, estoy segura que eso debe doler, pero ella no parece inmutarse por ello, siento mis pezones erguirse al imaginarme y recordar la sensación de tenerlos atrapados entre pinzas similares que posee la sumisa.

Él no tiene ninguna clase de instrumentos en su mano más que la cadena que sostiene, la otra mano la tiene colocada en su bolsillo, la sumisa no levanta la vista ni siquiera hacia mi, imagino que obedece a rajatabla lo que Ares ordena, y yo debería de hacer lo mismo, sin embargo, sigo absorta ante el panorama que ambos me ofrecen. Desde mi posición puedo ver sus pezones erguidos clamando su atención y estoy casi segura que si estuviese de espaldas a mí y pudiera ver más de su humanidad, su excitación sería tan evidente como la que yo estoy experimentando en todo mi cuerpo.

La piel de la sumisa es tersa y blanca, y su larga melena es color chocolate, no logro reconocerla, no sé quién es y no creo haberla visto antes en el Club.

 Ares le habla, sin embargo, no logro distinguir sus palabras hacia ella, pero si noto que la trata con cierta suavidad y me enorgullezco de mi Señor, de tener un buen Amo como lo es él.

Una mirada hacia mí me basta para saber que puede percibir lo que yo siento... Él lo ha dicho, y lo sabe, me excita mirar y eso es lo que está pasando ahora. 

Toma con brusquedad a la sumisa en sus manos y la coloca sobre otro mueble, ella cierra sus piernas, es una brat, claramente busca un castigo, pero no logra el castigo que anhela, mi Señor abre sus piernas con destemplanza y confirmo que aunque se está negando ella lo desea: su asalto, su posesión, su dominio sobre ella... lo desea así como yo deseo que lo haga porque anhelo verlo tomando a otra, sintiendo a través de otra piel lo que él hace.

Ella me lanza una fugaz mirada y estoy por un momento como: «¿Hola compañera?» 

Le doy una sonrisa, tal vez una alentadora sonrisa, pues no siento nada en su contra solo está ahí como un objeto. Mi Amo le brindará a ella un gran placer, y me lo dará a mí al mismo tiempo, nadie pierde, todos ganamos en esto. 

Ella me mira con temor, «no temas» quisiera decirle, no hay nada que temer.

Mis ojos se abren por sorpresa cuando veo que Ares toma su rostro con brusquedad, haciendo que lo mire, no emite palabra alguna, el silencio invade la habitación, él evalúa el miedo en su mirada, y el silencio se rompe cuando, sin que nadie lo vea venir, golpea su rostro con una cachetada, a este le siguen otros más y parece ser que ella lo está disfrutando, pues el gemido que brota de su garganta luego de la serie de cachetadas lo confirma, lo cual hace sonreír a mi Señor. 

El brillo entre las piernas de ella hace saber cuánto está disfrutando de todo lo que está sucediendo, cada vez que hace un intento de cerrarlas en busca de aplacar su necesidad, Ares la abre con más ímpetu, jalando su cabello y también la cadena y en consecuencia sus pezones, la sumisa chilla de dolor y placer, veo el gozo de mi Señor al domarla e infringirle dolor, le muestra que él es quien tiene el control, él es su Amo.

Desde esta nueva perspectiva, lo veo de una manera diferente, como si por primera vez comprendiera cómo se enlazan cada movimiento, cada mirada, cada gesto. Siento que me sumerjo en un entendimiento más profundo de cómo funciona todo entre nosotros, y el deseo que se acumula en mi interior amenaza con volverme loca. La intensidad de este momento es casi insoportable, y si dejo que mis pensamientos fluyan sin contención, me pierdo en el fuego que empieza a consumir mi ser.

Él me lanza una mirada cargada de perversidad que electriza el aire entre nosotros. Esa mirada, oscura y provocadora, me dice más de lo que sus palabras podrían. Quiero decirle que no me molesta en absoluto lo que está haciendo; al contrario, me encuentro al borde, ardiendo por verlo tomar el control por completo. 

La anticipación crece en mí como un fuego incontrolable, esperando a que lo desate todo.

Ella también lo necesita, puedo verlo en cada una de sus reacciones, en la forma en que su cuerpo habla sin decir nada. Su torso está arqueado, como una ofrenda a nuestro Señor, y sus movimientos reflejan la necesidad de entregarse. 

Ella se tensa contra las cadenas que abrazan sus pezones, y ese pequeño tirón añade una capa de tortura exquisita que yo también disfruto, como si el placer ajeno se fundiera en el mío. Ella está ansiosa, y yo, en mi propia vorágine de deseo, necesito que él la tome pronto, que haga suya esa necesidad compartida.

El calor me inunda hasta lo más profundo, me siento atrapada entre la expectativa y la satisfacción que me llega en oleadas solo de verlo. Cada segundo que pasa, cada gesto suyo, alimenta esta llama en mí, haciéndome consciente de que él domina no solo sus cuerpos, sino también mis pensamientos y mi voluntad.

Mi entrepierna palpita ante el deseo, mi coño se llena de fluidos que corren por mis muslos y me duele, me duele no obtener ningún tipo de alivio.  

Mi excitación es evidente, estoy agitada, transpirando, mi Señor lo disfruta, sabe lo que hace, disfruta dándome placer, como tanto hemos hablado, nuestro placer es el del otro también. 

Su sonrisa torcida, esa que tanto me fascina y que siempre promete el inicio de algo intenso, aparece de nuevo en su rostro. Sus ojos, llenos de lujuria, se clavan en mí, y puedo leer en su mirada lo que se avecina. 

Mi cuerpo responde al instante, como si esa expresión en él encendiera algo profundo en mi interior, un fuego que solo él sabe avivar.

—¿Te gusta lo que ves, pequeña? —pregunta con voz ronca, una cadencia lenta que resuena en mi pecho. 

Me mira primero a mí, luego dirige la vista hacia la sumisa que yace a sus pies, y su mirada se vuelve aún más intensa.

—Más que eso, Amo —respondo, dejando ver mi franqueza sin reservas. 

No puedo mentirle, ni lo intentaría. Lo que siento, esa mezcla de atracción y curiosidad, no se puede ocultar.

Él sonríe con aprobación y pasa su mano por el cabello de la sumisa, acariciándolo con una suavidad casi contradictoria. De pronto, sus dedos se enredan en su melena, apretándola en un puño con suma firmeza. Su movimiento es preciso, controlado. 

Cada gesto está calculado para mantenernos a ambas en el borde del deseo.

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