Capítulo Once.
—Lo has hecho muy bien— en algún rincón de mi mente, escuché su voz.
Intenté abrir los ojos, no sin un poco de dificultad, y enfoqué mi vista en él. Parte de mis piernas reposaban en el suelo mientras mi torso era sostenido entre sus brazos. Me quitó un mechón de cabello, que debido a la transpiración, estaba pegado en mi mejilla.
Me ayudó a levantarme, mis piernas temblaron un poco, pero logré sostenerme.
Para cuando mi mente espabiló un poco más y volví a recordar donde me encontraba, las cortinas ya habían sido cerradas. Esto era una escena completamente privada entre él y yo.
—Señor…— llamé mientras me colocaba nuevamente mi ropa y él acomodaba algunos artefactos a mi alrededor.
Se giró hacia mí desde su posición y no pude evitar recorrerlo con la vista de arriba a abajo, no en un sentido lujurioso, sino de admiración.
—¿Si, pequeña?— mi estómago vibró ante su forma de llamarme.
—Gracias— dije con una sonrisa sincera.
Tomé la cadena que en algún punto de todo había sido soltada, estaba tirada en el suelo. Ajusté la punta que iba en mi collar y la otra se la extendí a él.
Vi como soltaba lo que reposaba en sus manos y daba dos largas zancadas hasta alcanzar mi posición, tomó la cadena entre sus dedos y tiró de mí, haciéndome posar las manos en su firme pecho en un acto reflejo.
Un cruce de miradas fue la advertencia del explosivo beso que siguió nuestras acciones, explosión de emociones. Era agradecimiento puesto en las caricias de nuestros labios.
Para cuando se alejó de mi, girándose para seguir ordenando lo que sea que ordenara, yo apenas y podía respirar. Mi mente estaba colapsada en emociones.
—Vamos, Eridan.
Levanté mi vista para verlo con las manos en los bolsillos y el gesto serio ¿uh?
Levanté la cadena una vez mas hacia él y extendió la mano para tomar la punta y tirar de ella. Caminé detrás suyo con las piernas aun un poco temblorosas y la mirada gacha.
Caminamos hacia la salida, por el mismo pasillo por el que habíamos pasado. Pronto… murmullos, olor y el calor de las personas agolparon mis sentidos.
—Excelente exhibición, Ares— dijo alguien.
Sentía una mirada sobre mi ¿o muchas?, no sé, agache más la cabeza y sentía que cada vez me cubría más en la espalda de mi Señor. Él no dijo nada, mientras caminábamos.
Sentía las miradas ir y venir, elogios para él, burlas y otros ¿elogios? para mí.
—No estás haciendo bien esto, Ares— alguien dijo lo suficientemente bajo para que no todos escucharan, yo iba demasiado pegada a mi Señor como para no oírlo pero ¿a qué se refería?
Fruncí el ceño en mi posición.
—¿De qué hablas Garrett?— preguntó mi Señor.
¿Garrett? ¿el mismo de la llamada de la otra vez?
—No debiste exhibirla de esa manera, no donde hay tantos buitres, dos meses no son nada— dijo este.
Sentí tensarse la espalda de mi Señor y mi ceño se frunció aún más.
—Ese es mi problema— rebatió mi Señor —¿y tú no querías ver un poco también— pude sentir la ironía en su voz.
—No importa lo que yo quiera, reflexiona. Tenemos que hablar, no estoy hablando del tipo de reuniones que crees quiero hacer todo el tiempo. Estoy hablando de una conversación seria.
A estas alturas estaba completamente intrigada con la conversación, si es que así puede llamarse lo que estaba teniendo mi Señor y ese hombre mientras seguíamos caminando, supongo yo que a la salida.
Una carcajada brotó desde lo profundo del pecho de mi Señor, era burla teñida de desprecio.
—Garrett, por favor. Ocúpate de tus asuntos— dijo este y vi como terminaba dejándolo a un lado.
En medio de miradas bajamos las escaleras y buscamos la salida del club.
…
Ese fue mi recibimiento… y qué grande había sido. Aún sentía las sensaciones, el hormigueo recorrer mi cuerpo, mi auto como de costumbre había quedado atrás. De manera sutil le sugerí venir conduciendo en mi auto mientras él iba en el suyo pero no hubo aprobación.
El silencio que se mantenía durante el viaje era agradable. Me sentía plena y completa, una paz que hace bastante no me embargaba de tal manera.
Cerré mis ojos en el trayecto dejándome invadir por las suaves melodías que sonaban a través del estéreo.
—Eridan— su voz me sacó de pensamientos, abrí mis ojos para darme cuenta que en algún punto me había quedado dormida —Llegamos a casa.
Una gran sonrisa se extendió por mi rostro y baje del auto mientras veía como él hacía lo mismo.
…
Abrí los ojos, igual que todos los días, para esta vez sí encontrarme en mi habitación, extendí mis brazos y piernas entumecidos, sintiendo la suavidad de las sábanas contra mi piel desnuda. Afuera, el cielo estaba encapotado.
Me levanté y anudé una bata de tela oscura a mi cuerpo, sin querer vestirme aún. Entré al lavabo y enjuagué mi rostro y cepillé mis dientes.
Salí de la habitación, yendo por una taza de café que mi cuerpo empezaba a reclamar desde el mismísimo momento en que abrí mis ojos. ¿Qué horas serian?
Entré a la solitaria cocina y el olor a café recién hecho llegó a mis fosas nasales, inhalé profundo sintiendo tan delicioso aroma. Miré hacia los lados buscando señales de quien hubiese puesto el café pero no había nadie.
Me dirigí hacia el ventanal mientras me servía una humeante taza, a juzgar por la oscuridad pese a la nubosidad, no debían ser mucho más de las ocho de la mañana.
Me senté en una banca del mesón y di la primera probada. Delicioso… aunque con un toque dulzón… diferente, pero exquisito.
Otro olor diferente, dulce también pero con un toque natural y viril hizo que mi postura desgarbada pasara a una recta.
—Buenos días, Señor— saludé, asintiendo a su presencia.
—Buenos días— respondió él.
Traía una taza en sus manos, lo que me hizo suponer el café había sido hecho por él.
Miró mi taza y luego dirigió sus ojos hacia mí para, al igual que anoche, torcer sus labios en lo que era una sonrisa deliciosa.
Saliendo un poco de la bruma que él causaba en mi cerebro, algo así como una nebulosa que no me dejaba articular pensamientos claros, empecé a preguntarme ¿qué hacia en casa?
Vi como servía algo más de café en su taza y la llevaba a sus labios. Parecía abstraído en sus propios pensamientos, mientras los míos se enfocaban por completo en su persona.
Sus ojos, que se veían aun adormilados, de un tono grisáceo, fijaron su intensidad en mí.
Vestía solo un jean y una sudadera deportiva, tan jovial e informal que no parecía que tuviera intenciones de ir a trabajar.Iba descalzo, cosa de la que no me hubiese percatado si el no estuviese caminando ahora, rodeando el mesón, dirigiéndose hacia mi posición.
Como de costumbre, un nudo se instaló en mi garganta, obligándome a tragar con dificultad.
Bajé la mirada, porque su forma de mirarme era demasiado intensa, sentía quemarme si intentaba sostenerle la mirada un minuto más.
De manera inconsciente una mano viajo a mi garganta, tratando de aplacar la alocada forma en que la sangre corría por mis venas y suavizar el nudo que me impedía respirar con calma.
La tensión en la sala se hizo espesa, todo cambió… él ya no era el ser adormilado que bajó hace unos minutos y me dio sus buenos días, o tal vez lo era… en efecto lo era, era todo eso, solo que ahora estaba completamente despierto, dando paso para ser completamente mi dueño y Señor. Y esto que sentía, era solo producto de saber, que mi alma, era suya.
Con deliberada lentitud que a mí se me tornó cruel, sus manos desataron el insignificante nudo de mi bata… sentí ahogarme. Sus manos eran pálidas, frías y suaves. Fue cruel sentir la necesidad de querer tomarlas, sentir su suavidad, probar su textura y saber que no podía, ¿algún día podría?
—No tener Annette rondando por aquí tiene sus ventajas— exhaló su aliento contra mí.
No fui capaz de alzar la mirada y mirarlo a los ojos. Uno porque no quería ver lo que había en ellos, dos, porque sus manos y la manera en que sus palmas estaban tocando mi abdomen me tenían atrapada.
Se sintió como si su tacto doliera, nunca había sentido un choque eléctrico pero esto era algo que tal vez pudiera comparar. Mi piel… ahí donde el tocaba, ardía como si tuviera brasas calientes puestas directamente.
Sus palmas se abrieron y tocaron hasta descender y abrir mis piernas. Cerré mis ojos y contradiciendo todas nuestras actividades anteriores, me sentí avergonzada.
No hubo necesidad de palabras, mi cuerpo respondía al suyo.
Mis manos picaban a mis costados por tocar su cabello, su aliento chocaba con mi rostro, mas, no lo miraba, aun no me atrevía.
—Hoy vamos a dar un paseo— susurró —Tengo algunos planes para nosotros— siguió —Si te preguntas, no… no iré a trabajar, al menos hoy— algo se removió en mi interior, una sensación de felicidad —. Quiero que disfrutes el día al máximo.
Su palma se convirtió en su dedo índice, que viajaba por los contornos de mi piel desnuda, que a su paso iba erizándose, subió… lentamente hasta llevarla a mi mejilla, a mis labios.
—He memorizado cada gesto que haces, cada súplica, gemido y quejido, cada curva y ramificación de tu cuerpo— hablaba mientras seguía paseando su dedo —. Quiero hacerlo de otra manera, pero no puedo evitar hacerlo sin estar viendo en tus ojos esa chispa que causa el deseo y la reprensión de la explosión que te hace enloquecer.
Perdida, así estaba.
—¿Quieres?— preguntó y levantó mi rostro con el mismo dedo que había estado recorriendo mi piel ¿era en serio? ¿su pregunta?, ¿yo quería? —Recuerda que siempre importa lo que tú quieras— dijo acariciando mis labios resecos, sentía el hormigueo por todo mi cuerpo, el deseo y… más.
—Lo que usted desee, Amo, yo también— susurré, palabras sinceras.
Su sonrisa no se hizo esperar y como era costumbre una mano viajo a un bolsillo de su pantalón, mire como de ahí sacaba una… ¿cadena? Parecía una cadena o un cierre de plata o hierro. Con temor, levanté mi mirada hacia él buscando allí las respuestas que necesitaba.
—No haría nada que te pudiera lastimar, eso ya lo sabes. Esto— movió la cadena frente a mi rostro como si de un péndulo se tratara —no te hará daño, por el contrario… disfrutaremos de ello.
Se acercó a mi mejilla y en un movimiento deliberado, hizo eso que tanto me gusta, que he aprendido a él le agrada y que extrañaba: raspó su barba contra mi mejilla repetidas veces, una fricción que dolía y a la vez era como mariposas acariciando mi piel, lo adoraba.
—Ahora ábrete para mí— pidió pegado a mí.
Se alejó unos centímetros dejándome verle. Determinación, así podría definirse su mirada.
Ésta vez no bajé la mirada, clavé mis ojos en los suyos, estudiando sus reacciones, mientras me abría de piernas para él.
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