Capítulo Cuatro.
—Empieza a comer, pequeña— dijo con sutileza, con mis dientes tome un trozo de fruta y lo mastiqué —¿Tienes hambre?— preguntó, asentí porque en realidad tenía hambre.
Dos tipos de hambre distintas e igualmente poderosas.
—Come, no dejes de hacerlo— demandó mientras se empujaba muy, muy dentro de mí... mordí con fuerza el trozo de fruta en mi boca.
Tomé otro trozo de fruta con mis dientes, en medio de temblores y sensaciones... Él gruñía en cada embiste de sus caderas contra las mías.
—Tu coño encaja tan perfectamente bien a mi polla— habló, ¿por qué mejor no se callaba? —Come, Eridan, no dejes de comer— no noté en qué momento deje de hacerlo.
Cuando ralentizó sus embestidas seguí comiendo. Un trozo tras otro con extremo cuidado para no ahogarme.
Sentía que estaba empujando la mesa con sus embistes, todo se movía incluso los vasos y tazas, ¿un terremoto? ¡No! Era su modo salvaje de follar.
—Quiero que sepas— su voz sonaba tan bien, que no daba a entender lo rudo que se estaba enterrando en mí, el roce estaba enloqueciéndome —que lo que pasó anoche, no se va a volver a repetir— ¿ah? No sabía a qué se refería.
—Señor…— dije todo tan rápido que no supe si lo entendió.
—Me refiero a dormir en la misma habitación— gruñó, ¡Dios santo! ¿Hasta dónde podía llegar? Quise llorar en medio de la comida —, cuando le di las atenciones necesarias a tu cuerpo y te lleve a la cama, no medí mi cansancio— no esperaba que él se disculpara, pero no podía negar que me tranquilizaba enormemente.
Solo asentí aunque él no pidiera mi entendimiento, aunque tampoco sé si entendió mi asentimiento pues sus embestidas me hacían mover con vehemencia.
—Come— demandó golpeando mis nalgas, sus manos se posaron en mi cintura y embistió con verdaderas ganas, al punto del dolor.
Me iba a enloquecer. La forma en que mis paredes internas se expandían y adherían a él sin ningún punto de tregua estaba causándome un dolor lacerante y un placer inaudito.
—No quiero que queden migas, lame el plato— indicó.
Sus dedos se presionaban en mí, su polla me ahogaba.
Lamí cada recoveco de mi plato de frutas.
A estas alturas había perdido noción de tiempo, espacio y lugar ¿Cómo había aguantado tanto? Ni yo misma lo sabía.
—Eso es, has acabo de comer... te mereces un premio ¿a que sí?
Su voz era una distorsión de lo que solía ser su aterciopelado tono, para cuando terminó de decir esas palabras, sus manos me habían soltado para ir, una a jugar con mi hinchado clítoris y la otra con la abertura de mi trasero, ¡Por Jesús!
—Lame el jugo— demandó mientras seguía enloqueciéndome, él definitivamente iba a acabar conmigo.
El placer se convirtió en una vorágine de la que no había escapatoria.
Me fundí, mis ojos rodaron, el ácido del jugo de naranja en mi boca y mis paredes internas apretando su duro miembro fue el final. Apreté mis ojos y sentí mi garganta desgarrarse. Una oleada de calor intenso se apoderó de mí y solo podía gritar internamente por aire.
El líquido caliente corría en mi interior, hasta que, muy lentamente él salió de mí.
—Aún no has terminado de comer— escuche que decía.
No podía moverme y apenas mis sentidos tenían vida, pero si él estaba tratando de ocultar el tono afectado de su voz, definitivamente no lo había conseguido.
Mi cabeza estaba apoyada sobre la mesa, y mi pecho iba a una velocidad enfermiza.
—Date la vuelta y arrodíllate sobre el césped— su petición me saco de mi estupor orgásmico, no podía, mis piernas no respondían. Él lo entendió, o eso creo, porque me giró y me ayudo a no caer de bruces en el suelo; su pene semi erguido quedó a la altura de mi rostro.
Sabía lo que quería pero esperaría a que él me lo dijera.
—Vamos, pequeña puta. Termina de comer, límpiame— el trasfondo sucio de sus palabras me hicieron acercar la boca con mayor celeridad y meterlo hasta donde mi garganta toleró, limpié y lamí mis restos y los suyos.
Mis labios besaron lo con deleite cuando sus gemidos indicaban que estaba disfrutando; pero fue él quien indicó que era suficiente y se salió de mi boca, guardando su miembro dentro de su pantalón.
Con una sonrisa satisfecha me ayudó a ponerme de pie.
Desató mis manos, acarició mis muñecas y arreglo mi falda para luego rozar los hinchados labios de mi boca.
—Ve arriba y aséate, mientras yo tomare el desayuno. Hoy iremos en mi auto— acarició mi mejilla, no podía explicar lo feliz que me sentía en este momento y a la vez abrumada, tanto que me giré y casi corrí al interior de la casa.
Si soy sincera no pensé en el por qué corrí, solo lo hice; respiré aire puro y dejé de pensar.
Solo sé que fue un encuentro furtivo producto del deseo irrefrenable a las siete de la mañana. Que él había querido tomarme y yo no podía ni quería negarme; admito que inclusive me acosté en mi cama, miré al techo y suspiré unas cuantas veces con la mente totalmente en blanco.
O al menos eso quise creer.
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