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038


Aubrey


—¿Pasa algo? —habla cerrando la puerta detrás de sí.

Sus ojos empiezan a inspeccionar mi cara con una expresión consternada mucho antes de yo responder con un meneo de cabeza y una sonrisa que aparenta ser normal.

—¿Qué haces vestido así? —pregunto señalando sus pantalones y su torso desnudo manchado de motas rojas.

En su rostro vuelve a aparecer el semblante divertido de antes.

—Salí un momento a hacer un recado.

—¿Sin camiseta? —respondo levantando una ceja.

—Hacía calor. ¿Por qué?¿Celosa de que alguien más me haya visto? —murmura con una sonrisa sugerente.

Sus pasos son firmes al acercarse a mi, consiguiendo acorralarme contra la pared.

—Honestamente no me importa, mientras no te pongan las manos encima. —digo sin un ápice de pudor o titubeo al mostrar mis celos.

La imagen de él con Rebeca en aquella fiesta sigue haciendo arder mis entrañas, pero trato de mantener la compostura centrándome en su torso vendado por las heridas.

Por el cómo se aprietan mis muslos ante la imagen no sé si eso es buena idea.

—Cortaré sus brazos antes de que puedan siquiera pensarlo. —responde con una determinación resaltando el azul verdoso de sus ojos.

—Tampoco tienes que ser tan extremo, ¿Sabes? —él mueve su mano como una manera de restarle importancia junto a un resoplido.

Mis ojos se estrechan en una parte de su pecho izquierdo, donde parece tener algún dibujo nuevo.

—¿Eso es un nuevo tatuaje? —murmuro acercando mis dedos a la zona sin percatarme de ello.

Eros asiente con la cabeza, poniendo su mano sobre mi espalda baja y atrayéndome a él.

Arrugo el ceño al notar una superficie rugosa sobre el dibujo, y como si me hubiera estado leyendo la mente, agacha su mirada a aquel lugar antes de hablar.

—Es una escarificación, me la hice hace un tiempo.

Lo que más me sorprende no es su respuesta ni su vanidad al hablar, como si estuviera hablando sobre el mayor de los premios, sino el dibujo en sí.

Es el oso de peluche roto que tanto he dibujado en mis cuadernos y diarios y el que tanto se ha aparecido en mis sueños.

—Sé lo jodidamente importante que es para ti... —añade acariciando mi labio inferior con su dedo. —Así que quise imprimirlo en mi piel. —coge mi mano y obliga a mis dedos a tocar unas letras bajo el dibujo. —Esto de aquí es tu nombre en runas.

—¿Runas...? —es todo lo que consigo soltar con una voz temblorosa.

Él asiente despacio. Su cara pronto cambia a una más seria, estrechando sus ojos en los míos.

—¿Qué pasa? Te ves hasta más pálida. ¿Qué te duele? —pregunta palpando las heridas tapadas de mi torso con extremo cuidado.

—Nada. Yo... ¿En serio te has hecho eso por mi? —musito aún ensimismada por mi asombro.

—¿Por quién más lo haría? Pienso en ti incluso cuando no estoy consciente. Me interpuse entre varias balas y tu. —dice con una cara confusa y un tono de obviedad.

Los vagos recuerdos de mi infancia se desvanecen totalmente de mi cabeza, dejando solo sus palabras llenas de honestidad y obviedad y calentando mi pecho de alguna forma.

—Creo que tus lentillas te están dañando la capacidad de ver lo obvio, no deberías usarlas más. —añade después, convirtiendo sus labios en una sonrisa socarrona.

Muerdo el interior de mi mejilla intentando ignorar el ardor de mis párpados.

—No sé qué decir. Es lo más bonito y perturbador que han hecho nunca por mi. —las palabras salen en un hilo de voz pasando por encima del nudo de mi garganta.

Eros sonríe escasamente antes de poner su mano en mi cuello y acercar su rostro al mío.

—Puedes decir mi nombre. —susurra sobre mis labios en una voz áspera.

Un segundo después su boca empieza a moverse sobre la mía sin dejarme tregua para respirar cuando su mano se aferra aún más a mi cuello.

Su mano deja de cortarme la respiración para empezar a bajar mi bata y mis bragas. Sus labios se desplazan a mi clavícula y sus manos pellizcan mis pezones mientras yo intento desabotonar sus pantalones, terminando por romperlos cuando mi paciencia llega a su límite.

Ahogo un chillido cuando sus dedos aprietan mis pezones hasta ponerlos más rojos de lo que ya son y continuo bajando sus pantalones. Sus manos abandonan mi cuerpo un milisegundo para lanzarlos por algún lado.

Ver su miembro erguido hace que mi vientre bajo empiece a temblar al ver su cicatriz y las venas apenas palpables por la oscuridad de la habitación en su falo. Después pone sus manos en mis caderas y gira mi cuerpo, estampándolo contra la puerta.

Mis pezones duros se encuentran con el frío y un escalofrío placentero llega a la planta de mis pies cuando recorre mi espina dorsal con su lengua, deteniéndose en la línea que separa mis nalgas. Mi cara se calienta cuando las divide y pone su piercing sobre mi agujero fruncido, pasando después a barrer mi humedad y poner mi clítoris entre sus dientes.

Empiezo a moverme sobre su cara sin importarme que alguien pase del otro lado y escuche mis gemidos. El cúmulo de mi vientre no llega a deshacerse al dejar de tener su lengua en mi entrada.

Antes de poder quejarme deja su dedo pulgar sobre mi lengua y acomoda mi espalda cuando yo misma no consigo hacerlo, teniendo una buena vista de mi vagina antes de introducir su glande sin ningún cuidado. Mis actividades sexuales con Trent se basaban en el misionero, así que realmente no tengo experiencia en nada más.

Todos los gemidos se quedan en su dedo pulgar. Empiezo a succionarlo sin ser consciente de ello, siendo sus rudas estocadas todo en lo que puedo centrarme sin perder la noción de donde estamos o de cómo mi cuerpo rebota contra la puerta por cómo consigue nublar mi mente de placer.

Luego suelto un jadeo cuando lo aleja y lo lleva a mi agujero fruncido tras pasarlo por mis pliegues húmedos, empapándolo de mis flujos. Mi cuerpo se tensa por un momento y él acerca sus labios a mi oreja.

—Sé buena chica. Te gustará.

Su voz es lo único que me falta para que mi cuerpo se sacuda con un orgasmo que continúa cuando introduce su dedo con solo una pizca de gentileza.

—Eros... —consigo formular a duras penas con una voz rasposa por los previos gritos que no pude retener.

Él me mira con una sonrisa ladina asomando por sus comisuras y con su otra mano coge un puñado de mi cabello, haciendo que eche la cabeza hacia atrás y que el dolor que deja en mi cuero cabelludo esté a punto de causarme otro orgasmo.

Después estampa nuestros labios en un beso desenfrenado, moviendo su dedo y sus caderas cada vez con más ímpetu mientras su lengua explora mis encías.

Su boca se aleja justo cuando otro orgasmo me hace temblar las piernas, dejando un hilo de baba que comparten nuestros labios. Abro los ojos más de lo normal cuando arroja un escupitajo que va directamente a mi garganta. Por alguna razón eso hace que me apriete alrededor de su falo con la promesa de un nuevo orgasmo, y por la sonrisa socarrona de sus labios sé que lo ha notado.

—Parece que a mí ratoncita le gusta sucio. —murmura antes de lamer el sudor de mi hombro izquierdo.

—Ve más profundo Eros. No me voy a romper. —protesto queriendo mover más mis caderas alrededor de su pelvis.

Su única respuesta es impulsarlas hacia arriba, haciéndose paso hasta lo que divide mi útero entre mis paredes apretadas. Su dedo pulgar abandona mi trasero, sustituyéndolos por su dedo índice y medio.

Sujeto el pomo de la puerta dejando que un par de lágrimas se deslicen por mis mejillas al sentir un dolor agudo y el cúmulo de placer sobrepasar mis límites.

—Más... —murmuro cerrando los ojos con fuerza.

Mis dedos se aferran al manillar a la vez que dejo escapar un grito cuando sus embestidas se hacen más intensas y constantes.

Poco después algo caliente y espeso se desliza por mis piernas a la vez que siento su miembro palpitar en mi interior.

Arrugo el ceño al sentir que el pomo se despega de la puerta para luego acabar en el suelo, dejando un sonido sordo que sobrepasa nuestras respiraciones pesadas.

—Oh. Mierda. —musito con mis mejillas tiñéndose de rojo.


—¿No me vas a decir cómo conseguiste eso? —pregunto con una escasa sonrisa señalando su torso todavía manchado mientras él termina de ponerse los pantalones.

Mi cuerpo se siente en una nube de total relajación a pesar de no poder caminar del todo bien y que me tiemblen las piernas.

—Ya te lo he dicho antes. Haciendo recados. —responde con simpleza.

—Haciendo recados o a alguien más bien. —repongo cruzándome de brazos.

Pensar en el chico de la fiesta de anoche envía una punzada desagradable a la boca de mi estómago.

—Supongo que podrías decirlo de esa manera. Si. —habla prestando más atención a acomodar su pelo que a la estupefacción de mi cara. —Tranquila, no he matado a nadie. —desvío mi atención de su sonrisa divertida con un suspiro. —Aún. —añade después para si mismo con la burla de su sonrisa transformándose en una sombría.

No tiene remedio y tú tampoco. Pienso para mis adentros.

—¿Quieres que salgamos un rato?

No sé si lo dice para cambiar de tema, pero respirar aire fresco ahora puede entrar en mis planes perfectamente.

—Que nos escapemos, querrás decir.

—Haces que parezca que estamos en una cárcel.

—Y tu haces que parezca que estamos en una casa. —murmuro señalando sus ropas con un gesto.

—Deja de fingir que no disfrutas las vistas. —habla en un resoplido burlesco.

—Como sea.

Mis ojos se mueven hasta la sonrisa de sus labios y el orgullo que destilan sus ojos al haber descubierto por el calor de mi cara que no está alejado de la realidad.

—Está bien, vamos.

—Espera. —sus mano atrapa mi brazo, evitando que de un paso más. —No así. Vas a pasar frío. —su tono de voz simula perfectamente un padre regañando a su hijo.

Luego abre las puertas de un pequeño gabinete que hay una de las paredes de la sala y saca una sudadera negra y unos vaqueros negros que me sostiene.

—No tengo bragas. —respondo clavando mis dientes en el labio inferior.

Mi vista se clava en el trozo de tela que sobresale del bolsillo de sus pantalones, esperando que haya captado la indirecta sin tener que expresarme más.

—Y yo no tengo botones. Supongo que estamos en paz. —dice moviendo sus hombros en una actitud desdeñosa y una sonrisa divertida.

Aprieto los labios y me doy la vuelta para quitarme la bata, haciendo caso omiso a su carcajada.

Al ponerme los pantalones tengo que apoyarme en la camilla para mantener el equilibrio. Los ojos de Eros se incrustan en mi culo en todo momento sin tener un ápice de disimulo.

—Si no sales por esa puerta en cinco segundos voy a follarte. —murmura con una voz áspera a mis espaldas.

Mis dedos se ponen rígidos y la torpeza no me deja subir la cremallera con la rapidez que gustaría, sabiendo perfectamente que no aguantaría otro asalto más.

—Uno... Tres. Cua... —no me atrevo a encontrarme con el hambre feroz que transmiten el azul ahora oscurecido de sus ojos.

Antes de que pueda terminar corro como puedo hacia la puerta y hago el amago de cerrarla cuando su mano se interpone y su cuerpo se alza sobre el mío.

—Vas a tener que poner mucho más que una jodida puerta entre nosotros la próxima vez que quieras huir. —susurra con el azul de sus ojos oscureciéndose más a cada palabra.

Unos pasos se aproximan a nuestra derecha, y casi quiero agradecer al hombre que aparece con una linterna en las manos al ver la cara frustrada de Eros.

—¿Qué hacéis aquí? Volved a vuestras habitaciones.

—Estábamos en medio de algo. ¿Por qué no mejor te pierdes un rato? —la voz de Eros tiene unos tintes claros de enfado que el hombre no duda en captar por su cara incrédula al acercarse.

Después sus ojos se estrechan en el rostro de Eros y suelta un resoplido.

—Easton. Otra vez tu dando problemas. —murmura moviendo una ceja. Tengo que cubrir mi cara con el antebrazo cuando la luz de la linterna da directamente a nuestras caras. —Será mejor que volváis a vuestro sitio si no queréis que se lo diga a Al... —el cuerpo del hombre empieza a sufrir unos espasmos cuando Eros acerca su mano, cayendo después al suelo en un golpe sordo.

—¿Qué le has hecho? —musito viendo el cuerpo inconsciente con ojos agrandados.

La única respuesta que recibo es su mano alzándose con una pistola eléctrica y su sonrisa.

—Me la ha dejado mi tía Grace. ¿Te gusta? —sacudo la cabeza reprimiendo la sonrisa de mis labios.

—Estás loco.

—¿Y por ti? Más todavía. —murmura con un brillo intenso realzando el azul de sus ojos sobre el verde. —Vámonos antes de que se despierte. Esta mierda no dura mucho. —añade entrelazando nuestros dedos y arrastrándome al otro lado del pasillo.

Las pocas luces que hay encendidas y el frío de la noche que se cuela por las ventanas abiertas hacen que el lugar se vea tétrico.

Ver el rastro de cuerpos inconscientes que deja Eros con su pistola eléctrica cuando nos encontramos a algún enfermero o doctor por los pasillos no hace que se sienta menos siniestro de noche, pero aquello no evita que suelte una carcajada cuando nos sentamos en uno de los bancos del jardín trasero.

—¿Qué?¿Qué tengo? —pregunta a mi lado bajando la vista a su torso vendado.

Inevitablemente mi carcajada sale con más fuerza al ver la preocupación en sus ojos.

—¿Tengo un moco? —continúa mirándome ahora con ojos alarmados.

Niego con la cabeza sujetándome el estómago como una manera de aminorar el dolor por lo constante de mis risas y él toca su nariz con disimulo.

—Estoy enamorada de ti, Eros. —logro formular sin vacilación.

El humor es lo único que me ayuda a dar un poco de sentido al nudo de emociones y dudas que carcomen mis neuronas.

—¿Por eso te ríes tanto? —musita arrugando el ceño.

—Se siente jodidamente extraño, pero me gusta. —reconozco dejando que la honestidad me impulse a revelar eso que tanto he evitado.

El silencio de después se apodera de nuestras futuras respuestas, convirtiendo el aire que compartimos en uno cálido por la cercanía de nuestros cuerpos a pesar de las bajas temperaturas.

Nuestros ojos se sumen en una especie de trance que se rompe al yo inclinar mi cabeza y unir nuestros labios en un beso lento que poco después se convierte en uno feroz cuando me siento a horcajadas sobre su regazo.

Sus manos se meten por dentro de mi sudadera, buscando mis pezones y haciéndome jadear. Empiezo a frotarme contra el prominente bulto que guardan sus pantalones mientras reparto besos húmedos por su mandíbula hasta llegar a su cuello escuchando los sonidos guturales de su garganta de fondo.

Al llegar al borde de los vendajes de su torso me levanto mirándolo con el mismo deseo abrumador que veo en sus ojos. La sangre en mis venas arde y mi entrepierna palpita transmitiendo un dolor agudo que solo consigue aumentar mi humedad.

Antes de poder sopesar si continuar es buena idea para mi capacidad de poder caminar después Eros me acerca a él y baja mis pantalones con rapidez y precisión. Mis dedos no se quedan atrás y liberan su miembro erguido y estimulado sin deshacerme de sus ropas.

Luego vuelvo a subirme sobre el, enterrando su glande en mi entrada. Él impulsa sus caderas hacia arriba entrando del todo de una sola estocada que me hace chillar. Los dos nos fundimos en un bucle de placer acallando nuestros gemidos en la boca del otro, yendo cada vez más rápido. Mis uñas se clavan en su espalda formando pequeños hilos de sangre mientras él se encarga de dejar heridas en mis labios y marcar mis caderas con la sombra de sus manos.

Cuando una corriente eléctrica nubla el resto de mis sentidos muerdo su hombro reprimiendo un grito. Él no tarda en expulsar el líquido blanquecino en mis adentros cuando saboreo su sangre, y el sabor a hierro hace que vuelva a ordeñar su falo con unos nuevos espasmos que me da otro orgasmo.

Pongo mis manos en sus hombros para tener un apoyo con el que poder levantarme sin caer al suelo por mis piernas temblorosas y me subo los pantalones, dejándome caer a su lado sintiendo los restos de su semen caer sobre mis muslos internos.

No pasa mucho tiempo para que acabe acurrucada en sus brazos y con sus labios rozando mi frente.

—¿No crees que es raro que nunca lo hayamos hecho en una cama normal? —murmuro sintiendo mis párpados más pesados.

—No. Lo prefiero así.

—¿Por qué? —pregunto mirándolo con ojos curiosos.

—No me gusta la idea de hacerlo en una cama cuando en mi pasado he tenido experiencias con otros en ese mismo sitio. —responde masajeando mi cuero cabelludo. Sus pestañas se ven más largas y gruesas cuando baja su vista a mi rostro. —Quiero que cuando lo hagamos sea especial. En sitios donde no lo haya hecho antes con nadie más.

—¿Con que con otros, eh? —pregunto en un tono divertido ignorando los aleteos en mi pecho y los hormigueos de mi estómago.

Eros asiente con la cabeza. Sus labios quedan en una delgada línea pero no deja que su semblante se vea como uno menos relajado.

—He tenido varias parejas sexuales antes. Muchas... Pero con ninguna he sentido lo que siento contigo. Me gusta hacer el amor contigo. Es una de mis cosas favoritas, aparte de tus ojos. —su tono de voz es bajo, dándole más potencia a sus palabras que sonrojan hasta el interior de mis mejillas. —Y también me gusta que me muerdas.

—No sé si lo llamaría hacer el amor. Se supone que tiene que ser más... Menos brusco. —murmuro escuchando los latidos desbocados de su pecho al apoyar mi mejilla en su torso.

Eros aleja mi cabeza y me mira como si me hubiera salido un tercer ojo.

—¿Menos brusco? Aubrey. Estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano por no romperte en dos cada vez que lo hacemos. Además, no eres quien para decirme lo que siento, si digo que te hago el amor, lo hago y punto. —su repentino cabreo al decir lo último me desconcierta.

—Está bien. Yo solo... —su boca me interrumpe al ponerse sobre la mía y empezar a moverse con lentitud.

—Te amo. —murmura continuando moviendo su boca alrededor de la mía.

Mis labios se detienen sintiendo un calor abrasar con las mejillas de mi cara. El beso solo es interrumpido cuando lo alejo poniendo mis manos sobre su pecho.

—Lo digo jodidamente en serio, Aubrey. —murmura bajo mis ojos acusatorios.

El nudo que aprieta mi garganta apenas me deja respirar con normalidad, mucho menos me deja formular las preguntas que siguen rondando por mi cabeza.

—¿Cuál es el problema ahora? Se supone que a la gente le gusta escuchar eso de sus parejas. ¿Por qué luces como si hubieras visto a Lucifer? —musita formando una arruga en su entrecejo.

—Mataste a la hermana de Henrik. —mi lengua se mueve por si sola haciendo un lado el calor que me proporcionan sus manos en mi cintura por debajo de la sudadera.

Su entrecejo se arruga aún más si es posible y sus manos se alejan de mi cuerpo.

—¿Él te dijo eso? —asentí, agachando la vista después para no encontrarme con la furia de sus ojos. —Pues te mintió. Rachel se lanzó por la azotea de la facultad de ciencias. Mira.

Saca el móvil de su bolsillo y lo enciende, yendo al mismo perfil de Instagram que insinuó que estábamos saliendo hace unos días.

Cuando pulsa un vídeo aparece la imagen de la chica a orillas de la azotea y varios estudiantes alrededor gritando cosas y grabando con sus teléfonos móviles. Su rostro estaba empapado por las lágrimas y el maquillaje corrido le quitaba toda la belleza que ya de por si poseía.

Bájate de ahí Rachel, ¡Pero por las escaleras! Grita una chica de cabellera rubia en un tono divertido. Si te vas a lanzar hazlo de una vez, se me está cansando el brazo. Habló uno de los tantos chicos que estaban grabando. A ninguno de los dos parecía estarles importando que una compañera suya estuviera a punto de quitarse la vida, y por las miradas llenas de morbosidad y diversión del resto supongo que tampoco. Princeton es el lugar perfecto para la gente jodidamente adinerada y podrida por dentro.

La chica balbuceo un par de cosas que nadie pudo escuchar por la diferencia de altura. Luego cerró los ojos y dió un paso hacia adelante, cayendo al vacío. Su cuerpo impactó con el suelo al pasar por las cuatro plantas que poseía la facultad.

La gente que había por delante no dejaba que la persona que grabó el vídeo enfocara el cuerpo de Rachel, pero por algunos comentarios relatando la abertura de su cerebro, los sesos, y la sangre que salía de su cráneo con estupefacción y asco me lo puedo imaginar.

De reojo veo la sonrisa ladeada de Eros antes de parar el vídeo.

—¿Lo ves? No la toqué ni un pelo. Pero podrías decir que murió por amor. —habla con un tono jocoso, volviendo a poner sus manos sobre mi cintura.

—¿Se suicidó por ti? —musito en un tono incrédulo. El me da una respuesta afirmativa con un movimiento de cabeza.

—Incluso me escribió una carta romántica. Y respecto a lo del embarazo que se inventó ante todos déjame decirte que es falso, a menos que se haya inseminado de otro. —su cara ahora es mucha más sería y sus brazos se tensan alrededor de mi cuerpo.

Luego acerca sus labios rozando el lóbulo de mi oreja.

—Eres la única con la que no he usado preservativo y con las otras siempre he sido bastante cuidadoso a la hora de compartir a mis... Soldados. Así que eso sería más bien imposible. —la risita que se escapa de mis labios al escuchar lo último es imposible de retener.

—Me halaga ser la única en tener tus soldados entonces. —bromeo haciendo hincapié en soldados.

Él solo sonríe y esconde su cara en mi cuello. Intento sumergirme en su fragancia y olvidar que mi conversación con Henrik aquel día no existe, pero hay algo que sigue sin encajarme.

Eros no tiene motivos para mentirme. Es algo que pasó antes de que nos conociéramos y no tendría apenas repercusión en lo que sea que tengamos.

Le he visto hacer cosas mucho peores y sé perfectamente que es capaz de lo peor. Conozco sus peores facetas, al menos eso quiero creer, y esas combinan a la perfección con las que sigue desconociendo de mi.

—Henrik parece bastante seguro de lo que me dijo el otro día. —murmuro alejando mi cabeza de su torso.

—Henrik se puede ir al infierno junto a su jodida hermana. Los dos son un par de inútiles. —refuta con una voz áspera.

Después se levanta del banco haciéndome a un lado.

—De todas formas ten por seguro que si el feto hubiera existido y hubiera sido mío se lo hubiera arrancado del vientre con mis propias manos y lo hubiera tirado a la basura, así que no hay ni habrá nada que se interponga entre nosotros, Aubrey. —sus palabras en vez de calmar lo que sea que él crea que me perturba hace que se me congele la sangre, dando por concluído que detesta la idea de tener hijos.

Para él sería una especie de amenaza que tentaría contra nosotros, y viendo cómo acabó Thobias doy por seguro que no se toma las amenazas a la ligera. Mucho menos cuando se trata de mi o de nosotros.

—¿Quieres que volvamos a la habitación? —pregunto ignorando los movimientos bruscos de mi estómago con una sonrisa tensa.

—No. Quiero que confíes en mi de una vez por todas. —responde antes de entrelazar nuestros dedos y arrastrarme al interior del hospital.







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