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018


Eros

Las escamas negras de Kira rozan mi piel arrastrándose por mi cuello y torso desnudo mientras el lienzo frente a mi se tiñe más y más de rojo, definiendo las líneas que completan la cabeza del oso.

Una vez considero listo el cuadro me alejo fijándome en el cuerpo, no es igual que el que Aubrey dibujó en su diario pero se asemeja mucho. Ladeando la cabeza pienso en qué detalles añadir para hacerlo más semejante al suyo. Hasta que unos golpes al otro lado de la puerta hace que deje el pincel en el caballete y limpie mis manos con una toalla húmeda, deshaciéndome de la sangre.

Antes de poder darme la vuelta la puerta se abre dejando ver el rostro de Nik adornado por una mueca asqueada.

—Joder. Tu habitación apesta. —habla tapando su nariz, yendo a la ventana para después abrirlas de par en par.

Seguramente se refiere al fuerte olor a hierro que hay. Mi nariz acostumbrada no percibe la intensidad del olor de la misma forma que los demás.

No como si me importara de todas formas, para eso estoy en mi habitación.

—¿Qué quieres? —pregunto más tosco de lo que acostumbro a hacer, pagando con ellos mi segundo cabreo del día.

El primero fue cuando vi al idiota de Henrik acompañarla a todas partes como si fuera su perro faldero.

Que esté pensando que fui yo el culpable de haber quemado su coche es una prueba más de la poca confianza que me tiene.

La confianza es esencial para mantener una relación estable y no creo que le vaya a agradar mucho si piensa que voy por ahí quemando sus cosas. Y nadie quiere salir con alguien que no le agrada.

—¿Estás enfadado? —pregunta Nik acercándose con ojos curiosos.

—No. —respondo con sequedad dejándome caer en uno de los sillones.

En todo momento Kira me acompaña enroscándose alrededor de mi cuerpo.

Nik se sienta a mi lado poniendo sus manos sobre mis hombros y apretando suavemente antes de hablar.

—¿Es por lo del hombre del otro día o porque no se te levanta? —su sonrisa socarrona se ensancha al tener mis ojos furiosos en los suyos.

—Quítame las manos de encima. —digo antes de levantarme y caminar al baño, dejando a Kira en el sofá.

Necesito una ducha. Creo que mi olfato no es tan distinto al de los demás como creía.

—Eso no lo dijiste la última vez. —habla Nik detrás moviendo las cejas, rememorando una de las veces en las que estuvimos juntos a la vez que compartíamos a la misma chica en una de las reuniones especiales de Adrik.

—La última vez habían más personas. —aclaro queriendo cerrar la puerta.

Al hacerlo su pie se interpone y me empuja a un lado entrando al baño que era del mismo tamaño o el doble que mi habitación en el apartamento.

—No estoy de humor para tu mierda ahora mismo. Sal.

—Relájate hombre. Tengo lo que me pediste. —habla sonriente sacando un pendrive de los bolsillos de sus vaqueros.

—¿Está Vanya?

—Nope. —responde para después sacar una copia de las llaves de la habitación del susodicho, adelantándose a mi futura pregunta.

Él es el que se dedica a hackear, encontrar información y toda esa mierda, teniendo incluso cámaras de nuestra universidad. Nunca se sabe cuándo nos llegaría a ser útil. Pero todo esto está en el ordenador que guarda bajo llave en su habitación.

Con una sonrisa incipiente sacudo la cabeza empezando a desabrochar mis pantalones.

—Espérame fuera. —murmuro con una voz menos tosca deslizando los vaqueros por mis tobillos.

—No como si quisiera ver esa cosa otra vez de todas formas. —responde fingiendo una mueca asqueada antes de marcharse y cerrar la puerta.

Entrando al plato de ducha abro el grifo dejando que el agua fría congele mi piel en un intento de ignorar el calor abrasador de mis venas. En vez de eso mi cabeza va a sus ojos evocando hasta el número de pestañas que tenía la última noche que estuve durmiendo en su habitación.

Pareces un sintecho, durmiendo en casa ajena siempre. Se burla una voz en mi cabeza haciendo que abra los ojos con molestia. Luego restriego la esponja contra mi piel, dejando marcas rojas que no me son suficientes para olvidar. Necesito algo más.

Al dejar la esponja en su sitio distingo la cuchilla que usaba a veces para este tipo de circunstancias en la ducha, con la única diferencia de que sé que esta vez no funcionará.

Ya ni siquiera hace falta que cierre los ojos para sentir el calor de sus labios sobre los míos o perderme en la inmensidad de sus ojos.

Con un resoplido miro de reojo la cuarta erección que llevo en el día. La necesito jodidamente mal, tanto que roza los límites de la cordura humana. Mi corazón empieza a bombear cada vez con más rapidez y su voz opaca mis pensamientos mientras mis dedos van a la cuchilla.

Tengo la vista nublada cuando sin ser consciente del todo trazo una línea alrededor de mi falo. Lo único que me devuelve a la realidad es el dolor punzante que me hace soltar un jadeo placentero. El dolor se sobrepone a cualquier opresión que sus últimas palabras ocasionaron en mis pulmones, haciendo que sea capaz de volver a respirar. Una línea se convierte en dos, luego tres, hasta que el agua limpia la sangre de mi falo y entre toda la sangre puedo distinguir una A.

Un gemido se escapa de mis labios mientras empiezo a trazar otra línea junto a la A, formando una U entre jadeos y suspiros que pronuncian su nombre casi con desespero.

Olvidando la cantidad de veces que he pasado la cuchilla por mi falo comienzo a sentir unas corrientes eléctricas inundar mi pelvis, hasta que disparo chorros de un líquido blanquecino a la mampara y al plato de la ducha.

—Joder. —hablo entre jadeos echando la cabeza hacia atrás, todavía perdido en el placer del orgasmo.

Después mi vista comienza a estabilizarse un poco más, viendo la sangre que tiñe mis manos y mi falo.

No puedo apartar la vista de las líneas ahora no tan fáciles de percibir que trazan su nombre. La forma en la que esta mierda ha conseguido que me corra como nunca antes me dice que no será la última vez que lo haga. Al menos no hasta tener una de las partes más preciadas de mi cuerpo marcadas por ella, pero eso es lo de menos teniendo en cuenta la marca permanente que comienzo a tener en una parte de mi cabeza.

Definitivamente enamorarse es una jodida mierda que no le desearía ni a mi peor enemigo.

Abro el ordenador y tecleo la contraseña aguantando la necesidad de removerme en el sofá por la incomodidad de los vendajes de mi pene mientras Nik a mi lado ve todo con hastío. Después conecto el pendrive al puerto USB y espero chocando mis dedos inquietamente con el teclado a que salga la carpeta guardada en el pendrive.

Entrando a la carpeta hago clic en el primer vídeo que sale. El coche de Aubrey y unos estudiantes que caminan alrededor protagonizan toda la pantalla durante unos largos cinco minutos hasta que el parking se queda solo. Luego de unos cuantos minutos más alguien se acerca con una túnica y una capucha cubriendo su rostro.

Mis ojos viajan a la bolsa que trae consigo, de allí saca lo que parece ser un envase de gasolina que comienza a rociar para después acercar un mechero y dar tienda suelta al fuego que arrasó con todo a su paso.

Mis dientes se aprietan tanto entre si que temo que en cualquier momento se me vaya a romper un diente, pero eso no evita que repita el vídeo hasta memorizar cada detalle de lo que sucede.

—Es hombre muerto. —murmuro con una voz áspera cuando el vídeo vuelve a llegar a su fin.

Nik a mi lado suelta un bostezo y cierra los ojos dejando caer su cabeza en mi hombro. Estoy tan distraído buscando las razones por las que alguien la estaría provocando de esta manera y por el nudo sofocante de mi estómago que no lo aparto como me hubiera gustado.

He leído su diario más veces de las que recuerdo. Memorizando casi hasta la forma en la que escribe cuando está triste o feliz, y en ninguna de las páginas menciona tener un enemigo o alguien que quisiera hacerle daño ahora. Todos están muertos o muy lejos de ella como para poder siquiera respirar el mismo aire.

Sea quién sea parece tener una deuda pendiente con ella, pero no es alguien de mucho poder o con mucha experiencia en esto de atacar a los demás, si así fuera no iría quemando autos como si fuera alguna especie de manifestante. Sicario, descartado.

—Envíame el vídeo a mi correo. —le digo a Nik mientras desbloqueo mi móvil buscando la aplicación en la que tengo las cámaras con vistas a todos los rincones de su casa.

El nudo de mi estómago parece desaparecer cuando la encuentro sentada en el taburete de la encimera con otro jodido cuenco de cereales y unos apuntes al lado.

Luego empieza a mordisquear un bolígrafo que no he visto hasta ahora, haciendo que al fijarme en sus labios mi miembro palpite dándome una corriente de dolor por el movimiento.

—¿Quién es? —pregunta Nik mirando de reojo la pantalla.

—Nadie. —respondo bloqueando la pantalla antes de levantarme y caminar hasta la puerta.

Luego la abro y muevo mi cabeza indicando que salga.

—¿Me estás echando? —pregunta poniendo una mano sobre su pecho.

—Amablemente, si.

—¿Y qué hay de lo nuestro? —pregunta pronunciando nuestro más de lo necesario. —Nuestro secreto. Pensé que querías seguir investigando. —continúa al ver mi ceño fruncido en un tono de obviedad.

—Puedo hacerlo solo.

—Puedes pero sería aburrido. —habla con una sonrisa ladina.

—No te daré más semanas gratis en el buffet de la cafetería. —advierto al saber por dónde quiere ir, su sonrisa solo se hace más ancha.

—No hace falta. Me será suficiente con saber qué es eso que ocultas. —cuando está cerca de la puerta levanto mi dedo meñique, las palabras que no salen de mi boca las reflejan mis ojos, él parece pensarlo un poco antes de engancharlo con el mío. —Lo pinkie prometo. Tu secreto es mi secreto.

—Bien. Ahora vete.

Con un resoplido termino de cerrar la puerta con mi pie.

El cuadro que hay sobre el caballete en mitad de mi habitación parece tener un imán que me atrae hacia él, como si fuera la solución a todos mis problemas con ella.

Nunca he tenido problemas a la hora de relacionarme con mujeres de forma romántica, pero con Aubrey es diferente. Tal vez el no haber tenido una relación seria antes me esté empezando a pasar factura, pero no hay nada que Internet no tenga.

Aubrey

—¿Qué eso de lo que me querías hablar? —pregunta Trent a mi lado acomodándose bajo las sábanas, quedando su espalda apoyada en el espaldar.

Así no es como debí haber hablado con él.

Mi labio empieza a tener un ligero temblor y mi cuerpo se prepara para soltar todo lo que he estado aguantando.

—Yo. Creo que deberíamos darnos un tiempo. —murmuro con palabras atropelladas evitando su mirada confusa para después deslizar mis bragas por debajo de las sábanas.

Eso es parecido a dejarlo con alguien, tal vez después reúna la valentía para terminarlo del todo.

Eso no hace que la culpa desaparezca, y el haber tenido presente sus ojos mientras tenía el cuerpo de Trent sobre y dentro del mío solo hace que quiera encerrarme en una cueva alejado de todos y no volver nunca más.

—¿Cómo? —escupe con sus rasgos distorsionándose a unos más coléricos.

Mis dedos se aferran a las sábanas ahora desordenadas de la cama bajo su furiosa mirada. Mi cabeza va tan rápido en intentar responder algo que empieza a dolerme un poco.

De un momento a otro tengo sus manos sobre mi cuello cortándome la respiración sin medir su fuerza.

—Tu a mi no me dejas, ¿¡Me oyes!? —su grito al final hace que un pitido me atraviese los oídos mientras lucho por liberarme de su agarre.

Comienzo a patalear y arañar sus brazos sintiéndome a punto de perder la conciencia. De mi garganta solo salen sonidos estrangulados que a él parecen darle más rabia por cómo afianza sus dedos alrededor de mi garganta.

—¿¡Me oyes!? —vuelve a gritar sacudiendo mi cabeza. Algunas lágrimas que tenía a punto de caer ruedan por mis mejillas por la brutalidad del movimiento.

Mis labios entreabiertos siguen luchando por llevar algo de oxígeno a mis pulmones, y justo cuando empiezo a ver unos puntos negros él se aleja con una maldición para después coger una llamada de su móvil de la que no me había percatado antes.

—Vístete y lárgate. —consigo escuchar con una voz lejana mientras toso sujetándome la garganta.

Un quejido adolorido se me escapa al poner mis manos en esa zona. Duele como la mierda.

Creo que eso es lo único que me conecta a la realidad antes de vestirme lo más rápido que mis dedos temblorosos me permiten y salir corriendo de esa habitación, agradeciendo a quien sea que estuviera del otro lado de la llamada. Pensar en lo que hubiera pasado si no hubiera recibido esa llamada me hace querer vomitar.

De camino a la salida de su apartamento tropiezo varias veces por la vista borrosa que me dan las lágrimas, ni siquiera hago el esfuerzo de limpiarlas cuando estoy en la calle caminando sin un rumbo fijo o cuando una señora se para y me mira con el ceño fruncido.

Es entonces cuando saco un cigarro del bolsillo de mis vaqueros y lo enciendo dejando que el ardor de mis pulmones me haga olvidar.

Una parte de mí piensa que tal vez me lo merezco, tal vez merezco algo mucho peor que esto. No mereces que te quieran. Susurra esa voz en mi cabeza haciendo que más lágrimas manchen mis párpados. Con urgencia saco los auriculares y el móvil de la mochila, la desesperación por sacarme esa voz de mi cabeza no me deja elegir una canción en específico, así que le doy al botón random.

Al ir a cruzar un paso de cebra un coche se aproxima a tanta velocidad que me es imposible actuar antes de que impacte con mi cuerpo. El pitido agudo del claxon al pasar por mi lado me hace jadear y cerrar los ojos por inercia, pero justo en ese instante alguien tira de mi brazo hacia atrás haciendo que me estampe con el cuerpo de alguien más.

—¿En qué mierdas estabas pensando?—reprocha a mis espaldas toscamente antes de que pueda darme la vuelta y encontrarme con el ártico de sus ojos mirarme irritados.

—En morir, tal vez. —respondo con una voz amarga.

Las lágrimas ya se han ido, pero el rastro sigue ahí. Sin embargo, no es eso lo que llama su atención, si no mi cuello.

No pensé en los moratones que muy seguramente tenga hasta ahora, y eso hace que mis mejillas se tiñan de vergüenza al pensar que la gente puede malinterpretar el cómo las conseguí, aunque sería mucho mas vergonzoso que descubrieran la verdadera razón.

—Hay mejores muertes que ser aplastada por un coche. —murmura con una sonrisa ladina, sabiendo su mirada a mis ojos y dejándola ahí por un buen rato.

—Por favor, dime cuáles. No soy muy experta sobre esto de las muertes placenteras. —digo con una seca ironía guardando los auriculares en el bolsillo de mis pantalones.

Eros lleva sus dedos a mi mentón y lo sube bloqueando una vez más nuestras miradas.

La suya es más intensa que nunca, provocando que la piel se me erice. Por alguna extraña razón, de noche el azul de sus ojos es mucho más fuerte.

—Llorar te hace fea, ¿Sabías? —suelta con la comisura de sus labios levantándose en una sonrisa corta.

—Vete a la mierda. —mascullo entre dientes antes de querer esquivarlo y marcharme.

—No. Espera. —murmura irrumpiendo el paso. —Solo bromeaba, en realidad te ves preciosa. —sus labios ahora se mantienen en una delgada línea y sus ojos parecen estar buscando algo dentro de mí.

Tengo los ojos hinchados, el pelo hecho mierda, la cara seca y con rastros de lágrimas y no me fijé en si tenía la etiqueta de la camiseta puesta hacia atrás o hacia delante, pero le creo.

Le creo por la forma en la que parece no poder dejar de mirarme o la forma en la que su pecho sube y baja constantemente por la dificultad al respirar cuando ninguno de los dos estamos haciendo esfuerzos físicos, pero no es suficiente. Estoy cansada de ser vista por lo de fuera, quiero que alguien se fije en mi interior y piense que es igual de bonito. Por más jodido que esté.

Al final del día siempre hay gente que encuentra algo bueno en lo malo. Jodidos suertudos.

—Tu si que sabes halagar a una mujer. —murmuro con una sonrisa ladina, las personas de nuestro alrededor pasan a un segundo plano cuando nuestros cuerpos quedan más cerca el uno del otro.

—Te sorprendería la de cosas que sé hacer. —responde casi en un susurro curvando sus labios en una sonrisa corta.

Luego una camioneta negra se estaciona a nuestro lado. Antes de poder indagar más en ella los dedos de Eros hace que se encojan mis pulmones al tenerlos cerca, pero nunca llega a tocarme y la aleja con sus rasgos endureciéndose.

—Súbete. Te llevaré al apartamento.

—¿Cómo sé que me llevarás a casa y no me secuestrarás? —pregunto moviendo las cejas con una sorna fingida. Sé perfectamente que es capaz de hacer eso y mucho más.

—Mmm, buen punto. —responde con su dedo en el mentón fingiendo pensar en algo. —Pero hoy no estoy de humor para secuestrar. Estás de suerte. —no puedo evitar sonreír un poco por su ironía no tan irónica.

—Eso no suena muy convincente.

—Sube al coche. —repite con exasperación.

Sus ojos no dejan de mirarme con hastío, esperando a que obedezca otra de sus órdenes.

—Me duelen los pies, solo por eso aceptaré que me lleves, pero si haces algo raro saltaré del coche y llamaré a la policía. —aviso antes de esquivarlo y caminar al coche.

Al ir a abrir una de las puertas traseras él aparece por detrás y la abre.

—Tengo manos. —murmuro ignorando el cosquilleo que aparece en la boca de mi estómago por ese gesto.

Sigo sin olvidar las cosas que ha hecho, o que haya quemado mi coche, pero a cada hora que pasa mi cuerpo empieza a tener reacciones cada vez más extrañas ante sus gestos y palabras.

—De nada. —responde él burlesco antes de trotar al otro lado y sentarse.

Por dentro el coche está cubierto de cuero negro, los asientos son más cómodos que todas las camas que he probado en mi vida y en frente hay una especie de mini bar entre los dos asientos delanteros. Donde dos hombres corpulentos que no tienen la más mínima intención de saludarnos o prestarnos más atención de la necesaria están sentados.

Uno de ellos sostiene un fusil como si se tratara de cualquier cosa y no un arma letal.

—¿Tus escoltas? —le pregunto en un bajo murmullo a Eros.

Él asiente escribiendo algo en la pantalla de su móvil que no puedo ver por el protector.

Pego un salto en el sitio cuando siento algo rozar mis dedos, son los suyos acariciando mi mano deteniéndose a sentir cada célula de mi piel como si fuera lo más preciado que hubiera tocado nunca.

Al levantar la cabeza sus ojos están fijos en mi mano, ignorando todo lo que sucediera a su alrededor. Al querer recuperar mi mano él entrelaza la mía con la suya, apretándola con firmeza pero sin que llegue a doler.

Durante el transcurso al apartamento mi cuerpo está todo el rato tenso y pendiente de que de verdad me estuviera llevando a casa. Mi mente no deja de darle vueltas a nuestras manos entrelazadas y mis mejillas empiezan a acalorarse por tener a alguien más presenciando tal acto íntimo. Aunque de íntimo nosotros no tenemos nada.

Se supone que solo compartimos una gran tensión sexual, pero aún así estos días no se ha atrevido a besarme o ir más allá. Haciendo que empiece a pensar que la única que comparte una tensión sexual soy yo y solo me está usando para fastidiar a Trent de alguna manera. Pensar en su nombre hace que la bilis se suba a mi garganta.

—Hemos llegado. —murmura Eros a mi lado soltando mi mano. No me di cuenta de cuando el coche se detuvo.

Muevo la cabeza sintiéndola en otro sitio. Una hora atrás en su apartamento más bien.

—¿Vas a bajar o no? Podría hacer un esfuerzo por secuestrarte y llevarte conmigo si quieres. —bromea Eros a mi lado sosteniendo la puerta. Pestañeo un par de veces antes de salir rechazando su ayuda.

—Gracias, pero no hacía falta. —digo haciendo el amago de sonreír, pero en vez de eso solo me sale una mueca que a él parece divertirle por cómo se curvan sus labios.

Un jadeo se me escapa de los labios cuando empuja mi cuerpo al suyo y rodea mi cintura momentos antes de levantarme en el aire, quedando los dos a la misma altura.

En mi estómago empiezan a explotar miles de bombas al pensar en que me va a besar, pero nunca pasa y en vez de eso se dedica a rozar nuestras narices. Los músculos de sus hombros se tensan bajo mi toque y mi pecho está tan pegado al suyo que creo que puede notar lo rápido que van mis latidos.

—¿Te acuerdas cuando te dije que me gustabas? —pregunta con una voz ronca, clavando sus ojos en los míos a la espera de una respuesta que le doy moviendo la cabeza. —Pues me equivoqué. Estoy jodidamente obsesionado contigo y cada día va a más. Si te beso ahora mismo no voy a querer dejarte ir.

—Entonces no lo hagas. —suelto en una exhalación cogiendo fuerzas de donde no las tengo por seguir resistiendo a algo que sé, ya tengo perdido. Y él hace todo lo contrario.

En un pestañeo tengo sus labios sobre los míos moviéndose con ferocidad, sus dedos en mi nuca me pegan más a él siendo imposible que pueda escapar de sus garras mientras absorbe cada gota de mi.

Un gemido muere en su boca cuando muerde mi labio y después introduce su lengua explorando mi boca.

Al sentir que me falta el aire golpeo su hombro varias veces, consiguiendo que solo me apriete más a él hasta poder sentir un bulto apretar mi estómago.

—¡Maldita puta de mierda! —brama alguien en la lejanía.

Un momento después escucho varias armas cargarse. Cuando Eros me suelta y giro la cabeza veo con los ojos más abiertos de lo normal a Trent apuntando una pistola hacia nosotros.

Eros se pone frente a mi limpiando su boca con la palma de su mano antes de sonreír abiertamente mientras sus hombres apuntan a Trent sin importarles que estemos en un barrio residencial.

Con el corazón casi en la boca y las palabras atropelladas en mi garganta decido hacer lo que será mejor para todos. Correr al apartamento.






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