Extraterrestre
Hay momentos en nuestra trayectoria que nos marcan, desde un simple gesto, una mirada, una palabra, hasta un segundo en un lugar especial. Situaciones que definen tu futuro y lo sacuden por instantes en un destino incierto; pero el mayor impacto lo causan las personas que entran y salen de tu vida rápidamente, sin un aviso, sin inicio y sin un adiós. Para mí, fue más que una persona la que cambió mi vida.
Mi nombre es Zoé Perkins, fui nombrada en honor a mi tatarabuela Zoé Emerina Perkins- Coleman, el orgullo de mi familia al ser la mujer que inició un patrimonio que se ha pasado de generación en generación entre los míos. Vivimos en el pueblo de Telluride, Colorado, mis padres y yo, manejando el negocio de la familia en la tienda de antigüedades; lo que comenzó como un pequeño puesto en la cochera de una casa, ahora es una cadena que opera en diferentes estados del país, dos de mis tíos manejan las del lado este, mientras que mis primos se encargan de las del lado oeste, y mi tercer tío que vive en Nueva York asiste a diferentes subastas y compra los artículos con verdadero valor para luego distribuirlos. Mi familia tenía buen criterio para distinguir antigüedades que incluso podían costar millones. Mi vida transcurría entre la escuela en las mañanas y ayudar en el negocio por las tardes y los fines de semana que eran mi tiempo personal; mis padres compensaban mi ayuda con dejarme hacer lo que quisiera en el tiempo destinado para mí. Éramos un gran equipo, nos hacíamos llamar los tres mosqueteros desde que era niña, y a pesar de pasar a la adolescencia y tener dieciséis años aun seguíamos llamándonos así en un modo discreto frente a los demás. No por vergüenza, no tengan la idea equivocada, solo era algo secreto entre nosotros.
En este lugar no ocurría nada fuera de lo ordinario, se trataba de un pueblo en el que todas las familias se conocían entre sí desde sus inicios, todos los días la rutina era la misma y las tradiciones jamás cambiaban. Desde que tengo memoria se los horarios exactos en los que las tiendas abren y la hora a la que cierran, los días en los que el césped de los jardines se poda y riegan; saber que todos los jueves las señoras ancianas del lugar se reúnen a jugar cartas mientras toman café, como si fueran esposas de los años 60's que no tenían otra cosa que hacer. Y sin olvidar a la señora Winehouse, la mujer más longeva del aquí que todos los días se sentaba a las cinco de la tarde en la entrada de su casa a mirar a la gente que pasaba. Una rutina que no aburría, si no era como un lugar seguro para todos, sin sorpresas ni preocupaciones. Lo era hasta el verano de 1991, el año en el que no solo mi vida cambió si no la de todos en Telluride.
No puedo contar a detalle lo que sucedió con exactitud en la primera semana de julio, podría hacerlo, pero no puedo, aparte de la conmoción que estoy sintiendo, es demasiado que decir en tan poco tiempo. Quizá lo entiendan, tal vez justifiquen mis acciones y mis motivos para hacer lo que hice, porque no fueron malas intenciones, fue por bondad. Una bondad que no creí que costara caro pagar.
Ocurrió hoy, día viernes por la mañana, me levanté como todos los días a las 6:30 de la mañana, preparándome para la escuela y bajando a desayunar antes de irme. Tenían que ir, ya había faltado cuatro días seguidos excusándome de tener una gripe contagiosa y aunque la mentira pudo haber continuado, no podía darme el lujo de perder más clases, después y a pesar de lo sucedido me preocupaba mi futuro. Si es que me queda alguno. Incluso mentí a mis padres para que me dejaran faltar al trabajo.
Mientras comía los panques que mi madre tan amablemente me preparó no podía dejar de mirar hacia la puerta del sótano, toda la semana estuvo en total silencio, pero ¿Cómo le explicaría que tenía que irme por unas horas? Se había vuelto tan apegado a mi como yo a él en tan pocos días, ¿Cómo culparlo si yo le salvé la vida y mantuve su secreto?; no me gustaba dejarlo y no le gustaría que lo dejara, sin en cambio trataría de explicarle y convencerlo de seguir permaneciendo en total silencio para que nadie lo encontrara. Bajé con naturalidad, por fortuna yo era la única que utilizaba el sótano, así que no había riesgo de que lo encontraran.
Quede atónita y asustada al ver que la cama en donde dormía estaba vacía, la ventana no estaba rota ni había un agujero en la pared, si salió por la noche lo hizo por la puerta principal. El corazón se me salía de pensar que su curiosidad lo dominó y salió a explorar y que alguien pudo verlo y averiguar lo que era y que en ese preciso momento estaba de camino a su muerte. Desde que lo encontré le permití permanecer en mi casa con la condición de que nunca se dejara ver ante nadie. No lo comprenderían, se asustarían y lo entregarían, y no lo salvé para terminar condenándolo.
Sin embargo, mi preocupación fue en vano, él estaba bien, al parecer se reunió con su gente, lo supe en el momento en el que se escuchó un estruendo en el cielo, algo estaba afuera y sobre nosotros. — ¿Qué ocurría? — Eso se preguntaba la gente, pero yo sabía lo que iba a pasar, él no me lo dijo, yo lo intuí, tuve el presentimiento de que tarde o temprano pasaría, y no quise aceptarlo, pues no había otra razón para que "ellos" llegaran.
Salí de mi casa torpemente sin poder despegar la mirada de la nave flotando encima del pueblo, era enorme y para nada como los platillos que muestran en las películas. No me alcanzarían las palabras para describir su apariencia, pero su sombra cubría por completo el suelo y ocultaba el sol; lo principal que captaba mi atención en ese momento era verlo a él flotando frente a ella. Quería llamarlo y preguntarle que ocurría y quizá convencerlo de lo contrario cuales fueran sus intenciones, pero más que nada quería convencerlo de que se quedara; en cuanto bajó la mirada y me vio, descendió hasta mí.
Estaba tan hermoso y tan humano como la primera vez que lo vi, dejarme hipnotizar por aquella belleza fue mi primer error, sin en cambio no fue del todo mi culpa. No estaba emocionalmente bien y no pude evitarlo, quizá si mi novio no me hubiera roto el corazón esa noche, si no me hubiera distraído e ido en dirección contraria, si hubiera tenido el valor de ir a observar los fuegos artificiales entonces no lo habría encontrado y el martes por la mañana nos habríamos dado cuenta y hubiéramos traído a las autoridades y el gobierno se lo hubiera llevado y nosotros estaríamos a salvo.
Pero él hubiera no existe, y las cosas fueron de ese modo, mi buena voluntad de ayudar a una criatura, aunque no fuera humana, solo por el simple hecho de respirar, fue lo que condenó a mi hogar. Lo vi caer y lo vi herido, y se veía como un humano cualquiera, ayudarlo fue lo que cruzó por mi cabeza y el estúpido refrán de "hoy por ti y mañana por mí", culpo a mis padres por educarme de un modo en que pensara en buenas acciones que después se regresarían a mí.
Frente a frente me hundí en su mirada, estábamos conectados, lo sentimos la segunda noche de su llegada, en el momento en que me mostró su pasado y el vio el mío, nos conocimos de un modo profundo e íntimo; y esa intimidad la seguía sintiendo al tenerlo tan de cerca y sintiendo como acariciaba mi rostro. Y en mi lenguaje, el que aprendió por medio de un beso, me dijo...
— Cierra los ojos y abrázame —
Lo observé con atención, sin miedo, sin objetar.
— Este privilegio te lo ganaste al salvarme — siguió — tu vida es mi regalo—
Sus palabras debieron alterarme, pero no lo hicieron, aun perdida escuché a mis padres gritarme y decirme que me alejara solo que no obedecí, al contrario, hice lo que él me pidió sin entender nada, me aferré a y oculté mis ojos en su pecho, el me sujetó con fuerza entre sus brazos y comenzó a cantarme al oído mi canción favorita, la que le enseñé la primera noche que durmió en mi casa. Lo hizo para distraerme de los sonidos de al rededor, mi mente tardó en captar los gritos y la destrucción. Estaba tan confundida. Lo último que escuché de su boca fue lo siguiente...
— No lo agradezcas hasta que el trabajo esté terminado, tienes tanta suerte—
Fue hasta que todo terminó que lo entendí. Cuando abrí mis ojos estaba en medio de la nada, sólo tierra; tomé un poco con mi mano y me di cuenta que en realidad no era tierra, sino ceniza; restos de lo que alguna vez fue el pueblo de Telluride en Colorado. Y él se había ido, junto con la nave dejándome sola sin explicar nada más. Permanecí en shock por minutos, no podía llorar, aunque quería y sintiera dolor.
Ahora que recuperé un poco la lucidez estoy anotando esto en un pedazo de papel que encontré en mi pantalón junto a un lápiz, olvidé que los cargaba y la razón por la que no tuve tiempo de escribir cada detalle desde el día lunes es porque ya casi llegan, escuchó las sirenas cerca. Y saben cómo es esa gente, no estarán viendo a una víctima sobreviviente, si no a un testigo que claramente puede revelar lo que tanto se esfuerzan por ocultar. Pero no importa, haré que alguien encuentre este papel y cuente lo que pasó.
Porque si hay algo más importante que saber que hay visitantes de otros planetas, es saber que esto no ha terminado. Han tomado el papel de justicieros y solo perdonaran a pocos como yo, y lo que pasó este día en este lugar, es solo el comienzo.
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