Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El beso de Año Nuevo

Cuándo leer este extra: Al terminar la historia.

Contenido delicado: no

Cantidad aproximada de palabras: 4600

Ubicación temporal: 1 de enero de 2022 

Mateo

Valentino Gómez tiene una peculiar forma de dormir.

Una pierna sobre las mías, un brazo encima de los ojos, los labios entreabiertos soltando suspiros cada tanto, como si soñando la vida le costara el doble. O quizás es la resaca de todo lo que bebió anoche lo que lo hace suspirar, agotado.

O quizás es el recuerdo del beso a las doce en punto.

La sensación sigue en mi sistema, por eso considero que quizás le pesa recordarlo. Es un sentimiento un tanto abrumador.

No porque nos hayamos besado mucho o muy intenso o por demasiado tiempo, sino todo lo contrario. Fue arrebatador, inesperado y... me separé al instante y salí corriendo de la terraza de la pizzería. Por eso digo que es agotador. Es como si jamás hubiese recuperado esa respiración que perdí cuando su boca tocó la mía.

Es un tanto extraño estar aquí ahora. No he dejado de pensar en su tímido «¿te puedes quedar?» y en mi rápida y para nada pensada respuesta. Me acomodé al borde, dispuesto a quedarme sentado hasta que se quedara dormido, pero Valentino me llevó consigo en cuanto cayó rendido ante el sueño, desplomado entre las almohadas de su cama queen size.

—Mmm... Maldito sol.

Se remueve, quitándome por fin la pierna de encima. En su lugar, me abraza por la cintura. Fantástico. Mi plan de levantarme de la cama acaba de quedar más anulado que antes. Su cabello rubio con partes más oscuras y otras más claras me hace cosquillas en la barbilla. Aparto el rostro y él se acomoda tranquilamente en mi pecho, todavía más a gusto.

«Maldición. ¿Cómo terminamos aquí?»

De hecho, lo recuerdo bastante bien porque no estaba ebrio hasta el asco como otros (el chico que ahora duerme encima mío, por ejemplo).

Luego del beso y mi repentino ataque de nervios, estuve unos quince minutos en las escaleras que conectan la casa de Kevin a la terraza hasta que una de sus amigas me encontró. Estaba un tanto mareada, así que se sentó conmigo y, en lugar de dejarme buscarle una botella de agua o algo, ella me ayudó a tranquilizarme a mí. Creo que no tenía idea de quién era yo, ni yo sabía algo sobre ella, pero su sonrisa era cálida y me invitaba a hablar.

O quizás fue la necesidad de sacar de mi interior aquello que había sucedido.

Supongo que los dos estábamos un poquito borrachos y nos volvimos un poquito sinceros. Ella me habló de Lila y lo mucho que le molestaba que tuviera novia. Luego, riendo, recordó que su novia era ella y se pegó en la frente.

—¿Y qué te pasa a ti exactamente? —preguntó. Creo que su nombre era Eva. Cuando le dije que había besado a alguien, que había besado a Tino o él me había besado a mí, ella sonrió y luego soltó una risita—. Ah, un gay panic entonces.

Gay panic o no, me quedé solo otros cinco minutos hasta que comprendí que era absurdo. Era la primera vez que estaba en una fiesta de fin de año con gente agradable y lo estaba desaprovechando, así que volví a subir a la terraza conteniendo el aire y lo solté al sentir la frescura de la noche golpeándome el rostro.

El ambiente estaba cargado de aroma a alcohol y pólvora por los fuegos artificiales que unos chicos habían arrojado a unas casas de distancia. Allí arriba, sin embargo, el clima era agradable, con todos aquellos riendo, festejando y brindando una y otra vez.

Tomás estaba bastante borracho cuando chocó conmigo. Me miró, desconfiado, y luego se colgó de mi cuello diciendo que me quería a pesar de que ambos éramos unos idiotas. Y luego gritó algo sobre ganar el campeonato y todos chillaron en respuesta y brindaron, derramando bebidas como lluvia.

Fue Holly quien me pidió disculpas por el alboroto antes de arrastrar a su novio hacia la zona de los silloncitos de cuero, donde lo dejó descansando mientras buscaba una botella de agua, la cual luego Tomás vertió sobre él casi por completo. Holly refunfuñó un momento, pero se le pasó cuando Tomi lo miró con sus ojos de cachorro y le pidió un beso.

Kevin, que estaba junto a Eva a un costado de la puerta, me sonrió de forma insinuante cuando pasé frente a él. Y no sé si fue porque ella le contó o porque me vio besarme con Valentino, pero no pregunté. Por miedo, por discreción, porque no me sentía listo. Por todo eso a la vez.

Sin embargo, más tarde, mientras me servía un vaso de cerveza, se acomodó a mi lado como si nada y fingió preparar dos tragos. Me miró de reojo y dijo:

—Alguien anda preguntando por ti.

—No me digas quién es.

—Creo que ya lo sabes, ¿no? —Asentí—. Anda haciéndose el tonto. No te está buscando por lo que crees.

Fruncí el ceño y giré el cuerpo para mirarlo.

Kevin y yo debemos ser de los más altos del equipo, pero algo tiene este chico que hace sentir a todos más pequeños, como intimidados. Quizás la seguridad que respira, su confianza en sí mismo, en quien es y lo que quiere. Quizás haya sido eso (y nuestro pasado) lo que me hizo sentir comprendido y un idiota a la vez. O puede que estuviera bajo los efectos de lo que había estado bebiendo y comenzara a ponerme un poquito sentimental.

Quise disculparme por todo lo que le había hecho pasar a principios de año, por mi encaprichada posición acerca de que no lo quería en el equipo. Por ser un tonto con él, a fin y al cabo, pero simplemente no pude hacerlo. Lo miré y, por cómo me sonrió, de lado y brevemente, sentí que comprendía todo lo que quería pero no podía decirle.

—¿Dices que no quiere encontrarme para besarme otra vez?

Kevin negó.

—Quiere pedirte disculpas.

¿A mí? ¿Por qué alguien querría pedirme disculpas a mí, cuando era yo quien más culpa sentía por estar allí?

Al principio, cuando me llegó la invitación a la fiesta post-brindis de Año Nuevo, me sentí fuera de lugar. ¿Cómo iba a encajar en un grupo en el que había tantas personas a las que había lastimado de alguna forma u otra? Lelo, Kevin, incluso Holly. Uno por uno, durante el transcurso de la noche, se encargaron de demostrarme que mis disculpas eran más que innecesarias a esas alturas, que me habían aceptado dentro de su grupo quisiera yo o no.

Pero, ¿pedirme disculpas a mí? ¿Tino? ¿Por besarme? ¿No estaba en mí la obligación de pedirle perdón por haber salido corriendo como un completo cobarde cuando me besó, en lugar de intentar aclarar las cosas?

Durante los siguientes veinte minutos busqué a Valentino por todas partes. Le pregunté a Holly, la persona más cercana a él, si lo había visto, pero no tenía idea. Habían llegado juntos, pero la sociabilidad de Tino y la falta de esta en Holly los separaron en cuanto cruzaron la puerta de la terraza. Holland se había mantenido toda la noche cerca de Milo, Lelo y Tomás, y Valentino andaba por ahí como una abeja zumbando entre las flores.

Lo encontré pasado un buen rato. Samuel y Pablo discutían con él porque Valentino quería seguir bebiendo, pero se notaba que el alcohol estaba haciendo estragos muy fuertes en su sistema. Al verme, dejó de discutir por el botellín de cerveza y los ojos se le pusieron más acuosos de lo que ya estaban.

—Yo me encargo —les dije a los chicos.

Samu no estaba seguro, pero Pablo le pasó un brazo por los hombros y se lo llevó hacia un costado. Siempre me pareció un tipo capaz de leer entre líneas, pero jamás creí que necesitaría de esa habilidad suya fuera de cancha. Lo había visto encubrir a Tomás y Holly, dejándolos solos en reiteradas ocasiones, fingiendo que no se daba cuenta de algo que él había notado antes que nos dieran la gran (y para nada reveladora) noticia.

¿Así que esto era igual? ¿Tino y yo seríamos su nuevo secretito?

Miré al jugador de los Azules sintiendo que las puntas de las orejas se me calentaban de golpe.

—Hola. Te estaba buscando.

—¿A mí?

—No, a tu hermana.

—Ah, mi hermana vive aquí, ¿te lo había dicho? —Negué con la cabeza. En verdad, las pocas veces que hablamos por Instagram, Tino no había mencionado más que su propuesta para jugar en los Azules junto a él y Holly y sus pequeños coqueteos disimulados—. Vive a unas calles, estoy quedándome en su casa cuando no estoy con Holls. ¿Sabías que Holls va a ir a jugar a los Azules conmigo? —Sonrió—. Tú también puedes venir. Y podemos ver a mi hermana allá porque a veces va a verme. ¿Sabías que vive aquí, a unas calles? Pero ahora no está porque...

—¿Quieres que te lleve con ella?

—¿Por qué querría eso? —frunció el ceño de forma adorable, como un niño que no comprende las palabras de un adulto.

—Porque estás tan borracho que no puedes ni despegarte de la pared.

Solo para probar su orgullo, se despegó... y se vino abajo con orgullo y todo, desplomándose contra mí. Lo sostuve y Tino comenzó a reírse, y luego, de repente, ya no. Me miró con las cejas enarcadas en una mueca triste, pero no lo dejé pronunciar una disculpa.

—Vamos, te llevo a casa. O a casa de tu hermana, como sea. ¿Tienes llaves?

Así que aquí estamos. Las dos y media de la tarde, durmiendo (bueno, él) sobre la cama, con el molesto sol entrando por la ventana y sus quejas resonando en la habitación.

Debe estar despertándose o a punto de hacerlo, porque su rechazo por la luz solar no fue un problema durante toda la mañana mientras dormía como un tronco. Yo, en cambio, vi la luz mutar y pintar el cuarto de distintos tonos de blanco y dorado, porque apenas pude pegar un ojo. ¿Cómo iba a hacerlo con su cuerpo tan próximo al mío? Solo pude liberarme una vez para quitarme la camiseta que había usado toda la noche y me molestaba, y ni siquiera pude apartarme al otro lado de la cama o levantarme para irme a casa.

Me quedé, porque él me había pedido que lo hiciera y sus palabras no habían sido demasiado claras respecto al tiempo.

Él sí ha descansado. O más bien parece que sufre de un sueño profundo inducido por todo lo que habrá bebido ayer. Apenas se ha movido hasta ahora. Luego de luchar con sus zapatillas deportivas y lograr quitarle la camisa de botones, logré meterlo en la cama y en ese lugar se ha quedado toda la noche, pegado a la pared. Él solito se quitó el pantalón unas horas más tarde, lo suficientemente consciente para preguntarme si acaso me molestaba, pero supongo que no tan despierto para notar cómo se me ruborizaron las mejillas mientras le decía que no.

—Mierda —susurra y se levanta de golpe. Se tambalea sin darle atención a nada más que su fastidio y, cuando logra afirmarse en el suelo, suelta un bufido. Va hasta la ventana y cierra las cortinas de un tirón. Cuando se gira, su ceño fruncido se desvanece en cámara lenta al verme en la cama. Sus ojos grises me recorren como un escaneo sumamente innecesario que me pone los pelos de punta—. Vaya.

—Sí, buenos días y feliz Año Nuevo para ti también —digo, tirando de una de sus sábanas para cubrirme, a pesar de que debe estar haciendo, como mínimo, unos treinta grados afuera. Dentro del cuarto, ahora mismo, se siente todavía más sofocante.

Tino sonríe con culpabilidad y da cortos pasos hasta el colchón. En reflejo, retrocedo sobre este hasta pegar la espalda a la pared. Él se sienta en el borde y me observa, con sus manos lejos de mí y las mejillas rosas. Se revuelve el pelo, despeinándose todavía más, y toma una inspiración profunda que le hace sonar algunos huesos. Mantiene la cabeza gacha y los ojos cerrados, como quedándose dormido en esa posición.

—¿Te sientes mal?

—Voy a tomarme una aspirina y estaré bien.

—¿Quieres que vaya por eso?

Me sonríe con delicadeza.

—¿Sabes donde guarda las aspirinas mi hermana?

Trago. Cierto que no estoy en casa. Ni siquiera estamos en la suya. De pronto, esto es ultra extraño. ¿Debería haberlo llevado a mi hogar?

—No, pero puedo encontrarla y pedirle que...

—Mi hermana no está en casa. Se fue con su novio a pasar Año Nuevo a mi ciudad natal.

—Me encanta como dices «ciudad natal». ¿Quién eres, el príncipe de Inglaterra?

—Puedo ser el príncipe de Río Cuarto, si quieres.

—Así que Córdoba...

—¿No me notas el acento? —Asiento, reprimiendo lo mejor que puedo una sonrisa.

Ahora que recuerdo, la casa estaba en silencio y penumbras cuando llegamos. Él tenía un llavero en el bolsillo con las llaves suficientes para abrir el enrejado y la puerta. Por lo poco que pude ver mientras lo llevaba hacia el cuarto que me indicó como suyo, no había demasiados rastros de que alguien estuviera usando la casa, más allá de esta habitación.

Esta habitación de paredes azul pálido tiene una maleta en el suelo y ropa por todas partes y parece ser la única habitada. Recorro el cuarto y noto que, a pesar del desorden que rodea la maleta, el resto se ve muy bien.

—Ayer dijiste que pasas mucho tiempo con Holly. ¿Te quedas a dormir con él?

—¿Celoso?

Pongo los ojos en blanco. Tino se ríe, y de inmediato se toma la cabeza con las manos.

—Quizás te haga bien tomar una ducha.

—Sí, puede ser. ¿Te parece si me baño y desayunamos?

—Son como las tres de la tarde.

—¿No quieres desayunar? —sonríe con calidez—. Me sentiría mal si te fueras sin comer nada después de pasarte toda la noche cuidándome.

—No te cuidé.

—¿No? Yo recuerdo que sí.

—¿Recuerdas algo siquiera?

Tino me mira con sus bonitos ojos grises y aprieta los labios. Sube las cejas y suspira, antes de apartar la mirada.

Me quedé a dormir en casas ajenas las suficientes veces para saber que el desayuno es un momento decisivo, no importa a qué hora se tome. Si me quedo, seguro hablaremos de lo que sucedió anoche. Si me voy, probablemente jamás volvamos a tocar el tema.

Así que, luego de meditarlo durante unos cuantos segundos, digo:

—Bien, me quedo a desayunar. —Tino sonríe—. Pero solo para corroborar que te sientes bien y que comerás algo.

Suelta una risita mientras se pone de pie.

—Para que después digas que no me cuidas, ¿eh?

Tino

Mateo Dábila no sabe cómo usar una cafetera espresso, pero lo disimula bastante bien.

Al salir de la ducha hasta el cuarto en busca de mi teléfono, no me llega el aroma a café que suele haber cuando Agos prepara el desayuno en su cafetera super moderna. Reviso los mensajes que tengo de Holly (la mitad contándome que a todos les caí muy bien anoche, la otra mitad preguntando dónde mierda me metí y si quiero unirme a Milo y él en la noche a ver películas) y camino hasta la cocina, preocupado porque Mateo no sepa que los desayunos incluyen sí o sí una taza de café con un poquito de leche.

Lo que encuentro es todavía mejor.

Mateo Dábila no sabe usar una cafetera, pero se le da muy bien hacer café batido en las tazas con frases optimistas de mi hermana.

«Sonríe, es un nuevo día», reza la porcelana, y vaya que le hago caso.

En especial al notar que ha tomado una de mis camisetas sin mangas para cubrirse un poco. Es una prenda de entrenamiento de los Azules que desde hace años uso como pijama porque la metí en la lavadora una vez y se destiñó y estiró hasta que no pudo ser más que ropa de cama. Verlo con ella ahora, con sus bíceps marcados y bronceados asomando mientras bate café... Es una imagen más alentadora que las frases en las tazas.

—No te quedes ahí babeando —me reprocha.

—¿Por qué no estás usando la cafetera?

Disfraza muy bien su «no tengo idea de cómo usar esa máquina del demonio» diciendo:

—Así es mejor. —Señala con la cabeza otra taza encima de la isla a mitad de la cocina—. Puedes ir agregando el café y azúcar que quieras, yo lo bato. Pero ya ponte a hacer algo, no te quedes ahí parado viéndome.

Pestañeo, volviendo a la realidad. ¿Hace cuánto me está mirando? ¿Por qué de pronto recuerdo lo poco que me gusta ir por la vida solo con un short deportivo? En especial cuando esta mañana vi el cuerpo de Mateo y... Uf.

Me apresuro a tomar la taza y comenzar a tirar las cucharadas en su interior, escondiéndome parcialmente detrás de la isla. No me cuesta demasiado al ser más bajo que Mateo, pero aún así me siento ligeramente expuesto. Esto es muchísimo más íntimo que estar en un vestuario donde hay tanta gente que no sabes dónde poner tu atención. Aquí, Mateo solo puede mirarme a mí.

Y sin embargo no lo hace. No por demasiado tiempo, al menos. Solo vistazos para comprobar que estoy haciéndole caso y preparando mi café.

Está tan atento en su tarea de preparar el desayuno que casi me olvido de mi incomodidad, al menos hasta que rodea la isla, se coloca a mi lado como si nada y me pide que le pase mi taza para batir el contenido.

Sus dedos encuentran los míos, sus ojos azules colisionan contra mí, como un maldito tsunami casi turquesa, casi fantasioso, increíblemente poderoso, y me invade el recuerdo de lo asustado que se veía anoche cuando yo...

—¿Me vas a dar la taza o qué?

Le doy la taza. Él no se aparta. Yo no me despego de la isla.

Siento que su mano se coloca sobre mi hombro con tranquilidad, un gesto común, algo que le vi hacer muchas veces a sus compañeros de equipo y también ayer por la noche con sus amigos.

—¿Estás bien? —Sus dedos descienden con delicadeza, casi como si no se diera cuenta, hacia la mitad de mi espalda. Me recorre un tonto escalofrío y suelto una risita. Él encoge la mano sobre mi piel, inseguro—. No quería...

—¿Qué? —lo enfrento, casi sonriente—. ¿Tocarme?

Mateo se relame los labios. De verdad. No puede hacer eso. Es injusto.

Tiene una boca preciosa, unos labios casi perfectos. Voluminosos, con el arco de cupido marcado en profundidad, del tipo que no te cansas de contornear con la yema de los dedos.

Ahora los aprieta y traga, acentuando la mandíbula y haciendo bailar la nuez de su garganta. ¿Hay algo en este chico que no sea increíblemente apuesto?

—Ponerte incómodo.

—No me pusiste incómodo.

Ladea la cabeza como un cachorro que no entiende que no puede ser tan precioso sin consecuencias.

—¿No? ¿Y por qué estás pegado a la isla? —dice, volviendo a pasar los dedos por la piel de mi espalda. Sé que tengo una marca de nacimiento justo en la cintura, el punto exacto donde él apoya dos de sus dedos y dibuja una figura redonda—. Me gusta.

—¿Mi marca?

—Estar cerca de ti —susurra, como un secreto. Vuelvo a mirarlo, un poco menos valiente esta vez, solo para confirmar que me está hablando en serio. Mateo suspira—, pero me asusta un poco. Por eso salí corriendo anoche.

—¿Por qué? No te voy a morder.

—¿No?

Mis mejillas toman color. Él se ríe con suavidad.

—Solo si quieres —admito. Mateo muestra una sonrisa tonta en el costado de su boca, el tipo de gesto coqueto que se espera de un chico como él. Con esos ojos, con esos labios, ese cuerpo, con todo en él—. ¿Por qué te asusta?

—¿Por qué te asusta a ti despegarte de la isla? —contraataca.

Me muerdo el interior de la mejilla.

—Me siento seguro aquí.

En mi cabeza hay otra respuesta que no puedo decirle, por más que él pueda llegar a interpretar como un halago.

Quedarme cerca de la isla impide que veas que no soy tan atractivo como tú. Que no tengo tu cuerpo, ni tu seguridad, ni tus labios, ni esa sonrisa. Que todo lo que tengo, a veces, es más arrogancia que verdad, como un mecanismo de defensa. Y tú no necesitas nada de eso para defenderte.

—Me pasa lo mismo. —Ahora sus dedos me repasan los hombros de forma distraída—. Me sentía seguro en mi... ¿heterosexualidad? —Suelta una risita—. Y entonces empezaste a coquetearme y todo se tornó... confuso. Ya no me siento cómodo ahí, o quizás sí, no lo sé.

—¿Y no quieres salir de esa zona de confort?

—¿Por ti?

Siento que el pecho se me oprime un poquito.

Con un suspiro, me alejo de la isla y me paro frente a él solo vestido con mi short deportivo. Totalmente expuesto.

—Sí, por mí.

Evito cruzar los brazos sobre mi pecho para intentar cubrirme parcialmente. Mateo pasea sus ojos de arriba abajo, pero vuelve constantemente a mis ojos. Y extrañamente no me siento juzgado. No al menos hasta que lo veo levantar las manos frente a mí y tengo la sensación de que va a empujarme solo para soltarme un insulto después.

Porque no soy suficiente para alguien como él. Porque, en verdad, Mateo no quiere arriesgar nada, ni siquiera su heterosexualidad, por alguien como yo. Va a empujarme lejos o a pedirme perdón y marcharse, dejando el café pendiente.

Pero Mateo no hace nada de eso.

Repasa mis brazos con la punta de sus dedos. Traza un camino hasta mis clavículas y se separa brevemente. Luego, cuando regresa a mí, sus manos van a mi cintura y acaban apoyadas en mi cadera. Mi corazón se salta un latido.

—¿No crees que es mejor así? Frente a frente —susurra.

—Frente a frente no soy tan coqueto.

—Deberías.

Sonrío.

—¿Por qué?

—Porque me gusta que lo seas.

Contengo la respiración unos segundos mientras sus dedos me recorren la piel con cuidado, meticuloso y tierno. Cuando ves a un tipo como Mateo, tan atractivo y serio no esperas que su tacto sea tan dulce, tan íntimo, tan firme y a la vez tan dócil, que se amolde con tanta facilidad a lo que te gusta, a lo que te hace bien. Supongo que lo juzgué mal.

Asiento con la cabeza y casi no me doy cuenta de que mis pies están intentando regalarme altura. Cuando lo noto, estoy casi de puntitas, inclinándome hacia su boca. Mateo no se mueve, está tan quieto que incluso logra hacer el camino de mis labios hacia los suyos eternos. Nunca llego, porque me detengo justo antes de besarlo.

Estoy alejándome para volver a mi sitio cuando siento la firmeza de sus manos en mi cintura, esa con la que había pensado que me trataría alguien como él, pero sigue siendo dulce, como agradable. Abro grande los ojos mientras él entrecierra un poquito los suyos. Sube sus dedos hasta mi mejilla, toma mi mentón e inclina mi cabeza hacia atrás, exponiendo mi boca para él.

—¿Algo que quieras decirme, Mate?

Mateo frunce el ceño.

—Nunca más me llames así.

Sonrío con malicia.

—Mate, Mate, Ma...

Su beso me arrebata el aire, y las palabras, y los pensamientos, y todas las inseguridades que estaba enumerando segundos atrás. Me lo arrebata todo y no deja nada a su paso ni nada a libre interpretación.

Su boca está cálida, al igual que los músculos de sus brazos y su piel bajo la camiseta, que se enchina en cuanto le paso los dedos por encima. Mateo encoge el estómago un poquito y luego se ríe, aún sobre mi boca, antes de pegarme a él y, luego, pegarnos a la isla de la cocina. Me revuelve el pelo con suavidad, pero creo que no es lo que más le gusta hacer, por lo que vuelve a poner las manos en mi cuerpo y lo recorre a su antojo. A mí sí me gusta apretarle el cabello mientras me besa, y me besa, y me besa.

Sus manos bajan a mis piernas y me sube de golpe a uno de los banquitos altos de la isla.

—Oh —se me escapa decir. Y me sonrojo por completo.

Mateo, con las pupilas anchas, el cabello alborotado y la camisa desarreglada me mira sin ser capaz de cerrar la boca por completo. Por dios, qué imagen.

—¿Estuvo mal?

—Para nada.

Y vuelve a besarme. Pero lo aparto.

—Esperaba que me pegaras a una pared.

—Por Dios, Val... —susurra, abochornado.

Val se repite hasta el cansancio en mi cerebro como un disco rayado. Val, Val, Val. Solo me llama así por mensajes a las dos de la mañana cuando la conversación es tan estúpida que ninguno de los dos sabe qué aportar, entonces le coqueteo y él se pone así, tonto y con ganas de llamarme Val.

Es adorable e irreal ver cómo se le sonrojan las mejillas y las orejas con ese estúpido comentario. Imagino que yo debo estar igual por haber escuchado por primera vez el apodo saliendo de sus labios.

—Dijiste que querías que fuera coqueto.

—Coqueto no es lo mismo que directo.

—¿No te parece que es mucho mejor ser directo que intentar endulzarte? Porque a mí sí. Pégame a la pared.

—Te pegué a la isla.

—No me basta.

—Confórmate.

—Soy un inconformista —admito. Eso le arranca una pequeña sonrisita—. Pero creo que puedo hacer una pequeña excepción porque saliste de tu zona de confort y ese beso fue... Vaya, un buen beso.

—Un buen beso —repite.

—Un seis en la escala de diez. —Mateo frunce el ceño—. Un seis cincuenta, si soy amable.

—¿Y cómo es un beso de diez en la escala de diez?

Sonrío.

Y él me sonríe a su vez.

—¿Por qué presiento que esperabas que preguntara eso?

—Porque sabes tan bien como yo que quiero descubrirlo —digo, pasando un dedo a lo largo de su mandíbula y bajando a su cuello—. Y creo que tú también.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Mmm, que me hayas pegado a la isla y subido a un banquito, y que ahora mismo estés entre mis piernas llamándome Val me da un indicio —me encojo de hombros. Mateo suelta una risita—. ¿Me equivoco?

—No.

—¿Entonces dónde está mi beso de diez sobre diez? También me debes un buen beso de Año Nuevo.

—Sí, el tuyo fue espantoso.

—Ey, nos trajo hasta aquí. Tan malo no fue.

Mateo, sonrojado, desprolijo, matutino me mira con ternura y las pupilas negras escondiendo el color irreal de sus ojos. Tan azules que podría hundirme, ahogarme y morir. Bendita sea Taylor Swift y sus frases que encajan tan perfectamente con este chico.

Mateo, tonto y quizás un poquito (muy) encantado, me toma nuevamente el rostro y me besa hasta que me olvido de las referencias a canciones, partidos, rivalidades y todo lo que no sea exclusivamente él y su belleza. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro