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7🐟 Bi Panic

Extras: Algo que ocurrió antes de los acontecimientos de la muerte de Abby.

Septiembre estaba lleno de días calurosos, pero este en especial, superaba con creces a sus predecesores. Quizás era porque el otoño se acercaba, y el verano estaba dando su máximo esfuerzo diciendo adiós. Existía una humedad asfixiante en el ambiente, tangible como si la pata de un oso no se desprendiera del pecho de uno. Un hombre fritó un huevo sobre el asfalto y se grabó quejándose de que todo era culpa de la Empresas Capitalistas empeorando el calentamiento global, luego procedió a publicarlo desde su iPhone de primera gama, y se fue a casa a usar el aire acondicionado que usaba dióxido de carbono.

Todo esto parecía indicar que, no era un día que se aconsejara realizar extenuantes ejercicios físicos, con los fuertes rayos uv, los expertos aconsejarían usar mucho protector solar y tratar de permanecer en un lugar fresco. Lástima que al profesor de educación física del Instituto Yancy, o bien era un completo ignorante, o era un sádico que no le importaba enviar a sus alumnos hacia la muerte por insolación. Ni bien comenzó la clase, y a pesar de las súplicas que casi destrozaron el cielo, los condenados se dirigieron a la pista, y bajo el infernal sol; corrieron y saltaron, se tiraron y volvieron a saltar, como saltamontes en las praderas, ya que el piso se sentía como lava.

Sin distinción entre hombres y mujeres, ¡ya que el profesor Hedge era un gran defensor de la Igualdad de Género! Fueron forzados a conocer a su creador. Por primera vez, Nico di Angelo había adquirido color sobre sus mejillas que siempre habían estado pálidas, y para su desgracia, no lucía para nada elegante mientras sudaba como una caricatura. Él se sentía asqueroso, Will Solace pensaba que se veía muy sexy y le gustaría tener ese sudor sobre su cuerpo. Cecil, que podía casi leer sus pensamientos, le dio una mueca asqueada, y luego se giró a molestar a Lou.

¡Hombres y mujeres, ambos debían compartir el mismo sufrimiento! Nadie estaba exento, ni siquiera Abby Chensen que intentó seducir al entrenador para que la dejara descansar en las gradas. El profesor ni siquiera la miró, se limitó a soplar en su silbato, y luego obligó a todos, sin dejarles un descanso después de todo el ejercicio, a que buscaran las pelotas y llenaran las canchas. Grupos fueron formados para jugar, fútbol, básquetbol, vóley, casi todos, excepto uno:

—¡Tengo tanto caloooor! —exclamó Travis, acostado sobre una banca, boca abajo, por lo que su trasero sudado estaba a la vista de todos, dando lástima por su pequeño tamaño—. Por favor, alguien máteme, hermano, ten piedad, ya no quiero vivir. ¡Percy! ¡Percy, amigo, tráeme agua fresca, pronto...!

Percy se frotó los ojos, los sentía fritos como los de un pescado nadando en el aceite ardiente de una sartén.

—Cierra la boca, Stoll —siseó Percy, enviándole una mirada de lado, que estaba cargada de irritación—. Llamarás la atención del entrenador, y si haces que nos vuelva a llamar a la pista de juegos, haré que desees estar realmente muerto.

—Eh —fue todo lo que volvió a pronunciar Travis con un deje de miedo, antes de hacerse el dormido. Mientras tanto, su hermano Connor que estaba a un banco más alto que él, se cruzó los tobillos, y descansó los pies sobre su culo.

El grupo con el que Percy estaba sentado, solo había tenido la fortuna de relajarse, gracias a que todas las canchas ya habían sido ocupadas, y ellos eran las sobras que nadie quería elegir para hacer equipo. Cecil, los Stolls, Ethan, Leo, y él mismo. El profesor Hedge no tuvo de otra que enviarlos a esperar en las bancas, diciéndoles que no se preocuparan, pronto les tocaría su turno. Ellos esperaban ser olvidados, como los hijos esperando al padre que los llevaría a un día divertido.

Había un solo árbol, plantado al costado de las graderías, alto, viejo, y muy terco, con un par de ramas esqueléticas con hojas que apenas daban sombra. Los hombres felizmente se reunieron bajo este árbol, se apiñaron cual animales salvajes usando el único árbol a kilómetros de La Sabana.

De hecho, podrían ser realmente confundidos como animales, con esos ojos hambrientos y codiciosos, vigilando a las mujeres como presas que les hacía agua a la boca. No eran para nada educados, olvidando que los trozos de carne apetecibles, que se movían sobre la pista, tenían también dignidad. Percy admitía que tampoco era bueno desviando la mirada. Sus ojos naturalmente caerían sobre los pechos que rebotaban, o en la forma de la cintura de algunas. No necesariamente con deseo, sino con curiosidad, con admiración. Aún así, era plenamente consciente de que esto asqueaba a las mujeres, por lo que se sentía culpable, y trataba todo lo posible de contenerse, o en última instancia, no ser tan obvio.

Sus compañeros, no obstante, ni siquiera se molestaban con intentarlo.

—Oigan, ¿creen que los pechos de Silena sean reales u operados? —preguntó Travis, con la mejilla aplastada contra la madera—. Sus padres tienen mucho dinero, por supuesto tendría los medios para hacerlo.

Leo se llevó una mano a la barbilla, y reflexionó, con el semblante de un crítico famoso.

—Opino que son reales, por la manera en que saltan con gran viveza y soltura, y descienden con una elegancia casi etérea, nada más que la suave carne de unos senos bien proporcionados por la madre Gea, podrían presumir de tal acrobacia dedicada a los Olimpos —finalizó, con una mano posada delicadamente sobre el pecho, y la otra estirada hacia el cielo, cual orador de Shakespeare.

—Ojalá le pusieras el mismo empeño a las clases de Filosofía para analizar citas, Valdez —se mofó Cecil, con los codos apoyados sobre las rodillas, y la barbilla sobre sus manos.

—Un montón de viejos jamás podrían despertar mi pasión —bufó Leo—, mi ingenio es solo para las mujeres hermosas.

—Es una lástima que para ellas sólo seas un enano repulsivo que quieren evitar —lanzó Travis, a lo que le siguió una estruendosa carcajada, que algunos acompañaron, aunque no con la misma fuerza.

Percy, en cambio, hizo una mueca. Leo era el mejor amigo de Jason Grace, cierto primo al que no le caía bien, por lo que sería fácil asumir que quizás habían hablado pestes de él, en más de una ocasión. No debería entrometerse. No eran amigos, aunque tampoco enemigos. Y, aún así, se encontró defendiéndolo:

—Hey, no seas un idiota con el duende —frunció el ceño, poniendo una expresión que sabía hacía temblar a los problemáticos que intentaban robarlo en los barrios bajos—. No voy a repetirlo. No jodas. O te golpearé hasta hacerte pulpa de Stoll.

—No seas tan serio, Jackson, solo estaba bromeando —se defendió Travis, a lo que Ethan, a quien siempre le gustaba impartir justicia como un incrédulo abogado en su primer año de carrera, respondió:

—Los hombres también tienen sentimientos, Travis, de hecho, la tasa de suicidios más alta del país, sino del mundo, es el de los hombres, y es causada por la depresión —le envió una mirada desaprobatoria—. No lo atormentes con algo que no es su culpa. No fue su elección nacer feo, ¿ok?

—Gracias, chicos —Leo rodó los ojos—, ustedes sí que saben apoyar a un amigo. Saben que, sólo cállense.

—Son todos un montón de maricas —gruñó Travis, y apartó el rostro, con indignación—. Ya no les volveré a hablar. ¿Por qué no van y le piden a las chicas copas menstruales? Por la forma sensiblera en la que actúan, uno creería que ¡auch! ¡Connor!, ¡¿qué demonios?!

Su hermano le había dado un puntapié en el culo, lo que finalmente logró que cerrara la boca, aunque de vez en cuando, Travis todavía soltaría farfulleos en voz baja que nadie se preocupaba por comprender. Después de esa "cálida" charla, ninguno intentó volver a retomar la conversación. De todos modos, hacía demasiado calor para hacerlo.

Por el rabillo del ojo, Percy notó que Leo estaba mirándolo fijamente, mientras jugueteaba con una goma entre los dedos, la cual probablemente había robado de alguna de sus compañeras. Parecía nervioso, y con ganas de decir algo, abriendo y cerrando los labios, una y otra vez, al final, se decidió por no perturbar la precaria paz que apenas habían logrado, y regresó su atención hacia adelante. Percy también hizo lo mismo, dejando vagar sus ojos por todas partes, sintiendo un atisbo de aburrimiento que iba en aumento, hasta que algo, o mejor dicho, alguien, logró capturar su atención.

Dylan había conseguido librarse de los juegos. ¿Quién sabía cómo lo hizo? Pero la mayoría estaba verdaderamente envidioso de que los adultos siempre le daban cierto favoritismo que lo ayudaría a salirse con la suya. Algunos susurrarían que había sobornado al profesor, otros irían más lejos, y dirían que había ofrecido ciertos servicios que insultaban la moral y la decencia. Pero Percy sabía que Dylan solamente había hablado con el entrenador Hedge, explicándole que todavía se sentía, muy, traumatizado, desde la última vez que recibió un pelotazo sobre la cara, por lo que, para evitar situaciones de gran estrés, era mejor alejarse de las zonas catalizadoras, tales como el Vóley, el fútbol, el básquet, o cualquier ejercicio ejecutado con una pelota.

Así, el menor de los Thompson tuvo que correr en su lugar, quince vueltas alrededor de la pista, bajo el brillante sol, usando el típico uniforme del Instituto, shorts pequeños a mitad del muslo y una camiseta holgada, con la tela más barata que el director había podido encontrar. Era el maldito uniforme que todos usaban, entonces, ¿por qué lucía tan diferente en ese chico? La ropa casual, parecía haberse transformado en él, en un conjunto que los ricos usaban para ir al gimnasio, y de paso, lucir maravillosos en las fotografías que iban a presumir en sus redes.

Percy lo estaba observando, con sus ojos verde mar muy abiertos, sin pestañear, como si el nanosegundo que le costaría hacerlo, le resultaría una gran pérdida. Al mismo tiempo, Percy era consciente de que los demás también lo estaban observando, como hipnotizados, atraídos por un extraño interés hacia aquel chico de pelo castaño refulgente. Tenía las mejillas ruborizadas, lo que le daba una apariencia engañosamente adorable, y a la vez jugosa, como un par de manzanas que tentaban a los hambrientos a querer darle una probada. Cualquiera que no lo conociera, viéndolo así, probablemente cometería el grave error de tener una idea equivocada de su personalidad, y quizás intentaría darle un mordisco, solo para terminar con la lengua cortada.

Dylan se veía como una flor silvestre creciendo en la parte más peligrosa de un barranco, extremadamente hermoso y cautivador, despertando en los hombres la fuerte necesidad de querer arrancarlo con sus propias manos, y luego atraparlo en un jarrón, igual de hermoso, donde solo lo dejarían marchitarse hasta morir miserablemente, ya que sólo importaba el placer de poseer tal belleza, y conseguir la gratificante sensación de conquistar lo inalcanzable. ¿Qué importaba la crueldad que tal acto evocaba? Nadie se tomaría la molestia de cuidarlo.

En eso, Percy vio que el profesor Hedge se acercaba a Dylan, diciendo algo que no alcanzaba a oír por el ruido. Con los ojos entrecerrados, se concentró en tratar de leer los labios. "No te quedes de pie, haz tus estiramientos" —dijo el profesor, con su típica expresión mosqueada. Dylan apenas estaba recuperando la respiración, se agachó hasta apoyar las manos sobre sus rodillas, y le hizo un gesto para que esperara. El profesor frunció los labios, y le dio exactamente siete segundos, antes de volver a insistir.

—Ya voy, ya voy —masculló Dylan, y rodó los ojos cuando el entrenador no lo miraba.

Seguidamente, Dylan comenzó con algunos estiramientos sencillos. Flexionando una de sus piernas, estiró la otra tanto como podía, y luego hizo lo mismo, pero con la pierna flexionada. Lo hizo de costado, de adelante y hacia atrás, bajo la meticulosa instrucción del entrenador, quien le indicaba cuánto más debía agacharse o estirarse.

—Tu cuerpo es ágil y atlético —el entrenador Hedge chasqueó la lengua, con un aire arrepentido—. Eres un desperdicio para los deportes. Quiero matarte cada vez que te veo, y cada vez que recuerdo como has rechazado a los cazatalentos.

—Ya te dije que no estoy interesado, señor —respondió Dylan, con un gesto despreocupado de sus hombros—. Es demasiado esfuerzo, ¿por qué querría estresarme compitiendo?

—¡Niño idiota, no sabes la oportunidad que te estás perdiendo...!

Se tragó sus palabras cuando una de las piernas de Dylan se elevó hacia arriba, casi dándole una patada en la barbilla. Tuvo que dar dos pasos hacia atrás, y luego se quedó estupefacto, él, y todos los que lo estaban mirando, mientras Dylan se contorsionaba como si no tuviera huesos en el cuerpo. En un segundo, había colocado la palma de sus manos contra el suelo que debía estar más caliente que una placa, un gesto en su semblante le hizo saber a Percy que debía estar sufriendo, por lo que su corazón saltó de inmediato por la preocupación.

De forma instintiva, quiso pararse y correr hasta él, agarrarle las manos, ponerle hielo con extremo cuidado... Y entonces, todo pensamiento dentro de su cabeza desapareció, cuando contempló la manera en que la pierna de Dylan fue completamente extendida hacia arriba, como un bailarín de ballet, increíblemente elástico y elegante. Todo su torso había sido doblegado hacia abajo, así que, ¿cómo su pierna izquierda se veía tan recta y suave?, en lugar de parecer que estaba por romperse como una rama que habían forzado demasiado. Y su pierna derecha, hasta la punta de sus pies, era como un poste de la cual se podría izar una bandera.

Percy se quedó un poco boquiabierto, mientras una emoción extraña y salvaje despertaba lugares indecibles dentro de su cuerpo. Siguió mirando como Dylan, apoyando todo su peso en sus brazos, levantó su otra pierna en el aire, para quedarse de cabeza. Sus dos piernas ahora estaban unidas, y se movían un poco, sin dificultad, como si estuvieran jugando con la gravedad, como si la hazaña no fuera capaz de quebrar brazos con el más mínimo error. Su camiseta había caído hasta aglomerarse sobre su cuello, dejando al descubierto toda la piel de aspecto maravillosamente encantadora y cálida.

Dejó a la vista su estómago plano, con músculos suaves, su vientre, con líneas marcadas que apuntaban hacia lo prohibido, y sus pectorales... con esos puntos rosados que... que...

Apartó la vista rápidamente, sintiendo como sus orejas ardían. Se sintió culpable por unos segundos, y luego, con mayor culpa, volvió a mirar. Justo a tiempo, vio a Dylan mover sus extremidades como unas tijeras, y luego, en el transcurso de unos segundos, sus piernas se habían colocado de forma horizontal, y luego volvían a su posición para agarrar impulso y, dar dos volteretas que finalmente lo regresaron sobre sus dos pies, mientras lucía una expresión orgullosa. Toda la secuencia se realizó de forma fluida y rápida, una gran demostración de flexibilidad y elasticidad, dejando mucho a la imaginación.

El grupo con el que Percy estaba, había estado callado desde hace rato, pero por alguna razón, sintió que el silencio de ahora, tenía un significado diferente. Entonces, suavemente, pero con mucha claridad, Connor les dijo:

—Se me movió un poco el pene.

Más tarde, dentro de los vestidores de hombres, que ambos cursos compartían, Percy se encontraba sentado sobre un banco, reflexionando sobre los profundos secretos de su corazón. Ignorando que Connor Stoll le enviaba una mirada de odio, mientras se dirigía cojeando hacia las regaderas, ya que su pie había sido sospechosamente aplastado, de forma brutal, por alguien.

—¿Todo bien? —le preguntó Luke, al pasar cerca de él. Acababa de ganar tres partidos de fútbol americano, por lo que venía muy pagado de sí mismo y con una sonrisa de oreja a oreja. Al menos alguien estaba feliz, pensó Percy, regresándole la sonrisa.

—Estuve toda la clase sentado en la banca —dijo, y notó por la comisura de su ojo, que Dylan entraba y se dirigía hacia su casillero, lo abría y, ¡se quitaba la camiseta...!

Como diez pares de ojos se movieron sobre él, pero parecía que ni siquiera habían sido conscientes de su acción. Había sido algo instintivo, cual animales volteando hacia el olor de la sangre. Muchos de ellos, mostraron expresiones sorprendidas al no poder comprender qué los había impulsado a mirar, sintiéndose avergonzados por alguna razón, un poco acalorados como si acabaran de cometer un pecado. Los demás, sin embargo, ocultaron el brillo codicioso de sus ojos, y sigilosamente, disfrutaron de la dulzura que aquel hombre evocaba.

—Qué afortunado —Luke le dio unas palmaditas sobre el hombro, quién sabía qué más le dijo, Percy tenía la mente ya totalmente embotada con el veneno de sus celos—. Pero la próxima vez que tenga la oportunidad de formar equipos, ten la seguridad de que estarás atrapado en el mío. Ese imbécil de Mark. Le dije que te eligiera, pero me ignoró. Lo lamento...

—Está bien —balbuceó Percy, y se encogió de hombros. Ahora Dylan estaba hablando con Cecil, quien había estado a punto de posar su brazo sobre los hombros de Dylan, pero éste lo esquivó de manera espectacular, provocando que Cecil trastabillara y casi se cayera de frente. Fue detenido por los brazos de Will, quien luego le dio un zape en la cabeza por alguna razón.

Nico estaba a su lado, por supuesto también aprovechó para darle su parte, su golpe fue ligeramente más fuerte que el de Will, lo que causó el resentimiento de Cecil. De pronto, Nico estaba huyendo de Cecil, que trataba de darle un abrazo sudoroso y apestoso, mientras Will solo los vigilaba como una mamá gallina cuidando sus pollitos.

Algo fue lanzado bruscamente contra su rostro. Percy pestañeó un par de veces, y luego se dio cuenta de que Luke le había tirado la mochila donde había guardado su ropa. Hacía esto porque, a veces, los chicos encontraban muy divertido asaltar los casilleros, para tirar la ropa de las personas en los basureros o dentro de los retretes. Sí, aunque estaban cerca de cumplir la mayoría de edad, algunos todavía podían actuar como unos mocosos.

—¿Dónde tienes la cabeza? —rezongó su mejor amigo, y luego siguió la línea de su mirada. Cuando vio que solo se trataba de Will y compañía, se tranquilizó, y regresó su atención a él—. ¿Por qué no te has duchado todavía? Apestas a pescado podrido. Como ese atún vencido que encontramos al fondo de tu heladera el otro día...

Percy le dio una patada a sus piernas, forzando a Luke a alejarse, entre risas. Se acercó a su propio casillero que estaba un poco lejos, y al cabo de un rato, Charlie había caminado hasta pararse a su lado, para elogiar su buen rendimiento en el partido de hoy. Pronto, ambos se enfrascaron en una calurosa conversación sobre posiciones y tiros que Percy no entendía ni estaba interesado en aprender. En cambio, viró su rostro, y empezó a hurgar dentro de su mochila en busca de una toalla.

—¡Hey!

El saludo fue emitido por una cálida voz que llevaba un rastro de picardía. El cuerpo de Percy se puso tenso por unos segundos, pero se obligó a fingir normalidad, a la par que levantaba la mirada para encontrarse con los ojos de Dylan.

"Los ojos sobre su rostro", se repitió Percy miles de veces, forzándose a seguir los modales que su madre le había enseñado. Jamás se le ocurrió que también lo aplicaría con un chico.

Percy optó por quedarse callado, no confiaba en que su voz saliera normal. Así que asintió, regresando el saludo.

A pesar de que sabía que Dylan odiaba el calor, se veía que, de alguna manera, había logrado conservar su buen humor hasta ahora. Lucía juguetón, con la comisura de sus labios bien estirados en una sonrisa maliciosa. Todo en Dylan prometía malas noticias, pero Percy estaba demasiado feliz hasta sentirse intoxicado, para que le importara. Permitió que se sentara a su lado, permitió que lo mirara como si fuera una mascota a la que venían a saludar un rato porque se habían acordado de su existencia.

Percy casi esperaba que Dylan le tocara la cabeza y le dijera: "Buen chico".

Estaba demasiado avergonzado para admitir que la idea le causaba cierto placer. Trató de concentrarse en las palabras que Dylan le decía, ¿algo sobre correr? ¿Algo sobre el entrenador acosándolo más que las chicas de último año? Los ojos de Percy empezaron a deslizarse hacia abajo, en contra de su voluntad. Aunque evitó mirar cierta parte de su pecho, terminó fijándose en la bonita curva de su cintura, incluso estando sentado, no tenía grasa en sus abdominales, solo era piel sobre músculos suaves y bien trabajados.

Había una cercanía casi insana entre sus muslos, Percy advirtió con mucha moderación. Sólo unos centímetros lo separaban de aquel muslo de aspecto fuerte y a la vez suave, de textura cremosa, con un ligero toque rosado que se extendía hasta sus rodillas. Hizo que las puntas de sus dedos hormiguearan con el deseo de tocar, amasar, acariciar la carne...

—Mira a Luke, está a punto de arrancarme la cabeza, solo porque me senté a tu lado —se rio Dylan, como un diablillo a punto de empujar a un hombre al barranco, sin sentir ningún tipo de arrepentimiento—. Hace que quiera hacerte cosas realmente malas, percesito —finalizó, para acto seguido, levantar su muslo, y dejarlo caer casualmente sobre el regazo de Percy.

El fuego explotó y se disparó sobre toda la cara de Percy, convirtiéndolo en un semáforo rojo descompuesto. Piel con piel, compartiendo sudor. Se estaba mareando. Su fuero interno estaba gritando y casi perdiendo el control, si su rostro no delataba sus emociones completamente desbaratadas, era solo porque todas sus neuronas habían hecho un corto circuito y habían perdido conexión con el resto de su cuerpo.

Escuchó la carcajada de Dylan, un poco distorsionada, como si le llegara debajo del agua. Seguramente era porque la sangre en sus oídos sonaba tan fuerte como la furia de un océano. Dylan saludó a Luke con una mano, luego le sacó la lengua y el dedo del medio. Luke contuvo la respiración, y si Charlie no estuviera atrapando su brazo, mientras seguía hablándole del fútbol, totalmente ignorante de que Luke estaba por convertirse en un demonio de Tasmania, probablemente ya estaría delante de Dylan, zarandeándolo por los aires.

Dylan lo provocó un poco más, meneando su pie de arriba hacia abajo, haciendo que su muslo rebotara juguetonamente, rozándolo una y otra vez, el regazo de Percy que se sentía en llamas, llamas que se extendían hacia arriba y se acumulaban en cierta zona de su... Velozmente, Percy agarró su toalla y la lanzó sobre su entrepierna. El sudor pronto corrió por sus sienes, y no era por el calor. Empezó a imaginar zombies en tanga, cabras en tanga, el entrenador con una tanga. Se estremeció de horror.

—Observa como sus ojos se enrojecen, ¿está a punto de llorar o entrará en combustión —inquirió Dylan, con tono cantarín—. Es tan fácil hacerlo reaccionar, o quizás soy demasiado talentoso...

La sensación de su piel era tan jodidamente suave. Percy se estaba mareando demasiado. El color blanco rosáceo hacía un contraste delicioso con su tono bronceado, rayando al color de la tierra. Percy decidió, para conservar el poco hilo de cordura en su cabeza, alejar sus ojos de aquel muslo extravagante, y mirar en su lugar, su pie que estaba cubierto de un calcetín. Y vio que tenía una encantadora forma, era adorable, y le dio ganas de mordisquearla.

Mierda, eso tampoco estaba funcionando.

Pero, justo a tiempo, Dylan ya había acabado de jugar, como un niño que acababa de romper todos los platos de su madre, ahora procedería a salir huyendo.

Percy casi lloró por la pérdida, cuando Dylan finalmente apartó su pierna, y se levantó, con un movimiento fluido como si se moviera con el aire. Se veía completamente imperturbable, como si no acabara de destruir a Percy, con sólo un movimiento. Antes de marcharse, le envió un guiño, y luego se unió con los Stolls, prestando especial atención a Connor, sonriéndole demasiado, diría Percy, y no porque estuviera celoso, obviamente que no.

Al final, Percy se cansó de hundirse en la conmiseración, por lo que se puso de pie y se dirigió hacia las regaderas para eliminar los vestigios vergonzosos de su anatomía con una buena ducha con agua helada. Estaba a punto de entrar en un cubículo vacío, cuando la puerta de al lado se abrió, y de ella salió Nico, que en algún momento se había zafado de los abrazos sudorosos de Cecil, o quizás por eso estaba aquí, limpiándose, porque no había logrado escapar.

Con una toalla rodeando sus caderas, Nico le envió una mirada aburrida, y luego la apartó, para, inmediatamente volver a mirarlo estupefacto.

—¿En serio? ¿Aquí? —Hizo un gesto al lugar, luego hacia su entrepierna. No hacía falta decir más—. ¿Quién lo provocó?

—No te gustará saberlo —respondió Percy, volviendo a ocultarse con la toalla.

—Entiendo, haré como si no vi nada —concluyó el italiano, con un tono muy solemne. Acto seguido, empezó a caminar, pero justo cuando estaba por pasar a su lado, se detuvo—. Por cierto, lo dotado es de familia —dijo, dándole dos palmaditas en el hombro, con expresión muy orgullosa—. Encárgate de eso, ¿necesitas que te recomiende algunas páginas o...?

Algo en su rostro, hizo que su primo guardara silencio, y después de un carraspeo, finalmente Nico se fue, dejándolo sólo. Percy dejó salir una gran bocanada de aire. Un momento después, revisando que no había moros en la costa, y con los dedos temblorosos, sacó su celular. ¿Podría hacerlo?

Y así, un día, por error, Percy descubrió que le gustaban mucho los chicos que usaban falda.  

Muchas gracias por leer, pronto habrá un capítulo en la Historia principal. Déjame comentarios. Bye!!

Sabes que nunca te abandonaré, solo tengo mucho trabajo, lo siento :c El dibujo es de 

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