7. SOS 1-5
Kyle:
¿Cuántas veces en la vida han deseado volver a ser joven?
Digo, tengo cuarenta y tres años y par de veces al día, desearía tener veinte; fundamentalmente en momentos como estos, después de haber salido de una reunión con diez tíos que se creen que por haber puesto una cuota de su capital en una de las franquicias de “Patinajes Andersson”, en Diambo, justo al otro lado del mundo, pueden venir a cambiar mi forma de trabajar.
Me duele la cabeza horrores y no dudo que tenga la presión alta. He tenido que ponerme fuerte para hacerles entender que, si he logrado construir un imperio en el mundo del patinaje, es porque mis métodos funcionan y que, a no ser que traigan algo nuevo, por lo que valga la pena realmente apostar, las cosas se seguirán haciendo a mi modo, de lo contrario, pueden recoger su dinero y marcharse por donde mismo vinieron.
Por supuesto, todos recogieron sus agallas y aceptaron sin rechistar, pero el dolor de cabeza no hizo más que empeorar.
Me encanta la vida que tengo, pero el estrés al que estoy sometido constantemente, me hace añorar la época en la que era un crío sin responsabilidades, cuyas únicas preocupaciones eran salir bien en la universidad, ignorar a su padre, patinar, salir con sus amigos y ser feliz con la rubia desastrosa que llegó a su vida para ponerla patas arriba.
Sonrío al pensar en mi rubia preferida y esa forma tan peculiar que tuvimos de conocernos mientras me siento tras mi escritorio. Apoyo la cabeza en la silla giratoria y cierro los ojos esperando que el maldito latido en mi frente desaparezca.
Mi secretaria se adentra a la oficina a paso rápido y no necesito mirarla para saber que me trae un jugo de naranja y mi muy merecido paracetamol, pues los dolores de cabeza son bastante recurrentes cada vez que termino una de esas reuniones y ella me conoce demasiado bien.
—Gracias, Graciela —digo sin abrir los ojos.
—De nada, señor —murmura y cuando no escucho sus suaves pasos alejarse, abro los ojos.
Me observa con su característica mirada dulce y una sonrisa entrañable en su rostro. Lleva casi dos décadas trabajando conmigo, así que ya la conozco lo suficiente como para saber que está a punto de darme uno de sus consejos maternales que yo procuro siempre acatar. Se enoja cuando no lo hago y digamos que ya tengo suficiente con Doña Amelie como para hacer enojar a otra señora más.
Aflojo la corbata de mi traje y me tomo la pastilla.
—¿Me permite darle un consejo?
—¿Desde cuándo pides permiso para hacerlo?
Rueda los ojos y yo me río. Graciela es una señora de sesenta y seis años que me hizo las cosas bastante sencillas una vez comencé a trabajar aquí; pero no se confundan con su edad, tiene más fuerza y espíritu que yo.
—Termine por hoy. Salga temprano y relájese. Vaya a ver a su esposa, lleven a Kay y a la pequeña Lía a pasear, yo qué sé. Hagan algo en familia y relájese; lo necesita.
—Son las diez de la mañana, Graciela.
—¿Y qué?
—Que Addy está trabajando, las niñas están en la escuela y yo tengo un montón de cosas que hacer en la tarde.
—En realidad, lo que tenía programado para la tarde no era nada que no se pudiese posponer y yo me tomé el atrevimiento de reordenar su agenda liberando el resto del día.
Abro la boca, ligeramente sorprendido.
—El resto son excusas.
—¿Cambiaste mi…? —No me da tiempo a terminar mi pregunta, pues se cruza de brazos y me mira con los ojos entrecerrados.
—Kyle Andersson, recoja sus cosas y lárguese a descansar o juro que en el próximo café le echo el calmante más fuerte que encuentre. O descansa por las buenas o lo hace por las malas; usted decide.
Levanto las manos en son de paz.
—No hay necesidad de ponernos violentos —comento con una sonrisa, pero ella sigue seria—. Tranquila, me iré, ¿vale?
—Vale. Le das un beso a Addyson y a las chicas de mi parte.
Sin esperar mi respuesta, da la media vuelta y se marcha.
Suspiro profundo y decido que lo mejor es ir con mi familia; ellos sin duda son la mejor medicina a todos mis males y si ya Graciela vació mi agenda, no tiene sentido que me quede por aquí.
Me quito la chaqueta del traje porque odio estas cosas, subo las mangas de la camisa blanca y suelto los primeros dos botones. Recojo mis cosas, salgo de la oficina a paso rápido y la sonrisa de satisfacción de Graciela me despide cuando las puertas del ascensor se abren.
Presiono el botón del estacionamiento, mientras saco mi celular, busco la aplicación de mensajes y abro el chat que tengo con Kaitlyn.
Yo: ¿Clases?
Kay: A punto de entrar a la pista de patinaje.
Kay: ¿Por?
Yo: Solo para saber.
Yo: Nos vemos.
Yo: Te quiero.
Kay: Y yo.
Guardo el teléfono y una vez en mi auto, entro y pongo rumbo al instituto. Puede estar a punto de entrar a la pista, pero, por hoy, tendrán que liberarla. Estoy seguro de que no tendrá problemas, a fin de cuentas, es digna hija de sus padres y el patinaje se le da de maravilla.
Alrededor de veinte minutos después, detengo el auto frente al club de patinaje de su escuela. Me dirijo al interior del local que, aquí entre nos, es patrocinado por mi empresa, así como muchísimos otros clubes en todo el país. No tardo en verla en el centro de la pista junto a sus compañeros atendiendo a lo que sea que la entrenadora les dice.
Me acerco hasta ellos y justo cuando me dispongo a llamar su atención, me detengo. Un chico, no mucho mayor que ella, apoya uno de sus brazos sobre sus hombros y besa la cima de su cabeza. Ella lo observa y le sonríe con dulzura.
Ok. ¿Aquí qué está pasando?
Observo la familiaridad de ese gesto; cómo él dice algo en voz baja y ella se ríe entre dientes antes de golpear con suavidad su codo en el estómago del chico. Él le toca la punta de la nariz y ella se ríe más.
¿Por qué la entrenadora no les dice nada por estar tonteando?
No sabría decir exactamente la de cosas que pasan por mi mente y el manojo de sentimientos contradictorios que se arremolinan en mi interior. Por un lado, Kay se ve feliz, lo que, instantáneamente, me hace feliz a mí; sin embargo, por otro lado y es lo que más influye, mi niña solo tiene quince años y ese chico que, estoy casi convencido de que no es solo un amigo, no le quita las manos de encima.
Es muy joven para tener novio; definitivamente no estoy preparado para esto. Soy consciente de que no puedo aspirar a que esté soltera hasta los cuarenta, pero me gustaría que se esperara al menos hasta los veinte. Eso no es ser demasiado sobreprotector, ¿verdad?
Addy me ha hablado de que esto podría pasar; ha intentado prepararme para el momento; pero creo que ningún momento es correcto para ver a tu hija con un chico, aun así, me obligo a permanecer tranquilo.
No me gusta, pero es mi niña y no quiero hacer un teatro que pueda avergonzarla.
—Buenas tardes —digo, captando la atención de todos.
No lo voy a negar, es divertido ver la rapidez con la que el chico quita la mano de los hombros de mi hija y cómo, los dos, se giran hacia mí como si se trataran de la niña del exorcista. Supongo que mi voz es bastante conocida.
¿Ya he dicho que han perdido todo el color de sus rostros?
—Pa… papá… —susurra Kaitlyn.
—Señor Andersson —dice la entrenadora, patinando hacia mí—. Qué sorpresa verlo por aquí.
Conozco a la señorita López, pues al ser patrocinador del club y ella entrenadora; hemos coincidido un par de ocasiones en las que he tenido que reunirme con el director del instituto y, cómo cada vez, la mujer barre la mirada por mi cuerpo, devorándome. Ruedo los ojos con fastidio.
—Necesito que me preste a mi hija por el resto del día, espero que no sea inconveniente.
—No, para nada. Kay es un amor de niña y una excelente patinadora.
—¿No acaba de decir que tenemos que entrenar intensivamente? —pregunta mi hija con horror, al darse cuenta de que la dejarán ir muy fácil.
—Tú puedes ponerte al día mañana, Kay. Estoy segura de que no tendrás problemas.
—Pero… —Mi hija detiene lo que sea que iba a decir al percatarse de mi mirada fulminante—. Ok, nos vemos mañana.
Nerviosa, sale de la pista. La veo sentarse en las gradas para quitarse los patines y, mientras tanto, yo me concentro en el chico que no consigue sostenerme la mirada por más de dos segundos. Tiene miedo y, aunque estoy seguro de que no debería disfrutar ese hecho, lo hago.
—¿Nos vamos? —pregunta Kaitlyn par de minutos después.
Asiento con la cabeza y me dirijo a la salida.
—Papá, sobre… —Comienza a decir una vez salimos del club.
—Hablaremos cuando estemos con tu madre.
Llegamos al auto y abro la puerta, sin embargo, antes de que entre, la detengo.
—¿No hay beso para mí?
Su mirada nerviosa, se va haciendo pequeñita mientras una sonrisa se abre paso en su rostro. Sus brazos no tardan en envolverse tras mi cuello mientras me da varios besos. Le devuelvo el gesto y nos quedamos así por unos segundos.
—Es un buen chico —susurra con su rostro enterrado en mi cuello.
—¿Podemos hablarlo cuando estemos con tu madre? Necesito que ella me ayude a gestionarlo.
Se ríe y luego se aparta.
—Te quiero, papá.
—Y yo a ti, pitufa.
Me mira con mala cara por el mote con el que Aaron y Annalía la han bautizado, pero no se queja.
—¿A dónde vamos? —pregunta cuando entra en el coche y cierro la puerta.
Rodeo el auto pensando en que, hace unos segundos, mis intenciones eran relajarme, pero ahora estoy casi seguro de que me saldrán canas verdes dado que mi hija parece tener novio.
—A pasar un rato en familia —respondo cuando entro al auto.
—¿Aaron viene?
—No puede. Pasaremos por Lía antes de ir a buscar a tu madre.
Asiente con la cabeza y por los próximos segundos, busca en la radio algo digno de escuchar para sus oídos de solo quince años, o algo así murmura cuando le digo que deje al menos una canción.
Llegamos a la escuela de Annalía unos diez minutos después y luego de aparcar, vamos directo a su aula. Me asomo en la puerta de modo que la maestra me vea, pero los niños no y ella sale. Le digo que necesito llevarme a Lía, pero que no se preocupe, que yo mismo me encargaré de que copie la clase y explicarle el contenido. Ella acepta sin dudar.
Unos minutos después, una mata de pelo negra sale del aula con rapidez y, al verme, corre hacia mí. Me inclino un poco y ella se lanza a mi cuello. Una vez me incorporo, enreda sus piernas en mi cintura y llena mi rostro de besos.
Annalía es la niña más cariñosa que conozco.
—¿A dónde vamos? —pregunta con emoción.
—A dar una vuelta.
—¿Y Aaron? ¿Aaron va con nosotros? Yo quiero que vaya Aaron —dice con rapidez y yo me río. Esta mocosa tiene delirio con su hermano.
—Vaya, gracias por preguntar si yo también voy —se queja Kaitlyn con su voz cargada de sarcasmo y los brazos cruzados sobre su pecho.
Annalía, que salió tan rápido del aula y que, por tanto, no la había notado, sonríe con felicidad.
—¡Pitufa! —grita de repente, ganándose la atención de algunos profesores alrededor y luego se lanza a los brazos de su hermana para llenarla de besos—. Yo también quiero que tú vayas.
—Vamos a suponer que me lo creo porque tú, diablilla, —Pincha sus costillas con su dedo índice haciéndole cosquillas—, siempre que tengas a Aaron, el resto no te importamos.
—Eso no es cierto —dice entre risas, mientras se retuerce en los brazos de Kay por las cosquillas.
Sonriendo, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que hemos atraído la atención de los que nos rodean, así que las incito a marcharnos.
Kay y Lía se acomodan en el asiento trasero del auto y juntos nos dirigimos al Estadio Annalía en busca del amor de mi vida, la mujer que puso mi mundo patas arriba, pero que, aunque suene contradictorio, le dio sentido a mi existencia.
No tardamos en llegar y, tomando de la mano a Lía para que no salga corriendo, nos dirigimos a la entrada. Todos nos saludan al vernos llegar y debo decir que casi tardamos más tiempo en ir de la puerta, a la pista, que de la escuela de Annalía a aquí.
Cuando por fin logramos llegar, un grupo de doce chicos entre los ocho y los doce años, patinan alrededor de las dos pistas, mientras mi esposa da indicaciones y toma algunas notas.
—¡Lisa, la cabeza en alto! —grita y no sé quién es la niña, pero la sonrisa de Addyson me dice que ha obedecido.
Tal vez ya lo saben… ¿qué digo?, estoy seguro de que ya lo saben; pero Addyson Scott, a pesar de que no era la clase de chica en la que solía fijarme, me atrajo desde un primer momento y eso que, desde que la conocí, debí haberle puesto una orden de alejamiento. No exagero cuando digo que en algún momento pensé que moriría en sus manos… en realidad, aun lo pienso.
El punto es que me gusta todo de ella; pero hay algo en esa forma que tiene de enseñar a patinar, que me fascina. No sé si es el brillo en su mirada por hacer algo que ama; la hermosa sonrisa de su rostro cuando las cosas le salen bien; sus gráciles movimientos mientras le muestra a los chicos cómo deben hacerlo; la dulzura con la que los trata, incluso cuando se enoja con ellos por no hacer lo que deben; tal vez sea todo junto, pero tengo debilidad por la Addyson Scott entrenadora de patinaje.
—¡Mamá! —grita Annalía a penas la ve y no duda en salir a su encuentro soltándose de mi agarre.
Mi chica, asombrada, se voltea hacia nosotros y la sonrisa que surca su rostro al vernos es digna de enmarcarla en un cuadro y colgarla en el salón de la casa. Esta mujer, ni con los años, pierde el encanto que ha puesto en mí.
—Pero, ¡¿qué hacen aquí?! —pregunta cuando su hija se lanza a sus brazos.
La alza del suelo y da vueltas con ella sobre sus patines de rueda. Annalía ríe feliz y yo la imito.
A diferencia de mi niña, tanto Kay como yo esperamos a Addy fuera de la pista; detesta que entren con zapatos, así que es mejor no provocar a la fiera en la que suele convertirse cuando se enoja.
—Tienen diez minutos para descansar —le dice a su equipo y luego se acerca a nosotros.
Deja a Lía en el suelo, fuera de la pista, y le da un beso y un abrazo gigante a Kay. Luego se dirige a mí dejando un casto beso en mis labios que me sabe a poco, así que la tomo por la cintura con una mano y la otra la hundo en su cabello fundiendo nuestras bocas en un beso no tan largo ni ardiente, pero definitivamente mejor.
—Hola —susurro sin soltarla.
—Hola.
Kay carraspea a nuestro lado, así que la suelto.
—¿Qué hace Kyle Andersson lejos de su oficina a las once de la mañana?
No sabría decir si su asombro es genuino o está dramatizando.
—Te extrañaba. —Me encojo de hombros y ella se ríe.
—Graciela te ha obligado, ¿verdad?
—Aun así, te extrañaba.
—Yo también te extrañaba, mamá —dice Annalía.
Addy revuelve su cabello y le da un beso en la coronilla.
—Yo también te extrañaba, preciosa.
—¿Y yo qué? —Kay hace un puchero tierno y su madre la atrae a su cuerpo en un abrazo.
—Yo los extraño a todos diariamente.
—Yo extraño a Aaron. ¿Por qué Aaron no deja la escuela?
Suspiro profundo.
He perdido la cuenta de la cantidad de veces que he escuchado esa pregunta y que he tenido que responderla, así que me obligo a usar mi arma secreta.
—¿Crees que tienes un huequito para ir con nosotros a por una pizza?
—¡Pizza! ¡Sí! —grita Annalía, feliz, mientras da saltitos en el lugar, olvidando completamente a su hermano.
Aquí entre nosotros, si algún día quieren que Annalía Andersson Scott olvide algo, ofrézcanle una pizza. Eso nunca falla.
—Para mi familia siempre tengo tiempo. —Me guiña un ojo.
Addyson da por terminada la lección y luego de cambiarse de ropa y quitarse los patines, salimos los cuatro rumbo a nuestra pizzería favorita en la zona. Una vez allí, tomamos asiento en una de las mesas del fondo y la camarera no tarda en hacernos el pedido. Pizza con pepperoni para mí y para Annalía y de jamón con piña para Addy y Kay. Mejor no digo lo que pienso de la piña en una pizza.
De entrante, Lía pide un helado de vainilla con chispas de chocolate.
—Pequeña, tu hija tiene algo que decir —comento unos minutos después.
Addyson arquea una ceja y luego intercala la mirada entre Kay y Lía. Esta última niega con la cabeza de forma compulsiva.
—Prometo que no he hecho nada —dice, levantando su mano con la palma abierta en nuestra dirección como si estuviese haciendo un juramento solemne.
Sin poderlo evitar me río y le revuelvo el cabello, gesto que la hace sonreír.
—¿Kay? —pregunta y nuestra niña suspira profundo.
—Tengo novio —responde entre dientes y sé que no hay que ser muy inteligente para saberlo, pero aún me quedaba la pequeña esperanza de que se tratase solo de su mejor amigo demasiado confianzudo.
Addy tose ante la impresión mientras sus ojos se abren de par en par por la sorpresa. Supongo que no se lo esperaba.
—¿Novio?
Asiento con la cabeza como si la pregunta estuviese dirigida a mí, aunque claramente es con Kaitlyn.
—¿Novio? —Vuelve a preguntar como si no pudiese creérselo.
Mi niña asiente con la cabeza.
—¿Novio, novio?
Ok, ni yo me sorprendí tanto.
—¿Cómo que tienes novio Kaitlyn Andersson Scott?
El movimiento del codo de Annalía contra el brazo de su hermana, llama mi atención, la de Kay también. Mi nena más pequeña y de la forma menos disimulada posible, cubre su boca con una mano y se inclina hacia ella.
—Ha usado tu nombre completo, pitufa. Estás en problema.
Presiono los labios para no reír ante los ojos desorbitados de Lía y sus palabras que, aunque sé que ha querido que sonara como un secreto, lo ha dicho tan alto que estoy seguro de que lo han escuchado los comensales a tres mesas de la de nosotros.
Digamos que la palabra disimulo nunca irá en la misma oración que su nombre.
—¿No vas a contestar? —Continúa preguntando mi esposa—. Kaitlyn.
—Mamá, no la regañes mucho, —Interviene Annalía—. Y tampoco hagas preguntas tontas, ya tú lo sabías.
Espera, ¿qué?
—Yo te prometo que quería decírtelo, papá, porque tú dices, el abuelo dice, todos dicen que no se puede decir mentiras, pero mamá me…
—Lía, cariño… —La interrumpe su hermana con una risita nerviosa—. Come tu helado, por favor.
Observo a mi esposa que tiene los ojos abiertos de par en par y yo frunzo el ceño.
¿Lo sabía?
—¿Lo sabías? —pregunto, enojado.
Esto es algo que no se oculta.
—Eh… —Se remueve incómoda en su lugar.
—¿Lo sabías y no me lo dijiste? —A pesar de mi tono enojado, procuro no hablar muy alto, para no llamar la atención de los demás—. No puedo creerlo.
—Kyle, cariño…
—Esto es serio, Addyson. —La interrumpo.
—Ups. —Creo escuchar decir a Annalía, pero la ignoro.
—Nuestra hija de quince años tiene novio y, ¿tú lo sabías?
Joder, me estoy enojando más con cada segundo.
No debí hacerle caso a Graciela, debí haberme quedado en la empresa.
—Papá…
—Ahora no, Kaitlyn.
—Kyle… —Comienza a decir Addyson y cuando ve que la voy a interrumpir por segunda vez, me cubre la boca con su mano—. ¿Podrías callarte y dejarme hablar?
Frunzo los labios en desaprobación, pero le hago caso.
—No lo sabía.
Enarco una ceja, sin creer lo que dice.
—Bueno, sí lo sabía, pero no como tú crees. Ella no me lo dijo, yo me di cuenta sola al notar su comportamiento.
Frunzo el ceño.
—Soy su madre, Kyle, y sé cuándo a uno de mis hijos le sucede algo. Kay es una chica sencilla por lo que supe que había algo cuando noté que comenzaba a usar brillo labial y a prestarle más atención a su ropa de lo que solía hacerlo.
»Pensé que algún chico le gustaba y, precisamente ayer en la noche, le pregunté. Luego de una larga conversación me contó que tenía un noviecito.
Frunzo los labios ante esa palabra.
—Ella me pidió que no te lo dijera hasta que no estuviese lista; que le diera unos días y es mi pequeña, Kyle, le dije que tenía una semana; pero doña chismosita, —Mira a Lía que está entretenida con su helado—, nos escuchó.
—Y si lo sabías, ¿por qué armaste tanto escarceo?
Se aclara la garganta.
—Tenía que hacerme la que no sabía, ¿y tú por qué estás tan tranquilo?
—Porque se supone que tú me ibas a ayudar a hacerle entender que es muy joven para tener novio.
—Lucas es un buen chico, papá.
—Es un buen chico. —Repite Addyson.
—Pero es un chico y tiene una…
—Kyle. —Me interrumpe viendo venir mis palabras y yo cierro los ojos reprendiéndome mentalmente—. Pues eso, tiene eso.
—¿Qué tiene?
Todos miramos a Annalía, que nos observa con curiosidad.
—Cabeza, cariño, tiene cabeza.
Dos, para ser exactos, pero me preocupa mucho más la de la zona sur de su cuerpo.
—Qué tonto, papá, todos tenemos cabezas. —Hunde la cuchara en su helado—. Tú, mamá, Kay, Aaron, los tíos, las tías, los primos, hasta los perros tienen cabezas.
Se encoge de hombros y luego lleva el helado a su boca.
—Sí, cariño, todos tenemos. —Es lo único que consigo decir.
—Por cierto, ¿puedo tener novio? —pregunta.
—No —respondemos Addy, Kay y yo al mismo tiempo. Ella levanta las manos en son de paz.
—Vale.
—Papá —me llama Kaitlyn—. Lucas en un buen chico y si lo que te preocupas es su, bueno, eso, no tienes que preocuparte; él no piensa en esas cosas.
—Sí lo hace.
—No lo hace.
—Pues es gay.
—¿Qué es gay? —pregunta Annalía, siempre curiosa, y yo paso mis manos por mi rostro, frustrado.
—Después te explico, cariño —dice Addy y luego toma mi mano, captando mi atención—. Son niños, Kyle, no piensan en eso.
Ja, eso no se lo cree ni ella.
—No son niños, Addy; son adolescentes con hormonas revolucionadas y, créeme, si piensan en eso. Yo tuve quince años también.
—¿Qué es hormosnas? —pregunta Lía, pero suena raro por tener la cuchara en su boca.
—Luego te explico. —Repite su madre y ella suspira con dramatismo—. Ok, sí piensan en eso; pero, a no ser que tengas una idea para hacer que no se vean y, ojo, sin cambiar a Kay de colegio, creo que vamos a tener que empezar a adaptarnos a que nuestra pequeña está creciendo.
Mi niña nunca crecerá, al menos no para mí.
—Es peor que anden a escondidas, cielo, y tú lo sabes. Solo debemos tener una conversación con ella sobre el sexo y…
—Eso sí sé lo que es —dice Annalía de repente y tanto yo como su madre, la miramos aterrados.
¿Cómo que sabe lo que es el sexo?
—Sexo femenino y sexo masculino. La maestra habló de eso el otro día.
Juro por Dios que no se imaginan el alivio que acaba de embargar mi cuerpo. Lo último que me faltaba es que mi hija menor, de solo cinco años, sepa qué carajos es el sexo.
—Correcto —dice su madre con voz chillona y luego me mira—. Solo debemos hablar con Kay y explicarle sobre el sexo masculino y femenino.
Suspiro profundo.
En el fondo, sé que tiene razón.
Mi parte racional me dice que es lo correcto, que impedirle salir con él o con cualquier otro es peor porque vamos a perder la confianza y la buena relación que hemos construido entre nosotros y, aun así, no vamos a evitar que tenga novio; sin embargo, mi parte poco racional, esa de padre celoso sobreprotector, me pide a gritos que aparte a todo graciosillo de su lado.
—Tú hablas con tu hija y yo hablo con el chico.
—Papá…
—Es mi última palabra, Kaitlyn.
Mi niña suspira profundo y la camarera llega con nuestro pedido, justo a tiempo.
A pesar de que los minutos que le siguen a la charla son un poco incómodos, Annalía no tarda en romper el hielo y la buena onda y el cariño que nos caracteriza se adueña de nosotros. Conversamos, reímos, hacemos historias de antaño y hablamos de alguna escapada en la que, detalle importante, no puede faltar Aaron.
Adivinen quién lo propuso.
El resto de la tarde se va demasiado rápido para mi gusto. La verdad es que Graciela tenía razón; un rato con mi familia era lo que necesitaba para aliviar el estrés que me está consumiendo día a día.
Regresamos a la casa ya entrada la noche y el cansancio se nota en nuestras facciones. Lía está dormida por lo que debo cargarla hasta su cuarto donde estará hasta que Addy prepare las cosas para darle un baño.
—Voy a tomarme una cerveza. ¿Me acompañas? —pregunto acercándome a ella y atrayéndola a mi cuerpo.
—Bañaré a Lía y luego lo haré yo. No demoraré. —Asiento con la cabeza—. Espérame abajo.
Vuelvo a asentir y, aprovechando que no hay moros en la costa, tomo su boca como llevo deseando desde que la vi esta mañana en la pista. Jadea por la sorpresa, pero no tarda en devolvérmelo, dejando que nuestras lenguas se enzarcen en una batalla cuerpo a cuerpo que nos hace gozar de placer.
No sé cuántas veces la he besado desde que nos conocemos, pero cada vez, lejos de aburrirme, me hace desear más.
Apoya las manos en mis hombros y me separa con suavidad. Nuestras respiraciones están aceleradas y la sonrisa en mi rostro es reflejo de la mía.
—Te amo, pequeña.
—Yo también te amo.
Me da un casto beso y se aleja.
—Nos vemos abajo.
Addyson entra al cuarto de nuestra pequeña y yo decido ir al nuestro para darme un baño y ponerme algo más cómodo. Una vez salgo, procedo a vestirme y mi celular suena.
Aaron.
—Hola, campeón.
—Hola, papá. ¿Qué tal?
—Saliendo del baño para tomarme unas cervezas con tu madre. —Coloco el celular entre mi hombro y mi oído y me pongo una pantaloneta—. Hoy tuvimos un día familiar; Lía no dejó de insistir en que la próxima vez tú tenías que venir.
Mi hijo mayor se ríe al otro lado de la línea y en ese solo gesto se puede sentir el cariño que le tiene a su hermana.
—La próxima vez avisen con tiempo y voy.
—Fue algo improvisado.
—Oye, papá, necesito un favor tuyo.
—Tú dirás —contesto mientras abro la puerta de mi habitación en dirección a la cocina.
—¿Mamá está cerca?
Me detengo a mitad del descenso y frunzo el ceño. ¿Es a mí al único que eso le suena raro?
—Está bañando a Lía.
—Ok. Necesito que me digas cómo carajos se hace una sopa.
En cualquier momento le llamaría la atención por la grosería, pero hay algo en su frase que me alarma. Hacer una sopa implica estar en una cocina con fogones y Aaron nunca, jamás de los jamases, lo ha hecho.
—Aaron, la casa en la que están viviendo cuesta una fortuna, es hermosa y, por tanto, me gustaría que no la quemaras.
Mi hijo resopla.
—Papá, solo dime cómo hacerla, ¿vale?
Continúo mi camino a la cocina y una vez llego, abro la nevera, saco una lata de cerveza, la abro y me siento en la isla a degustarla.
—¿Por qué siquiera quieres cocinar?
Un suspiro profundo.
—Una amiga se tomó unos yogures en mal estado y casi saca el estómago por la boca. Solo quiero hacerle algo suave para que coma.
—¿Amiga?
Eso me alarma.
Es decir, que Aaron se preocupe por una chica me hace feliz, pues es señal de que lo he criado bien; pero que se preocupe tanto como para atreverse a cocinar por ella, me aterra. A no ser que se trate de Emma, por supuesto; luego de la boda de Sabrina, todos estamos casi convencidos de que él se está dando cuenta de sus sentimientos.
—Sí, amiga.
—¿Qué amiga?
—No la conoces.
—Pero quiero conocerla.
—Yo no quiero que lo hagas.
—¿En serio no me vas a decir?
—No.
—Pues busca la receta en internet.
—¡Eso no es justo, papá!
—¿Quién es tu amiga?
—Oh, joder, ¡es Emma!
Ok… Había una gran posibilidad de que fuera ella; pero que sea cierto es casi increíble.
—¿Sigues ahí? —pregunta.
—¿Qué Emma?
No me miren mal, también está la posibilidad de que sea otra Emma...
—La única que conozco.
—¿Emma, Emma? ¿Nuestra Emma? ¿Emma Bolt? —pregunto como un tonto.
Zion va a flipar cuando le dé la noticia.
—¿Sabes qué, papá? Volveré a insistirle a mamá; tal vez ya terminó lo que estaba haciendo.
—¡No! —grito.
Lo último que necesito es que las chicas se enteren; ganarían la apuesta y eso no lo puedo permitir.
—Yo te ayudo. —Me aclaro la garganta—. ¿Tienen pollo?
—Sí. —Hace una pausa y creo que abre la nevera—. O eso creo.
¿Eso cree?
—Sí, sí hay, pero está congelado.
—Ponlo en el microondas y dale a descongelar. Y, por el amor de Dios, Aaron, nada de aluminio. Hablaba en serio cuando dije que no quiero que arruines la casa.
—Dramático.
Los siento trastear durante unos segundos y luego escucho el sonido del micro al iniciar.
—Necesitarás algunas malangas, dos o tres está bien; dos cebollas, ajo…
—¿Cuántos?
—¿Cuántos qué?
—Dientes de ajo.
—¿Son grandes o chiquitos?
—Normal, supongo.
—Aaron, sal de la cocina; terminarás enfermando a Emma más de lo que está.
—Chistoso. Solo dime un número.
Respiro profundo.
—Cuatro.
—Listo.
—¿Tienen papas?
—Sí.
Eso sí lo sabe el desgraciado. Le encanta la papa frita.
—¿Calabaza?
Rebusca en los armarios durante unos segundos y yo aprovecho para buscar otra cerveza.
—La encontré.
—Necesitarás una tasa y media de fideos, sal, sazón goya, perejil y dos cubitos de caldo de pollo.
—Un momento.
Por los próximos minutos me deleito con el improperio de maldiciones y las puertas de los armarios abrirse y cerrarse con fuerza mientras mi hijo rebusca el resto de los ingredientes sin mucho resultado.
—Maldita sea Emma, carajo. —Lo escucho murmurar—. No, maldito yo por habérseme ocurrido la estúpida idea de cocinar.
Sin poderlo evitar, me río. Es que es imposible no hacerlo. Esa situación es delirante, estoy seguro de que, si Zion estuviese aquí, estuviese descojonándose de la risa.
—Sí, sigue riéndote —me reprende, pero yo no puedo parar—. Papá, concéntrate, por favor.
—Sí, sí, lo siento, cariño.
Un ruido detrás de mí me hace voltearme, pero no veo nada y es entonces que me doy cuenta de que Addy bajará en cualquier momento y como se entere de esta charla, el equipo masculino estará jodido.
—Estás muy lento, Aaron.
—No estoy lento; el problema es que la cocina la uso para cualquier cosa menos para cocinar y no tengo ni puta idea de dónde carajos Luciana guarda las cosas.
Respira profundo.
—¡Lo encontré! —grita de repente haciendo que mi risa aumente—. Lo tengo todo… creo. Ahora dime cómo hacer la dichosa sopa.
Decido que es momento de ponerme serio, pues esa sopa debe salir bien. Dicen que el amor entra por el estómago, ¿no? Pues de alguna forma mi hijo debe enamorar a la chica; así que, por los próximos minutos, me dedico a explicarle todo lo que debe hacer.
—Sí, entiendo.
—Luego incorpora las viandas y verduras; agrega sal, pimienta, comino y ponlo a fuego medio.
—Ok… de acuerdo.
No parece muy convencido.
—¿Seguro?
—No —responde y se le nota frustrado—. Cuando llegue ahí te vuelvo a llamar.
Mierda, no hay tiempo para eso.
—Escucha toda la receta…
—¡Se me va a olvidar, papá!
—Vale, relájate. —Supongo que me tendré que escaquear de Addyson para poder terminar la receta—. Si te ibas a poner así, no lo hubieses empezado, bien que podías pedir a domicilio —bromeo.
—Ya te expliqué por qué lo hago. Está enferma y sí, sé qué puedo pedir una sopa a domicilio, joder, pero sin darme cuenta le dije que sabía cocinar. Conoces a la enana, si le digo que no es cierto, me estará molestando por toda la eternidad.
En eso tiene razón.
—Aún no puedo creer que te preocupas por ella.
—¡Claro que me preocupo por ella, papá! ¿Por quién me tomas? Voy a colgar, si no, esta sopa no estará nunca.
—Ok, esperaré tu llamada.
Sonriendo, cuelgo el teléfono; pero, previendo que en cualquier momento llegará Addy y me será complicado alejarme sin levantar sospechas, decido mandarle un audio con el resto de la receta.
Me asomo a la escalera y espero unos segundos para ver si escucho algún movimiento en el piso de arriba, pero nada, así que regreso a la cocina y le envío un mensaje a los chicos: “SOS 1-5”
Les explico.
1 por la A de Aaron.
5 por la E de Emma.
En dependencia del orden en el que lo uses significa de quién es el chisme.
No me miren raro, fue idea de Zion y nadie ha dicho que él sea bueno poniendo nombres; pero el resto somos peores. Así que, ¿qué más da?
Mi teléfono no tarda en sonar desde el chat que solo compartimos los tres y, luego de asegurarme nuevamente de que mi esposa no ande por estos lares, contesto la videollamada.
—¿Qué sucedió? —pregunta Zion apenas su rostro sale en la pantalla.
—Buenas noches a ti también. ¿Estás bien? Yo sí, gracias por preguntar —me burlo y él rueda los ojos.
—¿Vas a hablar o no?
Me río.
—Aaron me ha llamado para que le ayude a prepararle una sopa a Emma porque está malita del estómago.
—No jodas, —exclama mi amigo—. ¿En serio? ¿Aaron en la cocina? ¿Cocinando para mi hija? —Su carcajada resuena en toda la cocina y yo lo miro raro—. ¿Y la casa sigue en pie?
—Oye, Zion —dice Maikol de repente.
Está en su escritorio, con espejuelos de chico sexy, palabras de Abigail no mías, sonriendo de medio lado.
—Sí escuchaste la parte en que Emma está malita del estómago, ¿verdad?
El rubio frunce el ceño.
—¿Está malita?
Tanto Maikol como yo asentimos con la cabeza.
—Mierda, Kyle, ¿por qué no lo dijiste antes?
Abro la boca sin podérmelo creer. ¿Está hablando en serio?
—Denme un segundo, la voy a llamar.
—¡No! —grito para sorpresa de los dos—. Aaron me ha dicho que ya está mejor y si la llamas, arruinarás lo que sea que esté pasando ahí.
Frunce los labios; no le gusta la idea, pero acepta.
—¿Y qué se supone que está pasando ahí?
—Ni idea —respondo.
—¿Se han dado cuenta de que hemos vuelto a perder? —pregunta Maikol—. Juro que, en la próxima apuesta, me pongo de parte de ellas.
—Eso dijiste la última vez, Maik. —Le recuerdo.
—Lo sé, pero en esta ocasión, estaba convencido de que teníamos razón, de que íbamos a ganar.
—Tal vez no hayamos perdido todavía —digo, intentando aferrarme a la más pequeña esperanza—. No creo que estén saliendo.
—Tal vez sí, —Maikol despeina su cabello, se quita los espejuelos y se acomoda en su asiento—, tal vez no. ¿Quién sabe?
—Tu hijo —dice Zion de repente y comienza a trastear en su teléfono—. Lo estoy llamando.
Unos segundos después, aparece Dylan en pantalla.
—¿Y esa cara de estreñido? —Es lo primero que pregunta Zion al ver la mueca del chico.
—¿Estreñido? —pregunta sin entender y Zion imita su gesto—. No estoy estreñido, solo que no estaba seguro de que fuera buena idea contestar. Que los tres llamen al mismo tiempo, significa problemas.
Maikol y yo nos reímos porque el chico no pudo describir mejor la situación.
—No seas dramático —le reprende Zion—. ¿Qué hay entre Aaron y Emma?
—Nada.
—¿Seguro? —Insiste.
Dylan rueda los ojos.
—Seguro. Si bien Aaron sabe que yo sé que la chica de la que hablaba en la boda de Sabrina es Emma, no lo admite; al menos no a mí; por lo que he estado al pendiente de ellos y no hay nada. Ya no discuten como antes, o al menos no tanto, pero no hay nada.
—¿Entonces por qué Aaron le está cocinando una sopa? —pregunto.
Dylan se atraganta con su propia saliva y sus ojos se abren de par en par.
—¿Aaron cocinando? —pregunta, escandalizado y yo me río porque todos pensamos igual—. ¿Necesitan que vaya a rescatarlo? Hay cosas en la casa que me muero si les pasa algo.
—No ha vuelto a llamar, así que debe tener todo controlado.
—O todo explotado. —Hace notar Zion y yo abro los ojos, alarmado, pues tiene razón.
Si algo malo pasó, no podría llamar, ¿no?
—Relájate, tío Kyle. Estoy en la residencia de al lado haciendo un trabajo y no he escuchado sirenas de ambulancia o bomberos. ¿Qué hace Aaron cocinando?
—Al parecer Emma está malita del estómago —respondo y él se ríe por lo bajo.
—Solo quiere impresionarla. Ha estado jugando también a ser su admirador secreto; le ha mandado flores y esas cosas. Quiere enamorarla, supongo.
—¡¿Y por qué no nos lo habías dicho?! —pregunta Zion, dramatizando.
Juro que cuando lo conocí, no era así. Esa es influencia de Ariadna.
—Porque me dijeron que les avisara de cosas importantes. No ha sucedido nada.
—Que Aaron le envíe flores es importante, Dy —dice su padre y el chico suspira profundo.
—Tenemos una misión para ti. —Zion se acomoda en su silla.
—¿Otra? —pregunta, aterrado.
—Dices que no ha pasado nada, pero es cuestión de tiempo a que suceda; así que debes asegurarte de que se quieran, pero que no den el gran paso. Tienen que esperar al segundo semestre.
—Si saben que tenemos esta batalla perdida, ¿verdad? —pregunta Dylan—. Ustedes mismos pudieron comprobar que Aaron está enamorado hasta las trancas, de ella.
Los tres nos reímos al recordar la conversación o, mejor dicho, interrogatorio que le hicimos en la boda de Sabrina.
—Y ella lo mira como si fuera un dulce con patas.
Frunzo el ceño.
—Se le cae la baba al verlo pasar —explica—. A ella le gusta; solo es cuestión de tiempo que uno de los dos se declare o que la jodida tensión sexual que hay entre ellos explote de una vez y terminen follando como conejos.
—Voy a hacerme a la idea de que no dijiste eso último —dice Zion frunciendo los labios y los Torres se ríen.
—No te escandalices; Aaron nos dejó claro que la desea. —Si las miradas mataran, estoy seguro de que estuviese muerto y enterrado.
—Por lo que veo tiene una extraña fijación con su trasero. —Continúa Maikol y esta vez la mirada fulminante le toca a él.
—No tiene gracia.
—Oh, sí que la tiene. —Maik se ríe—. Si no hubiese sido raro, habría grabado la conversación solo para ver tu cara de mosqueo y poder reírme sin parar.
—Me estoy enojando.
—¿Qué dijo de su trasero? —pregunto.
—Que es bonito y redondito. —Aporta Dylan y yo río a carcajadas sin parar.
Joder, eso fue épico.
—¿Qué harías si el noviecito de Kaitlyn dice que le gusta el trasero de tu niña? —pregunta Zion sonriendo de medio lado.
La risa se me borra de un plumazo y Maikol suelta una estruendosa carcajada.
—Ese es un buen golpe, Zion —se burla mi amigo.
—¿Kay tiene novio? —Dylan frunce el ceño—. Eso no le va a gustar a Aaron.
—¿Cómo lo saben? —pregunto, ignorando al pequeño Torres.
—Ariadna.
—Aby.
—¿Y cómo lo saben ellas?
—Addy le mandó un mensaje —responde Maikol y Zion asiente con la cabeza.
—¿Cuándo?
—Anoche —dicen al mismo tiempo.
—Pero nosotros nos enteramos a media tarde, después de que ya tú lo sabías. —Agrega Maikol.
¿Se lo contó a sus amigas y a mí no?
—Chicos, debo marcharme.
Sin dejarles responder, cuelgo la llamada.
Dejo el móvil sobre la mesa y subo las escaleras de dos en dos. Al pasar por la habitación de Kay, está entreabierta y al asomarme, la veo rendida en su cama. Debe estar agotada con el ajetreo de hoy.
Entro, la cubro con la manta y luego de dejar un dulce beso en su cabeza, salgo en busca de su madre porque me debe unas cuantas explicaciones.
Abro la puerta de nuestra habitación y me detengo ante la imagen ante mí.
Addyson, con el pelo suelto rizado y descalza, viste un pequeño vestido rojo vino, si es que a eso se le puede llamar así, ya que solo cubre la copa de sus senos y ni tanto, pues es tan fino que se marcan sus pezones, abierto hacia abajo dejando a la vista su vientre plano y esa pequeña tanga que prácticamente no cubre nada.
—Ups… Iba a darte una sorpresa —dice al darse cuenta de mi presencia.
¿A qué venía?
Trago duro.
—Pues no te detengas. Me encantan estas sorpresas.
Mi rubia preferida, sonriendo de medio lado, se acerca a mí, cruza los brazos tras mi cuello y me besa, alejando de mi mente cualquier pensamiento que no sea las distintas formas en que quiero hacerle el amor esta noche.
~~~☆☆~~~
En serio, amo a Kyle.
A todos, pero más a mi Adonis de revista.
Espero que les haya gustado y hayan sonreído al menos una vez.
Un beso
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