5. Noche fuera de control
Dylan:
Me cago en mi mejor amigo.
Lo juro, hasta hoy, Aaron Andersson era una de mis personas favoritas en este mundo, pero después de lo que estoy a punto de hacer por su culpa, prometo que no le dirigiré la palabra en lo que me queda de vida.
Vale…
Tal vez estoy siendo dramático, pero es que, por su culpa, tengo que ir a una cita doble con mi prima y su mejor amiga para ver si el chico con el que sale es digno de confianza. Es lógico que quiero asegurarme de que el tal Harry sea trigo limpio, pero, ¿no había otra forma?
¿Es realmente necesario tener que fingir que me gusta la amiga de Luciana? ¿Una chica a la que no conozco de absolutamente nada?
Sé cuáles son las segundas intenciones de Aaron; sin embargo, en estos momentos, lo último que me apetece es conocer a una chica nueva. Acabo de terminar con mi novia, mi primer amor, la chica más guapa que he conocido en toda mi vida y a la que quise como a nadie; merezco vivir mi duelo en paz, pero no, mi amigo eso no lo entiende. Para él, la mejor forma de olvidarme de Roxana es conociendo a otra chica que me ponga el mundo patas arriba.
Yo no soy partidario de eso de que un clavo saca a otro clavo. Es ridículo, como mínimo.
—Tienes cara de querer vomitar —comenta mi prima, asomada entre los asientos delanteros del taxi.
Respiro profundo como única respuesta.
—Relájate un poco. Daniela es una chica preciosa, divertida y tiene muy buena conversación. Lo pasarás bien.
Da igual lo que diga.
Yo ya tengo mis propios planes; luego de la cena, llamaré a Aaron para que me saque del lío en el que él mismo me metió. Para ese momento, ya me habré hecho una idea clara de quién es ese tal Harry y si es suficientemente bueno para estar con Luciana; aunque, conociendo a Aaron, dudo que haya alguien que sea digno de su amiga.
—Oh, vamos, Dy, me estás haciendo sentir realmente culpable.
Vuelvo a suspirar profundo, me acomodo en el asiento copiloto y me volteo hacia ella.
—Solo estoy pensando en cómo hacer pagar a Aaron por obligarme a esto —bromeo y ella se ríe.
—Cuando lo descubras, me avisas, que yo te ayudo. —Se acomoda en su asiento—. Es aquí.
El taxi se detiene frente a una de las muchas residencias para mujeres y salgo una vez Luciana lo hace. A lo lejos, veo a una rubia acercarse a nosotros y en lo primero que me fijo es en los grandes ojos color café que nos observan con nerviosismo; luego, mi mirada desciende inconscientemente por el esbelto cuerpo de la chica que, apuesto lo que sea, a que le roba suspiros a los hombres cuando pasa.
Es preciosa, debo admitirlo y ya que estamos en estas, espero que sea tan divertida como dice Luciana para que esta noche no sea una tortura total.
—Dani, te presento a mi primo, Dylan. Dy, ella es mi amiga Daniela.
Sin saber cómo debo saludarla exactamente, le tiendo mi mano. Mi prima arquea una ceja ligeramente divertida y la chica se limita a fruncir el ceño. Por un segundo creo que no va a corresponderme, pero al final, luego de pasarse la mano por la falda de su vestido, supongo que para eliminar la posible humedad, la une con la mía y no puedo evitar notar la suavidad de su piel.
Carraspeo un poco incómodo y deshago la unión. Me rasco la nuca estúpidamente nervioso, y digo estúpidamente, pues no tengo motivos para sentirme de esta forma.
—Un placer conocerte —dice con voz suave—. Lu me ha hablado muchísimo de ti.
Sonrío con amabilidad.
—El placer es todo mío. —Me satisface decir que mi voz suena segura, para nada acorde con mi estado de nervios.
—Ok, debemos irnos. —Interviene Luciana, salvando el incómodo momento—. Recuerden; supuestamente, ustedes ya se conocen y se gustan, pero debido a su timidez, he tenido que organizar la cita doble.
Ruedo los ojos ante el dichoso cuento que se inventó Aaron para que esta locura de cita tuviera un poco más de sentido.
—Tranquila, lo tenemos todo controlado —responde Daniela y la sonrisa que se extiende por su rostro me hace desviar la mirada.
Se ve demasiado hermosa y se supone que yo no debería notar que otras mujeres lo son.
Espera… ¿Por qué no debería? A fin de cuentas, ya no tengo novia. La muy tonta me botó por sus estúpidos celos infundados cuando siempre le he demostrado lo mucho que la quiero y lo importante que siempre ha sido para mí.
Puedo mirar a otras mujeres sin necesidad de sentirme mal conmigo mismo; aunque, tal vez deba prestarle atención a chicas un poco más acordes a mi edad. Puedo ser alto y tener un cuerpo más o menos formado, pues siempre he ido detrás de Aaron al gimnasio, pero no dejo de tener quince años. Soy un crío y ella es un poco mayorcita para mí.
—¿Nos vamos? —pregunta Luciana y yo asiento con la cabeza.
Abro la puerta trasera del taxi para que ellas entren, sin embargo, mi muy querida prima, que parece confabulada con su mejor amigo, abre la del copiloto, donde se supone que iba a ir yo. Se encoge de hombros al ver mi mirada inquisidora y entra, obligándome a ir con su amiga.
Respiro profundo y sin ánimos de hacer drama, me uno a Daniela.
El trayecto hacia el cine transcurre en silencio total, interrumpido únicamente por la suave melodía de las bocinas del auto. Está de más decir que estoy incómodo y, para mi consternación, parece que soy el único, pues mi prima se dedica muy tranquila a ver el camino pasar a través de su ventanilla y la chica a mi lado escribe algo en su móvil.
Tal vez piensen que soy un poco ridículo por estar tan nervioso, pero pónganse en mi lugar. Solo he salido con una chica y esa es Roxana. Nos conocimos cuando teníamos cinco años y fuimos amigos durante mucho tiempo hasta que me di cuenta de que sentía algo. Sin embargo, soy un chico bastante tranquilo y tímido, no lo voy a negar; no fue hasta mi cumpleaños número doce, que me atreví a confesarle mis sentimientos y debo decir que sudé horrores, balbuceé como un tonto y casi desisto antes de terminar.
De hecho, en mi mente ya tenía decidido abortar la misión que Aaron denominó: ´´Conquistar a la pelirroja´´, pero mi siembre buen amigo, al notar mis intenciones, se acercó, cruzó su brazo por encima de mis hombros y, con su sonrisa más espléndida, se declaró por mí.
´´Lo que quiere decir el chico es que le gustas.´´ Esas fueron sus palabras.
Me quise morir, no sin antes matarlo, por supuesto.
Por suerte, Roxana dijo que yo también le gustaba y desde entonces comenzamos a salir. Una relación que tuvo sus altos y bajos como es normal, pero que nos hizo muy felices.
Con ella tuve todas mis primeras veces y nunca tuve ojos para ninguna otra chica, mucho menos para una mayor que yo, así que sí, estoy nervioso.
Daniela me intimida.
Gracias a Dios, llegamos al cine y una vez fuera del taxi, siento que puedo respirar un poco mejor.
Luciana me presenta a Harry, un chico tan o más nervioso que yo, e inmediatamente me cae bien. El pobre no sabe cómo reaccionar ante mi prima por lo que me es imposible no identificarme con él.
Con mucho entusiasmo nos saluda y se esmera bastante en agradarme. Al final, decido que Aaron no tiene mucho de qué preocuparse, parece un buen chico, aunque aún es temprano para asegurarlo.
Luego de una pequeña discusión, chicas contra chicos, para decidir qué película veremos, perdemos bochornosamente ante ellas y ¨Las siete princesas¨. No sé para qué me sorprendo, ya debería estar acostumbrado a que las mujeres tienen el poder.
En mi familia siempre ganan ellas y, cuando digo siempre, no estoy exagerando.
Mi primer pensamiento es que la noche va a ser más tortuosa de lo que imaginaba, pues si bien creo en el amor, justo ahora me apetece cualquier cosa menos una película romántica. Mi corazón no tiene los ánimos correctos, aunque me permito tener una pequeña esperanza cuando Lu me dice que es una adaptación a un libro de la misma escritora que creó los Legnas.
Esa serie es la hostia de buena, así que espero que la peliculita esta no me defraude.
Y no lo hace.
Sorprendentemente, disfruto cada segundo de la película. Desde esa noche loca en la que los protagonistas terminaron contrayendo matrimonio hasta que los créditos comienzan a subir. Los cuatro hemos reído como locos y, para cuando salimos, me siento un poco más relajado.
Nos dirigimos a un restaurante que, según Harry, es muy recomendando entre los Universitarios y que no queda muy lejos de aquí, así que vamos a pie; lo que me permite darme cuenta de un pequeño detalle. A no ser que las cosas cambien más adelante, no creo que entre Harry y Luciana vaya existir alguna relación romántica. Si bien ambos parecen estar pasándolo en grande, pues hablan y ríen entre ellos sin parar, ignorándonos totalmente a mí y a Daniela, no hay una pizca de atracción entre ellos.
Parecen dos grandes amigos con temas en común, pero conozco a mi prima, si le gustara como para tener algo romántico con él, no estuviese tan desinhibida; al contrario, los nervios estarían consumiéndola. Por otro lado, él no ha intentado ningún tipo de acercamiento, ni siquiera cogerle la mano, un gesto bastante inocente desde mi punto de vista; aunque tal vez se deba a mi presencia, pero no lo creo.
Llegamos al restaurante y está bastante concurrido, aunque, para nuestra suerte, aún quedan par de mesas vacías. Un joven, no mucha más grande que nosotros, nos guía hacia una bastante apartada, algo que agradezco, pues hay demasiado jaleo para mi gusto.
Tal y como mi padre me enseñó, corro la silla para que Daniela se siente y me satisface ver que Harry hace lo mismo con Luciana. Estoy a punto de tomar asiento, cuando mi teléfono comienza a sonar.
Daniel.
¿En qué lío estará metido ahora?
—Discúlpenme un momento.
Me alejo un poco de la mesa, pues mi hermano es un dramático de primera y estoy seguro de que llama para que lo saque de algún lío o para quejarse de algo y suele hacer mucho escarceo.
—¿Qué sucede, mocoso? —Se queda en silencio por varios minutos y yo separo el móvil para asegurarme de que la llamada está en curso—. ¿Dan?
—¿Tan predecible soy, que sabes que pasa algo?
Me río y me apoyo en la pared. Desde mi posición, puedo ver perfectamente nuestra mesa, donde Daniela está entretenida en su teléfono, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras teclea algo frenéticamente.
—Un poco sí.
Respira profundo de manera exagerada.
—Necesito que regañes a tu hermana.
—¿Qué hizo Hope?
—Me ha cogido la habitación.
Frunzo el ceño.
—Hope tiene su propia habitación, Dan, ¿por qué querría la tuya?
—Es que ese es el problema; no es la mía, es la tuya.
Me alarmo.
¿Mi habitación?
—No entiendo.
—Que ahora que tú no estás, yo quería tu habitación, pero la muy maldita ha hecho trampa y se ha quedado con ella.
—Ustedes tienen su propia habitación, Daniel.
—Uy, ya estás usando mi nombre completo. —Se aclara la garganta—. Tu cuarto es el mejor, Dylan. —Hace énfasis en mi nombre y a pesar de que no me gusta nada lo que escucho, sonrío—. Eres el primogénito y, por tanto, el más privilegiado.
Ruedo los ojos, siempre anda con lo mismo.
—La primogénita es Sabrina.
—Pero ella no está
Respiro profundo y centro mi atención en la mesa. Hay un chico tomando la orden, pero no me preocupa, Luciana me conoce, sabrá escoger por mí.
—Esa es mi habitación, Dan, díselo a Hope. Estoy en la Universidad, no me he mudado y, por tanto, no está disponible.
—Pues Sabrina bien que se fue a la Universidad y nunca más regresó, al menos no a vivir. Cuando la termines, querrás independizarte y adiós habitación. Yo la quiero.
—¿Y dónde voy a dormir cuando vaya a casa?
—Pues en la mía —responde como si fuera algo obvio.
El mesero, con una sonrisa enorme, le dice algo a Daniela y ella sonríe. Frunzo el ceño; le está coqueteando descaradamente, aunque ella parece más educada que interesada en él.
—Escucha, ahora estoy ocupado. Mañana hablaremos, tú, Hope y yo; pero no lo olvides, esa habitación es mía.
—Ya veremos.
Y cuelga.
El muy desgraciado, cuelga.
Sin podérmelo creer, observo el celular. Deja que lo coja, se va a arrepentir de ser tan osado.
Miro nuevamente a la mesa y el chico ya no está. Lu y Harry siguen conversando mientras Daniela continúa sonriéndole al móvil. ¿Qué hay ahí que la hace tan feliz?
Antes de regresar con ellos, le escribo a mi hermana para que no piense que puede adueñarse de lo que es mío, pero la desgraciada me responde que es demasiado tarde.
Revuelvo mi cabello y decido dejarlo así por el momento. Ya mañana me haré cargo de esos dos demonios.
Regreso a la mesa y no sé por qué, pero cuando Daniela sonríe, es difícil apartar la mirada. Se le forman dos hoyuelos en sus mejillas demasiado tiernos que atraen la atención de quien sea que tenga el placer de mirarla, lo que junto a sus grandes ojos cafés, la convierten en una de las mujeres más deslumbrantes que he visto en mi vida. Ojos que, justo en este momento, han abandonado el celular para centrarse en mí.
Para mi sorpresa, esos nervios que me habían abandonado desde hace un rato, vuelven a hacer acto de presencia y tengo que prestarle atención a todo a mi alrededor para no verme en la bochornosa situación de chocar con algo, o peor, tropezar y caer al suelo.
Me aclaro la garganta antes de llegar y me siento.
—Hola —dice ella, no sé por qué y, para mi desgracia, me pone más nervioso aún.
—Linda sonrisa. —Es mi única respuesta y no sé quién luce más sorprendido, ella o yo.
Siento a Luciana reír a mi lado y decido no prestarle atención, mientras me hago a la idea de que su diversión se debe a lo que sea que le dice su cita y no a mi comentario fuera de lugar.
Si Aaron me ve en estos momentos, me daría tres buenos cocotazos y luego me molestaría por el resto de nuestra existencia; así que, para no seguir quedando como un crío y tomando todo lo que he aprendido de él, apoyo los brazos en la mesa y le sonrío.
Es su turno de ponerse nerviosa, lo que me demuestra cuando traga duro y se coloca un mechón de cabello detrás de su oreja. Me pregunto si se debe a mí.
—Gra… gracias.
—Solo se me ocurren dos motivos por el que una mujer estaría sonriéndole a su celular de esa forma. —Me obligo a decir para eliminar la incomodidad que ha dejado mi comentario—. Una, que haya recibido un mensaje de su novio, algo que no creo posible porque si no, no estarías aquí y dos… —Hago una pausa para hacerme el interesante. No me pregunten, son cosas de Aaron—. Que sea una escritora y que esté leyendo comentarios de sus lectoras.
Sus ojos se abren de par en par, confundiéndome.
—¿Cómo lo adivinaste? Ni siquiera Luciana lo sabe.
Es mi turno de abrir los ojos de par en par. ¿Acerté?
Miro a mi prima, que no nos presta atención y luego regreso mi mirada a la chica frente a mí.
—¿En serio estabas haciendo eso? —pregunto sin podérmelo creer.
Es decir, entre tantas opciones, ¿qué probabilidad había de que acertara?
—Sí.
—¿En serio, en serio? —pregunto como un tonto.
—En algún momento me vistes escribiéndoles, ¿verdad?
—¿Qué? ¡No! —Lo último que quiero es que piense que la he estado espiando.
—¿Sucede algo? —pregunta Luciana y tanto Daniela como yo, lo negamos.
Ella nos mira raro, pero vuelve a centrarse en Harry.
—No, no he visto nada. Lo dije porque Sabrina, mi hermana mayor, se pasaba el día entero delante del celular con la misma sonrisa soñadora. Cuando era más joven solía escribir en una de esas plataformas de internet y le iba bastante bien. Solo estaba improvisando, jamás pensé que se tratara de eso.
—Ah, bueno… —Se rasca la nuca, cohibida y luego susurra—: No se lo digas a nadie, por favor.
—¿Ni siquiera a Lu? —pregunto en el mismo tono bajo.
—Me da un poco de vergüenza.
—Luciana ama leer, le encantaría saber que su amiga escribe.
—Por eso lo digo. Nos conocemos hace poco, pero los libros son sus amantes eternos y tiene las expectativas bastante altas. No soy tan buena.
Estoy a punto de rebatir esa afirmación cuando el chico regresa con cuatro cervezas. No dudo en abrir la mía y darle un trago. Una vez desaparece, vuelvo a centrarme en ella.
—Tu sonrisa de hace un rato, me dice que lo que decían esos comentarios era bueno y eso no sería así, si lo que escribes no les gustara. Apuesto a que eres mejor de lo que crees. —Sonríe con timidez—. ¿Qué géneros escribes?
Se encoge de hombros.
—Fantasía y romance fundamentalmente.
—¿Me dejarías leerlos?
—No —responde con una convicción aplastante.
—¿Por qué? Me gusta leer; no tanto como a Lu, pero me gusta.
Niega con la cabeza repetidamente.
—Oh, vamos, di que sí. Tal vez podría decirte qué tan buena eres, incluso podría ayudarte a editarlos si quieres.
—¿A editarlos?
—Digamos que el español se me da bastante bien.
—¿Hay algo que no se te dé bien? Tengo entendido que eres un cerebrito.
—Eso dicen. —Me encojo de hombros—. Nunca he editado nada, pero podría intentarlo. Si quieres.
—Bueno, en realidad me gustaría, pero me da un pelín de vergüenza.
—¿Por qué?
Suspira profundo y la pausa que le sigue, me da a pensar que no va a contestar; sin embargo, apoya los brazos sobre la mesa y se inclina hacia mí. Hago lo mismo hasta que nuestros rostros quedan a una distancia bastante reducida.
—Tiene escenas eróticas. —Se muerde el labio inferior con nerviosismo y mi mirada se posa en ellos. Me obligo a regresarla a sus ojos y enarco una ceja.
—¿Y?
—Que me pareces demasiado pequeño para leer esas cosas.
Sonrío de medio lado y de la forma más descarada posible observo sus labios con detenimiento, para luego volverlos a posar en sus ojos. No sé a dónde mierda fueron a parar mis nervios, pero me alegro de tenerlos lejos, pues quiero que se dé cuenta de que puedo tener quince años, pero no soy tan pequeño como ella cree.
—Daniela… —Hago una pausa deliberada—. Si lo practico, no creo que me haga daño leerlo.
Esta vez es ella la que mira mis labios y mi corazón comienza a latir con fuerza. ¿Qué mierda estamos haciendo?
Alguien se aclara la garganta a nuestro lado, e, inmediatamente, la chica se aleja de mí. Incómodo, me siento correctamente y miro algo en mi celular para no tener que enfrentar a nadie; ni a Daniela, ni a la mirada inquisidora de mi prima a mi lado.
El resto de la cena transcurre bastante tranquila, fundamentalmente porque me obligo a incluir a Luciana y a Harry en nuestras conversaciones, algo que no resulta muy difícil, pues vuelvo y repito, parecen más amigos que otra cosa.
Al terminar, Harry propone ir a una disco y, aunque mis planes iniciales eran terminar la tontería de la cita aquí, decido que no es mala idea. Para mi sorpresa, me lo estoy pasando realmente bien; eso sí, me hago de rogar un poquito, pues tengo una imagen que mantener.
Llegamos a la discoteca alrededor de veinte minutos después y ya está todo repleto. Nos adentramos en el mar de gente que se mueve al ritmo de la música y luego de comprar unas bebidas, buscamos una mesa. En el trayecto, nos encontramos con Ryan, mi compañero de cuarto, y alguno de los chicos del equipo de patinaje por lo que no tardamos en unirnos.
En honor a la verdad, no soy muy fiestero; me gusta salir, pero no es algo que haga muy a menudo y definitivamente lo prefiero si voy acompañado de Aaron. Con él uno nunca se aburre y, aunque Ryan hace todo lo posible por mantenerme en grupo, en algún momento comienzo a aburrirme.
Es que ni siquiera puedo concentrarme en Daniela, pues desde nuestra conversación durante la cena, las cosas han vuelto a ponerse un poco incómodas. Creo que no debí intentar hacerme el interesante; ahora la chica parece pensar que soy un salido o yo qué sé, pues el par de veces que he intentado hablarle desde entonces, no sea atrevido a mirarme a la cara y ha buscado desesperadamente la atención de mi prima. No soy adivino, pero hay ciertos comportamientos que dejan los mensajes claros sin necesidad de usar palabras y ella, definitivamente, me quiere lejos.
Me sumo al baile con el resto del grupo y los minutos comienzan a pasar entre gritos desorbitados, cervezas, muchas cervezas y varas tías queriendo bailar conmigo. En este punto, no rechazo a ninguna, he comenzado a divertirme de nuevo y ya que estoy aquí, lo mejor es aprovechar la noche.
Ojalá y alguien me hubiese puesto un stop, pues a partir de aquí, la noche se me va de las manos. Literalmente.
Mientras la chica frente a mí restriega su trasero contra mi entrepierna, busco a Daniela con la mirada, no me pregunten por qué, solo lo hago.
La encuentro bailando con otro chico y eso me molesta; se supone que estamos en una cita, ¿no? Aunque viéndolo así, yo tampoco debería estar bailando con otra. Además, ella me está ignorando.
Continúo bailando y no me pregunten cómo, solo sé que para cuando me doy cuenta, estoy en el centro de la pista moviendo mi cuerpo al estilo urbano, con la multitud a mi alrededor, alentándome. Aplaudiendo y gritando con cada paso y yo, como nunca, le pongo más y más esfuerzo.
Corro hacia el frente y me lanzo al suelo cayendo de rodillas. El público retrocede y apoyando mi trasero en mis zapatos, lanzo mi cuerpo hacia atrás. Mis omóplatos tocan el suelo, me elevo y vuelvo a descender sin usar las manos.
El movimiento me recuerda al protagonista de la película que vimos en la tarde y no me pregunten qué me hace pensar que es buena idea porque no lo sé, pero me incorporo dispuesto a dar el mayor espectáculo de mi vida.
Muevo mis caderas al ritmo adictivo de la música y mientras las mujeres gritan alborotadas, cojo el dobladillo de mi pulóver y lo voy subiendo poco a poco revelando mi piel.
Los gritos se incrementan incentivándome y me quito el pulóver. Levanto la mano y le doy vueltas en el aire antes de colocarlo alrededor de mi cuello. Sonriendo de medio lado y recordando lo mucho que le gustan estas cosas a Roxana, subo a una de las mesas con sorprendente habilidad a pesar del estado en el que me encuentro. Improviso varios pasos sobre mi nuevo escenario, llevo las manos a la faja de mi mono y hundo mis pulgares por dentro.
Alguien grita mi nombre, estoy bastante seguro de que se trata de Luciana, pero la ignoro. Bajo un poco la tela, dejando al descubierto la faja roja de mis calzoncillos y antes de que logre quedarme en ropa interior, alguien sujeta mis manos.
Levanto la mirada y me encuentro a mi prima, de pie sobre una de las sillas, alucinando con mi espectáculo.
—¿Quieres unirte? —pregunto.
—Es momento de detener esto, Dy. No creo que te guste la idea de amanecer con un video tuyo en ropa interior colgando en YouTube.
La multitud abuchea inconforme por haber detenido el espectáculo y yo miro a mi alrededor.
—Yo tampoco lo creo.
Luciana sujeta la mano que le tiende Harry para ayudarla a bajar y luego lo hago yo. La cabeza me da vueltas.
—Necesitas refrescarte un poco. Venga, te acompaño al baño.
Asiento con la cabeza.
—Yo lo llevo —dice Ryan y mi prima del alma frunce el ceño—. ¿Vas a entrar al baño de hombres con él o lo arrastrarás contigo al de mujeres?
Lu entiende a qué se refiere y asiente de acuerdo.
—Que se refresque un poco y que tome algo de agua.
—A la orden, capitana —responde con diversión.
Yo me limito a seguirlo a través del mar de personas que han regresado a sus asuntos. Eso sí, creo escuchar a algunas chicas decir lo bien que bailo y que si no ofrezco espectáculos privados.
Ryan ríe de lo lindo ante esa pregunta.
Una vez en el baño, vacío mi vejiga y luego enjuago mi rostro en el lavamanos. Mojo mi pelo y mi cuello también con la esperanza de despejar mi mente.
—Tío, menudo espectáculo.
Ruedo los ojos.
—No sabía que te iban los stripteases.
—No me van —respondo, apoyándome en los lavaderos mientras espero que se me seque el rostro.
—Pues parecías un profesional.
Eso es porque no me ha visto en mis cinco sentidos.
Los stripteases no me van a menos que los haga una mujer, pero a Roxana le gustaba y aprovechando que el baile se me da bastante bien, hice un poco de investigación y le regalé uno en uno de nuestros aniversarios. Le encantó y, desde entonces, he hecho unos cuantos.
Suspiro profundo.
Había logrado olvidarme de ella por un rato, pero ya está de nuevo en mi mente como un puto fantasma que no me deja en paz.
—¿Cómo te sientes?
—Sorprendentemente bien para la cantidad de cervezas que he bebido.
—¿Quieres que llame a Aaron para que te recoja? Decidió quedarse en casa convencido de que lo llamarías para escaquearte de la cita. Hablando de él, odiará saber que se perdió tu striptease.
—No lo va a odiar porque tú no se lo vas a contar, Ryan.
—Si crees que no lo sabrá, lo llevas claro; todo el grupo ha sido testigo, tarde o temprano se lo dirán.
—No será necesario, se lo diré yo, pero cuando no haya alcohol en mi sistema. Para enfrentar a Aaron y sus jodederas hay que estar sobrio.
Se ríe por lo bajo.
—Venga, ponte el pulóver y vamos para que tomes un poco de agua.
—Tranquilo, Ryan, ya voy yo.
—No, iré contigo.
—Regresa con los demás, no seas tonto. La chica que estaba contigo se aburrirá sola. Ve, estoy bien.
Me analiza detenidamente, supongo que intentando evaluar qué tan bien estoy y yo aprovecho para ponerme el pulóver.
—¿Seguro estás bien?
¿Física o emocionalmente?
Si es lo primero, de puta madre; pero por dentro estoy jodido.
—Lo estoy.
—Cualquier cosa me llamas.
Asiento con la cabeza y espero tranquilo mientras lo veo atravesar la puerta.
Suspiro profundo.
Por varios segundos debato la idea de marcharme, de llamar a Aaron para que me recoja, pero la descarto. Es bastante tarde, ya debe estar durmiendo y no creo que nos quede mucho más tiempo aquí; hacerlo venir sería bastante injusto de mi parte. Sin embargo, regresar a la fiesta no me entusiasma mucho. Me he divertido, pero falta algo y mi corazón lo tiene claro.
La extraño.
Extraño a esa condenada.
Antes de que pueda detenerme, cojo el celular y busco su número.
¿Y si la llamo?
No debería.
Hay un sinfín de razones por la que no debería. Entre ellas, que hemos roto definitivamente; que ella no me quiere, sino, no me habría dejado ir tan fácilmente; que Aaron me mataría como sepa que he sucumbido a la tentación; pero más importante, que no puedo dejar que siga haciendo con mi corazón lo que le da la maldita gana. Sin embargo, los borrachos no tenemos fama de acatar los pensamientos coherentes, por lo que termino llamándola.
El teléfono suena.
Un tono…
Dos tonos…
Tres tonos…
Cuatro tonos…
Y para cuando pienso que no va a contestar, pues ya es bastante tarde, su adormilada voz hace que mi cuerpo se estremezca.
—¿Dylan?
—Hola.
—¿Qué pasa? —responde de mala gana y yo suspiro profundo.
Extraño hasta su mala leche.
¿Qué tan tonto me hace eso?
—¿Dylan? —pregunta, dubitativa, ante mi silencio.
—Solo quería escucharte. Te extraño.
Sí, sé que estoy cometiendo un error al rebajarme de esta forma y que mañana lo lamentaré, pero hoy no me interesa. Mi orgullo está en el fondo de mi alma, ahogado en alcohol.
—¿Estás borracho?
—¿Un poquito?
—No lo puedo creer. ¿Qué estás haciendo?
—Hablando contigo.
—Dylan, no me toques las narices que es bastante tarde. ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde estás?
—Estoy en una fiesta con Luciana; no recuerdo cómo se llama el lugar.
Una risa se escucha a través del auricular y la piel se me eriza, pues lejos de ser dulce o divertida, esta suena enojada.
—Y después querías que confiara en ti. Solo llevas en la Universidad una semana y ya andas de fiesta en fiesta, emborrachándote. Eres una decepción, Dy. No vuelvas a llamarme.
Y, sin más, cuelga.
Me quedo mirando el celular como un tonto.
¿Qué soy una decepción?
Honestamente, no es una de las palabras más fuertes que me ha dedicado en los últimos días y no sé si es porque la cerveza en mi sistema influye en algo, pero la rabia que se ha ido acumulando en mi interior desde que supimos que vendría a la Universidad tres años antes de lo normal, se hace más y más grande por segundos.
Hemos discutido un sinfín de veces desde ese día, o más bien, ella ha discutido porque yo siempre he intentado no alterarme y hacerla entrar en razón. Me ha dicho cosas horribles y yo me las he tragado todas, pero estoy cansado porque desde incluso antes de comenzar a salir, siempre me he desvivido por ella y he procurado hacerla feliz. Nunca le he dado motivos para dudar de mí y eso a ella parece importarle una mierda.
Vuelvo a marcar su número y esta vez contesta al tercer tono, pero con muy mala leche.
—Te dije que no me llamaras o es que no entiendes.
Me quedo en silencio por unos segundos intentando aclarar mis ideas, pero antes de que pueda decir algo, vuelve a colgar.
Resoplo, enojado.
La puerta del baño se abre y un chico, mucho más borracho que yo, entra de lado a lado. Decidido a buscar un poco de privacidad, salgo y me dirijo al exterior dejando atrás el ruido de la música y los gritos de las personas, dispuesto a decirle todo lo que tengo atorado en mi garganta.
Una vez el aire frío de la noche me recibe, vuelvo a marcarle.
—Te…
—¡¿Podrías dejar de cortar la puta llamada?! —grito, interrumpiendo lo que sea que iba a decir.
—No quiero discutir, Dylan.
—Pues lo llevas claro, guapa, porque ahora sí quiero y me tendrás que escuchar.
—Colgaré.
—Hazlo, llamaré al fijo.
—Lo desconectaré.
—Pues llamaré a tus padres y los despertaré; si no funciona, llamaré a tus hermanas. Tú decides; puedo ser un ángel cuando quiero, pero a insoportable no me gana nadie, bueno, tal vez tú, porque últimamente no hay quien te aguante.
—No te atreverías.
—Pruébame.
La línea se queda en silencio durante un par de minutos y si no es por su respiración, pensaría que me ha vuelto a colgar.
—Pensé que las cosas habían quedado claras la última vez que hablamos.
Oh, sí, muy claras.
Fui a verla decidido a reconquistarla, pero ella terminó conmigo sin miramientos; como si los diez años de amistad y tres de noviazgo no hubiesen significado absolutamente nada para ella.
—Tienes razón, las cosas quedaron claras. Sé que hemos terminado, pero quiero decir algo antes.
»Dices que soy una decepción, pero no he hecho nada salvo aprovechar la oportunidad que la vida me ha dado de un futuro brillante. Entrar a la Universidad tres años antes es un honor, Roxana, un privilegio que no podía desaprovechar y fuiste la primera persona en la que pensé en contarle, con la estúpida idea de que te alegrarías por mí. Ver tu rostro y, peor, ser testigo de tu reacción, sí fue una decepción.
»Te llenas la boca diciendo que me querías, pero no es cierto. Nunca lo has hecho, sino, habrías entendido; habrías luchado conmigo para que nuestra relación funcionara y no me habrías llamado de todas las formas en que lo hiciste. No me manipularías, no jugarías con mis emociones sabiendo que yo a ti si te quiero. Pero ya da igual, si para algo ha servido todo esto, es para darme cuenta de la persona que realmente eres y duele saber que la Roxana que yo creí conocer, solo es una ilusión.
»De verdad espero que en algún momento encuentres a alguien que te quiera, al menos, la mitad de lo que te quise yo. Y ahora que estoy libre, supongo que sí puedo hacer todas esas cosas de las que me has acusado los últimos días.
»Adiós, Roxana.
Un sollozo se escucha al otro lado de la línea y a pesar de que verla llorar siempre me ha dolido, esta vez solo me enoja.
—Yo sí te quiero, Dy, pero…
—Basta.
Se sorbe a nariz.
—Deja de llorar —murmuro entre dientes—. Estoy cansado del mismo drama. Me ofendes, me dejas y luego lloras diciendo que me quieres, para luego volver a tratarme como la mierda, acusándome de cosas que nunca he hecho. Ya no caeré más.
»Te quiero, Roxana, pero este es el final.
—Te odio, Dylan Torres. ¡Te odio! —Sus palabras se hunden en mi pecho como un puñal y sonrío con tristeza mientras una lágrima desciende por mi mejilla.
—Vete a la mierda, Roxana —murmuro y cuelgo.
Tal vez fue grosero, pero ya no más.
Aaron fue el que me hizo ver la forma en que me manipulaba. Por un tiempo no quise admitirlo, me dolía saber lo fácil que caía en sus juegos. Me decía que me quería, pasábamos horas felices y luego recordaba mi inminente entrada a la Universidad y se convertía en la persona más tóxica del mundo; para luego pedirme perdón y así una y otra vez.
Decidido a no seguir tropezando con la misma piedra, bloqueo su contacto. No quiero arriesgarme a que me llame pidiendo perdón y, aunque me sé su número de memoria, espero tener la suficiente fuerza de voluntad como para mantenerme firme en mi decisión de dar por finalizada nuestra historia.
Agotado y bastante pasado de copas, paso las manos por mi rostro, eliminando la humedad de mis mejillas y luego de suspirar profundo varias veces mientras, a duras penas, contengo los trocitos de mi corazón, me doy la media vuelta. Camino hacia la entrada del club debatiendo mis opciones, regresar a casa de una vez o disfrutar lo que queda de noche y, en el proceso, olvidar todos mis males; sin embargo, antes de atravesar la puerta, un grito llama mi atención.
—¡Déjame en paz!
Me volteo hacia la voz que me resulta tan conocida a pesar de mi embriaguez y, por supuesto, la de ella.
Daniela, de espaldas a mí, discute con sabrá Dios quién por celular. ¿Qué mierda tienen esos aparatos que lo único que hacen esta noche es darnos disgustos? Sin poderme detener, me acerco, quedando a solo dos metros de ella.
—No me llames más, por favor —suplica y ya no sé si el tono de su voz es por la embriaguez o porque está llorando—. Déjame olvidarte, Héctor.
Suspiro profundo.
Otra más con el corazón roto.
Daniela cuelga el teléfono y antes de que me dé tiempo a alejarme para hacerme el que no escuché nada de su conversación, se da la vuelta. Sus ojos se abren de par en par y su mirada cristalina remueve algo dentro de mí.
No puedo ver a las mujeres llorar y a Daniela le queda muy poco para hacerlo.
—¿Quieres tomar algo? —pregunto con la esperanza de distraerla.
Estoy seguro de que como mencionemos algo sobre su llamada, romperá a llorar y puede que sea un chico súper inteligente, empático y bastante maduro para mi edad, pero no sé gestionar ese tipo de situaciones; no porque no sepa consolarlas, sino porque soy medio blandengue y me dan deseos de llorar a mí también.
No se lo digan a nadie, por favor.
Ella asiente con la cabeza y sin decir nada más, regresamos a la discoteca. Vamos directo a la barra y logramos hacernos hueco en una esquina. A falta de asientos, apoya su espalda contra la madera, mientras yo llamo la atención del barman. Le pido dos cervezas y él me las entrega un minuto después.
—Es increíble cómo te venden cerveza. Tienes quince años —comenta cuando le tiendo su botella.
Sonrío y me encojo de hombros.
—Tengo quince, pero no aparento quince, Dani. Soy bastante alto para mi edad y, no tengo un cuerpo de gimnasio, pero ya se me van marcando mis músculos. También soy bastante serio y, por si no te has dado cuenta, estamos en una ciudad universitaria. ¿Cuántas posibilidades hay de que un chico de quince años esté en la Universidad?
—Pocas.
—Exacto. —Sonrío—. Además, con la cantidad de personas que atienden en una noche, no se andan fijando demasiado en el rostro de los clientes.
—Tú tienes rostro de chico joven, pero al mismo tiempo, maduro.
—Eso suelen decir.
Sonríe y no puedo evitar pensar que se ve hermosa. Coloca un mechón de pelo detrás de su oreja y le da un trago a su bebida. Una gota de cerveza desciende por la comisura de sus labios e, inconscientemente, su lengua sale a secarla. Mi mirada indiscreta y un poco borracha se posan en su boca y me doy cuenta de que su labial debe ser de esos que le dicen mágicos pues está intacto.
Supongo que me quedo demasiado tiempo mirándola, pues se remueve incómoda mientras voltea su rosto. Me reprendo por ser tan idiota y por los próximos minutos nos sumimos en un silencio incómodo opacado por la música a nuestro alrededor.
Es que soy tonto.
En la dichosa cena, mis comentarios fuera de lugar la incomodaron y por mucho rato me estuvo evitando. Ahora que, por fin parecía que las cosas volverían a la normalidad, vengo y me quedo mirando sus labios como si fueran el dulce más apetecible del mundo.
—Oye, Daniela —digo casi sin darme cuenta. Su mirada se centra en la mía y yo decido armarme de valor.
Es amiga de Luciana así que nos veremos bastante seguido; no puedo dejar que las cosas entre nosotros se pongan raras, pues no me perdonaría que mi prima pierda la oportunidad de descubrir una buena amistad por mi culpa.
—Quería disculparme por lo que sucedió en la cena.
Frunce el ceño y yo le doy un largo trago a mi cerveza.
—Mi comentario estuvo fuera de lugar; te incomodé y no tenía ningún derecho.
—Oh, no te preocupes; no me incomodaste.
—Sí lo hice, Dani, no intentes hacerme sentir mejor. Desde que llegamos aquí me has estado ignorando.
—En serio, no fue por lo que dijiste.
—Ah, ¿no? ¿Y por qué has estado evitándome?
Se muerde el labio y aparta la mirada. Luce avergonzada y si no fuera por las luces de colores de la bendita discoteca, podría comprobar si se ha ruborizado. Aunque no entiendo la causa.
—¿Daniela?
Al ver que no se atreve a mirarme, tomo su barbilla y la obligo a prestarme atención, con suavidad, no me malentiendan.
—¿Qué sucede?
—Nada.
Arqueo una ceja.
—No me mientas —le digo.
Sonrío de medio lado para infundirle ánimos y su mirada se posa en mis labios.
—¿Daniela?
Suelta un suspiro tembloroso.
—No me incomodaste; pero tu comentario hizo que te imaginara como protagonista de esas escenas eróticas y digamos que eso sí me avergonzó.
La observo de hito en hito.
—Oh… Mmm… Vale —respondo como un idiota.
En mi defensa, me esperaba cualquier cosa, menos eso.
—Mierda, ahora te incomodé yo a ti.
—¿Qué? No, no, no, solo… Me has sorprendido.
Volvemos a quedarnos en silencio y a pesar de que busco en mi mente algo que pueda eliminar la creciente incomodidad, el exceso de cerveza en mi sistema, no me permite encontrar nada coherente.
Se rasca el cuello con nerviosismo.
—Mmm… —Abre la boca varias veces, supongo que con las mismas intenciones que yo, pero nada sale.
Si no me hubiese puesto tan nervioso, tal vez me estaría riendo. Estoy seguro de que, para terceras personas, la situación sería divertida.
—¿Qué hacías fuera de la discoteca? —Termina preguntando, desesperada por hacer conversación.
Mala idea.
La discusión con Roxana vuelve a mi mente y suspiro profundo. Mierda, por un momento me había olvidado de ella.
—Lo siento, no debí preguntar.
Termino de beber lo que queda de mi cerveza y al percatarme de que la de ella está casi vacía, pido dos más. Le tiendo una y apoyo mi espalda en la barra mientras concentro mi mirada en el tumulto de gente frente a nosotros.
—Estaba mandando a mi ex a la mierda.
Varios segundos después en los que no dice nada, volteo mi cabeza hacia ella y me enfrento a su mirada confundida.
Sonrío triste, suspiro profundo y me doy otro trago de cerveza.
—Cuando llegó la noticia de que me habían aceptado en la Universidad, llevaba tres años de relación con una chica. —Concentro mi atención nuevamente en la multitud—. Se puso histérica cuando le conté y me dejó. Luego me pidió perdón, volvimos y me volvió a dejar. Nos pasamos todo el verano en eso. Discutíamos, me decía que me odiaba, que era un insensible y para qué aburrirte con todas sus ofensas. Nunca le importó el daño que me hacía. Luego volvía, me decía que me quería, volvía a pedir perdón; me decía que temía que una vez aquí, dejara de quererla y no sé cuántas cosas más.
»Intenté eliminar todos sus miedos, pues yo realmente la quería. Por momentos sentía que lo conseguía, pasábamos unos días geniales y luego, de repente, todo se volvía una pesadilla. Pasamos de ser una de las parejas más envidiadas del instituto a ser los más tóxicos. Éramos un desastre y por más que Aaron y Lu me decían que me estaba manipulando, cada vez que venía a mí, yo caía.
»Me pidió mil veces no aceptar la oferta, pero, aunque la quería, me negué. Me esforcé mucho para conseguir entrar a la Universidad tres años antes, no iba a desaprovecharlo por ella.
»Hace unos días terminamos, supuestamente de manera definitiva; pero cuando la cerveza comenzó a hacer efecto, terminé llamándola. Discutimos y, harto de la situación, la mandé a la mierda.
»Menuda historia, ¿no crees? —Termino mi relato y la miro.
—Es una cría y definitivamente no te merece.
Asiento con la cabeza; supongo que tiene razón.
—¿Y tú? ¿Qué hacías fuera?
Resopla, le da un trago bastante largo a su bebida y baja la cabeza. Por varios minutos no dice nada y por un instante, creo que nunca lo hará, por eso me sorprendo cuando me mira.
—Discutía con mi ex. Un idiota que me dejo hace unas semanas por una tía fácil. Me dolió como no te puedes imaginar, o tal vez sí; aun así, hice de todo para que no se notara. Me puse una armadura de acero como dice mi hermana, levanté la cabeza y le demostré que no me afectaba.
»Eso no le gustó. Volvió a buscarme; quería volver conmigo y, aunque casi claudico, tuve la suficiente fuerza para decir que no. Eso no lo detuvo. Iba a mi casa a diario para hablar conmigo; me esperaba fuera de casa de mis amigas; aparecía en cada maldito lugar al que iba sin importarle las veces que le pedí que me dejara en paz. Bloqué su número de teléfono y empezó a llamarme desde otro, lo bloqué también y él encontró otro. He perdido la cuenta de cuantos contactos he bloqueado.
»Hacía días que no me llamaba; pensaba que me había superado, pero parece que no fue así. Hoy llamó para joder de nuevo.
—¿Y tú lo superaste?
Levanta la cabeza hacia el techo, suspira profundo y luego me mira.
—Me gustaría decir que sí, pero sería una gran mentira.
Genial.
Los dos estamos jodidos.
—Pues que sepas que él tampoco te merece y deberías tener cuidado. Ese tipo es un acosador, podría hacerte daño y no me refiero precisamente al emocional.
—¿Cómo se llama tu ex?
—Roxana. ¿El tuyo?
—Héctor.
—Tiene nombre de desgraciado.
—La tuya de mosca muerta. —Sin poderlo evitar, me río.
—El tuyo es un acosador.
—La tuya una manipuladora.
—El tuyo un imbécil.
—La tuya también.
—Deberías buscarte uno mejor.
—Lo mismo digo, guapo.
Me río, aunque no sé por qué. Nuestra situación, lejos de risa, da pena.
—Definitivamente nos han jodido.
—Deberíamos vengarnos —propone mirándome.
Esa idea me gusta.
Me volteo totalmente hacia ella.
—¿Cómo?
Se encoge de hombros y frunce los labios, pensando.
—Sexo de venganza —dice sin más y yo, lejos de azorarme como lo habría hecho normalmente, me lo pienso.
—¿De venganza?
—Sí. A me traicionaron, a ti te dejaron sin tener en cuenta tus sentimientos; además, hace días que no tengo sexo. Creo que saldríamos ganando.
—Sexo de venganza entre tú y yo. Es lo que propones, ¿no?
Se encoge de hombros.
—¿Por qué no?
Exactamente, ¿por qué no?
De haber estado claro, sin una pizca de alcohol en mi sistema, habría encontrado varias razones que evidenciaran por qué esa idea no era buena, pero en este punto de la noche, mi cordura ya no existe.
—Me apunto.
—Genial.
Daniela toma mi mano y antes de que pueda decir o hacer algo, me jala detrás de ella. Nos adentramos en la multitud que mueve sus cuerpos como si no hubiese mañana. No sé a dónde se dirige, por un momento pienso que a los baños, sin embargo, pasa de largo frente a ellos. Nos adentramos en un pasillo en el que, milagrosamente, solo hay una pareja morreándose y justo al final, hay una puerta.
La abre y la oscuridad nos recibe.
—¿Dónde estamos? —pregunto una vez la puerta se cierra tras nosotros.
Doy un paso al frente sin ser capaz de ver absolutamente nada.
—Ni idea.
Daniela enciende la linterna del celular y alumbra a nuestro alrededor. Es el cuarto de limpieza, supongo que mucho mejor que los baños.
—¿Cómo sabías de este lugar?
—Digamos que, al ser una aficionada a la escritura, suelo fijarme en los detalles más pequeños, pues nunca se sabe qué puede ser útil para la novela. Vi la puerta hace un rato, no tenía idea de lo que era.
Coloca el celular sobre uno de los armarios, al lado de unas cajas y yo saco el mío para que haya mayor claridad.
De haber estado claros, estoy seguro de que se nos habría ocurrido buscar el interruptor de la luz... Vamos a decir que la poca iluminación hacía el lugar un poco más interesante.
—¿Puedes decirme cómo el cuarto de limpieza podría ser útil para tu novela?
—Por supuesto, es un lugar muy interesante para hacer cosas indecentes.
Sonrío de medio lado.
—¿Pretendes escribir lo que hagamos aquí?
—Depende de qué tan bueno seas —responde arqueando sus cejas de forma retadora.
Doy un paso hacia ella.
—Nunca he tenido quejas —susurro.
Daniela coloca sus brazos sobre mis hombros y yo llevo mis manos a su cintura.
—Soy bastante exigente.
—Yo también.
—Supongo que entonces debemos probar. Me gustaría saber si vale la pena o no escribir al respecto.
Elimino el espacio que hay entre los dos quedando a escasos centímetros mientras mi corazón late a millón. Nuestras narices se rosan y nuestros alientos se entremezclan. Hago un poco de presión en sus caderas.
—¿Tus protagonistas en qué fase están?
Frunce el ceño.
—¿Son novios? —Coloco un mechón de cabello detrás de su oreja—. ¿Amigos con derecho? —Paso mi pulgar por su labio inferior—. ¿Simplemente conocidos?
Enredo mis dedos en su cabello y, sin llegar a hacerle daño, tiro de él, elevando su cabeza. Ella es más baja que yo.
—¿Por qué es eso importante?
—Porque así sabré como debo tratarte.
—¿Cómo es eso?
Me lo pienso un segundo buscando cómo hacerle entender lo que pienso sin enredarme yo. No estoy en mis cinco sentidos.
—Si son amigos con derecho, tal vez te haga reír un poco antes de follarte, —susurro en su oído y ella se estremece—, aunque no estoy seguro de poder ser chistoso ahora.
Ella se ríe por lo bajo.
—Si fueran simplemente conocidos...
Hago una pausa deliberada, la tomo por los muslos y la levanto. Ella chilla por la sorpresa y yo aprovecho para empotrarla contra la pared. Cruza las piernas detrás de mí.
—Si fueran simplemente conocidos, te follaría duro.
La miro y procuro no reírme ante sus ojos abiertos de par en par y su boca desencajada.
—Si fueran novios...
Hago una pausa para generar expectación, supongo que de vez en cuando sí escucho las tonterías de Aaron.
—Te besaría así...
Sin dejarla reaccionar, uno nuestros labios en un beso suave, delicado, de esos capaces de revolucionar tu interior. La piel se me eriza y el mundo a mi alrededor desaparece al mismo tiempo que un enjambre de mariposas comienza a remolinarse en mi vientre. Daniela hunde sus dedos en mi cabello y me atrae hacia ella. Refuerza la sujeción de sus piernas en mi cintura y yo llevo mis manos a su rostro, acariciándolo mientras bebo cada uno de sus suaves gemidos.
Poco a poco, nos separo. Nuestras respiraciones están aceleradas, sus labios hinchados y el subir y bajar de su pecho distrae mi mirada por unos segundos, pero me obligo a concentrarla en su mirada.
Luce aturdida y demasiado hermosa para su propio bien. Parece una Diosa.
—Si fueran novios, te haría el amor. Así que tú decides, Daniela. ¿Qué tipo de relación tienen tus personajes?
Pestañea varias veces y al ver que no contesta, empiezo a preocuparme. ¿He sonado muy cursi?
—¿Hay alguna forma de ser desconocidos y novios a la vez? —pregunta entre susurros—. Porque a mi personaje femenino sin duda le gustaría que le hicieras el amor… duro.
Sonrío.
—Buena elección.
—Lo...
No la dejo terminar.
Tomo su boca silenciando sus palabras, adueñándome de su jadeo de sorpresa mientras mi lengua busca la suya para unirse nuevamente en ese baile que eriza la piel de cuerpo. Sus manos se hunden en mi pelo y lo admito, amo que me hagan eso, tanto en el plano sexual como fuera de él.
Muerdo su labio inferior mientras mis manos vuelan por todo su cuerpo. Abandono su boca dejando un reguero de besos húmedos por su mandíbula, bajando a su cuello. Un escalofrío la estremece al sentir el contacto de mi lengua en esa zona tan sensible y comienza a moverse arriba y abajo; haciéndome jadear con la fricción de nuestros sexos a pesar de la ropa que los separa.
Sin poder resistirme más, hundo mi mano en su escote y libero sus senos; no lleva sujetador, algo que ya sabía pues su vestido tiene la espalda al descubierto. Sus pezones están erectos y eso me vuelve loco.
Llevo mi boca a ellos. Los muerdo, los lamo, intercalando entre uno y otro mientras con mis manos los masajeo. Sus gemidos se hacen cada vez más alto, convirtiéndose en uno de los sonidos más adictivos del mundo.
Bajo mi mano entre nuestros cuerpos y acaricio su centro por encima de sus bragas.
—¡Joder! —chilla y yo sonrío antes de volver a tomar sus labios con desespero.
Aparto la tela que estorba mis intenciones y hundo mis dedos en ella.
—Dios... —susurra sobre mi boca cuando mis dedos se mueven en su interior.
Daniela se retuerce entre mis brazos. Sus gemidos opacan la música que se cuela en la minúscula habitación y cuando hunde sus uñas en mis hombros, sé que está a punto de correrse.
Lanza la cabeza hacia atrás, apoyándola en la pared. Sus ojos cerrados, labios entreabiertos y esos deliciosos sonidos que salen de su boca, amenazan con hacerme adicto a ella y, por un segundo, me aterro. Sin embargo, no me da tiempo a pensarlo demasiado porque mi nombre se escucha por todo lo alto, justo cuando explota de placer. Me dedico a besarla con suavidad mientras ella se recupera.
Una sonrisa de medio lado, pícara y sensual, se extiende por su rostro cuando me pide soltarla. La dejo en el suelo y antes de que pueda reaccionar, la tengo hincada de rodillas frente a mí. Me sostiene la mirada mientras baja mi mono; acaricia mi miembro por encima del calzoncillo y luego lo baja con desquiciante lentitud. Una vez mi erección es liberada, jadeo al sentir el calor de su boca acariciar mi piel.
Por los próximos minutos la destreza de su lengua me lleva al cielo y más allá. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que es la mejor mamada que me han dado en toda mi vida; pero no solo eso, cuando por fin logro hundirme en ella, algo cambia.
No sé qué es, solo sé que algo en la forma en que nos miramos, en los besos que nos damos, en las caricias que nos hacemos, en las sonrisas que nos dedicamos mientras nuestros cuerpos se unen en ese delicioso baile de placer, me hacen desear ser su mundo y que ella se convierta en el mío.
~~~☆☆~~~
Sin comentarios...
Nos vemos en el próximo capítulo
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro