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15. Día en la playa

Annalía:

Me odia…

No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Aunque él diga que no, algo en el fondo de mi alma me dice que sí y eso me jode porque él, a pesar de todo, es una de las personas que mejores me caen en todo el mundo. La peor parte es que no sé de dónde salió su animadversión hacia mí. En algún momento de mi niñez dije o hice algo que lo molestó lo suficiente como para querer permanecer lejos de mí y ni ahora, luego de estar lejos por dos largos años, parece haberme perdonado.

Ya lo intuía. Digo, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de eso si en todo este tiempo logré hablar solo dos veces con él: los dos fines de año que estuve fuera. Y no, no fue por su libre y espontánea voluntad; prácticamente lo obligaron a saludarme y él mucha atención no me prestó. “Hola, ¿cómo estás? Me alegro de que estés bien. Nos vemos”; fueron alguna de las palabras que se dignó a dirigirme.

Para estas alturas, su indiferencia no debería molestarme, pero desgraciadamente, sí lo hace. Zack siempre fue como un hermano. A pesar de los años que nos separaban, nos llevábamos realmente bien; yo me prestaba para cada una de sus trastadas y él me apoyaba en mis planes descabellados y, créanme, de niña tuve muchos. Hacíamos un buen dúo, tanto, que mis padres temían dejarnos solos por mucho tiempo. Siempre terminábamos liándola de alguna forma; en ocasiones sin querer, la mayoría de las veces, queriendo.

Aprovechando que estoy en el baño, hago pis y luego de lavarme las manos, bajo con el resto de la familia. Zack se está despidiendo de los gemelos y, por cierto, sé que no viene al caso, pero debo decir que me encanta ya no ser la más pequeña de la familia. Ahora están Thalía y Thiago, que son los hijos de Sabrina; Owen, Oliver y Olivia, que son los retoños de Aaron; Brianna y Steffan, los hijos de Lu; y Willow, la de Dylan. Daniela está embarazada de nuevo, así que la familia seguirá creciendo.

—Zack, cariño —dice Ariadna, acercándose a su hijo—. Mañana iremos a la playa a pasarnos el día, ¿quieres venir?

Su mirada se encuentra con la mía por una fracción de segundo antes de volver a concentrarla en su madre.

—No puedo, mamá. Tengo cosas que hacer en el hospital y…

—Excusas. —Lo interrumpe Ariadna y yo me remuevo en mi lugar.

No va por mí. Lo sé, ¿si no por qué me iba a mirar de esa forma?

—Eres un pasante, cariño, aún no eres indispensable en el hospital. Y mañana en tu horario no hay guardia. Es sábado, por tanto, no tienes excusa para negarte.

—Mamá.

—Te espero mañana a las nueve de la mañana en la casa, sin discusiones. Hace mucho tiempo que no estaba la familia completa; hay que celebrar el regreso de Lía.

—Pensé que lo habíamos celebrado hoy.

—Lo celebraremos por una semana si hace falta y no se hable más del tema. Como se te ocurra ausentarte, me voy a enojar, eso va a hacer que se me suba la presión y tú no quieres tenerme como paciente, ¿verdad?

Le hace ojitos a su hijo y este, luego de respirar profundo, niega con la cabeza.

—Vale, ahí estaré.

—Eres el mejor hijo del mundo, ¿te lo he dicho?

Zack sonríe sin remedio y yo también. Ari está un poquito loca, es media bipolar.

—Sí. También lo son Emma y Luciana cuando te conviene.

Zack termina de despedirse de todos y a mí ni me mira. Intento que no me afecte más de la cuenta y me convenzo de que ya me dijo adiós hace unos minutos, pero no es tan sencillo. ¿Por qué demonios tengo que extrañar cómo eran las cosas antes de que “eso que no sé lo que es”, sucediese?

Resignada, me incorporo al resto de la velada y cerca de las once de la noche, mis padres deciden regresar a casa.

—¿Cómo lo pasaste? —pregunta mi padre una vez detiene el coche en el garaje.

Descendemos y, luego de cerrar, cruza un brazo por encima de mis hombros mientras nos adentramos a la casa. Mi madre nos sigue de cerca.

—Genial, extrañaba mucho las locuras de todos.

—Nosotros sí que te extrañábamos a ti. —Deposita un beso en mi coronilla—. Jamás te nos vuelvas a ir lejos, ¿vale? Mucho menos por tanto tiempo.

Asiento con la cabeza; definitivamente no pienso irme lejos nunca más, al menos no por tanto tiempo. Creo que ya cubrí mi cuota de viajes por el resto de mi vida.

—Pensé que Kay se quedaría en casa —comento.

Mi hermana tiene ya veintisiete años y es una modelo muy reconocida. Está felizmente comprometida con su novio y desde hace par de años, conviven juntos en un lindo apartamento en el centro de la ciudad.

—Mañana tiene una sesión de fotos muy importante —comenta mi madre entrando a la cocina.

—¿Entonces no va mañana a la playa?

—Intentará unirse en algún momento de la tarde.

—Ok.

Voy a mi habitación y, aunque todo el mundo piensa que necesita un cambio radical, pues tengo diecisiete años y la etapa del rosa, los osos de peluche y los unicornios ya quedó atrás, he decidido, por el momento, dejarla como está. Me hace sentir en casa, como si los últimos dos años no hubiesen pasado. No me malentiendan, he disfrutado cada segundo que estuve fuera y lo aproveché al máximo; pero extrañé como loca a mi familia, aun cuando hablábamos todos los días, a cualquier hora.

Antes de acostarme, llamo a Tahira, mi mejor amiga de todos los tiempos, esa que, a pesar de la distancia, sigue ahí como la más fiel y la invito a ir a la playa. Es la única persona a parte de mis padres que sabía de mi regreso y, aun así se puso histérica cuando me vio. Gritamos, reímos, lloramos y volvimos a gritar mientras nos abrazábamos como dos lunáticas. Como es lógico, acepta sin pensarlo y a la mañana siguiente, pasamos a recogerla antes de dirigirnos a la casa de los Torres donde acordamos reunirnos para salir.

Cada familia se acomoda en su auto familiar y juntos nos dirigimos a la playa más cercana y una de las mejores de todo el país. Tardamos cuarenta minutos en llegar, pero el tiempo se nos va súper rápido, pues hacemos una llamada conjunta entre todos los vehículos y nos la pasamos cantando y chillando todo el camino. Hay que ver la de cosas que se les ocurren a los más pequeños de la familia; me pregunto si yo era tan divertida cuando niña.

Estamos todos menos Zack, que le dijo a su madre que iría directamente a la playa.

Nos acomodamos debajo de las cabañas que están cerca del agua y descargamos todo nuestro equipaje, que, para ser solo un día, es demasiado. Es que a todos les gusta traer la comida, pues nada se compara con su zazón, o el de la abuela Amelie, pues ellos se dedican a traer la merienda, la ensalada y todo lo demás que se les ocurra, mientras es la abuela quien se derrite en la cocina, para deleitarnos con el sabor de su comida.

Es la mejor que hay, de eso no cabe dudas.

—Mamá —dice Owen, jalando con suavidad, pero con insistencia, el short de su madre—. Agua, agua, quiero ir al agua.

—Deja que nos acomodemos, cariño.

—Pero yo quiero ir. —Se cruza de brazos y hace un puchero.

Se ve tan tierno que no puedo evitar reír.

—Pues pídeselo a tu padre.

Busco a mi hermano con la mirada al igual que su hijo. Está repartiendo cerveza a todos los hombres de la familia. Ruedo los ojos. Son las diez de la mañana y no se pueden aguantar hasta acomodarnos.

—Está ocupado.

Emma abre la boca para decir algo, pero la vuelve a cerrar. Se ha quedado sin palabras.

—¿Y yo no estoy ocupada?

El niño observa las manos de su madre que tiene un mantel para cubrir la mesa frente a ella y se encoge de hombros.

—Supongo.

—¿Supones? Te tengo nueve meses en mi vientre y cuando sales quieres más a tu padre. Qué injusta es la vida.

—Yo te quiero, mami.

Le da un beso en la cadera y Emma se derrite. Se acuclilla quedando frente a él y le come el rostro a besos, lo que lo hace reír.

—Dame unos minutos y te llevo, ¿vale? Déjame ayudar a tu abuela.

Owen mira a mi madre que lo observa con una sonrisa bobalicona y él asiente con la cabeza.

—¿Por qué no ayudas a Oliver a cuidar a los niños un rato? —pregunta señalando a su hermano que intenta torear a su hermanita y al resto de los pequeños, que ya están intentando enterrarse el uno al otro en la arena.

—Owen —lo llamo y él me mira con curiosidad—. ¿Qué tal si me ayudas a ponerme un poco de protector solar y luego te llevo al agua?

Me dedica una sonrisa enorme y luego se lanza a mis brazos comiéndome a besos. Río ante su gesto. Cuando regresé, pensé que me sería un poco complicado relacionarme con ellos, pues dejaron de verme siendo pequeños, pero supongo que hablar casi todos los días por videollamada, hizo que no me vieran como una extraña.

Me quito la blusa quedando con la parte superior del bikini y me siento en una tumbona. Él se coloca detrás de mí luego de echarle la crema en las manos y la riega por toda mi espalda y hombros con mucho esmero. Mientras tanto, yo me la aplico en las piernas.

—Tía, ¿yo también puedo echarme?

—Claro que sí, cielo.

Me volteo hacia él una vez terminamos conmigo y comienzo a aplicárselo. En unos minutos tengo una cola de niños a mi lado esperando su turno.

—¿Necesitas una mano? —pregunta Daniel, sonriendo.

—No sería mala idea, la verdad.

Daniel se ubica en la tumbona a mi lado y comienza a aplicarle la crema al resto de los muchachos, mientras reímos divertidos ante las historias que nos hacen, ya sea del cole o de ellos mismos.

—Ok, listo.

—¿Ya podemos ir al agua?

—Sí, Owen, ya podemos. Busquen sus salvavidas.

La mayoría sabe nadar a pesar de su corta edad, pero las olas pueden ser traicioneras de vez en cuando y, aunque el mar está tranquilo, no quiero arriesgarme. Me siento más cómoda si los llevan.

Los gemelos y Thalía son los únicos que se atreven a entrar al agua, el resto se quedan en la arena húmeda riendo y chapoteando cuando las olas llegan a ellos. Yo decido no entrar todavía, es demasiado temprano, así que me quedo velándolos desde la orilla junto a Daniel y Tahira. Hope se nos suma un poco después e intentamos ponernos al día.

Un escarseo se escucha detrás de nosotros lo que me hace voltearme justo a tiempo para ver llegar a Zack, de la mano de una pelinegra de curvas exóticas saludando a toda la familia.

—Si la calificamos del uno al diez en cuanto a su nivel de plastiquencia, diría que un cien —comenta Tahira a mi lado, haciéndome reír.

—No es bueno juzgar a las personas sin conocerlas, Tai.

—¿No la ves? Levanta el cuello demasiado, parece una estirada presumida. Su sonrisa es falsa a mil leguas de distancia y sus uñas… ¿Has visto esas uñas? Esa mujer no debe mover ni un dedo en su casa; es más, no creo que pueda ni limpiarse el culo.

—¡Tahira! —chillo, pero me río ante su último comentario, pues siento que tiene toda la razón.

—Además, mira cómo sujeta el bolso. —Continúa.

La chica en cuestión, tiene el brazo doblado hacia arriba, con el bolso colgando de la parte superior del codo.

—Es el gesto universal de las plásticas. La odio.

—Dios me libre de caer en tu boca, Tahira —comenta Daniel y yo me río.

Le doy un vistazo a los niños y cuando regreso mi mirada a los recién llegados, me encuentro con la de Zack analizándome. Por su rictus serio, diría que incluso enojado y labios apretados, sé que no le hace muy feliz verme. Suspiro profundo.

¿Qué carajos le hice?

Decidida a que si me va a odiar, que tenga razones de verdad, levanto mi mano y le enseño mi dedo del medio. Y, sin importarme su reacción, me volteo hacia los niños, que juegan divertidos con mi amiga y mi primo.

Las madres de los mocosos nos relevan y yo, a hurtadillas, voy a la nevera y saco una cerveza para mí y para Tahira, aprovechando que mi madre está con sus nietos y mi padre y mi hermano, muy entretenidos conversando de lo que sea que les interese a los hombres. Abro la lata de espaldas a ellos y antes de que pueda darle un trago, es arrebatada de mis manos.

—¿Se puede saber qué haces? —Le pregunto a Zack, cruzándome de brazos.

El muy maldito me ignora estrepitosamente y se empina la lata.

—Eso debería preguntártelo yo a ti. No puedes beber, eres menor de edad.

—No creo que eso sea de tu incumbencia. Además, estoy rodeada de adultos que me pueden cuidar y una cerveza no me va a hacer daño.

—¿Y por eso te estabas escondiendo?

Mi padre me deja tomar una cerveza, tal vez dos, pero si no me ve tomarme la primera, no tiene por qué saber que serán tres, ¿no? Por supuesto, eso no se lo digo a Zack.

—No es tu problema.

—Me parece que sí. Somos familia, ¿no?

—Ah, ahora somos familia… Eres un hipócrita, Zack. No me hablas y ahora vienes con este rollito de hermano preocupado. No me jodas y lárgate con tu novia.

—No es mi novia.

—Pues la chica a la que te follas —respondo frustrada.

—¿Sabe tu familia que has vuelto tan mal hablada?

—No lo he hecho, pero hay personas en este mundo que sacan lo peor de ti, y tú, definitivamente, sacas mi lado más borde. Ahora, quítate del medio.

Lo empujo con genio y abro la nevera para sacar otra.

—¿Por qué no te cubres un poco?

Ah, no, esto sí es el colmo.

Cierro la nevera con fuerza y lo enfrento.

—¿Cubrirme?

—Me parece que vas un poco ligera de ropa, ¿no crees?

Su mirada recorre mi cuerpo y no sé por qué, pero algo en ella me hace sentir extraña. No en el mal sentido, pero tampoco sabría explicar cómo exactamente.

—Estoy en la playa, Zack —digo lo obvio.

Llevo un bikini azul claro a juego con mis ojos, bastante sencillo, pero bonito. No se ve nada que no deba verse, así que no le veo el problema.

—Es un bikini normal, bastante encubridor si lo comparamos con el de otras mujeres…

Por ejemplo, la pelúa plástica con la que viniste… Pero eso tampoco se lo digo.

—Ya lo has dicho: mujeres. Eres una niña, Annalía.

Jadeo sin podérmelo creer. ¿Es en serio?

—Escucha bien lo que te voy a decir, Zack Bolt Kanz. No eres mi padre, no eres mi hermano, ni siquiera eres mi amigo; te encargaste de que así fuera desde hace unos años, así que deja de meterte en lo que no te importa. Si las personas que pueden opinar sobre cómo me visto, no lo hacen, tú menos.

Paso por su lado empujándolo por el hombro.

Ese maldito idiota se está ganando seriamente que lo ponga en mi lista negra y pueden apostar que eso no le gustará.

Llego a mi tumbona y me lanzo sobre ella.

—Uy, qué genio —comenta Tahira, mirándome por encima de sus gafas oscuras.

Sin decir una palabra, abro la cerveza y le doy un largo trago.

—Ey, déjame algo —se queja.

Hago una mueca cuando el líquido frío termina de bajar y, luego de secarme los labios, se la tiendo. Ella le da un sorbo.

—¿Qué ha sucedido?

—Zack, eso es lo que ha sucedido. Es un imbécil.

—Un imbécil bien sexy.

La miro con mala cara.

—Es una broma, ¿verdad?

Ella niega con la cabeza de forma compulsiva.

—¿Acaso estás ciega? —pregunta—. El tío está para darle y no consejos. Empezando con ese pelo en el que me gustaría enterrar mis manos; los ojos negros en los que quisiera perderme mientras me da el mejor sexo de mi vida y sus labios rellenos que me moriría por morder. Esos brazos fuertes, su cuerpo bien marcado, sus manos grandes, sus piernas tonificadas y eso que cubre su pantalón. Me muero porque decida meterse al agua para ver cómo se le marca. De seguro es tan grande como me lo imagino.

Abro la boca de par en par y por más que lo intento, no consigo decir nada. ¿En realidad lo ve así? ¿A Zack?

—¿Te gusta ese idiota?

—Gustarme, gustarme, lo que se dice gustarme, no. Es decir, es demasiado mayor para mí, pero no estoy ciega. —Hace silencio por unos segundos—. Pensándolo bien, si me pide una noche, se la doy sin duda, pero nada más.

—Estás loca, Tai.

Tahira es una de las mejores personas que conozco; es divertida, fiel, alocada, fiestera y dramática, con ella nunca te aburrirás. Yo soy igual, pero mientras ella disfruta su sexualidad desde hace un año, yo no. Me da miedo.

Me acuesto en la tumbona y continuamos bebiendo por un rato. Un chico pasa frente a nosotras y se nos queda mirando como un tonto. Le sonreímos y el pobre tropieza con sus propios pies.

Soy joven, pero soy perfectamente consciente de que la vida ha sido generosa conmigo y me ha dado un cuerpo digno de admirar. Hay personas que no creen que tenga solo diecisiete años a pesar de que mi rostro sí es bastante aniñado, o más bien, dulce, de alguien que no es capaz de matar ni una mosca.

—Del uno al diez, le doy un ocho —comenta Tahira.

—Siete y medio.

—Mmm, sí, supongo que su torpeza puede restarle un poco.

De repente, una toalla cae sobre mi rostro, asustándome. Me la quito con rapidez y la aprieto con fuerza al darme cuenta de quién me la ha tirado.

—La manda tu hermano.

Busco a Aaron con la mirada y lo encuentro observándome, pero no dice nada.

—Dile que venga y me lo diga él.

—Annalía…

—No quiero pelear, Zack. Vine a pasarla bien, a disfrutar con mi familia luego de dos largos años y si a ti te da igual, bien; pero déjame en paz.

—¿Pasarla bien es exhibir tu cuerpo a cuanto tío haya alrededor?

—Te estás portando como un imbécil.

—No, me estoy portando como alguien que se preocupa por ti y que conoce la de cosas que se le deben estar pasando por la mente a esos hijos de puta.

Hombre, ¿quién es el mal hablado ahora?

—Perdiste el derecho de preocuparte por mí, el día que decidiste sacarme de tu vida. Vuelve a tratarme como a una persona normal y tal vez considere cubrirme.

Me encojo de hombros y al ver que no tiene intenciones de responder, agrego:

—O por lo menos ten los pantalones para decirme qué carajos hice mal para que me odies tanto.

Zack resopla. Despeina su cabello ya revuelto por la brisa y vuelve a resoplar. Va a decir algo, pero se contiene; lo intenta varias veces y al final, nada.

—Eres insufrible.

Y sin decir nada más, se marcha directo a la plástica que lo acompaña, dejándome con un nudo en la boca del estómago. De verdad odio que nos llevemos tan mal después de todas las locuras que hemos protagonizado juntos. Puedo aceptar que las cosas no sean como antes, pues ya no soy el diablillo rubio, como él solía decirme y él es un hombre hecho y derecho, pero no permitiré que me ignore sin motivo aparente. Si Zack piensa que voy a aceptar que nuestra relación termine así sin más, es que no me conoce. Soy Annalía Andersson Scott y le voy a hacer la vida imposible, hasta que acabe admitiendo de una maldita vez qué sucedió o que simplemente se rinda y vuelva a tratarme con normalidad.

~~~☆☆~~~

Uff, Lía se enojó jaja.

Pobre Zack.

Espero que les haya gustado

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