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4: Conflicto.

Dubái, Emiratos Árabes.

ANABELLE:

Ajusté mis piernas sobre la tumbona frente a la playa y le di un sorbo a mi segunda piña colada con extra de leche de coco. Después de noches discutiéndolo Loren y yo escogimos Dubái como el sitio para nuestra luna de miel. No era precisamente lo más romántico del planeta, pero amaba la casa de aquí y este era el lugar donde habíamos empezado a actuar como una pareja. También teníamos tiempo sin venir a solas. Mike siempre nos acompañaba en cada viaje. Lo amaba y lo extrañaba terriblemente, hablábamos todos los días por videollamada, pero no iba a decir que me sentía completamente mal cuando mi esposo y yo podíamos aprovechar el tiempo a solas para hacer el amor en cada esquina de la construcción.

Amaba mi nueva vida.

Solo había pasado una semana desde que tenía el título oficial de la señora Van Allen y no podía encontrar ni una sola cosa que no me gustara de ello. Mi nuevo título también me había ayudado a subir las ventas de mis libros. La editorial ya se había puesto en contacto conmigo para que escribiera la historia de las hermanas del protagonista, de las cuales debía admitir que ya tenía un borrador. Todo porque después de la boda, la cual prácticamente había sido transmitida en uno de los programas más famosos de la televisión británica, mi número de seguidores en las redes sociales se había disparado. En el aeropuerto de Inglaterra habían tenido que escoltarnos a nuestro vuelo privado debido a mis lectoras y sus fanáticos, pequeños empresarios que querían que le diera una probada a su producto o espectadoras enamoradas, esperando por nosotros. Estaba en lo correcto al decir que nunca pensé que mi vida sería así, pero me gustaba. Aunque a veces me cohibía porque seguía sin estar del todo acostumbrada, poco a poco aprendía qué debía decir en cada momento sin perder mi esencia. Cosas como esas iban formando parte de la rutina.

Mi corazón se aceleró cuando lo vi salir del agua.

Loren llevaba rato nadando en el mar artificial situado casi en el patio trasero de la que insistía que ahora también era mi casa en contra de mis protestas. No quise entrar a acompañarlo porque mi cabello ya estaba lo bastante destruido debido a pasar horas con él en la piscina durante los primeros días. Coloqué mi pie sobre su pecho, estableciendo distancia, cuando se inclinó sobre mí para besarme. Estaba utilizando traje de baño, volviéndome loca con la visión de su cuerpo, pero quería vengarme por haberme dejado sola.

—¿Qué sucede? —gruñó sentándose en una esquina mientras gotitas de agua caían desde su frente a su pecho, dónde se deslizaban en dirección a su ombligo y su entrepierna.

Me relamí los labios.

—No quiero que te acerques a mí hasta que estés seco.

Juntó las cejas.

—¿En qué momento empezaste a hablar como mis hermanas? —Se inclinó sobre mí de todos modos, mojándome, para alcanzar la toalla—. No soy como sus esposos, Anabelle. No perderé mi personalidad debido al matrimonio. —Se secó la cara antes de arrojarla sobre la arena y colocarse entre mis piernas. Solté una risita enredando mis dedos en su cabello—. Eres mi esposa. Si quiero que tengamos sexo frente a la playa durante nuestra jodida luna de miel lo haré.

Acaricié su mejilla con mi pulgar.

—Lo sé. Lo siento. Solo quería sonar sexy.

—Bien ─soltó antes de sumergir su cabeza entre mis pechos y presionar su cadera contra mí, haciéndome sentir su erección—. Pero ahora me fuerzas a trabajar a tiempo completo en hacerte entender que siempre consigo lo que quiero. —Jadeé cuando mordió mi pezón—. En el momento que quiero. Cuando quiero. —Empezó a succionar. Lucía caliente, pero también gracioso mientras hablaba con él en la boca─. Lo que pensé que ya tenías claro.

Pensé en cómo inició nuestra relación. En Brandon. En cómo nos engañamos pensando que nos bastaría con ser amigos. En los problemas que derrotamos.

Alcé mis caderas hacia él.

—Lo sé —murmuré antes de apretar más su cabeza contra mí, guiándolo hacia abajo—. Dios, Loren, sí. —Escondí el rostro en el plástico de la tumbona al sentir su aliento en mi cetro mientras sus dedos deshacían los lazos a cada lado de mi cadera de la parte inferior de un bikini blanco que él mismo había escogido para mí cuando decidimos salir de casa. No detuvo sus lamidas hasta que mis muslos empezaron a temblar, deshaciéndome—. Te amo.

—Y yo a ti, nena —murmuró de vuelta acomodándome el bikini, lo que me hizo fruncir el ceño y a él reír—. Quiero llevarte a almorzar fuera de casa. Mi idea de luna de miel no consistía en convertirme en tu esclavo sexual.

Mis mejillas se sonrojaron. Estaba indignada.

—Loren, tú te abalanzaste sobre mí. Yo no quería.

Alzó las cejas.

—¿Por eso empujaste mi cara a tu...?

—Basta, por favor. —Me deshice de su peso e inicié el trayecto hacia la casa. Corrí cuando lo escuché perseguirme riendo—. ¡No te acerques!

Por suerte no se esperaba que me encerrara en nuestra recámara sin él, así que el que no le dio tiempo de impedirlo o colarse dentro.

—¡Nena! —gritó desde el otro lado.

Sonreí.

—Lo siento, esposo, pero en vista de que llevo casi una semana encerrada en esta casa obligándote a tener sexo conmigo, debo arreglarme.

—Belle... —Su voz tenía un tono de advertencia que conocía muy bien. Era el que utilizaba cuando estaba llevándolo al límite, lo cual usualmente terminaba con él dentro de mí—. Abre la maldita puerta.

—No. Me daré una ducha. Me haré persona de nuevo. Luego hablamos.

—¡Abre la puerta para que pueda ayudarte!

Puse los ojos en blanco. Me acerqué al baño en lugar de hacerle caso porque ciertamente necesitaba privacidad. Privacidad para procesar la verdadera razón por la que no había dejado que Loren me tocara. Mi cabello era insignificante al lado de la idea de no poder estar con él. Suspiré y me dejé caer sobre la tapa del retrete mientras las lágrimas descendían por mis mejillas. Nos quedaban dos semanas más de luna de miel, pero estaba segura de que volveríamos a penas le contara sobre mis sospechas. No me había hecho la prueba todavía, pero me sentía justo igual que las últimas dos veces y estas habían dado positivo.

Podría estar embarazada.

No mentía cuando, la última vez que Loren y yo hablamos de ello un par de meses atrás, decía que no podía pasar por lo mismo de nuevo. No quería volver a tener la esperanza de que había un pequeño Loren o una pequeña Anabelle creciendo dentro de mí para después perderlo. Tampoco quería entrar en un programa de fertilidad, pues sería como exponerme a que me rompieran el corazón una y otra vez. No cometería los mismos errores del pasado, sin embargo, y actuaría en consecuencia a lo que ambos aprendimos de nuestros errores. En lugar de colocarme el lindo vestido en el que probablemente esperaba verme, usé un par de pantalones holgados con estampado y una camisa corta después de salir de la ducha. Recogí mi cabello en un improvisado moño. Omití el maquillaje. Mis ojos estaban rojos por el llanto. Había sido muy consistente con mis métodos anticonceptivos. No entendía por qué siempre me sucedía lo mismo. Aún quedaban dos semanas antes de que necesitarse otra inyección. La primera vez fue debido a que usaba un DIU y este se movió. La segunda porque olvidé ser regular con mis pastillas por un par de días. ¿Pero ahora debido a qué sería? ¿Regocijo de la vida ante mi sufrimiento?

Por primera vez en años no quería tener un bebé.

No si eso significaba perderme a mí misma de nuevo.

—¿Loren? —pregunté cuando no lo encontré en el pasillo.

Bajé las escaleras para hallarlo ya listo en la sala. Revisaba su teléfono y bebía vino de su botella favorita, Anabelle, luciendo como un modelo de revista. Usaba pantalones blancos junto con una camisa botones sin cuello y mocasines. La alianza en su dedo resplandecía con los rayos de sol que entraban por la ventana y se reflejaban de ella. Lo que fuera que estuviera pasando por su mente pasó a segundo plano cuando me observó.

—Belle, nena, ¿qué sucede?

Me dejé abrazar cuando se acercó.

Esta vez no lo alejaría.

—Creo que estoy embarazada de nuevo, Loren. —Presioné mi frente contra su pecho—. Necesitamos ir a un doctor.

Se tensó, pero aún así actuó como mi roca sosteniendo mi rostro entre sus manos y diciéndome exactamente lo que necesitaba escuchar.

—Está bien, nena. Iremos ahora mismo. No te preocupes por nada. Todo, seas cuales sean los resultados, saldrá bien. —Tomó mi mano y la besó—. Te amo, Anabelle. Somos felices juntos. No lo olvides.

Asentí girando el rostro para besar su palma.

—No lo haré.

Loren tomó mi mano y me guió al garaje, dónde tomamos uno de sus deportivos hacia el hospital más cercano. Durante todo el camino no dejó de sostener mi mano. Sentía que en cualquier momento me derrumbaría. Era tan triste cómo había llegado a temer lo que un día deseé con tantas fuerzas. Mis piernas temblaban para cuando llegamos al estacionamiento de la clínica privada. Aunque mis dudas se pudieran disipar solo con una muestra de embarazo, entendía que Loren se aferrara a la fe de tener un bebé y se estuviese volviendo loco intentando evitar lo inevitable.

Me rompía el corazón.

Aunque me dijera que estaba bien con cualquiera de mis decisiones en el fondo sabía que se moría por intentarlo, que soñaba con el momento en el que tuviéramos a una pequeña combinación de nosotros en brazos, pero simplemente no podía y, a su vez, negárselo me estaba matando.

—¿Señor y Señora van Allen?

Loren y yo nos levantamos del cómodo sofá en la sala de espera de emergencias en el que habíamos estado esperando nuestro turno ya que no había querido tomar una cita o esperar saber si nos podían incluir en algún agujero ocasionado por un paciente faltante. Su mano seguía en la mía para el momento en el que entramos, pero se mantuvo en silencio y a cierta distancia mientras me inspeccionaban, perdido en sus propios pensamientos. Además del interrogatorio en el que describí mi pequeño retraso del periodo, nauseas, mareos y debilidad, además de dolor abdominal, y el examen físico, me envió al baño con un test de embarazo y luego una enfermera me tomó una muestra de sangre. Para cuando ella había terminado ya el doctor, un hombre de mediana edad con gafas e impresionante aura profesional, tenía en sus manos el resultado del test, el cual sostenía con guantes de látex frente a su rostro.

—Ana, lo siento, según este test no estás embarazada, aunque si quieres lo podemos repetir. De todas formas los resultados del análisis de sangre estarán en su correo electrónico para dentro de un par de horas. —Garabateó una receta médica y se la tendió a Loren junto con una bolsita plástica llena de medicamentos—. Debió haberte caído mal alguna comida. Te he recetado lo que necesitas. Además de eso no creo que haya ningún problema con usted, señora Van Allen. —Loren y yo nos levantamos. No tenía ni idea de cómo sentirme—. Probablemente estará bien en un par de días.

—Muchas gracias ─dijo él por ambos, su mano en la parte baja de mi espalda.

Asentí a modo de despedida. Ya en el auto la tensión entre nosotros era insoportable. Miré por la ventana en lugar de enfrentarme a su mirada. No estaba lista para eso. Lo que acaba de suceder era lo equivalente a mí colocándonos a ambos frente a un tractor para que nos pasase por encima.

—¿Loren? —pregunté cuando llegamos a casa.

—Ahora no, Anabelle. —Se bajó del auto y se dirigió dentro sin abrir mi puerta, algo que hacía siempre. Presioné mis ojos con fuerza antes de tomar mis medicinas y salir para trotar hasta alcanzarlo. Loren, sin embargo, se apartó de mí cuando me acerqué para abrazarlo—. Necesito pensar, nena. Te amo, pero eso no significa que no sea difícil para mí.

—Lo sé, Loren. —Esta vez no me alejó cuando me puse de puntillas para besar su mejilla—. Estaré en tu despacho escribiendo. Cuando decidas que quieres volver a dirigirme la palabra, allí estaré.

Sus ojos grises repentinamente brillaron con arrepentimiento, pero ya era demasiado tarde. Había visto la profundidad de la decepción en ellos cuando nos anunciaron que no estábamos esperando un bebé y ahora me sentía responsable de su desilusión. Él tampoco intentó seguirme. Entré en su despacho sintiendo que mis pulmones se quedaban sin la capacidad de llenarse. Usé lo último que me quedaba de fuerzas para caminar hasta la silla frente a su computadora y desplomarme en ella. Cerré mis ojos durante unos minutos en los que lo único que hice fue concentrarme en el sonido del mar. Si el hombre había sido capaz de crear islas artificiales de la nada, ¿por qué su evolución no podría ayudarme a cumplir nuestros sueños? Loren nunca me lo diría en voz alta, pero quería un bebé. Yo no quería volver a salir lastimada, pero también lo quería incluso más que él e inclusive mucho más que antes después de disfrutar tanto participando en la educación de Mike.

No me engañaría más a mí misma diciendo que no lo quería o negando que era un hueco en nuestras vidas, pero dolía. Aún así no lo hacía tanto como el estar lastimando a la persona que más amaba. Sintiéndome como si me estuviera adentrando en la miseria, abrí Google y empecé a buscar información sobre tratamientos de fertilidad. Para cuando terminé habían pasado tres horas y tenía información sobre un par de clínicas en Londres y Brístol, pero ninguna en Cornwall. Sería un poco complicado establecer las citas debido a Mike. No quería robarle tiempo con su padre. Hallaría la forma, sin embargo.

Estaba ojeando una página con testimonios de parejas que habían podido tener bebés cuando la puerta se abrió de golpe y Loren entró luciendo como si acabara de ver un fantasma. Me levanté abruptamente. Antes de que pudiera decir cualquier cosa, enredé los dedos en su cabello y me puse de puntillas para besarlo. Gruñí cuando no separó los labios sin dejar de insistir hasta que abrió la boca y profundizó el beso. Me separé al cabo de un rato. Presioné mi frente contra la suya ya que se había agachado para que estuviéramos al mismo nivel.

—Lo intentaré —susurré—. Me pondré en ello cuando lleguemos a casa, Loren.

Loren frunció el ceño.

—¿Qué cosa?

—Los tratamientos de fertilidad. Yo... —Tomé aire—. No digo que será un procedimiento rápido. Primero quiero ir con una psicóloga. Aunque mi problema inicial era manteniendo el embarazo, la última vez me dijeron que probablemente se me haría más difícil concebir cuando decidiera volver a...

—Belle —me interrumpió—. No tienes de qué preocuparte. —Su expresión pasó de confundida a feliz—. El test se equivocó. —Deshice nuestro abrazo. Di dos pasos hacia atrás para poder ver su rostro cuando lo dijera—. Me acaban de llegar los resultados del análisis de sangre. No te cayó mal una comida. —Mis rodillas empezaron a fallar. Loren, intuyéndolo, me sujetó contra sí antes de que cayera—. Mi bebé está dentro de ti. Estás embarazada. —Besó mi frente mientras enterraba el rostro en su pecho y lloraba—. Te prometo que esta vez haremos todo lo posible, ambos, para que nuestro sueño se haga realidad. Trabajaremos en equipo. Conseguiré ayuda. —Me apretó contra él aún más—. Lo primero que haremos será volver a casa. ¿Te sientes bien para viajar?

Asentí.

No quería nada más que volver a casa y hacer las cosas de una manera diferente esta vez. Con un poco de suerte y fe la tercera sería la vencida.

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