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9. Solos en casa de Anastasia.

Madison y Rachel partieron al pueblo a primera hora de la mañana en compañía de Anastasia y Marie. Sumándosele a la falta de ellas, el hogar de los Van Allen brillaba por la ausencia de Lucius y Loren. Ellos viajaban a quien sabe donde esta vez a hacer quien sabe qué negocios. Lo que quería decir que George y yo estábamos solos con los empleados del viñedo hasta la llegada del trío que había salido de compras.  

El hombrecito y yo tendríamos un día de hombres. O una mañana, al menos.  

—Sé que no te agrada mucho la idea, pero lo que ves es lo que hay. —Dejé de mecerle en su silla y le di uno de sus juguetes favoritos, un rinoceronte de felpa que ni tocó cuando lo coloqué frente a sus narices. Suspiré—. Solo serán unas horas, amigo. Sabes que tu mamá y Madison no te olvidarán.  

Ellas se habían ido temprano, antes de que despertara, para evitar que al verlas partir se deshiciera en lloros. Pero la verdad era que su expresión era más sufrida que la de cualquier bebé y eso que ni siquiera lloraba. Solamente miraba al horizonte como un sujeto despechado, hacia la puerta principal esperando que sus chicas entraran por ella en cualquier momento. Algo me decía que sería amante de las mujeres en exceso, o más bien del amor que estás le podían ofrecer.  

—Bien, entendí. No tienes ganas de jugar. —Desabroché el cinturón que lo sujetaba al acolchado asiento y lo levanté, extrañado ante su no lucha—. Joder, tu depresión debe ser grande. A ver si con un baño frío se te quita.  

El baño de nuestra habitación, y no de la azul que habían decorado especialmente para él, tenía una pequeña bañera de vidrio que Rachel también mandó a instalar en nuestra casa para bañarle a él y que según ella serviría para los que vendrían. 

Le desvestí y quité el pañal cómo ya sabía hacer de memoria. Dejé entibiar el agua mientras iba con él envuelto en una toalla a por sus cremas y productos para el cabello. La verdad era que ni mi chica tenía tantos, pero sí el mismo y suave tipo de melena oscura. La diferencia era que ella la mantenía sin mucho esfuerzo. Madison, por otro lado, disfrutaba mojándose, de las burbujas y de rosearse con todo, así que la credibilidad en su necesidad de productos era cuestionable.  

—Siéntela. —Metí uno de sus pies dentro del agua para que luego no se le hiciera tan complejo el cambio—. No está fría. ¿Llorarás?  

George solo se encogió a sí mismo y agitó sus puños, no pude identificar si en protesta o en exigencia. Dejé su toalla de carros reposar en uno de mis hombros y me aseguré de tener a la mano todo aquello que podría necesitar. Shampoo, acondicionador, jabón y alguna que otra espuma estaban dispuestas sobre una repisa a mi rápido alcance. Le senté en la parte superior sosteniéndole con una de mis manos y lo deslicé hasta que terminó dentro de su piscina.  

Gracias a un poderoso ente espiritual se dejó asear y vestir con el pijama de algodón sin ningún tipo de problema. Su cuerpo fresco y pequeño, a pesar de la gran tristeza que contenía, se defendió cuando intenté tomar sus manos y hacerle bailar al ritmo de Halo de Beyoncé, video que transmitía MTV en un especial de ella, mientras permanecía acostado en el sofá de la sala. Incluso pude ver las repeticiones de un partido donde los All Blacks, cosa de no extrañarse, iban ganando. 

Pero la tranquilidad se esfumó pasadas las diez. 

Empezó con unos sonidos de queja que me recordaron que había llegado la hora. Continuó con unos lloriqueos demandantes que me instaron a actuar más rápido. Y se quedó en los habituales chillidos y lloros abrumadores. Con una velocidad más alta que la empleada en cualquier otro momento de mi vida, nos llevé a la cocina y coloqué la punta del biberón en su boca. Protestó una y otra vez, ordenando a su manera que le trajeran a su mamá. Sin embargo debía tener mucha hambre porque se resignó y empezó a succionar con ira.  

—Vamos, controla tu furia o te meteré en ese curso de yoga. —Me dejé caer en una de las sillas del comedor con él―. Tendrás que usar mallas, sé que Rachel te las pondrá, así que come con tranquilidad. 

Mi advertencia debió causar alguna clase de efecto en él porque empezó a tomarse las cosas con calma. No pude dejar de ver como pretendía sostener la botella con sus dos manos. Reí cuando intentó apartar la mía. Solté un poco, lo que le asustó cuando el peso que no soportaba iba a caer sobre él. El hombrecito era inteligente y no protestó al yo recolocar la mano.  

—¡Señor! —Uno de los capataces me sobresaltó entrando por la puerta principal con la cara blanca y las manos sucias de cenizas. Sus botas mancharon la alfombra blanca de la que Anastasia tanto presumía—. ¡La gente de al lado volvió a incendiar la cosecha!  

Los vecinos de los Van Allen eran amantes de la cacería y de las armas. Loren me había contado que de cuando en cuando jugaban con pirotecnia y quemaban alguna porción de tierra. Lo mío era estar tras un escritorio en una embotelladora, con papeles y supervisando. No sabía mucho acerca del funcionamiento de un viñedo, pero mierda que si sabía que George y yo éramos los únicos en casa, que no dañaría el primer día que mi chica dedicaba para ella desde que nació nuestro bebé y que lo menos que podía hacer por mi familia política era evaluar los daños.  

—¿Ya apagaron el fuego? —Tampoco llevaría a George a Chicago de 1871. 

—Sí, ya no hay ni una llama viva. —Logró decir a punto de desmayarse. Me levanté y le obligué a sentarse en el sofá. George seguía comiendo pero le miraba con curiosidad y atención—. No pudimos evitarlo, ni el incendio ni las perdidas. El vallado se dañó de nuevo. ¡Lanzaron una maldita flecha en llamas!  

—Iré a ver y llamaré a Loren, pero primero... —Miré el pijama azul de George, perfecto evaluar los daños de un incendio de grado desconocido—. Déjame cambiarlo.  

—Adelante. —El capataz echó la cabeza hacía atrás, limpiándose la frente con un pañuelo—. De todas formas los daños no desaparecerán en un tiempo. 

George tenía un sombrero de Indiana Jones similar al de Madison, pero sin ninguna alteración. Eso, un suéter de lana y un overol fue lo que usó para acompañarme pese a las quejas de la ama de llaves. De mirada dulce y sonrisa seria había ofrecido sus servicios de niñera una y otra vez pese a mi negativa. Rachel y yo no confiábamos en cualquier persona para cuidar de él y de Madison y a la mujer a penas la acababa de conocer.  

Cuando Loren me dijo que habría un transporte que nos llevaría a la zona afectada nunca imaginé que se trataría de un carrito de golf, o que sería tan incomodo compartir el asiento trasero con el capataz cuyo nombre era Humberto. El carro en sí con tres obreros, dos de ellos sentados en el asiento delantero. Por sus intentos de asomar la cabeza por cualquiera de las aberturas de la carrocería, supe que incluso George se sentía asfixiado.  

El incendio no era lo que esperé. La verdad era que esperaba encontrarme con algo parecido a las marcas que dejan una fogata en la tierra. Pero en cambio me hallé con cien metros cuadrados de destrucción o más. Ya no había humo en exceso ni llamas. El suelo estaba negro grisáceo, olía a quemado. Quise llevarme a George a penas llegamos.  

¿Cómo podían unos vecinos ocasionar aquello?  

—Solo será un momento. —Le dije mientras reforzaba mi agarre sobre mi hijo y aceptaba de las manos de Humberto la flecha quemada pero estable—. ¿Esto fue lo que ocasionó este desastre?  

Asintió.  

—No fue mucho lo que se perdió, hemos tenido peores. Pero no es la primera vez que ocurre y el jefe está algo harto de ellos. Llevamos cinco incidentes debido a su causa y eso que se mudaron hace un año—dijo. 

—¿Es competencia? —pregunté.  

—No, ellos se dedican al ganado.  

—Joder. Ya me imagino cómo matan sus vacas, si no es que las venden cocinadas de una vez. —Le devolví la flecha—. Loren me dijo que dependiendo de los daños llamara a la policía o no, que hiciera lo que considerara correcto. ¿Crees que debería hacerlo?  

—Al señor Van Allen le gusta asustarlos personalmente y encontrar alguna compensación de su agrado... —contestó.  

—¿Pero? 

Humberto agachó la mirada y tomó una profunda bocanada de aire.  

—Estamos cansados de tanto alboroto. —Me miró de nuevo—. Algunos ya no se sienten seguros con tanto fuego, después de todo somos quienes tenemos que apagarlo. 

—Entiendo. —Sujeté la espalda de George cuando este se acostó sobre mi hombro para dormirse, resignándose a ello. Acababa de alimentarse y para él era imposible no descansar un par de horas luego de ello. Su rutina era comer, dormir, despertarse, molestar y ser molestado por un rato, y luego dormir de nuevo. A menos que se tratara de horario nocturno. Allí todo era comer y llorar en diferentes ordenes—. Mi teléfono no tiene batería, vamos de nuevo a la casa. Tengo una llamada que hacer.  

Humberto sonrío por primera vez desde que le conocí irrumpiendo en la sala. 

—Por supuesto, señor.  

Afortunadamente de regreso tuvimos más espacio. Los obreros no nos acompañaron ya que habían decidido quedarse a limpiar y a hablar con sus demás compañeros. Usé el teléfono de tuerca del suegrito para llamar a las autoridades y reportar el daño. Llegaron en menos de lo que esperé y les atendí luego de colocar el corral de George a mi vista. Ellos, luego de interrogarme, fuero con Humberto a la zona del incendio. Almorcé mientras agradecía que ninguna de las mujeres estuviera presente al momento de la noticia. Y no era por protegerles. Todo lo contrario. Ahora sabía a que molestos vecinos se refería Anastasia, conocía el carácter de mi chica y algo en Marie me hacía estremecer y no de la buena manera.  

Nadie más que Rachel tenía esa capacidad de la buena manera.  

Así que si Loren y Lucius no decían nada y los policías no tardaban en hacer su trabajo, podría pasar que ellas no se dieran ni cuenta al tratarse de las plantaciones más alejadas y escondidas del viñedo. Al terminar de comer lo preparado por Holly, el ama de llaves, verifiqué que el hombrecito siguiera en el quinto universo y busqué algo que hacer. Tenía al pendiente revisar algunas cosas de la contaduría de la embotelladora. Tras haberlo recordado saqué a George del corral y lo coloqué sobre mi pecho mientras leía. Se empezaba a quejar en sueños y sabía que no le gustaba dormir en él por lo dura que era la superficie y yo había olvidado colocarle cojines.  

En un tiempo pasado había disfrutado de trabajar tras un escritorio o en mi estudio en la antigua casa donde una vez planeé pasar mis días con alguien más. Ahora, en cambio, no podía hacerlo sin sentir la esencia de alguna de ellas o de él. En la embotelladora me conformaba con una llamada de Rachel, con oír su voz, o con verla para el almuerzo. Uno que otro día ella me sorprendía llegando con una bandeja de comida o simplemente apareciendo. Aquellos eran los más dulces.  

Cuando lamentablemente me veía en la obligación de llevar el trabajo a casa era Madison quien me acompañaba, jugando o distrayéndose con cualquier objeto que le proporcionaran. Incluso ya dibujaba garabatos en uno que otro cuaderno y decía que trabajaba conmigo, o con Rachel. Ella también adoraba seleccionar colores y diseños, lo que me hacía pensar que tal vez seguiría los pasos de su madre en un futuro. Tenían personalidades similares así que no dudaba de su don para la organización.  

Con George era diferente. Él aún no se acostumbraba del todo a mí, pero antes de la fecha actual había existido uno que otro momento en el que Rachel había tenido que dejarle conmigo para salir con Madison. O en el que simplemente necesitaba al menos unas horas en casa de tiempo para sí misma, en los cuales me quedaba cuidándole y él me soportaba. Generalmente Madison le hacía compañía en dichos instantes o Rachel aparecía algunas veces para calmarle. Pero nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos cómo hoy. Ni tan bueno pese a su drama.  

A las dos de la tarde Rachel llamó preguntando por nosotros y diciéndome que llevarían a Madison a ver una función de teatro para niños. A su vez me preguntó si queríamos ir. Cómo pensé que no era bueno someter a George a tanto estrés, al sonido y a los aplausos, opté por quedarme y seguir con él. Así ambos las extrañáramos era lo que había que hacer. Nada en mi decisión tuvo que ver con el hecho de estar cansado de los bailes de personas dentro de un disfraz de animal y de las canciones infantiles.  

—Bueno, amor. No nos extrañen mucho. —Pude imaginarme la diversión brillar en aquel par de ojazos que tanto adoraba—. Te amo. Y lo amo a él, dale un besito de mi parte.  

—¿Y para mí no hay? —Sabía que sonaba como un niño, pero maldición que quería mi beso telefónico.  

—Hmmm... —Se hizo la difícil—. No lo sé.  

—¿No sabes?  

—Me gustaría más dártelo en persona.  

—¿Ah, sí? —Sonreía cómo un idiota, lo que a estas alturas del partido era normal.  

Al igual que el dolor en mi cara.  

—Sí. —Supe que se estaba relamiendo los labios por el sonidito que escuché. Aunque me avergonzaba aceptarlo me emocioné de esa manera. Sí, solo con ello—. ¿A ti no?  

—A mí sí, claro que sí. Pero...  

Se echó a reír y me hizo sonreír aún más ampliamente debido a lo dulce que era el sonido de su risa. Y lo fresca y espontanea que era conmigo. Casi inevitable, o completamente inevitable. No importaba. El punto era que me gustaba saber que conmigo no podía evitar ser feliz.  

—¿Quieres mucho tu beso ahora mismo, no?  

—Sí.  

—Está bien, te mando un beso —ronroneó. 

Maldita sea.  

—¿Solo un beso? —Ese era yo poniéndome intenso solo por el beso telefónico de ella, por su voz, porque jodidamente lo sentí caer en mi mejilla—. ¿No... algo más?  

—¿Quieres algo más? —Se escuchaba nerviosa, pero nerviosa por mí. Conocía la sensación, la conocía muy bien porque yo también lo sentía. Era cómo si fuera tal la magnitud de lo que sentíamos que pensáramos que no podríamos con ello. Que nuestros cuerpos no fueran suficiente para albergar algo tan grande.  

Asentí y luego recordé que no podía verme.  

—Florecita... sabes que quiero todo de ti.  

—Y tú sabes que pronto tendrás otro medio para tenerlo. —Se refería a nuestra boda con fecha para dentro de un mes—. Otros caminos para reclamar lo que quieras tener de mí.  

—¿Ya tengo otros medios?  

—Sí.  

—¿Cuales son?  

Nunca estaba mal que me hablara de esos caminos. Era malo con las direcciones.  

—Uno de ellos es mi amor por ti.  

—Oh... no sabía que tu amor me permitiera tomar lo que se me antojara —dije a modo de broma, lo que debió molestarle ya que no contestó de inmediato. Pero me gustaba provocarla, mucho. Nunca hacerla sentir mal, eso sí. Y ella era consciente de ello—. De haberlo sabido...  

—¿Qué habrías hecho?  

—Te habría propuesto jugar por teléfono desde hace mucho tiempo.  

De nuevo vi su linda sonrisa dentro de mi cabeza. Le eché un vistazo a George, quien todavía descansaba sobre mi pecho sin haberse despertado. Poseía el mismo sueño pesado que Madison cuando se le antojaba. De haberse despertado le habría pedido a Rachel que le hablara, pero en fin. Él estaba muy a gusto en alguna parte, no había motivos para molestarle.  

Así podía tener la voz de ella solo para mí.  

—Aún puedes hacerlo —dijo.  

—¿Quieres que te lo pida? 

—Sí, quiero que me pidas que juegue contigo por teléfono. —Se echó a reír de nuevo mientas hablaba.  

Bendije la buena señal que teníamos.  

—Bien... —Aclaré mi garganta—. Rachel, amor... ¿Deseas darme más que besos por teléfono?  

—Espera que me alejo de mamá, Maddie y Marie. —Oí cómo les decía que iba al baño y se alejaba de ellas—. Listo. Ah... sí, cariño. Sí quiero. ¿Alguna solicitud en especial?  

—No, lo que tú estés dispuesta a darme. 

—¿Una mordida?  

—¿En donde? —Evité suspirar como un enfermo.  

Tragó y supe que a continuación vendría ese tono. 

—En dónde tú quieras. 

Suspiré como un enfermo de amor.  

—Yo quiero que me muerdas en...  

George eligió ese preciso momento para despertar llorando.   

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Buenas, buenas. ¡Adivinen quien está de vacaciones y ha empezado a reconectar! Pues sí...  

En fin. Aquí les dejo la penúltima escena extra de DF ¡Ganada por @OtraLectoraMas_! ¡Fiesta sensual en su casa! *baile del oso feliz*  

Preguntas:  

1-¿George/Natti?  

2- He cambiado el título de DF a DE... *se esconde bajo una roca* ¿Me podrían dar su opinión acerca de ello? ¿Cual era/es mejor? ¿Por qué?  

Hmmmm. PREGUNTA PARA GANAR EL PRÓXIMO CAP: 

" —Eh, no llores —dijo al ver las lagrimas de frustración que intentaba contener. Detestaba llorar, aborrecía cualquier muestra de debilidad, pero en ocasiones era tan inevitable como el pasar de los años.  

—¿Ya no me tuteas?  

—No tutearte es lo único de lo que puedo disfrutar de no tenerte como profesora, no me regañes —se defendió con una sonrisa de dientes blancos." 

¿Quien es?  

❤ ❤ ¡MUCHAS GRACIAS POR LEER, VOTAR Y COMENTAR!❤ ❤ 

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