4. Tutús y caramelos.
Me miré en el espejo de nuestra habitación una última vez. Solo iban cuatro meses. El bebé crecería más en los siguientes, yo crecería más. Pensando en ello y en la ropa que ya no me quedaría, moví mi manga derecha para que estuviera mejor ajustada y a la par con la otra. El ajuste permitía que, finalmente, la falda de satén cayera fluidamente desde la correa bajo mi pecho.
La madera registró mis pasos de camino al tocador. Unas perlitas en mis orejas fueron el último detalle que le añadí a mi guardarropa. Debido a que estaba junto al joyero, acaricié la cubierta del álbum que Nathan y yo llenábamos.
Era igual y diferente.
Con Madison fue alegre, tranquilo, pero con un vacío que no identifiqué hasta su ausencia. En esta ocasión me sentía más serena, experimentada y mimada, por supuesto. Trabajaba en casa luego del tercer mes, pero Nathan me confundía con una princesa de cristal desde el inicio. La mayoría de las veces no me molestaba, más no estaba segura de sí resistiría hasta el parto. En ocasiones era asfixiante.
Pero, por otro lado, él y sus cuidados me estaban convirtiendo en una caprichosa quejica. Mientras más, más quería. O menos, dependiendo de mi estado de ánimo.
Lista, tomé la filmadora y bajé.
—En el tercer mes se sabe si es niña o niño, pero mamá no quiere que sepamos. ¿No crees que eso es egoísta? Imagino que tú también te mueres por saber. —Madison parpadeó y Nathan hizo una abertura con sus dedos—. Y mide siete centímetros. —Pasó a la siguiente página de la enciclopedia para niños—. Aquí es donde estamos, Maddie. Cuarto mes. —Le enseñó la imagen—. A los cuatro meses ya se formaron los dedos y se supone que mamá ya es capaz de sentir a tu hermana. Pero no me ha dicho nada. ¿Deberíamos ir de nuevo al doctor? Ese bastardo no me cae bien, pero solo sería una hora.
Sonreí, no pasando por alto el hecho de que Maddie parecía a punto de llorar. Sostuve la filmadora en una de mis manos para tomarla del suelo, donde Frodo también se veía bastante aburrido.
—Ya es tarde, deberíamos irnos.
Nathan asintió y se colocó la chaqueta de su traje marrón. Madison no tardó en acurrucarse contra mí y jugar con mis pendientes. Para que Frodo no se quejara, le dejamos su tazón lleno de comida con una que otra golosina.
—No hay que ir al doctor. Lo he sentido —dije cuando estuvimos estacionados en la calle, frente al pequeño teatro donde se presentarían las estudiantes de Marie.
— ¿Lo sentiste? —Estaba haciendo un gran esfuerzo por no parecer molesto, lo sabía—. ¿Por qué no me dijiste?
—Es leve. Sé lo emocionado que estás, así que quería comentártelo cuando fuera algo más grande, hasta estar un poco más segura. Pudo haber alguna comida que me cayó mal…
Apretando la mandíbula, salió del coche para abrirme la puerta y sacar a Madison. Una vez estuvimos fuera, me acercó a él y estrechó mi mano en la suya con fuerza y delicadeza.
—A veces creo que lo pasas por alto, Rachel. Pero Madison, ella y tú son algo grande para mí. Siempre, por cualquier cosa. Ínfimo o no, se vuelve enorme cuando se trata de las personas que amo. —Me ofreció una sonrisa desprovista de cualquier emoción negativa. Dios, ¿Cómo hacía para soportarme y ser tan dulce?— ¿Queda claro?
Asentí y gemí bajo cuando se detuvo para darme un beso superficial en el sentido físico, más no emocional. Cada día me sentía más identificada con cualquiera de las protagonistas de novelas.
Entramos con Madison sin la necesidad del plan de John. Nos sentamos en una de las butacas del medio. Como a ella también la consentía, Nathan le dio una pequeña bolsita de dulces. Puse los ojos en blanco cuando Maddie saltó de mi regazo al suyo.
—Hey. —Ryan tomó lugar a mi otro lado. Le dediqué una sonrisa amigable. Se veía bastante bien en traje, casi tanto como en uniforme—. ¿Falta mucho para que comience, princesa?
Abrí la boca para contestar, pero Nathan me ganó.
—No, Parker, llegamos al punto —gruñó.
—Bueno. —El moreno se acomodó uno de los asientos que para él y Nathan resultaban pequeños—. ¿Me podrían decir de qué va esto?
—Afuera hay información.
—Ballet —dije—. Desde niñas de tres añitos.
—Mierda. —Ryan puso los ojos en blanco—. ¿Hay alguna forma de salir de aquí sin tener que pasarle por delante a toda esa gente?
Nathan sonrió ante sus palabras, por primera vez.
—No.
Como si el escenario, el acto en sí, se percatara de los deseos de escape del pelinegro, las luces se apagaron y repentinamente encendieron, pero solo las que alumbraban la tarima. Nathan acomodó a Maddie en su regazo para que pudiera tener una buena vista y me miró.
—Luz y John te saludan.
Alcé la vista a los balcones laterales y los encontré vestidos como si asistieran a la mismísima opera, con Kevin usando uno de sus trajecitos y sus rizos peinados. Moví la mano en su dirección hasta que el rubiecito empezó a llorar y llamó la atención de ambos.
—Al menos alguien es amable aquí…—susurró Ryan cuando Maddie le pasó una barrita de caramelo, sonriéndole con sus dientecitos—. Gracias. Lo guardaré para cuando me esté muriendo del aburrimiento y necesite azúcar para….
—Oiga, señor, mi esposa y yo intentaremos ver el espectáculo. —Un hombre delgado de la fila de atrás se dirigió a Ryan impulsado por su esposa—. ¿Podría hacer silencio?
El policía abrió la boca, seguramente para darle una respuesta creativa, por lo que me adelanté tranquilizando a la pareja y lanzándole una advertencia a nuestro acompañante.
Cinco minutos transcurrieron a partir de allí para que finalmente saliera la presentadora y nos diera un breve resumen de la historia de la academia en la que Marie encontró trabajo a medio tiempo. La otra mitad del día trabajaba conmigo y Cristina, aprendiendo ya que mi asistente estaba por jubilarse. Así que como se aburría con facilidad en la ciudad, donde se había venido a vivir junto con Loren, laboraba a todas horas. Me alegraba por ella. Era feliz y aunque aún dependía de Lucius para alguno que otro de sus caprichos, cada vez se le notaba más dichosa por su nueva independencia.
—Entonces, con mucho entusiasmo les presentamos a nuestro grupo más joven…. ¡Las pequeñas del ballet de Bristol!
El taconeo de la mujer sobre el piso, sellado para que las zapatillas no resbalasen, desapareció a medida que el telón rojo subía y un grupo de haditas aparecía, sentadas y haciendo el movimiento de las alas de una mariposa con las piernas. La música suave cambió y se levantaron, mirando a sus compañeras de las esquinas a las que le seguían los pasos. A continuación movieron sus brazos y piernas en un conjunto de posiciones básicas e hicieron círculos. Rodaron agarradas de las manos y luego fueron de puntitas a crear dos columnas, donde se intercambiaron e hicieron espirales hasta que la última quedó de primera y se dio por terminada su rutina con varias poses.
Todos aplaudieron antes de que la oscuridad dominara para que las próximas bailarinas entrasen, incluyendo a Madison, que con ello se ganó una de las miradas de adoración de su padre.
Estábamos observando el quinto acto cuando una chica llamó mi atención haciendo señas desde el pasillo. Junté las cejas por la urgencia que marcaba sus movimientos. Anunciándoselo a Nathan y a un adormilado Ryan, me levanté y obligué a las personas a encoger las rodillas para pasar. Quejas e insultos recibidos, descubrí que una de las muchachas se había lastimado el tobillos practicando para salir a escena y que Marie solicitaba mi ayuda en el camerino.
—Maldición, Rachel. —Marie dejó salir a su camionero interior mientras arrancaba los adornos de su cabello—. Ten, colócalos uniformemente.
Con los ojos en blanco, agarré los ganchos con flores y los ajusté alrededor del apretado moño. Ella se maquillaba con rapidez y eficiencia, pero su mano temblaba. Le robé el delineador para ojos y me ocupé de ellos según sus instrucciones de destacarlos sin sobrecargarlos.
—Entonces…—susurré subiendo la cremallera de su malla de cristales, algo demasiado ajustado a mi parecer—. ¿Bailarás?
—Supongo. —Cerró los ojos para que la escarcha que dejaba caer sobre su cuerpo no los lastimaran, sacudiéndose para eliminar el exceso—. Oh, Dios…
Su repentino mareo me obligó a sostener su brazo para evitar que se golpeara con la puerta. Le pasé las zapatillas. Se había sentado en un banco a echarse aire.
— ¿En cuantos minutos sales?
Le echó un vistazo al reloj colgado en la pared.
—Quince. —Mi pregunta la había hecho reaccionar de alguna manera. A pesar de que el color seguía sin volver a su rostro, su mirada parecía menos maniática y mucho más centrada—. ¿Sabes cuánto tengo sin subir al escenario? Más de dos años y medio, casi tres. —Amarró las cintas plateadas alrededor de sus tobillos y pantorrillas—. Es…diferente cuando estás allá. Pero antes es una agonía. Desconocer si gustarás, si no lo harás. Si serás suficiente…—Sus labios se curvaron en una sonrisa nerviosa—. Pensé que con el tiempo pasaría. Que sería más fácil. Pero no es así, hermanita. Siempre será de la misma manera. Mientras más dé de mí, más me afectará el resultado. Bueno o malo.
Abrí la boca sin saber qué responder. En otros tiempos yo había asistido a muchos de sus actos. Y la verdad era que bailaba como si su vida dependiese de ello. Pero mientras más pasaba con la Marie que no era cómplice de Anastasia y que veía la vida como algo más que una unión feliz, me daba cuenta de lo mucho que había desconocido a mi propia hermana y de lo muy equivocada que estaba. Ella era más que una cara bonita que disfrutaba siendo el centro de atención, mucho más que una mujer sin idea de lo que vale.
Enternecida, me senté y la estreché en un fraternal abrazo para darle fuerzas.
—Anda. No puede ser tan difícil. Te lo digo yo que he tenido que lidiar con una escena romántica en medio de la calle.
—No tienes ni idea. —Se echó a reír, relajando la tensión de su cuerpo—. Pero es algo similar multiplicado por cien. La única persona que te importaba en ese momento era el jardinero, su opinión era la única que contaba.
El jardinero… Así le decían a Nathan por culpa de Gary.
—Pues entonces encuentra alguien en el público y haz que su opinión sea la única que cuente. —La empujé para que se levantara y metiera su trasero dentro del tutú gris, el cual ajusté con fuerza.
—Sería peor. —Me devolvió la sonrisa a través del espejo—. Mucho peor. Se reduciría a un todo o nada.
—A veces tenemos que arriesgarnos y dejarnos llevar. —Ladeé la cabeza con curiosidad—. ¿Y eso?
Marie se fijó en los dos ramos de rosas rojas, uno más grande que el otro.
—Loren no vino, como te podrás imaginar. Se fue unos días a Irlanda a visitar la familia de su nueva…novia. —Rodó los ojos—. Según él, esta vez va en serio.
—Lo dudo. —Estaba enamorada de Nathan. Y por estar enamorada tenía este nuevo poder de saber cuándo alguien más lo estaba. Lo había descubierto con un par de padres solteros en la guardería y al descifrar algunos romances en la oficina. Por lo que podía decir que Loren tenía la misma mirada de un cactus enamorado—. ¿Y el otro?
—Tu doc está cuidando de su mamá y tampoco pudo venir. La semana pasada le sacaron una muela.
—Nunca había conocido a alguien que quisiera tanto a su mamá. —Terminé de echarle rubor en las mejillas y con ello di por finalizado nuestro momento—. Vamos. Ya es hora de que salgas y robes el aliento. ¡Marie, tú puedes!
Un tic dominó su parpado derecho.
—Por un momento pensé que eras buena dando palabras de motivación. Pero no diré nada más por la florecita…—Inclinó la cabeza hacia mi barriga y empezó a salir del cuartito de paredes blancas—. Puedes verme desde los telones, solo no te enredes con ellos.
Como dijo, me permitieron verla bailar desde las manivelas para los telones y la zona de control de las luces y el sonido. Los segundos transcurrieron lentamente mientras las bombillas se encendían y la alumbraban solo a ella, creando una circunferencia que se fue agrandando hasta cubrir un diámetro considerable.
Marie me dedicó una mirada antes de empezar a mover sus pies y brazos al elegante ritmo de la música de fondo. La vi cerrar los ojos y apretar sus labios mientras trataba que su cuerpo fluyera como una ola en el mar. Pero a pesar de sus intentos seguía dando la impresión de no ser capaz de aflojarse. Tal vez se trataba de los dos años que llevaba sin bailar para un público. O de lo mucho que su vida había cambiado los últimos meses. Buscando apoyo, clavó sus ojos en los míos otra vez.
Entonces me hizo caso.
Su miedo duró hasta que se centró en una determinada zona del público. Intenté descifrar el rostro del expectante que había elegido para demostrarle todo de sí, pero desde mi posición solo tenía un buen vistazo hacia el escenario, excepto que quisiera que la gente me notara.
Aunque estaba cien por ciento convencida de que seguirían con la atención clavada en la pelinegra incluso si un elefante rosa apareciera. Sus movimientos, el sentimiento de angustia que empezaron a transmitir de acuerdo a su papel dramático, eran un túnel de maravillas y sensaciones del que nadie querría salir hasta llegar al alumbramiento final.
Justo cuando todos pensamos que la pieza acabaría, sus pasos empezaron a volverse más violentos y fuertes. La danza que segundos atrás había estado llena de tristeza y soledad, ahora se encontraba infestada de pasión y furia. Ya no era dolor y perdida, se trataba de la más vil y fría de las venganzas. De un momento a otro mi corazón no se rompía por su sufrimiento. Bombeaba con fuerza, desesperado por advertirle al primer atacante que sus actos estaban por pasarle factura y que le cobrarían muy caro. Que lo dejarían en la más profunda de las quiebras.
Las suelas de sus zapatillas, sin contar las puntas, no tocaron el suelo durante la mayor parte de su presentación. Dio vueltas, muchas de ellas, y lo hizo sin caerse, sin bajar la mirada e irguiendo los hombros. Cual reina victoriosa que dicta sentencia, hizo una reverencia final con una sonrisa maliciosa que combinó con el tétrico final.
Y esa era Marie Van Allen, cuya grabación había quedado de escándalo y cuyos aplausos fueron los más memorables de la noche.
Volví a mi sitio con la pequeña filmadora y Madison me recordó, agitándose dentro de su pequeño tutú rosa, puesto que se había terminado los dulces y Nathan no tenía nada con lo cual sobornarla. Por el rabillo del ojo noté que Ryan tenía los ojos clavados en el escenario, completamente abiertos. En contra de sus palabras no parecía nada aburrido. Además, cuando mi hija se extendió para tomar el caramelo que le había regalado, me di cuenta de que él no había necesitado de azúcar para no dormirse.
Algo más lo había despertado.
—Iré al baño —dijo, levantándose y saliendo por el extremo con la longitud más corta.
Madison lo despidió con la mano y me dio el dulce para que se lo abriese, regalándome unos grandes e irresistibles ojitos de cordero.
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Hola :D
5:01 PM.
Tomando en cuenta que regresé ayer, creo que subí rapido :v Tenía años sin escribir así, y la verdad es que este cap me encantó. Lo sentí fluir por mis venas. Y bueno, aquí está ¡Tadááááá! *abriendo los brazos e inclinando las piernas luego de un bailecito de la victoria*.
Preguntassss :3
1-¿Qué les pareció la escena?
2-¿Marie?
3-Y la más solicitada...¿Parte favorita? :B
Ganadora de la dedicación: ¡¡¡UN SALVAJE APLAUSO PARA Luu297!!! ¡¡¡Fiesta en su casa :B!!! *Baile de la lombriz sensual*
Pregunta para ganar el próximo cap: La misma de siempre, ¿Cual será la siguiente escena, momento, capitulo?
Una vez más l@s invito a pasarse por mi relato llamado "Un susurro en la oscuridad". Diego es un niño un tanto especial que debe enfrentarse a la oscuridad en muchos sentidos, como cada un@ de nosotr@s ha tenido que hacerlo durante un episodio de la gran serie que es el tiempo y su opinión es muy importante para mí, puesto que dejé mucho en él. Además, ya está terminado y no tienen que esperar una actualización :c
GRACIAS POR SUS VOTOS Y COMENTARIOS ♥
Besitos.
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