10. Votos
Encaje, pedrería y siete kilos de tela hacían que mi traje de novia fuera lo más pesado que usé en toda mi vida. Mis aretes tampoco se quedaban atrás. El fundido de perlas estiraba incómodamente mis orejas. Hasta mi peinado y el arreglo que involucraba era una cosa complicad y fastidiosa. Seguramente saldría con la cabeza inclinada en las fotos.
—Mááá.
Dejé la bolita de algodón con perfume sobre el tocador. Luché con el corsé una barbaridad para agacharme y recoger a Madison del suelo. Ella envolvió sus piernas en torno mi cadera y no sentí presión alguna. La que ejercía el vestido sobre mí era mucha.
—¿Te molesta a ti también, no? —Acomodé la corona de flores artificiales que adornaba su cabecita. Madison asintió y volvió a pelear con el tirante de su vestido, su suplicio parecido al mío. Se veía tan hermosa— Solo espera hasta que la ceremonia termine y te pondré algo más cómodo.
—Frodo. —Nuestro perrito acababa de entrar en la habitación de la Iglesia donde nos arreglábamos Madison, las damas y yo—. Frodo, flooor.
El trajecito que Anastasia compró para él a penas le dejaba marchar, teniendo estampado de floral. Solté a Maddie para que se distrajera con él y yo pudiera terminar de arreglar algunos detalles sobre mi apariencia. Estaba pensando que todas las prendas habían sido hechas muy pequeñas cuando Marie, Cleopatra y Luz entraron y me fijé en que ellas estaban muy felices y ligeras bajo sus respectivos vestidos color crema con encaje y solo un delgado cinturón de pedrería.
Parte de mí las envidiaba. Solo una parte, no completamente. Desearía poder caminar con tanta sencillez, sin ningún esfuerzo, pero aceptaba que amaba cada costura que llevaba encima. Así cómo la manera en la que mi fada se abombaba y flotaba alrededor de mí, el largo de mi cola y lo delgado y mágico de mi velo. La verdad era que la diseñadora amiga de Cristina había superado mis espectativas, al igual que el maquillista y Gary con mi peinado.
Modestia aparte admitía que lucía muy bien para casarme.
Y que me sentía aún mejor.
—Dios, Rachel. —Luz se tapó la boca con las manos, ahogando un grito de asombro, y saltó sobre la punta de sus tacones—. ¡Te ves preciosa!
—Hubiera preferido algo que mostrara más escote...—Cleo se refería a mi cuello de tortuga de transparencia—. Pero creo que no habría quedado tan bien.
Marie se paró a mi costado tras despegar algo que se había adherido a su calzado y chasqueó la lengua.
—Me gusta, es algo que me pondría.
Solté una risita y la miré.
—Entonces proponte coger el ramo.
—Ni que me pagaran por ello.
Cogí el arreglo de hortensias y lo apreté. Con un suspiro me acerqué al espejo de cuerpo entero. Nuevamente no pude saber cómo era que podía con tanto peso, con tantos detalles. Pero me fasciné lejos de indignarme. Sonreí. No me sentía nerviosa en lo absoluto. Todo lo contrario. Estaba ansiosa, deseosa de desarrollar la marcha nupcial que tanto había practicado, de decir los votos escritos a mano con bolígrafo de tinta rosada. Más que sabérmelos de memoria los sentía cosquillear en la punta de mi lengua cual noticia de emergencia que quiere darse a conocer.
—No tengo nada para darte que no te haya dado ya. —Anastasia me sobresaltó, había estado tan distraída que no me percaté de la salida de las damas y de mi niña de las flores—. Y lo demás queda para Marie, eso si Dios y ella permiten que se case.
—¿Qué no me hayas dado ya? —pregunté.
No recordaba ningún momento madre e hija de intercambio de joyas o prendas. Anastasia soltó una suave risa y me empujó para mirar su reflejo. Su vestido lavanda estaba mucho más que elegante.
—Aunque no lo creas —susurró llevando sus manos a mi velo, frotando un bordecito de tela en medio de dos de sus dedos—, tu abuela veía poco original la idea de dar un par de pendientes, un colgante o un broche.
Arrugué la frente, la mirada oscura de ella nunca había sido tan cálida.
—¿Tu madre o la de mi padre?
—La de tu padre, Rachel. Mi madre nunca fue muy... afectiva. —Volvió a tomar la telita—. Mis apuestas siempre fueron por tener que dárselo a tu hermana, pero creo que lo familiar va más contigo.
—¿Darme qué? —inquirí, cansada de su misterio e impaciente por descubrirlo.
—Oh, Rachel. —Me ofreció una sonrisa—. No sé si es el amor, pero te has vuelto algo despistada. Rogaré y rezaré por mis nietos.
—No tienes que rogar por ellos —gruñí un tanto desesperada por saber, deteniéndome a pensar cuando levantó una ceja—. Bueno, sí. Puedes rezar y rogar por ellos, pero no por un mal que venga de mí. —Mi curiosidad empezó a convertirse en enfado cuando se volvió a echar a reír—. ¡Mamá!
—Rachel, ¿de qué color era el tul que escogiste para tu velo? —preguntó con humor.
—Blanco —contesté con obviedad.
—¿Y de qué color es?
Fruncí aún más el ceño sin entender.
—Blan... violeta pálido.
—Que casualmente combina con el color de la decoración, con las flores, que se acopla al crema de las damas...
—Colores que Marie y tú elegiste.
—Colores que fueron los de mi boda. —Sonrió—. Que en la actualidad yo elegí y con los que Marie y tú estuvieron de acuerdo, ella siempre y cuando le dejara el banquete, junto con Natalie.
—Entonces el velo...
—Fue mío, de tu abuela y probablemente de tu bisabuela. —Lo levantó para mostrarme el borde—. El bordado, ¿cuantos colores diferentes hay?
Entrecerré los ojos para verlo mejor. Habían tres bordados.Todos hechos a mano por lo que pude notar y de un color diferente cada uno. Marrón, rosado y, el que se veía más superficial y recién, plateado.
—Pero yo no lo añadí... no entiendo.
—Fui yo quien bordó, es lo que dice la tradición. —Rodó los ojos y lo acomodó—. La madre de tu padre lo bordó para mí en rosado y su madre lo hizo en marrón. No es algo de siglos... pero si algo que no se ha visto mucho.
—¿Cuando?
—Se lo entregué a Cristina mucho antes de que escogieras tu vestido. —Me guiñó. Eso explicaba lo exigente que había sido al acompañarme al escogerlo, recuerdo que tanto que mi pobre Madison había terminado llorando—. Pero en fin, supongo que eso es todo hasta la boda de Maddie. —Hizo ademán de abrazarme pero al final se decidió por palmearme la espalda—. No le veo sentido a hablar de la noche de bodas, así que...
Se calló cuando la abracé. No éramos el mejor ejemplo de las relaciones fructíferas madre e hija, pero éramos una. Aunque el noventa por ciento de las veces no fuéramos compatibles con la otra, nos queríamos y eso era mucho más. Porque a pesar de ser diferentes podíamos abrir un espacio en nuestro corazón para intentar entendernos, comprendernos.
Así quisiéramos cambiarnos y lo intentáramos en vano, a pesar de nuestras fallas, nos queríamos. Era del tipo de amor incondicional que sentía por Madison y maldición que ahora lo sabía. Ella me quería a su manera, algo distante y controladora, pero lo hacía.
—Rachel, tu... tu cabello. —Envolvió la punta de un mechón en torno a su dedo y volvió a hacerlo rulito con una lata de laca. Ya nos habíamos separado y ambas lagrimeábamos, pues no nos dejábamos llevar del todo por el maquillaje. Al terminar se vio en el espejo—. No fue un daño grave, pero...
—Te ves hermosa. —Le di un suave caderazo, o lo intenté.
—Tú te ves más que eso. —Acomodó unas hojitas de mi ramo—. Vámonos, se supone que solo tomaría unos cinco minutos, pero ya vamos por quince y el novio se debe esta impacientando.
Ese cosquilleo de recién enamorados volvió a crear un remolino en mí. Antes lo presentía, actualmente lo confirmaba. Pasaría toda la vida preguntándome cómo era eso posible. Cómo era que jamás, por más molesta que estuviera, no dejaba de desear a Nathan, de amarle tan profundamente.
Asentí y tomé su mano.
Para bajar las escaleras fue un dolor de cabeza. Primero porque eran muy estrechas, segundo porque mi falda era muy ancha y mi cola demasiado larga. En la sala contigua a las dos puertas de madera que daban paso al templo me encontré con Lucius y su smoking de caballero negro. Mamá se despidió de mi con un beso en la mejilla, dado sobre una servilleta para no mancharme. Madison agitó su cesta, echándose a reír cuando Kevin, el niño de los anillos, le hizo cosquillas a un costado. Ambos se calmaron cuando Lucius les miró con seriedad, quien no pudo contener una sonrisa cuando mi hija le pestañeó y sonrió traviesa.
Entre su abuelo y yo no hizo falta palabras, sencillamente nos miramos mientras la música empezaba y mis cuatro damas entraban. La Iglesia, una vez deseada pequeña y luego necesitada grande, se encontraba abarrotada de invitados míos y en su mayoría de Nathan. Las invitaciones entregadas habían señalado doscientos para la ceremonia y muchos más para la celebración en nuestra casa, cuando en un principio habíamos acordado algo pequeño e intimo que no pasara de cien. Pero entre familia mía que no conocía y amigos y trabajadores de él con quienes intercambiaban simpatías, así cómo los amigos nuevos que habíamos hecho en el camino a conocernos, habían ido sumándose hasta hacer de ello mucho más grande.
El primer paso que di sobre el alfombra fue paciente, sosegado. Sin embargo a medida que iba avanzando la necesidad de llegar a Nathan aumentaba hasta tal punto de que fue Lucius quien mantenía el paso. A medio camino me estabilicé, pues en la carrera había estado a punto de caer por el pétalo de una flor. Madison llenó el piso alfombrado para mí de ellos cómo había ensayado y Kevin se colocó con los anillos a un lado al llegar, sonriéndole a mi hija junto altar en compañía de los padrinos.
Vi a George en brazos de Gary mientras culminaba mi marcha. Inevitablemente le lancé un besito a mi bebito, pues parecía a punto de llorar y que se resistía a ello. Su semblante cambió cuando fue Eduardo quien lo cargó, tan atemorizante para Maddie pero tan reconfortante para Georgie.
La sonrisa de Nathan al verme llegar de mano de Lucius no fue nada normal. No por rareza de extrañeza, sino por la dicha que transmitía. Desde el momento de levantarme hasta la tarde, momento actual, había visto a muchas personas sonreír. A Madison mientras jugaba, a Marie y a las chicas mientras se arreglaban, a la gente que veía mientras me felicitaban, incluso contaba a Anastasia mientras me hablaba y a Luciu mientras cargaba mi brazo, pero ninguna de ellas se había podido comparar con la mía. Pues ninguna felicidad se podía comparar con la mía, ninguna. Solo la de él. Y eso era lo nuevo, lo que contaba como anormalidad. Porque para mí, sentirme tan alegre en contraste con lo demás, se había hecho normal. Era un incomprendido puntito de excesiva alegría.Irónicamente a causa del mismo hombre que ahora volvía a extrañarme, a sorprenderme.
A entenderme.
—Hijo, aunque no pueda decir que me alegra entregártela porque la robaste frente a mis narices —le murmuró en voz alta—, si te puedo confesar que me alegra reforzar su unión trayéndola a ti el día de hoy. Así que... cuídala y eso te cuidará de mí.
Mi padre se inclinó y dejó caer un sorpresivo beso en mi muñeca para ir a ocupar su puesto junto a mi madre. Como no podía dejar de ser una cotilla ni en mi propia boda, vi cómo la abrazaba y dejaba caer un beso sobre su cabeza. La verdad era que últimamente cuando los miraba estaban muy cariñosos. No sabría decir si sucedía que cuando vivía bajo su techo era ciega de ello, o si aquello era recién. Me alegraba por ellos, eso sí.
La música terminó cuando me giré hacía Nathan. Aumenté la fuerza que ejercía sobre mis hortensias, tentada de tocarle, de acariciar su mejilla o de cualquier otro gesto que pudiera calmar el temblor inquieto de mis dedos.
Él ladeó la cabeza con comprensión bañada de amor, lo que no hizo más que robarme la respiración.
—Hoy estamos aquí reunidos... —empezó a hablar el cura, dando inicio a la ceremonia. Me avergonzó un tanto no estarle prestando la debida atención, pero no era mi del todo mi intención. Y si de culpas hablábamos, era de Nathanpor acaparar tanto de mí para él y de una partecita de mí por no quejarme y disfrutar de ello.
Al llegar el momento de decir los votos estos salieron de su boca cual dióxido, sin algún otro esfuerzo que no fuera exhalar. En casa lo había escuchado recitarlos sin fin, pero nunca le había prestado atención para darle algo de privacidad hasta hoy. Así que estaba impaciente, mucho.
—Rachel, cuando te miré por primera vez no vi lo que había más allá de la imagen que ofrecías —comenzó él con seriedad—. Te consideraba una mujer fría y cruel. Pero solo porque no conocía el calor que puedes ofrecer con solo entrar a una habitación. No por tu belleza y linda sonrisa, pues eso sí lo noté. Estaría ciego de no hacerlo —masculló con mis manos atrapadas en las suyas, mirándome con sus ojos acaramelados—. Si no por lo dulces y cálidas que son cada una de tus palabras para mis oídos, así estés susurrando, hablando o... incluso gritando. O cantando...—Sentí cómo su pulgar acariciaba mi muñeca y oí cómo Luz se sonaba la nariz—. Con el tiempo aprendí que me asustabas porque me hacías feliz como nadie nunca lo había hecho. Porque sin pedirme nada a cambio me distes tanto. —Sus ojos empezaron a ponerse vidriosos, a brillar por la excitación—. Y resulta que justo ahora no puedo imaginarme pasando el resto de mi vida sin esa chispa que le das, sin esas cosas que me diste...—Miró Maddie y seguidamente a George—...y me sigues dando. —Le dio un besito a mis nudillos—. Te amo, florecita.
Hice un puchero y pestañeé varias veces para intentar controlar la reacción de sus palabras en mí. Sinceras, sagradas e tan inolvidables para mí como lo era él. En mi mente empezaron a reproducirse cada uno de nuestros momentos juntos, malos y buenos porque cada uno de ellos nos trajo a donde estábamos hoy, dispuestos a formalizar nuestra unión.
—Rachel —me indicó el cura con una sonrisa.
Tragué y me aclaré la garganta ante la mirada cariñosa y paciente de Nathan.
—Nunca... nunca había encontrado a alguien que pudiera soportarme las veinticuatro horas del día, los siete días a la semana, sin quejarse.—Ladeé la cabeza—. O sin dejar de observarme cómo lo haces. —Casi no podía verlo por las lagrímas—. Siempre hablas de lo que te he dado, pero tienes que darte cuenta de que tú también me has regalado mucho. —Fui yo quien lo acarició esta vez—. Me enseñaste lo que era enamorarme de verdad, obsesivamente y hasta tal punto de hacerme sentir como una niña otra vez y a su vez como la mujer que ves —susurré—. Y eso solo, Nathan, lo pudiste lograr tú. Con tus defectos y cualidades, pero sobretodo con tus bondades. Esas que te haré ver y que, si me lo permites, atesoraré lo que dure mi vida y más. —Presioné mis parpados juntos y los volví a abrir—. Me impulsas a ver el mundo de otra manera. Con mucho más color y paciencia. Con adoración, endulzando amarguras. —Le di un beso corto en los nudillos, echando para atrás mi velo antes de tiempo—. Y no sabes cuanto te amo por ello.
Nathan inclinó la cabeza y cerró los ojos en reacción a mis palabras. Cuando los volvió a abrir movió los labios sin emitir sonido alguno, repitiendo que me amaba una y otra vez.
—Nathan y Rachel. —Empezó de nuevo el señor de pelo blanco y mejillas regordetas—. Han venido aquí para intercambiar sus votos y unirse en sagrado matrimonio ante los ojos de los presentes y de Dios. —Miró a Nathan—. Nathan Blackwood, ¿tomas a Rachel Van Allen como esposa para tenerla y mantenerla desde hoy, en lo bueno y lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separe?
—Sí —dijo.
—Rachel Van Allen, ¿tomas a Nathan Blackwood como esposo para tenerlo y mantenerlo desde hoy, en lo bueno y lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separe?
—Sí, claro que sí.
Kevin se acercó a nosotros impulsado por el pequeño empujón que le dio Loren. El muñequito se estaba durmiendo.
—Rachel, con este anillo te desposo para que seas, a partir de hoy y además de mis sueños, fantasías y la madre de mis dos hijos... —Ingresó mi dedo anular en el aro—. Mi esposa.
Me agaché para tomar del cojín el anillo.
—Nathan... con este anillo te desposo para que seas, a partir de hoy y además de mis esperanzas, anhelos y el padre de mis dos hijos... —Empujé el aro de oro en torno a su dedo—. Mi esposo.
—Si alguien puede mostrar una causa justa por la que la pareja no debería unirse este día, hable ahora... —El cura miró a todos con algo parecido a la advertencia de sufrir la furia divina—... o calle para siempre. —Nadie dijo nada, a lo que él asintió conforme—. Por el poder que me ha otorgado Brístol, yo los declaro marido y mujer.
—¿Puedo besar a mi esposa? —preguntó Nathan sin dejarle terminar.
—Sí, puede besar a la novia.
No necesitó más.
La misa fue terminada con un beso más dulce que Nathan jamás me había dado, apartando una que otra tela de mi velo que aún estorbaba y sosteniendo mi rostro entre sus manos como si yo fuera la figurita de cristal más delicada. Este se convirtió en mi favorito y lo preferí mil veces sobre el chocolate, el mantecado y las zanahorias. Es decir que, si antes no lo era, mi esposo y sus besos se transformaron en mi mayor antojo.
—Creo que ya está listo —le dije al separarnos.
—¿Listo? —Arqueó una ceja—. Amor, ahora es que empieza. Listo indica terminación y no tengo planeado terminar nada contigo.
—¿Nada?
—Nada. —Me estrechó entre sus brazos como pudo—. ¿Esto tiene cierre?
—Sí —reí—. No te asustes, podrás quitarlo.
—Yo solo pensaba en cómo harías para ponerte el pijama. —Mi apuesto esposo me guiñó y me ofreció su antebrazo del que me colgué—. Vamos, una fiesta nos espera.
Tal y como mis chicas prometieron la fiesta de celebración fue algo que no olvidaríamos. Había convertido mi casa en un completo palacio de flores y elementos vintage. Comenzó con el tradicional vals de novios, aplaudido y visto por todos ante mi sonrojo. Nathan y yo habíamos tomado alguna que otra clasecita de baile para ello. A este le siguió una coreografía interpretada por las damas y los padrinos, menos Loren y Anabelle. La hija de Sophie, a la única a la que le había entrado el vestido de la nueva ex de mi hermano, se había salvado de ello por no sabérselo.
—Te amo tanto. —Ya habíamos cortado el pastel y teníamos el rostro lleno de crema y chocolate—. Tanto, tanto, tanto. Y estoy tan feliz.
—Sé cómo se siente. —Me dio un beso rápidoque hizo que me ensuciara más el rostro de dulce—. Es tan irreal.
—Exacto, tan surrealista que a veces pienso que estoy...
—¿Imaginando de más? —Asentí despacio—. Pues...
—¿Pues...?
—Pues en vista de ello y por mucho que adore oírte roncar, creo que tendré que hacer hasta lo imposible por hacer que te mantengas despierta.
—¿Hasta lo imposible? —Acepté la cereza que metía en mi boca ante la atenta mirada de todos—. Yo creo que con ciertas cosas es más que suficiente.
—¿Ah, sí?
Le sonreí, no contestándole para no interrumpir el turno del discurso de Diego.
—Joder. —Fue lo primero que dijo. Levanté una ceja y miré a Nathan, quien a su vez miraba a su mejor amigo con impacto—. ¡Solo joder! Hombre, de verdad. No sé cómo le hiciste para conseguir que la mujer te hablara. Juro que eres mi ídolo. ¿Sabes cuantas veces intenté que si quiera me saludara? —Puso los ojos en blanco—. Hasta perdí la cuenta...
A diferencia del suyo, el discurso de Cleopatra no estuvo tan dirigido hacía nosotros como tal, si no más bien a mí y a mi capacidad para alejar moscos. Para finalizar el show la parejita se besó bajo el escenario.
—...como buen tío no me canso de decirle a mis sobrinos que las puertas de mi casa están abiertas para ellos. ¿Saben? Es bueno dormir y estos dos no dejan hacerlo a nadie. Si una vez los atrapé in fraganti con la pequeña Maddie viéndolos...—John sostenía a George mientras hablaba—. Que terminaran juntos no me sorprendió, fui el primero que notó el embrujo en el que Rachel metió a mi hermano. —Me señaló con el índice de su mano libre—. Y eh, no te estoy diciendo bruja, cuñada.
Loren no faltó.
—Maldición, la primera vez que sospeché que Nathan se había metido con mi hermanita irrumpí en su casa, golpeándolo hasta sacar hasta su sombra fuera de él. —Batió con una mano el vaso de Whisky que sostenía—. Tenía toda la razón al hacerlo, al final este canalla si era el papá de la pequeña Madison. Un idiota en esos tiempos, supongo. Pero en fin, el punto es que tenemos que enseñarle a George a defender a su hermana desde ahora para que no venga ningún idiota como tú a fastidiarla. A diferencia del suyo, no todos los casos terminan igual,todo florecitas y amor,y es mejor prevenir que lamentar. Además...
Con los ojos en blanco, seguimos escuchándole a él y a los demás. Ryan, Marie, el improvisado de Anabelley el tierno y lloroso de Luz. Y tras terminar pude comprobar una vez más las habilidades de Natalie con la comida. El banquete, cada pieza que lo conformaba, estaba exquisito. Pero era demasiada comida la que me ofrecían y no tardé en llenarme, ni Nathan en darse cuenta.
—Se supone que esto es lo último antes de irnos a...
—¿Al hotel? —George aún estaba muy pequeño y necesitado cómo para alejarse de mí demasiado, así que la Luna de miel estaba pospuesta hasta dentro de unos meses.
—Hice lo posible para que quedara como un lindo recuerdo, te prometo que no es algo simple o hecho de mala gana. —Acarició mi mejilla con sus nudillos—. Te gustará. Y si no es así... lo sabré entender y lo pospondremos. Quiero que esta vez, esta primera vez, sea muy especial para ti. Para ambos.
Arrastré la silla hacia atrás para poderme levantar.
—Lamento tener que decirlo pero... Nathan y yo tenemos que irnos.
—¿Lo lamentas? —Cleo bufó—. Por favor, Rachel. No tienes que mentir. Todos sabemos que se quieren ir a...
—Consumar su matrimonio. —Lucius completó, ante lo que los presentes cercanos se ahogaron—. Por favor, soy tu padre pero no un ignorante. ¿De donde creen que he pensado que vienen mis nietos? ¿Caídos del cielo?
—Oh, Cielos. —Escondí el rostro en el hombro de mi esposo.
—Ven. —Abrazó mi cadera con uno de sus brazos y me pegó a él para guiarme al caminar—. No los tienes que ver, solo sígueme el paso.
—Soy una cobarde.
—No, eres muy adorable.
Gruñí.
La limosina que nos había traído de la iglesia a casa no fue la misma que nos llevó al hotel. Fuimos en su auto, teniendo yo que luchar una barbaridad para entrar. Al salir nos despedimos con la mano de los invitados. Madison vino a darnos un beso cargada por Ryan. Me dolió no ver a mi Georgie porque el pobrecito se había quedado dormido y no lo iba a despertar. Una vez llegamos a nuestro destino volví a pelear para salir del auto, pero esta vez Nathan si tuvo que ayudarme. Si bien no había estado nerviosa al momento de casarme, si me intrigaba bastante saber qué cosas había hecho él para nuestra noche de bodas. O la noche de bodas en general.
—Tranquila. —Dejó caer un suave beso en mi mejilla cuando llegamos al pasillo y nos encontrábamos ya a solo metros de la puerta de nuestra habitación—. Te gustará y si no... podemos esperar.
Lo miré. Tan tímido y temeroso dentro de su traje de novio, una prenda que era tan arrancable. Sonreí lo más que me permitió la gran emoción que consumía mi corazón, mis pulmones y otros órganos de mi cuerpo.
—Nathan, nunca hemos esperado nada para estar juntos. —Le arrebaté la tarjeta y tomé su mano para que entráramos. Una vez estuvimos dentro cerré la puerta con una patadita—. Me he convertido en una persona muy impaciente.
—Qué curiosidad... —susurró más confiado al ver que me quedaba fascinada por la ambientación romántica y de cero pétalos de rosa—. A mí me pasa igual.
Corté la distancia que nos separaba y le di la espalda. Él entendió. Una vez el vestido más tortuoso y hermoso de la historia estuvo fuera, se entretuvo con mis ligueros mientras me ofrecía una sonrisa hambrienta. Mordió mi oreja con suavidad y besó mi cuello con ansias, haciéndome temblar de verdad. Con necesidad.
Suspiró.
—Mi esposa —decía mientras acariciaba mi muslo.
Me giré y le guiñé, subiendo las manos para desatar el nudo de su corbata como hacía en casa. Él nos fue empujando de poco a poco a la cama. Cuando caímos en ella solo conservaba zapatos y pantalón. Su pecho estaba descubierto por y para mí. Me senté a horcajadas sobre él y le besé como llevaba deseando todo el día, toda la vida.
—Mi esposo —ronroneé.
---------------------------------
SERÉ MÁS BREVE QUE NUNCA.
Ganadora de la escena: Valiittap*Fiesta en su casa*.
NOS VEMOS EN DO (es lo que impide que me eche a llorar T-T). ¡Es una cita!
Gracias por sus votos y comentarios, FELIZ NAVIDAD ❤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro