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Cap 8: Apolo y Dafne, lazo invisible

Nouvelle Vague - Love will tear us apart (Joy division cover)

                                                                           ✩✩✩

Se desplegaba la brisa marina por toda la costa mediterránea menguando el sonrojo causados por los abrasadores rayos de sol que pegaban en los rostros de los Gibbons y los Chalamet; y es que el ánimo alentador del medio día les había llevado a tomar la decisión de recorrer a través de todo el borde costero los monumentos y patrimonios culturales de la Antigua Grecia. Allí, el sonido calmo del correr de las aguas de Cos se fusionaba con los murmullos frenéticos de los entusiasmados hijos cuyos padres en pequeños grupos yacían relajados en la blanquecina arena, propiciando todavía más aquel aire afable y reposado del que gozaba todo el lugar.

Adentrada en aquel cuadro y con sus labios tomando del barquillo de chocolate y almendras que había optado por comprarse, Cloe se encontraba embelesada mirando todo aquel paisaje que se esparcía como el agua frente a sus ojos, le parecía en demasía bello todo lo que sus pupilas acogían e incluso le contentaba ver la excepcional templanza del movimiento del mar en aquellas playas. La inundaba una paulatina tranquilidad y pensaba que quizá hasta podría llegar a entrar allí si es que se lo permitía el tiempo durante la tarde.

— ¿Qué llevas allí? ¿Es otro regalo de Lucca?—curioseó la madre que había estado mirando de lejos cómo su hija guardaba en su bolso un nuevo libro con el único objetivo de no estropearlo con las gotas que caían de su ahora derretido helado.

—Oh, mmm no—dudó—, fue un regalo de Timothée—terminó por decir indiferente, fijando su atención en el horizonte.

—Oh, ya veo—expresó Ema en un susurro, observando la manera en que su Cloe tensaba de manera inconsciente su mandíbula y pegaba sus ojos en dirección contraria a la de ella—. Es un chico interesante, ¿no? y harto guapo—inquirió.

—Es...sugestivo, sí—dijo aquiescente aunque con neutralidad. Ya entendía para dónde iban los comentarios de su madre y no le apetecía en lo absoluto tener que adentrarse en esa incómoda conversación.

— ¿Sabes, Cloe? No creí que tuvieras un estómago tan grande. Hoy cuando fui a preparar mi café matutino me encontré con un par de cajas de pizzas y otras cuántas chucherías más en el bote de basura—comentó la risueña Ema.

Cloe abrió sus labios en señal de sorpresa y en parte también para intentar responder algo al quisquilloso comentario, pero ¿qué respondería? Si decía la verdad no quería ni imaginarse la cantidad de especulaciones que haría su madre pero tampoco quería mentir porque aquello nunca había sido opción para ella, la honestidad siempre fue su mejor aliado cuando se trataba de su relación con los demás, aunque claro, no tanto con la que tenía con ella misma.

— ¡Ema!—se escuchó la emocionada voz de Nicole llamándola—. ¡Mira, ven rápido, son corales multicolores!

Ema se volteó sin más para pasar a dirigirse con rapidez donde su amiga, dejando a la conflictuada Cloe con la presión arterial más alta que nunca y profiriendo contra el castaño en su mente por haberla inmiscuido en semejante incómoda situación, pero vamos, que tampoco había sido solo responsabilidad de él, ella había accedido a...todo.

Bufó frustrada, agitó su cabeza para salir de aquel molesto trance y se dispuso a sacarle una foto a su helado para mandársela a su querido Lucca con quien la comunicación se estaba volviendo cada día más difícil a causa de la mala señal en el celular y por qué no, de su agotamiento de viajera forzada.

— ¿Qué haces?—pronunció una voz a su lado.

—Ay, Timothée, de verdad, al menos acércate enunciando otra pregunta, ¿Es que no te cansas?—gruñó ella, sin siquiera voltear a mirarle porque ya conocía ese tono de voz como para saber que se trataba de él.

—No, no me canso porque...—fue interrumpido.

—Estoy enviando a Lucca una foto de mi helado, a él le encanta el helado de chocolate—soltó una risita cuando le vino a la mente la imagen de aquella última vez que había ido con su querido a tomar del apetitoso manjar.

— ¿Ah, sí? Pues bien, a mí también me gusta el helado de chocolate, Cloe—comentó como ofendido, posicionándose delante de la muchacha para impedirle el paso.

— ¿Qué tienes? Déjame pasar—frunció su ceño y se movió para esquivarlo. Pero no, él no la dejaba.

—Solo si me das de tu helado—propuso mirándola con ojos juguetones en tanto esbozaba una sonrisa de lado.

— ¿Qué? —se sorprendió la incrédula Cloe—. No lo haré. No lo haré solo para que me dejes pasar, es MI helado—aseguró con posesión—. Eres un inmaduro, Timothée—protestó.

— ¿Yo soy el inmaduro?—carcajeó el muchacho—. Eres tú la que está como Es mi helado, es mi helado— imitó caricaturesco—, ¿Qué edad tienes? ¿Catorce?—molestó.

Cloe apretó fuertemente la mandíbula y lo miró desafiante; aquel chico la sacaba de quicio, ¡de sus casillas!, y le hubiese dado de un buen coscorrón de no ser porque sintió que la galleta de su barquillo se resquebrajaba a causa de la fuerza con la que había comenzado a sostenerlo. Pero entonces su vista se enfocó en el paisaje de atrás de su molestoso obstáculo y se sintió invadir por la emoción ante lo que le mostraban sus ahora titilantes ojos cargados de enternecimiento.

—Oh no, no me vas a engañar, Cloe. No me voy a creer eso de que viste algo asombroso detrás.

—Tómalo—le pasó el barquillo al muchacho sin siquiera dirigirle la mirada, y es que la tenía absorta en lo que veía. Se movió con paso tranquilo hacia el lugar mientras él, asombrado por su rápida rendición, la seguía detrás.

Se extendía ante sus ojos una frondosa arboleda de laureles que formaban una especie de amplio bosquecillo, amplio porque la distancia entre un laurel y otro era la suficiente como para extenderse bajo uno si algún turista lo consideraba. La sombra que producían los arbustos era en demasía agradable, sobre todo para ellos, jóvenes exhaustos, que habían venido recorriendo el lugar con esmero desde las tantas de la mañana.

Cloe sintió el cambio de temperatura en su piel cuando estuvo bajo las sombras, pero aquello le agradó porque así resultaría mucho más confortable la contemplación de aquella efigie, de aquella escultura que se encontraba al centro de toda aquella incipiente naturaleza y cuya existencia era razón y causa de todos los árboles de laurel a su alrededor. Nuestra querida muchacha agradeció que en ese instante la presencia de ambos fuera la única en el lugar, porque así el estar sería mucho más silencioso sigiloso e íntimo que si de un montón de personas se tratase.

—Wow, es una bella escultura—soltó Timothée, pegándole un mordisco a la galleta del helado sin dejar de mirar la obra de arte frente a él.

— ¿No sabes quiénes son?—se mueve Cloe observando con detalle el monumento.

—No realmente—responde con sorpresa Timothée, poniendo más atención ahora que sabía que a la chiquilla le interesaba el asunto.

—No es la escultura original, esa es de Gian Lorenzo Bernini y está en Italia en no sé exactamente qué lugar. Ésta es una réplica, pero supongo que es igual de hermosa que la auténtica—sonrió embelesada—. Son el dios Apolo y la ninfa Dafne— Finalizó Cloe, intentando intrigarlo.

—Pero la ninfa parece estar como convirtiéndose en árbol o algo—curioseó el rizoso.

— Sí, en efecto, ¿es que no conoces su historia?—inquirió misteriosa.

—No, no —aseguró mientras masticaba el último trozo de galleta—. ¿Cuál es?

Cloe comenzó a moverse alrededor de la efigie buscando, según lo que alcanzaba a divisar Timothée, ramas con hojas caídas de los frondosos laureles. Él miraba con curiosidad la escena no entendiendo bien qué era lo que pretendía; y es que luego de haber tenido una cantidad copiosa de ramas y hojas en sus manos las llevó hasta una esquina en donde se sentó para proseguir a contarle la historia por la que tan interesado estaba.

—La historia comienza así: un día como cualquier otro en la vida de los excéntricos dioses griegos, Apolo le jugó una mala pasada a Eros, Eros más conocido por nosotros como Cupido—comenzó la muchacha con la mirada perdida en sus dedos.

—Oh—articuló Timothée en son de entendimiento, viendo cómo su compañera preparaba con sus manos algo aún inidentificable para él.

—Entonces... a causa de su enfado, Cupido en venganza lanzó una flecha a su contrincante, a Apolo; y lo hizo con el único fin de que éste cayese profundamente enamorado. Ya adivinarás de quién. Sí, así es, para que se enamorara de la ninfa Dafne, a quien también había flechado el juguetón Cupido—sonrió traviesa Cloe—. Sin embargo—prosiguió ahora con semblante decaído—, la flecha que le lanzó a ella no era la del amor—negó con la cabeza—, no, claro que no, aquella era una flecha que infligía el rechazo y el odio. Sí, el rechazo por parte de Dafne a su tan enamorado Apolo.

—Qué triste—expresó Timothée con un atisbo de melancolía en su voz. Ahora veía que Cloe ya había terminado con lo que sea que estuviese haciendo con sus manos.

—Demasiado—respondió ella, irguiéndose para continuar con su narración—. Pero bueno, déjame que continúo: Apolo, en su afán por saciar su deseo de Dafne la persigue con afán, no haciendo caso a la negativa de la bella mujer; y ella, claro, escapa, corre, huye de los brazos de Apolo porque lo detesta, no lo quiere.

Para ese momento Cloe había pasado a moverse por todo el alrededor del monumento, mirando fijo a los ojos de Timothée por medio de los recovecos que propiciaban las curvas de la bella escultura. Él se encontraba absorto escuchando las palabras de la muchacha, que parecía pulular como en cámara lenta por el lugar en una especie de movimiento envolvente, dejando que sus expresivos ojos viajaran a los de él a través de un tipo de lazo invisible propiciado por el material solido de la figura: por las ropas de los míticos seres, por las líneas curvas de sus brazos y de sus piernas, pero sobre todo, a través de aquella vibración que expresaban sus efusivas posiciones corporales.

—Y ¿Cómo termina? ¿La alcanza?—cuestiona él, embelesado.

—Oh, no, por fortuna no—sonríe satisfecha—, por fortuna llega la ayuda de su padre, el dios de ese río ¿cómo es que se llama?—duda—, no lo puedo recordar...—esboza una mueca.

—Del agua...—susurra Timothée.

—Bueno, la cosa es que aquel río la convierte en laurel—comienza a concluir mientras se mueve hacia el castaño—. Pero claro, prendado aún el pasional Apolo, se hace con las hojas de aquel árbol, es decir, con las hojas de Dafne, una corona para llevar consigo a todas partes al menos algo de la bella muchacha que le había robado el corazón—suspira sensible Cloe—... Y bueno, de allí surge la famosa corona de laurel griega y que se utiliza a manera de recompensa cuando alguien gana alguna competencia deportiva o algo así—termina por decir ahora a solo unos centímetros de él.

—....Es una bella historia—comenta el castaño tragando saliva, sentía un nerviosismo incipiente en su pecho y no estaba seguro si asociarlo a la cercanía de la muchacha, a su voz emocionada y decidida, a la historia que le acaba de contar, o a todo lo surreal que se sentía todo aquello en el momento.

— ¿Bella?—cuestiona la chica—, es aterrador que alguien te persiga hasta el cansancio solo para saciar sus más vehementes deseos—dice con cara de repudio.

Pero al instante su semblante cambia, ahora está esbozando una sonrisa enternecida y Timothée alcanza a ver cómo saca de sus manos escondidas tras la espalda una rústica y recién hecha corona de laureles. Claro, eso es lo que Cloe estaba haciendo mientras se mantenía sentada, piensa Timothée. La chica se pone de puntillas, haciendo doblar la punta de sus converse, y así, extiende su torso para llegar con ambas manos hasta la cabeza del muchacho, allí deja caer con delicadeza la corona sobre su rizado y fresco cabello mientras una sonrisa delicada se deja aparecer en su rostro.

Timothée nunca la había visto sonreír de esa manera frente a él, y quizá, hasta por él. Así que no perdió la oportunidad de llevar sus manos hasta su cintura, acercando sus cuerpos únicamente cubiertos por las ligeras ropas de verano que dejaban al desnudo gran parte de sus pieles; sintió de inmediato como un ligero temblor invadía el cuerpo de Cloe ante su repentino tacto. Ella sintió las manos cálidas de Timothée en su cintura desnuda, desnuda porque su polera solo le cubría la mitad de ella, y aunque al principio se sintió sobresaltar, no podía hacer caso omiso de la exquisita calidez con la que aquel roce había llegado hasta su estómago, removiendo allí una especie de nube cálida que se deslizaba hasta su pecho y se expandía por todo ese universo que era su interior.

— Te queda bien la corona de laurel, tu perfil se adecua muy bien a esa estética griega—habló Cloe con la voz entrecortada aunque serena mientras apoyaba sus manos en el pecho del chico.

Recordó aquella primera y única vez en su casa, cuando esperaban a Apolo, el perro de Timothée— ¡qué casualidad!— y vio su perfil únicamente iluminado por el brillo lunar; en ese entonces la idea de que el rostro del chico gozaba de un fino y hermoso aire griego la avergonzó; y ahora estaba allí, diciéndoselo a él y sin ningún tapujo.

— ¿Y así me parezco a Apolo?—susurró Timothée, un tanto serio, un tanto juguetón. Cloe no lograba discernirlo.

—No—dijo segura, aunque seamos sinceros y adentrémonos en la escondida mentalidad de Cloe: ni ella se creyó esa respuesta.

Timothée rió sonoramente mientras le miraba con ojos agraciados

— ¿De qué te ríes, Timothée?—soltó con el ceño fruncido— ¡Eres tan detestable cuando te lo propones!— le apestaba que se riera así de ella, como burlándose, y sobre todo ahora, que no sabía bien por qué pero sentía que era testigo de que en esos ojos oceánicos y en esa risa el muchacho guardaba un secreto un tanto travieso que no quería darle a conocer todavía. Y aquello le colmaba los nervios, los nervios y la paciencia.

Pero al momento cambió su expresión cuando dirigió su mirada a los labios del castaño, porque justo por encima de su labio inferior su piel guardaba una pizca de chocolate del helado que rato antes le había arrebatado a ella.

—Tienes chocolate en el labio—comentó concentrada quitándoselo con uno de sus dedos.

Pero entonces vio cómo él bajaba su vista hasta sus labios a solo unos centímetros de él. Y aunque durante un segundo desvió su mirada de allí para mirar directo en los ojos de ella, luego los volvió a bajar; y así, acercó sus rostros, con cuidado, inseguro, como presintiendo un súbito golpe de parte de la furiosa muchacha, pero no se detuvo ni un segundo, siguió acercándose hasta chocar su nariz con la de ella, haciendo fusionar ambas respiraciones entrecortadas por los nervios y el temblor. Ella movió los labios con el objetivo de decir algo, pero luego se percató de que si lo hacía, haría que sus labios se rozaran.

Pero ¿cómo? Ella tenía que hacerlo, tenía que moverse, zafarse de ese momento; pero se encontraba como eclipsada, incapaz de comportarse y pensar con coherencia, o al menos si no con coherencia, como lo había hecho hasta antes de ese enardecedor momento ¡por dios, cómo pensaba en ese instante como algo enardecedor! Era Timothée, el coqueto e impredecible Timothée, nada bueno podría salir de ahí si ella se dejaba caer en sus juegos, ¡tenía que despertar!

Y hasta aquí el cap, de verdad espero les guste <3 si es así hagánmelo saber con un voto y/o un comentario. Abrazos y gracias por sus lecturas, votos y comentarios hasta hora 💕💕😊

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