Cap 6: luminosidad lunar
Los ojos de Cloe pasaban inquietos a través de los altos estantes de la librería a la que solo unos minutos antes había entrado acompañada por ambas familias. Enterarse de la existencia de aquel atractivo lugar era el único motivo por el cual había aceptado acompañarlos al centro comercial esa tarde. Se sintió satisfecha cuando entró y se percató de lo silencioso que era dentro; la amplitud del lugar y a su vez la poca cantidad de gente que se interesaba por poner un pie allí propiciaban aquel carácter íntimo y tranquilo tan importante para Cloe cuando se trataba de la lectura.
Sin embargo, el estar disfrutando del placer que le producía ver frente a ella el gran repertorio de libros de cuyos autores se consideraba fiel seguidora no impidió que comenzara a florecer en ella una súbita amargura al ver el tamaño de los precios; no podría comprar ninguna de las obras disponibles.
En un momento sus ojos dieron con el nombre de un libro que había anhelado desde hace mucho, pero que desgraciadamente nunca consiguió porque carecía de la popularidad suficiente como para encontrarlo en las tiendas de segunda mano a las que solía ir. La vida está en otra parte se titulaba, de su tan admirado escritor Milan Kundera. Lo tomó en sus manos con delicadeza, contempló la portada, una portada tan insólita como todas las otras de los libros de aquel autor. Lo quería, lo quería demasiado. Miró a sus padres conversando en una esquina del lugar, tan ajenos a ella y a su profundo anhelo, y pese a que en un momento sintió el impulso de ir y pedirles algo de dinero, finalmente desistió de aquella ambiciosa idea.
— ¡Hey!—la espantó Timothée, apareciendo de pronto a sus espaldas.
Cloe le miró alarmada, molesta porque la abrupta aparición había interrumpido su calma.
—Hey—habló sin ánimos, volviendo su vista al libro entre sus manos.
Desde aquella tarde en la piscina oceánica no se había atrevido a dirigirle la palabra al castaño, o al menos no más de lo estrictamente necesario, porque la inquietante sensación de la que había sido presa allí aún no se desvanecía por completo. Y si bien no entendía qué fue exactamente lo que le hizo sentir tan vulnerable, de lo sí estaba segura era de que no se expondría nuevamente a sentir algo parecido. Adentrarse en algo que era incapaz de entender le generaba el suficiente rechazo como para simplemente querer apartarse de aquello, sobre todo cuando se trataba de alguien a quien ni siquiera pasaba.
— ¿Qué haces?—se intrigó el castaño, acercando su cabeza hacia el objeto en las manos de Cloe.
—Pues nada... solo ojeaba este libro—anunció en una mueca, despegando la vista de la obra y volviéndola a colocar en su lugar. Timothée notó en sus expresivos ojos un brillo melancólico, una especie de anhelo nostálgico cuando la vio dejar con delicadeza el libro en el estante.
— ¿Lo comprarás?—le preguntó.
—No—aseguró—es odioso que en este lugar, así como en muchos otros, el placer del arte sea privilegio solo de algunos pocos—protestó, moviéndose rápido hacia la salida.
Auch, sintió un apretón en el pecho cuando escuchó salir de su boca aquellas palabras, como si hubiese sacado de adentro una de las tantas cosas que mantenía escondida la abrumada Cloe. De pronto, se sintió en demasía apenada, ignorando por completo la razón de tan repentino decaimiento. Le costaba creer que la cuestión del libro fuese motivo real de pena, sabía que era una minucia; tampoco creía que la razón fuese el estar viendo a sus padres alejarse con los señores Chalamet metros delante de ella como si la hubiesen olvidado junto al polvo de los libros allí adentro. Se llevó ambas manos a la cara, como intentando recomponerse, porque era cierto: hace días percibía una tímida congoja creciendo dentro de ella y la verdad era que nada había pasado ¿O sí?
—Cloe—habló la voz de Timothée a su lado.
La chica se irguió al instante, deseando aparentar toda la normalidad del mundo.
— ¿Qué pasa, Timothée?—habló ahora con hastío mientras comenzaba a caminar.
— ¿Quieres ir por un helado? Yo invito—sonrió a su lado, gustoso.
Cloe le miró con sorpresa, incapaz de entender la insistencia del chico. Ella estaba siendo una pesada y él se obstinaba en querer matar el tiempo con ella. ¿Tan aburrido estaría él como para ir con ella, que prácticamente le había hecho notar que lo detestaba, a tomar helado? ¿O es que acaso sentía en demasía, muy en demasía, la obligación de estar a su lado porque se trataba de un viaje de sus respectivas familias?
Cloe hizo el ademán de responder, esta vez quería ser honesta con él, le preguntaría derechamente que qué era lo que lo hacía persistir tanto con ella, y lo habría logrado, pero la voz en extremo aguda de una chica la interrumpió.
— ¡Timo!—llegó, abalanzándose sobre él para abrazarlo por el cuello. Era una de las chicas con las que lo había visto un par de veces en la alberca.
El pecho de Cloe se vio repentinamente saltando gracias a los fuertes latidos de su corazón. Aquello le hizo detenerse en seco, mirar a otros lados y tragar saliva. Pero qué mierda le pasaba.
—Hola Gabriela ¿Qué te trae por acá?—le saludó Timothée con simpleza, correspondiéndole el abrazo.
Gabriela despegó, aunque apenas, sus ojos del muchacho para pasar a mirar a Cloe a su lado. La miró de pie a cabeza, despectiva. Aquello hizo hervir la sangre a Cloe que pocas veces se había encontrado con gente tan descaradamente necia. Y es que claro, se notaba a mares que Cloe no vestía ni lucía como la mayoría de las adineradas personas en el lugar y eso debió ser digno de contemplación para la impertinente muchacha.
— ¿Y ella quién es?—cuestionó, como si no la hubiese visto nunca por ahí junto a la familia del chico con el que solía pasarse los ratos de ocio coqueteando.
—Soy Cloe—respondió ella misma, devolviéndole una mirada dura y segura. No se dejaría pisotear por nadie.
—Oh—dejó de prestarle atención para volver a Timothée, quien miraba todo aunque incapaz de percatarse nada de lo que pasaba—. Bueno... ¿quieres venir conmigo, Timothée? Podríamos pasar la tarde...—propuso.
—No lo creo, Gabriela... Cloe estaba por responder a una invita...
—No—se apresuró Cloe—Ve con Gabriela, de todas maneras tengo cosas que hacer.
Se mostró impasible ante la situación y caminó rápido. La sangre le ardía, todo su cuerpo lo hacía, sentía un nudo en el pecho y una presión en su corazón. Por un momento creyó que tendría una afección cardíaca porque no estaba acostumbrada a sentir aquello, así que, con el fin de calmar su sensible ánimo decidió que volvería a su habitación. No podía permanecer más tiempo allí, la invadieron unas ganas inmensas de escapar de la situación, de su malestar y por qué no: de ella misma.
Por lo demás, sus padres pasarían aquella tarde y noche fuera celebrando el meloso Día de San Valentín, así que aunque fuese donde ellos, de igual manera tendría que volver sola a su lugar de descanso, y eso tendría incluso menos sentido que cualquier cosa que pasase durante ese día. Qué mierda de tarde estaba siendo.
(...)
Se esparcía el color crepuscular por toda la amplitud del cielo que Cloe alcanzaba a ver desde el ventanal en su habitación. Veía cómo el arrebol de las nubes se reflejaba en la danzante agua oceánica, como fusionándose ambos, uniéndose en lo que parecía una gran masa de abismos y vacíos que aunque sobrecogedor resultaba increíblemente bello. Sobre todo a los ojos de la sensible Cloe, que se encontraba tendida en su cama, de lado, mirando aquel escenario al que, para fortuna de todos, ya no temía tanto como antes.
Sus ojos perdidos en la contemplación del atardecer no expresaban otra cosa que una auténtica desolación. Aunque la falta de sus padres y de sus vecinos nunca había sido un problema para ella, por alguna razón esa tarde el silencio de la ausencia se había vuelto insoportablemente intenso. Culpaba al jodido día De San Valentín, al que no, nunca le había hecho caso, nunca celebró ninguno de esos días porque claro que era una tontería. Sin embargo, le resultaba inevitable dejarse afectar por el clima que la gente a su alrededor creaba para ese día: las parejas en las calles, globos con forma de corazón por todos lados, los ositos de peluche a disposición de todos en las tiendas, dios. Se sentía fastidiada por eso, porque aunque no se sentía parte de ello, el ánimo de la gente le hacía sentir que debía serlo; y en este caso, a diferencia de todos los otros días, sentía el singular anhelo de no estar sola, de estar acompañada.
Entonces, de pronto, sintió unos golpes torpes en su puerta, como si quien estuviese detrás tuviese dificultades para hacerlo. Se apresuró a levantarse y a caminar rápido aunque con precaución. Su lado más pesimista le hacía querer tomar algún objeto que le sirviese como arma en el caso de que fuese alguien con intenciones pérfidas, pero desistió rápidamente de esa loca y exagerada idea porque no había forma que alguien desconocido entrase allí.
Cuando abrió la puerta se sorprendió al encontrarse con un Timothée recargado de cajas de pizza del tamaño familiar, un par de cervezas y por lo demás un paquete de galletas lo bastante grande como para impedirle verle la cara al exhausto chico detrás.
—Timothée, ¿qué demonios?—fue lo primero que salió de los labios de la sorprendida Cloe.
— ¿Me dejas entrar? es la comida la que está por desplomarse—protestó el apesadumbrado chico.
Cloe dio paso al muchacho para que pasara y prácticamente dejase caer todas las cosas en su cama. Ella le miró boquiabierta, no entendiendo sus pretensiones, y es que daba por hecho que se había ido con esa tal Gabriela a pasar la tarde.
— ¿Por qué la comida? O más bien... ¿Qué haces acá?— cuestionó Cloe, con el ceño fruncido.
—Solo quería saber si te gustaría pasar la tarde comiendo conmigo. Traje películas—mostró, sacando los CD de su bolso.
— ¿Por qué haces esto? Timothée, de verdad no tienes que sentirte en la obligación de pasar el rato conmigo. Sí, nuestros padres se llevan bien y eso está bien, pero no tenemos que obligarnos a nosotros a hacerlo también. Si han sido tus padres los que te han convencido de acercarte a mí, por favor, ya no lo hagas, no es necesario—aseguró—. Debiste haber ido con Gabriela, te hubieses entretenido más—habló al fin, sacándose el peso de confesarle que no quería sentirse una carga para nadie, mucho menos para él.
—Pero... yo quería estar contigo. Te lo dije antes—confesó seguro el muchacho—. No me siento obligado a venir acá y mis padres nunca me han persuadido para acercarme a ti, Cloe—aclaró incrédulo—. Si no quieres entonces dime y me voy, no quiero molestarte más—hizo el ademán de volver a tomar las cosas para irse.
—No, no—se apresuró a decir Cloe—. Quédate...por favor.
No supo qué desconocido pulso dentro de ella comenzó a latir haciéndola soltar aquellas palabras y de aquella manera, porque salieron con un tono de súplica que desconocía completamente, y en tanto, con un brillo en sus pupilas que le devolvieron a aquellos ojos avellanados su tan íntima expresión sagaz de anhelo y curiosidad.
Timothée esbozó una pequeña sonrisa en respuesta, y luego se volteó para ordenar la cama de Cloe y así posicionar todo en su lugar. Mientras ella lo veía hacerlo, su corazón saltaba sin descanso, no pudiendo creer que se estuviese permitiendo estar con él en su cuarto, de esa manera, y que ningún dejo de molestia se dejase aparecer.
—Esto está muy rico. Hace mucho no comía una pizza tan buena—soltó sonriente Cloe con la boca llena mientras comía su quinto trozo de pizza.
Estaba de piernas cruzadas frente a Timothée que se encontraba en esa misma posición. Para ese entonces ya había oscurecido, ambos cuerpos estaban siendo iluminados por la luz cálida de la lámpara a uno de los extremos de la cama ahora completamente revuelta y desordenada. Y aunque la tela de la cortina les impedía la vista al océano, su melodía se seguía escuchando por todos lados, inundando la habitación de un sonido que hacía parecer que estaban adentrados en el mismísimo profundo océano.
—Y las cervezas no se quedan atrás—sonrió también el castaño, mostrando con sus manos cómo se llevaba a la boca una de las tantas botellas de cerveza.
—Están deliciosas—señaló Cloe, tomando de la suya también, como recordando abruptamente que la tenía a su disposición—. Dios, esto es demasiado para nosotros dos, no entiendo cómo hemos podido con tanto—carcajeó.
La cerveza le hizo sentirse más leve y despreocupada, podía reírse y disfrutar con el chico a su lado sin los constantes prejuicios que le tenía y sin ese orgullo que le impedía mostrarse más honesta frente a él. Lo estaba disfrutando, hace tiempo que la muchacha no se sentía tan bien, tan contenta, y no, nunca había imaginado que terminaría siendo con él.
—Creo que teníamos hambre—comentó Timothée, viendo los restos de comida esparcida por el lugar—. ¿Qué película te gustaría que viésemos?
—Déjame ver—se supo a revisar el repertorio que había llevado el chico—. Creo que necesitamos algo ligero porque mi concentración ha disminuido un cuarenta por ciento gracias a la bebida....así que...Toy Story estaría bien.
— Me encanta tu elección. Veámosla—le arrebató la película de las manos a Cloe para ponerla en su computadora, aunque claro, no sin antes propinarle un leve golpecito con su dedo en la punta de la nariz a la muchacha.
— ¡Oye! No te pases Timothée—le regañó Cloe.
La realidad fue la siguiente: ambos chicos se extendieron con soltura en la cama de Cloe y dispusieron la computadora de Timothée a sus pies al final de la cama. Nadie sabe cuánto tiempo pasó hasta que el resultado de haber comido tanta pizza y además el efecto somnífero de la cerveza les hizo dormirse, o bueno, eso fue lo que Cloe sintió, ya que poco tiempo después de haber pegado sus ojos a la pantalla, se dejó llevar por el color negruzco que comenzó a opacar su vista, y ni siquiera la sutil preocupación que sintió por imaginarse a sus padres encontrándola con Timothée allí fue razón suficiente como para mantenerla despierta.
Comenzó a abrir los ojos de a poco y cuando lo hizo por completo vio que se había dormido en posición fetal al igual que Timothée. Ambos se encontraban frente a frente. La mano del chico descansaba bajo la almohada, la misma almohada que sostenía su cabeza junto con su alborotado cabello. Sus labios entreabiertos dejaban escapar el aliento de su calmo respirar nocturno. Con todo ello, Cloe pensó que era una imagen adorable, y al instante sintió que un calor abrasador comenzaba a formársele en el centro del estómago, pero era agradable, no era un dolor, era un tipo excepcional de placer, uno lleno de ternura.
Cayó en la cuenta de que la luz estaba apagada y que como todas las noches de luna, la luminosidad de ésta entraba por la ventana, creando, junto con el movimiento ondulante del mar, aquellos destellos diáfanos por los que debía admitir, se sentía profundamente cautivada. La diferencia es que ahora no estaba sola, ahora todos esos destellos diáfanos envolvían en movimientos ondulantes el rostro adolescente de su compañero de cama, otorgando a su rostro ese matiz azulino tan propio del cielo nocturno fusionado con el mar. Se sintió invadir por la belleza de aquel cuadro y en su pecho advirtió el fantasioso deseo de contemplar aquello para siempre, porque cuando se vio a ella misma siendo parte de ello una paulatina calma la inundó, sobre todo cuando sintió que se fundía en aquella luminosidad lunar con él, con Timothée.
En un momento notó que los párpados del chico se abrían con cuidado. Sin embargo esta vez no se espantó con la idea de que le iba a pillar mirándolo, y es que al parecer la luna y el mar atravesándola por la ventana la habían hecho caer en una tan cómoda templanza que la preocupación por ello pasaba a segundo plano.
—Hola...—susurró ronco Timothée, sonriendo tranquilo y sin dejar de mirarle.
Cloe solo atinó a devolverle una pequeña y tímida sonrisa. Sentía que decir algo, cualquier cosa, podría quebrar con la placentera sensación que la embriagaba.
Pero entonces sintió un leve roce en su rostro. Era Timothée, que había llevado su mano libre hasta ella para acariciarle con delicadeza las mejillas. Cloe le miró y pese a la oscuridad, alcanzó a distinguir los ojos de él clavados en los de ella; tenía sus labios ligeramente abiertos y sus pupilas oscuras hacían de su mirada algo tan penetrante y hondo que Cloe temió que él distinguiese todo lo que ella estaba sintiendo allí, y no, ni siquiera ella lo sabía.
El chico no se detuvo y continuó con sus caricias; en un movimiento ligero le removió el mechón de pelo que tenía en su rostro, lo puso tras de su oreja para luego pasar a dar pequeños masajes a la nariz de la chica... hasta que claro, tuvo que bajar sus dedos con cuidado hasta sus labios tiernos, conociéndolos con cada roce.
Ella podía sentir cómo los respiros del muchacho incrementaban en intensidad, como delatando su agitación, y ella, ella claramente no pudo seguir manteniendo su temple tranquilo, ahora se sentía en demasía agitada, como sofocada por la emoción y los nervios, sintiendo cosquillas cálidas en su estómago y ahogándose a ella misma con los fuertes latidos que había comenzado a dar su oculto corazón.
—Eres preciosa...—lo escuchó susurrar, para luego ver que acercaba con cuidado su rostro al de ella en medio de toda aquella azulada oscuridad.
Un gemido agudo se escapó de entre sus labios.
Perdonen lo largo :c prometo que intentaré hacer los próximos caps más cortos. Espero que lo disfruten 💕💕 Por fa voten y/o comenten para estar al tanto de sus opiniones😊
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