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Cap 36: murmullo y niebla

Cloe solía preguntarse cómo era posible que su nostalgia por Timothée se materializara en forma de acordes. De repente, el escuche de una canción sensible y dulce se le impregnaba en su mente y viajaba hasta su corazón, transfigurándose la melodía en letras abstractas que se dibujaban en su piel, alertándole sobre su ansia por el muchacho.

Le resultaba complejo discernirlo, pero era como si cada segundo de sonoridad encarnase un trozo de él, una parte de su suave piel, una porción de lo congénito de sus ojos o una de esas ráfagas de aire tibio y suave que dejaban sus rizos castaños cuando se agitaban, como una estela antediluviana que se impregnaba en el aire y se plasmaba en su interior en forma de musicalidad ...Sí, una melodía formada de Timothée, de su esencia que se fragmentaba como acordes aromáticos hasta aunarse y convertirse en una composición poética y letrística...

Eso era él...

El compás cadencioso de un arte desconocido...

El almizcle húmedo y melodioso de las noches de luna...

El enojo ingenuo de las estrellas al ser opacadas por la luminosidad del satélite, una furia que manifestaban en su rítmico titilar...al compás del arpegio generado por la sonoridad de los libros cayéndose a sus costados...

O al menos eso sintió Cloe, cuando le vio frente a ella, sorprendido y con sus labios a medio abrir, mientras sentía que le odiaba con ardor por esa belleza eclipsante que le envolvía como la aurora boreal a los polos, porque le bastó solo esa mirada para percatarse que por mucho que intentase desprenderse de él, su rostro órfico le perseguiría para el resto de sus días, que el recuerdo se sus lunares llegaría con la contemplación de las pléyades y el movimiento desenvuelto y paradójicamente retraído de su cuerpo con la danza del oleaje calmo...

— ¿Cloe? —habló sorprendida la ojiverde a un lado de Timothée, mirándole con ojos emocionados.

No tardó la muchacha en dar la vuelta a la madera que les separaba, seguida por un Timothée cuyos vacilantes pies parecían guardar la acuciante disyuntiva sobre si acercarse o si al contrario, escapar de allí con la misma fugacidad con que lo hace el sol a la llegada de los astros. Por su parte, Cloe, que se había quedado como estática allí, incapaz de creer lo que sus ojos veían, quiso aprovechar los míseros segundos que tardaron los hermanos en llegar hasta ella para tranquilizarse y esfumar de su rostro la palidez de quien pareció haber sido víctima de la broma de un espectro.

—Timothée me habló mucho de ti y su verano en Marsella —comentó Pauline una vez llegó a su lado—. Ojalá te acuerdes de mí, eh. —Sonrió ofreciéndole la mano. Su cabello suelto y largo reverberaba con la desenvoltura de sus movimientos.

—Me acuerdo, sí, sí. —Le correspondió—. Me hubiese gustado que también fueras. De hecho, creí que lo harías —se sinceró, recordando aquel arcaico sentimiento de desgano que la inundó cuando se percató que la única persona con la que creía poder empatizar durante el viaje en realidad estaría ausente.

En medio de aquel inesperado espectáculo, Cloe sintió a su pecho subir y bajar a un ritmo violento, percibía su respiración entrecortada mientras intentaba con afán que sus pupilas no viajaran irreflexivas hasta las del Timothée. Todo ello se aunaba a la ardentía en sus mejillas producida por la incertidumbre de no saber con exactitud qué quería decir Pauline con eso de que Timothée le había hablado mucho de ella y de su verano en Marsella; ¿le habría contado sobre su romance?, ¿sobre sus momentos juntos?, y si era así, ¿estaría ella enterada sobre su abrupto y extraño distanciamiento...?

—Estaba todo planeado para que fuera, pero me quedé por cuestiones de mudanza. Ahora vivo sola —explicó satisfecha—. De hecho, vine queriendo buscar libros para mi nueva estantería. Timothée me ayudaba pero creo que ya he encontrado lo que necesito. Así que...hermano mío, es hora de que me vaya y te deje libre.

Le fue imposible a Cloe no mirar precipitadamente la expresión en el rostro del rizoso. Observó la forma refleja con que este le pegaba una mirada fruncida a su hermana y entreabría sutilmente sus labios. Un hondo pesar se apoderó de Cloe, no quería incomodarlo con su presencia o hacerle pasar por un momento incómodo, mucho menos después de que ella no tuvo ni las agallas para llamarle luego del "incidente" en la fiesta de sus amigos.

Agachó su mirada y concentró sus ojos en el material azulado del libro entre sus manos. Se sentía en demasía avergonzada y nerviosa, y por un momento sintió la imperiosa necesidad de hacer a como dé lugar que lo siguiente que ocurriera lo hiciera a la manera de un sueño, de forma difusa e inconsciente, entretejido todo como por un velo grisáceo, surreal, que le nublase los sentidos.

Quedas cordialmente invitada a conocer mi casa cuando quieras, Cloe, escuchó la voz de la castaña, como un murmullo distante que se desvanecía a cada milésima de segundo...acompasado al tacto fino de un abrazo fugaz...

Y luego de eso...el silencio total.

— ¿Qué tienes allí? —rompió el silencio Timothée, dejando escapar un suspiro grave.

La joven se atrevió a mirarle cuidadosa, podía ver en sus facciones que se estaba esforzando por no emitir ningún tipo de queja, y en cambio, mantenía su mirada fija en el libro que seguía entre sus manos.

—Es Nada.... —Extendió su brazo para que el muchacho lo alcanzase, con el miedo de que notara el temblor que le ocasionaba su presencia en la delicadeza de sus manos—. Es el libro. Así se llama, Nada —Explicó una vez que lo ve cejijunto, aun esquivando su mirada.

Se quedó unos segundos contemplándole ojear el libro, su rostro se mostraba inerte, sobrio. No había nada en él que en ese momento le diese un atisbo de qué era lo que sentía, y aquello, lejos de tranquilizarle, le hacía sumir aún más en una suerte de incertidumbre angustiante que se hacía cada segundo más insostenible.

—Escucha no tienes que...—Cloe intentó hablarle, sin embargo, se vio interrumpida por el movimiento del castaño, quien haciendo caso omiso a sus palabras se dejó caer a una esquina del pasillo, apoyando su espalda en la pared por debajo de la pequeña ventana e invitando en un movimiento de cabeza, ciertamente inescrutable, a la muchacha a acompañarle en su viaje por las letras de Nada.

Cloe le miró un tanto impactada, le costaba comprender la naturaleza de sus pretensiones, el muchacho aun no le dirigía la vista y seguía concentrado solo en el libro abierto sobre su regazo, como si éste fuera una especie de ventana que le sirviera de excusa para no mirar a la joven en frente, pero aun así, le apetecía invitarla a sentarse junto a él en un espacio donde la intimidad parecía brotar como las flores del durazno en plena primavera: bajo la opacidad del rincón de una librería casi por completo desierta y con el claro de luna grisáceo propio de las noches previas al equinoccio filtrándose por sobre sus cabezas a través de la ventana.

—Acércate más —pidió una vez que se sentó a su lado con tal precaución que no acaeció entre ellos ni el más mínimo roce—. No te he visto hace semanas y te extraño —confiesa él, por fin fijando sus pupilas en las suyas.

https://youtu.be/t-UFlqorDaQ

Dream, Ivory - Welcome and goodbye

Una brisa cálida se cuajó en el estómago de Cloe, al tiempo que veía cómo el semblante de Timothée ni siquiera se inmutaba al pronunciar esas palabras. Aunque fueron unos breves segundos los que sus ojos aprovecharon para conectarse antes de que él continuase con su, por lo visto, ardua tarea de pegar la vista en lo desconocido de las páginas, lo cierto es que la joven lo sintió como una infinitud, o quizá, como un instante sin tiempo ni espacio, ajeno a los estándares del tic tac del reloj, y en el que lo único que alcanzó a entrever fue el reflejo refulgente del silencio, del dolor de su silencio.

Me acuerdo de las primeras noches otoñales y de mis primeras inquietudes en la casa, avivadas con ellas. De las noches de invierno con sus húmedas melancolías...

Había algo en el sonido de su voz que encantaba a las palabras, de pronto, sus labios parecían adueñarse de ellas y a los oídos de Cloe, las letras de aquel libro en sus cuerdas vocales cobraban una fuerza testimonial nunca antes percibida.

En aquellas heladas horas hubo algunos momentos en que la vida rompió delante de mis ojos todos sus pudores y apareció desnuda, gritando intimidades tristes, que para mí eran sólo espantosas. Intimidades que la mañana se encargaba de borrar, como si nunca hubieran existido.

En ello, el aroma melindro de Timothée brotaba desde sus rizos, vagaba por el rinconcillo y se mezclaba con el halo de luz plomizo que llegaba desde el exterior proyectando su aureola nocturna en su semblante pálido. Cuando Cloe lo notó, le fue imposible concentrarse en otra cosa que no fuese él, en el movimiento pacífico de sus labios y en cierta aura calma que emanaba de su perfil ligeramente iluminado, de un aspecto irreal y fantástico. Tanto, que Cloe tuvo miedo de que desapareciera como la niebla al soplo del viento.

—Así, el sueño iba llegando en oleadas cada vez más perezosas hasta el hondo y completo olvido de mi cuerpo y de mi alma. Sobre mí el calor lanzaba su aliento, irritante como jugo de ortigas...

La última palabra llegó y junto con ello lo penetrante de su mirada sobre ella. No hizo falta nada más para que ambos supieran lo que se vendría. Se irguieron y salieron juntos hasta la calle, dejando el espacio de la biblioteca atrás, como una estepa remota y árida, similar al espejismo que produce el mirar las calles a través de un vidrio durante las calurosas mañanas de verano.

Una vez afuera, las calles permanecían silenciosas y vacías, la mayoría de las tiendas ya habían cerrado y en los aires solo se adivinaba una sutil neblina. De pronto, cierta aura de irrealidad les envolvió, y Cloe se preguntó si acaso besarle contaría como algo descabellado, considerando que podría hasta tratarse de un sueño.

Sin embargo, desistió.

El rumor de sus pasos en el asfalto producía un eco granizado, como si se tratara de sutiles gotas de lluvia cayendo en un techo de zinc. Sus cuerpos se meneaban a un ritmo lento y acompasado y sus miradas se perdían en rincones vacíos; ambos permanecían embebidos en sus propias reflexiones.

Pronto, llegaron a una esquina de escasa luminosidad, un único, solitario y entallado farol se encargaba de iluminar ligeramente aquel apartado rinconcillo, aureolando el rostro expresivo del castaño. Entonces Cloe se detuvo, incapacitada para seguir conteniendo el silencio que se erguía entre ellos como una muralla cada vez más inquebrantable.

Timothée también lo hizo, y ella casi pudo contar los segundos que tardó en voltearse para quedar justo frente a ella, como si una fuerza invisible le dificultara su giro. Se mantuvo esperando una respuesta con sus manos resguardadas en sus bolsillos, con sus rizos cayéndole por el rostro y con una línea en forma de mueca dibujada en sus labios.

— ¿Estás molesto?

Un vaho cálido emergió desde la boca de Timothée. Había resoplado grave y mirado hacia un costado como quien no se espera semejante pregunta. Una ráfaga de viento humedeció sus labios.

—Sí —musitó agachando la cabeza—. No entiendo. ¿Es que de verdad me quieres?, ¿o solo fue un momento de verano para ti? Antes estaba seguro, pero...ya no tanto.

—Por supuesto que lo hago. Nada de lo que te demostré o dije fue porque creí que lo sentía era algo pasajero. Solo....no quería molestarte, no quería incomodarte con mis problemas, no quería que pensaras que quería que cambiaras algo, o yo.

— ¿Entonces por qué no me lo conversas?, ¿por qué prefieres quedarte callada y esperar a que por milagro nos encontremos en una biblioteca que queda a kilómetros de donde vivimos?—Se agita el castaño, elevando grácil su tono de voz—. ¿Es que te he dado alguna señal de que me molestas? —Cuestionó con ojos aguados—, ¿yo te molesto?

—No, es obvio que no...—respondió con seguridad aunque con leves notas de nerviosismo, nunca había visto a Timothée siendo preso de tamaña frustración, y de pronto sintió que nada de lo que dijese lograría hacerle salir de su empozada postura, que de alguna u otra forma ya estaba toda perdido—. Me dejé estar nada más.

—Te dejaste estar —resopló asintiendo—. Entonces ¿por qué llegas y asumes las cosas?, ¿es porque es más fácil escapar de ellas que afrontarlas? —soltó desbocado—. Nada bueno trae eso y si yo tuviese alguna duda simplemente te la preguntaría y...

—Yo no soy tú —aclaró con amargura, sintiendo una erupción en su garganta. La veracidad detrás de esas frías palabras le había entumido el corazón, sumado a la sensación que la inundó de que ningún derecho tenía Timothée de imponerle que actuase de la misma forma en que actuaba él—.Tú y yo somos muy distintos.

Y entonces la culpa, la sensación de haberse comportado terriblemente injusta con él le fue invadiendo lentamente.

—Lo siento... —murmuró en un suspiro, mordiéndose el labio inferior y agachando la cabeza, avergonzada.

—Está bien —Timothée sonrió dolido. Dio un paso adelante y acercó con cuidado su torso al de Cloe, tomó con delicadeza sus manos y soltó el aire antes de continuar. Pareció estar preparándose para enunciarlas al compás del rumor del viento que hacía titilar la luz del farol en las alturas—. Escucha...no soy un extraño, puedes tenerme confianza y decirme lo que sea y lo respetaré.

Timothée hizo viajar sus ojos por lo basto de su rostro con expresión afligida y esperó otros segundos más para seguir. Sus mejillas, pese a la opacidad de la noche, mantenían el color y la suavidad de un pétalo de rosa, y aquel brillo de aflicción que se cernía sobre ellos le hacían parecer uno a punto de caer de su perianto, preparándose ya para su ulterior marchitar.

—Te amo, y quiero estar contigo. Pero la verdad, Cloe..., es que no estoy tan seguro de quererlo si va a seguir siendo de esta forma —murmuró él, y el cuerpo de ella respingó. Sus labios se cuajaron y su mirada se cristalizó.

Ella nunca creyó que su tacto le fuese a doler tanto, un dolor que asomó en sus manos y se esparció por todo su cuerpo, como si su piel en la suya en lo efímero de ese instante guardase el secreto de la última vez, porque sintió que se le escurría, que por sus dedos se deslizaba y escapaba la médula palpable de su cariño por Timothée, que se le esfumaba su amor. Y aunque no quiso aceptarlo sino hasta ahora, muy en el fondo, había guardado la certeza infinita de que él siempre estaría, que había percibido el dolor de la distancia solo como un umbral de ficción, pero a causa de ello —notaba ahora—, increíblemente fácil de romper, con la misma facilidad con que se rompe el umbral del sueño: en un murmullo.

Para ese entonces, la niebla había espesado y daba la impresión de que borraba las siluetas de los edificios, difuminando el imponente espacio citadino. De pronto la ciudad se percibió sorprendentemente frágil y vulnerable, sin su chirrido maquinal permanente, sin la insana neurosis humana. Estaba en cambio, dominada por la niebla, por algo tan perecedero como el vapor nocturno. Cloe pensó que debían formar una imagen digna de una ficción gótica allí, parados a la suerte del desvanecer del aire opaco y ceniciento, anudados por la bruma. 

Hace mucho no me atrevía a poner una imagen de stemen. 

Bueno, solo quería decir lo siento por la demora, pero los estudios me tienen, algunes ya saben <3. Este es el penúltimo cap de la nove, y luego quizá venga un prologo (según lo planeado) así que espero lo disfruten :) recuerden votar/comentar si les gustó 🌊🌊❤🥰 y no olviden comentarme qué les parece la actitud de estos muchaches, ¿qué opinan de sus dichos/actitudes? 

Besitos y abrazoss <3 gracias a quienes sigan leyendo y votando :3

Me olvidaba: los fragmentos en cursiva son de Nada, una novela de Carmen Laforet. Recomendadísima <3

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