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Cap 35: arpeggi

Vacations - Young

                                                                                    ✩✩✩

—Nunca lavas la loza inmediatamente después de cenar —inquirió Ema adentrándose en la cocina y mirándole por encima de sus anteojos—. ¿Vas a salir?

—Tengo pensado ir a la librería. —Cloe suspiró emocionada, arrojando con premura el último plato recién limpiado a un extremo del mesón. El estruendo rebotó en las paredes e hizo vibrar el cristal de la ventana—. Ahorré algo de monedas para un libro nuevo.

La madre apoyó su espalda en el mesón y se quedó mirando los movimientos inquietos de su hija, la observó con detención unos segundos: sus ojos se perdían en sus manos secando los cubiertos y sus labios permanecían automáticamente apretados, formando una mueca disimulada. Sabía que algo desconocido para ella le estaba atravesando las emociones a su hija, la conocía demasiado bien y era consciente de que su comportamiento un tanto atropellado y distraído no era más que consecuencia de una particular necesidad, una que le llevaba a inmiscuirse en cualquier tarea a fin de evadir emociones que seguramente, le estaban punzando ahí muy dentro en su conciencia.

—Te llegó una postal.

Cloe se detuvo.

— ¿Qué?, ¿a mí? —cuestionó para voltearse y mirarle cejijunta, incapaz de recordar la última vez que alguien le había enviado algo directamente a su casa—, ¿cuándo?

—Hace unas horas. Me había olvidado de decirte. Está en la mesa del living.

Cloe le pegó una última mirada de confusión a Ema, dejó el paño a un lado y se fue directo al salón.

Allí, sobre la pequeña mesa de centro, descansaba la liviandad de una carta postal de un estilo harto característico. La fotografía de la cara principal dejaba al descubierto uno de los tantos pasadizos de Marsella, un callejón a tonalidades pastel cercano a la costa, pero oculto a miradas poco curiosas, con esas calles adoquinadas y edificaciones coloridas por cuyas paredes la huella de los años se encontraba plasmada en forma de grietas. Una bicicleta fixie de color ocre descansaba apoyada sobre una de sus paredes.



Querida Cloe

Realmente espero que recibir esto no signifique para ti una invasión a tu espacio personal, juro que se trata de una situación excepcional, hace unos días que mi celular dio su último respiro y con ello perdí mis últimos contactos, incluyendo tu número. Entonces recordé que me pasaste tu dirección por si en algún futuro cercano, o lejano, viajaba hasta NY, así que creí que era una buena oportunidad para escribirte algo que tengo atorado en mi garganta, aprovechando además que no soy tan bueno con el habla como con las letras...

Como sea, solo quería decir que lo siento, Cloe, sé que sin quererlo generé una situación incómoda esa última vez que estuvimos juntos en el lago, no es necesario hablar de eso, sé que ambos podemos conversarlo sin necesidad de usar la especificidad de las palabras. No quiero ser "la causa de una inevitable catástrofe", quería dejarlo claro, no me lo perdonaría jamás si se trata de ustedes. No espero nada más que una amistad honesta y lamento si me di el lujo de ser ambiguo contigo.

Sin más, no quiero que haya ninguna barrera entre nosotros ahora que decidí escribirte y hablar sobre el asunto; me gustaría que siguiéramos en contacto, hablarte sobre mí y mi vida, y viceversa. Guardo la esperanza de volver a verte, Cloe, a ti, y a Timothée. Con toda honestidad, espero que ambos estén bien.

Con amor,

G.M

PS: puedes escribirme a mi nuevo contacto, lo dejé en algún lugar de la postal, revisa, no seas una pesada :).



— ¿Todo bien, Cloe? —Erick apareció sonriente en el umbral de la puerta, saludando a su hija con un tono de voz ligeramente cansino y quebrando con la aurora silenciosa que había derramado la lectura de aquellas palabras.

—Todo bien, papá. —La joven le miró, evidenció la satisfacción de su leída en lo titilante de su mirada, sus ojos parecieron agrietarse de líneas fulgurantes que descubrían una felicidad insospechada. De forma imprevista y sorprendente, aquella carta le había evanescido un peso que ni siquiera sabía que guardaba—. ¿Qué tal el trabajo? —soltó de pronto, despertando del encanto y moviéndose con premura hacia el perchero, si quería alcanzar a ir a la librería antes de que cerrara debía apresurarse.

—Eh, bien, bien —respondió dudoso, observando la rapidez con que su hija se cubría con una delgada chaqueta—. ¿Vas a salir?, abrígate más, está frío afuera.

—No, está bien. Volveré pronto —aseguró sonriente—. Por cierto, la cena está en el refrigerador —informó antes de pasar a besar cortamente la mejilla de su padre, guardando inconsciente la carta en uno de sus aceitunados bolsillos y palpando de paso la concavidad del mismo para asegurarse de que en efecto su monedero se encontraba resguardado allí también.

La librería se encontraba a una media hora caminando desde su casa, haría el recorrido a pie, no había salido mucho a la calle desde su llegada y sentía que necesitaba reencontrarse con aquellos aires neoyorquinos centelleantes, propios de aquel momento en que el último rayo de sol crepuscular desaparecía entre los huecos de los altos edificios. Casi podía imaginarse a las personas en sus balcones contemplando el último respiro del cielo cobrizo, arrebolándoseles sus rostros y refulgiendo sus ojos a causa de las incipientes luces que se encendían una vez que oscurecía.

Le gustaba el atardecer neoyorquino, había algo de romántico en sus calles revestidas de deslices rebullidos, una suerte de redolor que se escondía bajo sus suelos y se erguía en forma de susurros a esa hora del día, de pronto el aire se volvía inmune a las habladurías de la gente y dejaba emerger desde él una suerte de melodía silente, como el pulso venoso de una ciudad despoblada y adormecida.

Luego de inmiscuirse por calles entretejidas, adivinó a poca distancia lo que solía ser su concurrida librería, acostumbraba pasar horas allí adentro durante los veranos, cuando se abrumaba entre las cuatro paredes de su habitación y Lucca estaba demasiado ocupado trabajando como para hacerle compañía. No podía darse el lujo de comprar libros, pero Inés, la dueña de la tienda, dejaba que la joven muchacha tratase su modesta librería como una biblioteca más, permitiéndole la lectura de cualquier libro que quisiese y reposase en alguno de sus múltiples estantes.

— ¿Cómo va todo, Inés? —saludó en cuanto entró. El tintineo de la campanilla en la puerta irrumpió la lectura de una tierna anciana de escaso y blanco cabello que se encontraba calmadamente leyendo Frankenstei, sobresaltándola un tanto.

Sentada tras su escritorio y arropada su espalda con un chal de lana gruesa, con libro en mano y siendo sus hojas ligeramente iluminadas por una lámpara amarillenta a un costado, la mujer de avanzada edad observó por sobre sus redondos y acristalados anteojos a la jovencita recién llegada. Una vez que se percató que no se trataba más que de su ya bien conocida empecinada lectora, fijó en ella una mirada tierna y expresiva. En ello, Cloe pensó que en realidad debía ser muy entretenido pasar los días allí trabajando, más allá de algún que otro ajetreo diario, el cual seguramente no constaría más que de un escaso tiempo, nada desagradable tendría el dedicarle la otra gran parte del día a la lectura del contenido que guardaban sus estanterías.

— ¡Cloe!, pero qué sorpresa verte. Pensé que no vendrías más por acá. Te perdiste por un buen tiempo.

—Oh, es una larga historia. Estuve en Francia —resopló nostálgica, acodándose en el mesón de la señora Inés mientras esta le veía alegre—. ¿Cómo estás tú?, ¿y George? —quiso cambiar de tema, a su cabeza llegaron fugazmente los cuadros mentales de su estadía en Marsella, siéndole imposible no sentirse atravesar por una dolorosa sensación de pérdida.

—Bien, estamos bien los dos, aunque ya conoces a mi esposo, es incapaz de quedarse quieto, así que hoy amaneció decidido a ir a la oficina a enviar más pedidos de libros. Ya sabes cómo es el turismo en NY, este verano nos dejó faltos de material. —Cloe sonrió satisfecha al escuchar la noticia, si algo de bueno tenía que las calles de la ciudad se atiborrasen de turistas durante todo el verano, era que se fomentaba el comercio local e independiente—. ¿Te pasaste a leer, Cloe?, ya sabes que puedes curiosear todo lo quieras.

—En realidad, Inés, no lo creerás pero ahorré un par de monedas y hoy vine exclusivamente a comprar un libro —explicó con orgullo.

—Asumo que ya sabes cuál estás buscando —inquirió con tono juguetón la mujer. Cloe se limitó a responderle afirmativamente en forma de guiño, ansiosa por ir en su búsqueda; lo cierto era que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se dio el lujo de ir a una librería no solo con el objetivo harto frustrante de dejarse complacer por el vitrineaje, sino sabiendo además que ahora saldría de allí con una obra entre sus manos—. Entonces adelante. —Le invitó con un movimiento de manos a perderse entre los recovecos de sus estanterías.

Un número escaso de personas había en ese momento en el local, Cloe les miró fugazmente erguidos frente a la madera y con sus ojos embebidos en las páginas de algún libro. Aunque había estantes por doquier, eran tantas las obras que el inmueble no podía hacerle peso a tamaña cantidad, así que algunos libros descansaban ordenadamente sobre la pulcritud del piso alfombrado, otros en pila y adosados a las paredes, y otros cuantos cerca de taburetes dispuestos a concretar el descanso de los lectores.

Cloe se apresuró a llegar hasta el sector final de la librería, en ese rinconcito se encontraba la repisa que buscaba. Una vez allí, la semioscuridad se hizo presente, colándose por entre los cristales descubiertos de las ventanas. Las luminarias encendidas del exterior advirtieron la consumación total del ocaso, y ahora podía contemplarse a la noche emergiendo en su plenitud por entre las laderas a la distancia, siendo enrejadas por los altos edificios citadinos, como pequeñas lomas semejantes a olas rompiendo en lo difuminado de un nocturno océano.

Veamos..., susurró para sí, desplazando su dedo índice por los lomos de los libros en hilera en busca de la obra deseada. Por aquí....debería...s.... ¡aquí estás!, suspiró satisfecha, tomando la novela entre sus manos.

Un murmullo brusco por lo imprevisible quebró con el silencio de su metro cuadrado, una voz femenina y otra masculina llegaron como una bruma hasta sus oídos, petrificándole e incapacitándola para continuar con la apertura de la obra. Levantó los ojos con sumo cuidado, como con miedo de encontrarse con lo que su instinto le preveía. Advirtió sin embargo, que los susurros venían desde el otro lado de la estantería, y que por tanto, lo mismo su identidad como la de los personajes estaba siendo velada por la madera novelística frente a ella.

La respiración de Cloe se volvió entrecortada; imprevistamente, sus manos comenzaron a sudar y un hondo calor se le concentró en las cienes, obnubilándole. La sospecha de creer que conocía esa voz masculina le entumió a Cloe en milisegundos, pese a que se dejó calmar por el pensamiento de que podía tratarse nada más que de una suerte de espejismo, de esos que llegan a una cuando se extraña o anhela demasiado algo a tal punto que cualquier cosa susceptible de ser tal objeto se muestra a nuestros sentidos como una huella irrevocable del mismo.

Con sus piernas temblorosas acercó su cuerpo hasta el estante, agachó un poco su rostro a fin de fisgonear por entre el recoveco que quedaba libre de libros, e intento discernir de quién se trataba. Sintió que la voz sigilosa de la chica lograba removerle un cimiento de su mente en apariencia olvidado, como un eco distante que pulsaba insistente con el mero objeto de ser rememorado. Sin embargo, se encontraba tan ensimismada y absorta en aquellos cabellos castaños —que eran en efecto, lo único que alcanza a ver desde ahí—, que le fue imposible enfocarse en nada más.

Tanto, que ni siquiera atisbó que su codo estaba peligrosamente cerca de la hilera, y que un solo movimiento en falso bastaría para generar un efecto dominó que terminaría por hacer ladear una cuarta parte de los libros en la repisa. Trágica y románticamente, nadie alertó a sus ojos que al escudriñar unas vez más por entre el hueco que dejaban las novelas, estos se encontrarían de frente con el resplandor marítimo de dos pupilas que le miraban sorprendidas, alucinadas pero ligeramente aguadas.

Ni el más cuidadoso librero podría haber evitado el sonido dulce de los libros volcándose, eran la melodía de un nuevo reencuentro, un arpegio formado por cada puag de un tomo chocando con su compañero, una armonía fragante que se aunó al olor a incienso que expidieron las novelas al abrirse, emanando la vainilla de sus letras y envolviendo a aquellos dos rostros que ahora se miraban inquietos y expectantes.

Cloe..., bosquejaron en un susurro unos labios.

Una ráfaga de angustiosa necesidad cruzo por los ojos de Cloe.


Un capitulo cortísimo en comparación a otros que he escrito, pero es que la universidad, recién empezó el semestre y ya me veo corta de tiempo </3 anyway, tenía muchas ganas de escribir y publicar, así que... ahí está :) 

Espero les guste, no olviden dejar su voto y comentario si así fue! Muchas gracias por su apoyo 💕💕💕💕🌊🌊 Cloe y Timothée se lo agradecen a montones también <3 

Besos y abrazos, espero se encuentren todes a salvo<3

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