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Cap 33: nostalgia de lo remoto

Girl in red - we fell in love in october

                                                                                  ✩✩✩

Abrió sus ojos y soltó el aire con languidez, se puso de pie y con mirada nostálgica, observó con detalle lo pulcro de lo que en pocos minutos más dejaría de ser su habitación. Se había despertado temprano ese día, viéndose en la obligación de ordenar todas sus pertenencias con suma rapidez; lo cierto es que la noche anterior le había dejado lo bastante aturdida como para no disponerse más que a dormitar, y ahora, con el pecho un tanto saltón y con la presencia de uno que otro temblorcillo, había dado por acaba su labor de muchacha a punto de emprender un viaje hacia otro continente.

Mantuvo unos minutos su mirada absorta en un rincón vacío del cuarto, hasta que su cuerpo respondió. Acercó su torso a la ventana y apoyó sus manos en el alféizar respirando el aire fresco y perfumado por las flores, sonrió una vez que el sol le acarició y se complació viendo cómo bañaba de un oro espeso al jardín, el cielo carecía de nubes y resultaba incandescente a las pupilas sensibles de la joven, que no pudo evitar erguir la vista hacia su desnudez celeste, sintiéndose invadir por una imprevista placidez causada por la certeza de un verano tiritón que se desvanecía en los albores del otoño.

— ¿Estás lista? —Escuchó una voz suave que le hablaba.

Se volteó sin dejar de atisbar en su nariz el perfume florido del patio y esbozó una sonrisa cuando vio que se trataba de su rizoso favorito. Percibió que se encandilaba a causa de su piel que aquella tarde irradiaba esa ya conocida brillantez más intensa que le asediaba de vez en cuando, haciendo resaltar el verdeazulado de sus ojos, el arrebol de sus labios y la suavidad petalada de los mismos. Sus rizos revoloteaban rítmicos, al compás de los pasos que daba, como argollas doradas que chocaban contra sus mejillas alunadas.

—Estoy lista —señaló con una sonrisa aunque no muy segura, cuando le vio llegar a su lado.

Las manos de Timothée fueron a parar a su cintura, tiñéndola de su calor; y ella, a quien le resultaba imposible no responder a su tacto, alzó con delicadeza sus manos y rodeó en un suspiro el cuello veraniego de su compañero. Él le miró con detención un momento, quería escudriñar en sus ojos la sospecha de su sentir, la había notado extrañamente decaída la noche anterior, silenciosa como hace mucho no, y aunque podía suponer que su ánimo no era más que consecuencia de la un tanto amarga certeza de su partida, aun así no podía dejar de sentir, a manera de corazonada, que quizá acaecía en sus emociones y en su pensamiento algo desconocido para él.

—Es una bonita piedra —sonrió, acariciando con su índice la iridiscencia azulina del cuarzo e intercalando sus roces en lo erizado de la piel de su pecho—. Fue un bonito detalle, el que te lo diera.

—Sí. —Arqueó sus labios en una sonrisa vaporosa, dejando perder su mirada en el movimiento de aquellos dedos blanquecinos que le entibiaban la piel—. Me dijo que me quedara con Orgullo y prejuicio, y además me regaló el secreto de su nombre —confesó en el gesto poético de bajar su mirada—. Me gustó conocerlo ¿sabes? Fue algo extraño, pero me agradó.

— ¿Te dijo su nombre? —Timothée le miró extrañado, elevando ligeramente una ceja—. Vaya, sí que le agradaste. —Dejó escapar el aire de una risilla—. Tanto tiempo llamándole por su apellido. Ya había olvidado que tenía un nombre.

—No entiendo por qué tanto alboroto por un nombre —reclamó reprimiendo una carcajada— ¿Es cierto eso de que es solo porque no le gusta?, es ridículo. Debe haber algo más.

—Nunca subestimes los complejos ajenos, Cloe —señalo con cierto tono de reprensión—. Cualquier podría decir que tu excesivo miedo al océano también lo es. ¿Y por qué siento que eres tú la que le está dando más importancia a su nombre de lo que él lo hace? —inquirió burlesco Timothée.

El arrullo de una carcajada tamborileó en las paredes de la habitación, sorprendiendo al joven que se quedó algo pasmado observando la singular reacción de Cloe. Ella tuvo que llevarse una mano al pecho para intentar calmar su risa, sintiéndose en ello incapaz de resolver la razón detrás de su exageración porque ciertamente, no había nada de gracioso en las palabras de Timothée; de hecho, no dejaban de guardar matices de verdad: desde la tarde del día anterior que el nombre del chiquillo no dejaba de revotar en las paredes de su conciencia, trastornándole a pizcas su tranquilidad y alunándole el buen sueño. Y quizá fue eso lo que le hizo soltar esa carcajada ciega, una suerte de risa histérica que le sonrojó las mejillas y humedeció de sudor las palmas, de esas que se liberan cuando una ha visto algo demasiado grotesco como para creérselo y siente la necesidad de soltar la bola de pena, de ira o de nervios que el suceso le ha cuajado en su interior.

El eco de su risa agudizó el silencio que hubo después y una nube de sigilo pareció arremeter contra ellos. La mirada fruncida de Timothée se impregnó en la de Cloe, fue un deslice de fisgoneo insistente que logró su cometido de hacer que sus ojos se encontraran por primera vez de manera austera luego de la tarde anterior. El corazón de la chica comenzó a palpitar acelerado y una ligera expresión de dolor invadió el rostro de Timothée.

Ambos se sumieron en una especie de letargo sensorial de aire pesaroso, sus sentidos se agudizaron y captaron como si de un hecho lejano se tratase, a la tarde cayendo en la habitación, semejante a una melodía sinuosa y oscura que penetraba desde el jardín en forma de sombra, oscurecieron los objetos cercanos a la ventana hasta llegar a completar con su lúgubre opacidad lo basto de las paredes. Perezosa y calladamente, la anochecida había desvanecido en pocos segundos los colores del cuarto, nublado la tez de sus rostros y opacado el brillo en sus ojos.

—Cloe —habló con tono firme, enredando una de sus palmas en la concavidad cálida dispuesta entre el cuello y la mandíbula de la joven.

—Timothée. —Cloe se sintió incapaz de seguir intentando controlar su pulso una vez que observó cómo la nuez de su compañero se contraía a raíz de quizá qué incómoda reflexión.

—Mañana, cuando lleguemos, sería bueno que conversáramos.

— ¿Pasó algo? —cuestionó mirándole inquieta, juntando sus manos con las de su amado que aún permanecían sosteniéndole el rostro—. ¿No quieres decirme ya?, la espera me pone ansiosa —explicó sonriendo nerviosa.

—No tenemos tiempo ahora. Y no creo que el avión sea un espacio cómodo para mantener una conversación.

La firmeza en las palabras de Timothée la estremeció, en sus ojos se cernía un brillo vitrificado que Cloe sentía que le absorbía todo la calidez de su interior y le paralizaba todos sus músculos, incluyendo el corazón. Por su cabeza pasaron un montón de posibilidades, su yo más optimista le hizo creer que quizá solo se trataba de una buena anécdota, que palabras ligeras estarían destinadas a salir de aquella boca albaricoque, pero lo cierto es que la solidez de su voz y el vidrio en su mirada le hizo desechar aquella ingenua idea al instante, haciéndola intuir que con toda probabilidad se trataba de algo un tanto más serio.

¿Y si quería terminar con ella?, ¿y si el día anterior se había percatado de que su sentir no era del todo auténtico? Ahora que estarían de vuelta...quizá él deseaba volver a esa vida que tenía antes que ella apareciera, una vida sobre la que de todas maneras Cloe no tenía ni pizca de idea.

Removió su cabeza con desvelo, no volvería a caer de nuevo bajo la bruma de aquellos pensamientos negativos que le nublaban el buen juicio. Miró a Timothée y alcanzó a distinguir que sus labios se preparaban para agregar algo, sin embargo, la voz de Nicole bajo las escaleras les alertó de su tardanza, obligándoles a sonreír y suspirar en una mueca de aceptación y a continuar con su tarea de llevar las maletas al primer piso.

En medio del ajetreo previo a abandonar la casona, que implicaba el trajinar insistente de sus progenitores al remover objetos y guardar pertenencias que habían quedado abandonadas al azar por allí entre los muebles, Cloe miraba de soslayo y de cuando en cuando el perfil de Timothée, el muchacho se movía tenaz y parecía concentrado en su quehacer de asegurar las ventanas y puertas antes de partir. Había algo en su rostro que le comunicaba que el chico no se encontraba apesadumbrado, y que por tanto la mirada que le había dado minutos atrás probablemente no había sido más que consecuencia de un malestar o inquietud pasajera.

Ante aquella certeza, su cuerpo se destensó, y hasta una sonrisa se dibujó en su rostro cuando se dio el tiempo de contemplar por última vez los rincones de aquel espacio que a su sentir no había sido más que un albergue encantado que le reveló sobre la felicidad que se anidaba en su interior, y en la que jamás creyó sino hasta que llegó allí, una cuna de ensueño a la que le había confiado la intimidad de su insomnio y el secreto de su amor.

Jamás había olido jardines tan fragantes, el aroma que expedían los árboles frutales y las flores avainilladas, la rosaleda con su tinte aloque y olores asalmonados...., jamás volvería a sentir que un lugar se parecía tanto a un refugio como aquel árbol feérico que se teñía de su pasión por Timothée, que se impregnada del color avellanado de su mirada cada vez que posaba sus pupilas en su amado mientras reposaban sus cuerpos sobre sus cimbreantes ramas, sus hojas parecían guardar el recuerdo marítimo de sus caminatas en la playa y de todas aquellas tardes que dedicaron a la contemplación del crepúsculo; el aire parecía entintado de sus besos, del color de sus vivencias y del almizcle madrugal y lunar de sus noches juntos...Era poesía, todo aquel lugar se había convertido en un poema que ella y Timothée se habían encargado de pincelar con sus letras amantes, con su tinta pasional y compañera. Su amor había sido aquel lacre escarlata que había sellado la carta de sus memorias juntos en aquel espacio de portento.

— ¿Estás bien? —Timothée se acercó a la muchacha. Le había visto perder su mirada en algún punto verduzco del jardín delantero de la casona. Las puertas y ventanas se habían cerrado a cal y canto ya, y cada miembro de la familia divagaba en sus pensamientos mientras esperaban pacientes la llegada de aquel vehículo que les acercaría al aeropuerto.

Cloe suspiró y sonrió melancólica. Dejó descansar su cuerpo en la escalinata a colores marfil y con un ademán lánguido, invitó al joven a imitarle en su tregua.

—Voy a extrañar este lugar.

Timothée pensó en consolar su nostalgia preguntándole si acaso creía que esa sería la última vez que pisaría tierra marsellesa, porque lo cierto era que él guardaba la absoluta confianza en un eventual viaje hasta allí nuevamente junto a ella, y quizá hasta sin la compañía de sus padres —con todo el compromiso que implicaba aquello—.Sin embargo, desistió de emitir cualquier comentario que pudiese espantarla, pese a la total confianza en sus sentimientos, no quería presionarla con la idea de un lejano futuro juntos.

Por lo demás, le apenó percatarse que la muchacha ni siquiera le hubo dado la posibilidad a que algo así ocurriese, sumándosele el hecho a la convicción tormentosa que le dictaba su corazón sobre que él sería capaz de doblegar cualquiera de sus criterios con tal de permanecer junto a ella, aun advirtiendo que para la obstinada Cloe las cosas resultaban un tanto más complejas.

—Y pensar que en un principio te negabas a venir, ah —jugó chocando levemente su hombro con el de la fémina a su lado.

—Quizá es tonto pero...siento que me voy de acá siendo una persona distinta a la que llegó. Me siento diferente. —Cloe le miró llevándose una de las manos a su pecho, señal de sorpresa y satisfacción. Su sonrisa contagió al castaño a su lado y este no tardó entrelazar su delgada mano a la suya, sintiéndose profundamente enternecido por el brillo seráfico que irradiaban sus ojos, que expedía la piel cálida de su mano junto a la suya—. Me siento feliz y...algo más optimista.

—Eso es bueno —comentó dándole sutiles caricias con su pulgar—. Yo también me siento diferente, y también voy a llegar algo cambiado —señaló con exagerada grandilocuencia, irguiendo su pecho y rectando su espalda.

— ¿Ah, sí? —Enarcó una ceja la muchacha—. ¿Y eso por qué?

—Porque llego contigo —susurró cerca de su oído—. Y no tienes idea de lo ansioso que estoy por conocer tu mundo, tu vida, tus gustos más banales, tus enojos más comunes y el olor permanente de tu cuerpo en las sábanas de tu cama.

Cloe enrojeció y en consecuencia, Timothée liberó una suave carcajada. La noche ya se había esparramado por cada rincón, y las estrellas colgaban del cielo como pequeñas luciérnagas en movimiento; su centelleo parecía guardar el anhelo de bajar al solar del patio para posarse sobre los ranúnculos y contagiar a las flores de su aureola llameante.

En medio de eso, con la brisa bresca removiéndoles los cabellos y la musicalidad húmeda de la luna sobre ellos, en lo hondo de la mente de Timothée se discurrían dos emociones alternas: la primera, sus ganas de besar a Cloe; la segunda: que no se entendía, Timothée no se entendía; hace nada más unos minutos que su ánimo había quedado empañado por lo que entrevió en los ojos de Cloe, apenándole y resignándose a que fuera cuando fuere, debía comentarle a la muchacha lo que pensaba; y aun así, pese a su apocamiento, le había sido inevitable no soltarle esas últimas palabras, como si fuese incapaz el muchacho de controlar su amor por ella y este opacara con creces sus sentimientos más orgullosos y temerosos.

Sin embargo.... ¿acaso eso debía sorprenderle? se trataba de Cloe, sus sentimientos siempre le terminaban dominando lo quisiese o no si tenían que ver con ella.

— ¿Puedo besarte? —preguntó Cloe. A los oídos de Timothée, aquellas palabras en su boca parecieron resquebrajadas e irreales. Y hasta un sutil dolorcillo se impregnó en su interior al escucharlas, no quería que la chica pensara en sus besos como algo ajeno, como algo de lo que debía privarse, aun siendo él consciente de que nada más lo hacía para no incomodarlo. Él no era necio, y sabía que todavía había preocupación en ella debido a la incertidumbre de esa misteriosa "conversación pendiente".

—Te amo tanto que hasta me duele que me lo preguntes, Cloe.

Un nimbo de calor se enraizó en su corazón y se dispersó como un fluido paulatino por todo su estómago, erizándole la piel y haciéndole soltar un inaudible gemido de sorpresa. Sus ojos se abrieron sutilmente, pero se cerraron al instante cuando su boca sintió la envoltura de los labios de Timothée, como si se tratase de una mariposa nocturna que llegara a batir sus alas sobre sus labios, abanicándole con su céfiro.

Fue sentir los labios de Timothée lo que le hizo notar lo mucho que le extrañaba, a él y a su boca coral. No se habían besado desde el día anterior y ahora Cloe sentía que el mundo se condensaba en lo hondo de aquel beso, en la danza tonal y rítmica de sus labios intercalándose; de pronto la brisa se detenía y concentraba en las partículas del aire la fragancia fresca del ajenjo plantado a un extremo de la casona, Cloe podía olerlo mientras besaba a Timothée, mientras percibía en sus mejillas las caricias de sus dedos y su respiración entrecortada.

Aquel beso fue para Cloe una suerte de preludio para lo que sentiría esa noche durante el vuelo, porque inesperadamente, cierta sensación de nostalgia tintada de vértigo la invadió. Recordó mientras lo besaba, la inmensa melancolía que le inundaba cuando viajaba de noche, la misteriosa sensación de añoranza que le se le atoraba en el pecho y le hacía extrañar paisajes que nunca había pisado, lugares desconocidos a los que únicamente llegaba a través de cierto tipo de nostalgia imaginativa: la imagen de una calle humedecida por el rocío madrugal, o la vista a un paisaje desolado en donde las estrellas eran lo único que agujereaba el cielo y el único atisbo de vida. Como si la huella de alguna existencia pasada llegase en forma de murmullo con las luces del aeropuerto y de los edificios cercanos a la bahía y sus puertos, a manera de suplemento ficticio de aquellas estrellas contempladas en existencias pretéritas —o futuras, quién sabrá—.

Le gustaba sin embargo, la certeza de que al menos esa noche podría compartir esa nostalgia de lo pretérito con su amado, que su mano blanda se acoplaría a la de ella y le traspasaría su añoranza y melancolía a él para que la convirtiese en un refugio cálido. Él materializaría con su cuerpo aquellas imágenes de espacios desconocidos y anhelados, su mano se convertiría en su callejuela humedecía de rocío y su voz en ese cielo estrellado al amparo de la oscuridad de un suelo llano.

"Quiero estar contigo para siempre....", escuchó que le susurraba él cuando apoyó la cabeza en su hombro dispuesta a quedarse dormida, cerca del ala del avión y con las luces citadinas de Marsella perdiéndose por la ventanilla a la distancia. Casi se podía sentir el frío del exterior a través del vidrio. La irrealidad de su sueño le impidió saber a ciencia cierta si se trataba de la voz real de Timothée, o si acaso no era más que un espejismo lejano que llegaba desde sus otras vidas, tomando posesión de la voz sidérea del rizoso.

"Quiero estar contigo para siempre, Cloe..."

Lo escuchó de nuevo, al tiempo que un húmedo besito llegaba a posarse en la somnolencia de su frente.  


*Vi esto y me acordé de Chalamet, no sé por qué. xd

Me demoré montó en actualizar uwu lo lamento, pero quedan pocos caps para el final de la historia y me estoy dando el tiempo para pensar bien un final. Espero les guste <3 gracias por todo su apoyo hasta ahora ñññ  y ojalá no haberles dejado tan confundids como en el cap anterior

¿Qué creen que querrá conversar Timoteo??

¿cómo creen que terminará la historia??

Cuéntenme y no olviden dejar su voto si les gustóo. Abrazos y besos de agradecimientoo <3 💕💕🌊🌊

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