Cap 29: huellas (maratón 🌊)
— ¿Y cómo van las cosas con Timmy? —pregunta Murphy, de cara al mar mientras observa risueño la silueta de sus amigos sumergidos en las aguas.
El vendaval resulta fresco y acuoso, hace danzar los cabellos de ambos chicos y remueve ligero las llamas a un costado de sus figuras. Cloe mira de cuando en cuando el estado de la fogata, en parte para asegurarse de que no se esparramará causando algún terrible desastre y en parte para percibir la calidez en su rostro. Por lo demás, le gusta la forma en que refleja sus líneas oscilantes en el semblante tostado del marsellés a su lado.
—Muy bien —responde suave Cloe—. Quizá demasiado —carcajea nerviosa, recordando esos incómodos pensamientos que la habían invadido durante el último tiempo.
—Tienes esa mirada melancólica que te delata —se ríe el muchacho— ¿Qué pasó?
Cloe le mira, debía admitir que su astucia y su carácter observador le atraían un poco.
—En realidad no pasa nada. Es decir, todavía no. No sé, es extraño, Murphy —termina por decir obnubilada. Ni ella entendía por qué se estaba dejando enfrascar por pequeñeces—. Había estado evitando pensar en el regreso a Nueva York porque me da un poco de susto pensar en cómo van a ser las cosas una vez que con Timothée volvamos. Es extraño, pero a veces me invade el pensamiento de que no seremos los mismos que somos acá. Sí, ya sé que suena como una tontería, pero no sé.
»Cuando has visto una huella tuya dejada previamente en algún lugar, en tu patio, en la playa, o donde sea, y la ves luego, la reconoces... ¿No sientes que ya no eres esa persona que antes dejó la huella ahí?, ¿que has cambiado?, que de alguna forma esa huella tenía un sentido porque fue parte de ese momento en que la dejaste, por lo que estabas pensando o haciendo, por el aire que corría o por la luz del sol que te llegaba...que luego de eso, algo deja de ser dentro de ti. Es como ese verso...de ese poeta, ¿cómo es que se llama?, ya no recuerdo su nombre, pero dice algo como... nosotros, los de entonces...
—Ya no somos los mismos —completa él—. Sí, lo conozco.
—Bueno, pues tengo miedo de pensar en quién seremos con Timothée cuando estemos de vuelta. Todavía me acuerdo de lo lejano que lo sentía antes, cuando recién le conocí, no quiero volver a sentirle así, no quiero sentirle como un extraño de nuevo, como a alguien distante o displicente. Eso me dolería demasiado.
Murphy escucha atento sus palabras, agacha su rostro en una mueca y deja perder su mirada en algún punto nulo de la arena.
— ¿Sabes lo que creo? —inquiere con voz reflexiva.
— ¿Qué?— Se intriga la muchacha.
—Que le tienes miedo.
Aquel inocente enunciado entumeció los labios de la fémina, que se quedó mirándole con fijeza al tiempo que percibía cómo una fuerte ráfaga de aire le elevaba sus cabellos y purpureaba su nariz.
—Creo que estás acostumbrada a pensar demasiado las cosas, Cloe. Y Timmy no es así, él es más espontáneo y simplemente hace lo que siente. Y eso te aterra. No trates de entenderlo de la manera en que intentas entenderte a ti, sólo vívelo. No sé nada de tu pasado con Timmy, no más de lo que él me alcanzó a contar, pero creo que esa distancia que sentiste fue pura invención tuya, una idea, una fantasía que te servía de pretexto para no tener con lidiar con lo que sentías por él, por alguien a quien no entendías, o que no podías entender.
La chica despegó su mirada de él, la volvió a la distancia y la fijó allí en el punto opaco desde donde divisaba con dificultad las zambullidas calmas del rizoso. De pronto sintió que le extrañaba demasiado, prematuramente.
—Me he sentido muy feliz estos días, con él. Pero cuando lo hago, no puedo evitar pensar en que la tristeza de una posible pero hasta ahora improbable pena con él será proporcional a ese nivel de contento. Es raro, nunca me sentí así antes. Nunca le temí mucho a nada... Excepto al océano....
— ¿Por qué le temes al océano?
—Porque es impredecible. No puedo controlarme en él, no puedo controlar nada cuando estoy allí —advirtió—. No sé si estará calmo, no sé si me arrastrará, si será agradable o...
—Y aun así estás aquí, de noche, a oscuras, a solo unos pocos metros del mar y estoy seguro de que no tendrías problema alguno con ir ahora a sumergirte allá. —Le hizo notar—. Estás enamorada, Cloe, por primera vez sientes que no tienes el control de tus emociones, y eso te hace sentir vulnerable, es normal. Eres harto calculadora y fría, eh.
— ¿Por qué lo dices? —cuestionó risueña, de pronto se sintió tremendamente alivianada con sus palabras.
—Porque piensas las cosas con esa precisión y esa anticipación que lo único que hacen es delatar que intentas no dar ningún paso en falso. No seas cruel con tu corazón, déjalo vivir en paz y si tiene que sufrir, entonces dale esa chance.
— Parece que tienes experiencia con estas cosas, ¿estás seguro que no tienes treinta años? —bromeó.
Desde el momento uno en que lo había conocido, las palabras del chico no habían dejado de agitar su conciencia. Había sido testigo del ego y la altanería de un sinnúmero de compañeros de universidad que no hacían nada más que alardear sobre su supuesta capacidad reflexiva y naturaleza exclusiva, cuando en realidad no se trataba más que de unos sosos intentando dominar con sus falacias a quien quiera que tuviese la mala fortuna de acercárseles. Murphy era distinto, el chico podía mostrarse como el sujeto más insulso, callado y sosegado, pero guardaba una espíritu tremendo, un poco extraño, pero inofensivo.
—No. Solo que me parezco a ti con eso de prestarle una atención obsesiva a los detalles—le sonrió—. Y bueno, hace algún tiempo tuve una mala experiencia que me hizo recapacitar.
— ¿Te enamoraste también? —abrió los ojos sorprendida—. ¿Y qué pasó?—cuestionó, con ese aire de curiosidad innata que irradiaban a mares sus ojos.
Sin embargo, antes de que pudiese responder, entrevieron en medio de la lobreguez de la orilla la silueta de Alicia acercándose a ellos de manera imprevista, ingenua la chica a lo confidente de las habladurías de ambos.
—Creo que no es momento para hablar ahora —se sonrió nostálgico, en un susurro ahogado—. Pero...esa persona... ya no está. Y créeme, nunca me había arrepentido tanto de algo, de no haberla disfrutado solo por dejarme incomodar por mis rebuscados pensamientos.
¿Ya no está?, ¿qué querrá decir con eso?, ¿acaso...? Ay...Ciertamente, fuera cual fuera la razón detrás de las palabras del marsellés, Cloe no dejaba de sentir que su pecho se contraía, había vislumbrado en su mirada perdida y melancólica el reflejo de un pesar profundo y sabía que seguir ahondando en el tema podría ser algo demasiado osado. Por lo demás, la presencia de Alicia aunque agradable, había trizado a pizcas la burbuja confidencial que habían formado sus palabras compartidas.
Cuando el rumor de la marea rompiendo contra las rocas y el arenal a unos metros de ellos se intensificó, Cloe despertó del aturdimiento en que le había dejado la conversación, se llevó inconsciente una dedo a sus labios, como si con ello lograra menguar el súbito anhelo que crecía en su pecho: deseaba a Timothée, quería verlo, tocarlo, sentirlo, percibir la amplitud de sus manos sobre ella, la sedosidad de sus labios en su cuello, en sus mejillas, donde fuera, de pronto se sintió demasiado afortunada de poder tenerlo allí, tan cerca.
Advirtió que la marea estaba subiendo, que el susurro del oleaje aumentaba en intensidad, que entonces ya debía ser de madrugada. La madrugada....la madrugada ya no tenía sentido por sí misma, la madrugada ya no tenía sentido para ella sola...no tenía sentido si no era junto a él, si no estaba él, ahora eran sus madrugadas. Así que se irguió repentinamente de la arena, captando la atención de ambos jóvenes a su lado. Su mirada se inquietó buscando a Timothée en el mar, caminó con premura en dirección a las olas, recibiendo en su cuerpo el rocío gélido de los envites de la costa, como si ésta le estuviesen dando el paso para que escudriñara en las partículas de su ventisca húmeda la posible silueta negruzca del castaño.
Y entonces lo vio, con la mitad del torso desnudo sobresaliendo del mar, con su rostro en su dirección, con sus ojos expectantes y melancólicos mirándola a la distancia. Los labios de Cloe se entreabrieron, su pecho agitado le pedía a gritos aspirar y despedir el aire con constancia, se deshizo de su suéter con indiferencia, no le importaba donde quedaba, quería llegar donde estaba él, necesitaba sentirlo.
Y así, se apresuró ensimismada, como hechizada, completamente encantada, hacia el mar.
Era curioso lo que ambos sintieron, fue como si hubiesen estado perdidos en algún remoto espacio del océano y se hubiesen reencontrado imprevistamente, sobre todo para la joven, que ni siquiera recordó que si no quería volver empapada a la casona debía despojarse no solo de su suéter sino también de su vestido. La quimera de su amado le había eclipsado, nublado su raciocinio, las palabras de Murphy le habían espantado, lo quería, pensaba mientras nadaba para reencontrarse con él, no importaba si moría de hipotermia, si la acuosidad de sus emociones le ahogaba o si sufría de un colapso su pecho al tener que soportar tamaño cambio de temperatura, no importaba...no importaba si sucedía con él, la muerte no le importaba si acaecía junto a él, o por él.
— ¡Timothée! —exclamó, a unos centímetros de su cuerpo, como pidiéndole a gritos que se acercara, que no se fuera, que se quedara, que le ayudase a fluctuar junto a las olas y no a ir en contra de ellas... de él...
—Cloe...—habló extenuado él, rodeándola con sus brazos una vez que llegó a ella después de haberse apresurado a la orilla cuando le vio fundirse en el cerúleo del mar.
La chica rodeó su cintura con sus piernas, tomando su rostro entre sus manos mientras le miraba palpitante, con sus ojos exaltados y con su cuerpo convulso, Timothée lo sentía, lo pudo percibir cuando la sostuvo posando una de sus manos en sus glúteos temblorosos y con la otra su espalda empapada. Sintió la prominencia de su columna vertebral entre sus dedos, la forma en que el vapor de su boca le condensaba el agua salobre sobre sus labios y la manera en que neblina frígida de sus cabellos mojados llegaba hasta él, haciéndole anhelar como nunca el cobijarla entre sus brazos, en su piel, en el hueco entre sus rizos y sus clavículas, entre sus sábanas cálidas...mierda, cómo la quería.
Separó sus manos de su cuerpo y las llevó hasta su rostro, acercándolo hasta él, aferrando sus dedos bajo la piel helada entre sus orejas y su cuello.
—Te quiero, Cloe...Te amo—liberó jadeante, adolorido, como si lo hubiese mantenido allí atorado en su pecho, entaponado, encasillado durante toda su vida, como si aquel momento hubiese estado destinado a ser de ellos, destinado a aquellas palabras, a ese tono quejoso con que lo dijo, como si hubiese sido la primera vez.
Cloe llevó las manos al pelo del rizoso, ese cabello húmedo, empapado, que caía destilando en aguacero por su cuerpo a lunares ocres, jazzeros. Jaló sus rizos con delicadeza, quería hacerle erguir su rostro de manera que su nariz escultórica quedase mirando a los cielos, quería contemplar los hoyuelos rasgados de su nariz y que sus labios quedasen entre abiertos para poder amordazarle con los suyos.
El vaho cervecero del aliento de Timothée le humedeció la nariz, los labios, la fundió en su bocanada agridulce amalgamada a lo salino de su océano...y entonces le besó, lo besó con ganas, con ansías; sus labios se perdían en su lengua, él había abierto toda la boca, dios...su boca...., sintió sus manos recorriéndole el cuerpo, sus respiraciones aceleradas y cierto tipo de rasguño suave que las uñas del castaño dejaban en sus caderas a causa de lo atarantado de sus movimientos sobre su piel.
—Ya sé, Timothée. —señaló, manteniendo sus labios rozando los suyos. No quería separarse de él—.Ya sé cómo podemos hacerlo.
Timothée tardó unos segundos en comprender lo que decía, pero cuando lo hizo lo embargó una súbita emoción, estaba feliz, feliz de que lo hubiese recordado, y emocionado por la certeza de que esta vez había sido ella quien le había ido a buscar, había sido ella quien después de uno de esos momentos jaspeados de cierto tipo fino de resquemor se había lanzado al mar de sus brazos, irreflexiva, imprudente y descarada.
Se reprendió inconsciente por haber puesto en duda los sentimientos de su amada, fue extraño, pero ese impulso que vio en ella desvaneció cualquier matiz de duda que había dejado en él la languidez de su carácter, así que le tomó del rostro y volvió a besarla, ahora para sumergirla junto a él en la profundidad de las aguas, percibiendo la presión de las olas envolviéndoles de pie a cabeza, ondulándoles el cabello, dispersándolos al compás de la marea madrugal. Abrieron sus ojos bajo el agua durante unos pocos segundos, percibiendo la caricia de sus pieles abrazadas, envueltos en su totalidad por aquel chal de lino esmeralda propio de las aguas nocturnas.
Y entonces Cloe al fin entendió el significado detrás de esas palabras que alguna vez, en una madrugada distante y remota, había leído en la soledad silente de su habitación:
En cambio yo, bajo un mar encrespado
me hundí a abismos más profundos que él.
Espero hayan disfrutado esta pequeña maratón 💕🌊 si así fue no olviden dejar su voto y comentar lo que les pareció! 🖤
¡Muchas gracias por todo su apoyo, recuerden protegerse y mantenerse a salvo !
Cuéntenme: ¿creen que Cloe y Timothée tendrán un final feliz?🙄
Y lo otro, ¿alguien más tiene problemas con subir gifs a las historias? uwu
Un abrazoooo <3
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