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Cap 19: apresada

Claire Laffut - Étrange Mélange

                                                                            ✩✩✩

Era un lugar fresco, flamante y sereno aquel. La casona ocupaba el corazón del terreno, con su color crema opaco, con sus puertas y ventanas de una madera fina pero con aires vetustos, guardaba la huella del paso de los años en cada diminuta grieta, en cada rincón empolvado y en cada vidriera a pizcas endeble por el soporte de ánimos exaltados y voces lejanas de quizá cuánta gente que llegó a pasar el tiempo veraniego allí en años anteriores. Sin embargo, lo cierto es que se apreciaba bien cuidada, la pulcritud y la claridad casi incandescente que emanaba lo pintaban claro. Cloe no podía dejar de imaginarse al castaño removiéndose por todo el lugar de pequeño, siendo iluminado por los rayos del sol mientras corría entre las rosas del jardín —quizá vestido de cupido—, entre las enredaderas y árboles frutales que embadurnaban el aire de su fragancia fresca y dulce, la misma que Timothée parecía guardar en cada rincón de su cuerpo, la misma que se colaba por los recovecos de la ventana de su habitación fusionada con el aroma de la brisa marina nocturna. Le encantaba, de vez en cuando le asaltaba el pensamiento de que así debía sentirse estar dentro del muchacho, en el refugio de su corazón deseoso de aventura, pero templado, lozano y rozagante.

Timothée tenía razón, la parte trasera del jardín permitía no solo la vista al despliegue del mar allí abajo en las lejanías, sino que también permitía su acceso. En uno de los extremos del jardín se erguía un imponente portón de hierro negruzco, bien estético a decir verdad con esas formas curvilíneas en los bordes y en el centro a manera de enredaderas floreadas, ese diseño de ensueño que parecía sacado de una película de Tim Burton o de Guillermo del Toro. Más allá del portón, se extendía un angosto camino de tierra que bordeaba el acantilado sobre el cual yacía la casona, un sendero que tenía su fin allá abajo en las cercanías de la arena humedecida por el mar. La estreches de la senda no impedía sin embargo el paseo de dos cuerpos juntos y su terrosidad tampoco dificultó la germinación de unos cuantos árboles que se esparcían por los bordes, concediéndole al camino una sombra gratificadora, cómplice del ocultamiento de quizá cuántos posibles secretos.

Aun así, pese al encanto del que gozaba todo el lugar, había uno particularmente apreciado por Cloe y Timothée. Se trataba de un árbol, un gran árbol erguido con imponencia en la parte trasera del jardín, a un extremo del portón y de vistas al océano. Su tronco prominente y grueso, delataba a través de sus cientos de anillos unos años considerables; sus ramas, igual de voluminosas y firmes, permitían la extensión de cualquier cuerpo sobre ellas, el reposo de cualquiera que con el anhelo de ausentarse, se dispusiera a enredar su cuerpo en el corazón de sus ramas pardas y hojas aceitunadas. Es justo allí en donde yacen nuestros queridos protagonistas ahora, ambos posicionados en las alturas de una rama firme y de vistas a ese mar desparramándose en las lejanías, protegidos del sol costero del mediodía por un cúmulo de hojas cerniéndose sobre sus cabeza, siendo azotados por las tenues ráfagas de aire que llegan a ellos desde el horizonte. Timothée mantiene apoyada su espalda en el tronco y deja caer sus pies a la suerte del éter a los costados de la rama, y es que la largura de ésta está ocupada por las piernas desnudas de Cloe, cuya espalda descansa en el torso del chico mientras sus ojos se encuentran concentrados en la lectura de ese libro que al fin, después de tanta mezcolanza y vorágine, tienen la oportunidad de comentar: el túnel.

He pasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No solo imágenes: también voces, gritos y largos silencios de otros días. Es curio...

— ¿Crees que ella lo amó? —interrumpe el rizoso.

— ¿María? Claro que lo amó —se apresuró a responder ella—. Imposible que de otra manera alguien tenga la voluntad de soportar tanto tiempo a un sujeto tan despiadado.

—O quizá sentía pena por él.

Cloe esbozó una mueca mientras ceñía inconsciente su rostro, pensativa.

—Sí, bueno..., es posible. Era bastante bondadosa a decir verdad. —Se quedó unos segundos mirando un punto fijo en el horizonte, con su semblante un tanto ausente mientras Timothée contemplaba la forma en que el destello luminoso de un haz de luz solar se infiltraba por entre las hojas y diafanizaba sus ojos avellanados.

Cloe descansó su cabeza en el pecho de Timothée, apoyó su libro en su regazo y en un suspiro, giró su rostro hacia la casona mientras cerraba sus ojos, quería inhalar el aire fresco, dejarse encantar por su dulzor amalgamado a la fragancia amielada que irradiaba el cuerpo de Timothée. Él rodeó su cintura con sus brazos, apretujándola todavía más a él, haciéndola soltar un quejido suave ante su tacto, el eco de sus labios le hizo retozar el pecho al castaño, así que apegó su nariz al cabello de la chica, hundiéndola allí, empapándose de ella.

En una mirada fugaz alcanzó a divisar sus piernas extendidas, cubiertas solo hasta la mitad de sus muslos por la tela a matices translúcida de su vestido, y entonces sintió la imperiosa necesidad de cerrar sus ojos, hacer viajar su nariz por su cabello y acariciarle con la punta hasta llegar al lóbulo de su oreja mientras le besaba su piel con delicadeza, quería llegar hasta su cuello. Percibió al instante cómo el cuerpo de Cloe comenzaba a retorcerse con ligereza, con disimulo y discreción, conteniéndose.

— ¿Nunca te has visto maquinando como lo hacía Juan Pablo? —le susurró al oído Timothée.

—Creo que no, nunca he sentido celos enfermizos. O al menos no hasta ahora. —Se giró Cloe para mirarle—. ¿Y tú?

—Tampoco he sentido celos enfermizos. Pero sí me he visto sacando conclusiones descabelladas. Y eso es lo más terrible una vez que lo lees.

— ¿Que por mucho que duela aceptarlo siempre vas a empatizar al menos un poco con el desvarío del personaje?, ¿aunque sea un infame? Sí, también lo sentí —agregó Cloe.

—Es muy inquietante.

Se quedaron unos segundos en silencio, reflexivos, amalgamando sus respiraciones templadas y serenas, hasta que Timothée llevó sus manos cerca de los bordes dorados de las piernas de Cloe. Allí, con cierta discreción, comenzó a rozar su piel con la yema de sus dedos, removiéndole a pizcas su vestido, levantándolo. Cloe se sonrío con sigilo, despegó su vista del castaño y bajó sus ojos para contemplar sus dedos acariciándole, esos dedos..., tan largos, tan níveos, tan deliciosamente suyos, ansió morderlos, morderle la piel de sus manos, morderle a él, a todo él, entero. Percibió una bola de fuego incipiente en su centro, sabía que en cualquier momento se desplegaría por toda su piel, enardeciéndola, enloqueciéndola de su tacto.

Enfocó sus pupilas amantes en el azul del cielo fusionándose con el mar más allá de lo blanquecino de las manos de Timothée, cerró sus ojos a fin de concentrarse en el momento, lo cierto es que resultaba un tanto gracioso verse en esas: pegados el uno al otro, ella con sus ojos ocultos intentando guardar en su piel y en su memoria cada uno de sus roces, mientras era acariciada con una suavidad inquietante por las manos amplias de ese chiquillo que se afanaba a su cuello, sumergiendo sus labios en él. Cualquiera que les viera así no tardaría en concluir que eran una pareja de jóvenes enamorados, embriagados de pasión, yacientes en lo profundo de esa irresponsabilidad en la que solo caen esos seres cegados por el afecto.

Pero lo cierto es que no lo eran, que habían llegado allí desde hacía tres días y todavía no se habían besado después de aquella última vez en el atardecer de la playa, que se habían sentido enteros durante todos esos días pero Cloe aún suscitaba esa conversación que tanto esperaba Timothée, aquella en donde le escucharía decir que ya no tiene trabas con su pasado con Lucca y que le quiere, que le desea tanto como él a ella, tanto como él a su rostro juvenil y resplandeciente, a sus ojos avellanados embadurnados por la luz escarlata del atardecer, que le quiere con él, en el acaecer del crepúsculo y en el anochecer alunado, por las mañanas en el alba, por la tarde en el turquesa de las aguas, por las noches...por las noches en la ternura ardiente de su cama, anhelante de ella.

—Timothée —le despierta Cloe.

—Cloe.

— ¿Puedes continuar leyendo lo que sigue?

—Claro —responde un tanto turbado, él quería seguir palpándola.

—No dejes de acariciarme. — Le mira con el rostro ceñudo Timothée, confundido—. Quiero escucharte leer mientras me tocas.

Timothée le observa con fijeza unos segundos, sus ojos opacos por la sombra de las hojas expresaban un ardor inconmensurable a la vez que una ternura desbordaba. Sentía que Cloe estaba siendo demasiado para él, que le atiborraba la mente con sus peticiones, ¡que le desparramaba entero!, ¡lo que hubiese dado por leerle mientras se lo hacía!

Se limita a asentir él con un movimiento de cabeza. Cloe toma el libro entre sus manos para facilitarle la labor a su compañero. Lo deseaba mucho, deseaba a mares —literalmente, quizás— escuchar su voz grave, rasposamente dulce, leyendo las páginas de su libro mientras a la vez le otorgaba el placer sublime de sentir el tacto de sus dedos. Esa voz junto a ese tacto, en ella. ¡Lo que hubiese dado por escucharlo leerle a ella mientras se lo hacía!, ¡o después!, ¡o antes!, ¡pero a ella!, mientras se lo hacía...

Cloe es consciente de que su vestido ahora solo le cubre una mísera parte de su entrepierna, y entonces se siente estremecer cuando le asalta el pensamiento de que los roces del muchacho le grabarán en su piel aquellas palabras que palpitantes saldrán de su boca, impregnando el sabor de sus labios en ella en forma de letras...., dulces, cálidas, etéreas.

Es curioso—comienza Timothée—, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que algunas veces me traerán la melancolía y la nostalgia...El mar está ahí, permanente y rabioso. Mi llanto de entonces, inútil; también inútiles mis esperas en la playa solitaria, mirando tenazmente al mar,  ¿Has adivinado y pintado este recuerdo mío o has pintado el recuerdo de muchos seres como vos y yo?



El castillo de If, ese había sido el destino de las familias para esa calurosa tarde. Cloe había sentido una ligera sensación de deriva cuando supo que la edificación se encontraba en una mísera isla a unos pocos kilómetros desde la costa de Marsella, temiendo lo peor: el desmayo, el soponcio, el vértigo. Pero lo cierto es que nada de eso había ocurrido, al parecer su buen ánimo opacó con creces la posibilidad de un eventual caos en ella, y se sintió hasta orgullosa cuando llegaron a tierra isleña y ella no mostraba ni pizcas de malestar.

Timothée le contemplaba embelesado una vez que tuvieron que quedarse esperando solos a una orilla a que sus padres llegasen de ir a disponer sus cosas a seguridad. Ella se encontraba apoyada en el concreto helado de una de las paredes del castillo, mirando hacia el precipicio la forma en que las olas rompían contra las rocas húmedas, derribando a los pequeños cangrejos que inútilmente intentaban salir a la superficie. Le gustaba ver cómo el viento removía con ligereza su vestido, a su cabello desenvuelto y tostado a matices por los rayos de sol, sentía que casi podía ver la manera en los haces de luz traspasaban su piel suave, otorgándole a su cuerpo esa tonalidad ocre que tanto le emanaba ella cuando estaba cerca —la misma que le a ella sus pecas y sus lunares, pero claro, él no lo sabía—.

Cloe despega su vista del precipicio para pillarlo mirándole, le sonríe en un gesto inconsciente, y es que le encanta ver la forma en que se le cuela por entre los rizos la brisa y la fragancia salobre del mar, resplandeciéndole. Parecía llegar como un manto que le cubría a todo él, a sus ropajes anchos, a ese polerón negro que hace resaltar su figura esbelta, recalcándole los huesos de la espalda y las articulaciones de sus codos, ese polerón...que siempre la llamaba al delirio, que le había llamado al delirio desde aquella primera, y última vez —para desdicha de ambos—, en que se habían acostado.

— ¿Qué es lo que me miras tanto? —Se acerca Timothée, jugando a que le encara.

Cloe mira a esa media sonrisa en su rostro, al gesto congénito de sus ojos juguetones, a sus labios sonrosados por el aire y a su piel blanquecina, a pizcas sonrojada, quiere besarlo, apretarlo con todas sus fuerzas, hundir su nariz en su ropa y jalarle del pelo, desordenarle sus rizos, empujarlo a la...

Y entonces, como si una ola arremetiese contra ella y contra su mente sensible, de pronto siente que ya no puedes más, que está decidida, que se siente en demasía encantada y que no puede soportarlo más, que lo hará. Le dirá que está preparada para estar con él, que se siente enternecida, porque sabe que durante esos días que aunque cortos, no han hecho más que dedicarse a ellos, a conocerse, tal y como ella se lo había pedido, ¡si él hasta dibujos suyos le había mostrado!, habían leído juntos, conversados sobre sus vidas, reído de sus desgracias...Sí, se lo dirá, ya era hora, no importa nada más ¡le quiere!

— ¡Timmy!, ¿eres tú? —Les sobresalta la voz de una chica.

— ¿Dana? —Abre sus ojos Timothée—. Dios, no puedo creerlo. ¡Ha pasado un montón! —le abraza eufórico el castaño, sorprendido.

Cloe mira la escena un tanto inquieta, no sabiendo si asociarlo a la repentina interrupción que le asaltó los nervios o a la curiosidad súbita que la invadió al ver el rostro de aquella bella chica, ¿quién sería?, se preguntó en esos cortos segundos antes de que el castaño las presentase. Tenía acento francés, su semblante demostraba astucia y poseía unos ojos inteligentes de un intenso color marrón, parecía un tanto mayor que ellos, pero no demasiado, o en realidad, es solo su ropa la que le concede un carácter maduro, terminó por concluir Cloe.

—Mis padres están en la fila ¿quieres venir a saludarlos? —parecía emocionada la chica.

—Claro que sí. —Comenzó a moverse ansioso el castaño— .Cloe, ¿vienes?

—Está bien, esperaré a nuestros padres, no quiero que nos perdamos —se excusó, esbozando una sonrisa afable.

Cloe vio a Timothée alejarse con despreocupación, con esa ligereza de cuerpo que ya no recordaba se encontraba en él. De pronto se sintió ligeramente incómoda, y tuvo que voltear su rostro hacia las lejanías a fin de que las ráfagas de aire le pegaran con fuerza en el rostro, lo sentía ardiente.

Intentó inhalar el aire y exhalarlo, quería intentar tranquilizar a su estómago que súbitamente le había comenzado a doler, como si de pronto un golpe invisible hubiese ido a parar allí, debajo de su corazón y sobre su centro. Ciertamente, había sentido un algo, o en realidad... lo vio. Hubo algo en sus miradas, en sus lenguajes corporales que le hizo atisbar un vínculo previo, fuerte o no, no tenía idea, pero estaba allí, en medio de ellos, lo sabía, era buena observadora y para su desgracia, cargaba con el peso de una intuición quizá demasiado buena.

Timothée no volvió.

Los ojos de Cloe viajan alicaídos por las paredes grises del castillo, paredes frías, opacas, vacuas, se había enterado hace pocos minutos que aquel castillo desamparado, a la suerte del romper de las olas y de las tormentas invernales, en el corazón de una isla solitaria, insignificante, solía ser una antigua prisión, pudo advertirlo en las ventanas enrejadas cuya dureza parecía guardar las huellas de unas manos aprisionadas, aferradas con afán al metal helado a fin de observar por entre sus recovecos alguna mísera pizca del azul del cielo, a fin sentir a matices la experiencia de la vida condensada en una gota de agua marina.

Cloe escuchaba a murmullos los comentarios de los progenitores delante de ella, completamente ajenos a su sentir. Percibió el susurró del océano bajo sus pies y se espantó ligeramente, el material pesado y las dimensiones angostas de las habitaciones lúgubres hacía del sonido de las olas rompiendo contra las paredes en el exterior un verdadero espectáculo de ultratumba, un sonido sumamente tétrico, profundo y ensordecedor. En una oportunidad alcanzó a sentir un haz de luz solar diáfano infiltrándose por el recoveco de una de las rejas, se acercó, haciendo que su luminosidad le acariciara los ojos, como si con ellos fuese a lograr derretir a pizcas ese frío glacial que se había comenzado a formar en su interior, entumeciéndola, estancándola. De pronto se sintió en demasía enturbiada cuando la idea de que su interior comenzaba a albergar la misma opacidad y las misma frialdad que esas paredes le nubló la mente.

— ¿Cloe? —la voz dubitativa de una chica le espantó a sus espaldas.

Cloe se volteó, dudosa al sentirse un tanto incapaz de recordar los rasgos faciales de aquella chica, pero luego lo logró, ese cabello bermejo no era fácil de olvidar, menos en la situación en que le había conocido. Era la pelirroja, la única chica que se había comportado decente con ella esa vez del altercado con Derek.

—Hey...—contesta algo insegura Cloe.

—Lo siento, sé tu nombre porque... bueno, ya sabes, Timothée nos lo decía. Soy Alicia —le estrechó la mano la muchacha.

Lo cierto es que a Cloe no le causaba mala impresión la muchacha, había algo en su semblante que develaba un carácter auténtico y discreto, contrario a lo que alcanzó a percibir en esos chicos con los que antes le vio, ¿estaría con ellos?

—Un gusto. ¿Estás sola o con...?

—Oh no —se apresuró a señalar la muchacha—, ya no estoy más con esos chicos, nunca fueron de mi agrado. Estoy con mis padres. —Señaló a dos adultos mayores que sorprendidos comentaban una de las tantas atracciones del lugar—. ¿Y tú?

Cloe sintió la imperiosa necesidad de preguntarle la razón detrás de su distanciamiento con los muchachos, pero desistió de aquella idea a fin de no parecer entrometida, de todas maneras no le conocía para nada.

—También. Bueno, con mis padres y los de Timothée —esbozó una ligera mueca, delatándose.

—Ya veo...—le miró con ojos entrecerrados Alicia—. ¿Sabes? podríamos hacer algo una de estas noches, salir por allí a tomar algo. En realdad estoy sola en Francia y sería bueno tener algo de compañía femenina. Ya sabes...

Cloe ni siquiera notó la sonrisa que se dibujó en su rostro al escuchar esa propuesta, sus pupilas comenzaron a resplandecer imprevistamente, como si su mente hubiese salido del letargo en el que la había dejado la ausencia de su compañero. Si bien no podía dejar se sentir una ligera desconfianza por la chica, tampoco podía mentirse con que aquello no le alegraba un tanto, ciertamente nunca había compartido demasiado tiempo con otra fémina, siempre había sido solo Lucca, así que se sintió harto emocionada ante la idea de compartir un trago con Alicia, evidenciándole su ansia la soledad latente que había comenzado a apresarla quizás de hace cuánto tiempo atrás.

—Claro —respondió ligera. No quería mostrarse en demasía emocionada ni tampoco decaída cuando a su mente llegó el pensamiento de que quizá Alicia lo hacía por mera cortesía.

Intercambiaron números y ambas siguieron sus respectivos caminos, el recorrido estaba llegando a su fin y ahora el pecho de Cloe se encontraba fuertemente contraído, se había percatado que un calor extraño comenzaba a acoplarse en forma de nube evanescente allí en el centro de su estómago, desplegándose por todo su torso y enrojeciéndole las mejillas. Estaba agitada, tan agitada que ya ni concentrarse en las palabras del guía podía, se encontraba como obnubilada, nublada su mente y contraído los músculos, sentía que su vestido que aunque holgado, le ceñía su torso y a su silueta frágil, tiñéndola de cierto sabor amargo que le dejaba la incertidumbre de la ausencia del castaño ¡lo odiaba! Odiaba sentirse así ¡tan a la deriva! Acomplejada y sin entender ni idea de la razón de su congoja —o quizá no quieres aceptarlo, Cloe—.

— ¡Hey! —Llegó saludando sonriente Timothée a la salida del lugar, justo cuando hubo anochecido. Ya todo había acabado y solo restaba embarcarse para llegar a la costa—. Lo siento por no permanecer con ustedes, estuve con Dana. Tiempo sin verla. —Abraza a su madre mientras le besa corto en la cabeza.

— ¿Dana? —Sonríe agraciada Nicole—. ¿Tu primera novia? Por dios, ya ni me acordaba de ella. Timothée estaba loco por esa chica cuando tenía dieciséis años y veníamos a pasar el verano a Marsella ¿lo recuerdas, cariño?—carcajeó, dirigiéndose a Marc.

—Y ella estaba terriblemente acomplejada porque le llevaba por dos años. —se burla el padre.

— Son mis padres ¡Ya paren de avergonzarme!—camina Timothée adelante sin dejar de esbozar una sonrisa graciosa, bufón.

— ¿La volverás a ver? —curiosea Marc.

—Es posible, vino a pasar las vacaciones a casa de sus padres.

Así que sí era mayor...Cloe se ve en la obligación de quitarse el suéter que le cubría de la brisa nocturna, siente que su piel arde y casi logra ver el color azafranado como emergiendo de su cuerpo, irradiando un calor tórrido que sentía germinar desde su hiel, precipitándole el pulso de su corazón y dejándola consumirse en sutiles temblores ¿qué le pasaba? De pronto se siente presa de una molestia inusitada, sus manos sudan frío y su cuerpo se mueve inércico. Ni cuenta se dio cuando ya estaba embarcada en el bote que les llevaría a la costa, sentada a un lado de Timothée y de frente a sus padres, con su vista pegada en el océano fluctuante a unos centímetros bajo ella, envuelta por la tonalidad azulina de la noche centelleante.

—Lamento haberte dejado sola. —Habla con suavidad Timothée a su lado, llamando su atención— ¿Te aburriste mucho?

—Para nada. —La voz de Cloe suena flemática, pero la sonrisa en su rostro, aunque forzada, impide que nadie allí note su agitado malestar, es consciente de lo buena que es ocultando sus emociones, no quiere parecer quejumbrosa ante el resto.

El movimiento fluctuante del bote provoca que la piel de su brazo desnudo roce la piel descubierta del codo de Timothée, sumergiéndola en su añoranza por él, en el anhelo de sus emociones por su cuerpo suave y por su fragancia frutal, por sus lunares tostados... así que se ve en la obligación de entrelazar sus manos inquietas y dejarlas descansar en su regazo, quiere eliminar esa sensación dulce de su cercanía; y es que siente una barrera incipiente entre ella y sus emociones por el castaño, estancándole, desequilibrándola, enfriándole la mente, a su corazón amante. Dirige su vista hacia el castillo ahora lejano a la distancia, las olas siguen rompiendo contra sus paredes opacas, entumeciéndolas, volviéndolas gélidas; y entonces al fin se percata de la semejanza entre ella y las almas pululantes dentro del castillo: siente su cuerpo igual de aprisionado que aquellos seres invisibles encarcelados en ese ajeno e indolente lugar, inmóvil a causa de la fluctuación de sus emociones que se disputan entre la disyuntiva de dejarse llevar por su mente calculadora, o bien por sus latidos pasionales. 

No saben lo gratificante que fue escribir un cap después de estar días enteros transcribiendo  del latín al español 🙃

¿Qué creen de Timothée y la nueva aparición? ¿estará exagerando Cloe? 🙄

¡¡Espero hayan disfrutado!! y cuéntenme cómo lo sintieron y no olviden dejar su voto si les gustó 💕💕🌊

Abrazos y mucho ánimo con la vida en cuarentena :) 💕

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