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Cap 18: clavículas menguantes

The Weeknd - A Lonely Night

✩✩✩

La costa de Marsella al sur de Francia había sido ocupada hace unas cuantas horas atrás por el crucero que arribado en el lugar, dejó en su destino a aquellas familias que habían optado por continuar sus vacaciones en Francia. Nuestros protagonistas y sus respectivos padres no eran la excepción; así que conscientes de su destino Timothée y Cloe habían decidido la noche anterior despedirse juntos de esos lugares que fueron tanto testigo como potenciadores de sus más tiernos y vehementes impulsos, sintiéndose tocados por una sensación particular de nostalgia y melancolía que les empañó cuando fueron conscientes de que tendrían que dejar el lugar. Les sorprendió mucho percatarse de que atesoraban en sus interiores tamaña sensibilidad, pero sin embargo, no dejaron que la pesadumbre se les colara por los poros en demasía, porque el hecho de saber que el viaje continuaría y que seguirían juntos en la travesía, era suficiente motivo como para que menguara con creces aquella imprevista sensación de añoranza que les dejó la despedida del crucero.

—No me mires así, Timothée —Cloe sonríe cohibida, moviendo su cuerpo ligero al ritmo de la música.

— ¿Por qué no? —señala ladino, tomándole de la cintura para hacerla girar sobre su propio eje y retenerla en sus brazos, dejándola de espaldas a fin de que su trasero danzarín le rozara su pelvis.

Y es que allegados al lugar y dejado el equipaje junto con todas sus pertenencias en una vetusta pero bien mantenida casona, herencia de la familia paterna del muchacho, resolvieron junto a sus padres y pese al cansancio del viaje, que lo más sensato era salir a recorrer las costas de la playa a fin de encontrarse con alguna de las muchas entretenciones nocturnas de Marsella. Después de mucho deambular, más que nada por el placer de respirar ese aire flamante, fresco y nuevo del éter del litoral francés, se adentraron finalmente en uno de esos tantos bares con luces fluor que a pocos metros de la orilla seducían hasta el ser con el alma menos hedonista.

A lonely night, baby girl I loved you on a lonely night...—susurra Timothée en su oído.

Cloe se muerde los labios sin poder dejar de esbozar una sonrisa, percibiendo el tacto de sus manos en sus caderas, sus rizos en uno de los extremos de su perfil y sus labios en el lóbulo de su oreja, el rostro del chico está hurgueteando ahí en ese sector de su cuello en suma sensible, mientras le roza el traste con cada movimiento. Se siente dichosa, acalorada como nunca, el vodka que ha estado bebiendo mientras baila con el castaño no pasa desapercibido ni en su cuerpo ni en su mente entusiasta, extasiada de él y del goce que le concede verse allí pasando un buen rato juntos. Y lo cierto es que estar al tanto de que a solo unos metros más allá se encuentran sus padres compartiendo unos cuantos tragos en una de los mesones del bar, impidiéndoles la vista hacia ellos solo el tumulto de gente que se esparce alrededor, no hace más que agregarle una cuota de adrenalina a sus impulsivos ánimos, incentivando todavía más ese jueguito sutil y ardiente entre ellos.

—El coro de esta canción nos hace justicia, ¿no lo crees? —Le molesta Cloe.

Timothée la voltea de vuelta hacia él al instante, lastimándole la separación de la espalda de la chica con su torso, y es que la cercanía de sus cuerpos en esa pose gozaba de una suavidad y sutileza enardecedora, deliciosa.

—Esperemos que no por mucho tiempo —sonríe juguetón, arrastrándole hacia él desde las caderas, quería sentirla cerca, bailar más apegados.

Cloe le mira un tanto enternecida, las luces verdeazuladas del lugar traspasan su rostro, concediéndole cierto aire enigmático y en demasía provocativo. Siente que podría besarle allí mismo, envolverle el cuello con sus brazos, permitirle a sus manos gráciles el viaje por su cintura hasta hacerla humedecer con el simple palpitar de sus dedos rozándole la piel, imaginar cómo en medio de aquello, los destellos que se despliegan por el lugar envuelven sus cuerpos descubiertos y sensibles, evocar la imagen de algún haz verdemar iluminando el roce de sus bocas, de sus labios amantes, concediéndole a sus besos un posible gusto marítimo, algún sabor salobre. Pero no, recuerda la petición que ella misma le hizo la noche anterior y se resiste, se contiene pese a sentir el dolor quemante de la imposibilidad en todo su cuerpo.

— ¿Vamos a la playa? —propone él con voz desesperada, agitada, mientras le mira con intensidad, con sus ojos opacados por cierto tipo especial de anhelo, el anhelo de verse a solas con ella, en la destemplanza de sus sentimientos, arrojados a la impulsividad de sus pieles.

— ¿Ahora? —le susurra Cloe mirándole pasmada mientras mantiene sus manos apoyadas en el pecho del castaño, haciendo que sus dedos nerviosos jueguen con ese collar plateado tan suyo, el mismo que ha visto tantas veces enredándose sobre sus clavículas prominentes, suaves, mordisqueables...

Mierda, Cloe.

Descalzos caminaban ambos corazones por la orilla de la playa, hundiendo sus pies en la arena cálida embadurnada del aire veraniego francés. Sus pasos ligeros develaban el temple animoso a la vez que calmo que inundaban sus cuerpos compañeros, reposados de tanto andar inhalando el aire salobre y fresco de la costa. Habían caminado un buen trozo ya, dejando atrás los acantilados sobre los cuales reposaban aquellas amplias casonas y cuyas luces exteriores eran la única causa de la iluminación de los alrededores playeros, así que ahora, en la ausencia de aquella iluminación y ya totalmente adentrados en la soledad de los rincones costeros, rodeados de la vegetación de los humedales que aparecían de cuando en cuando, podían contemplar el océano en completa oscuridad extendiéndose allá en las lejanías. El único foco de claridad tenue que permitía que ambos pudiesen apreciar la silueta de sus rostros y el gesto congénito de sus ojos, era la presencia de la luna menguante que yacía en el firmamento allí en las alturas, iluminando a trazos a las líneas espumosas y blanquecinas del oleaje que rompía con ligereza en las orillas.

Cloe le contemplaba a su lado, en silencio mientras ambos miraban el vaivén de las aguas, le encantaba sentir que su cuerpo estaba siendo rozado por la misma brisa oceánica que le envolvía a él, a ese cuerpo esbelto, tan ligero en movimiento que la chica pareció sentir que la materialidad de su piel era la misma que constituía las moléculas del éter desplegándose alrededor de ella, igual de cálida, sedosa y cobijadora. Le gustaba la forma en que sus brazos se extendían con despreocupación en los extremos de su cuerpo mientras sus pupilas apreciaban el horizonte, un tanto perdidas, reflejándose en ellas esa luna pequeña con forma de uña, dotándolos de una esteticidad embriagadora: sus ojos en ese momento eran el reflejo del mar, su color eran las aguas y el reflejo de la luna en su pupila la luna misma.

— ¿Quieres entrar? —propone él en un susurro ronco, sin dejar de mirar a las lejanías.

— ¿Ahora? —cuestiona un tanto inquieta—. No veremos nada.

Cloe recuerda aquella vez en que cegada por sus emociones revueltas se adentró en las aguas de las costas de Italia, sintiéndose estremecer ante la rememoración. Sin embargo, ahora era distinto, porque no había ningún faro iluminándoles, ninguna luz más que la diminuta luna apenas perceptible. Pero no importa, Cloe. Está Timothée.

— ¿Y acaso eso importa? Estamos juntos, nada te pasará —le mira.

El cuerpo de Cloe palpita, se siente incapaz de leer el significado en esa mirada que le ha dado él, sus ojos eclipsados por la oscuridad nocturna del momento poseían un aire recóndito, tan enigmático que Cloe por poco teme al verse en la imposibilidad de descifrar lo que guarda en ellos. Así que se limita a aceptar en un movimiento de cabeza, mientras le observa con sus pupilas fijas y sus labios entreabiertos.

Timothée no espera ni un segundo para comenzar a desvestirse, el centro del estómago de Cloe siente un ligero ardor cuando su fragancia corporal le llega a los orificios nasales a causa del movimiento que hace cuando se deshace de su ropa. La fémina dirige instintivamente su mirada hacia los boxers de Timothée, única prenda que le cubre su piel desnuda, en una mirada fugaz atisba su miembro erecto, y entonces prefiere no pensar en ello—aún—, y limitarse a imitarle, quedándose finalmente solo con sus bragas y su sostén a fin de que le proteja sus pezones erectos de la brizna de la sal que llega a enrojecerles, a quemarles —de la misma forma en que le quemaba ver a Timothée en esa fachada, ¡incapacitada para hacer nada!, ¡sin siquiera poder acariciarle con el eco de sus dedos!.

—Bien, ven acá. —el castaño la carga en sus brazos, pasa una de sus manos bajo sus rodillas y con la otra le sostiene de la espalda.

Cloe suelta un pequeño grito de sorpresa cuando siente su cuerpo elevarse al ritmo de la fuerza del rizoso, le mira risueña y termina por enredar sus brazos en su cuello a fin de sostenerse mejor. Timothée siente el aire cálido que irradia la boca risueña de su compañera allí cerca de su cuello mientras camina en dirección a las aguas, baja su mirada hacia ella, le está mirando enternecida, y entonces se siente invadir por unas ganas irracionales de besarla, de comerle la boca en medio de ese cuadro romántico del que son parte. Se ve la obligación de despegar su mirada de la fémina y redirigirla hacia el frente, apretando con dureza su mandíbula y odiando a matices a la muchacha por hacerle contenerse de esa manera.

— ¿Está helada? —Cloe alcanza a divisar las piernas del castaño ya completamente sumergidas mientras el roce de una que otra gotita le humedece sus piernas desnudas.

—No realmente —sonríe él—. Una vez que estemos completamente hundidos no querremos salir porque vamos a sentir el aire más helado que la misma agua del océano —explica mientras le acaricia la espalda con la yema de sus dedos níveos.

Y era cierto. Timothée logra que ambos cuerpos se adentren en la orilla de las profundidades, a una distancia lo suficientemente considerable como para que ninguno de los dos alcance la arena con sus pies. La tibieza de las aguas era tal que por primera vez Cloe no siente que el pecho se le apretuja a causa de su piel entumecida, y es que por lo demás, la marea gozaba de una templanza casi preocupante, como si se estuviese preparando el océano para la llegada repentina de una tormenta.

Sin embargo, Cloe se sentía cómoda allí adentro, con el agua cubriéndole hasta el cuello mientras su cuerpo se aferraba con esmero a la piel cálida de Timothée, como si fuese su cuerpo el verdadero foco de irradiación calórico que templaba las aguas. Le gustaba sentir la manera en que sus manos le toman de los muslos a fin de hacerle más cómoda aquella posición en la que ella estaba: con sus piernas rodeándole la cintura, con sus manos sosteniéndose de su cuello y con su torso mojado pegado al de él.

—Invitarte a entrar conmigo fue la mejor excusa que se me ocurrió para tenerte cerca —le confiesa Timothée en un susurro dolido, intensificando con sus manos, en un movimiento acuciante, la posición de la entrepierna de la chica en el bulto de su pelvis.

Cloe escucha la voz de Timothée un tanto ahogada, aspirada, como si de pronto su cuerpo entero se hubiese convertido en un suspiro, uno que se fusionaba con el eco del vaivén de las aguas que envolvían sus cuerpos fluctuosos. Todo su alrededor estaba en penumbras, lo único que se divisaba era el manto azulino oscuro del mal cerniéndose junto a ellos, parecía que estuviesen en medio de un naufragio, perdidos en el corazón de un mar desconocido, solos, a la deriva de los peligros del abisal, en el núcleo del susurro oceánico siendo su musicalidad lo único que acompañaba al murmullo jadeante de sus bocas compañeras, al soplo ahogado que salía de sus pechos inquietos, unidos, aunando el baile de sus cabellos azotados por la brisa que les embadurnaba de sal, sumergiéndolos todavía más en el ensueño de ese lugar irreal. Era una fantasía estar ahí.

—Cuéntame de ti, por favor —pide Cloe, con el llanto de la emoción en la voz. Se sentía ligeramente conmovida, sin tener idea de porqué.

Apoyó la mitad de su rostro en el hombro del castaño mientras envolvía con sus brazos frágiles a su cuello, quería escuchar el latido de su corazón impulsivo, quería sentir la sinfonía del oleaje en su totalidad, porque sí, ella la sentía defectuosa, inacabada, fragmentada sin el escuche de los latidos del corazón del chico.

— ¿Qué quieres que te cuente? —pregunta él con una voz tan entrañable que Cloe siente que podría dormirse escuchándolo.

— ¿Quién eres lejos de este lugar?, ¿quién eres allá en Nueva York?, ¿tienes amigos?, ¿novia?

Timothée carcajea con discreción, siente que de lo contrario su voz sonaría como un estruendo allí en medio de tamaña templanza.

—No tengo novia, eso es lo primero. —El pecho de la chica siente un repentino aflojamiento. Le tranquiliza escuchar esa respuesta—. Tengo amigos, sí, algunos. —Le acaricia el cabello—. Quizá en algún momento puedas conocerlos.

— ¿Cómo son ellos?, ¿son como tú?, ¿por qué estás aquí y no vacacionando con ellos?

—Vaya, sí que eres curiosa —se sorprende Timothée, bajando su cabeza para mirarle, le ve con la cabeza apoyada en su hombro, con los ojos cerrados y con sus labios que apenas se abren cuando habla, atisba que Cloe pronto se quedará dormida en esa posición, maravillándose ante la idea de que el intrínseco temor al mar de la chica está menguando con creces, o al menos lo suficiente como para mantenerse allí a la espera de un buen sueño—. A decir verdad no somos muy parecidos, pero los conozco hace muchos años así que más o menos estamos acostumbrados a nuestras presencias. Y creo que por eso mismo no estoy con ellos ahora, ya he compartido muchas vacaciones y además disfruto pasar tiempo con mi familia.

—Entiendo...—susurra Cloe, sintiendo sus párpados cada vez más pesados.

— ¡Hey!, no te duermas aun —le sonríe él, moviéndole ligeramente—. También quiero saber de ti: ¿tienes muchos amigos?, ¿qué estudias?

—No tengo amigos, Lucca era el único. —Cloe se yergue abruptamente, despabilando, aunque sin dejar de aferrar su cuerpo al del castaño—. Y estudio Lenguas Modernas, quiero ser profesora.

—Wow —se hace el sorprendido—. Tienes el carácter.

— ¡Hey! —Le propinó un leve golpecito en el hombro—. ¿Y tú?

—Diseño creativo, me gusta dibujar.

— ¿De verdad? —frunce su ceño Cloe, sorprendida.

—No somos tan distintos como pensabas, ves.

— ¿Y dibujas de todo?, ¿dibujas gente?—La voz de Cloe luce turbada, su mano se mantiene cerca de sus labios a fin de ocultar alguna imprevista reacción de suma sorpresa, pero claro, ya es demasiado tarde.

—Sí, a veces—carcajea mirándole agraciado el castaño—. ¿Por qué?, ¿acaso quieres que te dibuje?

—No, claro que no —responde de inmediato Cloe, meneando su cabeza con afán en son de negación, con miedo de que el muchacho haya leído en sus ojos expresivos su vanidoso deseo.

Cloe hace el ademán de alejarse de su cuerpo, de pronto se siente en demasía atolondrada, sus mejillas arden y agradece a la oscuridad por hacerse su cómplice al ocultarle su sonrojo, pero atisba que hay algo más que le ha dejado un tanto aturdida, y que su reacción no es únicamente a causa de esa vanidad que le hace anhelar con fervor que pase desapercibido el deseo de que el muchacho la convierta en uno de sus dibujos.

— ¿Dónde vas? Aun no termino de saber todo lo que quiero saber de ti. —Aferra sus manos con afán a los muslos de la chica, impidiéndole alejarse.

Era extraño, fue algo que ambos sintieron, los dos percibieron esa chocante sensación muy dentro: era la sensación de los ajeno que se coló por sus poros cuando se vieron conversando de algo tan lejano a ese momento, de lo advenedizo de sus vidas en ese otro continente, en esa otra ciudad llamada Nueva York en la que difícilmente se proyectaban juntos cuando la mayoría de sus momentos hasta ese entonces habían ocurrido allí, en el espacio surreal de un crucero atravesando el atlántico, en la ensoñación de un cuarto azulino escarchado por la luna y el polvo de estrellas, en la ilusión etérea, en el portento de una noche solitaria, verdeazulada y cálida en las costas europeas.

Así que Cloe, un tanto desesperada por desarraigarse de esa inclemente sensación, le observa con detenimiento, como su buscase en sus ojos un posible refugio, ¡algún consuelo por haber sentido aquello! Nota que él tiene su rostro ligeramente tenso, y quizá demasiado cerca del suyo, él también le está mirando con detalle. Cloe siente el soplo de su respiración agitada pegándole en los pómulos, y entonces maldice a los cielos en el pensamiento porque siente que su petición de la noche anterior le está costando más a ella que a él.

No puede evitar observar la forma en el agua corre por su piel, por su torso, por su pecho mojado, húmedo, por sus clavículas, volviéndolas luminosas cuando la luz de la grácil luna en el firmamento se refleja en el agua que yace allí en medio de la concavidad que generan los huesos de sus clavículas. Quiere morderlas, siente que las ganas imperiosas de pasar sus labios y su lengua por ellas le carcome el pecho, le consumen el estómago, le hacen perder el equilibro de su cuerpo, volviéndolo trémulo, tembloroso de deseo.

De pronto, como si la naturaleza quisiese informarle que no era la única desbordándose, siente entre su entrepierna el bulto ahora más notorio y endurecido de su compañero, incitándola, llamándola al derrame de sus pieles. Su corazón empieza a latir con fuerza cuando es su cuerpo el que toma las riendas del asunto y se decide por comenzar a menearse sobre él, estimulándole, estimulándose. Divisa a Timothée cerrando los ojos mientras suelta un inesperado gruñido que convirtiéndose en un eco desesperado se despliega por todo ese aire atiborrado de la neblina generada por las gotas marinas. Timothée no puede evitar tomar todavía con más fuerza los muslos de Cloe, y de un momento a otro, como si la mismísima marea le hubiese hecho deslizar su cuerpo irreflexivamente, acerca su rostro al cuello de Cloe, besándole con delicadeza, a manera de dejar un pequeño camino de besitos mojados desde el lóbulo de su oreja hasta sus clavículas.

Timothée escucha los suaves quejidos de Cloe y la manera en que su cuerpo se tensa ante el tacto de su miembro en sus pliegues, maldice suavemente en el oído de Cloe, porque la sola idea de saber que lo único que separa sus genitales palpitantes es una mísera pieza de tela, encima delgada, le atiborra los nervios, le hace perder la poca cordura que le queda. Cloe no se queda atrás, también se siente en suma excitada escuchando el sonido que hacen los labios de Timothée en su cuello, el sonido de su lengua fundiéndose con el del oleaje que les hace menearse al ritmo de sus impulsos, la humedad que el chico ha dejado no solo allí en la piel de su cuello sino también en sus pliegues íntimos.

—Dijiste que querías saber algo más. —Intenta la muchacha despabilar, jadeante, aferrando su mano al pelo del castaño que le acaricia el pecho.

Timothée se detiene, con todo el dolor que le concede su amor pletórico y su pasión perpetua por la muchacha, se detiene, separa sus manos de sus muslos y le concede la terrible posibilidad de separar su centro de su pene erecto, yergue su rostro para mirarle a los ojos, acariciarle los labios con sus dedos finos, blanquecinos, y para correr ese mechón de pelo húmedo que le opaca a matices uno de sus entrañables ojos avellanados.

—Sí —sonríe enternecido. Le mira con fijeza y le acaricia el rostro antes de soltar cualquier palabra, para luego, después de un suspiro sonoro, continuar—. ¿Te has enamorado alguna vez?

El corazón de Cloe salta desenfrenado, su pecho se contrae, moviéndose de manera intermitente, como si su corazón estuviese ansioso por asomarse, huir de esa piel que le tenía como aprisionado. Sus labios se entreabren y consciente de que su voz saldría ligeramente quebrada, cristalizada, se decide por responder.

—No....no lo sé, Timothée —señala no muy segura, pese a que sus ojos le revelaban al castaño lo que su voz no podía decir ni su boca articular—. ¿Y tú? —Sus pupilas viajan de un ojo del castaño al otro, ansiosas.

—No lo sé, Cloe...—responde de la misma forma, y entonces Cloe puede advertir en su voz y en su mirada lo mismo que él antes en la suya.

Timothée la abraza, repentinamente, hunde su rostro en su cuello y sus brazos se enredan en toda ella, resguardándola, conteniéndola a ella y a sus emociones revueltas, a su alma hambrienta, deseosa de él. Cloe siente que su cuerpo rodeándole le concede una seguridad inefable, pese a lo menudo de su cuerpo siente que hasta del peor golpe le salvaría, amparándole todos sus rincones. Palpa que el pecho del castaño late con la misma fuerza que el suyo, ambos están siendo víctimas de la misma sensación, de la misma emoción, del mismo gesto velado que protege a sus consciencias temerosas de lo evidente de su enamoramiento, y es que lo saben, pero sus cuerpos, como petrificados, impiden la germinación del valor que necesitan para decirlo, del valor necesario para materializarlo en las palabras y no solo a través de sus pieles.

Una vez de vuelta a la casa ya bastante entrada la media noche, en medio de la penumbra silente del pasillo en que se encontraban sus habitaciones, para su fortuna —o para tortura de ambos, no lo sabemos— bastante juntas, los chicos se despiden, el vaho suave de la brisa aún les envolvía, concediéndoles una templanza y un aflojamiento a sus cuerpos que por poco les hace ceder y motivar a como dé lugar la consumación de sus deseos. La imagen de sus pieles durmiéndose juntas, enredándose en la suavidad de unas sábanas desconocidas y cálidas mientras la ventisca fragante del mar llega hasta sus narices llenándoles de frescura y del anhelo aletargante de un despertar juntos, no pasa desapercibida en sus corazones, y lo cierto es que tienen que hacer un esfuerzo casi sobrehumano, doloroso, para no sucumbir ante sus sentidos.

Cloe se adentra en esa habitación desconocida en la que tendrá que pasar el resto de sus vacaciones, su cuerpo se siente tan ligero y cansado a causa del agua impregnada en su cuerpo que ni siquiera se da el trabajo de conocer los recovecos del cuarto; sin embargo, su mente se aviva en cuanto ve una nota sobre la colcha que cubre la amplia cama destinada al abrigo de sus sueños:

Perdidos en el océano amoroso que tú eres, bañados en el torrente de tu éxtasis... La noche en silencio bajo muchas estrellas, la orilla del océano y la ola ronca  y  susurrante, cuya voz conozco y el alma que se vuelve hacia ti...

T.C

Un quejido de exaltación se apodera de sus labios, sus manos comienzan a temblar y su estómago a palpitar, la sensación de un contento desmesurado le arranca la piel, le ofusca la mente, le consume. Conoce bien esos versos, "La última vez que florecieron las lilas en el huerto" es el poema al que pertenecen, Timothée ha tomado los versos de Whitman para dejárselos plasmados en una nota, con esa letra curvilínea tan suya, alargada e inclinada ligeramente hacia delante, como él mismo. Le encanta, ama sentir que él también le ha leído, que mientras más conoce lo que le deleita más cautivada se siente por él, más lo desea, más le quiere, le quiere vorazmente....Una sonrisa instintiva se dibuja en sus labios, sonríe aún más cuando el pensamiento de que ha sido pintada allí por el mismísimo pincel de Timothée le enternece, se siente dichosa, más afortunada que nadie cuando es consciente de que tendrá a ese chico por un buen puñado de días más a su lado, dejándola a ella a la suerte de sus notas armónicas, eufóricas de él y de sus emociones por ella.

¡Y hasta aquí el cap! espero les haya gustado tanto como a mí escribirlo 🌊 no se olviden de comentar cómo lo encontraron y si acaso esperan algo 💕💕💕 Por favor voten si les gustó y quieren que continué 

Ahora.....¿¿¿Cómo encuentran que se ve Timoté rapado??? personalmente encuentro se ve todo ricooooo  😏🤭🔥

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