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Cap 10: el velo de la noche

—En cambio Ofelia es inconcebible entre las llamas y tuvo que morir entre las aguas, porque la profundidad del agua representa la profundidad del hombre; el agua es el elemento mortal de los que se han perdido dentro de sí mismos, en su amor, en sus sentimientos, en su locura, en sus espejos y en sus remolinos; en el agua se ahogan las muchachas de las canciones populares cuando su amado no regresa de la guerra; al agua se tiró Harriet Shelley; en el Sena se ahogó Paul Celan—leía en susurros la concentrada Cloe, extendida bajo sus sábanas.

Eran las dos de la madrugada y la chiquilla no sentía ni un atisbo de sueño sino extrañamente despierta, y no sabía si asociarlo a la adrenalina que la inundó durante todo ese día por alguna razón inexplicable (Timothée y sus fastidiosos y aniñados jueguitos) o si sencillamente era a causa de lo atrapada que la mantenía la lectura de La vida está en otra parte.

Esa noche, leyéndolo, había por fin descubierto el acertijo de Timothée, y es que el chico, por alguna causa desconocida, había decidido tomar dos versos de dos poemas distintos que excepcionalmente aparecieron en la narración de la historia. Y aunque sabía al menos de donde los había sacado, lo que le tenía por poco los sesos reventados era no saber la razón detrás de que haya escogido esos versos y no otros, y sobre todo: ¿por qué decidió quebrar con la armonía de los poemas originales para fragmentarlos y armarse el suyo propio a fin de plasmarlo en la nota que le dejó a ella?, simplemente no entendía a qué quería llegar Timothée con ello. Bufó frustrada, percatándose de que nuevamente la imaginen de Timothée aparecía en su cabeza, como si ya no hubiese sido suficiente con tenerlo todo el día al lado de ella persiguiéndola, fastidiándola. Ash, lo detestaba.

De pronto, se sintió terriblemente consternada recordándolo, o quizá se sentía molesta consigo misma por no poder evitarlo, por percatarse que pese a haber intentado alejarlo de su mente el chico logró lo que tanto deseaba: llamar su jodida atención. Y no, no podía seguir pensando en ello, no a esas horas, no así, así que agitó su cabeza a fin de desechar su imagen y concentrarse nuevamente en el párrafo que acababa de leer.

Pero como si el cosmos estuviese en su contra, el volver a leer ese hermoso fragmento no había hecho más que dejarle con una inquietud incluso mayor, porque en tanto pasaba su mirada por cada grafema de aquel párrafo, era su interior el que parecía encogerse, como si le estuviese dando a entender que se veía reflejado en aquellas palabras, que de alguna u otra manera, aquel corto pero intenso párrafo era en parte, y solo en parte, la explicación de su tan temible temor al abismo del océano, a ese turquesa que puede ahogarla a una hasta perturbarnos la mente y el cuerpo, hasta aprisionarnos el alma de tal manera que corta la respiración y nos deja caer en un estado de profundo delirio y ceguera.

Aquella idea le atiborraba los nervios, pero lo sintió todavía más cuando la asoció a Timothée y a que casualmente él había sido el que había puesto aquel libro entre sus manos; él, que con esa manera de pararse frente a ella por poco le generaba un delirio tan parecido al que había leído en esa frase, él con esos ojos que...mejor ni lo pensaba.

Mierda, jodido Timothée, pensó para sí. Si hubiese conocido antes a alguien como él probablemente sabría cómo manejar el asunto, conocería sus maneras, conocería el porqué de sus formas, actitudes y demases, y ya no le causaría tanto rechazo porque lo entendería, pero era tan jodidamente extraño a sus ojos, tan ambiguo, con esas formas suyas de cambiar de semblante tan repentinamente como si no pudiese quedarse quieto nunca ni siquiera con sus jodidos estados anímicos. Ya no sabía cuándo hablaba enserio y cuando no, simplemente no sabía leerle y aquello le hacía rechazarle con ganas, ¿o es que acaso eso le hacía temer? ¡No, claro que no! ¿Temerle a qué? ¡já! Si nada más era que no acostumbraba a no entender a las personas, siempre les había sacado el rollo a quien se parase frente a ella, su carácter observador además de su ferviente amor por la lectura y los dramas interpersonales, le habían hecho —a sus ojos— una experta en leer a la gente, pero él...demonios, con él simplemente no podía.

Dejó un libro al lado, ya le estaba resultando imposible concentrarse, así que inhalo aire, lo exhaló y se dispuso a intentar llamar a Lucca, aquello le tranquilizaría como nada en ese instante, quizás a esas horas resultaría más fácil teniendo en consideración que menos gente intentaba comunicarse.

— ¿Lucca?—susurra emocionada, sorprendida de que haya funcionado al primer intento.

— ¡Cloe!—carcajea el muchacho tras el teléfono—, ya creía yo que no volveríamos a hablar sino en tantos días más. ¿Qué haces despierta a esta ahora? ¿Estás teniendo problemas de sueño?

—No, no. Intentaba leer pero me ha costado concentrarme, así que... me decidí por llamarte e intentar volver a la conversación que tuvimos en la tarde—explicó cerrando con fuerza los ojos, como intentando borrar de su mente la razón de aquella abrupta interrupción.

Escucha la risa alegre de su querido a lo lejos, le gusta saber que se contenta de hablar con ella, y de saberse en la certeza de que cuando vuelvan a verse se darán todo el cariño y el apoyo que les ha resultado difícil entregarse ahora a causa de la distancia.

—Sí, de hecho eso te iba a preguntar ¿te llegó el oleaje o algo? Porque se escuchó como si una avalancha arremetiera contra ti, Cloe—señaló burlón.

—Algo así, fue el molestoso de Timothée que me tiró un balde de agua encima—respondió con rapidez, olvidando su objetivo de no volver a esbozar su imagen ni siquiera en palabras.

Escuchó un silencio rotundo del otro lado, y por primera vez atisbó que quizá Lucca podría confundir las cosas, pero ¿por qué? Nada había cambiado desde la última vez que le habló de él. ¿Por qué de pronto sentía esa duda que causaba en ella la preocupación de que su novio malinterpretase el asunto? Tampoco es que se le hubiese declarado o algo, simplemente fue otra de sus tantas ineptas bromas.

— ¿Lucca?—llamó la atención del chico.

—Sí, te escucho.

— ¿Pasa algo?—cuestiona, sintiendo cómo el color le sube a las mejillas y el corazón le comienza a palpitar con fuerza. Pero qué mierda, piensa.

—Sí, Cloe, la verdad es que sí—señala de manera rotunda—, estoy intentando recordar si ha habido alguna conversación en que no me hayas mencionado a Timothée, y honestamente creo que no.

—Ay, Lucca. No digas eso, es Timothée, está ahí siempre cargándome con alguna de sus pesadeces, no es nada más que eso.

Le escuchó resoplar con fuerza. Sabía que era difícil que él demostrara en demasía su molestia, se caracterizaba por su carácter en extremo sereno y comprensivo, todo lo contrario a... ¡Qué mierdas estaba pensado! Bueno, Lucca solía ser muy recatado y paciente cuando algo le molestaba, a menos claro, de que fuese algo que le inquietara harto.

—Está bien, Cloe—le escucha suspirar con fuerza—, pero ya, cuéntame, ¿Qué has estado leyendo?—cambia repentinamente su voz, dispuesto a conseguir un buen ánimo, a olvidarse de su preocupación.

Pero ella, que sabe que adentrarse en ese tema probablemente le cause a su chico un bajón quizá hasta más profundo que el que acababa de tener, no puede, a diferencia de él, intentar dejar a un lado su nerviosismo.

—La vida está en otra parte.

— ¿Lo conseguiste? No puedo creerlo, qué genial, Cloe.

—Sí, está genial—suelta con tranquilidad, esperando la pregunta.

— ¿Y cómo lo obtuviste? ¿Fue en alguna librería de Cos?

—Algo así, sucede que este monstro tiene de todo, hasta una librería. Y allí estaba, vergonzosamente costoso, evidentemente; pero fue un regalo—se queda en silencio, con la esperanza de escuchar una respuesta afirmativa del otro lado, pero el chico al igual que ella peca de ingenuo y espera que ella continúe, incapaz de intuir la razón de su silencio, porque si él hubiese captado la señal, entonces se habría limitado a responder algo para evitarle a la chica la incomodidad de soltar de nuevo su nombre, porque no, Lucca no era un insensato. Sin embargo claro, no logró hacerlo— Un regalo de Timothée—finaliza en un suspiro, rendida.

El silencio tajante del otro lado vuelve a emerger con fuerza, y se hace insostenible para ella, para ambos. Así que escucha con resignación y con cierta sensación de desamparo cómo la voz de Lucca informa con desgano: Tengo trabajo que hacer mañana, intentaré dormir. Descansa, Cloe.

Se queda mirando un punto fijo cuando escucha el sonido que le señala que Lucca ya no está presente, sintiéndose profundamente inquieta, no entendiendo en qué momento todo había comenzado a tomar un cariz tan confuso. Ni ella entendía qué diablos estaba pasando, pero sentía algo en su pecho, una especie de mal presagio que le hacía entrar en calor de solo sentirlo. Así que, dispuesta a salir de allí y percatándose que esa noche no parecía ir por buen camino, decidió levantarse, tomar su tabaquera, ir por un copa de vino a la cocina y salir a la terraza con el único objetivo de calmar su desasosiego, de tranquilizarse y así eventualmente poder inmiscuirse en el desconocido mundo de los sueños.

Abre con cuidado el ventanal que la separa de la terraza, viste únicamente su camisa de dormir cuyo largo deja su piel al descubierto desde la mitad de sus muslos, así que siente la brisa marina recorrerle casi todo el cuerpo, colársele por el vestido y hacerle estremecer hasta las entrañas; pero no le importa, quizá sentir un poco de frío también le ayude a dejar de maquinar tanto, así que tampoco se decide por ir a buscar sus zapatos y sencillamente sale a pie descalzo.

Se decide por ir del otro extremo de la terraza, y allí, aunque con cierta precaución, aferra su mano libre a la barandilla y contempla el lejano y velado horizonte, es un lúgubre, opaco, negro y a causa de ello ininteligible paisaje el que se extiende ante sus ojos, lo único que logra ver es el tenue centelleo de las hileras curvilíneas de las diminutas olas que conforman el oleaje nocturno del medio del océano, un destello propiciado por una que otra lámpara aún encendida en alguna desconocida y lejana habitación del crucero.

Así que en medio de aquel escenario, enciende su cigarrillo sintiendo el sutil meneo del navío bajo sus pies, observa la pequeña llamita que emerge de su encendedor, y así, ocultando su cigarrillo de la ráfaga marina, logra dar el primer respiro de humo, percibiendo el despliegue de éste en todo su interior, sumergiéndola en una tranquilidad absoluta.

Mira su cigarrillo cuando lo saca de sus labios y se percata que antes de irse a dormir no había quitado de su rostro el maquillaje, que aunque escaso, si no lo hacía podía dejar su rastro en forma de imperfecciones en su piel, ¿cómo lo nota? Porque su labial carmesí ha quedado impregnado en los bordes del filtro de su cigarrillo. Aquello carece de importancia para Cloe o en realidad, al parecer, le gusta, porque le concede otro tipo de delicadeza a la belleza estética del humo despedido de sus labios, otro tipo de finura a la ahora manchada copa de vino tinto que decide tomar y cuyo contenido genera que un calor abrasador le recorra el cuerpo, equilibrando con ello el aire helado que, aparte de enfriarle la piel, le removía con esmero su cabello.

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—No sabía que fumaras—escucha una voz grave y clara tras suyo, tomándola desprevenida, haciéndola dar un sutil salto.

Cloe voltea su rostro, aunque innecesariamente, porque sabía de antemano de quien se trataba. Le ve allí, frente a ella, apoyado en una de las paredes, con sus brazos a la espalda y únicamente vestido con un short y una camisa anchas, prendas que Cloe asume constituían su pijama. ¿Llevaría ropa interior bajo esos aparentes delgados shorts? Se pregunta la curiosa Cloe ¡Já! Cómo si eso tuviese alguna importancia, se dice rápidamente, evadiendo aquellos disparatados pensamientos.

—Tranquila, no he venido a molestar. Es sólo que vi una silueta a través de la ventana de mi habitación, que también da a la terraza como la tuya, y lo siento, pero no pude evitar querer venir a ver de quien se trataba, así que...aquí estoy. Pude haber mirado a través de la cortina pero... por ahora no me pareció demasiado buena esa idea.

Cloe sintió un repentino cosquilleo en su estómago recordando la vez en que ella le había visto a él a través de la cortina de su habitación, desnuda. ¿Estaría teniendo él el descaro de olisquear en aquel bochornoso tema? No, claro que no. Sólo debía ser una coincidencia.

—Mmmm—murmura en forma de asentimiento, dirigiendo su vista nuevamente hacia el infinito y oculto paisaje del océano y el horizonte.

— ¿No me vas a espantar?—curiosea, acercándose a la barandilla a solo unos centímetros de la chica.

— ¿Acaso serviría de algo?—sostiene, dándole un sorbo a su copa, esa copa que sostenían sus finos dedos, los mismos dedos que escondían en sus pliegues aquel confortable y blanquecino tabaco.

Ve de soslayo la mirada fija de Timothée sobre ella, parecía querer atrapar cada movimiento de su cuerpo, cada ráfaga de viento sobre su cabello, cada viaje que hacían sus labios en el aire hasta alcanzar la copa de vino o el que hacían de vuelta desde el filtro de su cigarro hasta que se cerraban en su acostumbrada postura entreabierta.

— ¿Qué pasa? Estás tensa—inquiere el muchacho.

Cloe levanta los hombros en señal de indiferencia, por supuesto que no le contará lo que le pasa, aunque pensándolo mejor, quizá serviría de algo mencionarle a Lucca, concederle un poquito de culpa a ese extraño muchacho a su lado.

—Es Lucca—señala con simpleza, dejando escapar un atisbo de melancolía y recriminación.

Lo escuchó soltar un suspiro fuerte, visibiliza a penas cómo él deja de mirarla y lleva su vista hacia al frente al mismo espacio negruzco que ella, apoyando sus codos en la barandilla y extendiendo hacia atrás sutilmente su parte trasera, dejando apoyar su cuerpo entero en sus piernas ahora ligeramente arqueadas a fin de propiciarle una mejor comodidad.

— ¿Lo amas?—suelta él con brusquedad, despegando su mirada del infinito y posándola en ella. Como si hubiese estado preparándose para hacerle esa pregunta mientras mirada hacia allá.

Su mirada era tan fuerte que Cloe tuvo que concedérsela, tuvo que mirarlo porque no soportaba sentir que la miraba así, tan intensamente, tan enigmático y rígido. Le vio con sus pupilas oscuras y con su semblante tenso, casi lograba ver a través de su piel la forma inconsciente en que comprimía su mandíbula.

Parecía incómodo, desazonado pero implacable, y es que prefería mil veces demostrar su molestia de otras maneras a decirle explícitamente con palabras lo mucho que le fastidiaba la idea de Lucca en su vida, que estuviese allí entre ellos, que le interrumpiera cuando trataba de llamar su atención, que fuese él el motivo de que ella saliese a las tantas de la madrugada a fumarse un tabaco y a beber de una copa de vino, que fuese Lucca la razón de su desconcierto y no él— ¡Já! si supiera nada más—. Le apestaba, sencillamente le apestaba, y le apestó aún más darse cuenta que Cloe no respondería a esa pregunta, que no tenía razones para hablarle de su relación a él, que no le debía nada.

— ¿Qué?—cuestiona luego de percibir la mirada llena de sorna que le devuelve Cloe—. ¿O es que ahora me crees indolente ante las temáticas del amor?—carcajea a fin de disimular su fastidio.

¿Por qué no le contesta? Por qué se queda allí indiferente a él mirando hacia el vacío mientras se lleva el cigarrillo a la boca y el vino a los labios. ¿Por qué el cigarrillo y el vino y no él? Maldita sea.

— ¿Por qué te sostienes con tanta fuerza de la barandilla?—inquiere, haciendo énfasis en la mano libre con la que Cloe no había dejado de aferrarse allí con el mero objetivo de evitar un muy poco probable desplome hacia las aguas extendiéndose a unos metros bajo ellos.

—Todavía temo caer, hundirme y morir en las profundidades, Timothée.

Cloe divisa a Timothée extendiéndole una de sus manos: le estaba pidiendo compartir de sus vicios. Cloe se lo concede, le pasa su copa y luego el cigarrillo en un movimiento que inevitablemente hizo que sus dedos se rosaran, generando en Cloe un desconocido calor en la parte baja de su cuerpo. Vio cómo el chico se erguía ante la barandilla, mirando hacia el horizonte marino mientras se llevaba la copa a los labios, divisando como la manzana de adán se le removía cuando dejaba que el líquido le recorriera la garganta, pero sintió un calor aún más abrazador cuando la mancha de labial que había quedado en los pliegues del filtro del tabaco se quedó adherido a la piel del labio inferior del chico. Aunque claro, Timothée no lo notaba, o al menos eso quiso creer ella cuando le vio pasar su lengua por la totalidad de ese mismísimo labio.

Le vio moverse hasta la mesa en donde solían pasar sus mañanas desayunando. Ahí observó con detención cómo dejaba ambos vicios a fin de quedar con sus manos desocupadas. No tenía idea Cloe de lo que pretendía, pero no quiso protestar a fin de mantener su gratificadora y sosegada tranquilidad.

—Déjame ayudarte—le escuchó proponer cuando había llegado atrás de ella, haciéndola voltearse hacía él a una distancia no tan considerable.

— ¿Disculpa?—dijo, Cloe, no entendiendo a qué se refería.

—Sé que confías más en mí de lo que te gusta creer, Cloe. Déjame ayudarte con tu miedo.

— ¿Y cómo lo harás?—se ríe burlona la chiquilla.

—Tómame del cuello.

Cloe le mira con el ceño fruncido, incapaz de creer que tomarle del cuello a él resulte útil para algo.

—Vamos, tómame del cuello—sonríe juguetón.

Cloe sabe demasiado bien que no debe, que acceder a ello es dejarse caer a voluntad en una de sus tantas payasadas. Pero quiere, por alguna extraña razón, tiene ganas de llevar sus manos hasta su cuello, palparle la piel en medio de la oscuridad que les circunda y les envuelve como incapacitándolos para ver algo más que no sea a ellos, a esos solitarios y desconocidos cuerpos en medio de la nada, en medio del remoto y oscuro océano.

Así, haciéndole caso más a sus impulsos que a su mente, lleva sus manos al cuello del chico, y se sorprende cuando apenas las ha dejado caer allí, porque de inmediato siente cómo las manos del chico llegan hasta sus muslos, alzándola precipitadamente y haciendo que sus piernas se envuelvan en su cintura mientras él la sostiene y la sitúa (o más bien sitúa su trasero) en aquella sección alta de la barandilla constituida de una madera cuyo amplio diámetro permite el apoyo de la muchacha sobre ella.

—Tranquila, te prometo que no te suelto—le dice él cuando nota su cuerpo tenso. ¡Y es que cómo no! si literalmente la ha dejado a la deriva del mar, sentada a pierna abierta en una insignificante barandilla mientras él le rodea por la cintura y ella por el cuello.

Cloe siente cómo su cuerpo que hace pocos segundos se encontraba preso de un ferviente temblor, ahora cesa tu tensión para darle paso a un lento pero formidable relajo de cuerpo. En uno segundos pasa por su mente una comparación que le hace arder las mejillas: es como ese primer momento en que estás siendo penetrada y tu centro se contrae para luego darle paso a un estado de relajo y placer máximo.

¿¡Por qué demonios llegó a su mente semejante imagen!? Prefiere ni pensarlo, o más bien, se percata que en realidad no puede pensarlo, se siente como embriagada por el velo de la noche, por la oscuridad y por el sonido del mar a lo lejos que llega a murmullos como adormeciéndole sus sentidos.

Sí, es eso, es la noche, es en ella en la que parece posible cualquier cosa, ella, que a causa de su opacidad, permite el resguardo de múltiples deseos, la contención y el amparo de cualquier secreto; es como un sueño en que las personas se convierten en sombras y en tanto se convierten en sombras se libran de su condición de humanos complejos y repletos de embrollos. Es en ella, en la noche, que Cloe se siente libre de todo, hasta de sus propias molestias y barreras, hasta de ella misma.

Así que, sumergida en esa sensación, decide concentrarse en la manera en que vibran sus sentidos, y de un segundo a otro, se ve a ella misma aferrando con fuerza sus manos al cuello del muchacho, sintiendo como la respiración de él le pega en el cuello y cómo sus manos, aún en su cintura no tanto para afirmarla como para acariciarla, se deslizan en movimientos que aunque cortos propician que su camisa de dormir suba hasta más arriba de sus muslos, mucho más arriba de sus muslos. En ello, sintió la brisa del mar colarse por debajo de su camisa, haciéndole notar su humedad. Pero no, no se espantó, Cloe podía ser muy reflexiva, pero cuando dejaba que su cuerpo y sus sentidos ganaran...lo podía dar todo, pese a no entender nada, ni siquiera el por qué.

Sintió cómo Timothée acercaba más su cuerpo a ella, como acorralándola, mientras ella escuchaba cómo la respiración del muchacho se volvía cada vez más pesada y entrecortada, haciendo que los golpeteos de su aliento llegaran a su cuello, y desde allí, al lóbulo de su oreja de manera tan afanosa que parecían recorrerle todo el cuerpo. Por su parte, Cloe, al igual que lo hacía él, sumergió su rostro en medio de su cuello, pero quiso concentrarse en sus rizos y en las ganas que tenía de oler aquella parte de él, ese recoveco entre su cabello y su cuello, porque estaba segura que aquel lugar era el que más guardaba su exquisito y fresco aroma. Así que llevó su nariz y labios hasta allí, rozando la piel del castaño aquí y allá, suspirando de cuando en cuando.

Estaba tan absorta en lo que estaba sintiendo su cuerpo: una sensación exquisita de deriva, adrenalina y calor, que apenas notó cuando las caderas del chico comenzaban a menearse instintivamente junto con las de ella, y cómo iba a notarlo, si parecían ir al mismo ritmo que su lengua pasando por el cuello del muchacho. Había sentido la necesidad de hacerlo cuando había percibido los labios de Timothée sobre su piel, sobre la piel de su cuello, de sus hombros y sus clavículas, sus labios eran de una finura deliciosa e increíblemente incitante.

Casi podía ver cómo ambos cuerpos se movían con fervor sobre una pequeña veranda a la intemperie, solitarios y presos de una complicidad que aunque secreta pedía a gritos ser evidenciada. Timothée estaba en las mismas, completamente absorto y embriagado, inundado de placer; le gustaba el sabor de la piel de Cloe, esa piel que parecía hecha de y por el mar, porque apenas pasó su lengua por su cuello notó las briznas de sal que parecía traer la brisa desde las lejanas aguas con el único propósito de impregnarlas en ella.

Así que no se reprimió cuando su miembro le pedía a gritos el contacto con la muchacha, aunque fuese a través de sus finas prendas, y entonces, aferró su mano en uno de sus muslos y la otra libre en su cadera, levantó el vestido de la muchacha que sin oponer resistencia, lo acercó todavía más. Y así, rozó su miembro en el centro cubierto de Cloe, comenzó a dar delicados golpeteos allí, haciendo que ambos pudiesen sentir todo sin estar haciendo nada. Ni siquiera se habían besado.

Al instante comenzaron a oírse como revotando los murmullos de sus gemidos aprisionados mientras sus caderas se movían al mismo ritmo, entonces fue allí que Cloe notó que en efecto, Timothée no llevaba ropa interior bajo su short. Ojalá poder llegar a más, ojalá, pensaba. Pero entonces, como si de una bomba explotando frente a ellos se tratase y los iluminara súbitamente, la mente de Cloe despertó, y solo podía oír en ella, como en una voz en off, el nombre de "Lucca".

¡Qué mierda estaba haciendo! ¡Qué estaba pasando! Tranquila, Cloe. Ni siquiera se besaron, ni siquiera se besaron, nada pasó, pensó para sí misma.

Espero lo disfruten c: cuéntenme qué les pareció si quieren 💕y no olviden votar si les gusta y quieren que siga 💕💕💕 Abracitos llenos de gratitud 😊😊🌊

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