
Cap 1: problema Chalamet
Un día de comienzos de verano en la ajetreada ciudad neoyorkina para la quisquillosa Cloe significaba el infierno mismo, incluso cuando aquello era sinónimo de que ya habían acabado sus clases del semestre en la universidad. Acostumbrada a pasar sus tardes de día libre en su cuarto, leyendo, escribiendo o escuchando su repertorio musical, salir a la calle en un día intensamente soleado le parecía un sacrificio digno de ser alabado, y no lo hubiese hecho de no ser porque le urgía contarle a su novio, Lucca, el gracioso panorama que sus padres le tenían para esa noche.
Se habían conocido en la escuela hacía ocho años, habían sido amigos desde el primer día, sintiendo una complicidad traviesa que les había llevado a meterse en más problemas de los que incluso habían planeado, pero que después de todo, resultó ser la causa de una gran amistad. A medida que pasó el tiempo ambos compartieron su afición por la música, por las películas, pero sobre todo por la lectura, las vidas de ambos no habían estado exentas de complejidades e infortunios, así que la ficción se había vuelto para ellos una buena manera de viajar a otros mundos, de conocer otras felicidades y otros dolores.
Después de unos años, cuando empezaron a crecer y a ambos llegó la llamada pubertad, comenzaron a fijarse en otras buenas cualidades del otro, ya no sólo en los divertidos problemas en los que se podían meter, ni en los buenos y leales que eran entre ellos. No, ni Cloe ni Lucca supieron en qué momento cambió la forma en que se percibían, pero lo cierto fue que se atrajeron, comenzaron a gustarse, y por eso, desde hacía dos años habían decidido, después de mucho reflexionar, convertirse en novios.
Para los padres de ninguno de los dos chicos fue novedad, porque según ellos era algo que "se veía venir"; sin embargo, Cloe y Lucca desaprobaban con esmero dicha afirmación, señalando que no era ni por lejos lo que había pasado, más bien lo asociaban a que desde siempre habían optado el uno por el otro, en un impulso de comodidad desmedida, habían decido mantenerse juntos porque el mundo con otras personas les parecía incómodo.
Cloe se sentía cómoda con Lucca, la confianza que tenían le había permitido abrirle su mundo al muchacho, y daba por hecho que hasta ese momento era él quien más la conocía, incluso más que sus padres. De hecho, su relación de novios le había permitido tener ese otro tipo de confianza con él, porque en efecto, él había sido la primera persona con la que se había acostado, y a pesar de que no se sentía enamorada de él, no se arrepentía de aquella decisión. Lucca sabía que Cloe no estaba enamorada de él, porque le conocía, y aunque él ya le había confesado su amor en una que otra romántica ocasión, no iba a presionarla ni mucho menos enfadarse con ella por eso, le quería demasiado como para que algo tan pequeño como aquello afectase su relación.
En un par de conversaciones que habían tenido hablaron sobre la posibilidad de que en algún momento su relación de pareja se acabase, pero ambos estaban de acuerdo en que si aquello tenía que pasar, que pasara, más allá de eso, su relación de amistad se mantendría intacta, o al menos eso era lo que ellos, jóvenes inexpertos en temas de amor, querían creer.
Ahora ambos se encontraban disfrutando de su panorama veraniego favorito, quizá el único, que consistía en compartir un helado barquillo de chocolate sentados en una banca en lo que desde hacía solo unos años se había convertido en "su parque", únicamente de ellos, porque así les gustaba referirse a él, a pesar de que miles de personas llegaran a pasearse por el lugar.
Cloe le miraba con gracia, porque amaba ver cómo su querido niño se concentraba tanto en su helado, absorto en su sabor y en su textura, sin siquiera voltearse a mirarla.
—Así que... ¿Cómo es eso de que hoy irás a cenar a casa de millonarios?—preguntó curioso y burlesco Lucca.
El hecho de que Cloe tuviese que ir a cenar a casa de "millonarios" esa noche era un hito digno de ser contado,y es que la idea de visitar a gente adinerada resultaba igual de disparatada que decir que ellos no se habían visto en la obligación de trabajar para ayudar al sustento familiar, pagarse sus estudios y así hacer un tanto más ameno su día a día. Era una situación compleja que ambos compartían, pero por fortuna ya todo iba mejor para ellos y sus familias, pese a que de vez en cuando el pensamiento fugaz de una eventual crisis les turbaba la serenidad.
—Larga historia, es un antiguo conocido de papá en la universidad. Supongo que quieren presentarse mutuamente a sus respectivas familias. Ya sabes, una pérdida de tiempo—contestó no muy interesada, dándole la última mordida a la galleta de su cono.
— ¿E irás?—siguió el chico, mirándola como quien no cree que quien está al frente cumpla con su palabra.
—Detesto la idea de ir, pero lo haré por papá. Ha insistido un montón aun cuando mamá se empeña en recordarle que no tenemos ni qué ponernos para una ocasión así, pero él dice que no se fijarán en eso, que pese a su posición son gente bastante sencilla. —Levantó los hombros en señal de indiferencia.
—Envíame una fotografía cuando estés allí, quiero reírme imaginándote en un lugar como ese. —El chico río y en un gesto lleno de ternura, besó corto la sonrojada mejilla de la chica.
—Te enviaré una en el jacuzzi de oro que de seguro tienen para que así tengas otra reacción que no sea la de burlarte de mí—protestó, devolviéndole un beso en la boca.
A sus cortos pero considerables veinte años, Cloe mantenía una personalidad atrevida, decida y algo impulsiva, que a los ojos de los demás le hacía parecer más joven de lo que era, otorgándole esa aura caprichosa e irresponsable típica de quien está iniciándose en la adolescencia, pero la realidad era que la muchacha se había visto en la obligación de conocer algún que otro fuerte flagelo en su vida, cuestión que la había llenado de una experiencia y una madurez dignas de admiración en una persona tan joven. Claro que eso no significaba que no fuese un cero a la izquierda en otros temas, como en controlar sus dichos más insensatos y actitudes orgullosas y egocéntricas. Sin embargo, digamos que aquello se explicaba en parte, por la sencilla razón de que como hija única y sin mucha compañía, había carecido de una persona que para ella fuese ejemplar, o al revés, para quien ella fuese un ejemplo.
A las ocho de la tarde en punto, la familia conformada por Cloe; Ema, su madre y Erick, su padre, se encontraba esperando la apertura del gran portón negro que les permitiría el paso a la gran casa, que por no decir mansión, les esperaba a unos varios metros de distancia.
— ¿De verdad es necesario que hagamos esto?—cuestionó Cloe con el semblante ceñudo, empezándose a sentir extrañamente incómoda al imaginarse entrando a aquel ajeno lugar.
—Es necesario, Cloe, créeme—aseguró Erick, con tono severo.
Su madre se limitó a permanecer callada, y es que según veía Cloe, ésta se encontraba singularmente nerviosa, lo sabía porque durante el viaje había permanecido callada como nunca, mordiéndose de vez en cuando las uñas y arreglándose el escote de su elegante pero forzado vestido color violeta cada segundo que pasaba. A la joven muchacha le pareció extraña su actitud, porque su madre nunca mostraba signos de nerviosismo a menos que algo excepcional estuviese pasando.
Pensó en preguntar para saber si todo estaba bien, pero un señor que alcanzó a mirar como más o menos alto y regordete, con un rostro amigable y agraciado interrumpió sus pensamientos cuando llegó a recibirles. Les saludó a todos con un cariñoso abrazo, lo cual sorprendió un poco a Cloe que no estaba acostumbrada a esa clase de acercamientos con desconocidos, y solo después de unos minutos se enteró que él era el famoso señor Marc Chalamet, el antiguo amigo y compañero de universidad de su padre.
Pasados ya al salón principal del lugar, que fue donde Cloe terminó por concluir frustrada que si tenían un jacuzzi de oro tardaría más de lo que pensaba en encontrarlo, se hallaron con una mujer de amplia sonrisa y bellas facciones que la joven concluyó que era la esposa de Marc, su nombre era Nicole y agradeció que ésta fuese algo más recatada con su saludo, pues solo le extendió la mano y sonrió.
A los minutos después les fue presentada una joven adulta hija de ambos señores llamada Pauline con quien Cloe se sintió extrañamente cómoda, porque sus modos naturales y algo despreocupados le hacían parecer más sencilla que cualquier persona o cosa en aquella casa.
Cloe creyó que no habría más presentaciones por aquella tarde y lo agradeció porque odiaba pensar en la impresión que causaba la primera vez que alguien le veía, se sentía expuesta y toda su seguridad se veía perturbada hasta que después de un tiempo lograba soltarse y actuar con más naturalidad, pero aquello solo después de un tiempo.
Habían pasado al lugar donde se llevaría a cabo la cena, a Cloe le sorprendía la manera en que todo estaba tan ordenadamente dispuesto y tan acordemente decorado, parecía no haber ningún color ni diseño que desentonara con el resto del lugar; aquello le perturbó porque nunca se había encontrado con algo así, y es que su casa era tan pequeña que apenas le alcanzaba a ella para decorar su pieza; claro que eso no le disgustaba, ella jamás hubiese preferido un lugar tan grande como ese a la comodidad de su hogar, en donde pese a ser pequeño podía sentirse completamente feliz y resguardada.
De no haber sido por una repentina voz que le interrumpió, hubiese podido continuar con su objetivo de apartar el asiento del mesón para sentarse, pero su cabeza se giró instintivamente hacia el lugar de donde provenía y se encontró con unos ojos color turquesa que le miraban curiosos. Pertenecían al delicado y perfilado rostro de un chico que intuyó era uno de los hijos de la familia, probablemente hermano de Pauline porque poseían rasgos parecidos.
Le miró e instantáneamente supo que jamás podría llevarse con él, su apariencia tan distinta a la de ella la hizo cerciorarse de que no podían tener nada en común, ni gustos, ni ideas, ni criterios, nada. Él, a sus ojos, carecía de cualquier atisbo de interés, percibiéndole de inmediato muy excéntrico en sus formas e irradiando una felicidad que según ella solo podía significar que él nunca se había enfrascado en los verdaderos problemas de la vida . Sin embargo, aquella idea quedó por un momento desterrada cuando se percató que sus ojos, en su forma caída y en su color, no iban en consonancia con el resto de su llamativa apariencia, porque veía en ellos el reflejo de un abismo insondable, de una melancolía oscura y secreta que le hizo erizar la piel repentinamente.
—Hola... soy Timothée—le extendió la mano con simpatía.
—Cloe — le correspondió con sencillez.
—Lindo nombre... es como "ondulado"—sonrío mientras gesticulaba con los dedos—. Como las olas.
"Eso es porque tiene vocales abiertas" pensó en decir. Pero en cambio respondió mientras se sentaba, sin pensar mucho y con indiferencia:
—Como el color de tus ojos.
Agradeció a todos los dioses por habidos y por haber que todos los demás estuviesen conversando o poniendo atención a otras cosas, porque recién cuando oyó salir de su propia boca aquel disparatado comentario se percató de la picardía con la que se pudo interpretar. Al momento los ojos de Cloe parecieron espantados y de no haber sido por la risa tímida que salió de los labios del castaño ante su comentario, se habría sentido con la obligación de explicarle que nada quería ella decir con eso.
De pronto se sintió profundamente contrariada, no le gustaba sentirse cohibida ante un chico y mucho menos gracias a uno, pero debía admitir que fue eso lo que sintió cuando atisbó en sus ojos abismales, y ni qué decir de cuando cometió la imprudencia de hacerle un comentario susceptible de ser interpretado como coqueteo.
La cena transcurrió con tranquilidad, o bueno, al menos para Cloe, porque sus padres parecían muy atareados entreteniéndose con los Chalamet; en cambio ella, había permanecido en silencio durante casi todo el tiempo y solo había hablado para responder a las típicas preguntas que hace la gente cuando conocen a alguien por primera vez, o bien cuando Pauline a su lado se volteaba de cuando en cuando para preguntarle si deseaba que rellenase su copa de vino.
De vez en cuando Cloe notaba de reojo que Timothée frente a ella le miraba con discreción, como esperando el milagro del momento en que ella se decidiese por prestarle algo de atención y así pudiesen intercambiar miradas. Pero no, Cloe no lo haría; de hecho, hacía lo posible por ni siquiera pasar sus ojos por aquel lado del mesón, ¿qué sentido tendría?, sabía que si le correspondía el chico le miraría con esos ojos curiosos que no harían más que acrecentar su sensación de sentirse como una extraña frente a él.
De pronto, cuando se estaba haciendo sobremesa, a Cloe le llamó la atención un extraño movimiento en una de las tantas puertas que daban a lo que supuso, era la parte trasera del jardín. Con sus ojos pegados en el lugar y moviendo ligeramente la cabeza, como si eso le fuese a permitir ver algo más, vio lo que pareció ser una voluptuosa cola peluda que se asomaba en la puerta de cuando en cuando intentando entrar. La curiosidad de la chica hubiese quedado allí, pero al ver finalmente que lo que se escondía detrás era nada más y nada menos que un gran perro de esos que la volvían loca de ternura, miró con desesperación la cara de los Chalamet, esperando que alguien hubiese notado su anhelo por conocer al can.
Entonces notó que Timothée le miraba con asombro y sonriendo discreto.
—Qué curiosa. ¿Quieres ir a conocerle?—le susurró como en secreto, cuestión que inquietó a Cloe, que empezaba a sentirse incómoda con la idea de tener complicidad con él. Sin embargo, asintió con la cabeza, segura de aceptar la propuesta del chico.
Se levantaron con despreocupación, intuyendo que nadie allí se percataría de su ausencia, si hasta Pauline había comenzado a charlar largamente con todos. Salieron al patio trasero para buscar a "Apolo", el perro de la familia, guiándose por un camino hecho de baldosas, que simulaban ser piedras, hasta llegar al final del jardín. Allí Cloe descubrió una gran pileta rodeada de árboles que era realmente preciosa, pero estaba tan poco acostumbrada a estar en lugares así que no osó si quiera tocar nada.
— ¡Apolo!—comenzó a gritar el chico.
A lo lejos, la silueta de Apolo, se veía venir corriendo a velocidad luz hacia ellos. Por un momento Cloe se asustó y temió por la integridad física de ambos, pero cuando vio que el can aminoraba la velocidad se tranquilizó y pudo concentrarse en la belleza y en la ternura de aquel ser.
—Apolo, como el dios griego—comentó Cloe cuando el perro tenía sus patas delanteras golpeándole el regazo para que ésta le acariciara. La muchacha no pudo evitar sonreír porque le hacía mucha ilusión que un animal requiriese de tanto cariño y atención.
La noche ya se había hecho presente, así que ambos jóvenes estaban siendo iluminados por la luna llena de ese día y por los pequeños faroles a ras del suelo. De pronto, Cloe desvió su mirada de Apolo y la posó en el chico a su lado, notó que su perfil iluminado tenuemente por el brillo lunar gozaba de un hermoso aire helénico, pero no quiso decir nada porque se avergonzó de aquel pensamiento. Timothée era guapo, de eso no había duda, pero su orgullo le impedía aceptar que creía aquello cuando estaba segura de que era algo que la mayoría de las chicas o chicos en la vida del castaño ya le había dicho.
—Sí, tengo pensado conocer más sobre mitología griega durante este viaje—aseguró acariciando al can.
— ¿Viajarás?—preguntó Cloe, simulando indiferencia en su tono.
Timothée le miró, como no entendiendo bien la pregunta de la chica, así que pegó una leve risita y continuó—. Sí, bueno... viajaremos—aseguró.
Cloe le miró con expresión confusa, pero luego se recompuso entendiendo que se refería a él y a su familia.
—Sí, con tu familia ¿no?—curioseó.
—Sí, con mi familia... y la tuya... nosotros. ¿Recuerdas?—le miró pegando una carcajada, porque en efecto, él no tenía idea de que acababa de meter la pata, creía con pueril inocencia que ella había olvidado el viaje que hace pocos días había sido planeado por ambas familias, pero cuando se dio cuenta que la expresión de la chica seguía siendo de confusión recompuso un semblante adusto, intuyendo su error.
(...)
— ¿¡Me pueden explicar qué diablos es todo ese disparate del viaje!?—soltó Cloe con indignación cerrando con un golpe la puerta de su casa tras de sí. Le apestaba que no la considerasen en sus decisiones, no era la primera vez que sentía que pasaban de ella haciendo caso omiso de su opinión y dando por hecho sus preferencias.
Por lo demás, su interior no dejaba de albergar cierta vergüenza al sospechar que había quedado como una necia delante de aquel desconocido chico, quien con total seguridad ya se había percatado de la poca, por no decir nula, importancia que le concedían sus progenitores a su palabra.
—Cloe, necesitamos que te calmes—habló su madre, intentando contenerla, porque conocía los achaques de su hija y a nadie le convenía que ella explotase.
— ¿Enserio, mamá? Llevan días planeando un viaje que me incluye—enfatizó con dureza— no me habían comunicado nada y encima ¿esperan que me calme?—señala incrédula.
—No queríamos que te alteraras—explicó su padre.
—Pues felicitaciones, lo han hecho muy bien—dice con sorna la chica—. No entiendo nada ¿cómo nos vamos a ir de viaje si hasta hace poco tuvimos que trabajar día y noche para mantenernos? Es simplemente ridículo, no podemos hacerlo.
Cloe vio cómo ambos padres se miraron entre sí, en silencio, era evidente que algo tenían que comunicarle y sabían que no le haría nada de gracia a su hija.
—Cloe, el señor Marc le ha dado trabajo a tu padre—calló Ema—. Y en forma de agradecimiento quiere que le acompañemos en su viaje familiar a Europa, viajaremos en crucero y pasaremos el resto de las vacaciones allá. No gastaremos nada porque él ha costeado todo; obviamente aceptamos gustosos porque sabemos que para él no es una carga si no una forma de que le agradezcamos.
Los ojos de Cloe se abrieron como platos, era incapaz de concebir la idea de irse de viaje a costa del bolsillo de otra persona, mucho menos siendo ella de cortos recursos y yendo a manos de gente con tanto dinero, su orgullo era demasiado grande como para aceptarlo, le parecía una idea de locos la de agradecer a alguien de esa forma. Simplemente de locos.
—No lo haré—aseguró, con el rostro tenso y su voz un tanto quebrajada—. No necesito ni de viajes ni de lujos. Y ustedes tampoco, no sé cómo han podido. ¡Es una locura!
—No te pongas así, el señor Chalamet y su familia son buenas personas y no lo hacen para echarnos en cara lo afortunados que son y nosotros lo "desgraciados" —enfatizó caricaturesco— que somos. Dales una oportunidad, solo quieren tratarse con nosotros ahora que trabajaré con ellos—explicó con voz serena el padre.
— ¡El señor Chalamet y su familia las pelotas que no tengo!—habló de pronto con ira, sus padres la miraron boquiabiertos. —Quiero mis vacaciones aquí como siempre ha sido: leyendo y pasando el rato con Lucca. No me interesa estar en un crucero lleno de personas que para lo único que tienen cabeza es para hablar de sus excéntricos e inútiles lujos. No iré y no pueden obligarme. Así que les deseo suerte.
Sorprendiéndose a ella misma al escuchar la altanería de sus palabras, la fémina hizo el ademán de moverse para subir a su cuarto, sentía en su garganta un acumulo de lágrimas que aunque no quería aceptarlo —porque le avergonzaba—no eran más que consecuencia de esos prejuicios que le hacían presa de un infundado resentimiento. Si embargo, se había visto en la imposibilidad de no dejarse arrebatar por no saber qué le molestaba más: que la hubiesen hecho ignorante de aquel viaje planeado hace tiempo o que la obligasen a viajar con personas con las que —ella quería creer—nada podía tener que ver. Inconscientemente, le atiborraba los nervios sentir que la sacarían de su lugar de confort, incluso cuando la quimera de unas vacaciones soñadas amenazaban con enturbiarle la "prudencia" de su conciencia.
—Irás, Cloe, irás con nosotros y punto. —Le detuvo la voz del padre—. Ya es suficiente, me cansé de tus caprichos y mañas, irás porque te hará bien y a nosotros también, nos comportaremos como lo que siempre hemos sido porque unas vacaciones no nos cambiarán nada. Le dirás a Lucca, él lo entenderá volverás en dos meses y todo volverá a hacer lo mismo, y se acabó, Cloe. Si decides quedarte entonces hazlo y continúa con tus egoístas ideas, pero nosotros no te enviaremos nada desde allá y tendrás que arreglártelas sola durante estos dos meses.
Erick dio la última palabra y se fue, dejando a Cloe con la ira ardiendo en sus venas, con el corazón a punto de salírsele y con los dedos vueltos puños. Tenía sus ojos llenos de lágrimas, pero no, no las dejaría salir, aquella necedad no sería motivo de lágrimas, o al menos no hasta que llegase Lucca a consolarla. Su madre la miraba compasiva, no sabiendo bien si acercase o dejarla sola, pero ella, como siempre en discusiones, no dejó que se le acercara y se fue directo a la cama sintiendo las ganas imperiosas de un abrazo de su amigo, un abrazo de verdad y lleno de contención. Porque sí, Cloe tendría que irse.
Como verán no es un fanfic de Timothée siendo el famoso actor, pero buee, es lo único muy distinto creo jaja si les está gustando, avísenme :3
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